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Vida nueva, casa nueva

en Hetero: General

Hola, vuelvo a ser yo, el recepcionista del turno de noche. Que vengo con nuevas historias...

Lo de Leticia acabó bien. No solo la noche sino todo, ¡La relación! Regresó a Madrid, seguimos en contacto y vino hace poco a verme...

¡Ay! ¡Pillines! Que queréis que sea eso lo que cuente...

Evidentemente es a lo que he venido pero, como en la anterior ocasión, primero tengo que poneros en antecedentes. Tranquilos, que no me enrollo.

Cuando, hace casi año y medio, dejé atrás esposa y mascota tuve que meterme en alguna parte, ¿No? ¡Pues claro! Como todo el mundo. Pues yo volví a casa de mis padres, como casi todo el mundo.

Lo que pasa es que “la casa de mis padres” es solo un concepto, no es la realidad. La realidad es que mis padres ya no están y, legítimamente, ahora la casa es mía. El concepto se mantiene a base de recuerdos, que son muchísimos: míos, de ellos, de mi familia... Todo lo que, a lo largo de mi vida, ha pasado y ha condicionado el diferente aspecto que ha ido teniendo la casa hasta llegar al que tiene hoy. Hay mucha historia entre sus cuatro paredes.

Fue, ha sido, el mejor refugio en el que reponerse, desde luego, pero también es la peor mazmorra para empezar a reconstruirte. Todos los recuerdos que te amarran al pasado son un obstáculo para seguir adelante y, claro, cada uno de ellos tiene sus tiempos y, afortunadamente, sus momentos. Al final, antes o después, todo llega.

- ¡Decidido! Sé que es el momento -le dije una noche por whatsapp mientras charlábamos.

- ¿Y por dónde vas a empezar?

¿Recordáis los buenos pisos que se hacían en los setenta? ¿El tamaño de las casas? Pues telita con mi casa...

Vivo en un ático setentero, en el centro de Almería, que tiene muchos metros cuadrados, con muchas habitaciones y con una terraza con unas vistas de la ciudad que, para empezar, basta con que os diga que son bien chulas. Una terraza de más de 30 metros cuadrados, alargada y dividida en dos espacios: uno abierto y otro cerrado.

- Por la terraza.

-¿Cómo es?

- Mejor te envío una foto...

Imaginad un rectángulo de unos doce por dos y medio metros de lado y poneos en una esquina. La esquina opuesta (que coincide con la esquina de la fachada del edificio) son las vistas de la terraza y, lo que se te queda detrás, la casa. El lado chico da a la parte cerrada del resto de terraza.

Tenéis delante de vuestros ojos un murillo alicatado de medio metro de altura, que hace esquina y sobre el que se asienta la estructura de aluminio que sujeta los ventanales que acristalan la terraza y los raíles de los toldos que la cubre. Está diáfana. Solo tiene unos maceteros que recorren el murete de lado a lado y una mesa blanca de plástico con un par de sillas. Ni los maceteros, ni las sillas, ni los ventanales están en su mejor momento...

- ¡Qué desperdicio de terraza! -escribió al ver la foto.

- ¿A que sí?

- ¿Qué le vas a hacer?

- Primero cambiar los maceteros de sitio, que están contra las paredes equivocadas. Hay que ponerlos contra la casa. En aquella esquina tiene que estar el sofá sí o sí.

- ¿Y dejarte las vistas a las espaldas?

- Claro. Para que tú las veas detrás de mis espaldas y yo las vea detrás de las tuyas. Nuestros padres se equivocaban... Ahí va un sofá hecho de palés como que me llamo Alejandro. ¡Y la mesita pal copeteo!

Tenía clarísimo cómo quería la terraza, la visualizaba. Tenía que quitar las viejas persianas de varillas que caían por las cristaleras y hacer el apaño pertinente para, sobre esa estructura de aluminio gris, implementar una decoración estilo “cama balinesa”, para que os hagáis una idea: con cortinas blancas y apliques decorativos en wengué. En aquella esquina de la terraza la zona del copeteo: con el sofá de palés y la mesita. Y, en esta, aprovechando que tengo aquí una barbacoa de obra, la zona de las comidas: con mi mesa y mis sillas plegables. Y, además, al ladito de la cocina que hay dentro de la terraza cubierta. Las macetas las iba a poner contra la pared, cuajaditas de romero, que no da mucha guerra, y listo. ¡Menuda terraza se me iba a quedar! Y, por lo que era capaz de calcular, tampoco tenía pinta de fuera a ser muy caro. Lo más, las cortinas seguramente...

