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Dunacallada IV - La revelación de Natalia

en Autosatisfacción

El muro de @Dunacallada ya se había convertido en Sodoma y Gomorra hasta tal punto que la aplicación había dejado de pagar por las fotos “subidas de tono” que se colgaban, porque ya eran la tónica habitual. Al principio a la gente se le cortó un poco el rollo, es muy goloso el dinero. Y, precisamente por eso, ese fue el momento que aprovechó @Dunacallada para informar a sus usuarios de que existían otras formas de ganar dinero. Aquí ya se empezaba a hablar de la venta de datos. Y se quedó mucha gente, seguía habiendo más de una treintena de usuarios dados de alta en la aplicación de los cincuenta que, en esos momentos, debía haber en la playa.

@Dunacallada comenzaba preguntando por datos básicos: dirección postal, dirección de correo electrónico. Aquella información que, en un momento dado y por unos eurillos, a nadie le importaría que se vendieran a ciertas multinacionales. Y luego, para la gente que era más curiosa, se empezaba a hablar de datos más serios: el número de teléfono, del documento de identidad. Algunos osados, no más de un total de seis personas, ya sabían que el contenido sexual también podía ponerse en venta.

Al noreste de la playa, a los pies del cerro por el que arranca el camino que lleva a Cala Lirio, había un grupo de amigos: tres chicos y dos chicas. Se habían acomodado junto a una oquedad que hacía la pared y en la que, apoyando un par de troncos de pitas de las que habían por todo alrededor del camino que llevaba a la playa, se podía construir un refugio bastante espacioso.

Y eso era precisamente lo que habían hecho.

Después de apoyar tres troncos, y afianzarlos clavando bien sus bases en la arena, y de anudarles, extendidos y bien estirados, un par de pareos de colores estampados que hacían las veces de parapeto, habían metido dentro del refugio sus mochilas y dos de las tres neveras que habían traído. Fuera, bastante cerca, habían plantado también un par de sombrillas, bajo las que estaba la tercera nevera, y habían colocado sus toallas. Habían montado un campamento como para pasar cómodamente todo el día e, incluso, también la noche.

Patri estaba con el Guru y con Inda charlando de pie en la orilla de la playa, con los pies metidos en el agua. Víctor, por su parte, estaba tratando de hacer que Natalia saliera del refugio, en el que se había parapetado.

- Que no te empeñes, que no me pienso mover de aquí. Con todo lo que te he contado parece mentira que no me entiendas...

Natalia traía una historia en su mochila de la que aún no se había repuesto: hacía un año que había roto con su novio de toda la vida por una deslealtad. Él había exhibido una foto íntima de ella por medio de Internet contra su voluntad. @Dunacallada era, por tanto, el mismísimo infierno.

- Hay un puto satélite ahí arriba vigilando cada uno de nuestros movimientos -continuó diciendo-. No me da la gana de exhibirme, ni vestida ni desnuda, en una playa que se ha convertido en un puterío y que nadie piense que estoy formando parte de esta orgía.

- ¿Quieres que nos vayamos?

- ¡Tampoco! Porque, ni quiero joder el plan de playa tan chulo que nos habíamos montado, ni voy a dejarme vencer por un puto satélite.

- ¿Le vas a plantar cara?

- Sí. Pero no sé cómo todavía.

- ¿Peleas sola o quieres ayuda?

- Tengo que centrarme y eso solo puedo hacerlo yo sola. Vete con esta gente, que estaré bien. En serio...

Víctor y Natalia había conectado de una manera casi perfecta desde el día que se reencontraron, tres años atrás. Él había sido su paño de lágrimas tras la ruptura sentimental y, previamente, cuando Natalia aún estaba con su novio, era el espejo en que encontrarse a sí misma: un alma gemela.

Víctor supo que Natalia quería quedarse sola realmente y no insistió. Conforme ella le dijo que se marchara, sin decir palabra, esbozó su particular sonrisa que, sin ser bonita, a Natalia le parecía graciosa, y se puso de pie para alejarse de la puerta del refugio en busca de los otros tres, que estaban unos metros más allá a la orilla de la playa.

- ¿Qué le pasa ahora? -preguntó Inda cuando Víctor llegó con ellos.

- Que tu primo le hizo daño de verdad -le respondió.

- Que le hubiera denunciado. Ya le dije que lo que había hecho era un delito y lo que podría pasar. Si no llegó a tanto y quiso perdonarle entonces, que apechugue y perdone del todo.

