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La fiesta del Capitán Garfio

en Parodias

¡Señor Smee! ¡¡¡Señor Smee!!!

¡Mande, Capitán Garfio!

No consentiré que vuela Usted a retrasarse de este modo en acudir a mi presencia cuando le requiera. Si vuelve a suceder mandaré colgar sus pelotas del palo mayor.

Usted perdone, Capitán –La voz de Smee reflejaba el pavor que le causaba la sola idea de verse privado de sus pequeños colgajos precisamente ahora, cuando la captura de Peter Pan y los muchachos prometía sacarle por fin el cuerpo de mal año- Esos pequeñajos chillan cómo gaviotas y no le había oído.

Bueno, bueno, pase por esta vez. Quiero que suba a esa pandilla de arrapiezos a cubierta, vamos a ofrecer un espectáculo a la marinería que tardará tiempo en olvidar.

Canturreando se acercó al espejo mientras el viejo pirata se alejaba a cumplir sus instrucciones. Había amanecido una mañana radiante, aquellos malditos muchachos estaban por fin en su bodega… La vida parecía sonreírle. Se atusó el bigote sonriendo, y se dirigió a la pajarera en el rincón del camarote donde la pequeña Campanilla aleteaba peleando inútilmente con uno de los barrotes pugnando por escaparse.

Tch, tch, tch… No deberías derrochar en vano tus energías, pequeña putilla voladora. Los esfuerzos estériles conducen a la melancolía, y hoy te quiero sana y fuerte para que acudas a mi fiesta en calidad de invitada de honor. Tengo tanto que agradecerte…

La lengüecilla del hada caprichosa se desató en una retahíla de improperios que sonaban chocantes en aquella vocecita aguda y cantarina, y una nubecilla de polvo luminoso pareció estallar a su alrededor envolviéndola en un aura brillante y colorida.

Me encantas cuando te enfadas, duendecilla. Te pones muy atractiva… Lástima que tus menguadas proporciones te impidan alojar la prueba de mi admiración.

Abrió cuidadosamente la puerta de la jaula tapándola con la mano para evitar la fuga, introdujo el brazo en ella y la persiguió en sus revoloteos hasta conseguir prenderla por las alas.

Venga, venga, no te resistas más, que sabes que es inútil. Además hoy no deberías estar enfadada conmigo, puesto que te reservo una sorpresa que sin duda va a alegrarte. Pero primero debes dejar que te prepare. Pero… ¡Diantre, estate quieta, o no podré prepararte para la fiesta y tendrás que quedarte encerrada en tu jaulón mientras todos nos divertimos.

Desconfiada, pero curiosa por naturaleza, la promesa de sorpresas fue suficiente para apaciguar a la pequeña volantina, que se resignó a su condición de prisionera y se dejó colocar en la mesa sin alborotar demasiado.

Primero nos aseguraremos de que no vas a escaparte mientras te arreglo.

Con una extraña habilidad, el capitán sujetó el tobillo del hadita con la cadena de oro de su reloj, y trabó esta bajo el libro de bitácora.

Este será un peso suficiente para retenerte mientras trabajamos.

Una nueva sarta de insultitos estridentes y brutales descargó sobre el pirata provocándole un ataque de risa mientras, cuidadosamente, con ayuda de un pincel, cepillaba las alitas cristalinas de la pequeña recogiendo sobre una hoja de pergamino el polvillo que desprendían para, a continuación, verterlo en un frasquito de cristal de boca ancha.

Vamos, pequeñina, no te enfades. Es culpa tuya, por que no me puedo fiar de ti. Si fueras un poquito más dócil, si pudiera yo estar tranquilo sabiendo que no ibas a escaparte, no tendría que tomar todas estas precauciones –Maniobraba cuidadosamente, evitando dañar los delicados apéndices- Bueno… Ya está. Con ese poquito polvo que te dejo, y con la cadena y el reloj colgando ya sabrás que no puedes volar muy alto ni mucho tiempo, de modo que no te arriesgarás a escaparte para caer al mar.

Cuando quitó el cuaderno de encima del reloj, Campanilla dio unas vueltas alrededor del camarote tratando de medir sus posibilidades, y tuvo que resignarse enseguida al constatar que sus palabras estaban en lo cierto. Tendría que quedarse en el maldito barco.