Estuvimos hablando sobre la terraza un rato. Hasta le hice un dibujo en perspectiva de cómo se vería la terraza tras mi intervención. Un comentario nos fue llevando a otro, y otro a otro, y, al final, la conversación terminó por ir tocando aspectos personales.

- ¿Y, desde que volviste a casa, no habías cambiado nada?

- Me apañé el cuarto del ordenador, un despachillo, porque sabía que sería la habitación en la que mas horas iba a pasar entre unas cosas y otras y poco más. Una mesa en el salón con unos diplomas, un par de cuadros en el pasillo y otro más en mi dormitorio. Aparte de eso, nada más...

- ¿Y por qué ahora sí es el momento de hacer cambios? ¿Qué ha pasado?

- Me sentía culpable... Primero necesité estos recuerdos para sostenerme, me ayudaron muchísimo. Y, cuando empecé a pensar en cambiarlos, sentí que les estaba traicionando por partida doble: por pagarles así la ayuda que me habían brindado y porque, quitarlos, era quitarle a la casa su historia...

- ¿Y ya no lo es?

- No, porque no voy a quitarle historia a la casa. Lo que voy a hacer es añadirle historias nuevas.

- ¿Cómo te vino ese cambio de chip?

- Este año me ha servido para aprender a pensar en positivo y trato siempre de encontrar una razón por la que dar las gracias y apostar. Me estaba costando mucho encontrar la razón de la casa hasta que la encontré en las palabras de una amiga.

- Eres resiliente, ¡Molas! Y... Lo sabía... ¿Qué te dijo tu amiga?

- Que mi padre era amigo de hacerle cambios a la casa y que mi madre sabía que mi padre era de hacer cambios y le quería por ello...

Leticia envió varios emoticonos de esos con los ojos como corazones. Continué escribiendo.

- Cada día me parezco más a mi padre... ¡Y me encanta! Mi padre fue un ejemplo a seguir y, verle en mis cosas, me hace feliz. Comprendí que mis padres no se enfadarían si le hacía ciertos arreglos a la casa porque, precisamente, la historia de la casa está hecha de decenas de arreglos. La frase de mi amiga me hizo entender que soy feliz siendo yo mismo y viendo en mí a mis padres y que, además, ellos sonreirían al verme feliz. Es un nuevo cambio, una nueva historia que guardar entre estas paredes. Es sumarle recuerdos nuevos en vez de borrar nada...

Leticia tardó en responder y yo, instintivamente, me quedé reflexionando sobre mis propias palabras.

Ya sabéis que este ha sido el primer verano de mi nuevo yo y, poco a poco, nos estamos metiendo en el primer otoño. Quiero decir con esto que hay cosas que hay que ir superando definitivamente porque, aunque en la teoría seas un maquina y razones con la inteligencia de Descartes, parece que, en la práctica, te saboteas y sigues pensando pero sin existir.

Yo empecé a recuperar el apetito sexual, yo tuve la suerte de que Leticia apareciera y me regalara la noche más loca de mi vida personal y laboral, yo la veía como una mujer ideal para volver a empezar una relación formal, de hecho no hacía más que darme razones, pero, sin embargo, me aterraba la idea de olvidar a mi ex.

¿Conocéis la canción “Ya no me acuerdo” de Estopa? Los que no, os veis este vídeo y luego seguís leyendo. No vais a perder el hilo de la historia. Lo prometo: https://www.youtube.com/watch?v=dzymcUk5XXk

Me he obsesionado con ella. Primero la escuchaba y lloraba, luego la escuchaba y seguía llorando, a continuación la escuchaba y empezó a ser solo nostalgia, luego la saqué con la guitarra, luego la he cantado con la guitarra y, ahora, “ya no me acuerdo”, es solo el recuerdo del miedo que me daba olvidarme. Un recuerdo que, a día de hoy, todavía es capaz de darme un arañazo pero que, cada vez, hiere menos.

