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Follábamos poco (IV) - Oscar

en Orgías

Mi vida sexual era lamentable. Después de cinco años casado con Merche, la rutina había degenerado tanto mi deseo que las circunstancias habituales habían perdido todo su morbo. Ya no me excitaba hacerlo con la luz encendida, por ejemplo. Molaba, sí, porque siempre mola y más en mi casa que tenemos un espectacular espejo en el dormitorio, pero no era lo mismo que al principio de nuestra relación. Y, a eso, había que sumarle que, para llegar a un polvo con la luz encendida, hacía mucho tiempo que el punto de partida estaba en los dos con el pijama puesto y viendo la tele. Una situación muy poco excitante como os podréis imaginar, al menos para mí.

Cuando le propuse a mi mujer hacer realidad las ideas que me rondaban y que podrían hacer más interesante y frecuente nuestra vida sexual, a punto estuve de provocar un terremoto matrimonial. A Merche no le pareció nada interesante ni montarse un trío, ni follar con otra pareja en casa, ni mezclados ni por separado, no estaba dispuesta a practicar cibersexo y, ni mucho menos, a follar a la vista de los vecinos. Lo único bueno que tuvo aquella noche es que, después de la bronca monumental, terminamos echando un polvo de los que aún nos transportan a polvos pasados y que fue extremadamente placentero.

Pero a la mañana siguiente regresamos a la cruda realidad y la noche de lujuria y desenfreno se perdió rápidamente como un grato recuerdo del pasado que parecía ya lejano.

Encontré mi vía de escape en internet. Era asiduo a los chats antes de conocer a Merche y, cuando empezamos a salir, una noche incluso estuvimos tonteando con un chaval de nuestra misma ciudad al que estuvimos a punto de invitar a venir a casa. Es una costumbre que no he perdido aunque tengo que reconocer que, con el paso de los años, ha ido desviándose del inocente chat adolescente-juvenil al pendenciero, pícaro y pornográfico chat del maduro insatisfecho.

Después de pasar por diferentes etapas y de aprender mucho con el paso de los años, llegué al que pensaba que sería mi último peldaño: exhibir fotos pornográficas de Merche. Tengo cientos de fotos del estilo que le he ido haciendo a lo largo de nuestros años juntos y me encanta compartirlas, sin que ello signifique que no tome precauciones y no tenga también mis propias normas para  hacerlo. Mi interlocutor será siempre un tío casado, una pareja o una mujer que haya podido demostrarme de manera fehaciente que, las fotos que también van a compartir, son estrictamente personales. Luego acostumbro a enviar fotos de la misma temperatura sexual que las que recibo. Incluso me gusta rebuscar entre las fotos de Merche para enviar una en la que esté en la misma postura que la recién recibida.

Compartir esas fotos despertaba mi imaginación y, frente al ordenador, era capaz de imaginarme haciendo con Merche las cosas que ella no quería hacer conmigo. ¡Cuánta gente maja habré encontrado con la que, en otros tiempos, habríamos encajado perfectamente para cometer una locura!

La realidad era bien distinta y, entre Merche y yo, existía un agujero tan grande que empecé a temer en la posibilidad de que ella terminara por buscar en otra cama lo que ya no encontraba en la suya propia. Incluso, hace poco, empecé a obsesionarme cuando, por culpa de la crisis, me dijo que iba a irse a trabajar a casa de una amiga y empezó a llegar cada vez más tarde. No había noche que llegara a casa antes de las diez y cuarto y, un día, terminé por reventar.

No le monté un pollo pero sí que insistí en lo extraño que me resultaba que llegara tan tarde a casa. Aquella noche, además, traía el pelo algo revuelto y algo en ella me decía que venía de tener sexo.

Ella juró y perjuró que pasaba las tardes en casa de Marta y que las pasaban trabajando. Se conocían desde la universidad y, aunque era normal que Merche me la nombrara con familiaridad, lo cierto es que yo la había visto apenas diez veces en estos años. Habían mantenido la amistad a pesar de tomar caminos diferentes y, meses atrás, habían vuelto a reencontrarse en un taller de manualidades, por el que habían decidido montar la tienda.

-Sabes que, antes de ponerme los cuernos, puedes traerte a quien sean a casa si cuentas conmigo. Te lo he dicho mil veces –le dije en un momento de la conversación en el que era oportuno hacerlo.

Sus ojos la delataron. El gesto que puso era que algo había pasado, la conocía muy bien. Se puso nerviosa y, aunque consiguió darme argumentos razonables para creerla, lo cierto es que me quedó dentro un resquemor que no me permitía bajar la guardia. Aquella noche volvimos a echar un polvo de los “de antes” y eso me hizo dudar más. Así que pasé aquel fin de semana dándole vueltas a la cabeza y tratando de sonsacarle toda la información que fuera posible a ver si encontraba alguna fractura que investigar. 

El lunes siguiente Merche volvió del trabajo más temprano y con una noticia, que el viernes íbamos a cenar con Marta en su casa. No dio razones especiales, simplemente me dijo que hacía tiempo que no nos veíamos y que habían organizado la cena para ponernos al día, salir de la rutina y pasar un ratico juntos. Me pareció buena idea. Imaginé que tenía algo que ver con el ambiente enrarecido que habíamos vivido durante el fin de semana y con que Merche quisiera demostrarme que no me mentía. Incluso me las imaginé despellejándome entre las dos esa tarde y, lejos de enfadarme, me encantó la idea. Salir  de casa, romper la monotonía y cenar con Marta que, dicho sea de paso, me ha puesto desde la primera vez que la vi.

Yo había conocido recientemente a un tío con el que compartía fotos de Merche y con el que chateaba casi a diario. Conocía mi vida, lo mismo que yo la suya, y conocía las intimidades más profundas de mi mujer como yo conocía las de su follamiga habitual. Aquella semana la pasamos imaginando escenas en las que estábamos los cinco, el con su follamiga, Marta y Merche y yo y, aunque suene obsceno, os prometo que me pegué las mejores pajas que me había dado en mi vida. Las situaciones que imaginábamos eran tan excitantes que, mientras me pajeaba cada tarde, ya estaba pensando en las pajas del día siguiente.

