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El hijo de los vecinos

en Trios

Después de una semana de trabajo insoportable, mi marido y yo nos disponíamos a pasar un fin de semana de relax total y tranquilidad en casa. No hacía mucho que habíamos terminado de desayunar y hacia un día esplendido para salir al jardín a tomar el sol y refrescarse en la piscina. Oscar encendió el equipo de música y salió a la terraza mientras que yo subí al dormitorio en busca de un bikini para bajar enseguida.

Entré al cuarto y me desnudé. Dejé el camisón sobre la cama y el tanga en el suelo para echarlo a lavar. Me acerqué al armario y miré por la cristalera de la habitación hacia el jardín. Oscar ya se había quitado el bañador y, desnudo también, estaba ya preparando las toallas sobre las tumbonas. Cuando me giré para volver a revisar los cajones, vi con el rabillo del ojo a alguien en el jardín de los vecinos. Volví a mirar y me sorprendió ver a un muchacho joven tumbado desnudo tomando el sol. Tardé un poco en reconocerle hasta que no me quedó lugar a dudas: era Vicente.

Vicente es el hijo de los vecinos. No le conozco en persona pero he visto alguna que otra foto suya en las ocasiones en que he estado en casa de sus padres. Ellos me habían comentado que se iban a marchar unos días fuera pero no sabíamos cuándo. Que el "pequeño Vicente" estuviera desnudo en casa de sus padres solo podía significar una cosa: que ellos ya se habían marchado y que él iba a quedarse, por lo menos, un rato. Dudo mucho que Don Vicente y Doña Concha permitieran que su hijo se paseara en cueros por la casa. Y mucho menos por el jardín.

Me quedé absorta observándole durante un rato. Había reconocido su cara por las fotos que Doña Concha tiene de él por toda la casa. Pero esas fotos no enseñaban el cuerpazo que gastaba su hijo. En serio, me eclipsó. Vicente era un joven de treinta años si no recuerdo mal, del que sabíamos por las fotos que era muy alto y muy guapo. Pero lo que no sabía es que tenía un cuerpo tan bien esculpido y modelado. Tenía definidos todos los músculos y no se le veía un ápice de grasa por ninguna parte. Y, además, guardaba entre las piernas un trofeo que era bastante prometedor. Sin lugar a dudas era un tío atractivo de esos que, si te aparecen una noche en la barra de un local, tienen garantizada al menos la primera sonrisa.

Mientras le observaba sonó su teléfono y se incorporó de la tumbona. Ni siquiera sentado se le veía una molla en la tripa. Luego se puso de pie mientras continuaba hablando y comenzó a pasear por el jardín mostrándome por completo su cuerpo aunque él no lo supiera. ¡Que culo tenía! Observé la expresividad de su rostro mientras trataba de adivinar qué podía estar diciendo. Me pareció que hablaba con sus padres, sobre todo por ese "pasadlo bien" que le leí en los labios casi al terminar la conversación.

Había conseguido despertar mi interés y, cuando me quise dar cuenta, ya mostraba signos evidentes de que espiarle me había excitado. Se me habían endurecido los pezones y yo misma me había sorprendido pasándome la lengua por el interior del labio superior de la boca en un par de ocasiones. Ya cuando había subido al dormitorio tenía el piloto encendido porque estaba dispuesta a echar un buen polvo con Oscar en el jardín pero encontrarme así al vecino, a ese vecino con ese morbazo, disparó todos los sensores. Estaba más caliente de lo que pensaba…

Abrí la cristalera del dormitorio y salí desnuda al balcón. La excusa era decirle a Oscar que preparara la cámara de fotos y la verdadera intención era llamar la atención de Vicente. No le miré ni una sola vez, aunque trataba de controlarle con el rabillo del ojo. Abajo, en mi jardín, Oscar prestaba atención a las cosas que le decía mientras que yo me encargaba de moverme constantemente, como si posara jugando con la barandilla. Quería llamar la atención del vecino y lo conseguí. Mientras hablaba con Oscar, Vicente no me quitaba la vista de encima. Se había vuelto a tumbar y, aunque llevaba gafas de sol para disimular, se delató con un par de gestos faciales, aparte de que cierto miembro entre sus piernas había comenzado a crecer considerablemente conforme yo había llamado su atención.

