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Carolina, la nueva puta del colegio (3)

en Orgías

CAROLINA, LA NUEVA PUTA DEL COLEGIO (3ª parte).

Mi madre siempre quiso darnos la mejor educación a mi hermana y a mí para que, llegado el momento, pudiésemos decidir sobre nuestro futuro. - ¡Qué ironía! – pensé. Si en lugar de gastarse el dinero en nuestra educación académica, ella misma nos hubiese enseñado desde pequeñas a mamar pollas, a follar y a comportarnos como auténticas zorras, se hubiese ahorrado un buen dinero. Al fin y al cabo, y después de todo, las dos habíamos elegido el mismo camino: ser putas. Igual que ella. Y quién mejor que nuestra propia madre para enseñarnos aquella bonita profesión.

Como digo, mi colegio era privado. Y bastante caro. Tenía mucha reputación en la ciudad. Antes había sido un centro exclusivamente para chicos. De ahí que, aunque era un colegio mixto desde hacía años, las féminas escaseásemos. Además, era bastante estricto y controlaban mucho el tema de la asistencia a clase. Si alguien hacia "pellas", nunca se arriesgaba a quedarse dentro de los límites del colegio. Ni siquiera en la cafetería. Por eso, no podía permitirme el lujo de que algún profesor o empleado me viese merodeando por allí en horas de clase.

Salí de la cabina del retrete y me asomé desde la puerta de los lavabos. Comprobé que el patio estaba totalmente desierto, una vez que hubo terminado el recreo, y salí a hurtadillas cruzando hasta el extremo opuesto del patio, donde se encontraba la única puerta de acceso al edificio abierta en horas de clase. Tuve que dar un pequeño rodeo, pues las aulas tenían ventanas que daban al patio, y si no me ocultaba podrían verme desde dentro. No me importaba que me vieran los alumnos pero, como ya he explicado, no quería tener problemas con los profesores.

Una vez dentro, me dirigí a uno de los servicios que las chicas teníamos en cada planta. Todos estaban en clase y los pasillos se encontraban desiertos, por lo que alcancé mi objetivo sin encontrar obstáculo alguno. Entré en los lavabos y me aseé cómo buenamente pude. Lamenté no haber echado en el bolso un frasco de colonia o perfume. Había sudado bastante y me habría venido bien perfumarme un poco. Cuando trataba de colocarme el cabello, ya que estaba algo revuelto, advertí un pequeño bulto en la parte posterior de mi cabeza. - ¡La jodida cañería de la cisterna! – pensé. Aquellos cabrones de Alberto y David me habían dado tanta caña que ni siquiera me había dado cuenta de que, con sus envestidas, y la posturita tan difícil que tuvimos que adoptar, me habían hecho un chichón – En fin ... son gajes del oficio – pensé mientras intentaba maquillarme con los pocos instrumentos con que contaba: un lápiz de ojos y una barra de labios. Bebí un trago de agua para limpiar mi garganta del pegajoso líquido de las pollas que me había tragado, y me miré al espejo.

¡Perfecta! – dije en voz baja consciente de que nadie podía oírme. Me quedé un rato contemplándome en el espejo y pensando en la mañana que llevaba. Tres mamadas y una follada en tan sólo dos horas y media - ¡Eres buena! – susurré sin dejar de mirar mi imagen reflejada en el espejo - ¡Eres toda una puta!

Saqué el móvil esperando haber recibido algún mensaje solicitándome una cita. Pero no había nada. Era lógico, pensé. Salvo algunas chicas de mi clase, nadie tenía mi móvil, excepto, claro está, los 3 chicos del recreo, que seguramente habrían conseguido mi número por alguna de mis compañeras. Y cuando acabé con los dos últimos, tuvieron que salir pitando para no llegar tarde a clase. Así que, pensé, no habían tenido tiempo de correr la voz. Tenía que ser paciente.

