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Soletina es una zorra

en Confesiones

Que por qué, por qué, por qué…. Es difícil de aventurar, pero en cierto modo me posee.

Es evidente que yo no soy Soletina; al menos no siempre lo soy. De hecho tengo otro nombre, y apellidos –pongamos que Olvido del Ama- y un trabajo serio, un remedo de vida familiar, y cierto contacto social.

¿Cuál es la cuestión entonces? Pienso en escribir algo (Olvido es quien lo piensa) me siento en mi despacho, y comienza la transformación.

Casi siempre escribo sola, sola en casa. Enciendo una luz cálida detrás de la pantalla, pongo música suave, arranco el procesador, y empieza la metamorfosis: Olvido se inventa un nombre, o una frase, algo para empezar, y empieza a correrme por la espalda un hormigueo. Trato de centrarme, nada.

Van pasando los minutos, las frases, y comienza a percibirse la trabazón de una historia. Y entonces aparece ella. Al principio es una cierta inquietud, la anticipación de algo que se podría suceder, y el teclado suena y suena casi ocultando los compases de una canción tan sabida que casi se canta sola.

Poco a poco, sin embargo, siento que ocupa mi cuerpo. La historia quiere desdibujarse, ya solo pienso en cómo hacer que los personajes logren establecer el contacto, y comienzo a experimentar lo que no puedo describir si no cómo "reacciones fisiológicas": inquietud, nerviosismo, el escalofrío de sentir endurecerse los pezones. Los zapatos taconean frenéticamente el suelo bajo el asiento, no encuentro la postura en que dejar las piernas…

Y la historia se desboca entre mis dedos, ya solo queda Soletina, y Olvido que la contempla entre el escándalo y la esperanza avergonzada.

- ¡¡¡Se encuentran se encuentran!!!

Enciendo un cigarro tras otro, escribo con ansia, me apodero del asiento, mi cuerpo lo hace inconscientemente. La protagonista ha tomado el sexo del chico entre los labios y lo chupa. Soletina no quiere:

- ¿Chupa el sexo? – me mira con desprecio- se dice polla, y no la chupa, se la traga con ansia, cómo si tuviera que venirle de ella el aire de respirar…

He separado las piernas sin querer. La falda se me va haciendo un rebujo en las caderas y casi estoy a horcajadas sobre el asiento tan suave, forzando la postura para conseguir un cierto contacto de la tela sobre el sexo.

- ¡¡¡Y venga con el sexo!!! El coño, restriegas el coño en el asiento por que eres una zorra.

Me revelo, sé que no soy una zorra. Es ella quién lo es. Es inútil, ya soy Soletina, ya solo soy una zorra inventándome una historia que me haga sentir caliente, escribiendo cada vez más deprisa, tratando de alcanzar con las teclas las escenas que se me agolpan en la cabeza y el ansia de respirar.

Y mi marido en Zamora, o en Medina, o vete a saber donde coño esté esta noche.

- Pues si ha de ser que sea…

Y me levanto agitada, poseída por una decisión que no es la mía (donde habré leído yo esto antes), me lleno una copa de güisqui sin hielo, y me bajo los pantis y las braguitas cómo con prisa. Y ya estoy de nuevo sentada, ardiendo en un cuentecillo que se me viene a la mente por no tenerlo en la boca. Me paro, no aguanto más. Me acaricio.

- ¡¡¡Quieta!!! ¿Dónde vas?

Quieta, quieta, quieta… si te corres no habrá final para la historia. Si te corres dejarás de escribir, y mañana será peor. Las historias siempre son peores mañana, tienen que escribirse hoy.

Una pausa, unos segundos apenas para desenredar un párrafo que se atasca, y los dedos rozándome los pezones por encima de la blusa cómo sin darme cuenta. Y vuelta a las teclas, y las caderas que se me están moviendo solas, y el cojín tan suave que me roza a un ritmo que ya casi es trepidante.

- ¡Joder, voy a tener que meterlo otra vez en la lavadora!

Pero ya no hay vuelta atrás: tengo un pequeño ejército de personajes jodiendo, los dedos se me hace huéspedes, el pulso acelerado, que hasta me tiembla cuando paro para llevarme el vaso a los labios, la zorra de Soletina caliente cómo una perra.

- ¡¡¡Ya está, se acabó!!! ¡¡¡Qué le den morcilla al cuento!!!

No hay remedio, no escribo más. Alejo el asiento un palmo de la mesa, lo ladeo un poco, y coloco una pierna, la derecha, sobre ella. Me recuesto. Apoyo las manos en los muslos y respiro. Respiro hondo. Entorno los ojos y trato de adivinarme.

