miprimita.com

Mi pequeño (1)

en Amor filial

Me asomo a la puerta en silencio, con el corazón acelerado, latiéndome en las sienes y esa sensación de que me falta el aire en los pulmones.

Diego duerme profunda y apaciblemente. Veo su silueta dibujada entre las luces tenues que entran de la calle y le escucho respirar acompasadamente.

Me acerco más, hasta encontrarme casi sin saber cómo, arrastrada por un deseo que me digo imposible y, sin embargo, no logro impedir que me domine, de rodillas junto a la cama, viendo cómo desde fuera a mi mano deslizándose las sábanas abajo muy despacio, buscando una vez más sus 16 años de acero.

Tomo su sexo delicadamente y me quedo paralizada cuando siento que da un respingo, con la sangre arrebatándose en las sienes y un zumbido en los oídos, quieta durante una eternidad sintiendo en mi mano el latido, cómo temiendo que vaya a despertar y no saber cómo explicarle mi deseo, el ansia que me consume cuando pienso en él.

De nuevo respira rítmicamente, y su sexo, su polla inflamada, se llena de venas que puedo imaginar amoratadas, desafiantemente enhiesto, duro, y comienzo a deslizar la piel despacio, muy despacio, arriba y abajo en un movimiento cadencioso, y escucho una vez más cómo se agita, y temo que despierte, pero ya no puedo parar, y siento entre mis piernas el cosquilleo de siempre, la humedad de siempre, y mi cerebro restalla de ideas locas cómo siempre, y me pregunto si se dará cuenta de todo, y fingirá dormir para no detenerme.

Me inclino un poco más sobre el colchón. Abro la boca y la siento dentro, salada, dura, ansiosa. La rodeo con los labios, envuelvo el extremo con mi lengua, succiono un poco, empujo más y la siento en la garganta, me esfuerzo por contener la nausea, por relajarme, y siento cómo se desliza entera por la garganta, y late. Late fuerte.

Tengo que sacarla a veces y respirar cómo si saliera del agua. Mi sexo está empapado, y juego con mis dedos sobre él mientras vuelvo ponerla en mi garganta una y otra vez, a sentir que se desliza más dura cada vez, y que culea, que empuja para penetrar en mi boca más hondo.

Su respiración se ha vuelto ansiosa. Sus manos se crispan sobre las sábanas agarrándolas con fuerza. Mi sexo, mi coñito arde. Tiemblo cuando estalla en mi garganta llenándome de leche. Me siento morir mientras intento tragar los chorretones que dispara una y otra vez, que me ahogan. Se me va la cabeza al sentir que se desliza una parte entre mis labios. Bebo cuanto puedo tratando de no gemir mientras mi pelvis se mueve automáticamente, sin control, y me quedo cómo sin aire, cómo olvidándome de respirar entre oleadas de temblores que me estremecen.

Y escucho cómo poco a poco se va acompasando de nuevo su respiración mientras mi lengua limpia cuidadosamente cada gota de semen que resbaló sobre su pubis, sobre su vientre.

Me levanto despacio. Le arropo de nuevo amorosamente, sin cuidado ya de despertarle.

¿Qué pasa, Mamá? –pregunta con la voz adormilada, entre sueños.

Nada, cariño. Vine a ver si estabas bien.

Y regreso a mi cuarto conmovida, entre serena y avergonzada, sintiendo todavía el hormigueo de mi vulva, el sabor extraño, entre salado y dulzón de su leche espesa y cálida, y me dejo llevar por el sueño embargada por esa extraña placidez.