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Dunacallada II - La primera jugadora

en Voyerismo

La Barbie americana estaba encantada con la aplicación que acababa de instalarse en el móvil. Era una chica aventurera y desinhibida de abuelos españoles, hablaba el castellano perfectamente, que había venido desde Los Ángeles a pasar unos días de veraneo en el parque. Como todos los veranos de su infancia. Esta vez era la primera vez que volvía tras un periodo de siete años en el que había ido teniendo cada vez más problemas con su estadounidense y patriota entorno por sus ideas liberales. ¡¡EEUU es tan retrógrado aún!! España era distinto, el parque más.

Sentada desnuda sobre un enorme pañuelo moruno de alegres colores y dibujos, y cubierta por una gorra roja de Ferrari, doraba su pálido y delgado cuerpo de chica rubia de ojos claros mientras leía en la pantalla del móvil una serie de mensajes sobre seguridad y protección de datos previos y necesarios a la apertura del menú principal.

Aparecían ya tres usuarios conectados: el fotógrafo y la parejilla treintañera que, hacía un rato, habían pasado por el placer sexual de Cala Lirio, y, tras comprobar que sus perfiles tenían foto, las curioseó antes de comenzar a rellenar su propio perfil.

Se hizo una foto, rellenó unos datos de inscripción y fue marcando una serie de casillas que hablaban de información que podría pasar a ser compartida. Al finalizar el cuestionario, la aplicación reprodujo un videoclip presentando el juego en el que consistía.

Básicamente era una base de datos infinita de la gente que había en la playa. Un cerebro superior, con acceso a internet, que quería hacerles pasar un día inolvidable y que hasta iba a pagarles por ello. Quien aceptaba a participar recibía un ingreso inmediato en cuenta de mil euros.

Emily supo en ese momento que la cosa era interesante. Algo que, seguramente, tenía que rozar la legalidad. Y quiso correr el riesgo.

Terminó su proceso de registro y, al instante, recibió un mensaje de su banco: acababan de realizarle un ingreso de mil euros.

La interfaz cambió por completo. La pantalla del móvil era un mapa de la playa en el que aparecía un punto por cada usuario conectado. Si pulsabas sobre ellos, se abría una ventana desplegable con tantos apartados de la descripción como hubieran seleccionado para mostrar. En la parte de abajo, un par de iconos parecían ser los accesos a un menú y al perfil personal de usuario.

En seguida se abrió otra ventana preguntándole a Emily que datos de su perfil quería que se mostraran. Seleccionó diversos casilleros y pulsó en “aceptar”. La aplicación respondió diciéndole que, en cada caso en el que le propusieran mostrar información, le pediría permisos expresos.

Y, a continuación, le propuso rellenar un test sobre gustos y aficiones.

- ¿Qué haces que no sueltas el móvil?

El chico con el que Emily había ido a la playa le llamó la atención.

- Instálate @Dunacallada del Play Store y apúntate. Tiene muy buena pinta.

- ¿Qué es?

- Si no me equivoco, una aventura alucinante.

El chico le hizo caso y se puso a trastear el móvil mientras que ella regresó a su test.

Eran preguntas de todo tipo: desde nombres de canciones y películas hasta colores y comidas. Preguntaba por los valores que buscaba en la gente, por los que utilizaba para definirse a sí misma. Tras responder tantas preguntas como quiso, tenía la opción de detener el test en cualquier momento, la aplicación le invitó a aguardar unos segundos para leer el perfil que haría de ella en base a los datos recibidos.

- “No es lo mismo libertad que libertinaje, Emily es la prueba de ello” -comenzó a leer.

Aquella descripción la calcaba a efectos sexuales a pesar de no haber respondido a una sola pregunta sobre esas cuestiones. Acertaba a unos niveles escandalosos y lo justificaba con un argumentario en el que iba intercalando algunas de las respuestas que sí que había elegido. Era un texto demasiado bien hilado que hacía creíble que, con esos datos, se pudiera trazar un perfil sexual del usuario.

Era una descripción sutil y elegante con la calidad suficiente como para que Emily se convenciera en responder que sí cuando la aplicación le propuso que, dicha descripción, apareciera visible en su perfil.

- Esto tiene la pinta que le imaginaba -se dijo Emily mientras pulsaba el botón de aceptar.