Volví a entrar en el dormitorio y cerré la cristalera pero me quedé escondida mirando al vecino. Sin dejar de mirar hacia mi balcón, su miembro había ido entrando en erección hasta alcanzar un tamaño que me pareció fabuloso. Seguía tumbado en la tumbona erecto hasta que, apenas unos segundo después, reaccionó instintivamente acariciándose con suavidad el paquete. Era una buena señal…

Segundos más tarde sonaba de nuevo el teléfono en casa de los vecinos.

-Diga- respondió tras varios tonos Vicente.

-hola! Soy Natalia, la vecina… ¿Con quién hablo?- contesté.

-Hola Natalia. Soy Vicente… Bueno, Vicente hijo... ¿Querías hablar con mis padres? Se han marchado de vacaciones…-

-Ah! Que… Ya se han ido, ¿No? –pregunté para terminar de establecer la coartada – ¡Claro! ahora lo entiendo…- y pasaron unos segundos antes de que nadie volviera a hablar.

-¿Qué es lo que entiendes?... Natalia, ¿Estás?- preguntó Vicente.

-…Sí, perdona… Te iba a decir que ahora entiendo por qué estás desnudo en casa con la poca gracia que eso les haría a tus padres…-

-¿Cómo sabes que…?- y se quedó callado unos segundos -…Me has visto, ¿no?-

-Si, te he visto… -comencé a decirle –Lo mismo que sé que tú me has visto a mí... Pero tendremos que guardarnos los secretos. Tú no se lo contarás a nadie ni yo les diré a tus padres cómo andas por su casa…-

-Pues… Gracias por la información- dijo entre sonrisas -¿Llamabas sólo por eso o quieres decirme algo más?-

Segundos más tarde contesté con voz suave y tono sugerente -¿Sabes que desde el transparente que nos separa es fácil mirar de un jardín a otro?... Imagino que habrás oído lo que le he dicho a Oscar… Ciao!- y colgué.

No es que suela hacer estas cosas ni me comporte de un modo tan desinhibido con frecuencia pero lo cierto es que me pareció morboso y excitante tener a un voyeur observándome mientras jugaba sexualmente con mi marido. Y, el hecho de que Vicente fuera ese voyeur, me excitaba más todavía. Esa mañana yo tenía ganas de sexo y, al parecer, estaba dispuesta a disfrutar de muchas cosas nuevas.

Vicente no había dejado de mirar a mi balcón, tratando de verme a través del cristal, desde que le había dicho que era yo quien llamaba. Dejó el inalámbrico de nuevo sobre la mesa y se sentó en la tumbona para echar un primer vistazo al transparente que separa nuestros jardines. Estaba totalmente empalmado y mostraba evidente interés por acercarse al seto a curiosear. Era perfecto, tenía a dos hombres dispuestos a gozar conmigo y yo estaba ansiosa por hacerles gozar a ambos. Así que cerré los cajones del armario sin sacar ningún bikini y salí de mi dormitorio liándome al pecho un pareo estampado en colores vivos muy transparente que suelo guardar para estas ocasiones en las que me apetece provocar a Oscar… Y hoy también a Vicente.

Oscar había puesto un disco de pop veraniego, como aquellos de terracitas de verano, y había preparado un par de chirifús de maría. Cuando me vio asomar por el salón camino del jardín se levantó para servir dos cervecitas en jarras heladas de la nevera de fuera y me recibió en la cristalera con un beso y ofreciéndome mi jarra. Acto seguido, nos sentamos en la mesita del porche y encendimos el primer cigarrito para planear la sesión de fotos.

Lo de las fotos es algo que Oscar y yo nos tomamos muy en serio aunque forme parte del juego sexual. Mi marido es fotógrafo profesional y siempre me dice que nunca encontrará una modelo mejor que yo. Así que poso, vestida por supuesto, para algunas de sus campañas. Pero, por otro lado, solemos incluir la cámara como juguete sexual porque Oscar sabe sacarme sexy y sabe sacar también a la loba que llevo dentro cuando la coge. Me pone tanto mientras me habla que me olvido hasta de la cámara y luego, cuando veo las fotos, siempre me encantan.

