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Follábamos poco (III) - Marta

en Autosatisfacción

La crisis terminó por pasarle factura al negocio que, junto con mi amiga Merche, teníamos de artesanía y, un mes antes de que decidiéramos cerrar el local, yo tuve que buscarme una fuente de ingresos extraordinarios para poder llegar a fin de mes. Y, como era una medida desesperada, lo encontré por el camino más fácil, vendiendo mi sexo por internet.

Me di de alta en una comunidad de webcams amateurs en la que, por medio de un sistema de monedas, se establecía un baremo para generar ingresos. El sistema era sencillo, cuantas más monedas consiguiera que me dieran los usuarios que me visitaban, más dinero cobraría. Así que cada noche, después de cerrar la tienda y de llegar a casa, encendía el ordenador, me ponía mi antifaz y, en mi dormitorio, me pasaba al menos un par de horas calentando al personal con todo el armamento que fuera posible. Al principio, por la inexperiencia, pensé que con un strip teasse y una paja sería suficiente pero, cuando vi la de cosas raras que me pedían, no me quedó más remedio que comprarme algún que otro juguete para incluirlo en mis sesiones si quería incrementar mis ingresos.

Aprendí muy rápido. Los primeros días los usuarios conseguían que me quitara la ropa con demasiada facilidad por mi afán de conseguir monedas pero, cuando comprobé que, siendo facilona, daban poco, empecé a trabajar el poder de la seducción y de la insinuación para pasar el mayor tiempo posible con muchos usuarios soltando monedas. A las dos semanas ya había conseguido pasar cuatro horas delante del ordenador, hacerme tan solo tres pajas y, sin embargo, tener un chorreillo constante de monedas.

El día que Merche y yo llegamos a la conclusión de que teníamos que dejar el local decidimos continuar trabajando y hacerlo desde mi casa. Ella estaba casada y en su casa no había espacio per, sin embargo, como yo vivo sola me pareció adecuado montar el taller en mi salón. Tengo una mesa enorme de comedor que apenas utilizaba y que era ideal para tener todos los arreos que utilizamos en la fabricación de nuestros artículos de artesanía.

Trabajar con Merche desde casa me supuso un problema en mi otro trabajo. Estaba pasando una mala racha con su marido y acostumbraba a quedarse hasta bien tarde conmigo con tal de no irse a casa. Poco a poco le fue comiendo horas al reloj y, cuando me quise dar cuenta, ya era habitual que se quedara hasta las diez de la noche. Y, a esas horas, yo ya acostumbraba a llevar un buen rato con la webcam. Con Merche en casa me resultaba muy difícil hacerlo.

Traté de buscar soluciones. Ahora que ya no tenía que ir a la tienda podía aprovechar las mañanas para mis ratos de cibersexo pero, lamentablemente, esa franja horaria no era tan rentable como la de la noche y, lo que es peor, no coincidía con algunos usuarios que ya eran habituales de mi sala y que dejaban muchas monedas.

No podía contarle a Merche a lo que me dedicaba. Precisamente uno de sus problemas con su marido es que él quería que follaran delante de una webcam y ella se negaba. Merche tenía una vista comercial y una iniciativa increíble pero, por el contrario, en el plano sexual era más bien un tanto mojigata. Si le contara lo que estaba haciendo, lo más probable es que terminara por compararme con una puta y, al final, tendríamos problemas. La quería mucho como para permitir que eso pasara así que no me quedó más remedio que buscar otras alternativas para recuperar el horario nocturno de mi trabajo secreto.

Me fui de casa durante unos días y le puse a Merche la excusa de que tenía que resolver un asunto familiar en el pueblo. Le dejé las llaves para que ella continuara yendo allí a trabajar y, mientras, yo me instalé en la vacía casa de mis padres para poner en orden mi trabajo en el mundo del sexo.

Estaba tan agobiada pensando en el tiempo que había perdido que, desde que entré por la puerta de la casa, me coloqué la ropita y el antifaz y estuve on line casi las veinticuatro horas del día. Aprovechaba los ratos de vacío para tratar de diseñar un organigrama de trabajo que me permitiera volver a compaginar ambos trabajos desde mi casa y, a la vez, conforme iba reencontrándome con mis mejores usuarios, les iba informando de mis nuevos horarios on line para que los tuvieran en cuenta.

