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Dunacallada I - comienza el juego

en Trios

¿Tenéis ese lugar en el que os sentís realmente vosotros? El íntimo, el personal... ¿Tenéis ese lugar en el que os reconocéis a vosotros mismos y que lo gozáis a un nivel interno tan placentero que es una fuente de energía a todos los niveles? Yo sí lo tengo, es la cala de Dunacallada.

Dunacallada es una cala con una linea de playa de 300 metros y una profundidad media de veinte metros que se abre entre dos riscos volcánicos de un paradisíaco parque natural marítimo terrestre de España. La playa es de arena fina. Al entrar en el agua tienes que recorrer muchos metros para que el agua te cubra. En los primeros treinta no pasa de las rodillas. Junto a los riscos que la delimitan, bajo las cristalinas aguas, crecen unas algas de vivo color verde que hechizan. Los riscos, por su geología, son otra maravilla. El que cierra la playa por el norte una dunacallada con cala lirio y, si se sigue el sendero que recorre los cerros, se pasa por otras dos o tres calas espectaculares.

Lo mágico de Dunacallada es su ambiente: es una playa naturista de ambiente familiar en sentido amplio en la que, desde el minuto cero, se conoce el espíritu de las personas. No existe maldad en ninguna de las caras que visitan la playa, cada cuál tiene su historia, pero se respira una tranquilidad indescriptible que nace de la libertad de cada uno de los que vamos por allí.

Hace unos días estuve por allí y viví una experiencia inolvidable. Una que os voy a contar y por la que, al final de esta historia, os haré un pregunta que espero que contestéis. Una experiencia de sexo... ¡Y de muchas más cosas!

Dunacallada me desnuda de cuerpo y alma, es mi lugar cuando algo me perturba porque es donde me acepto tal y como soy, con lo bueno y lo menos bueno, y donde, por tanto, me resulta más fácil encontrar soluciones a mis inquietudes.

El otro día la necesitaba todo mi yo y así la pisé. Aparte de la botella de agua habitual, de los bocatas, del protector solar y del tabaco, también sumé unas novedosas latas frescas de cerveza y marihuana. Tenía que tener una conversación muy seria conmigo mismo y quería hablarme en todas mis circunstancias. Iba a desnudarme del todo y ante todos en Dunacallada.

No, no os esperéis un espectáculo de dimensiones bíblicas ni nada parecido. Lo que quiero decir es que iba a ser totalmente transparente, que iba a sacar a la vista también mi lado malo, que mi lado malo iba a estar a la vista de cualquiera... Y que me daba igual porque me acepto tal y como soy y, además, tenía que hablar muy seriamente conmigo.

La charla duró poco, hasta que me fumé el primer canuto. En ese momento empecé a pasar de los problemas que me agobiaban y a centrarme en el espectáculo que me estaba ofreciendo Dunacallada.

El sol aun no había alcanzado lo más alto y, desde el este, me ofrecía un contraluz de la playa que era ideal para fotografiarla. Así que cogí el móvil e hice un par de fotos en las que, afortunadamente para la escena, aparecía una pareja de espaldas caminando por la orilla.

Era una foto bonita.

Sí, los nudistas también nos hacemos fotos en la playa. Somos tan conscientes de que podemos estar en las fotos de los demás como ellos están en las nuestras, aunque salgamos de rebote. Tened en cuenta que aquí, como en cualquier playa, hay gente como otra cualquiera: familias monógamas heterosexuales con dos hijas menores de edad, parejas homosexuales, heterosexuales, con o sin hijos, de esta o de aquella edad, turistas nacionales, extranjeros, grupos de amigos, personas solitarias...

Una microsociedad costera...

Volviendo a las fotos... También sabemos qué fotos podemos hacer y cuáles no son apropiadas y tratamos de no hacerlas. Tratamos... Alguna que otra se termina disparando pero os aseguro que son mil veces más las que solo puedes inmortalizar en tu memoria. Cuerpos, gestos, encuadres...

