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Dos minutos treinta

en Autosatisfacción

Un día más (me resisto a decir un día nuevo). Una vez más desayunar deprisa el café hecho de anoche, sin aroma ya, calentado en el microondas con la misma leche desnatada, la misma tostada seca de pan integral untada con la misma margarina insípida, y ducharse a toda prisa, lavarse los dientes, enjuagarse con ese maldito colutorio infernal que cuesta tanto tener en la boca, vestirse (gracias a Dios copié de mi madre la costumbre de preparar la ropa la noche anterior, no se cómo me vestiría si tuviera que elegirla por la mañana), y salir corriendo al metro.

Y sentir al bajar las escaleras cómo se hace más y más denso el aire, ese olor a cerrado, a húmedo, a sucio, a miles y miles de personas legañosas, adormiladas, que caminan automática e inconscientemente hacia la misma rutina de siempre, amontonados en los vagones, sintiendo el mismo contacto indeseado, las mismas apreturas, los encontronazos violentos al frenar el tren cuando entra en la estación…

"Pero…¿Qué pasa?" "¡Ese hijo de puta me está tocando el culo!". Giro la cabeza cómo puedo, intentando ver quién es. No hay manera. Siento deseos de ponerme a gritar, pero no se a quién. Podría ser el gordito de las gafas, tan atildado, de mira al techo con aire descuidado, o ese chaval del pelo largo que hay a su lado; incluso el otro, a mi izquierda, a quién no consigo ver la cara.

Me da vergüenza. "Me está tocando el culo", pienso, "y no me atrevo a decir nada". Cada vez es más y más descarado, ya no disimula, la palma de su mano entera, y sus cinco dedos están apoyados en mi nalga estrujándola. He vuelto a mirar adelante y ni me atrevo a girar la cabeza de nuevo. "¿Está loco?" Noto que me sube poco a poco la falda corta "¿Quién me mandaría ponerme una falda tan corta?" y de nuevo la mano que palpa, esta vez separada de la piel tan solo por la tela delgada y elástica de la braga tan suave.

"¡Hijo de puta!, va a terminar desnudándome aquí en medio", "¿Qué hace ahora?" Ya no siento la mano. Solo un movimiento, el roce de algo menor sobre mis nalgas, y un movimiento acompasado y cadencioso… "¿Se está masturbando?", "¡Se está masturbando sobre mi culo aquí en medio!", ¡"Hijo de puta!"

Forcejeo para librarme. Nada. Apenas consigo llevar mi mano atrás e intento apartar su polla de mi piel "¿Quién eres, cabrón?" Y de repente la siento, y sin saber cómo la tengo agarrada. Trato de soltarla, pero su mano me retiene. No comprendo cómo estoy sujetando la polla de un desconocido a quién ni siquiera consigo ver la cara.

Y de nuevo la mano, la mano que soba, tirando de mi braga hacia arriba, haciendo que la tela presione mi sexo. No me lo puedo creer: "estoy excitándome". Mi mano se mueve despacio haciendo que la piel cubra y descubra el capullo del hijo de puta que está casi violándome en el metro. Siento esa extraña sensación de ahogo, y el corazón que late desbocado, y me veo cómo desde fuera llevarme la otra mano al coño disimuladamente, cómo si no fuera yo, acariciándome nerviosamente, con un zumbido en los oídos, mientras la polla del cerdo se endurece más y más, y la sacudo deprisa, sintiendo en la mano el relieve cada vez más sólido de sus venas, la asombrosa rigidez que adquiere mientras parece que el horizonte se cierra en un embudo negro de miedo, de excitación y de miedo, y mis dedos frotan frenéticamente mi sexo sobre la braga.

"No puede ser el gordito". "¡La tiene enorme!" Nadie parece darse cuenta. Tengo que contenerme para no gemir, para no gritar mientras mi cuerpo entero tiembla frenéticamente al comprender que el frenazo que siento anuncia la llegada a la estación, y escucho cómo a lo lejos la voz impersonal que anuncia "Próxima parada Quevedo".

Todo sucede al mismo tiempo: mi mano, que se llena de leche espesa y cálida; mi propio corazón que parece que va a estallar; ese temblor intenso que me recorre entera mientras me siento ir en un suspiro; y la oscuridad temblorosa, el vacío…

Señorita. Señorita ¿está usted bien?

Estamos en la estación y un círculo de personas me rodea interesándose por mí. He debido desmayarme. "¿Dónde está?" "¿Será uno de estos?"

Si, si, no es nada. Déjenme, me bajo aquí.