El caso es que pasé de ser una chica de webcam a convertirme en una especie de protagonista de gran hermano porno on line al cabo de un día. Como, además de acariciarme, también charlaba con mis usuarios sobre temas triviales, al final me pareció divertido llevarme el portátil de aquí para allá mientras hacía otras cosas de la casa. No os creeríais la de dinero que se puede ganar por preparar la comida en tanga y delantal.

Y así, lo que iba a ser solo de un jueves y un viernes, se comió también el fin de semana…

Yo tenía pensado que, tras pasar todo el jueves y la mañana del viernes recuperando usuarios y tiempo perdido, me volvería a casa para estar ya allí el fin de semana. Pero la cuestión es que el viernes me entretuve, precisamente cocinando como os acabo de contar, y me pasó algo increíble. Algo que es prácticamente imposible que ocurra pero que, al hacerlo, pone de manifiesto lo pequeño que es el mundo desde que existe internet.

¡Uno de los usuarios que estaba en mi sala era mi vecino el exhibicionista!

No os he contado antes que, el portal de webcams en el que me he registrado, tiene también un servicio de shows privados que se pagan aparte de lo del sistema de monedas. Pues resulta que mi vecino, después de verme cocinando con mi antifaz, mi tanga y mi delantal, verificó su cámara (una parte del proceso de uso del portal) y me solicitó para un show privado que acepté de inmediato.

¡Era mi vecino! Tenía la oportunidad de tantearle en su propio terreno, de conocer el por qué de sus aficiones, de interrogarle. Y, además, no solo iba a poder hacerlo sin que él supiera que era yo sino que, encima, me iba a pagar por ello. Era una proposición demasiado atractiva como para rechazarla.

Después de dorarme la píldora diciéndome lo excitante que le había parecido verme en la cocina y de un par más de comentarios acerca de mi escultural físico, fui llevando la conversación al terreno que a mí me interesaba utilizando mis armas de seducción y jugando un poquito con la provocación.

¡Resulta que el cabrón vive de esto! Y le va de lujo por lo que me ha contado.

Conforme me fue contando su vida me fue conquistando. Mi vecino era un tío normal y corriente, un poquito obsesionado con el sexo, pero que había sabido encauzar su vicio para convertirlo en provechoso. Me habló de mil webs en las que se podía ganar dinero. Incluso me recomendó un portal de webcams mejor que en el que me había registrado. Hablábamos con tanta naturalidad que me sentía cómoda con él. Aunque siguiera sin saber que estaba hablando conmigo, teníamos un trato muy familiar que me confortaba y me hacía sentir bien.

Tanto que, con tanta información, hasta estuve replanteándome mis prioridades profesionales. ¿Qué tenía que ser primero? ¿El negocio de artesanía o el ciber espacio?

-Necesitas los dos –me dijo-. El extra oficial para ganar un buen dinero durante todos los años que puedas y, el oficial, para que tengas tu actividad empresarial, hagas tus cotizaciones para asegurarte unas coberturas futuras y, por supuesto, para disimular este otro. Yo te recomiendo que, mientras estés así de buena y la crisis nos consuma, le des prioridad a este. Aquí vas a ganar más y podrás compensar las pérdidas del otro. Luego, cuando veas que el otro empieza a remontar, te paras y vuelves a hacerte la misma pregunta.

-Te acabas de ganar que me quite el delantal.

Era un tío inteligente y que sabía decir las cosas claras. Parece tener su vida planificada tan solo al corto o medio plazo, no como nosotras, que somos de las de querer ver el final de cómo será nuestra vida, y, que me diera esa visión, me pareció interesante. En estos momentos de crisis resulta imposible pensar a largo plazo y, pensando a corto o a medio, lo cierto es que tenía razón. Ahora mismo valgo para hacer esto, me gusta y me deja dinero. Cuando pueda pensar en el mañana ya veré entonces qué hago.

Que me diera soluciones con tanta facilidad fue lo que me animó a premiarle. Aparte de que, por si acaso, ya iba siendo hora de subir un poquito la temperatura no fuera que el vecino terminara por aburrirse y se marchara. Así que, tras quitarme el delantal, como os podréis imaginar la conversación fue subiendo de tono hasta que terminó por pedirme que me tirara en la cama para seguir allí con la charla.

Cogí el portátil con la mano y salí del comedor para cruzar el pasillo y entrar en mi dormitorio  mientras seguía hablando con Leo, que ese es el nombre de mi vecino. Él estaba tirado en su sofá, como de costumbre, aunque su webcam me ofrecía una perspectiva de su salón que no podía ver desde mi casa y que me dio una idea.

-¿Me enseñas tu casa? –le pregunté.