-¿Qué te parece… -comencé diciendo - …chica que toma el sol desnuda por primera vez?-

-Es un buen comienzo – respondió Oscar. Y, acto seguido, se levantó de la silla y me dejó sola en la mesa con mi jarra de cerveza y el chirifú.

- Eres una chica soltera, sin ataduras de ningún tipo, que está sola en casa -comenzó diciendo –tus padres se fueron ayer de viaje y, para celebrarlo, anoche saliste y te pegaste una fiesta inolvidable en la que, como no podía ser de otra manera, hubo un chico...-

Conforme Oscar metió un personaje masculino en su historia, yo ya me monté mi propia película…

El chico con el que empecé a fantasear, evidentemente, era Vicente. El vecino que debía andar en estos momentos tras el transparente espiándonos. Mientras mi marido seguía relatando y explicaba que lo de tomar el sol desnuda era, en realidad, una prolongación de las ansias de libertad que había empezado a sentir conforme me quedé ayer sola yo me iba poniendo más cachonda de pensar en Vicente. Me fumé el cigarrito tranquilamente mientras miraba hacia las tumbonas, la piscina, la ducha… En fin, disfrutando más de lo que pasaba por mi imaginación que de lo que veía realmente.

Cuando apagué el chirifú, Oscar comenzó a hablar de nuevo.

-¿Te apetece ponerte de pie? Como si te decidieras ya a salir al sol o pendiente de cualquier otra cosa…-

Me levanté y comencé a mirar hacia el jardín como si tratara de confirmar que no había nadie mirando. Incluso me permití el lujo de empezar mirando de frente al seto de Vicente desde la misma mesa para, a continuación, acercarme a inspeccionar el seto opuesto. Sabía que en esa casa no había nadie así que podía acercarme y mirar entre las hojas como si nada. Seguramente Oscar capturaría más de una buena foto teniéndome de espaldas.

Volví a darme la vuelta y conseguí mi objetivo: Tener a Oscar de espaldas al seto de Vicente y quedarme yo de frente a ambos. Desde allí mismo volví a mirar para saber si el vecino se encontraba tras el follaje o si no era así. Escudriñé centímetro a centímetro el transparente hasta que, por fin, le encontré. Estaba en la esquina que hace el muro que nos separa con la tapia del fondo de nuestros jardines. Era un buen sitio porque, en mi jardín, ese rincón coincide con la esquina de la piscina y no creo que Oscar me hiciera ninguna foto desde ahí. Así que Vicente iba a tener ángulo de visión en todo momento. Y, una vez que encontré a mi voyeur, comencé con mi juego de seducción…

Me fui acercando lentamente a la tumbona, presumiendo de mi cuerpo al andar, mirando al cielo con los ojos cerrados y los brazos muertos. Imaginaba a Vicente y a Oscar disfrutando de las transparencias de mi pareo y de mi desnudo cuerpo debajo. Oscar plasmando su excitación en los encuadres y Vicente acariciándose sin dejar de mirarme. Recordaba el tamaño de su miembro y me iba excitando por momentos. El sexo comenzaba a aflorar por los poros de mi piel y me fui dejando llevar por mi imaginación.

Me desaté el pareo de frente a los chicos pero no lo dejé caer sino que, por el contrario, lo sujete con mis manos mientras me giraba para ponerme de cara a mi casa y de costado a ellos. Extendí los brazos sujetando las puntas del pareo con las manos y apoyando el peso sobre la pierna derecha para flexionar levemente la izquierda y, finalmente, solté el pareo que cayó sobre el césped vaporosamente.

Volví a girar sobre mí misma y me acerqué a la tumbona. Justamente a la que me dejaba de frente al seto de Vicente. Que Oscar no le descubriera era importante y, a la vez, le daba un puntito más de morbo al asunto. Mi marido estaba totalmente erecto y no se separaba la cámara de la cara. Aunque, de vez en cuando, no podía evitar soltar una de las manos para frotarse el paquete por el calentón. Vicente tenía que estar igual, como un perro en celo al que solo le separa de su perra una alambrada y un seto. Fantaseaba con su deseo de poseerme y no podía evitar que los pezones se me fueran poniendo cada vez más duros e, incluso, que los primeros escalofríos me erizaran levemente el bello de los brazos.