Empezó a pegarme “la caló” y decidí darme un chapuzón. Entre en la playa, aproveché el leve oleaje para dejarme caer hacia atrás, como en ese ejercicio de confianza en el que, en mi caso, quien debía protegerme era el mar. Y lo hizo... La ola me fue recogiendo desde los riñones conforme caía, ascendiendo hasta acunarme la cabeza. Así es Dunacallada... Tu cómplice, tu equilibrio en la naturaleza.

Tras el refrescante chapuzón regresé a la toalla, me sequé las manos, cogí el móvil, y me dispuse a darme un paseo por la playa e ir haciendo las fotos que el momento me pidiera. Tratando de respetar aquellas que sabemos que no son apropiadas, claro. Pero, a pesar de dejar escapar unas cuantas, lo cierto es que el paseo estuvo bastante bien. Me sirvió para tener una radiografía que qué tipo de gente había en la playa. Y había de todo.

Paseando por la playa, de sur a norte, me encontré, en primer lugar, a la pareja francesa: dos cuarentañeros largos, muy delgaditos tanto él como ella y con amor en la mirada. Estaban viviendo una experiencia romántica. A continuación estaba la chica mona con su amiga “the bat factor” (Los que superéis los cuarenta y llevéis por internet desde principios de siglo puede que tuvieras la suerte de dar con aquel magnífico documento de word que andaba por las redes y que era un estudio pormenorizado de cómo tirar la caña. “The bat factor” era un enemigo terrible. Imagina a la amiga que es “el factor murciélago”). ¡Que nunca se pierdan los bat factor, por el amor de Dios! Son fundamentales en el aprendizaje de la adolescencia.

Un poco más al fondo de la playa, pegados a la base del cerro, había un abuelete con dos mujeres. El tío era un “rumbero con andador”: Sus gafas de sol, su sobrero de paja y aquellos andares dificultosos de quien empieza a estar vencido por la edad. Y, ellas, son madre e hija: las mujeres que se encargan de cuidarle. A continuación, y de nuevo en la arena más cerquita de la orilla, dos parejas heterosexuales por separado. A unos seis metros los unos de los otros.

Lo siguiente era mi toalla, junto a un risco que divide la playa en dos partes, con una proporción de uno y dos tercios del tamaño total. Y, al otro lado, en el lado grande, una pareja de chicos, otras dos, una por cada lado, de chica guiri con guaperas: Dos rubias, la del tanga celeste con el calvo y la de la gorra de ferrari con el hipster. Inolvidable la una rebozada de arena y dándole un masaje sensual sobre una duna rampante al maromo también con arena y la otra, en la orilla de la playa, pavoneando el cuerpo delante su guaperas con pelazo para levantarle la polla. ¡Pero, además, mirándola y crujiéndose con esa irresistible risa tonta que todas ellas saben poner tan bien! Había también una familia con dos hijas menores de edad: una de ellas surfera y a la que su madre no dejaba de hacer fotos, una pareja de chicas, dos matrimonios cincuentones largos, también cada uno por su lado, un grupo de dos parejas heterosexuales de amigos y algunos más. Aproximadamente unas cincuenta o sesenta personas podíamos estar en la playa perfectamente.

Después de hacer el camino de vuelta a mi toalla, le eché un repaso a las fotos que había hecho. Hacia el noreste, por los contraluces, había hecho mogollón de fotos. Se respetaba la intimidad de toda la gente que había en la playa. Paseando hacia el suroeste, por el contrario, me había recortado mucho más a la hora de disparar: Tenía siempre gente desnuda demasiado cerca que podría sentirse molesta. Afortunadamente, con las dos o tres fotos que terminé haciendo, conseguí inmortalizar prácticamente a toda la gente que poblaba Dunacallada.

El paseíto y el canuto me habían puesto morbosón y, aunque guardé las formas en todo momento, sí que confieso que, a quien me llamaba la atención, la miraba con “esos ojos”. Como esa pareja heterosexual de buenorros, que él estaba palote y acababa de hacer algo que había hecho que, la despanpanante chica en topless, le mirara con cara de susto y de “no vas a follarme en la playa ni loca”.

Cuántas fotos no disparadas...

Pues, de todos, quienes más me llamaron la atención fue la primera pareja que se me quedaba hacia la derecha, en nuestra parte chica de la playa en la que, más o menos, podíamos estar quince personas. En el lado del “rumbero del andador”.