-No tiene nada de especial.

-Eso es lo que te parecerá a ti pero, si no te molesta, a mi me llama la atención saber cómo es la casa de alguien como tú. Alguien que se pasa los días en pelotas delante de un ordenador y que, por lo me cuenta, vive del sexo. ¡Venga! ¡Va! ¡¿Me la enseñas?!

Mi vecino hizo lo mismo que yo y, portátil en mano, me hizo un pequeño tour por su casa. Era exactamente igual que la mía pero simétricamente opuesta, así que sabía qué habitación se escondía detrás de cada puerta. Aunque, claro está, me llamaba la atención ver cómo las tenía montadas. Y la visita terminó enseñándome su dormitorio, dónde me encontré otra sorpresa…

-¡No puede ser! –pensé-. ¡¿Es Merche la de ese poster?! ¡¿Qué hace mi vecino con esa foto?!

Leo tenía colgada en la pared de su dormitorio una foto tamaño natural que bien podría ser un desplegable del calendario Michelin pero que, sorprendentemente, estaba protagonizado por mi amiga. Merche posaba para la cámara como la más profesional de las modelos vestida, única y exclusivamente, con un liguero negro, unas medias negras de rejilla y unos zapatos de tacón. Estaba de pie, apoyando la espinilla y la rodilla de una de las piernas sobre el colchón de su cama, los brazos pegados al cuerpo, un collar que parecía una cadena de las de pasear al perro, perfectamente maquillada y con una mirada tan seductora y lasciva que devoraba. Su pecho desafiaba a la fuerza de la gravedad y, en su entrepierna, el depilado e impoluto monte de Venus dejaba asomar el pliegue de sus labios superiores envolviendo a los inferiores, que se distinguían perfectamente asomando bajo los otros.

-¿Quién es la del poster? No me suena…

-No tiene por qué sonarte –respondió despreocupado-. No es famosa, es una amiga…

-Pues ¡joder con las fotos que se hace tu amiga!

-¿Te gusta?

-Me pone, sí.

-Os podría presentar un día. Si quieres tú y si quiere ella, claro…

-¿También vive del sexo como tú? Bueno… ¿Cómo nosotros?

-¡Que va! –dijo riendo-. Es lo más opuesto que te puedas imaginar a este mundillo.

-¡Pues cualquiera lo diría con las fotos que te manda! ¿De qué la conoces entonces?

-Apareció ayer desnuda frente a la ventana de mi casa.

-¿Es eso algún tipo de metáfora de escritor de relatos?

-No, es totalmente literal. Estaba desnuda en casa de una amiga exhibiéndose para que yo la viera y, después de tontear lo suficiente conmigo, me dio su dirección de correo para agregarla al Messenger. Tuvimos una charla muy amena que terminó con un magnífico espectáculo.

-¿Qué espectáculo?

-¿Pones un poquito mejor la cámara para que te pueda ver entera?

Fuera lo que fuese lo que me iba a contar, estaba claro que suponía que me iba a excitar y que iba a tocarme mientras le escuchaba. Enterarme de esta manera de que Merche había hecho algún tipo de locura sexual en mi casa lo cierto es que no me excitaba mucho. Sexualmente hablando, claro, porque los nervios sí que los tenía a flor de piel, alimentados por la curiosidad de saber qué puñetas hacía Merche exhibiéndose en pelotas para nadie desde mí casa.

-¿Mejor así? –disimulé mientras me recolocaba-. Cuéntame qué hicisteis ayer, cuál fue el espectáculo ese del que me hablas…

Y Leo me contó la historia…

Cuando me contó que Merche se había paseado desnuda por delante del ventanal y que, a continuación, se tiró en el sofá para, seguramente, empezar a masturbarse, comencé a acaríciame el coño por encima del tanga para animarle a que continuara con el relato y se fuera poniendo cachondo él también. Luego, cuando me dijo qué había hecho para darle su dirección de correo y cómo comenzó a desarrollarse su conversación, me quité el tanga y, en la misma posición en la que estaba, continué acariciándome pero abriendo un poco más las piernas. El empezó a acariciarse. Y, finalmente, cuando se puso a contarme cómo se masturbó Merche sobre la pelota de goma frente al cristal, me tumbé en la cama con el coño en primer plano y me hice un dedo hasta que, al poco de contarme cómo se corrió él, fingí un orgasmo de posesa para que se volviera a correr.

