miprimita.com

Mi pequeño (y 4)

en Amor filial

La escucho llorar. Llora tras la puerta cerrada de mi cuarto, donde me escondo presa de la vergüenza más espantosa. Lora sin moverse del pasillo. Llora desde hace una eternidad, tan cerca de mi que podría tocarla si no hubiera pared.

Y trato de acopiar valor para salir a consolarla. Trato de asomarme sin saber qué podría decir, qué frase podría pronunciar para consolar a mi madre después de haberla violado en el suelo, cómo a una perra.

Me digo que no es culpa mía; que fue ella quién comenzó, y yo tan solo me rendí sin poderlo impedir a sus caricias. Pero nada cambia el hecho de que llora. Probablemente tirada en el suelo, avergonzada, quizá odiándome.

Entreabro la puerta y me asomo. No hay nada más que lo que espero encontrar. Solloza caída en el suelo, tal y cómo la dejé, con el camisón arrebujado y las manos cubriendo inútilmente su sexo, cómo si quisiera evitar demasiado tarde lo que ya ha sucedido, cómo negándolo.

Me acerco despacio. Susurro palabras de consuelo en su oído y me rechaza con un gesto sin mirarme, sin dejar de llorar ni siquiera un momento.

Agarro sus muñecas obligándole a levantarse. Cargo con ella por el pasillo alante sujetándola en su caminar vacilante y triste hacia la alcoba.

No quiero encender la luz y la llevo hacia su cama casi a tientas. Adivinando apenas las siluetas de los muebles. La cómoda está cubierta de retratos de mi padre; de mis propios retratos cuando fui pequeño; hace una eternidad; antes de que se apoderase de mi ese impulso irrefrenable que ha hecho que mi madre llore como nunca antes.

Se tumba de costado, casi recogida en un ovillo, dándome la espalda, y llora, y yo me quedo de pie, imaginándome con no se sabe qué extraña expresión mezcla de estupor y estupidez, envuelto en esta soledad inmensa y honda que mana desde el llanto de mi madre que no quiere mirarme.

Y de repente es cómo si algo se encendiera y lo comprendo todo: la soledad, el amor, el dolor, la esperanza, la entrega, y me tumbo a su espalda abrazándola despacio, amorosamente, susurrando a su oído el único nombre en que la reconozco:

Mamá, mamá… No estés triste, mamá, que yo te quiero.

Susurro su nombre abrazándola, tratando de envolverla toda en mi, de recogerla, de abrigarla en un abrazo tierno y dulce, acogedor. Susurro su nombre cómo quién pide socorro. Llamo a mi madre asustado, perdido, hundido en el abismo frío y húmedo de su llanto.

Y se gira sin llorar, y escucho su voz serena que me llama, que susurra palabras de consuelo incomprensibles abrazándome, acariciándome cómo cuando era un niño, hace ya una eternidad, y me dejo mecer entre sus brazos, acunar por el sonido grave de su voz que me consuela.

Mi pequeño grande y dulce. Mi niño grande y dulce que no entiende nada. No llores, mi pequeño, que aquí está mamá para cuidarte.

Y me siento abrigado, recogido en su regazo cálido, envuelto en su perfume tan familiar que se a ciencia cierta que ya nada va a pasarme, que cuidará de mi envolviéndome tan dulce.

Y siento el roce de sus labios en mis mejillas, en mi cuello. Siento el roce de su cuerpo tan cálido. Y beso sus pómulos, que están húmedos y saben salados. Y me siento estremecer recorrido por sus manos. Y me hundo lentamente entre sus pliegues tiernos, ciñéndome a ella que respira hondo, susurrando mi nombre al besarme; envolviéndome en una caricia enorme que me cubre.

Y me dejo arrastrar por sus caricias besándola; sintiendo que se estremece al recibir mis labios en su cuello, en sus labios; y los muerdo. Y mis manos se llenan de mamá, que es dulce y tierna, de una carnalidad rotunda y temblorosa. Acaricio suavemente, sin saber por qué tan suavemente, contagiado del dulce rumor de sus susurros, sus nalgas; sus caderas amplias, que se ondulan respondiendo al contacto de mis dedos; sus senos temblorosos; sus pezones que están duros. Y suspira.

Se entrelaza en mi cuerpo. Nos entrelazamos, y siento la humedad de su sexo en mi muslo, y el temblor de su voz cuando muerdo suavemente los hombros junto al cuello, cuando me deslizo hacia abajo queriendo devolverle sus caricias de cada noche, deslizando la lengua sobre los senos amplios y carnosos que dibujan olas de deseo al recorrerlos; sobre el vientre, que parece contraerse en un calambre cuando lo beso con sus manos sujetando mi cabeza, enredando los dedos en mi pelo.

Y desciendo más, sin saber qué hacer exactamente, siguiendo el discreto perfume que adivino hasta su sexo empapado, abierto e inflamado, que responde adelantándose cómo si me buscara. Y lo beso delicadamente al principio, para ir enredándome en una carrera alocada cuando siento alrededor del mío el contacto húmedo y cálido que conozco. Lo recorro enfebrecido, besando sin sentido, dejando que mi cara se empape de sus fluidos, queriendo bebérmela, sujetando sus nalgas que se contraen a impulsos rítmicos, y sus muslos se cierran por momentos apretando mi cabeza, para después, al instante, separarse ofreciéndoseme abierta y anhelante.

¡¡¡Para, para, para!!! –escucho que grita con la voz entrecortada, entre risas y gemidos- no termines así, mi niño.

Y me maneja cómo si fuera pequeño de verdad. Me da la vuelta y me tumba en el colchón, y se sienta sobre mi a horcajadas, envolviendo mi sexo con el suyo que es suave, sedoso, y se contonea con un movimiento cadencioso que me enloquece. Lentamente, llevando mis manos a sus senos que tiemblan, y escucho sus gemidos, las palabras inconexas que pronuncia, que no se cómo parecen dotadas de sentido, y me hace sentir cómo se estremece balbuciendo mi nombre, cómo de repente parece dejar de respirar mientras se tensa, y yo mismo me tenso estallando en su interior, sintiéndome solamente sexo y manos que acarician, que amasan, que sujetan a mamá que vibra, que me envuelve en su ahogo hasta que cae sobre mi pecho cómo si no tuviera huesos, besándome con la boca húmeda.

Y nos quedamos quietos, muy quietos, dejando que el deseo se retire a oleadas, como el mar que nos envuelve, dejando que amanezca lentamente, en un duermevela delicioso, sin movernos ni un milímetro, riendo a veces en voz baja.