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PUTA LA MADRE, PUTA LA HIJA (6ª parte).

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PUTA LA MADRE, PUTA LA HIJA (6ª parte).

 

 

Salí de la Iglesia apresurando el paso. Tenía tal urgencia por fumarme un cigarrillo que, ya en la calle, me abrí paso entre un grupo de mujeres que se arremolinaban en torno a la puerta de la Iglesia, sin caer en la cuenta de que podían ser las mismas que unos minutos antes cotorreaban sobre nosotras en los aseos. Entré en el bar que había justo enfrente, me acerqué hasta la máquina de tabaco y me dispuse a sacar un paquete de Marlboro. Palpé los bolsillos de mis vaqueros cuando me di cuenta de que no llevaba monedas. Sólo tenía el billete de 50 Euros con que me había pagado mi primo Javier por el polvo en los asientos traseros de mi coche un rato antes. Contrariada, me dirigí hacia la barra.

 

- ¿Me cambias? – le dije extendiendo el billete al único camarero que había, un tipo regordete, calvo y cincuentón.

- Tu madre es Lola, ¿verdad? – me preguntó.

- Sí, ¿por … ?

- No … por nada … - dijo bajando la mirada – Es que … tu madre y yo nos conocimos cuando éramos jóvenes – explicó tímidamente.

- ¿Tú también te la follabas? – pregunté directamente y sin vergüenza.

- Eh, … esto … ¿cómo dices? – dijo sorprendido por mi actitud descarada.

- Mira, dejémonos de rodeos – expliqué – Llevo el suficiente tiempo en este pueblo como para saber lo que se dice sobre mi madre y sobre mí – dije al tiempo que miraba a izquierda y derecha para comprobar si alguien nos oía. La casualidad quiso que en ese preciso instante estuviésemos solos en el bar. Tomé aire, con cierto poso de resignación, cansada de tener que disimular lo evidente - ¡Sí! Somos putas – confirmé mirándole fijamente a los ojos.

 

Apenas unos segundos después de reconocer que nos dedicábamos al oficio más antiguo del mundo, y casi sin saber cómo, estaba en cuclillas detrás de la barra, con la polla del camarero dentro de mi boca. Era más rápido y sencillo hacerle una mamada que ponerme a charlar y a dar explicaciones, así que, ocultándome tras el mostrador, le mamé la polla durante unos minutos, buscando que se corriese lo más rápido posible. En aquel momento pensaba más en el cigarrillo que quería fumarme desde hacía rato que en la mamada que estaba haciendo. Por eso, aferré mis labios a su glande mientras se la meneaba con energía. No tardó mucho en echarme su leche, que tragué sin problemas. Le limpié la polla con la lengua y se la volví a meter en los pantalones. Un trabajo rápido, sencillo y discreto.

 

Sin mediar palabra, y mientras salía con disimulo por la cocina hacia los aseos del bar, pude oír cómo varias personas entraban al local y saludaban al camarero. Mientras él los atendía, recogí de un extremo de la barra un paquete de Marlboro, un mechero y dos billetes de 10 Euros que el camarero había dejado para mí. Los recogí y salí a toda prisa para, por fin, poder fumarme el tan ansiado cigarro.

 

Me alejé medio centenar de metros de la Iglesia, al tiempo que me encendía el cigarrillo y daba las primeras caladas. Me senté sobre un banco de madera que había a la sombra de un frondoso árbol en medio del bulevar que recorría la calle principal del pueblo, dispuesta a relajarme unos minutos mientras fumaba plácidamente. Saqué mi teléfono móvil del bolso. Tenía varios mensajes de wassap. Algunos eran de clientes habituales reclamando una próxima cita; otro, de Susi preguntándome qué tal iba todo e interesándose por el estado de mi madre; y, por último, uno de un número que no tenía grabado como contacto. Decía así:

 

“Soy tu primo Javi. Le he pedido tu número a tu madre para avisarte de que mi novia se ha enterado de que hemos estado juntos en tu coche. He negado que haya pasado algo entre nosotros. Sólo hemos estado charlando de cosas de la familia. Por favor, si te dice algo, dale esta versión. Es muy celosa. Gracias.”

 

Cuando levanté la vista de mi teléfono móvil advertí que tenía frente a mí a una chica visiblemente enfurecida, que me miraba con los ojos llorosos.

 

- ¡Eres una guarra! – me escupió llena de rencor. De inmediato, y antes de que pudiera entender qué estaba pasando, me lanzó una retahíla de insultos y amenazas - ¡Cómo te atreves, hija de la gran puta! ¿No te da vergüenza venir a este pueblo a joderle la vida a la gente? ¡Zorra de mierda, putón! – me dijo roja de ira.