Escuchaba su respiración por mis altavoces y le dejé unos segundos para que se recompusiera. Entonces, sin mover el coño de dónde lo tenía, incorporé un poquito el cuerpo y abatí la pantalla del portátil para que Leo pudiera verme, a la vez, la cara y el sexo.

-Si tu amiga decide un día repetir la experiencia, tengo que verlo… ¡Menuda elementa!

-Fíjate! El potencial que tiene y que le dé vergüenza hacer esas cosas con su marido. Te digo yo que, como un día se anime y le de la primera sorpresa, a estos dos ya no hay quien los separe. Son tal para cual.

-¿Es que también conoces al marido?

Antes de que dijera nada ya sabía la respuesta, se la vi en la cara. Y, esta nueva historia, sí que tenía pinta de ser más que interesante.

-Él fue quien me mandó la foto. Bueno, esta y unas cuantas más…

-¡Menudo cerdo! –pensé.

Oscar estaba violando la intimidad de su mujer al exhibir sus fotos por internet. Y, aunque eso me pareciera fatal, el caso es que el hecho de que la mismísima Merche hubiera hecho lo mismo le restaba un poco de importancia a su imprudencia. Por otro lado, el hecho de que ambos hubieran ido a dar con el mismo tío, me parecía una casualidad tan increíble que, sus imprudencias, se convirtieron en una morbosa coincidencia. ¡Con lo grande que es internet!

El papel que Leo jugaba en aquella situación también me empezó a parecer singular y pensé en que, si yo estuviera en su lugar, no sabría qué hacer con semejante poder. Estar en medio de una pareja sin que ellos lo sepan y conocer sus secretos más íntimos  es muy tentador.

-O sea… Que estás en medio y no lo saben…

-¡Así es!

-¡Qué morbo! Puedes jugar con ellos, aprovecharte de ellos…

-Sí que podría pero, sin embargo, me he propuesto hacer algo bueno por ellos. Aprovechando todo lo que pueda, ¡claro!

-¿Y qué es lo que hacéis cuando chateas con él?

Leo me contó cómo, él y Oscar, se mataban a pajas viendo las fotos de Merche mientras fantaseaban con escenas en las que participaban los tres. Unas con el conocimiento de Merche y otras sin él. ¡Qué imaginación tenían los dos! ¡La madre que los parió! Empezó a contarme fantasías tan morbosas que no pude evitar terminar por imaginarme participando en ellas.

Se dio cuenta de que me estaba poniendo cachonda y se recreó…

Empezó a hablarme de un fotomontaje que Oscar había hecho en el que salía Merche con otra chica tumbadas boca arriba en la misma cama y masturbándose y no dudó en ponerme en el lugar de esa otra chica. Ellos nos miraban, nos fotografiaban, acariciaban nuestros cuerpos y se tocaban de vernos. Mi imaginación nos situó a los cuatro en mi dormitorio y, mientras que Leo seguía relatando aquella sugerente escena, yo me llevé la mano al sexo para darme un homenaje.

¡Y qué maravilla de orgasmo que me llevé!

Esta paja sí que me apeteció hacérmela. Mi vecino había conseguido que me excitara imaginándome en una escena con él, con mi mejor amiga y con su marido, algo en lo que jamás habría pensado. Y, sin embargo, después de imaginarlo me pareció que era una escena súper excitante. Oscar y Leo a lo mejor no son la pareja ideal pero, de lo que no cabe duda, es que son perfectos para montarse una orgía con ellos. En otras circunstancias me los follaría sin dudarlo. Juntos o por separado, me da igual. Y, Merche,… Tengo con ella la suficiente confianza como para que no nos resultara extraño follar a la vez en la misma cama. Y, ahora que sé que lleva una golfilla dentro, hasta me gustaría que pasara algo para ver hasta dónde es capaz de llegar.

En definitiva, que lo de imaginarme a los cuatro follando en mi casa me puso tan cachonda que me apeteció hacerme esa paja que, además, gocé como no me habría imaginado nunca que podría.

-¿Están ahora conectados? ¿Hablas con ellos a la vez que conmigo?

-Él sí está conectado. Ella no, pero sé que ya está en casa de su amiga. La he visto llegar hace poco.

-¿Por qué no te traes a tu amigo a mi sala? ¿Crees que me pediría un show privado? Os lo haría encantada…

-Pues igual el día menos pensado te lo pide, si es que no te lo ha pedido ya.

-¡¿Cómo ya?! ¿Es que me conoce?