El viernes estaba especialmente caliente. Me había pasado tres días imaginando orgías con Merche y Marta y, ahora que llegaba la hora de cenar juntos, con más razón me resultaba imposible sacarme aquellas escenas de la cabeza. Una vez en casa de Marta, después de las cervecitas, la cena y el charloteo trivial, mientras estábamos con las copas sentados en el enorme sofá blanco con chaiselongue que presidía el salón, lo cierto es que la conversación fue teniendo momentos en los que cabían los comentarios picarones y en los que las fui tirando sin que resultaran ni molestas ni ofensivas sino todo lo contrario, divertidas para los tres. Y, aunque yo fui el primero en hacerlo, al final las chicas también se animaron a soltarlas. Nos lo estábamos pasando de puta madre. Nos hacía falta un ratico así.

-Lo feliz que sería yo con una casa con unas cristaleras así de grandes, ¡Qué peligro!

Marta vivía en el séptimo piso de una de las Torres de Ximenez, los últimos edificios del casco urbano antes de las zonas residenciales de la ciudad que se extienden a lo largo de un inmenso valle hasta perderse casi en el horizonte y, su salón, tenía, prácticamente, dos paredes de cristal. Una que quedaba detrás del sofá y que tenía tapada con unas cortinas y otra, al fondo del salón, que daba a una terraza desde la que se veían unas vistas impresionantes del valle, hacia los chalets de los ricos.

-¿tampoco te atreverías con una como esa? –le pregunté juguetonamente a Merche mientras gesticulaba con la cabeza señalando la cristalera de la terraza –Ahí sí que es verdad que no nos iba a ver nadie…

Me miró escondiendo los ojos bajo las cejas, miró a Marta y resopló una única carcajada que no supe interpretar. Se mantuvieron la mirada unos segundos y luego, me volvió a mirar para responderme.

-Tú y tus cosas…

Aquella respuesta me pareció súper aséptica. No decía nada malo pero tampoco nada bueno así que supuse que lo más prudente era no continuar con ese tema porque podríamos terminar mal. Entonces desvié la conversación y, de alabar las cristaleras, pasé a retomar el tema de unos anillos que habían hecho y de los que habíamos estado hablando hacía tan solo un momento.

-¿Le has mandado a los de artitex el mail con las fotos de los anillos? –le preguntó Marta a mi mujer.

-¡Hostias! –exclamó Merche. Imaginé que eso era un no.

Sin mediar palabra, mi mujer se levantó del sofá y se fue en busca de su portátil que estaba en una estantería cerca de la mesa en la que habíamos cenado y en la que, según me habían dicho, era donde trabajaban cada tarde. El móvil de Marta empezó a sonar y ella también se levantó para cogerlo porque lo tenía en su dormitorio. Merche volvió al sofá con el ordenador y Marta salió del salón.

-Me vais a tener que perdonar unos minutos –dijo asomando por la puerta al cabo de unos segundos sin haber descolgado aún-. Esta llamada es importante... Merche, si tardo más de quince minutos, me avisas. ¿Vale?

Mi mujer asintió y Marta volvió a perderse por el pasillo. No tenía ni idea de qué iba aquello.

-Un follón familiar del que no puedo contarte nada –me dijo Merche-. Igual te cuenta ella de qué va ahora cuando termine de hablar…

Dejó que el ordenador terminara de arrancar sobre la mesita que había delante del sofá y me acercó el mando de la tele para que la encendiera. Empecé a hacer zapping y, mientras tanto, Merche rebuscó en sus carpetas las fotos que había dicho Marta para enviarlas por correo.

-¡¿quieres dejar de provocarme?! –le dije guasón-. ¿No ves que, con la cristalera, tengo bastante? No me enciendas también el ordenador que, luego, tengo fantasías…

No me dijo nada. Encontró las fotos, abrió el correo y envió el mail. Yo seguía con el zapping y, en uno de los canales locales de televisión, estaban echando un porno chat en vivo de esos que tienes a una pava sobándose delante de la cámara mientras que, en la parte de debajo de la pantalla, aparecen los mensajes que envían los usuarios que están viendo el canal.

Mantuve el canal en pantalla unos segundos a ver si Merche se daba cuenta y decía algo al verlo. Estaba jugando con fuego. Tanto hablar de sexo podría volverse en mi contra a tenor de las últimas broncas que habíamos tenido Merche y yo y, aunque era consciente de que podía quemarme, mi calenturienta mente me animaba a continuar por esos derroteros. Me daba igual que estuviéramos en casa de Marta y que eso pudiera provocar un bufío de Merche, estaba cachondo y me apetecía tentar a la suerte con la esperanza de descubrir si, al menos, la noche terminaría con una buena sesión de sexo con mi mujer cuando regresáramos a casa.

Merche levantó por fin la vista y vio lo que había puesto en la tele.

-Esta noche me tienes que echar un buen polvo –empezó a decirme-, porque estás cabezón, cabezón con tus fantasías… Voy a ver cómo lo lleva Marta.

Miré el reloj. Apenas habían pasado cinco minutos desde que Marta nos había dicho que la avisáramos al cuarto de hora. Merche se levantó y salió del salón para volver en menos de un minuto.

-Va para largo… -me dijo al entrar.

Se volvió a sentar delante del ordenador y, a pesar de que en la tele seguía la pava sobándose, no me dijo que cambiara de canal sino que, por el contrario, ocurrió algo que no me esperaba.

-¿a ti te gusta ver a esa tía ahí sola magreándose? ¿Te excita?

-Vale, ya lo quito…

-No, no te estoy diciendo que lo quites. Lo que te estoy preguntando es si de verdad te excita ver a esa tía…

-Hombre, la muchacha está buena –empecé a responder-. Pero, ahí sola, queda un poco triste… No habla con los del chat sino que, simplemente, es una tía delante de una cámara. Si, al menos, estuviera delante de una webcam y se pudiera interaccionar con ella pues mira…

-¿hablas con chicas por webcam cuando yo no estoy? ¿Te masturbas con ellas?