Durante el resto de la hora, hasta el comienzo de la clase siguiente, permanecí allí: aburrida y desesperada por recibir alguna petición de mis servicios. La campana que indicaba el final de la clase sonó deshaciendo el silencio en el que se hallaban los pasillo del colegio. Salí del baño, y me dirigí a mi aula para asistir a la última clase de la mañana. Mientras avanzaba por los pasillos, pude ver cómo grupos de chicos salían de sus clases para contemplarme. Circunstancia que aproveché para acentuar el ritmo de mis caderas y de mi pandero, para calentarles un poco. Pude comprobar que varios de ellos tenían sus teléfonos móviles en la mano, mientras los manipulaban, y pensé con optimismo que por fin mi número se estaba difundiendo entre ellos.

Ya en mi clase, regresé a mi pupitre al que estaba empezando a considerar como un objeto de tortura. Miré a David, Toni y Alberto. Cuchicheaban con otro grupo de chicos, entre los cuales también estaba César, mi primer cliente en el colegio. La siguiente clase era Literatura y el profesor, un vejete que pasaba de los 60 años, mandó guardar silencio, al tiempo que comenzaba con las explicaciones. Al cabo de una media hora de intenso e insoportable aburrimiento, saqué mi móvil para ver si los sms iban llegando. Sonreí al ver en la pantalla el número de mensajes: 6. Quise gritar de alegría, pero me contuve. Disimulando como pude para no ser descubierta por el profesor, fui leyéndolos:

SMS Nº 1: ¡ERES UN ZORRÓN! ¡DAS ASCO!¡PUTA!

SMS Nº 2: ¡PUTA! ¡ZORRA! ¡FURCIA! ¡NO TE QUEREMOS EN ESTE COLEGIO! ¡LÁRGATE!

SMS Nº 3: QUIERO QUE ME LA CHUPES. 5 EUROS ¿NO? DIME DONDE Y CUANDO Y ALLÍ ESTARÉ.

SMS Nº 4: ME HAN DICHO QUE HAS SUSTITUIDO A TU HERMANA. QUIERO VER SI ERES TAN BUENA COMO ELLA. CONTESTAME Y QUEDAMOS, ¿VALE?

SMS Nº 5: QUIERO FOLLARTE. DAME UNA CITA.

SMS Nº 6: SOY VIRGEN Y HE OÍDO QUE TU PODRÍAS AYUDARME. CONTESTA, POR FAVOR.

¡Joder! ¡Vaya mensajitos! Desde luego, mi reputación era ya bien conocida. Eso me gustó. Los dos primeros, en los que se pretendía insultarme con calificativos de puta, zorra y furcia, provenían de números de teléfono que habían sido ocultados premeditadamente. Era evidente su origen: algunas de las beatas reprimidas que tenía por compañeras. Decidí ignorar aquellos intentos de insulto. Y digo intentos porque, a esas alturas, que me dijeran puta, zorra y furcia distaba mucho de ser una ofensa. Al contrario, eran elogios y alabanzas, puesto que era en eso, en una auténtica puta, en lo que ansiaba convertirme.

El caso es que tenía cuatro clientes más. ¡Qué emoción! Los chicos estaban respondiendo y mi cartera de clientes iba en aumento. Se me aceleró el corazón y noté que volvía a ponerme cachonda sólo con pensar en atender a la nueva clientela. Tenía que contestar a todos ellos para quedar en algún sitio. Pero antes tenía que trazar un plan para poder hacerlo.