No eran especialmente llamativos, tal vez me gustaron por eso. Él no debía medir más de metro setenta y cinco y estaba cachillas. Tenía cara de buen tío. Ella, que debía rondar el metro setenta por debajo, era una rubia de melenita y gafas de sol con un cuerpo que tiraba más a apetecible barriguitas que a anoréxica Barby. Tenía el pecho adecuado, la tripa adecuada, el culo adecuado y las caderas y piernas adecuadas. Hay belleza más allá de los estándares de belleza y, esta chica, los superaba con creces.

Treintañeros, cuando ella se quitaba las gafas podías verle desconfianza en la mirada. No era mala, estaba insegura; Tanto es así que, en la toalla estaba desnuda, pero para pasear por la playa se ponía la braguita.

Me va el morbo, no lo puedo evitar. Comencé a imaginar escenas con esa pareja y me fui ofuscando con ellos. Me apetecía probar suerte a conocerles y, para ello, tenía que llamar su atención de alguna manera.

Y recurrí a las drogas...

Mi puntito morboso y desinhibido me lo produce la maría, es normal que piense que pueda causar el mismo efecto en otras personas. Y es normal pensar que, a esa pareja, les va a pasar y nos vamos a dar un festival, ¿Por qué no? ¿Qué pierdo por probar?

Pues mira, hubo suerte...

La brisa puso de parte para que el olor inconfundible de la hierba llegara hasta ellos. Estuve pendiente hasta que les pillé que lo habían notado y hablaban del asunto mirándome. Luego los tres jugamos a disimular y nos continuamos observando. La imaginaba a ella, exhibiéndose, provocando y me fui poniendo palote. Había que aprovecharlo de alguna manera.

Me levanté de la toalla y me acerqué a la orilla a remojarme los pies y, de paso, a asegurarme de que ella terminaba por mirarme a la entrepierna. Lo hizo en cuatro ocasiones, el otras dos.

Volví a mi sitio y, a partir de ese momento, el juego de las miradas nos fue acercando. De observarnos con disimulo, pasamos a sostenernos levemente la mirada, luego a relajar el gesto, incluso a sonreír timidamente. Estábamos a un paso de entablar contacto y yo no terminaba de encontrar cómo.

No hizo falta, salió de ellos.

Se levantó él y vino a buscarme. Me preguntó por la hierba y la conversación terminó con que me iba a sentarme con ellos y me liaba allí uno para los tres. ¡Redondo!

La radiografía es inevitable y lo sabemos. Además, la hacemos todos. Miramos a la gente de arriba a abajo, le buscamos todo. Dura muy poco, trata de ser disimulado durante el primer par de minutos, luego las miradas ya se mantienen animadamente en la conversación.  Yo tenía bastante más polla que el pavo este, lógico, también soy bastante más alto. Y ella... Ella estaba cada vez más buena.

La charla nos hizo un repaso de nuestro origen, estado civil y lugar de residencia, de las maravillas de este parque, de esta playa, de esta tierra... Hablamos de temas triviales, de esto, de aquello... Y, entonces, le dije de hacerles una foto juntos.

Instintivamente cogí mi móvil a la par que ella me pasaba el suyo.

- ¿Con el mío, no? -me dijo.

- Faltaría más -respondí dejando el mío en la toalla.

Fue a ponerse la braguita y le propuse que no lo hiciera, que iba a decirle cómo podía ponerse para que no se viera nada pero fuera evidente que estaba desnuda. La senté con las piernas cruzadas por delante del cuerpo, y sujetándoselas con los brazos. Apoyaba la cabeza sobre las rodillas, con lo que su pecho se ocultaba tras los gemelos, y se tapaba el coño con los talones de los pies.

Luis, el novio, se sentó a su lado cruzando también las piernas. Pero con una en vertical y la otra en horizontal, tapándose la polla con la pierna y pudiendo así ponerse al lado de su chica y echarle un brazo por los hombros.

Disparé un par de veces. A ella también, y respondió bien.

Sonrió cuando, desenfadadamente y hasta señalándolo levemente con la barbilla, le miré descaradamente el coño al referirme a él para situarla. Y, y de esto no sé si dio cuenta, se hizo la primera foto desnuda de su vida posando para un perfecto desconocido.