Aquella fue una pregunta incómoda que no quería responder. Si le decía que sí me jugaba la bronca y, si le mentía, igual perdía la oportunidad de seguir charlando afablemente del tema. Dio igual. El tiempo que tardé en intentar empezar a responder sirvió como respuesta. Era un sí como una catedral.

-enséñame las cosas que haces cuando no estoy –y giró el ordenador sobre la mesa para acercarme el teclado.

-¿Aquí? ¿Ahora?... ¿Y Marta?

-Aparte de que le queda todavía un rato para terminar por lo que he podido ver, si viene no creo que se sorprenda de vernos curiosear por páginas porno. Somos adultos y llevamos un buen rato con las picardías. No tendría nada de raro, ¿No?

Aquella explicación no me cuadraba. Marta debía saber la aversión que Merche sentía por el sexo por internet, seguro que le habría contado nuestras discusiones sobre ese tema. Además, ¿A santo de qué ese interés cuando, ni siquiera, estábamos en casa?

Me traicionó la imaginación y, solo de pensar en que Merche y yo íbamos a curiosear porno en internet desde casa de Marta, no pude evitar que aparecieran en mi mente oníricas escenas de sexo entre los tres. Me empalmé y, tras comprobar en su mirada que Merche me hablaba en serio, terminé por acercar las manos al teclado.

De manera casi rutinaria escribí en google las palabras claves para que me apareciera como primer resultado el portal de webcams que suelo visitar y, una vez que cargó, empecé a contarle a Merche lo que iba a ver.

-Todas estas son personas que están ahora conectadas y emitiendo… -en el listado estaba la chica que había descubierto la tarde del jueves de la semana anterior, aquella que le comenté a mi ciber colega y que estaba tan buena, y pinché sobre su avatar para entrar en su sala.

-¿Quién es esa?

-Nadie –se me disparó el pulso al escuchar la pregunta-. He pinchado al azar.

Estaba muy tenso. Moverme delante de mi mujer por las páginas que suelo visitar a sus espaldas era una situación bastante incómoda y tensa. Me había dejado llevar porque tenía un calentón de dos pares de narices pero era consciente de que, en cualquier momento, con lo poco que esto le gusta a Merche, cualquier detalle podía hacer estallar una discusión. No quería mostrarme demasiado suelto y, no sé por qué, trataba de disimular como si fuera un novato ante su primera pagina web porno.

La página de la chica se terminó de cargar. Dividida en dos partes claramente diferenciables, la mitad izquierda de la pantalla la ocupaba la ventana en la que se veía su emisión por webcam mientras que, en la mitad derecha, una ventana de chat servía como medio de interacción entre los usuarios que estábamos en la sala y la chica. No sé por qué pero no se escuchaba nada, como si tuviera cortado el audio a posta. De hecho, estaba hablando con los usuarios por escrito.

-Esto es…

-Ya lo veo –me interrumpió Merche-. Ella hablando por el chat… ¿Nos ve?

-No. Puede vernos pero, para eso, habría que verificar primero la cámara y hacerle luego una llamada privada. Eso sin contar que, lo primero que hay que hacer, es registrarse en el portal y nosotros no lo estamos y que, además, la llamada cuesta dinero.

-¡¿Tu no habrás llamado a nadie, no?!

-No. Ni de coña. Paso de gastarme ni un euro en sexo –el aplomo y la seguridad con la que le respondí fue más que suficiente para que me creyera. No le mentía.

Nos quedamos en silencio algo más de un minuto leyendo la conversación que la chica, que respondía al Nick de “secreto-inconfesable”, mantenía con varios del más de centenar de usuarios que había en la sala en ese momento.

Decía que acababa de llegar, por lo que entendí que aún llevara el salto de cama puesto junto a su inseparable antifaz, y que había preparado un show especial para esa noche. Enseguida todos empezaron a preguntarle de qué se trataba y su respuesta fue que era una sorpresa que se iría desvelando poco a poco y que, por eso, incluso había comenzado a emitir sin voz.

-Ponle que es la primera vez que veo una página porno con mi marido y que estoy muy escéptica, que a ver si es capaz de sorprenderme…

-¿Pero es que quieres verlo? –Merche me tenía totalmente perdido. Si esto no le gustaba…

-Tu ponlo –fue todo lo que respondió.

Escribí la frase a mi manera, dándole un toque de simpatía que le quitara algo de hierro al desafío que me había dictado Merche y, al pulsar el intro, me apareció el mensaje que me temía. ‘Secreto-inconfesable’ solo permitía el chat a usuarios registrados.

-Hay que registrarse para poder escribir –dije en tono desalentador con la esperanza de que Merche pasara del tema y termináramos por cerrar internet. A pesar de mi calentón, el miedo me podía cada vez más y estaba loco por escapar de aquella ratonera que olía a bronca. Antes o después, pero a bronca. Ni siquiera me resultaba ya morboso que estuviéramos en casa de Marta sino todo lo contrario, me empezaba a resultar violento y me ponía nervioso.

-¿Y tú no estás ya registrado?

¡¡Glups!!

-No, ya te he dicho antes que paso –mentí tratando de confundirla. Registrarse era gratuito.

-Pues no te entiendo. Si no hablas con ella ¿Qué diferencia hay entre esta tía y la de la tele?

-Que, aunque yo no hable, ella sí que lo hace. La de la tele solo es un cuerpo caliente pero esta, además, tiene personalidad.

-Pues precisamente por eso yo quiero hablar con ella. ¿Cómo hay que hacer para registrarse?

Apenas puse el puntero del ratón sobre el vínculo para registrarse, Merche se abalanzó sobre el ordenador y me quitó el ratón.

-Ya sigo yo…

Apenas tardó un par de minutos en rellenar el formulario. Dudó unos segundos en qué dirección de mail poner pero, por lo demás, escribió unos datos que eran medio verdad, medio mentira, en un plis plas, eligió rápidamente un Nick de usuario, “pareja_curiosa”, y empecé a observarla a ver qué hacía a continuación.