Soy una mujer rotunda, carnal y redondeada (no estoy gorda, no, ni siquiera gordita). Trato de visualizarme cómo a un personaje más de mis historias y me contemplo a lo lejos: caliente, nerviosa, con las piernas abiertas, muy abiertas, y el coño (ya no digo sexo) florecido, empapado. Casi puedo verme, con la camiseta ceñida impotente para ocultar el desarrollo anormal de los pezones, medio jadeando en una silla con la cabeza caída hacia atrás, esperando a decidir acariciarme cómo si quisiera posponerlo, o prolongarlo, tratando de gozar del hecho circunstancial de sentirme tan caliente, que me gusta casi tanto cómo correrme.

Me quito la camiseta, o me desabrocho la blusa, lo que toque. Me acaricio los pezones muy despacio. Rodeo el borde mismo de la aureola con un dedo rozándola despacio, muy despacio.

- Vamos, zorra, llévate la mano al coño de una vez.

Pero me resisto. Todavía puedo resistirme a eso. Acentúo la presión de la caricia, rozo el pezón, lo tomo despacio, muy despacio entre los dedos pulgar e índice y lo aplasto levemente, lo froto lentamente deslizando un dedo sobre otro, retorciéndolo un poquito. Tengo el corazón a punto de estallar, y respiro deprisa, casi jadeando. Se me ha llenado la frente de pollas, de coños, y quiero devorarlas todas, todos. Nunca lo hice con una mujer, pero si ahora, si en este preciso momento apareciera… Imagino centenares de pollas sin cara, de pollas llenándome las manos, peleando por metérseme en la boca, jodiéndome, reventándome encima a borbotones…

- ¡¡¡Vamos, ahora o nunca!!!

Y me escupo en la mano, en la derecha (lo he visto en una película) y me la llevo nerviosamente al coño que está ardiendo, abierto cómo una granada, empapado, y lo reconozco despacio. Mezclando la saliva con mis propios jugos, apoyo primero encima la palma de la mano entera, los dedos juntos, y aprieto, presiono sobre el pubis para después recorrerlo con los dedos dibujándome los labios, aventurando uno de ellos hasta dentro apenas un instante para constatar qué fácilmente entraría, cómo los labios se han separado solos, como ansiando.

- ¡¡¡Vaya con la mosquita muerta!!!

Busco el clítoris y lo rodeo con miedo. Tocarlo de repente es cómo un calambre insoportable. Está ahí. Lo adivino entre los pliegues inflamado, endurecido. Entre los pliegues lo tomo con los dedos y presiono suavemente. ¡¡¡Dios!!! Es un temblor imposible. Me llevo de nuevo los dedos a la boca. Voy a hacerlo. Los mojo, los mojo mucho y desciendo nuevamente hasta rozarlo muy despacio. Es cómo un miedo. Lo esquivo, lo rodeo, tomo la piel y la aparto hacia atrás apretando solo un poco, y lo adivino ahí expuesto, brillante, y lo rozo nuevamente por la base. Despacio, muy despacio, buscando acentuar el contacto lentamente, apoyando apenas el anular sin moverlo. Lo presiono. Gimo. Más saliva, y comienzo a acariciarlo exponiéndolo ya entero con el índice y el anular mientras el corazón juega, tímidamente al principio, para poco a poco desbocarse en un rozar lubrico y frenético. Casi tengo que forzarme para no cerrar las piernas.

Estoy temblando, culeando cómo una zorra, y Soletina se ríe a carcajadas . No lo soporto más, y ya no se detenerme. Aprieto con los dedos la piel alrededor, juego con ella apretándola deprisa, frenética y ansiosamente, gimoteo, veo pollas y luces de colores, coños con sus pollas clavándose, bocas que devoran pollas marmóreas, pollas cómo dioses orientales, pollas marfileñas, de caoba, pollas que solo quieren follarme, llenarme a latidos sincopados y violentos, y yo misma me siento llevar por la fiebre, sincopada y violentamente me froto ya de una manera salvaje, jadeando hasta que no puede ser más, hasta que me falta el aire, hasta que me siento palpitando entera, sacudiéndome en espasmos confusos hasta terminar rendida, con las piernas apretadas sujetándome la mano mientras las ondas se retiran decreciendo onda a onda, cómo la resaca, hasta que me quedo quieta respirando trabajosamente, percibiendo todavía algún destello esporádico de temblor que me estremece.

- ¡¡¡Joder, Soletina!!! Ya lo estropeaste todo. Mañana este cuento será mucho peor.

- Venga, quejica, deja de lloriquear y vamos a darnos un baño, que esto apenas empieza.

- Pero hay que ver lo puta que eres.

- Tu si que eres puta, cielo.