 

Mientras continuaba insultándome, la miré de arriba abajo, tratando de analizarla. Bajita, de apenas metro y medio. Pelo castaño claro, tirando a rubio, cortado en una media melena sin brío, que caía lánguidamente y sin vida sobre sus hombros. Era como si no supiese elegir el champú adecuado a su tipo de cabello. Cara redonda, con labios finos y nariz respingona. Un rostro común, de esos que te parece haber visto en cientos de ocasiones. Me llamaron la atención sus ojos marrones ocultos bajo unas gafas de pasta negra. “¡Dios santo!”, pensé. “¡Por qué demonios se empeña la gente en afearse a sí misma con ese tipo de complementos tan horteras!”

 

Mientras aquella desconocida seguía despotricando contra mí en un evidente estado de exaltación, comprendí que se trataba de la novia de mi primo Javi, la misma a la que un rato antes había escuchado lloriquear en los aseos de la Iglesia. Gesticulaba con los brazos al tiempo que me llamaba de todo menos bonita. Putón, zorra, golfa, perra, ramera y un largo etcétera de calificativos que, lejos de avergonzarme, siempre me había sentido orgullosa de que me definieran a la perfección. No me molestaban aquellos adjetivos, sino el tono en que me los estaba profiriendo y el espectáculo que estaba montando.

 

Como decía, su físico no era especialmente atractivo, al margen de que, una vez superada la barrera de los cristales de sus horribles gafotas, su mirada me transmitiese ciertas reservas sobe su auténtica personalidad. Había algo atractivo en ella, aunque aún no sabía el qué. Por lo demás, parecía una chica del montón. Para empezar, su atuendo no dejaba ver a las claras si su físico escondía algún encanto natural especialmente llamativo. Una larga y ancha blusa negra tapaba todo su cuerpo, desde el cuello hasta las rodillas. Aquella prenda no sólo era antiestética, sino totalmente antifemenina. A pesar de ello, y aún sin escote, su blusa dejaba entrever que tenía una buena delantera. En la parte inferior, unos leggins, también negros, cubrían lo poco que de sus piernas dejaba ver la larguísima blusa que, de paso, impedía apreciar si poseía un buen culo o unas caderas pronunciadas. Unas sandalias negras y planas que dejaban asomar unos pies pequeños, acordes con su corta estatura, completaban su anodino atuendo. Nunca entenderé por qué si alguien mide metro y medio se pone unas sandalias planas. “¡Joder, ponte unos taconazos que disimulen que eres una puta enana!”

 

Como ya sabréis a estas alturas, siempre me he definido a mí misma como bisexual. Que me gusta follar con otras mujeres es algo que descubrí desde el primer día en que entré en el mundo de la prostitución cuando, a la tierna edad de 16 años, comencé a ofrecer mis servicios como puta. Fue Susi, mi amiga y compañera inseparable, quien me hizo ver que comerse un chochito puede ser algo tan excitante y placentero como mamar una polla dura. Sin embargo, he de reconocer que mi bisexualidad tiene ciertas reservas. Del mismo modo que me jamás he despreciado a un hombre que pudiese pagar el precio de mis servicios, sí he sentido rechazo por muchas mujeres. Una polla es una polla. Me gustan todas, sin excepción. Adoro tocarlas, menearlas y sentirlas dentro de mí en cualquiera de mis agujeros. Nunca he hecho distingos por tamaño, edad, raza o color. Me gustan y me excitan todas. Pero no todas las mujeres me atraen.

 

He de decir, en este sentido, que para mí hay tres tipos claramente definidos de mujeres. Primero está ese tipo de chicas que sólo con verlas te apetece meter la cara entre sus piernas y chupar su conejo hasta hacerlas estremecer. Siento a diario esa atracción. En todas partes. Puede ser una dependienta coqueta de una tienda de ropa, una camarera voluptuosa de una cafetería, una madurita bien conservada haciendo la compra en el supermercado, una escultural monitora del gimnasio, … Chicas guapas y deseables, de esas con las que a cualquiera, ya seas hombre o mujer, le apetece compartir un rato de sexo.

 

Hay un segundo grupo de mujeres que me provocan indiferencia e, incluso, rechazo. Ni siquiera puedo imaginarme a mí misma morreándome con ellas o metiéndonos mano mutuamente. Feas, desaliñadas, poco femeninas, … no las considero a la hora de tener sexo. Por suerte, mi clientela femenina dista mucho de este tipo de hembras y nunca he tenido que rechazar a una chica que requiriese mis servicios profesionales. Mamen (serie “Mi sobrina”) es un buen ejemplo del prototipo de mujer a la que tengo que atender.