Igual no he cambiado antes las cosas en casa porque era mi forma de decirme que no quería olvidar a mi ex y lo he disfrazado con la excusa...

Ahora que lo medito mientras escribo, vuelvo a sonreír. Hace un año, el ocho de septiembre de 2017, ya me había aprendido la teoría sobre lo que tenía que pasar con los recuerdos. Lo supe cuando pensé en la chica con la que estuve antes de conocer a mi ex. Aquella ruptura fue también dolorosa pero, en ese momento en que me vino a la mente, me dejó la lección: “ahora soy parte de tu pasado y me recuerdas con cariño”. Así que supe que, en esta ocasión, aunque tardara un poco más porque no es lo mismo quince años que cinco, el resultado sería el mismo.

Un año después, me doy cuenta de que estoy afrontando la posibilidad de pasar de la teoría a la práctica y tengo miedo. Es normal. Pero también he aprendido que, detrás del miedo, está la felicidad. Así que, si estoy acojonao por olvidarla, es porque seré feliz cuando se convierta en recuerdos y yo esté escribiendo mi nuevo presente con otra pareja.

¡Pues vamos a escribir, ¿no?!

- ¿Y el dormitorio pa cuándo?

Me eché a reír al leerla. Parecía que Leticia había estado pensando lo mismo que yo y, a su manera, me la soltaba. Encima, con esa frase tan “memé” de la canción de la JeLo: “Y el anillo pa cuándo”.

- Al dormitorio le falta todavía. Es el cambio más gordo de la casa...

El plan es el siguiente: voy a montarme mi apartamento en lo que ahora es el salón y la terraza cubierta de la casa. La idea es poder poner los cuatro dormitorios que tiene en alquiler. Aunque todavía no tengo muy claro con qué sistema... Este cambio implica traslado de muebles de cierta envergadura, algo de obra y, sobre todo, mucho mobiliario nuevo. ¡Es un pico! Así que, para costearlo, necesito el alquiler de las habitaciones. Primero una, luego dos, luego tres y, cuando por fin se pueda, el gran cambio.

- Parece que no tienes prisa por llevar mujeres a casa, ¿Tanto tiempo me vas a tener esperando? Mira que yo tengo ganas de conocer Almería...

- ¿Es que solo vendrías si duermes en mi dormitorio?

- ¡Claro! Porque los otros cuatro van a estar ocupados. Me niego a ir a Almería y que me mandes a un hotel. ¡Que ya los hemos probado!

No, en serio, ¿De verdad que no os dan ganas de pedirle matrimonio ahora mismo?

Tenía un humor pícaro e inteligente que, aparte de divertido, dejaba también sus mensajes. Interpreté en su respuesta, no solo las ganas de jugueteo sino también la habilidad para meterse en mi mente y darme herramientas, o motivos, para animarme a evolucionar, a crecer, a olvidar... Como si supiera que había proyectado sobre la casa mi miedo a olvidar a mi ex, supiera que estaba preparado para dar el siguiente paso y me provocara para hacerlo.

- Puedes venir cuando quieras. Tengo dos camas en mi dormitorio. Además, estoy convencido de que eres la única persona que, si lo viera, lo entendería...

- Enséñamelo

- No está para enseñarlo... Me meto mucho con las niñas que se hacen fotos sexys frente a los espejos de dormitorios que son auténticos campos de batalla y resulta que yo tengo el mío igual, o peor...

- No te estaba pidiendo una foto sexy pero, ya que te pones...

Me di cuenta del lapsus cuando leí su respuesta... Es cierto que tomo como referencia los dormitorios de esas chicas para definir el concepto de campo de batalla: con tooooooda esa ropa y esos trastos por medio, pero no quería que el matiz sexy de la foto formara parte de mi percepción porque no la forma. El inconsciente fue el que me llevó a escribir la frase de esa manera.

¡¿Y ahora qué?! Porque, con la tontería de que empecemos con fotos sexys, hasta me están entrando ganas de enseñarle mi dormitorio. Y, si ella hace lo propio, ¡pues mejor, ¿no?! Además, como os he dicho, sé que Leticia entenderá por qué mi habitación está como está.

Así que, “¿Y ahora qué?” Pues que, al final, me fui al dormitorio a hacer la foto...

- Es muy como para llevarme mi pijama de los osos amorosos... ¿De quién era el dormitorio?