Mmmmmmmm… Aún disponemos de un rato mientras mis hombres terminan de preparar a los salvajes de tus amiguitos ¿En qué podríamos ocuparlo?

El brillo salaz de su mirada no auguraba nada bueno, y la pobre Campanilla trató inútilmente de escapar aleteando hasta ser atrapada por el Capitán sujetándola por la cadena.

Vamos, jovencita, no seas esquiva, si sabes cómo yo que no puedes escaparte.

La condujo de nuevo hacia la mesa y comenzó a juguetear con ella subiéndole la mínima faldita.

Veamos qué tenemos por aquí.

La diminuta muchacha pataleaba tratando de zafarse inútilmente, de sujetarse la falda, de impedir al fin, que aquel pérfido marino pudiera mirar entre sus piernecillas.

Vaya, vaya, vaya…. Pero… ¿Qué es esto?

La pequeña, a quien sujetaba abierta de piernas con los dedos, mostraba un coñito diminuto, adornado por unos pelillos rojos tan leves que hubieran podido confundirse con un sutil terciopelo. Por lo demás, en su menguada escala, disponía de todos los atributos que caracterizan a una dama: unos labios vaginales brillantes y sonrosados, un clítoris apenas apreciable… era un bombón pequeñito.

Se entretuvo jugueteando con ella con su única mano torpemente. Ató sus tobillitos a los extremos de un lápiz, sujetó sus muñecas a otro atado a este en forma de cruz invertida, y, ayudándose por unas tijeras, fue recortando su trajecito verde hasta tenerla desnuda e inmóvil sobre la mesa.

¡Menuda fulanita hemos cazado! ¡Bebamos para celebrarlo!

Se sirvió un vaso de ron oscuro y perfumado, bebió un trago, y puso otro con ayuda del extremo de la caña de una pluma sobre los labios del hada, que no pudo resistirse a beberlo ante el riesgo de ahogarse.

La pequeña mostraba un cuerpo exquisitamente proporcionado: los pechitos, prominentes si consideramos las escasas dimensiones generales, esféricos y coronados por unos pezoncillos sonrosados del tamaño aproximado de un grano de pimienta, cedían a la presión del dedo y se bamboleaban; tenía en las axilas una sombra de vello tan leve y delicado cómo el que cubría su pubis, y el culito parecía tallado en alabastro. Solo las alas que nacían entre los omoplatos la diferenciaban de una espléndida mujer en miniatura.

Deslizó el índice de su mano izquierda a lo largo de los escasos treinta centímetros de su longitud entreteniéndose en los senitos para terminar acercándolo al coñito aterciopelado y suave.

Vamos, putilla, no me digas que no te gusta. Seguro que tu Peter no te hacía estas cosas.

La gotita de ron parecía haber empezado a causar su efecto, y la pequeña, con los ojos chispeantes, movía su culito en la escasa medida en que se lo permitían sus atadura buscando el roce del dedo, y sus pezoncillos comenzaban a contraerse y parecían más oscuros, orlados en un óvalo granujiento.

Muy bien, zorrilla. ¿Ves cómo no iba a hacerte daño?

Presionó levemente el meñique y su extremo comenzó a introducirse en el pequeño coñito causándole un escalofrío que se le escapaba entre los labios en forma de gemido agudo. Parecía responder a parámetros normales, y su sexo diminuto se humedecía de tal modo que apenas necesitaba vencer una mínima resistencia para penetrarla y el dedo no tardó en deslizarse hasta la segunda articulación. La pequeña chillaba cómo una loca, llenando el camarote de estridentes sonidos ininteligibles.

Vaya, vaya, vaya… Resulta que a la pequeña le gusta que la follen… Bueno, zorrita, vamos a dejarlo de momento, que nos esperan arriba.

Una nueva retahíla de chillidos amenazó con ensordecer a cualquiera que se acercara al hada, que tuvo que resignarse a que la dejaran a medias, aunque agradeció sentirse desatada y comenzó a revolotear alrededor del capitán con una sonrisa boba, arrastrando la cadena y el reloj, que este introdujo en el bolsillo del chaleco asegurándose así tenerla bien sujeta.

