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Mi pequeño (2)

en Amor filial

Viene de noche a mi cuarto. Mamá viene de noche a mi cuarto. Casi todas las noches Mamá viene a mi cuarto y juega conmigo creyéndome dormido.

Me acuesto temprano, por ver de hacer que venga cuanto antes.

Ya me voy a dormir, Mamá, que mañana hay que madrugar – y me besa con cariño deseándome buenas noches.

Me acuesto temprano y no puedo dormir. Si alguna noche no viene la paso en blanco esperándola, deseando que llegue, sin atreverme a ir yo a buscarla.

Espero despierto fingiéndome dormido a que se apaguen las luces de la casa, pensando en sus caricias mientras llega, y tengo que esforzarme cuando escucho el ruido leve de sus pasos detenerse frente a la puerta abierta para no llamarla ansioso.

Entorno los ojos y respiro quedamente cómo si durmiera, y puedo ver con el corazón apretado su silueta deslizarse cómo flotando por la habitación hasta mi cama, y sentir sus maniobras en las sábanas hasta descubrir mi polla dura ya de pensar en ella.

A veces tropieza con alguna cosa que dejé por en medio y se detiene, y es cómo si se me parara el tiempo temiendo que se asuste con el ruido y se vaya dejándome así.

La toma en su mano y la acaricia, y no puedo evitar gemir un poco, un escalofrío, temblar cuando la lleva a sus labios y la chupa lentamente. Entonces imagino su cuerpo. Visualizo su cuerpo que conozco de espiarla, y sueño con tomarlo mientras siento la caricia de su lengua que me envuelve.

Mamá sigue siendo bella, redondeada y blanca, abundante. A veces en verano, si vuelvo temprano, me gusta entrar quedo en la casa y sorprenderla en la piscina, nadando desnuda y sola, dejando que el agua acaricie su carne.

La besa, la engulle, y siento la caricia cálida y húmeda, y escucho que gime ahogadamente mientras la cubre de saliva, y siento que la mete muy adentro, y su garganta se contrae apretando el extremo, y se me va la cabeza tras su imagen bajo el sol.

Me oculto tras el ventanal grande que da paso al jardín, oculto por las sombras del interior de la casa, y contemplo su culo amplio y tierno, con un deseo imposible de acariciarlo, a veces de azotarlo; y sus senos grandes, que flotan en el agua cómo si el tiempo no las hubiera ablandado un poco ya, con los pezones endurecidos por el agua fría.

La recorre entera con su lengua, cómo si saboreara una golosina. La sujeta con la única mano que tiene libre mientras vuelve a tragarla una vez tras otra, tratando de aguantarla en el fondo de su garganta. A veces siento que le viene una arcada. Adivino su otra mano acariciando su sexo húmedo y velludo.

A veces abandono mi escondite y juego a sorprenderla inesperadamente, y me planto frente a ella con aire despistado para quedarme clavado al borde de la piscina mirándola con cara de asombro, hasta que se percata de mi presencia y me chilla para que me marche, y corro a mi cuarto para asomarme y ver cómo sale apresuradamente del agua y se viste sin secarse, mientras sacudo mi polla mirándola.

Gime y tiembla. Acelera el ritmo de sus caricias con sus labios sobre el tronco de mi polla, que parece ir a explotar, y escucho cuando la saca por un momento para respirar cómo toma aire agitadamente, nerviosamente, sin dejar de sacudirla con la mano.

Apenas necesito menearla un instante mirándola a escondidas por la ventana, y me vengo a borbotones deseándola, queriendo acariciarla mientras se cubre a toda prisa, cómo avergonzada.

Y termino en su garganta enloquecido, temblando con ella que se mueve sin control y sin cuidado, bebiéndome con ansia mientras gime, atragantándose. Y tengo que contenerme para no saltar sobre ella, para no agarrar sus senos temblorosos con las manos y estrujarlos, para no meter mi sexo entre sus piernas. Y mi pelvis se contrae una vez tras otra derramándose entre sus labios, en su garganta incapaz de tragarlo todo.

Me limpio con el pañuelo a toda prisa temiendo que suba y me sorprenda. Y me quedo un poco triste, cómo avergonzado, diciéndome que un día no va a darme vergüenza, que me plantaré frente a ella y le diré tal o cual cosa; o que no le diré nada, si no que tan solo la abrazaré y la haré mía sin remedio, y que no se resistirá, que se rendirá al deseo y se me entregará gimiendo.

Poco a poco, lentamente, sus caricias se hacen más pausadas. Recorre mi cuerpo con la lengua buscando hasta la última gotita, lamiéndome, y me arropa con las sábanas cómo cuando era pequeño, mimándome, y siento un deseo enorme de llamarla, de gritar que no se marche, que se tumbe aquí a mi lado y hagamos el amor. Trato de decírselo, y mis labios no me obedecen, y me escucho, cómo si escuchara a otro, murmurar cómo entre sueños cualquier obviedad:

¿Qué pasa, Mamá?

Nada, cariño. Vine a ver si estabas bien.

Y se aleja despacio hacia su alcoba.