- De mi sobrina -respondí.

- Te queda bien a medias... Pega con todo lo bueno que tienes en el corazón pero no con el resto de cosas que se concentran un poco más abajo del ombligo. ¡Y que no se ven, por cierto!

- Precisamente porque no quedan bien...

- ¿Y dónde quedan bien?

- En el sofá de la terraza, cuando lo tenga.

-¡Ah! ¡No! Eso sí que no... Porque el sofá es la foto que quiero yo que me hagas y no te voy a permitir, ni que te me adelantes, ni que la destroces.

- ¿Quieres hacerte una foto sexy en mi terraza?

- Y otra con el pijama de los osos amorosos en el dormitorio ya puestas...

Os podéis hacer una idea de las ganas que me entraron de tener terminada la terraza cuanto antes. Y no por las fotos, evidentemente, sino porque follar en ese sofá, con esas vistas, ¡y con ella! Era un deseo que me excitaba notablemente.

- Te invito formalmente en este momento a la fiesta de inauguración de mi terraza...

- Que es... ¿Cuándo?

- ¡Cuánto antes! Obviamente ¿Vendrías de verdad?

- Cuanto antes busques los palés, plantes el romero y coloques las cortinas, antes nos vemos... Sí, tengo ganas de verte... Te recuerdo que fuiste todo un acierto...

Supe que estaba, de nuevo, diciendo mucho más de lo que decía. Ahí había cuelgue, yo le gustaba de verdad. Me sentí súper feliz.

Habíamos mantenido y fortalecido nuestra amistad desde que pasó lo del hostal y, en nuestras interminables y frecuentes charlas , habíamos abordado el tema de aquella noche en más de una ocasión como una experiencia anecdótica e inolvidable y, aunque también es cierto que habíamos bromeado con anterioridad sobre asuntos sexuales y que, también, nos habíamos tocado los corazones al charlar, nunca habíamos dejado escapar una frase que hablara de estas cosas: las conexiones emocionales como pareja.

Sabíamos que estaban ahí. Yo notaba las mías, intuía las suyas, pero no las poníamos sobre la mesa. En alguna ocasión se colaba alguna como “sobreentendida”, pero nunca habían estado expuestas.

No es fácil abordar el asunto, y menos por whatsapp. Sumadle que yo aún tengo las emociones desbocadas, que tengo malas experiencias recientes con esto de los encoñamientos y entenderéis que me costara tanto escribir algo a continuación que me pareciera acertado.

- Me asustas mucho...

Respondió de nuevo con los emoticonos esos de los ojos como corazones. Recordó la frase, fue algo que le dije la noche del hostal... Se acababa de convertir en una de esas frases que forman parte de la historia de una pareja.

¡Seis fines de semana tardé en tener la terraza lista! ¡No corrí... Noniná!

Esta charla que os he estado contando duró un poco más aquella noche. Lo suficiente como para que a mí se me pusiera el cimbrel como el badajo de una campana hasta doler al imaginar, por primera vez, las cosas que quería hacer con Leticia en la terraza.

No se las comenté, he aprendido que no hay que crearse expectativas... Está bien marcarse un objetivo e ir trabajando para lograrlo y disfrutar con los regalos que recibes mientras trabajas. Pero, una expectativa, es una fantasía: algo irreal y que podría decepcionar si no se alcanza.

Que yo tenga mis fantasías y me la imagine a cuatro patas gimiéndole a la ciudad cuando me masturbo es una cosa, creer que va a ocurrir tal y como lo visualizo es un error. Seguro que lo que pase, cuando pase, será mejor. Así que no idealices y asume que, lo que venga, será de lo que te sentirás agradecido.

Bueno, pues eso... Que aquella charla terminó después de otras cuatro cosas interesantes pero que ahora no vienen al caso y que, como os podéis imaginar, me metí un petardo por el culo para tener mi casa en condiciones cuanto antes. Tenía muchísimas ganas de que Leticia viniera. Y no solo por echarle en la terraza un buen polvo sino porque, sin lugar a dudas, ella sí que había sido un magnífico acierto en mi vida.

Seis fines de semana después, metidicos en octubre, Leticia volvió a Almería.