Merche regresó a la sala de ‘secreto’ y, de inmediato, probó a teclear una frase y a darle al intro para ver si se colgaba. Al comprobar que sí, empezó a contarle justo lo que me había dicho a mí. Al hacerlo, algunos de los usuarios también intervinieron y le dieron la bienvenida con alguna que otra frase picarona. Merche les respondió con su particular toque de ironía y, en ese momento, todo cambió.

De repente estaba poniéndome otra vez más caliente que el palo de un churrero. Merche parecía estar cómoda ante el ordenador y tenía para todos. Seguía hablando con ‘Secreto’ y manteniendo a raya a la sala en lo que a sí misma concernía. Tanto fue así que consiguió que el tono de la conversación entre todos pasara a ser educadamente pícaro, lo que lo hacía muchísimo más interesante.

En el escenario de mi imaginación el telón estaba ya preparado para levantarse y mostrarme a mi mujer desnuda, allí mismo conmigo al lado, mientras disfrutaba del momento. Instintivamente posé la mano izquierda en su muslo derecho y, con las yemas de los dedos, empecé a dibujar círculos que le hicieran caricias sobre la piel.

Merche se repanchingó en el sofá y se separó del teclado. Echó el culo un poco hacia delante, apoyó la espalda contra el respaldo y permaneció pendiente de la pantalla después de sonreírme como respuesta a mis caricias. Y me empezó a apretar tanto el nabo contra los vaqueros que, como no era plan de quitármelos ni de desabrocharlos, desfogué el calentón trasladando las caricias poco a poco muslo arriba con la firme intención de colar la mano entre las piernas de mi mujer. Y me fue dejando hacerlo.

Sin sacarme la mano de la entrepierna, Merche se incorporó para acercarse al teclado y escribió lo que estaba pasando. Al pulsar el intro muchos usuarios volvieron a ser maleducados y, en esta ocasión, pasó por completo de ellos. Solo mantenía conversación con ‘secreto’.

-… Lo peor de todo es que estamos en casa de una amiga que, ahora mismo, no está aquí con nosotros sino que está en su habitación ocupada pero que podría pillarnos…

-¿Qué harías si os pillara?

Qué buena pregunta le acababa de hacer a mi mujer, justo la que yo quería conocer. Por algo esta ‘secreto’ había llamado mi atención el día que la descubrí.

-Supongo que daría el repullo y trataría de disimular mientras cierro el ordenador y le pregunto por el tema que la ha tenido ocupada. Pero nos cazaría seguro por mucho que tratáramos de disimular.

-Y, entonces, ¿qué vais a hacer? ¿Parar para que no os pille o tentar a la suerte un poco más?

-Pues… Es que para una vez que mi marido está juguetón…

Como siempre, ¡La culpa del niño! Claro que, en aquella ocasión, no me importaba lo más mínimo. Esa frase quería decir que la situación le estaba excitando y que quería que siguiera. Os prometo que no la reconocía, me parecía mentira que Merche, mi Merche, se estuviera desinhibiendo en unas circunstancias que, hasta aquel momento, habían sido totalmente desagradables para ella y ahora parecían no serlo. ¡Qué cachondo me puse! Merche caliente con Marta a un par de puertas de nosotros y jugándosela a que nos pille viendo porno on line. ¿Podía estar en un sitio mejor? A mí me parecía que no.

-Aseguraos de que la oís cuando termine para que os de tiempo a recomponeros. Encontrad un ruido…

Merche se quedó pensativa unos segundos, me miró por si tenía alguna propuesta que hacerle, me encogí de hombros y, entonces, sonrió levantando el dedo. Miró su reloj y me volvió a mirar.

-Es buen momento para ir a ver qué le queda y, si no viene, le cierro bien la puerta del dormitorio. Que suena mucho cuando se abre.

Dicho y hecho. Se levantó del sofá y salió del salón. No me lo podía creer. Conforme volviera pensaba meterle mano y quitarle toda la ropa que me dejara. No sabía a qué temperatura estaba su calentón con respecto del mío pero me daba igual. Ella había abierto la caja de las fantasías y, ahora, me podían las ganas de intentar convertirlas en realidad. Lo que pasara, si es que pasaba algo, no iba a ser culpa mía.

Los segundos que pasaron desde que escuché cerrarse la puerta del dormitorio de Marta hasta que Merche apareció por la puerta me parecieron eternos. Estaba ansioso por volver a acariciar su piel y continuar por donde nos habíamos quedado.

Merche volvió a acomodarse en el sofá frente al ordenador en la misma cómoda postura que había adoptado antes de levantarse. Volví a empezar a hacerle caricias en el muslo y, en vez de dirigir la mano a la entrepierna, de vez en cuando la subía y bajaba por el brazo acercándome cada vez más a sus pechos para sentir su contorno.

Ella, en silencio, seguía mirando a la pantalla permitiendo a mis manos recorrer cualquier rincón de su cuerpo. Entonces llevé los dedos a la botonadura de la blusa que llevaba y, empezando por el de arriba, empecé a desabrocharlos delicadamente después de haber comprobado que no se oponía a que lo hiciera.

Abrí los pliegues de la blusa y el negro sujetador de encaje que esculpía los generosos pechos de mi mujer se iluminó con el reflejo de la pantalla del ordenador. Comencé a deslizar las yemas de los dedos suavemente sobre la piel del pecho y, la firmeza de aquel tacto, me dolió en los pantalones. Con la mano derecha me desabroché el cinturón y, acto seguido, la presión que sentía desapareció aunque la erección continuó doliendo y marcando exageradamente mi miembro bajo la tela de los vaqueros.

Merche seguía disfrutando de mis caricias mientras prestaba atención a lo que ocurría en pantalla. ‘Secreto’ estaba tumbada boca abajo sobre su cama, apoyada sobre sus antebrazos y con las manos sobre el teclado de su portátil y tenía, además, las piernas cruzadas en alto. Su cara quedaba en primer plano y, bajo el antifaz, sus facciones invitaban a presumirle una singular belleza. Su busto asomaba por debajo de ella escondido tras las transparencias del picardías. Su pecho se apretaba sobre el colchón y entre los brazos y, aunque en aquella posición los pezones no eran visibles porque quedaban contra las sábanas, el canalillo que se formaba dejaba entrever las deliciosas dimensiones que tenían ese par de caprichos.