-Sí. Fue él quien me dijo que tenía que conocerte, que había encontrado un auténtico pivon que era espectacular. Ya te dije antes que no acostumbro a visitar este portal porque los conozco mejores. Pero tenía que curiosidad por saber cómo era la chica de la que me hablaba.

-¿Y qué te parezco?

-Que se quedó corto al describirte. Si no fuera porque, con el antifaz, no te veo la cara… Pero, por lo demás, eres increíble. Y no solo me refiero a que estés buena, que lo estás, sino a que también eres una tía salá y extremadamente morbosa.

-Pero eso solo lo dices por el espectacular plano que tienes ahora mismo en la pantalla…

-Será por eso… Entonces, ¿Qué? ¿Aviso a nuestro amigo de que estás por aquí?

-Pues, si te soy sincera, casi mejor que no. He tenido bastante por un buen rato y, además, también tengo que resolver unos asuntillos. Así que me parece que voy a dejar el ordenador por hoy.

-Claro… Que también tienes vida al otro lado de la pantalla…

Nos despedimos animosamente, tenía la sensación de que Leo se había quedado conforme con el show que le había ofrecido. Al fin y al cabo, aunque yo aprovechara la sesión para otra cosa, en el fondo verme masturbarme para él era el motivo por el que se había puesto en contacto conmigo.

Cerré la cuenta, apagué el ordenador, me quité el antifaz y me quedé pensativa. Todas esas cosas de las que me acababa de enterar que hacían Oscar y Merche tenían la relevancia suficiente como para pedirles explicaciones, por lo menos a Merche por lo había hecho en mi casa, o para plantearse ciertas cosas. La primera de todas ¿Qué iba a hacer ahora que lo sabía?

Tenía que llamar a Merche. No podía creerme que no me hubiera llamado ya para contármelo. Seguramente estuviera nerviosa porque, el episodio de exhibicionismo, se había desarrollado en mi casa y no sabía cómo decírmelo. En cualquier otra situación ya me habría llamado, compartimos este tipo de confidencias. Aunque yo tampoco le haya contado todavía que me dedico a lo que me dedico.

Entonces se me ocurrió la idea de llamarla con la excusa de que me iba a quedar en el pueblo también el fin de semana. Aunque, dicho sea de paso, conforme lo pensé me pareció buena idea. Si me quedaba iba a tener más tiempo para pensar en qué hacer con ellos y con sus aficiones secretas.

-Y tú qué, ¿Qué me cuentas? ¿Cómo ha ido la semana por mi casa? ¿Me has regado las plantas?

-Sí, ya te dije que no te preocuparas… Por aquí todo como siempre. He hecho un collar con las piedras blancas que tienes que verlo y un par de anillos a juego. No han entrado los ladrones y todo sigue en su sitio. Vecino exhibicionista incluido

-¿Qué? ¿Qué ya te has vuelto a entretener espiándole?

- Es que sigo sin saber cómo no le da ná estar ahí, en tó lo suyo, y que le importe un carajo que los vecinos le vean. ¡Macho! Que casi puedo colocarme con el olor de sus canutos de lo cerca que están las dos casas. Me tiene intrigada

-Pregúntaselo. Seguro que te contesta.

-Sí, claro… No tengo yo otra cosa que hacer nada más que ponerme a hablar con un desconocido sobre sexo.

-Podrías hacer otras cosas pero, mira, hablar no es mala idea. Igual hasta es capaz de explicarte las cosas que no entiendes de Oscar.

-¡Oscar!... Ya te contaré cuando vengas. Anoche volvimos a tener una charla trascendental y, de verdad, ya no sé qué hacer con él. Porque… ¡Bueno, que ya te lo contaré cuando vengas! ¿El lunes estás ya aquí?

-Sí. Imagino que el domingo ya dormiré en casa. Así que nos vemos el lunes.

-Que pases  buen finde. Un beso. Ciao.

¿Qué cojones pasaría anoche? Me quedé bloqueada. Ayer Merche se lo montó con Leo y sé que Oscar estuvo viéndome y, aparte, entre ellos tienen su muro que no son capaces de superar y tampoco saben que Leo está en medio de los dos... Eran demasiadas las posibilidades de follón que habían poder podido pasar anoche como para saber cuál había sido exactamente la que había pasado. Definitivamente, la decisión de quedarme en el pueblo era la opción más acertada. No podía ser bueno que nos viéramos tan pronto. Podría meter la pata sin darme cuenta y decir algo que no debiera.

-Pues nada, a seguir ganando dinero este fin de semana mientras se me ocurre algo… O a ver qué me cuenta el lunes...

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