Nos reencontramos a la entrada de la ciudad desde una de las salidas de la autovía. Le indiqué cómo llegar al aparcamiento de las pistas deportivas donde la estaría esperando y, tras recibirnos con un primer y efusivo pico envuelto en un cariñoso abrazo frente a las luces del coche, se volvió a subir al volante para que le indicara cómo llegar hasta casa. Antes de echar a andar, justo en el momento de abrocharnos los cinturones, nos miramos y, lo que antes había sido un pico, se convirtió en un muerdo que duró hasta que, el del coche de delante, nos pitó porque quería entrar al aparcamiento y estábamos justo en medio.

- ¡Su puta madre! -no me lo esperaba. Me asustó.

Nos echamos a reír con el susto y lo vi conforme se giró para volver la vista a los mandos del coche: vi esa jodida, única e irresistible sonrisa que se expresa con la mirada más que con la boca. Esa sonrisa de enamorada que me llenó el corazón. Me sentí tan afortunado que yo también sonreí ¡vaya si sonreí!

Éramos dos tontos enamorados solos en un coche. Ya os imagináis, ¿No? ¡Incapaces de soltar ni una sola palabra! Solo un “gira por aquí”, “ahora por allí” y un “¿Qué tal el viaje?” cuya respuesta llenó el resto del tenso silencio que, sin embargo, tanto nos emocionaba.

Así estuvimos hasta que llegamos a casa. Al abrir la puerta fue a mí a quien le tocó empezar a hablar: tenía que enseñársela.

Después del paseo, en el que se encontró una terraza muy similar a la que se había imaginado y que terminó en el dormitorio, le propuse que deshiciera la mochila.

- ¿El plan es noche de tranquileo en casa, no? -me dijo.

- Sí -contesté-. Que es nuestra inauguración de la terraza. Cenita y copeteo de tranquis aprovechando que todavía hace buen tiempo y que imaginaba que vendrías cansada del viaje. Es lo que te iba a decir: que te pegues una ducha si te apetece y te pongas cómoda mientras que yo me pongo con la cena. Cenamos fuera, ya sabes dónde está la terraza.

Le pareció bien y, cada uno, nos pusimos a lo nuestro. Me fui a la cocina, saqué las cosas que tenía ya preparadas y me las fui llevando a la terraza. Puse música, una selección de canciones pop y rock en guiri en las que, lo mismo escuchabas el “Don´t stop me now” de Queen, que el “The reason” de Hoobastank o el “She” de la banda sonora de Notting Hill (de Elvis Costello, ¿O pensabais que no os iba a decir el autor?). Una carpeta con más de un par de cientos de hits parades de todas las épocas y estilos que me he currado con mucho arte...

Y, a esto, que me suena el whatsapp mientras terminaba de poner la vajilla en la mesa y de encender unas velas.

- Así estás perfecta -le contesté tras la sonrisa y el revoltijo de emociones que me produjo ver la foto que me había enviado y que acompañaba con un “¿Vale así de cómoda?”.

¡La madre que parió al pijama de los osos amorosos!

Dos piezas: un short y una camisetita de tirantas, ambos estampados con dibujos de los osos. El short, justo por debajo de los cachetes, con las perneras abiertas. La camiseta, de tirantas finas y elástica, se ceñía sobre los generosos pechos de Leticia, regalándome un escotazo que cortaba el hipo.

Y la foto se la había hecho tirada encima de la que iba a ser su cama en nuestro dormitorio.

- Pues voy a ponerme cómodo yo también...

Nos cruzamos en el pasillo, le dije a dónde iba y que me esperara en la terraza, que no tardaba nada.

- Hay un cubo con cervezas frías. Ábrete una -le dije.

Soy de andar desnudo por casa, pero no cuando hay visita. En esos casos, basta con ponerme un pantalón corto de algodón: de pijama, en esta ocasión. Regresé a la terraza.

Se había abierto un botellin, que sostenía con su mano izquierda, y estaba de pie junto a la plancha eléctrica. Había dejado preparada una pechuga de pollo cortada en tiras para prepararla después de habernos comido las gambas cocidas y otras cosillas que había puesto en la mesa como entrantes, pero Leticia estaba poniendo ya la carne al fuego.