A la una terminaban las clases de la mañana y a las tres se reanudaban, para finalizar a las cinco. Como he dicho, mi colegio era privado y tenía una larga tradición y prestigio en la ciudad. La dirección venía oponiéndose desde hacía años al horario continuo que se estaba imponiendo en los centros públicos, y por eso aún teníamos clases por la tarde. Nunca me gustó tener horario partido, pero ahora, bien mirado, era algo que podía venirme muy bien, ya que durante dos horas el colegio se quedaba semivacío, debido a que sólo unos pocos se quedaban a comer allí. Casi todo el mundo vivía cerca y preferían regresar a comer a sus casas. Pensé que el patio y los servicios estarían vacíos, y que no me sería difícil colarme en los baños, en el mismo sitio que aquella misma mañana. Así pues, tomé la decisión de citarme con aquellos chicos durante la hora de la comida. Cogí el móvil y contesté a sus sms emplazándoles en la última cabina de retretes de los servicios del patio. Uno de ellos sólo quería una mamada. Así que le cité para la una y cuarto. Otro quería follarme, y decidí citarle a la misma hora que aquel que quería comprobar si era tan buena como mi hermana. Pensé en hacer un doble con esos dos, al igual que con Alberto y David aquella misma mañana. Por último, dejaría para el final al que decía que era virgen, ya que no sabía muy bien qué me esperaba con él. Envié todos los mensajes y esperé impaciente el final de la clase.

Entretanto, repasé mentalmente el horario: a la una y cuarto, una mamada; a la una y media, un par de tíos; y a partir de las dos, ... iniciar en el sexo a unos de mis compañeros. Sonaba bien, ¿no? En ese momento, sonó la campana que ponía fin a las clases de la mañana. Pensé que lo mejor sería dejar la carpeta en la cajonera del pupitre, ya que si me la llevaba sólo supondría un estorbo. Cogí mi bolso y salí de clase ante las miradas de mis compañeros, como a lo largo de todo el día. En lugar de salir a la calle, me fui derecha a la cafetería para que el colegio fuese vaciándose. Cogí un bote de Coca-Cola y lentamente salí al patio, mientras daba algunos sorbos. Ya no había nadie. Todos se habían marchado a sus casas o estaban en el comedor. Caminé hacia los servicios cruzando el patio.

¡Espera! – gritó una voz a mi espalda. Me giré. Un chico al que nunca antes había visto se acercaba hacia mí tímidamente. No llegaba al metro sesenta y estaba muy delgado. Casi raquítico. Tenía la cara llena de granos. Una de dos: o se mataba a pajas o el típico acné juvenil se había cebado en su rostro. Saltaba a la vista que no tenía mucho éxito con las chicas.

¿Qué pasa? – le pregunté.

No ... nada ... verás ... yo ... - dijo vacilante.

¿Has quedado conmigo a la una y cuarto? – le pregunté.

Sí ... pero ... es que ... me da mucha vergüenza ... – me dijo presa de los nervios.

No tengas vergüenza ... si te voy a tratar muy bien – le dije intentando que se relajase - ¡Venga, vamos a los servicios!

Vale – me dijo mientras avanzábamos hacia los baños – Es que ... tengo que decirte una cosa ...

Dime.

Verás ... es que ... yo ... nunca he estado con una chica – me confesó. ¡Noticias frescas! Con esa pinta lo raro es que se hubiese estrenado – pensé. ¿Me habría equivocado al citarles? Pensaba que al que era virgen lo había dejado para el final.

Bueno ... no pasa nada – le tranquilicé – Para eso estoy yo aquí – añadí, entrando en los servicios. Le conduje hasta la última cabina de retretes y cerré la puerta – No estés nervioso. Esto es lo más normal del mundo – le dije llevando mi mano a su paquete. Nada más tocarlo por encima del pantalón, él dio un respingo - ¡Tranquilo, nene! ¡Vas a ver que bien trabajo! – le dije mientras desbrochaba sus pantalones – Bueno, antes de nada ¡dame la pasta! - le dije. Me entregó un arrugado billete de 5 Euros que siguió idéntico camino que los recibidos aquélla mañana. Me senté sobre el retrete y eché mi melena hacia atrás para que no me molestase en mi trabajo de chupar polla.

Essstoy ... mmmuy ... nnnnervioso – tartamudeó mientras yo sacaba la empalmada polla de su calzoncillos. Era un rabo muy normalito en cuanto a tamaño.