‘Secreto’ había pedido a los usuarios que dijeran cuál creían que podía ser la sorpresa que tenía preparada y charlaba morbosamente con ellos acerca del cómo y del por qué de cada una de las perversas propuestas que le sugerían.

-Y, a ti, ¿Qué te gustaría que hiciera? –me preguntó Merche.

-Cualquier cosa que, a ti, te resulte excitante –contesté.

-Esa no es la respuesta que quiero. No te pregunto de mal rollo sino, simplemente, para satisfacer mi curiosidad. ¿Qué es lo que te gustaría que hiciera?

-Depende del momento… Si estuviera solo me conformaría con verla hacer lo que sea porque, en realidad, lo que realmente me excita en esos momentos es imaginarla haciendo eso mismo pero contigo. Así que, ahora que estás delante del ordenador, lo que me gusta no depende solo de ella sino que me excita mucho más lo que puedas hacer tú…

-¿Qué te gustaría que hiciera?...

Aquella caída de parpados con la que me hizo la pregunta fue la primera imagen de mis fantasías que se convertía en realidad. Tenía frente mí a la Merche con la que siempre había fantaseado. La desinhibida, la desatada,… La zorra que más quiero.

-Quiero que no digas que no sin haber sopesado antes los pros y los contras de cada sugerencia… Que estés dispuesta a disfrutar de todo lo que pueda ir pasando… Que seas capaz de hacer todo lo que te apetezca… Que te dejes llevar y que todo fluya…

Nos mantuvimos la mirada durante unos segundos y, entonces, Merche se incorporó hacia el ordenador y comenzó a teclear.

-entre mi marido, tú y el resto de los usuarios que hay en la sala habéis conseguido que me entone. Me apetece hacer cosas de las que no me daría tiempo a recomponerme si mi amiga sale de su habitación… ¿Qué me dices?...

En el chat los comentarios comenzaron a agolparse uno sobre otro animando a mi mujer a que se dejara llevar. Incluso había quien pedía una webcam para verlo. La única respuesta sensata fue la que ‘secreto’ tecleó desde su ordenador.

-Si sabes hasta qué punto le puede molestar a tu amiga que hagas según qué cosas, sabrás donde tienes que poner el límite. Y, ¿Tu marido?, ¿Él que dice?

-¿Mi marido? Mi marido ya me ha desabrochado la blusa, lleva un rato acariciándome las tetas y la polla le va a reventar en el pantalón. Eso es lo que dice…

Los “fóllatelo” y los “échale un buen polvo mirando al ordenador” empezaron a sucederse ininterrumpidamente en el chat pero, un usuario, escribió una frase que resaltaba sobre las demás.

-‘Secreto’ deberías hacer algo para que se animen y para animarnos a todos.

No hizo falta. Antes de que a ‘secreto’ le diera tiempo a moverse o a escribir nada, Merche ya había empezado a desabrocharme los vaqueros y, luego, empezó a sobarme el rabo bajo los calzoncillos mientras que seguía mirando a la pantalla a ver si ‘Secreto’ hacía o decía algo.

Mi primera reacción fue la de pegarme más a ella para que metiera la mano bien para cogerme el paquete y, a continuación, me acerqué para besarle las tetas mientras que colaba mi mano en su entrepierna para sobarle el interior del muslo acercando la mano con decisión hasta posársela sobre la vulva para apretársela dulcemente con la palma de la mano por encima del tanga.

¡Estaba chorreando!

Colé los dedos echando la tirilla del tanga hacia un lado y los mojé en sus flujos mientras le acariciaba los labios. Estaba tan cachonda que, con suma facilidad, la yema de uno de los dedos se me coló por la boca de la vagina succionada por sus contracciones. Saqué la mano de la entrepierna y se la acerqué a la boca para que me chupara los dedos. Luego deslicé los babosos dedos por su barbilla, garganta y busto hasta que, al encontrarse con el encaje del sujetador, tiraron de él hacia abajo para descubrirle el pezón. Empecé a darle mordisquitos y descubrí también el segundo. Luego la mano continuó su trayecto hasta volver a colarse en la entrepierna de mi mujer y, con la boca, seguí la tiranta del sujetador hasta el hombro para tirar de ella y dejarla caer por el brazo.

Al hacerlo, le descubrí el hombro. La blusa cayó también por el brazo y se lo inmovilizó. Merche movió la espalda para liberarse y, al darme cuenta de que lo hacía, no dudé en ayudarla a que se quitara la blusa. Y, después de tenerla así, decidí que me apetecía quitarle el sujetador y también se lo quité.

Merche no se anduvo por las ramas y, después de medio desnudarla, se puso de rodillas en el sofá y empezó a comerme la polla. Le eché el brazo por encima de la espalda y le tire de la minifalda hacia arriba para meterle mano por el culo. Es más, bastó mirarla y verla con el culo en pompa apuntando hacia la puerta del salón para imaginar cómo se la vería desde ahí. Y me puse tan cachondo de imaginar a Marta viendo a Merche de culo haciéndome una mamada que, de un tirón, le saqué el tanga a mi mujer y se lo dejé colgando a la mitad de los muslos y, luego, cambié el punto de ataque de mi mano para entrarle por abajo y comencé a masturbarla acariciándole el clítoris con los dedos bien empapados.

Empezó a gemir y, con cada gemido, encendía una nueva perversión en mi imaginación. Estaba gozando con la insuperable forma de comerme la polla que tenía mi mujer y, además, con los grados de más que, a aquella escena, le confería las particulares características en que se estaba desarrollando; En una casa que no era la nuestra, medio desnudos, expuestos a ser descubiertos, con la luz encendida, porno online en el ordenador y más porno en la tele. No hacía más que imaginarme a Marta apareciendo por el pasillo y pillándonos. Y yo quedarme mirándola sin decir nada para que, acto seguido, se desnudara en silencio en el pasillo y se uniera a la fiesta haciéndole mimos a Merche. Tenía la imaginación desbocada.