A sus veintiocho años, Emily es una aventajada cibercomercial de una revista de moda en Estados Unidos. Está acostumbrada al comercio por Internet y sus oscuros subterfugios: el terrible contrabando de información que se cuece por debajo y que, por su experiencia en el mundo de la moda, suele usarse con frecuencia para satisfacer cuestiones sexuales. El sexo es el mayor de los negocios: ahora y siempre. Esta aplicación tenía la sutileza de los tejemanejes que se hacen en Estados Unidos para burlar la falsa moral y castidad de su sociedad y sus estamentos.

En el perfil tenía un botón para contactar con el cerebro del juego, que prometía estar constantemente disponible.

- Estoy totalmente vendida, ¿verdad? -escribió antes de darle a “enviar”.

- No, no lo estás. Aunque tengo acceso a toda tu información, no la consulto sin pedirte antes permiso. Dunacallada solo sabrá de ti lo que quieras que sepa. Soy un utópico... Y tú una chica inteligente...

- ¿Qué información?

- Toda. Puedo entrar en tus perfiles de redes sociales, en tus registros en organismos oficiales, historial médico, examinarte el teléfono. Eso y, por supuesto, todo lo que, además, quieras contarme...

- Sabes que podría denunciarte por esto, ¿Verdad?

- Solo si violara tu protección de datos. No lo he hecho ni lo haré, ya te lo he dicho. Siempre con tu permiso.

- ¿Qué quieres? ¿Cuál es tu beneficio?

- El sexo. Me gusta que se produzca espontánea y constantemente. Sentirlo, gozarlo y, por supuesto, practicarlo.

- Quieres follarnos a todas...

- Entre otras cosas... Pero sí, me muero porque seas la siguiente.

- ¿La siguiente?

Emily le echó un vistazo a la playa. Aunque tenía puntos ciegos, y tras haber hecho un repaso mental de la mañana, no recordaba que, en ningún lugar de la playa, se hubiera producido un encuentro sexual. Pero era totalmente posible. Allí había mucha gente, muchas sombrillas, muchas oportunidades...

- ¿Quién eres? -Emily supuso que debía ser alguien que estuviera en la playa si su intención era de la follar.

Recibió una foto y la abrió. A continuación, el cerebro continuó escribiendo.

-Mi nombre de administrador es Dunacallada. Estoy aquí aunque no me hayas visto. Tengo permiso del fotógrafo y la pareja de Madrid para decirte que ellos sí lo han hecho ya. Esa chica ha sido la primera del día.

- ¿También te ha autorizado a que me digas eso?

- Por supuesto, y hasta a que te copie y pegue la conversación en la que le pido permiso.

Y lo hizo.

- ¿Cómo de serio es esto?

- ¿Me dejas que te sorprenda sin que me denuncies?

- Hecho.

A los quince segundos, Emily recibió un vídeo por whatsapp. El usuario aparecía, directamente, como Dunacallada como si fuera un contacto que existiera previamente en el teléfono. Abrió el vídeo y se sorprendió al verse a sí misma con una calidad de imagen nítida desde una cámara que, sin lugar a dudas, debía estar en el cielo.

- ¿Un satélite?

- Solo para nosotros... ¿Me dejas espiarte el teléfono?

- ¿Tengo otra opción? Puedes hacerlo sí o sí.

- Salvo si dices que no.

- Adelante...

Emily sabía de sobra que el administrador se iba a encontrar con unas cuantas fotos subiditas de tono que guardaba en la memoria del móvil. Tampoco le importaba, incluso daba por sentado que, en ese mismo momento, le estaban copiando todo el teléfono. Nada nuevo bajo el sol...

- Su poder oculto es el de cambiar el mundo -Emily se sorprendió cuando, al cabo de unos segundos, apareció un mensaje en su pantalla.

Era una descripción emocional e intelectual que la definía a la perfección. Como pasara con la anterior, estaba perfectamente hilada basándose en lo interpretado de sus fotos y publicaciones en redes sociales. Dunacallada también incluyó más de una de las fotos íntimas de Emily para sustentar su descripción.

- ¿Desea que esta información sea visible en su perfil?

- ¡Por supuesto!

¿Qué más daba que la gente leyera que era una tía minuciosa, tal y como se demostraba con la sesión de fotos que se hizo mamándosela a un tío? ¿Qué tía de hoy en día no se echa las pollas a la boca? Eso era lo de menos. Lo que realmente había conquistado a Emily es que se reconocía en la descripción que le había hecho @dunacallada y le sorprendía que la hubiera escrito en tan poco tiempo. Eso era software, desde luego, no era la imaginación de un tío. Sin lugar a dudas, esta aventura era muy grande. Tanto como para querer vivirla porque, además, le parecía segura. Tan segura como morbosa.