Garfio abrió la puerta de cristales esmerilados que daba paso a cubierta desde su camarote y sonrió al contemplar el modo en que se habían seguido sus instrucciones. Los pequeños, y aquel canalla de Peter, se encontraban en el centro de la nave, perfectamente desnudos y rodeados por su tripulación, que les obsequiaba con procaces improperios. A alguno de sus marinos debía habérsele escapado la mano, por que su huella enrojecida aún podía verse dibujada, con sus cinco dedos, en el culito de Wendy, que trataba inútilmente de cubrirse las tetillas con las mejillas inyectadas. Garfio, alegre como el día, decidió no darse por enterado.

No te tapes, gorrinita, que lo mismo te va a dar –decía a voz en grito uno de los hombres-

Eso, eso, a ver cómo te tapas cuando te ponga el rabo entre las piernas –le respondía otro entre la carcajada general de sus compañeros-

El pirata no cabía en sí de gozo al ver su sueño cumplido. Por fin tenía a ese cabronazo de Peter atrapado a su merced, y de paso se había apoderado de la pandilla de niñatos repugnantes, que iban a proporcionar una fiesta a su tripulación antes de ser arrojados al mar.

Silencio, caballeros –ordenó casi sin alzar la voz- ¿Qué van a pensar de nosotros nuestros invitados?

Una nueva carcajada recorrió las filas de sus soldados, que se palmeaban los hombros derramando en cubierta el ron que atestaba sus toscos vasos de zinc y mostraban notables erecciones evidentes bajo sus pantalones bombachos anticipando la fiesta prometida por su capitán.

Pero bueno, no nos demoremos más, que no se diga de nuestra hospitalidad, señor Smee, sirvan unos vasos de ron a los jóvenes y acérqueme a la señorita Wendy, que deseo que nos deleite con algún espectáculo que haga más amena nuestra celebración.

Dicho y hecho, Smee, Starkey y los demás corrieron a cumplir las órdenes de su capitán, y en un plis plas, la joven se encontraba frente al capitán, y los muchachos tragaban ron a borbotones entre muecas de asco.

Debo decir, jovencita, que está usted convirtiéndose en una deliciosa dama. De hecho, los pocos pelillos que adornan vuestro pubis, y esos pezoncillos esponjosos, junto a la deliciosa proporción de formas auguran que será usted muy bella.

El capitán hablaba en tono exageradamente solemne, engolando la voz tal y cómo imaginaba que harían los caballeros en las fiestas de sociedad a las que nunca había asistido, y acompañaba sus palabras con su única mano, valorando con los dedos cada parte que enunciaba.

Pero poneos cómoda, jovencita.

Y dicho aquello, de un empujón la dejó sentada en el centro de una gran soga enrollada, de tal modo que su culito en el centro, y sus brazos y piernas asomando por los bordes, componían una figura a la vez sensual y ridícula.

Me pregunto qué podríamos hacer por haceros sentir a gusto entre nosotros.

Peter mascullaba juramentos y promesas de castigo que resultaban ridículas ante la escasa probabilidad de que llegaran a materializarse, pero su polla, a la vez, comenzaba a endurecerse, cómo las del resto de sus compañeros, a quienes los piratas habían rodeado y toqueteaban ya sin disimulo, seguros del beneplácito de su capitán.

Quizás mi buena amiga Campanilla pueda ayudarnos a lograrlo.

Acercó a la pequeña criatura a ella sujetándola por el reloj y la depositó cuidadosamente entre sus piernas.

Ve Usted, pequeña Campanilla. El coñito de la dama, salvando las evidentes divergencias en cuanto a sus dimensiones, no difiere sensiblemente del vuestro, de modo que es de prever que similar tratamiento cause en ella similar efecto. ¿Será tan amable de ayudarme?

La duendecilla, feliz de poder contribuir con su ayuda al castigo de aquella niña insolente que le había robado el amor de Peter, comprendió al instante las intenciones del capitán, y sus manitas comenzaron a rebuscar entre los pliegues del coñito sonrosado, escarbando hasta encontrar el clítoris adormecido, para comenzar a manipularlo y morderlo suavemente hasta que adquirió las dimensiones de una pequeña pollita, casi adecuada a su tamaño, y la muchacha comenzó a gimotear cómo una tonta negando de palabra lo que tan evidente resultaba que aceptaba de buen grado.