¡Vaya pedazo de polla que tienes! – le mentí para animarle.

¿Sí? ¿En serio? – preguntó ilusionado, mientras metía su polla en mi boca y comenzaba a trabajarla.

Mientras la chupaba, pensé que si era capaz de hacérmelo con aquel adefesio, es que estaba en el buen camino para ser toda un puta, como mi madre y mi hermana. Y además, me di cuenta de que podía disfrutar chupando cualquier polla. Todas me gustaban y me hacía disfrutar. Eso era buena señal, ¿no? Estos pensamientos pasaron por mi cabeza en tan sólo un par de segundos. Casi no había comenzado a acelerar el ritmo de la mamada cuando aquel chaval se corrió. Apenas si se la había chupado durante 30 segundos. Era la mamada más corta que había hecho en mi vida. Eso sí, la corrida fue abundante y, como la puta golosa que ya era, me tragué todo su esperma y limpié con esmero su capullo. Aún así, no estuve con aquel chico ni un par de minutos.

¿Te ha gustado? - le pregunté.

¡Sí! ¡Mucho! – exclamó - ¿Querrás quedar conmigo otro día?

¡Claro que sí! Siempre y cuando pagues – le contesté – Otro día, trae más dinero y echamos un polvo. ¿Vale? Sólo te costará 15 Euros.

Vale – asintió – Ahora tengo que irme. Adiós – dijo saliendo del retrete y desapareciendo en unos segundos.

¡Qué chaval más tonto! – dije en voz baja cuando tuve claro que ya no podía oírme - ¡No me ha durado ni un minuto! En fin ...

Sabía que no todos los tíos con los que estuviera iban a ser cómo David y Alberto, que me habían dado la caña que una zorra como yo necesita. Pero es que aquel chaval había estado muy flojito. Pensé que tenía que sacar el lado positivo del asunto. Por un lado, se había estrenado conmigo y esas cosas dejan huella. Así que pensé que había ganado un cliente para mucho tiempo. Por otro lado, el hecho de habérsela chupado a aquel feucho y enclenque crío me hacia sentir especialmente guarra y sucia. A todas nos encanta estar con chicos guapos y bien dotados, pero una verdadera puta sabe disfrutar también de tipos como éste. Pero, lo mejor de todo, es que aquello no había hecho más que comenzar. Aún tenía tres clientes a los que satisfacer y esperaba que ellos pudieran darme más placer que aquel inexperto chiquillo. Di un par de tragos a mi lata de Coca-Cola para limpiar mi garganta del semen que me había tragado y esperé a que apareciesen los siguientes chicos, que había citado a la misma hora.

Justo a la una y media, escuché cómo alguien entraba en los servicios. Después de dar unos pasos, dijo:

¿Carolina? ¿Estas ahí?

Sí – dije entreabriendo la puerta. En seguida lo reconocí. Aunque no sabía su nombre, era un chico del curso de mi hermana, y muy popular en el colegio. Jugaba en el equipo de fútbol y era alto, fuerte y guapo. De esos a los que a cualquiera le apetece follarse – Pasa adentro.

Espera – me interrumpió – Fuera hay un tío que dice que ha quedado contigo a esta misma hora.

¡Ah, sí! - exclamé – Dile que pase.

Lejos de sorprenderle que invitase a los dos al mismo tiempo, se giró sin más y fue en busca del otro chico. Sin duda éste era el que quería comprobar si era tan buena como mi hermana, así que supuse que estaría acostumbrado a follársela en grupo. De ahí que mi propuesta no le pillase desprevenido. Casi al momento, volvió a aparecer por la puerta de los servicios, acompañado de otro chico, al que también conocía de vista. Era de mi mismo curso, pero de otra clase. Nada especial. Uno de tantos. Desde la puerta de la cabina del retrete contemplé cómo los dos se acercaban hacia mí. Pasaron a mi "oficina" y cerré la puerta.