- Te permito que me digas a qué me dedico profesionalmente y que, para averiguarlo, accedas a la información privada que sea necesaria.

- Ciber comercial en “Vanities”, una prestigiosa revista de moda estadounidense. El año pasado facturaste tres millones de dolares. Con diferencia, la mejor del equipo. Tu compañera Thelma, por cierto, debería espabilar.

- Imagino que, antes o después, también me preguntarás a qué ciber macro empresas de la información le puedes vender mis datos, ¿No?

- Sí. Algo de eso hay también. Los juguetes cuestan dinero...

- ¿Por mil euros? ¿Eso es lo que valemos las personas?

- No, por mucho más. Mil euros es el primer pago por la información básica; Menos incluso de la que ya me has dado tú. Cuando se alcanzan ciertos niveles, se recompensan.

- Así que, con toda la información que ya tienes de mí, ¿mi nivel tiene un valor de?

- treinta mil euros.

- Fuck!

- ¿Quiénes son tus clientes?

- Cerpacom...

- Banca, alimentarias y químicas de Finlandia... ¿Qué interés puede tener una lavandería vikinga en mis datos personales?

- Pareces novata. ¿Qué material consumen todos los hombres del mundo?

- ¿Mis fotos de comepollas valen treinta mil euros?

 - Y si me vendieras algún vídeo sexual hoy en la playa, podrías valer doscientos mil.

 - ¿Cuánto es el máximo? Porque imagino que esos factores están delimitados.

 - El usuario que acepta todas nuestras proposiciones, se embolsa alrededor de trescientos sesenta mil euros.

 - ¿En cuanto tiempo?

 - La idea es que sea solo hoy.

 - ¿Me estás diciendo que, hoy, puedo irme de la playa con trescientos sesenta mil euros en el banco?

 - ¿Desea que esta información sea visible en su perfil?

 - ¡No me jodas! ¡¡No!! ¡Esto no! Esta gente no creo que esté aún preparada para recibir esta noticia.

 La risas de Emily llamaron la atención de Rubén, su amigo, que estaba ya rellenando el test de personalidad y se detuvo para interesarse por ella.

 - ¿De qué te ríes? ¿Con quién hablas?

 -Con el administrador de @Dunacallada.. ¿Tu venderías por trescientos sesenta mil euros toda tu información al mundo, incluido el sexo que tengas hoy en la playa?

 - ¿De qué estás hablando?

 - De esto...

Emily se acomodó al lado de Rubén, para que viera la pantalla de su móvil, y le escribió un mensaje a @Dunacallada.

 - Apunta el juguete y graba esto. ¿Hacia donde pongo la espalda para que nos veas de perfil?

 - Hacia donde quieras. Este juguete se desplaza muy rápido.

Emily se levantó de la toalla y levantó también a Rubén. Se metieron en al agua, cerca de la orilla, a media espinilla, y se pusieron uno frente a la otra. Emily con su espalda orientada al este.

 - Voy a empalmarte sin tocarte -le dijo a Rubén.

El chico no sabía de qué iba la historia pero Emily parecía ir en serio. Empezó a mirarle con una discreta lascivia y fue recorriéndole el cuerpo con la mirada, mordiéndose el labio cuando sus ojos se cruzaron con el rabo del amigo. Volvió a mirarle y empezó a acariciarse con la yema del dedo por las clavículas y, de ahí, por el pecho y el ombligo, llegar hasta el sexo. No era nada ordinaria, sino todo lo contrario, excitantemente sutil.

Repetía el truco de morderse el labio cada vez que le miraba la polla y, las veces que no reaccionó al principio, a continuación optó por reírse del pollafloja de su amigo y a subirle un par de graditos más a las caricias que se iba haciendo por el cuerpo. Cuerpo que, además, iba moviendo a discreción para resaltar cualquiera de sus escasas pero sugerentes curvas. La barby estaba buena, pero también algo delgadita. Eso sí, tenía el culito redondo y respingón y las tetas más firmes que os podáis imaginar. Perfectas en su talla ochenta y cinco.

Rubén empezó a reaccionar cuando, en los dedos de Emily, vio hilos de flujos vaginales.