¡Hay, no, no! ¡Déjame, cochina! ¡te digo que me dejes!

Su voz iba poco a poco transformándose en un susurro, ahogada por la intensidad de sus gemidos, que se acentuaron cuando el hada, que aprendía con notable facilidad, comenzó a introducirse entre sus labios hasta quedar sepultada hasta la cintura, moviendo las piernas cómo si nadara sin dejar de atender con las manos el brillante guisantito.

¡Increíble, Peter! ¡Tienes que ver esto!

El muchacho que no quería crecer fue conducido por sus captores hasta el borde mismo del montón de cuerdas donde su amiguita se retorcía ya sin disimulo. Los doce centímetros de su polla lampiña manifestaban con claridad el efecto que la escena le causaba, y bastó con que el capitán pusiera apenas la mano sobre ella para que se corriera con tan buen tino que el primer chorretón de esperma fue a estrellarse sobre la parte que asomaba de la dulce Campanilla casi cubriéndola entera, y el resto salpicó las tetillas breves de Wendy que chillaba como una posesa.

¡¡¡Así, así, Campanilla!!! ¡¡¡No te pares, por favor, no te pareeeeees!!!

Vaya, vaya, vaya –dijo el capitán con una sonrisa malvada que manifestaba con toda claridad la intensidad de su dicha- Si resulta que el pequeño espadachín ya saca lechecita cómo una persona mayor. Veamos qué mas cosas le gustan.

Sujeto cómo estaba por Smee y Starkey, no pudo hacer nada por impedir que la tranca de Garfio, de considerables dimensiones, se le clavara en el culito sin previo aviso, y el grito que lanzó pareció excitar aún más a Wendy, cuyo clítoris ahora estaba campanilla metiéndose hasta el fondo del coñito aterciopelado causándole tal efecto que sus gemidos ahogaban los chillidos inacabables y agudos de la duendecilla voladora, que aleteaba frenéticamente elevándose y descendiendo cómo una loca.

Tras la primera sorpresa, y con la ayuda de Smee, que pelaba su colita con mimo y atención, no tardó Peter en coger el gusto al asunto. Sus jóvenes compañeros habían caído ya sin cortapisas en manos de sus captores, y se encontraban arrodillados chupando una tras otra las pollas de los marinos, cuyos gritos de júbilo al correrse llenaban la cubierta de sana algarabía, y la escena general, una vez aliviado el primer dolor que le había causado la clavada, propiciaba un ambiente suficientemente sensual cómo para que se dejara llevar y tomara entre sus labios el cipote del buen Starkey, que se lo agradeció en sumo grado culeando alegremente con ánimo de correrse en su garganta.

Wendy, mientras tanto, había conseguido hacerse dueña de la situación, y se agachaba a cuatro patas en una postura ciertamente forzada para poderse tragar su pollita mientras follaba a Campanilla con el índice, clavándole en el culo el anular de manera simultánea. Entretenida como estaba, apenas dio un respingo cuando la de Smee se clavo entre sus nalgas y, animada cómo estaba por los chorritos de esperma que Peter disparó en su garganta casi en aquel mismo momento, se dejaba encular con gran afición y alegría, esmerándose con la lengua para evitar que menguara cuando Garfio, divertido, extrajo su rabo del culito de nuestro héroe cubriéndole la cara de severos chorretones de leche templada y densa, que el Hada limpiaba a lametones en agradecimiento a los temblores que sus dedos le causaban.

El resto de los marinos, viendo la buena disposición que manifestaban aquellos chiquillos adorables, y la gran afición que parecían sentir hacia aquellas prácticas, no tardaron en acudir en franca camaradería en auxilio de su viejo capitán, que se reponía del esfuerzo con una sonrisa boba, y fueron turnándose por atender los insaciables requerimientos de los muchachos. Así, Peter, conoció la agradable sensación de encular a un grumete al tiempo que el resto de los piratas se turnaban entre su culito blanco y su boca, regalándole con grandes cantidades de leche que tragaba en la medida que podía, dejando que el exceso rebosara por su cara, por su pecho y por su espalda. La propia Wendy conoció las delicias de verse taladrada al mismo tiempo por todos sus agujeros, y demostró unas dotes naturales de mamona muy dignas de encomio, aprendiendo enseguida a succionar, a juguetear con su lengua en el capullo, las notables impresiones que causaba cuando metía las pelotas de aquellos recios piratas en su boca, y la manera de mantener con las manos la atención de los unos mientras los otros descargaban en su garganta galones y más galones de aquel fluido espeso que tanto resultó gustarle.