-Me vuelve loco cómo me comes la polla…

Tal y como suponía, Merche se giró para mirarme a los ojos y que yo pudiera verla como continuaba lamiéndome. La mirada con la que me mira cuando me come la polla es capaz de hacer que me corra. Es lascivia en estado puro.

-¿Estás muy puta?

Me respondió con mirada sumisa chupándome la punta de la polla.

-Deberías ir a decirle a Marta que estamos follando. Así nos dejará tranquilos o, si quieres, y ella también, se nos une a la fiesta… Yo, mientras, te preparo una sorpresa…

-¿Quieres que vaya así? –respondió emputeciendo cada una de sus palabras.

-Pregúntaselo a ‘secreto’ a ver qué te dice ella –contesté en el mismo tono.

Merche se incorporó hacia el ordenador y comenzó a teclear mientras que yo le hacía caricias en los hombros, el cuello y las tetas. ‘Secreto’ le propuso que se pusiera la blusa pero que no hacía falta que se pusiera también el sujetador. Incluso la animó a que, en lugar de abotonarla, se la atara si podía. Y, sí, se podía… Y la cintura y escote que, atada, le hacía la blusa, me reafirmó en la convicción que siempre he tenido de que mi mujer está buenísima.

-Ahora vuelvo… -y salió del salón para perderse por el pasillo a oscuras.

Conforme cruzó la puerta pegué un bote del sofá y me acerqué al interruptor para apagar la luz del salón. Luego me dirigí hacia la cortina que tapaba la cristalera grande y la descorrí. No me esperaba que la otra torre se quedara tan cerca y, de primeras, pensé en volver a echar la cortina porque, igual, era demasiado para Merche. El apartamento de justo enfrente tenía gente. Tenía las cortinas echadas y, al trasluz, se veía una luz que iluminaba tenuemente lo que debía ser el salón. El resto de cristaleras y ventanas que se veían estaban a oscuras.

-Y, en esa casa, no hay pinta de que haya mucho movimiento. El edificio está tranquilo… La dejo abierta.

Regresé al sofá y me acomodé donde estaba sentado. No había escuchado aún la puerta de la habitación de Marta y perdí la noción del tiempo. ¿Había pasado mucho desde que Merche había salido? ¿Poco? ¿Cuánto?

La música que, flojita, empezó a sonar por los altavoces del portátil me asustó. No me la esperaba. Enseguida miré a la pantalla a ver qué pasaba. En el chat ‘secreto’ acababa de anunciar que iba a conectar el sonido porque venía el principio de su sorpresa. Me había pillado desprevenido.

-¿Estáis preparados? –dijo mientras se alejaba un poco del ordenador y levantaba el brazo mirando como si se lo fuera a acercar a alguien-… Hoy me acompaña una amiga…

No me lo podía creer. Con lo buena que estaba ‘secreto’ y, encima, iba a montarse un rollo bollo. Y, para colmo, yo en casa de Marta con mi mujer totalmente emputecida. Seguro que ver aquello la iba a animar a que, antes o después, fuéramos en busca de su amiga. Lo que no me pude imaginar fue que, cuando la amiga de ‘secreto’ empezó a ser visible en pantalla, reconociera de inmediato aquella minifalda y aquella blusa anudada al ombligo.

-¡Ostias!

¡¿Qué Marta era ‘Secreto_inconfesable’?! ¡¿Y Merche?! ¡¿Qué estaba haciendo Merche?! ¡¿Qué me había perdido?! ¡¡¡Que virguería!!!

Me desnudé sin dejar de mirar al ordenador y, antes de volver a poner el culo en el sofá, ya estaba sobándome desenfrenadamente la polla. Mi mujer y su amiga estaban cachondas y acababan de dejarme sin palabras y con todas las neuronas concentradas en el rabo. Necesitaba asimilar la fantasía que estaba viviendo y, sin tener muy claro si estaba haciendo lo correcto o si no, fui incapaz de moverme del sofá y me quedé pendiente del ordenador a ver qué pasaba.

Las monedas empezaron a sonar incesantemente conforme los usuarios vieron a dos mujeres frente a la webcam y, con ellas, aparecieron los primeros comentarios obscenos en los que, directamente, ya se empezaban a pedir almejas y tijeras. Marta y Merche se reían debajo de sus antifaces leyendo los comentarios de la gente mientras que, además, Marta les animaba a que siguieran echando monedas.

-Es la primera vez que mi amiga se pone delante de una cámara –decía-, pero os prometo que viene dispuesta a hacer de todo. Si llegáis a las diez mil monedas os cuento más secretos. Que será novata pero no es una mojigata… ¿Le quito la blusa?

Aquello fue una insinuación más que una pregunta porque, al terminar de decirlo, llevó las manos a la blusa para desatarla. Al hacerlo, se abrió sobre las tetas de mi mujer sin dejarlas al desnudo y ofreció a la vista una imagen completa de su vientre y su canalillo. Merche estaba muy buena y, a ese lado de la webcam, lo estaba más todavía.

Mientras mi mujer comenzaba a juguetear con las tiras que sujetaban por los hombros el picardías de Marta, su amiga también comenzaba a sacarle la blusa por esa parte del cuerpo. Sus brazos se cruzaban por delante de las tetas impidiendo que las viéramos mientras que, lo que sí que podíamos ver, era que la blusa ya no estaba y que el picardías de Marta había caído hasta sus caderas. De nuevo aumentó el ritmo al que sonaban las monedas y subió la temperatura de los comentarios de la sala. En cualquier momento íbamos a tener a la vista esos dos pares de tetas. Los de mi mujer y los de su amiga…

Al fin pasó y, en un instante, se alcanzaron las diez mil monedas mientras que todos gozábamos con la espectacularidad de los dos bustos que teníamos en pantalla. La sala empezó a alabarlos, a alabarlas a ellas, a pedir que se rozaran los pezones…

-¿Qué le parece a tu amiga que tantos tíos la estén viendo y le digan lo buena que está? –pregunté en el chat.

-Que es un subidón súper excitante –respondió la propia Merche-. Mi marido tiene razón. Me gusta que me miren, siento que realmente atraigo y que no me he echado a perder. Me excita…

La sala empezó a confirmar que a los tíos nos encanta exhibir a nuestras mujeres y la felicitaron por animarse a disfrutar de la sensación y por estar disfrutando de ella. Y, luego, empezaron a preguntarle que dónde estaba su marido y que si también iba a ser parte de la sorpresa.