- Le he bajado el fuego a la plancha un poco y voy a echar solo un par de tiras, que se vayan haciendo. No traigo mucha hambre pero, viendo la cena que has preparado, quiero probarlo todo.

Y me pasó su botellín para que le diera un trago.

No sé si fue por eso de que tengo las emociones descontroladas y magnifico las cosas pero, de todas las cosas que podría haber estado haciendo cuando me la encontrara en la terraza, Leticia estaba haciendo la mejor. Es como la diferencia entre ser espectador o ser actor, entre observar y participar. Podría haber estado sentada, esperándome, observando... Pero, sin embargo, hizo todo lo contrario y participaba de la acción de forma natural. Me dio la sensación de que, no solo sería capaz de decirme sin mirar los platos que había sobre la mesa, sino de que, aparte de haberse dado cuenta también de que yo no tenía una cerveza, seguro que, hasta la carne, le iba a salir más buena que a mí.

Esa maravillosa sensación de que lleváis toda la vida juntos y todo funciona a la perfección y, sin embargo, las mariposas que tienes son las propias de un comienzo...

Le devolví el botellín, me puse a su espalda y, tras rodearla con el brazo cogiéndola del vientre, la apreté contra mí y le besé la mejilla. Evidentemente, acto seguido se dio la vuelta, me rodeó también con sus brazos por la cintura, y nos besamos apasionadamente.

Que las manos comenzaran a moverse libremente por cualquier curva de nuestras siluetas fue solo cuestión de segundos. Y, las ganas con las que, los dos, nos trincamos del culo nos hizo sonreír.

La cena se pasó rápido y fue súper entretenida y dinámica. Hubo tiempo para que me felicitara por cada una de las cosas que probaba, para que me contara cómo le iba a su amiga Macarena, para flipar con alguna de las canciones que sonaban, para contarle cómo habían sido los seis fines de semana de curro...

Al final comió un poco más de lo que se había propuesto inicialmente pero es verdad que cenó poco. Trabajando de noche tengo los horarios tan descontrolados que, las comidas, son otro desorden: como una mierda, ¡Vamos! Así que me resulta fácil comparar lo que como yo con lo que comen los demás para hacerme una idea. Y Leticia cenó poco.

Recogimos la mesa y preparé los trastos para el copeteo: La cubitera, las botellas, los vasos... Leticia regresó a la terraza.

Cuando salí me la encontré sentada ya en el sofá de palés, con el material de los canutos sobre la mesita, sentada con el mejor ángulo de visión a sus espaldas... ¿He dicho que tenía las piernas subidas al cojín y cruzadas bajo el culo?

No podía estar más buena, no podía ser más linda, no podía ser mejor... Ya no me daba tanto miedo...

- Ahora, cuando me lo líe, apago la luz.

¡Ah! ¡Pues sí! Sí que seguía siendo capaz de sobresaltarme y ponerme nervioso a base de chispazos. ¡Ay! Las mentes calenturientas...

Dejé la bandeja sobre la mesa y empecé a servir las dos copas: ron cola para ambos. No me senté, no había prisa para hacerlo. Primero porque, de pie, la perspectiva al verla sentada molaba mucho y, segundo, porque, en vista de lo que le quedaba para terminar con el canuto, ya podía encargarme yo de apagar las dos lamparas típicas que, colgadas de la pared, iluminan la terraza.

- Tráete, ya que estás, las velas de la otra mesa -me dijo.

No pensaba yo que las velas fue a dar la luz que dieron. Eran dos velitas chicas, de esas tamaño galletita en un recipiente como metálico, que había metido en una copa de globo que, previamente, había llenado con agua a la mitad. Sobre la mesa en la que habíamos cenado, con las lámparas encendidas, la función de las llamitas era, básicamente, presencial. No se veía su luz. Sin embargo, al apagar las lámparas, ya me di cuenta antes de coger la copa que iluminaba más y mejor de lo que podría haber pensado.

Dejé la copa con las velas sobre la mesa y me senté en el sofá: en mi maravilloso sofá esquinero tipo chaise longue que me había hecho artesanalmente con unos palés y unos cojines y que era mi principal capricho de aquella terraza que, por fin, había cambiado y estaba a mi gusto.

Sonreí. Estaba disfrutando de un momento concreto que me hacía feliz. Me encantaba mi terraza, Leticia estaba allí... No podía ser mejor.