- Tiene que perdonarse ella misma...

- Me lo lleva diciendo mi primo desde hace un año. Se equivocó y lo reconoce, pero ha aprendido la lección de esta experiencia y la ha trascendido. Y no sabes las ganas que tiene de que Natalia también lo haga. No es el mismo tío, Víctor, hazme caso. Ahora mismo no volverían a ser pareja, saben que es imposible, pero podría ser el mejor apoyo para que Natalia supere todo esto.

- Es cosa suya...

- Hablas igual que mi primo.

Mientras el grupo hacia en la orilla la terapia en su lugar, Natalia seguía escondida dentro del refugio y con el móvil como escudo. Tenía abierta la aplicación, su perfil estaba casi en blanco, ni siquiera se había hecho foto, y curioseaba el muro y las opciones de las que disponía.

Emily, la rubia de la gorra de Ferrari que había despertado la libido de la playa con su foto desde el cerro, tenía una chispa especial en su caracter que enganchaba. Tenía una simpática inteligencia y extroversión que a Natalia no le pasó por alto, sino todo lo contrario: le caía bien aquella chica, se quería sentir identificada con ella a pesar de sus miedos.

Tras darle un par de vueltas, Natalia encontró la excusa con la que enviarle un mensaje privado a Emily. Aprovechó una de sus publicaciones más pícaras para, sin rodeos, preguntarle si no le daba miedo que, imágenes así, estuvieran tan cerca de estar en todas partes.

- No lo están -recibió por respuesta-. De hecho, están justo donde yo quiero que estén. Dentro de mis límites...

- ¿Cómo puedes estar segura? Internet no deja de estar de por medio.

- Me lo han demostrado. ¿Quieres verlo?

- ¿Demostrado? ¿Cómo? A ver...

Al cabo de unos segundos Natalia recibió el aviso de un nuevo grupo de whatsapp. Al abrirlo, se encontró con tres usuarios: ella, Emily y @Dunacallada.

- Pregúntale lo que quieras y pídele lo que quieras: vídeos, imágenes, contratos... ¡Lo que quieras! Todo son facilidades y seguridad. Tanto que me va a dejar que haga un reportaje informativo sobre él cuando todo esto termine, ¿Verdad que sí?

- Vas a romper las audiencias -respondió @Dunacallada.

- Pues no quiero que se me vea ni una sola vez -dijo Natalia.

- Sin problemas -le respondió de nuevo el administrador.

Al cabo de unos segundos, Natalia recibió en el móvil un vídeo. Era una pantalla partida en dos verticalmente, de manera que se dividía en dos lados, uno junto al otro. En el de la izquierda se veía una imagen general de la playa, con todo lo que había. A la derecha, en cambio, estaba borrado el refugio y el grupo de Natalia.

@Dunacallada empezó a dar sus explicaciones sobre seguridad y complicidad con sus usuarios. Era realmente asombrosa. No se trataba solo de cómo estaban de protegidos los datos dentro de su red sino, además, del completo sistema de seguimiento una vez que, el usuario, decidía comenzar a dejarlos salir. La aplicación estaba preparada para ofrecer al usuario, al momento, la situación física de sus datos, cualquier ordenador del mundo en el que estuvieran y se hubieran grabado. También ofrecía imágenes y explicaciones de los contratos que se firmaban para que los datos llegaran hasta allí. Y, siempre, se mantenía la misma cláusula. “El usuario podrá borrar su información siempre que quiera y sin explicación previa”.

Era convincente, Natalia no le encontraba la fisura a pesar de haber intentado poner todos los peros que se la habían ocurrido. Incluso @Dunacallada le ofrecía opciones en los que ni ella misma había pensado y que, desde luego, eran interesantísimas.

- Así que, definitiva se trata de que me fíe de ti -le dijo Natalia.

- Ya estás viendo que yo me he encargado de todo lo demás.

- Tú lo que tienes es muy buen piquito.

- Y una honestidad acojonante...

- No sé yo...

- ¿Me dejas que te sorprenda sin que me denuncies?

- A ver...

Pasaron unos segundos antes de que apareciera el siguiente mensaje en su pantalla.