-Es mi mujer y acabo de descubrir que, ‘secreto_inconfesable’, es nuestra amiga la que andaba ocupada en su habitación –escribí-. Y, de momento, me voy a quedar a este lado de la pantalla. Tengo curiosidad por ver qué pasa ahora…

-Échame unas moneditas, cari –me dijo Merche acercándose a la webcam provocándome con sus palabras mientras acariciaba el muslo de Marta.

El chat echaba humo. Los comentarios acerca de lo morboso de aquella situación entre tres, de que la sala estaba pajeándose mirando a mi mujer, de que yo era un tío afortunado, de lo buenas que estaban las dos y las cosas que harían si estuvieran en mi lugar se sucedían a una velocidad de vértigo que, casi, hacía imposible seguir el chat y leerlos todos. Todo ese sexo sucio y escrito me ponía como una moto y, que estuviera dirigido a mi mujer y a ella le gustara que se lo dedicaran, me excitaba más todavía. Estaba haciéndome una paja impresionante pero sin perder la cabeza. Quería gozar aquel momento pero sin correrme tan pronto. Que, si pasaba, me daría el bajoncillo de después y no estaba dispuesto a consentirlo.

El sonido de las monedas que daban los usuarios continuaba sonando entre los “gracias” que decían las chicas.

-¿Queréis saber cómo descubrió mi amiga que estaba preparada para exhibirse para vosotros?

-Siiiiiiiiiiiiiiiiiii!!! –respondimos todos.

-Pues resulta que, hace unos días, se puso a espiar a mi vecino, que se pasa el día desnudo en su casa y, al final, terminó pegada a la cristalera desnuda y abierta de piernas haciéndose un dedo para que el tío la viera. Le gustó la experiencia y aquí la tenéis, probando cosas nuevas…

¡¿Qué Merche había hecho qué?! ¡¡¿Cuándo?!!

Aquella confesión, lejos de enojarme, me encantó. Reconozco que, al principio, sentí el dolor del que se siente engañado pero, en unos pocos segundos, ese dolor se transformó en morbo.

-Así que Merche se ha masturbado para el vecino de ahí enfrente y le ha gustado la experiencia… -pensé-. Interesante… Pues hoy me la pienso follar ahí también, a ver si se asoma el vecino…

Lo que no me esperaba fue que, el vecino, también estuviera en el chat viendo a “mis chicas”.

-¡Ostias! Pues… si la palabra “Ximenez” os dice algo, el vecino voy a ser yo!!

Efectivamente Ximenez significaba mucho. Era el nombre del edificio en el que estábamos. Entonces, de pronto, me vino una imagen a la mente y me sobresalté. Recordé que, la semana anterior, había estado charlando con el tío aquel de mi ciudad al que le pasaba las fotos de Merche y que, en una video llamada, me enseñó desde su casa como una tía en el edificio de enfrente se estaba masturbando en el sofá.

-¡En este sofá! –exclamé tan cachondo que comencé a pelármela con más ansia.

Entonces fue cuando reconocí el salón de Marta. Hasta ese momento no había caído en la cuenta de que, la casa que vi aquella tarde, era esta casa de manera que, mi ciber colega, no solo tenía las cientos de fotos guarras de mi mujer que le había pasado yo sino que, además, la había conocido y gozado por otro lado.

-¡Ahora entiendo el polvazo que echamos esa noche! –pensé al recordar que, ese día, habíamos discutido porque yo estaba convencido de que había estado con alguien-. Venía con el calentón por lo que había estado haciendo…

La sala estaba alborotadísima. Comentarios para mi mujer, para mí, para el que se había presentado como el vecino… Eso sin contar que, aparte, las chicas seguían acariciándose la una a la otra sin que parecieran sorprenderse ni preocuparse por las reacciones que, aquella bomba, había provocado en el chat. Merche no se inmutó. Parecía que, o le daba igual que me enterara así de lo que había hecho con el vecino, o me estaba poniendo a prueba dándome de mi propia medicina y, aunque disimulara, era un manojo de nervios al no saber cómo me podía sentar su affaire.

-Vaya par de buenas golfas que estáis hechas… ¡Me encanta! ¡¡Vecino!! ¡¡Asómate que te salude!!

Me levanté del sofá y me acerqué a la cristalera. Distinguí la silueta de un hombre acercándose a la ventana tras las cortinas y, cuando asomó entre ellas, no me sorprendió reconocerle. Efectivamente, él era quien tenía que ser. Después de saludarme, abrió también las cortinas de su cristalera. Estaba, como yo, en pelotas y no estaba solo. Sentada, desnuda en su sofá, estaba la chica con la que folló el otro día, cuando me pusieron la webcam.

Entonces vi a la chica girarse y gesticular mientras le decía algo al vecino. Me miró y me señaló que mirara el ordenador. Algo estaba pasando.

Marta y Merche habían empezado a comerse la boca y, de acariciarse, habían pasado a magrearse directamente.  Estaban las dos de rodillas sobre la cama, una frente a la otra, y sus manos subían y bajaban indiscriminadamente por todos los rincones de su piel. La espalda, el pecho, el culo, la entrepierna…

Salí del salón y, a oscuras, me dirigí al dormitorio de Marta. Aquello tenía que verlo con mis propios ojos. Abrí la puerta y allí estaban, en la misma postura que las acababa de ver en el ordenador. se detuvieron momentáneamente al verme entrar.

-Continuad…

-Chicos -dijo Marta mirando a la webcam-. El marido de mi amiga acaba de entrar y nos ha pedido que continuemos…

-Y, si escucho unas monedas –dije en voz alta pero fuera de plano-, termino de desnudarlas para vosotros…

Me acerqué a la cama para poder ver lo que pasaba en el chat y, al hacerlo,  mi mujer no tardó ni un segundo en empezar a lamerme la punta de la polla, que le quedaba a la altura de la boca. Me estaba mirando con esa mirada de la que ya os he hablado antes… Mirada de zorra.