Después de que Oscar me echara leche solar por la espalda, me acomodé en la tumbona para terminar de untarme yo la crema. Los hombros y los brazos, las clavículas, el pecho, la tripa… finalmente me di leche en las piernas y me tumbé boca arriba a tomar el sol. Era el momento de que Oscar volviera a hablar…

-Piensa en el chico de anoche –comenzó a decir –recuerda como te miraba de arriba abajo comiéndote con la mirada… como se acercó a ti mientras bailabais en la pista hasta rozar su cadera contra la tuya… recuerda su boca… esa boca que estabas loca por morder pero que no mordías… recuerda como, por fin, sentiste sus manos en tu cintura y como, poco a poco, se te acercaba por la espalda hasta encajarse contigo al ritmo de la música…-

Y siguió hablando hasta que no pude controlarme más y comencé a acariciarme los pezones. A partir de ahí fue mi imaginación la que me continuó animando a que no dejara de tocarme. Me imaginaba bailando desnuda con Vicente, tal y como describía Oscar, sintiendo como su enorme pene se clavaba entre mis nalgas mientras que sus manos me cogían fuertemente de las caderas. Luego una de sus manos iba subiendo por mi tripa hasta acariciarme el pecho y entonces sentía como me besaba el cuello. La otra mano bajaba desde la cadera hacia mi pubis y, abierta y sujetándome fuertemente la tripa, su dedo corazón quedaba a la altura justa para juguetear con mis labios superiores y mi clítoris.

Y, conforme imaginaba los movimientos de su mano, era la mía la que comenzaba a acariciarme entre las piernas…

Al otro lado del seto se escuchó un teléfono. Oscar se dio la vuelta como si intentara ver la casa de los vecinos a través del follaje y yo aproveché para mirar fijamente a Vicente. Fui abriendo mis piernas mientras que le hacia un gesto con la mano para que no se moviera y dejara que el teléfono sonara. Me acariciaba con la punta del dedo mi empapada vulva y Vicente, hipnotizado, no pudo dejar de mirarme ni se movió de donde estaba. Oscar se volvió a girar para decirme algo y, entonces, crucé mi mirada con la suya. Yo seguía tocándome, mientras aún se escuchaba sonar el teléfono de fondo, y miraba a mi marido con cara de deseo. Trataba de dejarle claro que no me importaba lo que pasara al otro lado del seto y que era el placer lo que tenía ganas de sentir y lo único que me preocupaba en ese momento.

-Vicente y Concha… - comencé a decir refiriéndome a los habitantes habituales de la casa –se han marchado ya de vacaciones…-

Mientras hablaba, seguía mirándole a los ojos y acariciando suavemente mis labios superiores.

-Me dijeron… - continué diciendo –que su hijo igual se venía para cuidar de la casa. Pero no creo que haya llegado ya. Se han ido esta misma mañana-

-Pues… si se han ido y su hijo aún no ha llegado…- comenzó a preguntarse mi marido -¿De quién es el móvil que suena en su jardín?-

Oscar tenía razones para preocuparse y era bastante probable que terminara por acercarse a curiosear a través del seto. Era una situación que había que finalizar cuánto antes porque nos estaba cortando el rollo y no me apetecía que me diera el bajón.

-Tal vez su hijo ya haya llegado - comencé a decir mientras me volvía a acomodar sugerentemente en la tumbona abriendo de nuevo un poco las piernas – Y, aunque así fuera, ¿Tú crees que va a preocuparse de los vecinos? Seguro que ni sabe que estamos aquí y, si lo sabe, tampoco creo que le importe. Además, en el caso de que nos hubiera visto, ¿Y si me diera igual que pudiera vernos?-

-Pero, ¿Y si no es el móvil del hijo?- me interrumpió mientras yo seguía hablando –¿Y si… ¡Un momento, un momento! ¡¿Qué has dicho?!- terminó diciendo mientras me miraba atónito.

-Enciéndete el chirri anda…- le dije pícaramente para zanjar la conversación -… ¿Por dónde íbamos?-.

Oscar tardó en reaccionar. No sé cuántas teorías pasarían por su cabeza durante los segundos que estuvo inmóvil pero, finalmente, captó la intención de mi comentario exhibicionista. Por eso no me sorprendió que, tras unos segundos, su mirada pasara de reflejar preocupación a manifestar una excitación extrema que se apoyaba además en la evidente erección de su paquete.