- Si aceptas, voy a proceder a hacerte un ingreso de 150.000€ en tu cuenta en concepto de fianza. No solo podrás denunciarme si me salto alguno de nuestros acuerdos sino que, además, te quedarás con el dinero sin dar explicaciones. Te paso ahora contrato con todos los detalles... Parte de ese dinero se descontará de tu hipoteca de manera que, en el próximo recibo, quedará cancelada sin gastos ni comisiones. Esa parte es para ti cuando tengas que devolvernos la fianza y, del resto, los intereses también son para ti. Insisto, ahora te paso el contrato con todos los detalles. ¿Aceptas?

Natalia seguía sin encontrar fisuras y aceptó. Después de verse el vídeo contrato que @Dunacallada había preparado y en el que quedaba claro que, en todo momento, existía la seguridad de que sus imágenes permanecerían en custodia de la aplicación, y siempre a su propia disposición -de Natalia-, y que existía también seguridad de que, de @Dunacallada hacia el resto del universo, ella no estaba allí, comenzó a relajarse. Seguía dentro del refugio pero empezaba a guardarse las uñas.

Era un momento trascendente. Natalia se encontraba confiando su intimidad a alguien con la misma confianza con la que se entregó a su última pareja: que le falló. Y, ahora, lo estaba haciendo de nuevo.

- No es culpa tuya que él te fallara. No tienes que culparte de haber confiado en él. Fue él quien tomó la decisión de traicionarte, tú siempre estuviste donde querías estar.

- ¿Cómo sabes eso?

- A lo largo de nuestra charla has ido aceptando una serie de cosas sencillas que me han permitido saberlo. Entre la información a la que yo tengo acceso y la que, por ejemplo, has ido compartiendo en Facebook, se pueden atar cabos .

- ¿Facebook? ¿Qué he colgado yo en facebook que pueda llevar a saber que mi ex ruló por internet una foto mía que no debía?

¿Podéis creeros que @Dunacallada lo demostró con imágenes? Fue enlazando capturas de publicaciones, comentarios de aquí, de allá, de unos y de otros y, quien supiera de lo que se estaba hablando, hablaba de aquel tema. Incluso llegó a ver la conversación que, hacía un rato, Víctor e Inda habían mantenido a la orilla de la playa.

Ni una jodida fisura.

- ¿Por qué me has enseñado esto?

- Porque tengo autorización para hacerlo y es una prueba.

- ¿Te han autorizado Inda y Víctor para que me enseñes esto?

- Tienen aceptada una cláusula inicial que permite compartir sus imágenes con el resto de usuarios, especialmente con los conocidos. Para los demás, tengo que pedir una autorización específica.

- ¿Me estás diciendo que, si quisiera, podría pedirte que me enseñaras lo que estaba haciendo cualquier persona de la playa en cualquier momento?

- Así es. Tú me dices qué quieres ver, yo pido permiso en tu nombre y, lo que pase a continuación, se va resolviendo siempre con educación y honestidad.

- ¿Puedo ver lo de Emily en el cerro?

- ¡¿Para qué quieres ver eso, picarona?! -Aunque llevaba sin hablar desde l principio, Emily estaba pendiente de la conversación y respondió de inmediato.

Natalia respondió con emoticonos. Primero ojos de sorpresa y sobresalto, luego cara de vergüenza y, a continuación, decenas de llantos de risa.

-Hazle “el montaje del director” -continuó diciendo Emily respondiendo a @Dunacallada- y nos lo pasas a las dos. Una cosica de siete u ocho minutos. Y, de paso, me dices cuánto vale ese vídeo en el mercado.

- ¿Desea que esta información sea visible en su perfil?

- Cuando me digas el precio...

Al cabo de un minuto de inquieta espera, en los teléfonos de las chicas se descargó un vídeo de siete minutos y medio. A continuación, @Dunacallada daba las oportunas explicaciones.

- Mover este vídeo en el primer nivel de nuestros clientes son seis mil euros para ti en cada venta. Aparte, colgarlo en la sección de vídeos de nuestro muro implica que, tres de los cinco euros que le va a costar a los usuarios verlo, son para ti. Si quieres colgarlo, claro. Para ti es un regalo. Y, para tu amiga, también.

- Deseo que esta información sea visible en mi perfil...

Automáticamente la aplicación compartió una publicación en el muro en la que informaba a los usuarios de que, por cinco euros, podían ver el vídeo de la comida de coño que le habían hecho a Emily en lo alto del cerro. Y, cuando los usuarios vieron que existía una nueva forma de hacer negocio, empezaron a tener en cuenta que, a más sexo, más posibilidades había de ganar dinero.

- ¿Te dejamos sola con el vídeo un rato, Natalia? -bromeó @Dunacallada.