Así, fueron follados y enculados varias veces por cada miembro de la tripulación, pues ninguno quería perderse las atenciones tan encomiadas de ninguno de los muchachos, que los que venían de conocerlas se encargaban de alabar con grandes loas.

Tienes que metérsela en el culo a la chiquilla, no sabes qué manera tiene de moverse, y qué dulzura de caricia.

Pues yo te recomiendo los labios de Peter Pan. Chupa cómo un ángel, y se le pone una carita de ilusión al tragársela que se lo comería uno a besos.

Pues si es cosa de chupar no os perdáis a Wendy. Se la traga casi entera, y puedes tocarle mientras las tetillas, que son delicadas cómo un melocotón maduro y tienen los pezones tan sensibles que grita si los pellizcas.

Nada cómo comérsela al chaval. Chilla cómo una niña, te cabe entera en la boca, y suelta una lechecita tan liviana que parece de mermelada, y si le están dando por el culo al mismo tiempo, da unos apretones que se te pone la polla cómo un canto de ver con qué afición lo toma.

Pero… ¿Qué fue de Campanilla mientras tanto? Pues bien, nuestra pequeña amiguita alada no perdió su tiempo: descubrió que los piratas habían dejado de lado a los pequeños pues, si bien sus lengüecitas aún recordaban el biberón y mamaban con encomio, el hecho de que el escaso tamaño del resto de sus atributos los hicieran impracticables les había hecho desilusionarse enseguida, y habían preferido, cómo ya hemos contado, follarse a los mayores, cuyas hendiduras toleraban mejor las dimensiones de sus pollas, de tal modo que, tras comprobar que sus colitas se adaptaban con apenas un mínimo esfuerzo y un poco de saliva a su talla, y viendo que también podía hacer que se irguieran con unas pocas caricias, les había convencido de las bondades de enterrarla en sus agujeritos, y pasó toda la fiesta jugueteando con ellos, que no tardaron en manifestar buenas maneras y la follaron, la encularon y le dieron de mamar de sus pollitas con un empeño digno de los campeones en que se habían convertido sus mayores, llegando a llorar de ganas de seguir incluso cuando ella, con el culillo y el coñito doloridos e irritados, tuvo que dejar para otro día la práctica de su recién descubierta afición.

Y así pasaron las horas, entre amables conversaciones y delicadas atenciones de los unos para con los otros, y la fiesta no se detuvo más que cuando ya la noche era cerrada y las estrellas brillaban a lo lejos. La polla de Peter no se levantaba más, ni siquiera al cuidado de los labios de Wendy, que había desarrollado una técnica exquisita. A ella misma le dolían las quijadas, y su coño casi lampiño hacía rato que estaba ya tan enrojecido que no toleraba siquiera que le pusieran una mano encima, por no habar de su culito, cuyo agujerillo había dejado ya de ser estrecho, que le dolía de tal modo que temía no volver a poder sentarse en el resto de los días de su vida. En cualquier caso no importaba, por que entre ambos habían logrado saciar al capitán y a sus catorce piratas que, agradecidos, les llevaron en brazos a sus camarotes, les arroparon amorosamente, les despidieron con un beso tras rezar sus oraciones, y salieron en silencio, con mucho cuidado de no despertarles, prometiéndose no volver a tratarles de aquella dura manera.

Creo, señor Smee, que deberíamos olvidarnos de esa tonta idea de hacer saltar al agua a los muchachos ¿no le parece a usted?

Sin duda, Capitán. Al fin y al cabo son buenos chicos, y a mi no me importa dejarles mi camarote y dormir en la sentina.

¿Cree usted que querrán escaparse?

No, Capitán, no lo creo. Más bien parece que serán miembros notables de nuestra tripulación.

Pues que sean, Smee.

Que sean, Capitán.