Así que, respondiendo a la pregunta que acababa de hacerle a Oscar, íbamos por el sitio exacto por el que yo quería ir. Este contratiempo del móvil de Vicente había sido, en realidad, el pie perfecto para calentar un poco más la situación.

Oscar, después de pasarme el chirifú, había vuelto a coger la cámara y se movía por el jardín buscando un nuevo encuadre desde el que empezar a disparar y Vicente seguía oculto al otro lado del seto, pendiente de mí. Necesitaba volver a ponerme a tono y, con la ayuda de un par de caladitas, recreé mentalmente todo lo que estaba pasando esa mañana. En unos pocos segundos había conseguido recuperar el grado de excitación que tenía antes de que el móvil nos interrumpiera.

-Vamos a recrear una escena nueva –comenzó a decirme Oscar -Olvida lo de la chica que anoche se lió con un chulazo… Ahora quiero que seas tú misma, mi mujer. Estás desnuda en el jardín… tumbada y con el calentón… y alguien te observa-

-¿Pero sé que me está viendo o no lo sé? –pregunté.

-mmmmmmm… ¡Lo sabes! –afirmó con lascivia -Si actuaras como si no lo supieras seguiríamos igual que hasta ahora ¿No crees?-.

-¡Vaya!...- dije a media voz, utilizando una declamación muy picarona –así que te apetece ver cómo me exhibo para otro…-

-…Me pongo muy malo sólo de pensarlo…-

-En ese caso… Imaginemos que hay alguien al otro lado del seto y que sé que me está viendo…-

Me tumbé boca arriba en la tumbona adoptando la posición habitual de tomar el sol: brazos estirados a lo largo de los costados, ojos cerrados y cabeza erguida para no hacer pliegues en el cuello. Permanecí en esa postura durante algo de tiempo para que Oscar pudiera encontrar el lugar desde el que comenzar a hacer fotos y, cuando oí tres o cuatro veces sonar el disparador, yo también empecé a dispararme.

Me incorporé de un sobresalto de la tumbona y miré fijamente al seto, como si hubiera escuchado un ruido. No dudé ni un segundo en mirar justo al sitio en el que Vicente se ocultaba. Formaba parte del juego…

-¿Está ahí? –me preguntó Oscar lascivamente -¿Ya le has visto?-

Asentí apretando y humedeciéndome los labios mientras continuaba mirando a Vicente –está justo ahí… -le dije entre susurros.

-¿Y qué vas a hacer ahora? -.

-Dejarle que siga mirando… -.

Volví a tumbarme de nuevo y me llevé la mano a la boca para chuparme los dedos. A continuación la deslicé hasta mi entrepierna y posé los húmedos dedos sobre la capucha del clítoris, justo donde me había quedado antes de que sonara el móvil de Vicente.

Abrí las piernas y bajé los dedos a la boca de la vagina para empaparlos en mis fluidos y que me lubricaran el clítoris. Me lo acariciaba con suavidad, manteniendo los ojos cerrados y mordisqueándome el labio. Me estaba poniendo muy cachonda por el roce de mis dedos y por estar exhibiéndome para el vecino con el aliciente añadido de que mi marido no lo sabía. Sin querer, se me fue acelerando tanto la mano que a punto estuve de perder el control y terminar antes de tiempo. Pero, casi milagrosamente, pude controlar la situación y darle una vuelta de tuerca más a la maravillosa experiencia que estaba empezando a gozar.

Abrí los ojos mientras iba ralentizando el movimiento de los dedos y miré fijamente a Vicente, que seguía oculto tras el seto. Coloqué los dedos índice y anular a ambos lado del clítoris y los separé para abrirme del todo los labios. Luego el dedo corazón fue cayendo lentamente hasta posarse sobre mi perla y, a la par, volví a morderme la boca. Finalmente, y con la mano quieta, comencé a mover la cadera hacia fuera cadenciosamente mientras que, sin dejar de mirarle, jugueteaba con la lengua por mis labios.

Me fui levantando de la tumbona y, de espaldas a los chicos, di unos pasos hasta llegar al pequeño jacuzzi que, levantado sobre el suelo, tenemos en una esquina de la piscina. Apoyé mis manos sobre el poyete de obra y di un pasito para atrás para sacar bien el culo y arquear un poco la espalda hacia delante. Abrí las piernas y, desde mi vientre, deslicé de nuevo la mano para masturbarme.