- Vete a la mierda -respondió.

- No te piques -escribió @Dunacallada a continuación-. Si lo hubieras pedido para darte un homenaje, adelante, no te avergüences de reconocerlo. Ya ves que no eres la única a la que le gusta llevárselos. ¡Mira Emily! Justo lo que ibas a hacer... Tampoco eres la única que encuentra estimulante excitarse viendo el sexo de los demás...

A Natalia aquello le pareció una indirecta, algo que tenía que ver con la historia de su ex y la foto íntima. Apareció su demonio y se revolvió.

- ¡No es comparable! -contestó-. Lo hizo sin mi permiso, a un tío que yo no sabía ni que existía y soltando auténticas cerdadas por escrito sobre mí.

- Seguro que tampoco eres la única a la que le gusta que le digan cerdadas mientras folla. Así que entiendes lo importante que es, precisamente, el uso de ese vocabulario...

¡Touché! Le encantaba. Y más le cabreó. Porque una cosa era que le dijeran las cerdadas a ella y otra que las dijeran sobre ella. Pero era cierto, al fin y al cabo su ex estaba hablando el idioma del sexo mientras charlaba con otro tío sobre ella; Un idioma que ella conocía y compartía y en el que, las cosas que se decían de ella, ni eran mentira, ni eran malas. Sino todo lo contrario: una metáfora de lo que podríamos llamar “disparates de la felicidad”.

- ¡Sin mi permiso! -insistió Natalia.

- Ahí tienes toda la razón, es indiscutible. Emily me ha dado permiso para enviarte su vídeo.

“Uno a uno”. Natalia necesitaba ese tanto. La conversación se quedó inactiva durante unos segundos. Pero Emily comenzó a escribir. Natalia se quedó mirando al chivato que le avisaba de aquello mientras esperaba que el mensaje apareciera en la pantalla.

- No quería intervenir -comenzaba diciendo- porque el tema no va conmigo y ni siquiera te conozco ni te he preguntado si puedo dar mi opinión. Pero @Dunacallada me ha dado pie...

Emily está escribiendo...

- ¿Cómo que no me conoces? Si estamos juntas en la playa y estamos hablando -respondió Natalia.

- Tienes el perfil en blanco -prosiguió Emily-. Pero ese no es el asunto. Aunque tiene que ver... Le he dado permiso a @Dunacallada para que te enviara el vídeo porque le conozco. Sé cómo actúa y cuáles son sus intenciones. Y tiene bien definidos cuáles son los límites que no puede traspasar. Pero... ¿No te has dado cuenta de que nos chulea? Nos va haciendo picar para tener acceso a una serie de datos personales que, sin consentimiento expreso, se sobreentiende que aceptaríamos sin reserva. Va un paso por delante y, aunque sea con picardía, va abriendo puertas que sabe que le dejaríamos abrir.

- Mi ex abrió una puerta que yo quería cerrada.

- ¿Por qué lo hizo?

- Me da igual. Esa puerta no podía abrirse.

- Yo la he abierto porque confío en @Dunacallada y en que, aunque le sirva para hacer alguna picardía, seguro que me termina beneficiando.

Volvió a hacerse el silencio en el grupo de whatsapp. Aquellas últimas palabras de Emily la habían hecho reaccionar.

Llevaba toda su vida siendo quien los demás querían que fuera, sin ser ella misma. Primero la educación de su madre, que quería hacer de ella una princesa cuando Natalia, en realidad, se había sentido música desde el primer día que tuvo uso de razón. Luego estaban las bromas de los amigos del cole porque ella era la alta y que, para no quedarse excluida, tenía que soportar y contrarrestar con otras cualidades que si fueran del agrado del grupo... Y así desde pequeña... Lo último que le faltaba es que su novio la tratara como un trozo de carne, cuya opinión no importa, y al que se puede follar cualquiera.

Era perder cualquier atisbo de personalidad. De verdad, no ser nadie hasta el extremo más denigrante. Aceptar que nunca podría ser ella misma. Era una derrota insoportable.

Era un demonio bien gordo...

Cuando comprendió que, tal vez, su ex actuaba a favor de ella en lugar de hacerlo en su contra sintió como se le cogía un nudo en la garganta. Estaba tan acostumbrada a sentirse dirigida contra su voluntad que no había podido imaginarse siquiera que su ex fuera, a pesar de sus picardías, su cómplice.