Hola, nene – le dije al de mi curso.

Hola – me dijo algo cortado por la situación. En cambio, el otro, el más mayor, no parecía sentir ninguna vergüenza.

No os importa que os atienda a los dos a la vez, ¿no? – pregunté desabrochando mi blusa.

¡Para nada! – exclamó el mayor de ellos mirando al otro.

¡No! Vale – contestó el otro – Por mí está bien.

¡Perfecto – exclamé ante la idea de disfrutar de dos rabos al mismo tiempo - ¡Sacad la guita! – ordené. Me dieron 15 Euros cada uno. Una vez más, dejé caer los billetes a lo largo de la caña de una de mis botas, que estaban empezando a convertirse en mi particular caja fuerte – Así que los dos queréis follarme, ¿eh?

Para ver si estás a la altura de tu hermana tengo que catar todos tus agujeros – me dijo el mayor, bajándose la bragueta.

El otro, en un segundo plano, le imitó. Ambos tenían sus pollas al aire tan sólo unos instantes después. Me quité el tanguita y lo coloqué sobre la cisterna. Me fijé en que ya no estaba tan blanco y reluciente. Ahora era más bien grisáceo, producto de los jugos que llevaban fluyendo de mi coño desde tempranas horas de la mañana. Plegué mi falda sobre mi cintura y me senté en el retrete, con las piernas separadas, dejando ver mi conejo mojado.

¡Vamos a empezar! Unas mamaditas para calentar motores, ¿vale? – les dije acercando sus rabos a mi cara. Los contemplé unos segundos tratando de valorar cuánto placer iban a provocarme aquellas dos barras de carne. No tenían tamaños descomunales. Pero tampoco eran canijas. Capté el aroma que desprendían y metí una de ellas en mi boca mientras meneaba la otra.

¡A ver qué tal te manejas con dos pollas al mismo tiempo! – dijo el mayor de ellos – ¿Sabías que tu hermana es toda una experta en complacer varios rabos a la vez?

¡Claro que lo sabía! – exclamé - ¿Quién crees que me ha enseñado? – añadí volviendo a mi tarea. Chupé alternativamente las dos pollas durante un rato. Después, presa de la excitación y la lujuria, empecé a descontrolarme. Intenté introducir las dos pollas en mi boca al mismo tiempo. Junté sus capullos y logré meterlos de una sola vez entre mis labios. Los lamí con glotonería. ¡Dos pollas en la boca al mismo tiempo! ¡Qué gustazo! Si me viera mi madre ... ¡qué orgullosa estaría de mi!

¡Ahhh! ¡Ahhh! – exclamaron los dos.

¡Vamos a follar! – dije ansiosa por meterme sus pollas en mis otros orificios. Me puse en pié y traté de organizar aquello lo mejor posible, partiendo del escaso espacio con que contábamos. Al de mi curso le indiqué que se sentará en el retrete. A continuación, me senté a horcajadas sobre él, introduciendo su polla en mi hambriento y mojado chochete. Cabalgué sobre aquel rabo unas cuantas veces, para acoplarle perfectamente a mi cavidad interior y, a continuación, separé mis nalgas con las manos ofreciendo al otro mi agujero trasero - ¡Vamos! ¿No decías que querías probar todos mis agujeros? ¡Pues aquí tienes mi culo!

¡Allá voy, zorrita! – exclamó apuntando su capullo a mi ano. Sentí cómo aquel trozo de carne se abría paso en mis intestinos y mi cuerpo se contrajo de placer.

¡Ahhh! ¡Qué gusto! – exclamé - ¡Folladme, cabrones! ¡Partidme en dos! – les ordené, cachonda perdida.