Estaba empapada. Afortunadamente en esa posición no iba a conseguir perder de nuevo el control, así que podía estirarla todo lo que quisiera para que mis chicos se excitaran viéndome con el culo abierto y el coño chorreando.

Luego me incorporé y me senté sobre el poyete. Subí la pierna derecha y apoyé la mano izquierda por detrás de mi espalda en el filo para sujetarme. De esta manera, me quedaba semi tumbada de cara a Oscar y a Vicente en una postura en la que estilizaba mi voluptuosa y sugerente silueta y en la que, de nuevo, se me volvía a ver todo. Otra vez me llevé la mano al clítoris y, de nuevo, comencé a masturbarme dulcemente con la mirada fija en el seto.

Oscar continuaba con el dedo en el gatillo y disparando una y otra vez su cámara de fotos. De vez en cuando se la separaba de la cara y me devoraba con la mirada. El tamaño de su miembro, por otro lado, confirmaba el calentón que tenía mi marido y me hacía suponer que, llegado el momento, el polvo que íbamos a echar iba a ser de los inolvidables. De hecho, esta experiencia exhibicionista ya lo estaba siendo. Y muy excitante, además.

No cabía duda de que era sexo el idioma que hablaban nuestros cuerpos. Por eso no me sorprendió nada que, con tono lascivo, Oscar iniciara conmigo una breve conversación que se mantendría, en todo momento y por parte de los dos, en ese clima de lascivia y lujuria que habíamos provocado.

-Me encanta cuando te pones tan golfa… -.

-…¿Te gusta que me exhiba? ¿Qué me masturbe para un mirón? -.

-…Me excita imaginar que eres así de zorra… Que disfrutas tanto provocando como para que no te importe terminar por correrte delante de quien sea… -.

-mmm… Me gusta… -.

Nos callamos momentáneamente. Oscar no puedo evitar llevarse la mano a la polla y yo continué acariciándome el clítoris hasta casi volver a perder el control. Se me fue acelerando el dedo y había empezado ya a recostarme un poco más. Mientras había sido capaz de mantener los ojos abiertos había tenido controlada la situación pero, la primera vez que los cerré, me di cuenta de que tenía que frenar un poco. Así que volví a hablar.

-En tus fantasías, cuando soy así de golfa y me exhibo… ¿Ante quién lo hago?... ¿Desconocidos o conocidos?... -.

Oscar dudó un instante antes de responder, como si no tuviera claro si su respuesta podía herirme o no. Así que me incorporé del poyete del jacuzzi y me dirigí a la escalera de obra de la piscina, que se queda justo de frente al escondite de Vicente. Apoyé el culo y el muslo derecho sobre la barandilla de aluminio y dejé caer la mano izquierda para seguir acariciándome, esta vez de nuevo con más suavidad, sobre el clítoris y los labios superiores.

-…Hay de todo… -comenzó a responder por fin –unas veces son conocidos y, en otras ocasiones, imagino escenas en las que estamos rodeados de desconocidos… -.

Dejé que un breve silencio sirviera para que, en la mente de Oscar, se dibujara alguna de esas fantasías y aproveché para meterme en el agua metida en mi papel de provocar a ese mirón "imaginario" que se supone que había detrás del seto. Mi marido se echó la cámara a la cara y volvió a disparar conforme yo comenzaba a bajar los escalones.

Al sentir el agua en los pies se me erizaron aún más los pezones. No estaba fría puesto que la piscina no es demasiado grande y estaba dándole el sol desde primera hora de la mañana pero, esa sensación del tacto con el agua, es lo que tiene.

Terminé de entrar en el agua y me di un chapuzón mojándome incluso la cabeza. Luego me dirigí de nuevo a los escalones y me senté justo que en el quedaba a ras del agua. Para que os hagáis una idea, en ese escalón, al sentarme, el agua se queda por encima del ano pero por debajo del coño.

Estaba sentada en los escalones al sol y las gotas de agua le daban un brillo especial a todo mi cuerpo. Me acomodé apoyando un brazo sobre un escalón superior, me abrí de piernas y, de nuevo, empecé a acariciarme.