Por primera vez en este asunto, se puso en el lugar de su ex. Y, entonces lo comprendió todo. Ciertamente, era una picardía, pero perseguía satisfacer un deseo de ella, no de él y, mucho menos, del desconocido. Reconoció otros límites en los que su ex si se había mantenido firme para respetarla y, pieza a pieza, resolvió el rompecabezas. A su manera, aunque fuera equivocándose, él estaba tratando de ser su cómplice.

Y, conforme le empezaron a aparecer en flashes los recuerdos de todas las ocasiones en las que él había sido su cómplice, no solo en lo sexual, sino en todo lo demás, que era mucho, no pudo evitar que le cayeran unos enormes lagrimones de los ojos.

Ya no había vuelta atrás en la relación, estaba claro. El modo en el que ambos gestionaron la ruptura puso en evidencia otras diferencias que, finalmente, se fueron haciendo insalvables. Ahora, como pasara con cada una de ellas, estaba llegando la lección de esta, que faltaba por resolverse: qué había significado realmente aquella foto.

Y fue algo que podía haber tenido solución. Natalia se perdonó en ese momento, mientras miraba la pantalla apagada de su móvil, por no haber sabido manejar aquella situación. Entendió que le había venido grande por todo lo que encerraba detrás y comprendió que no habría sabido hacerlo de otra manera. Que hizo lo que creía que era lo mejor, que se estaba defendiendo, que se estaba queriendo cuando, a su entender, ni siquiera su cómplice la quería.

Se sintió tan aliviada que comenzó a alternar lágrimas con sonrisas. Aunque la victoria de mantenerse firme cuando su ex violó sus límites escondiera detrás la derrota de no haber sabido manejarlo, en realidad esa derrota traía un victoria aún mas grande: Natalia había empezado a construir su personalidad antes incluso de romper con su ex y, ahora, comprendía que la ruptura había tenido que ser un paso necesario para poder seguir creciendo: un paso del que solo empezaban a quedar los buenos recuerdos y los perdones oportunos.

Encendió la pantalla, se sentía en la obligación de ser la siguiente en escribir. El último mensaje que había escrito Emily le hizo acordarse de algo que le había dicho: que su perfil estaba en blanco.

- @Dunacallada, te propongo algo -comenzó a escribir-. En vista de que parece que lo sabes todo de mí, quiero saber si mi información me describe tal y como soy. ¿Te atreverías a rellenar mi perfil por mí?

- Ya lo tengo listo.

- ¡No sé de qué me sorprendo! -emoticonos de risa-. Mándame una vista previa y, si me gusta, te dejo que la cuelgues.

Aquel ejercicio de confianza le vino bien a Natalia por dos razones: primero porque las palabras de @Dunacallada la describían tal y como ella se sentía. Había calcado su personalidad, lo que le dio un buen chute de autoestima, pero, además, por lo acertado que era hasta en los detalles más íntimos y por la forma que tenía de describirlos. Por primera vez sonrió nostálgica al darse cuenta de que, con otras palabras, @Dunacallada decía de ella en lo referente al sexo prácticamente lo mismo que su ex dijo cuando envió su foto al desconocido. Y era algo que ella daba por bueno.

- Me gusta hasta la foto que me has puesto de perfil -escribió a continuación-. Puedes publicarlo.

Al cabo de unos segundos, Emily escribió un mensaje.

- ¡Tú lo que tienes es mucho peligro! -decía.

El completo perfil que @Dunacallada había hecho de ella establecía, entre otras cosas, que Natalia era una mujer bisexual con tintes muy serios de querer ser también liberal. Tal vez no tan desinhibida como lo era Emily, pero sí con un caracter muy parecido. “Tiene, además, el síndrome del patito feo” se leía en otra parte de la descripción. “Es un cisne que vivía enjaulado en lo que la sociedad le contaba: que, por ser diferente, era menos pero que, afortunadamente, empieza a darse cuenta de la verdadera hermosura de su plumaje y, por fin, se está animando a enseñarlo sin miedo”.

- Me están entrando muchas ganas de que nos conozcamos -terminó de poner.

- Para eso tendré que salir de mi escondite y, para salir como quiero hacerlo, voy a necesitar mi tiempo. A solas...

- Vale, pues tu avisas -contestó Emily-. Porque, de verdad, me apetece conocerte. Me das buen rollo, tú eres de las que aportan...

- Pues si supieras lo que me vas a aportar tú dentro de un momento... -pensó Natalia mientras se daba cuenta de que, lo que tenía que pensar, era una respuesta simpática para su nueva amiga.