Los dos comenzaron a moverse. Durante un momento, las envestidas en mis agujeros no estuvieron acompasadas. Pero, unos segundos más tarde, ambos cogieron el ritmo adecuado. Yo elevaba mi cuerpo unos centímetros cuando ellos dos retrocedían, y al empujar sus pollas hacia mi interior, yo dejaba caer mi cuerpo para sentir toda la longitud de su carne lo más dentro posible de mis agujeros. Sentí dos hilillos de flujos descendiendo desde mi entrepierna y resbalando por cada uno de mis muslos. Mientras, el chico sobre el que estaba sentado devoraba mis tetas, que estaban a la altura de su cara. ¡Que gozada! Aquello era genial, mejor incluso que el numerito del recreo con Alberto y con David. Creía que me moría de gusto con cada empujón de aquellos chicos. Tanto me gustaba que ... me corrí. Esta vez no lo disimulé.

¡Me corooooo! ¡Me corroooo! ¡Cabrones! – exclamé entre espasmos. Mi cuerpo se contrajo y sentí cómo un escalofrío que nacía en mis entrañas recorría todo mi cuerpo - ¡No paréis! ¡Seguid así! – les ordené entre jadeos. Un momento más tarde, recuperada del orgasmo y lista para dejarles secos, pensé que sería bueno buscar otra posición - ¡Esperad! ¡Parad un momento! ¡Cambiemos de postura!

¡Vamos, zorra! – dijo el que me daba por culo - ¿En que postura quieres que te follemos ahora? – preguntó mientras sacaba su polla de mi trasero. Me puse en pié y saqué la otra polla de mi coño.

Quiero que los dos probéis todos mis agujeros – les dije con sonrisa pícara. Me giré y me senté sobre el mismo chico. Pero esta vez introduje su polla en mi recién follado ojete. Eché el cuerpo hacia atrás y me abrí de piernas, apoyando éstas sobre los muslos del tío que estaba debajo de mí – Ahora, ¡fóllame por delante! ¡A ver qué te parece mi coño! – le ordené al que antes había follado mi culo.

Pero ... ¡qué pedazo de guarra estás hecha! – me dijo el más mayor mirándome con evidente excitación y metiendo su polla en mi abierto conejo – Veo que te gusta tener los dos agujeros ocupados, ¿eh? ¡Eres igual de zorra que tu hermana! – añadió al tiempo que comenzaba a bombear sobre mi coño.

Me encanta que me compares con la puta de mi hermana – le dije mientras las pollas se deslizaban en mi interior - ¡Vamos, cabronazos, dadme caña! ¡Folladme cómo me merezco! – les dije para animarles a que me follaran con todas sus fuerzas.

Cuanto más fuertes eran sus envestidas, más placer sentía en mis dos orificios. ¡Dios! ¡Cómo me gustaba aquello! ¡Qué sucia me sentía! ¡Que guarra! ¡Qué puta! Pero, al mismo tiempo ... ¡qué feliz! ¡Qué dichosa por poder disfrutar de dos buenas pollas en el interior de mi cuerpo! Me encantaba sentirme usada por aquellos chicos. Presa de estos pensamientos llenos de morbo y lujuria, mi mente fue mucho más lejos: comprendí que mi misión en la vida no era otra que follar, follar y follar. Y con ello, hacer disfrutar a los demás y, claro está, a mí misma. Nada tenía sentido si no podía estar rodeada de pollas que me hiciesen feliz.

¡Folladme! ¡Reventadme si es que podéis! – exclamé más cachonda y excitada que nunca.

¡Ahhh! ¡Ahhh! – exclamaban los dos entre jadeos y gemidos.

El que me follaba el coño, palpaba mis tetas con la misma fuerza y vigor con que metía y sacaba su polla de mi conejo. El otro, el que me follaba el culo, movía su pelvis rítmicamente haciendo que su cipote se deslizase a través de mi recto. Mi cuerpo se retorcía de placer sin que pudiese controlarlo. Sentí unas pequeñas convulsiones en mi culo. Era la polla del que me sodomizaba, anunciando su inminente corrida. Casi al instante sentí cómo varios regueros de cálido semen recorrían mis intestinos. Era la primera vez que me lo echaban dentro del culo. Y fue delicioso. Todo ello mientras mi coño seguía siendo brutalmente follado por la otra polla.