Emily se volvió a llevar la mano a la entrepierna y, esta vez sí, se abrió los labios con un par de dedos y con el dedo corazón, comenzó a estimularse el clítoris. Se mantenía erguida, disimulando para toda la gente que hubiera a su espalda. Pero, frente a ella, por detrás de Rubén, había otros dos chicos mirándola.

- Daría lo que fuera porque esos dos vieran ahora mismo que, lo que deseo, es que te vean comiéndome el coño. ¿De todas las cosas que tú me harías, cuál te gustaría enseñarles?

Infalible. Conforme Rubén puso en marcha la imaginación, la polla se le puso tiesa como un palo. Entonces, Emily se avalanzó sobre él, lo abrazó con un solo brazo mientras que, con la otra mano, le cogía el rabo, oprimiendo sus cuerpos. Le besó en la boca, sonrió y, cogiéndole de la mano, le llevó de nuevo hacia la toalla. Y cogió el móvil.

- ¿Cuánto vale ese vídeo?

- Tres mil para ti, dos mil para él.

- ¿Tiene sonido?

- Si yo te contara como te pondría para que te vieran esos dos...

- ¿Me lo mandas al whatsapp?

Al cabo de tan solo unos segundos lo recibió. Le echó un vistazo y casi se escandalizó de la resolución que tienen las cámaras satélite de hoy en día. Se lo pasó a Rubén para que lo viera y seguía sin entenderlo o, tal vez, sin querer entenderlo.

- Hablo de que estamos participando en algo que mueve muchos millones de euros y que trafica con la intimidad de las personas -entonces, Emily miró al cielo-. Me estás oyendo, ¿Verdad? -y alzó el brazo con el móvil en la mano.

- Pensaba que nos estábamos cayendo bien -leyó en su pantalla de whatsapp.

- No eres tú el problema, sino Cerpacom y todas las demás -comenzó a teclear-. Tu puedes cumplir escrupulosamente con todas tus garantías pero, ¿Y las demás? Una vez que la información sale de tus manos, ya no la controlas.

- No es mi problema.

- ¡Exacto! -exclamó Emily en voz alta y mirando a la pantalla-. Esa es la puta trampa de este juego. Que tu cumples y, sin embargo, estamos vendidos... Y, esa cantidad de dinero, es muy tentadora.

- ¿Desea que esta información sea visible en su perfil?

Emily se sorprendió al leer aquello. No sabía si @Dunacallada estaba bromeando o hablaba en serio.

- No -tecleó-. No la pongas. Pero me acabas de dar una idea y, si nos entendemos, sumamos otros tres mil euros del vídeo que tengo en mente.

- ¿Qué?

- Supongamos que quiero hacer un vídeo reportaje informativo sobre esta experiencia. Quiénes somos, quién eres, qué pasa... ¿Tienes algún impedimento?

- Ninguno. @Dunacallada es totalmente transparente.

- Estaría en mi derecho de usar mis propias imágenes aunque las hayas grabado tú, ¿No? Puedo pedírtelas.

- Ya lo has hecho antes.

- Cierto, con el whatsapp -masculló a media voz al leer su respuesta.

Emily se quedó pensativa unos segundos, valorando y planificando todas las ideas que le estaban viniendo en ese momento a la cabeza acerca del reportaje. Esta explosión creativa iba a venirle bien para soportar el camino que le quedaba por delante. Cogió a Rubén de la mano y, paseando, se fueron hacia el cerro que cierra Duna Callada por arriba, el que tiene el camino que lleva a Cala Lirio.

El camino de Cala Lirio se queda a mitad de altura del total del cerro. El risco sigue creciendo otros cincuenta o sesenta metros más en vertical. Quien lo sube, es porque quiere subirlo a propósito. No lleva a ninguna parte. Emily lo subió inmersas en sus ideas y, cuando llegó a un lugar que le pareció apropiado, se sentó sobre una piedra desde la que tenía unas vistas espectaculares de toda Duna Callada.

Llevaba el móvil en la mano y, antes de dejarlo junto a la piedra, le envió un mensaje al administrador.

- Espero que tomes buenos planos. Un picado desde mi espalda hacia la playa es fundamental.

Luego se abrió de piernas, apoyó con firmeza las manos para mantener los brazos extendidos y se dirigió a Rubén.

- Me vas a comer el coño, que los dos tenemos ganas...