- Pienso lo mismo de ti. Luego te lo cuento -contestó finalmente.

Se acurrucó al fondo del refugio con las piernas flexionadas y abiertas. Con una mano sostenía el móvil y, con la otra, empezó a acariciarse el interior del muslo. Había un vídeo que ver y con el que masturbarse.

Estaba vestida. Llevaba aún puesta la braguita del bikini y se cubría los pechos con un pareo cruzado que se había anudado al cuello. Había llegado a estar en topless en la playa, pero cuando apareció @Dunacallada y todo se convirtió en Sodoma y Gomorra, había decidido ponerse a salvo de ese demonio que ahora, por fin, ya había superado.

Pero tenía más...

No llevaba bien lo de estar desnuda delante de la gente. Conforme se quitaba la ropa se ponía cachonda y no sabía manejarlo. De momento, toda la solución que tenía era la de hacerse una paja, calmar el hambre. Saciada le resultaba más sencillo controlarse. Y tenía ganas de salir de aquella tienda y disfrutar del día que habían planeado. Así que, antes de poder salir, dedo.

Con el vídeo de Emily en la pantalla, Natalia había comenzado con las caricias cerca de la entrepierna y, rápidamente, había sentido el escalofrío que le daba permiso a seguir dejándose llevar. Tras pasar los dedos varias veces, en desplazamientos suaves, los dedos cerca de la vulva que se hinchaba bajo la tela del bikini, Natalia había llevado los dedos a su vientre y, tres este, a sus pechos. Acarició su contorno, se erizó los pezones y, luego, siguió subiendo la mano lentamente para acariciarse la clavícula, el cuello y, finalmente, el nudo del pareo.

Sentía el peso de su pecho sobre la tela, el contacto de la piel contra el tejido. Sobraba. Volvió a llevarse la mano a las tetas y las recorrió de nuevo mientras se daba permiso para desnudarlas. Finalmente, volvió a llevar la mano al nudo del pareo, lo desató y se lo quitó.

Volvió a acariciarse el pecho y buscó la manera de poder soltar el móvil y seguir viéndolo. Con las dos manos a su disposición, una continuó acariciándole el pecho mientras que, la otra, se colaba por debajo de la braguita.

Estaba lo suficientemente húmeda como para meterse dos dedos en el coño con facilidad que, posteriormente, se paseaban y le oprimían el clítoris en un excitante deslizamiento. No tardó mucho en cerrar los ojos por primera vez y dejar que, en vez del vídeo, fuera su imaginación la que la llevara al orgasmo.

Se imaginó ocupando el lugar de Emily. Allí, en lo alto del cerro. Y, cuando quiso ponerle cara al hombre que le comía el coño, le puso la de su ex

- De alguna manera tendré que agradecerte que hayas sido tú quien me ha traído hasta aquí -pensó nostálgica-. Este te lo mereces, nos lo merecemos...

La mano que estaba sobre el pecho bajó a abrir los labios del deseo para que, la otra, pudiera transmitir todo su poder con intensidad. Volvió a penetrarse con los dos dedos y se buscó el punto G, Y un oportuno dedo juguetón de la mano que estaba fuera, supo como hacerle explotar el clítoris.

Ahogó los gemidos para no resultar escandalosa pero, de haber podido, habría gritado hasta llegar a sonar ordinaria. Tenía esa fuerza dentro. Se estuvo mordiendo los labios un buen rato, mientras disfrutaba calladamente del orgasmo que acababa de llevarse y esperó pacientemente a que dejaran de temblarle las piernas.

Había otro paso que dar... Pero no había prisa en darlo estando tan a gustito.

Fue regresando poco a poco a la realidad. No tuvo prisa en salir de sus pensamientos hasta que, finalmente, decidió asomarse por la puerta del refugio a ver dónde estaba su gente. Después de localizarlos, estaban prácticamente a unos diez metros, se volvió a meter para coger el móvil.

- Te recuerdo que tengo una fianza que me promete que estoy a salvo contigo y en qué condiciones...

- ¿Vas a salir? -respondió @Dunacallada-. ¿Quieres que lance unos cohetes para festejarte?

Contestó con un emoticono que saca la lengua. Luego, le escribió a Emily:

- Emily, ya sabes dónde estoy: en mi rincón, asustadilla. Vente cuando quieras y, a lo mejor, hasta soy capaz de dar un paseo por la playa contigo.

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