- ¿Vas haciendo fotos por la playa? -me preguntó.

Cogí mi móvil y se lo pasé.

- Siempre -échale un vistazo a las de hoy.

Abrí la galería y le puse la primera foto para que las viera todas. No me escondo, aquí es inútil esconderse. Dunacallada te muestra sin dobleces, y te sientes seguro al hacerlo. Quería que Esther, la rubia excitante, viera que las fotos que hago son honestas y que, si hay alguna picardía, trato de disimularla enfocando hacia otro lado pero dejándola dentro del encuandre.

Fue pasando y viendo fotos. Contraluces, paisajes, todo plano general, nada de planos detalles hasta que llegó a las mías, a las que me había hecho tirado en la toalla cuando había empezado a fantasear con ella por primera vez.

Tumbado, boca arriba, con la cámara en el pecho y apuntando hacia los pies, en la foto se veía también el mar, la montaña norte y mi pedazo de polla erecta asomando sobre los pelos de mi cuerpo. Y no una, ni dos, como diez o doce.

Supe cuando llegó a esas fotos porque me miró la polla y se recreó un tanto más en verlas. No decía nada, pero su sonrisa la delataba. Pasó a la siguiente foto.

- ¡Eh! ¡Que esta soy yo! -pasó a otra foto- ¡Y esta! ¿Por qué salgo en tus fotos?

En un paisaje de gaviotas volando sobre el agua y dispuestas para encarar el risco que cierra la playa por el sur, aparecía también Esther. En la esquina inferior derecha, desnuda y tumbada boca arriba. En la siguiente foto, con un encuadre casi similar pero sin gaviotas, estaba sentada sobre su toalla, de frente al mar, de costado a cámara, y con las piernas, curiosamente, cruzadas frente al cuerpo, pero separado de él. La silueta de sus tetas se dibujaba perfectamente. Y tenía unas tetas preciosas.

- No, no, que respondas -su tono de voz empezó a relajarme. No me estaba regañando, solo pedía explicaciones-. ¿Por qué salgo en tus fotos?

- Porque el error sería que no estuvieras.

Sonrió, supere el primer envite.

- Pero si soy muy normalita tirando a rechonchilla.

Miré a Luis con cara de “ya estamos con las tonterías” y sonrió asintiendo. Esa frase es del manual de las armas de mujer. Volví a girarme hacia Esther.

- No te puedes hacer una idea de la cantidad de fotos que le caben a cuerpo rechonchillo. Cuando quieras te lo demuestro...

- A ver, sorpréndeme -y volvió a pasarme mi móvil-. ¿Con el tuyo, no?

- Hace solo un momento parecía no gustarte...

- Me has convencido con las fotos que has hecho. Eres de fiar y te entenderás mejor con tu móvil que con el mío.

- Estás apostando alto...

- Haz que no me arrepienta entonces...

¡Coño con la insegura! Teníais que haber oído cómo lo dijo. Quería la foto más picante que fuera capaz de hacerle.

-Enciéndele un cigarro -le dije a Luis.

La dejé sentada, pero le pedí que echara el cuerpo un poco hacia atrás y que se apoyara con las manos en la toalla y los brazos extendidos. Mantenía las piernas cruzadas pero le bajé una, de manera que quedaban una en vertical y la otra en horizontal. Me levanté, cogí el cigarro que había encendido Luis y se lo puse a Esther en la boca, aprovechando para rozar por primera vez sus labios con mis dedos. Se dio cuenta de que no era fortuito. Me miró y volvió a sonreír.

Con el cigarro casi colgando de la comisura de los labios, busqué el primer encuadre en el que Esther saliera de cuerpo entero, enseñándolo todo pero sin verse nada. El truco del talón y la pierna dejaban una teta al aire. Así que le propuse a Esther que se cruzara un brazo por encima de las tetas y se tapara el pezón visible ocultándolo solo con los dedos.

Y, cuando supo que tenía la pose, me miró. Y disparé.

Le pasé el móvil, abrió la imagen y se entretuvo en ver la foto.