No se lo pensó un segundo y, de cuclillas, se colocó delante de Emily para posarle la boca en el sexo. Tenía las piernas abiertas, para poder acercarse a la piedra todo lo posible y, al empalmarse, sentía en la polla el roce de la roca. Aquella leve presión favorecía la excitación.

Emily fue caprichosamente escandalosa. Gimió con algo más de volumen de lo que hace habitualmente cuando Rubén bucea entre sus piernas. Pero tenía una intención: llamar sutilmente la atención de cualquiera que pudiera verles desde abajo, desde la playa. No fingía, estaba gozando con el trabajito que le estaba haciendo su chico, pero lo exageraba.

- Échale un repaso a la playa a ver si alguien se ha dado cuenta de lo que estamos haciendo. Y, si es que sí, ¿Podrías grabarles?-escribió en su móvil.

- ¿Desea que esta información sea visible en su perfil?

- ¿Que me están comiendo el coño en lo alto del cerro? Pues mira, esta vez te voy a decir que sí. A ver qué pasa...

Soltó el móvil de nuevo sobre la piedra y se concentró en las emociones excitadas que le nacían de la entrepierna. Rubén era un crack con la lengua. Pero, al poco tiempo, el móvil comenzó a volverse loco pitando notificaciones. Algo gordo estaba pasando.

Volvió a cogerlo. Siete usuarios de @Dunacallada habían reaccionado a una publicación. En una interfaz muy similar al diseño de facebook, la aplicación exponía un muro con las publicaciones de los usuarios. Estaba claro que tenía que ver con lo que Emily le acababa de decir al administrador, pero no sabía cómo había sido. Tenía que verlo. Y se encontró una publicación desde su propio perfil: un texto ilustrado con una fotografía.

-”Quiero utilizar el satélite con el que me han hecho esta foto para grabaros las caras cuando sepáis lo que estoy haciendo en el cerro, ¿Me dejáis?” -decía el texto.

Si el mensaje era meridianamente claro, la fotografía era brutal. Desde el espacio, con una definición que se podían contar los vellos erizados de la barby, aparecía sentada sobre una roca, con el pecho mirando al cielo, abierta de piernas, y con un hombre de cuclillas entre las piernas haciéndole sexo oral.

¡Qué subidón le dio! Y, el contador de notificaciones, seguía aumentando con su particular sonido mientras que ella sostenía el teléfono en la mano.

Fue a leerlas cuando se dio cuenta de que era mejor no hacerlo. Las cosas que se estaba imaginando que se podría encontrar la excitaban tanto que, en ese momento, era mejor dejarse llevar por la fantasía y la excitación que enfrentarse a la posibilidad de encontrarse con algo que le pudiera cortar el rollo. Así que dejó el móvil sobre la piedra, excitándose más cada vez que lo escuchaba sonar e imaginó todas las imágenes que podrían formar parte de su reportaje. Su creatividad y su excitación estaban tan interconectadas como desatadas. Aquel iba a ser un magnífico orgasmo...

El cerebro es el órgano sexual más poderoso y Emily es muy creativa. En milésimas de segundo visualizó encuadres de cámara que eran infinitamente interesantes a muchos niveles: el sexual entre ellos. La excitación que le provocaba la estimulación sexual del clítoris se sobredimensionó cuando Emily la combinó con las imágenes que le vinieron a la mente. Se disparó de tal manera que tardó menos de diez segundos en llegar al orgasmo. Un orgasmo que se prolongó más de la cuenta y que terminó juntándose con el segundo que, en esta ocasión, le nació directamente de la estimulación que, magistralmente, Rubén estaba trabajándose.

Gimió alteradamente las dos veces que se corrió, pero volviendo a sus niveles sonoros habituales. Al segundo terminó por echarle las manos a Rubén a la cabeza para que parara. Luego se derrumbó un poquito y, mientras sentía cómo le temblaban las piernas, comenzó el periodo de recuperación. Necesitaba tomar aire.

Volvió a sonarle el móvil. Pero, esta vez, era un mensaje de whatsapp. Emily le echó un vistazo.

- Gracias por ayudarnos a desvelar tan pronto el nivel de libertad sexual por el que @Dunacallada pretende moverse. Has mejorado en dos horas el tiempo que habíamos previsto. Y ya sabes que el tiempo es dinero. Hablando de dinero... Que sean cuatro mil quinientos los euros que le sumes por este a tu cuenta particular de vídeos porno. Gracias, de verdad.

El día no podía ser mejor, pensó Emily.

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