-Le tengo justo enfrente –comencé a decir –Me imagino a mi mirón justo ahí, al otro lado del seto. No puede quitarme el ojo de encima y sabe que le he descubierto. Pero no me importa… Me excita imaginarle ahí, tan cerca pero a la vez tan lejos, en un lugar en el que se mira pero no se toca… -.

-¿Es un conocido o un desconocido? -.

-…Es el hijo de los vecinos… -.

-…¿Y vas a masturbarte hasta correrte imaginando que te espía el hijo de los vecinos?... -.

-…Estoy ansiosa por hacerlo… -.

-mmmmm… me encanta!... -.

Sentada en los escalones de la piscina había llegado el momento de perder el control por fin. Los dedos de mi mano izquierda comenzaron a juguetear entre mis piernas estimulándome el clítoris y la mano derecha comenzó a acariciarme de un modo casi autómata por toda la piel.

Oscar, a mi izquierda y separado unos metros, no hacía más que encuadrar y disparar una y otra vez. Enfrente mía, a unos diez metros y oculto tras el seto, estaba Vicente que no dejaba de mirarme y de tocarse. Podía ver entre el follaje el movimiento de su brazo…

Mi mano derecha bajó a abrirse hueco entre las piernas y me coló un dedo en la vagina. Empecé a moverlo, sacándolo y metiéndolo, y el consiguiente movimiento del resto de la mano provocó pequeñas olitas en el agua que, al chocar contra mi culo, aumentaban mi excitación.

Los movimientos de ambas manos eran cada vez más eficaces y persuasivos. Estaba tan desatada que me costaba mantener la mirada clavada en la de Vicente, no podía evitar cerrar los ojos de placer lo mismo que tampoco podía evitar que se me fuera cayendo la cabeza poco a poco hacía atrás.

Comencé a gemir y me aventuré a meterme el segundo dedo. Mis fluidos me tenían perfectamente lubricada y la penetración fue cuestión de décimas de segundo. Y continué masturbándome hasta que sentí como el clímax comenzaba a vislumbrarse a la vuelta de la esquina.

Hice un esfuerzo por levantar la cabeza y mantener la mirada en el seto y continué dándome caña con las manos. Finalmente mis gemidos se convirtieron en gritos orgásmicos y, totalmente desinhibida, aullé a todo el vecindario el orgasmo que estaba gozando.

Silenciosamente continué disfrutando del orgasmo y de todos los escalofríos que me recorrían el cuerpo hasta que, pasados yo diría que unos minutos, pude recuperar un poco el aliento.

Oscar continuaba totalmente erecto y no había dejado de disparar durante toda mi paja. No cabía duda de que, por su parte, la mañana aún no había terminado. Así que, en vista de que la experiencia estaba siendo de lo más satisfactoria, decidí que todavía podíamos sacarle mucho más jugo antes de darla por finalizada.

-…¿Te ha gustado?... –le pregunté.

Asintió con ese gesto tan suyo de sacar un poco el labio inferior de la boca y mover la cabeza varias veces como si manifestara una satisfacción plena. Me levanté de los escalones y regresé a sentarme en la tumbona para encenderme un cigarro.

-…Pues… ¿Sabes qué?... Que me ha gustado eso de que me espíen… -.

-¡Ah!... ¿Si?... –contestó.

-Si… -volví a decir -…tanto que hasta he deseado que Vicente estuviera de verdad detrás del seto… -.

-Con los gritos que has dado no me extrañaría que, ahora, nos estuviese mirando si estuviera ahí… -.

-…¿Te gustaría que me acercara al pasillo a ver?... -.

-¿Irías? -.

Y, sin mediar palabra, me levanté de la tumbona y eché a andar hacia la portezuela que une la parcela de los vecinos con la nuestra. Por supuesto, sin dejar de mirar y de sonreír pícaramente a Oscar que, en seguida, captó mi atrevimiento y volvió a coger la cámara de fotos.

Abrí el pequeño cerrojo de la puerta metálica y, desnuda, crucé para entrar en el jardín de los vecinos. Acababa de dar comienzo otra experiencia más para esa mañana de sábado. Una experiencia en la que, finalmente, íbamos a estar los tres de verdad y que ya os contaré más adelante. Si queréis…

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