O, ¡sí! Sí que podía.

Le prendió fuego al canuto y le dio un par de caladas mientras, en silencio, acompañaba a mis pensamientos mirando también lo chula que estaba la terraza. Luego le dio un trago a su copa, me lo pasó y, sin mediar palabra, se desnudó. Primero se quitó el short y un tanguita que llevaba, se subió de rodillas en el sofá y, dándome la espalda y de frente a la ciudad, se quitó la camiseta. Apoyó las manos en el respaldo de madera y me puso el culo en pompa.

No dijo nada, al menos no con palabras. Me miró y, con la mirada, sí que fue cristalina: “Tenía tantas ganas de estrenar contigo el sofá...”.

Creo que no hace falta que os cuente cuál la primera postura en la que empezamos a follar. De hecho, lo realmente excitante de aquel momento era la sensación de plenitud. Ya sí que es verdad que no me faltaba de nada: una terraza con vistas, una mujer que era mi espejo, sexo, drogas y ronck and roll...

El tío más feliz del mundo.

Estuvimos en aquella postura durante unos minutos. No había prisa. La cabalgaba, fumaba, le pasaba el canuto... Follábamos a placer; A dejar que los espasmos nos sorprendieran a su voluntad, no cuando los provocáramos nosotros.

Luego continuamos follando al mismo ritmo pero en otra posición. Leticia me sentó en la esquina del sofá, se colocó a horcajadas encima mía y la fue la que empezó a cabalgarme.

Se nos leía el deseo y el amor en la mirada a partes iguales. Leticia incluso se permitía el lujo de contonear el cuerpo, acercándose a mi pecho o alejándose según le apeteciera, para que la sensación en nuestros sexos fuera diferente con cada postura y consiguiéramos los espasmos de todas las formas posibles.

Daba gusto verla cabalgarme con las manos cogidas tras la nuca. Mantenía el tronco erguido y solo movía las caderas. ¡Hija de puta! ¡Cuántas de formas de hacer que me corra!

Porque me corrí, claro. Imagínate...

- Muérdeme un pezón y empieza a apretar poquito a poco -me dijo cuando notó las eyaculaciones.

Y eso que hice. Me amorré a su teta derecha, trinqué el pezón con los dientes, succione y le pasé la lengua por la punta y, luego, poco a poco, empecé a ir apretando. Ella, por su parte, fue acelerando la velocidad de su movimiento de caderas hasta que fue tan rápido que tuvo que dejar de hacer movimientos circulares para, simplemente, balancearse de alante a atrás entre incesantes gemidos y agarrándome la cabeza para oprimirla contra su pecho. Al minuto se estaba corriendo también...

Tiró de mi barbilla hacia arriba y se acercó para besarnos en la boca. Aún se clavaba contra la polla mientras me metía la lengua hasta la campanilla. La cogí de los cachetes. Era un placer sujetar a una hembra así en un momento como ese.

Respiramos, mantuvimos la postura pero respiramos. Se dejó caer hacia atrás para alcanzar las dos copas y me pasó la mía sin descabalgarme.

- Y todavía tienes que hacerme la foto en el sofá... Que seguro que queda bien en tu nuevo dormitorio...

Hablaba en serio y consiguió que me empalmara de nuevo.

Volvió a follarme en la misma postura hasta que me corrí por segunda vez. Pero, esta vez, no tuvo compasión y empezó a darse bien duro desde el principio. Dos veces se corrió ella en el segundo polvo.

- Y Macarena dice que deja que pongas otra suya dormida, en un marquito encima de algún aparador.

Nos echamos a reír, claro. Fue el tránsito del sexo a la compostura. Me descabalgó, visitó el baño, regresó y, tras dejarme claro que no existían riesgos de embarazo, continuamos con la charla. Una charla que comenzó con un “¿Qué te ha parecido?” y que no tuvo dificultad para abordar otros temas íntimos que no vienen al caso pero que basta con decir que pusieron en evidencia la perfecta conexión que existía entre nosotros.

Somos dos piscis, somos dos personas que somos mar, con nuestras historias, con nuestras lecciones aprendidas, con nuestras ganas de vivir...

Y podría ser que Leticia se viniera a vivir a casa... Y me parecía una razón por la que estar muy agradecido...

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