- Me gusta. Puedes hacerme más...

Estuvo posando seductoramente para las varias fotos que le hice, sin cambiarla de postura, desde diferentes encuadres. Cuando llevaba unas cuantas me planté delante de ella, le estiré hacia el frente la pierna que tenía flexionada en horizontal y, luego, le eché la mano a la otra pierna.

Le sujete la rodilla por el exterior con una mano, para que no cambiara la postura y, con la otra, le cogí el talón del pie por el interior. Evidentemente, aproveché para rozarle el coño con los nudillos de los dedos y, de nuevo, se dio cuenta de que no era casual. Volvió a sonreírme.

Le moví el talón levemente hacia fuera, lo suficiente como para dejarle el coño a la vista.

- Los brazos hacia atrás... -me situé de cuclillas frente a ella. Me veía la erección. La miraba fijamente-. Saca bien el pecho, que el coño ya brilla por sí solo, y dime lo que quieras con la mirada.

Reconozco que me sorprendía tanta desinhibición por su parte a pesar de ser un defensor de la postura de que, la hierba, excita. Y Esther había fumado lo suficiente como para justificarse en mi argumento. Pero, aún así, no dejaba de sorprenderme.

Como si no tuviera miedo de jugar al erotismo y la pornografía, Esther estuvo posando para cámara poniendo miradas, unas veces sensuales, y otras lascivas o perversas. De vez en cuando también miraba con inocencia y, en esos momentos, era cuando más cautivaba al objetivo. Y también a mí... Era fácil verle la personalidad. Era valiente y cómplice, juguetona y simpática, buena tía.

¿Y Luis? Porque, hasta ese momento, me había comportado prácticamente como si no existiera. Igual estaba siendo maleducado con él.

Observaba con atención a Esther y sonreía. Cuando me vio mirarle, me sonrió y asintió comunicándome que estaba pasándolo bien y volvió a quedarse embelesado mirando a su chica.

- Ahora os paso las fotos -les empecé a decir-. Tú podrías ganar dinero con menos de esto -le dije a continuación a ella-. Y eso que todavía no te he pedido que te levantes. Que, de pie por la playa también tienes una buena sesión de fotos...

- ¿Cómo? -respondió- ¿Paseando? Entonces, lo dudo porque, si me levanto así, me pongo la braguita.

- Por menos de esto -repetí sonriente-. Esas también son buenas fotos.

Existía conexión en su mirada. Era fácil adivinar sus pensamientos, verla incluso venir. Pero quería saber por qué.

- ¿No te importa que un desconocido te esté haciendo este tipo de fotos pero no te gusta que, los demás, te vean?

- Contigo estamos seguros -contestó-. Esas cosas se perciben. Pero mi intimidad sigue siendo muy reservada para desconocidos... No me siento segura.

- Al otro lado de ese cerro -señalé al que cierra la cala por el norte-, está Cala Lirio. Es un sitio muy chulo y, si hay gente, también la vas a percibir rápido... -utilicé esas palabras con intención. Vas a estar segura. ¿Quieres hacerte allí las fotos que se me están ocurriendo?

Se mordió el labio y se me quedó mirando en silencio. Luego miró a su chico.

-¿Vamos a darnos un paseo?

Luis sonrió. Estaba encantado.

- Llévate para hacerte otro cigarrico de estos -me dijo-. Y vámonos de paseo.

Se puso la braguita del bikini, cogimos los móviles y la hierba, y nos levantamos. De camino a la duna rampante que había que subir, cuando llegáramos al final de la playa, volví a hacerle fotos. A hacérselas a los dos, de hecho. Eran una pareja de muy buena gente. Y, además, fotogénicos de cuerpo y alma. Les estaba haciendo fotos chulas.

Subimos la duna y el camino discurrió durante unos centenares de metros al filo de un acantilado pero con una anchura suficiente. Eso sí, tenía un par de sitios que eran para no tener miedo y que, precisamente, eran los que colaboraban a que, Cala Lirio, fuera tan íntima y tan particular.

También les hice buenas fotos en este sitio.