-Te quiero –le susurré de un modo tan imperceptible que, seguramente, me entendió porque me leyó los labios, no porque me escuchara.

Le habló mi corazón. Estar viviendo con ella aquella experiencia tan desinhibida me hizo feliz. Y no porque Merche me hubiera concedido un capricho con esta sorpresa sino, en realidad, porque había sido capaz de enfrentarse a sí misma para superar sus tabúes por mí y porque, una vez superados, enseguida había querido compartir sus logros conmigo y me había preparado esta increíble noche de sexo y desenfreno. Imposible no seguir enamorado de ella.

El sonido de las monedas llamó nuestra atención y miramos la pantalla. Los usuarios estaban celebrando la mamada mientras que animaban a ‘Secreto’ a que se uniera a la acción. Y nos recolocamos sobre la cama para ofrecer una buena imagen.

Me puse de rodillas encima de la cama, de frente al ordenador y colando los pies por detrás de la almohada. La cama de Marta era chulísima. De esas de estilo japonés, pero no tan pegada al suelo, con una plataforma de madera oscura bastante más grande que el colchón que soportaba, que debía ser de metro y medio por dos metros, que se quedaba centrado sobre la plataforma y vestido, solamente, por una sábana bajera negra de raso. Las chicas, por su parte, se pusieron a gatas una frente a la otra con sus bocas pegadas a mi polla. Pero, para poder mantener las rodillas sobre la cama, estaban escoradas lo suficiente para tener estabilidad y con el culo hacia el ordenador.

Marta aún tenía el picardías sobre sus caderas y llevaba el tanga puesto. Empecé a acariciarles el culo a las dos y, en el caso de Marta, después de deslizar las manos por sus cachetes y alcanzar la goma del tanga que salía de su raja, me la enganché en el dedo y empecé a tirar de ella para quitárselo. Y cayó hasta sus flexionadas rodillas.

La tela transparentosa del picardías no permitía que los usuarios le vieran con nitidez la breva. Hice el gesto internacional del dinero con la mano y, conforme volvieron a sonar las monedas, comencé a tirar del picardías para quitárselo también. La sala quería verlo todo… Y yo también.

Cuando empecé a ser consciente y a disfrutar de tener a Marta en bolas en su cama comiéndome la polla junto a mi mujer empecé a gemir. Me entraron unas ganas irrefrenables de follarle la boca y empecé a hacerlo. La cogí con la mano por la nuca y empecé a tirar de ella mientras que yo también me iba echando hacia atrás. Y continué así hasta que se puso totalmente de culo frente a la webcam enseñándole a la sala lo empapada que tenía la breva.

Merche, que no se había movido de donde estaba, empezó a acariciar el culo de su amiga, abriéndole los cachetes y deslizando los dedos por los labios de su vulva. Me miró, miró a Marta, luego a la pantalla y, sin mediar palabra, le acercó la cara al culo para empezar a besárselo mientras seguía jugueteando con los dedos.

Dejé de jugar con Marta y me acerqué a Merche. Posé mi mano sobre la suya y, juntos, sobamos el coño de nuestra amiga. Luego le hice indicaciones a Marta para que se tumbara boca arriba abierta de piernas y, acto seguido, coloqué a mi mujer de rodillas dándole la espalda al ordenador y la abalancé para que empezara a comerse el coño de su amiga. Y, después de gozar de la oportunidad de ver su lengua rozando un clítoris por primera vez, me senté a los pies de la cama mirando al ordenador.

-Os voy a enseñar el coño de mi mujer…

No sé quién podía estar más cachondo en esos momentos; Si los usuarios de la sala por la historia que estaban presenciando, si yo por estar convirtiendo mi sueño en realidad o si, tal vez, mi mujer que, al escuchar mis palabras, no dudó en cerrarse de piernas y soltarse el botón de la minifalda para que no me costara quitársela.

Le metí los dedos gordos a la falda colándolos por las caderas y empecé a tirar de ella. La hucha de mi mujer comenzó a ser visible y, en la pantalla, los tíos me animaban a disfrutar del momento, a saborearlo.

-¡despacito pero sin parar! –escribían.

Continué tirando lentamente de la falda. La hucha pasó a convertirse en dos sugerentes cachetes que todavía estaban oprimidos por la tela justo por debajo del ano hasta que, por fin, el tejido superó el perímetro máximo y, escapándoseme de los dedos, cayó sobre los gemelos de Merche y le dejó el sexo al descubierto.

Le metí la mano por entre las piernas para sobarle la breva desde abajo y, con la otra sobre el culo, separaba los cachetes para que se viera bien. Estaba tan empapada que, tras lubricarme los dedos con sus flujos, con la mano de abajo empecé a acariciarle el clítoris y a meterle un dedo por el coño mientras que, con la de arriba también lubricada, empecé a estimularle el ano.

-Oscar, toma –dijo Marta entre jadeos.

Me alargó un consolador vibrador que, de no serlo, habría pasado perfectamente por el juguete hecho con el molde del rabo de Nacho Vidal ¡Pedazo de verga! Y, enseguida, la mostré a cámara y las monedas volvieron a sonar como una melodía erótica hipnotizante. Lo emboqué en el coño de Merche y, lentamente, se lo fui metiendo mientras que ella retorcía de gusto las caderas al sentirlo.

Estuve disfrutando del sexo con Merche como no lo había hecho en mucho tiempo. Disfrutaba sobre todo de verla gozar como lo hizo. No me importó ni el ordenador ni Marta. En aquel momento solo el placer que recorría el cuerpo de mi mujer fue el que alimentó mi excitación. Luego, ya, sí que se sumaban otros factores, como disfrutar visualmente de semejante espectáculo y del maravilloso cuerpazo de Merche. Pero fue su sexo el que enamoraba al mío.

Aquella noche tuvo un final feliz y se quedó como un agradable recuerdo en nuestra memoria. No se ha vuelto a repetir, aunque tampoco ha hecho falta. Desde entonces Merche y yo tenemos mil recursos más con los que jugar sexualmente a solas. No echo de menos ser más de dos en la cama, ella es todo lo que necesito.

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