miprimita.com

Carta a Beba

en Bisexuales

En respuesta a tu carta, querida amiga, debo decirte que no me has ofendido. Al contrario: más bien me halaga tu propuesta. Incluso la forma de plantearla, por carta enviada en el correo, me parece la más adecuada.

Quizás, de habérmelo dicho de palabra, sin tiempo de reaccionar y frente a frente, me hubiera sentido azarada, confusa y avergonzada, y probablemente por ello hubiera rechazado tu oferta, y quién sabe si después hubiéramos sido incapaces de volver a mirarnos a la cara, yo temiendo haberte defraudado y tu pensando que me habías ofendido, y hubiéramos perdido la dulce amistad que nos une.

Una carta, sin embargo, me ha permitido sopesar el asunto, calibrarlo, darle vueltas en la cabeza fantaseando sobre ello, y constatar, querida Beba, el deseo que crecía imaginándolo, que ya no me permitiría quitarme la idea de en medio si a vuelta de correo me respondieras que has reflexionado y ya no quieres que suceda.

Por eso sin embargo, querida, he decidido escribirte yo misma mi respuesta, para que puedas pensarlo, aunque me consta por tus palabras que ya lo habías hecho antes, y decirte que si, que yo también quisiera compartirte con Alberto; que me cuesta, ahora que te escribo, terminar cada párrafo sin detenerme a acariciarme imaginando el día (o mejor la noche si no tienes preferencias del momento) en que vamos a encontrarnos cara a cara mirándonos cómo no habíamos hecho antes.

¿Sabes, Beba? Te conozco desde niñas, nos conocemos. Hemos vivido juntas casi treinta años (a mi no puedes engañarme sobre eso, pero te juro silencio eterno) y hemos compartido casi todo: las clases de danza, las de religión, los novios que nos pasábamos de crías, la pena cuando se murió mi padre; incluso nos escapamos juntas de casa ¡Qué locas! Y nunca he pensado en ti hasta leer tu carta cómo si tuvieras cuerpo.

Ahora, después de tantos años, me paro a rebuscar en mis recuerdos y comprendo que no había reparado en ti las tantas veces en que estuvimos juntas, desnudas en los vestuarios, o probándonos ropa en "El Corte Inglés", y pese a todo, conservo en mi memoria una imagen absolutamente nítida de tu cuerpo, y llevo desde anoche sin poder desprenderme del deseo de tomarlo.

Si, Bebita, acepto tu oferta entusiasmada, no veo llegar la hora en que mis labios puedan por fin rebuscar entre tus pliegues el temblor en que te venzas; casi no puedo esperar a que me beses, y quiero sentir que mordisqueas entre mi, que me recorres con los dedos escarbando, que gimes al sentirme.

Alberto no me importa. Bueno, no me malinterpretes. Solo quiero decir que no hubiera hecho eso solo con Alberto, aunque es cierto que nunca me gustaron las mujeres, y tu sabes cómo me gustan los hombres. Pero no hubiera aceptado solo con Alberto, por que es la idea de tomarte la que me inspira cada minuto desde que me escribiste.

Es curioso: él es guapo, pero me hubiera servido cualquiera que hubiera querido jugar con nosotras; que hubiera querido metértela y hacer contraerse tu rostro de muñequita con la cabeza apoyada en mi pecho; cualquiera que hubiera querido dejarme cabalgarle mientras chillas con tu coñito moreno en sus labios mientras muerdes los míos y te ahogas; cualquiera cuya polla hubieras dejado escapar de entre tus labios al gemir mientras los míos se pierden en tu sexo oscuro.

Puedo imaginarme rebuscando con las manos en tu cuerpo, abstrayendo su rostro y olvidándolo; puedo imaginarlo hecho solo polla, callado jodiéndonos mientras bailamos, y mis dedos apretándote los senos, pellizcando los pezones, rebuscando entre tus piernas la caricia mojada, abierta de tu sexo temblando, escarbando, rodeando de caricias los extremos; puedo imaginarlo sin cuerpo, solo polla que te rasga, que me rasga mientras muerdo tus labios; puedo imaginarme sola contigo estremeciéndonos juntas tan familiares y confiadas por fin, cómo si cada día de todos estos años antes hubiera sido tan solo un paso más en el camino de tenerte.

Anoche, leyéndote, quise dejar flotar mi deseo buscándote y me toqué soñando en ti, y sigo desde entonces contigo entretejida en mi deseo, entornando los ojos cien veces cada hora para verte, suspirando mientras llega el momento en que el cartero te lleve los ecos de este ansia que siento, y que sueño que sientes tu también desde que me escribiste.

¿Querrás, querida amiga, dejar que beba tu deseo estremeciéndome? No me lo pidas, Bebita, permíteme que sea yo quién te suplique que me llenes de ternura y de quejidos dulces, cómo de agonía lenta; de caprichosos espasmos arrítmicos, tiernos cómo los besos; de roces de dientes helados cómo espadas. Deja que te tenga y podrá hacer conmigo lo que quiera, lo que quieras tú, y lameré su esperma de tus labios, y chillaré si deseas azotarme. Deja que nade en ti, y prometo que seré para siempre de los dos mientras tú quieras, que lloraré de alegría al descubrirte –piel salada chispeando mientras besas, y ese amanecer en duermevela-.

Claro que quiero, querida niña, y estaré esperando cada noche hasta que vengas.