Desde lo alto del cerro la vista de Cala Lirio era impresionante. Una playa de unos doscientos metros de largo, por unos veinte de ancho, envuelta por las faldas rocosas de una serie de pequeños montículos volcánicos protegidos por altos cerros como el que acabábamos de cruzar. Una preciosidad de arena fina con pequeños arrecifes caprichosos cerrándola desde el agua.

- ¡Qué chulada! -exclamó Esther- ¿Cómo no conocía yo este sitio?

Bajamos a la arena. Las únicas personas que vimos, una pareja de cincuentones extranjeros, nos esperaban justo al llegar hasta ella. Continuamos nuestro paseo hacia el otro extremo de la playa, que era donde yo quería ir.

La playa tiene al fondo sus mejores fotos como decorado. Las paredes de las montañas volcánicas están erosionadas, en unos casos, y cuarteadas en caprichosas formas poligonales casi perfectas en otras, que son espectaculares. De camino hacia allí, bajo el hueco que la marea había horadado en otra montaña, y dónde crecía la única palmera que había en toda la playa, vimos una sombrilla y un toldo hecho de manera rústica, como un vivac.

Vimos que había un hombre dentro, desnudo como la pareja de guiris. Parecía alto y delgado, no fui capaz de ponerle edad pero, por su complexión, parecía cuarentañero. Pelo claro.

Al llegar a la playa, Esther la miraba embelesada, me ofreció muy buenos primeros planos. Luego le puse a Luis detrás suya, cogiéndola por la cintura, y les hice otras cuantas fotos desde diversos encuadres.

- Ya puedes quitarle la braguita -le dije a Luis.

- Y tú darle yesca a eso -me respondió ella.

Me lo eché a la boca a la misma vez que Luis empezó a desnudarla y tuve que esperar antes de encenderlo y hacerle una foto porque, la cara que me puso a la par que se ponía con el culo en pompa, fue el gesto más simpático, sugerente, morboso e inolvidable que haya visto jamás en la cara de una chica: supe que íbamos a follar allí mismo y más pronto que tarde.

Esther tardó poco en ponerse de cuclillas, abierta de piernas y con un par de dedos separándose los labios vaginales, para meterse en la boca la polla de Luis. Quería dejar claro desde el principio de qué iba ya el asunto.

Por los gestos que estaba poniendo Luis, supuse que Esther la chupaba de escándalo. Estuvo ahí, amorrada y poniéndome la polla bien dura mientras ella también se llenaba de rabo y, a al cabo de unos primeros compases, se incorporó, apoyando las manos contra una piedra, y puso el culo en pompa para que Luis se la metiera.

Daba gusto verla follar, su cuerpo y sus gestos eran un canto a la belleza y al deseo. Tan libre, tan transparente, tan juguetona. No se olvidaba de buscarme con la mirada de vez en cuando para posar para las fotos.

Les rodeé, les vi desde todos los ángulos, me tenían cachondísimo. Entonces vi un lugar ideal para hacer unas fotos: una especie de trono natural, de piedra, que emergía entre las vetas de una rocalla en medio de la arena. Tan oportuno que no podía ser real. Pero lo era.

La senté allí y, el coño, quedaba a la altura perfecta para que Luis se lo comiera completamente de pie, frente a ella. A un lado, parecía haber una plataforma perfecta para que se pusiera otro tío y, su polla, quedara a la altura de la boca de Esther.

Me acerqué a probar y no me equivoqué. Como una reina del sexo, Esther estaba sentada sobre un trono que miraba al mar, abierta de piernas y con un hombre comiéndole el sexo mientras que ella se lo comía a un segundo tipo. Me habría venido bien tener un palo selfie para coger un plano más general de la escena. Pero no lo tenía.

Y, entonces, tuve la ocurrencia de hacerle al ermitaño un gesto para que se acercara. Le había pillado mirándonos.

Evidentemente, no se lo pensó dos veces y vino. Miré a Esther.

- Va a venir alguien porque, desde aquí, no puedo hacerte buenas fotos. Pero, mientras llega, estaré encantado de que hagas conmigo lo que quieras.

Efectivamente, Esther la mamaba de lujo.