Me he corrido – susurró.

¡Ya lo he notado, campeón! – exclamé. Le pedí al que me follaba por delante que sacase su rabo de mi conejo. Me puse en pié sacando la otra polla de mi agujero trasero y me coloqué en cuclillas para chupársela.

¡Sí, nena! ¡Chúpamela que estoy a punto! – me dijo. Metí su polla en mi boca y mamé con glotonería. En tan sólo unos segundos, tenía la boca llena de su esperma. Como siempre, procedí a saborearlo y tragué cuanto pude. A continuación, empezaron a colocarse la ropa, subiéndose los pantalones.

¡Joder! ¡Qué pedazo de zorra estás hecha! – exclamó mientras yo sonreía por el elogio - ¡No tienes nada que envidiar a tu hermana.

¿En serio? – pregunté ilusionada por la comparación.

¡De verdad! ¡Eres muy buena! – me aseguró.

¡Sí! ¡Ha sido genial! Cuando se lo cuente a mis amigos van a quedarse flipados – comentó el otro tío, rompiendo su silencio, ya que apenas si había pronunciado palabra en todo aquel rato.

Si tanto os ha gustado ... espero veros a menudo – les insinué con picardía.

De eso puedes estar segura – concluyó el más mayor, mientras habría la puerta y abandonaban la cabina del retrete.

Cerré la puerta y escuché sus pasos alejándose. Miré el reloj. Las dos en punto. ¡Qué tarde se me había hecho! El próximo cliente estaba a punto de llegar. A toda prisa, intenté arreglarme un poco. Coloqué mi pelo y abroché mi blusa. Estaba intentando bajar mi faldita cuando advertí que algunos grumos de lefa resbalaban por mis nalgas y mis muslos. Provenían de mi culo. Sin dudarlo un momento, recogí con mis manos cuanto pude y me lo llevé a la boca, tragándolo a continuación. Pensé que el destino final de aquel semen iba a ser mi estómago, de todas formas. Si no había llegado por los intestinos, lo haría por el esófago. A continuación, limpié con un poco de papel higiénico mi trasero y los flujos de mi chumino, y apuré los últimos tragos de la lata de Coca-Cola, que había permanecido en un rincón. ¡Aggggh! ¡Qué mala! ¡Estaba calentorra! Pensé que aquello encerraba una graciosa ironía: algunos líquidos deben tomarse fríos, como la Coca-Cola; en cambio otros, como el zumo de polla, deben tomarse calentitos y recién exprimidos.

No había terminado de asearme, cuando escuché pasos dentro de los servicios. No había duda de que aquel sería el último de los chicos a los que había citado. Ese que en su mensaje solicitaba mi ayuda para perder la virginidad. Ya estaba dispuesta a recibirlo, cuando oí pronunciar mi nombre.

¿Carolina? – preguntó. Me quedé paralizada. Aquella voz no era de un chico, sino de una chica - ¿Carolina? ¿Estás ahí?

Sí. ¿Qué quieres? – pregunté.

Me has citado aquí a las dos – aseguró.

Ya no había duda. No era un cliente, sino una clienta. Respiré hondo y abrí la puerta sin saber a ciencia cierta lo que hacer ante aquella inesperada y sorprendente novedad.

 

 

Continuará ...

 

 

P.D. para los lectores: me encantaría poder ver vuestras opiniones sobre todos mis relatos. Están teniendo buenas valoraciones pero apenas si he recibido algunos comentarios, que es lo que más me interesa y lo que me anima a seguir escribiendo. ¿Os gustan los personajes? ¿Cómo veis la trama? ¿Qué es lo que más y lo que menos os gusta? ... En definitiva, vuestras opiniones. Podéis ponerlas en la página de TR o enviármelas por e-mail. Gracias a todos.

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