Me dejé llevar, no tenía por qué retenerme el orgasmo y le permití que explotara en el primer momento que le apeteciera. Esther no dejó de chupar después de sentir la primera eyaculación en el interior de su boca. Por el contrario, siguió mamando con dedicación hasta dejarme el rabo impoluto.

Luis no se asustó cuando vio aparecer al ermitaño a su lado. Le miró y, a continuación, volvió a amorrarse con devoción al coño de su chica. Yo, por mi parte, me bajé del pedestal al que me había subido e invité al ermitaño a que ocupara mi lugar.

¡Qué buen polvo echaron los tres! Después de estar un rato sentada en el trono, Esther se bajó de la piedra y se tumbó boca arriba en la arena. Los hombres la penetraban vaginal y oralmente y alternaban la posición de vez en cuando mientras que, en ocasiones, también le cambiaban a ella su postura. Fueron más de veinte minutos de un sexo magnífico en un lugar inmejorable. ¡Cómo disfruté todas las fotos que les estuve haciendo! ¡Y qué fácil era hacerlas!

Me hice un paja viéndoles y, cuando fui a correrme, me acerqué en busca de su boca para que volviera a limpiarme. Fue entonces cuando descubrí el verdadero rol de Luis en esta relación. No era el cornudo complacido aparente sino que, por el contrario, la dominaba hasta conseguir de ella sus orgasmos a su antojo: Esther se corría cuando Luis quería y las veces que quería. Y lo hacía muy bien. Esther ya se había corrido un par de veces y aún le quedaba vigor como para seguir y llegar al tercero.

Me encantó descubrir cómo vivían su relación de pareja a nivel sexual, lo que se aportaban emocionalmente el uno al otro.

Esther me limpió la polla después de volver a cambiarla de postura para que pudieran penetrarla vaginal y analmente. Se corrió mientras me la chupaba.

Ellos también...

Nos dejamos caer sobra la arena. Nos fuimos metiendo en el agua según nos iba apeteciendo. Nos fuimos recomponiendo...

El ermitaño se despidió y regresó a su refugio. No sin antes seguir mi sugerencia y llevarse con él la braguita de Esther. Me había fijado en los que, de repente, reconocí como trofeos expuestos a la sombra de su cueva. Me sonrió al marcharse. Había acertado, eran trofeos.

- ¿Dónde están mis bragas? -preguntó Esther llegado el momento.

Señalé hacia el tablón que, en la lejanía, se adivinaba en la cueva. La braguita de Esther aparecía en último lugar de un total de diez o doce.

- Estaría feo no concederle su derecho -susurré-. Además, ¿No me digas que no te apetece hacerte fotos desnuda en un par de sitios del camino de vuelta por el acantilado?

Volvió a morderse el labio como hizo cuando les propuse venir a esta cala y volvió a mirarme con la misma cara. Luego miró a Luis pero, esta vez, su mirada estaba pidiendo ayuda en vez de permiso. Y la confianza que Luis le transmitió con su mirada, y que yo también vi con total claridad, consiguió que el gesto de Esther tornara de preocupación a ligera sonrisa.

Finalmente, los tres hicimos desnudos el camino de vuelta desde Cala Lirio a Dunacallada andando y fotografiándonos por aquellos acantilados tan espectaculares. Caminar desnudo por la naturaleza, desplazarse de un lugar a otro como vinimos a este planeta es una sensación espectacular. Una comunión inolvidable.

De esta experiencia, además, han quedado muy buenas fotos...

Habíamos vuelto a nuestro sitio en Dunacallada, y nos estábamos tomando una cerveza fresquita de la nevera que Luis y Esther habían llevado, cuando el día se volvió aún más loco de lo que, ya de por sí, había sido. ¡Qué disparate!

Todo empezó cuando una barca, con una pancarta flotante que se sostenía sobre balizas, nos invitaba a visitar a @DunaCallada, un perfil de la red social Twitter. Se paseó recorriendo la playa de punta a punta: primero desde Cala Lirio hacia el sur y, después, en sentido contrario, de nuevo hacia el norte.

Mucho sexo en un solo día de playa, mucha gente en diversos momentos, un satélite, una aplicación para el móvil... Una experiencia inolvidable que estaba por comenzar bajo el nombre de “@Dunacallada”.

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