 

Por último, hay un tercer grupo de mujeres. Son esas que sin tener aparentemente nada en especial, nada que me haga fijarme en ellas como deseables, esconden algo que me da morbo. Puede ser un simple gesto, una mirada, el sonido de su voz, … Detalles que, en ocasiones, pueden ser más atrayentes que incluso un cuerpo escultural y voluptuoso. La novia de mi primo Javi, cuyo nombre aún desconocía, pertenecía a este tercer grupo.

 

  • ¿Te vas a quedar ahí sentada sin decir nada, zorra inmunda? – me gritó al ver que sus insultos me entraban por un oído y me salían por otro, y que la miraba de arriba abajo con cierto desdén y despreocupación. Me puse en pié para responderla.

  • Mira, niñata de mierda, no sé quién te crees que soy o qué crees que he hecho, pero no voy a consentirte que me montes un numerito en pleno funeral de mi abuelo – respondí con energía, aun cuando lo del entierro fuese una mera excusa para contener su ira.

  • ¿Que no sabes …? – exclamó con cara de fingida sorpresa - ¡Que te has follado a mi novio, pedazo de guarra!

  • Para empezar, ¿quién coño es tu novio? – pregunté fingiendo no saber de qué me hablaba.

  • Mi novio es Javi, tu primo. Y te lo has llevado en tu coche al pinar – me explicó muy segura de sí misma – Dime, ¿te lo has follado o no?

  • Ah, Javi – mentí haciéndome la ignorante – Sólo hemos estado charlando un rato. Le pedí que me acompañara a dar una vuelta y a fumar un cigarro. Si fuimos al pinar ese fue porque quería salir un rato de la Iglesia, a respirar aire fresco, y me habló de ese sitio – dije improvisando sobre la marcha para proteger a Javi. Hice una pausa para meterme en mi papel - ¿De verdad crees que ha pasado algo entre nosotros? ¿Con mi propio primo? ¿Por quién me tomas?

    Me di cuenta de que aquella chica quería creer que mi primo le era fiel y que no se había ido a follar con la primera tía fácil que había llegado al pueblo. Me pregunté por qué Javi estaría con ella. Seguro que había chicas más guapas en el pueblo. Quizás tuviera dinero o fuese lo que en las zonas rurales llaman “un buen partido”, de familia adinerada, con tierras o negocios que pudieran garantizar una vida holgada. Por su físico no podía ser. No es que la chica fuese un esperpento de fea, pero tampoco era especialmente atractiva. En cambio, mi primo era un tipo guapo y bien dotado. Seguro que las chicas del pueblo se lo rifaban.

    Era evidente que ella quería aferrarse a la ilusión de que su novio no la ponía los cuernos, a pesar de ser consciente de que no parecía tener mucho que ofrecer. Bueno, “a lo mejor folla como los ángeles”, pensé para mis adentros. Su gesto pasó de la ira a la calma en apenas un segundo. Se sentó en el banco y respiró hondo.

  • ¿De verdad? – preguntó llena de ingenuidad.

  • ¿Por qué iba a mentirte?

  • Para protegerlo.

  • Apenas lo conozco. ¿Qué más me da?

  • Él es un mujeriego – me explicó – No sería la primera vez que me pone los cuernos.

  • ¿Por qué se lo consientes? – pregunté. Me di cuenta de su drama personal: quería a un tipo que le ponía constantemente los cuernos. No encajaban físicamente entre ellos. Saltaba a la vista.

  • Porque lo quiero – respondió en voz baja agachando la cabeza, como si se avergonzara al reconocer que era una cornuda.  Estaba a punto de echarse a llorar. Pero esta vez no era un llanto de rabia, como el que había escuchado en los aseos un rato antes; esta vez era de pena.

  • Pónselos tú a él – respondí. Levantó la cabeza, sorprendida por mi proposición.

  • No sería capaz. Estoy enamorada de él – dijo tratado de zanjar el tema.

  • ¡Error! – exclamé - ¿Qué tendrá que ver el amor con el sexo? – pregunté de forma retórica – Yo que tú me tiraba a algún amigo suyo para que escarmentase y se diese cuenta de lo que está poniendo en peligro.

  • ¿Lo dices en serio? – preguntó, menos escandalizada que unos segundos antes. Parecía que estaba intentando asimilar la idea. Me miró fijamente y durante un momento se hizo el silencio – Tú pareces saber mucho de esto del sexo … - insinuó.

  • Algo sé, sí – reconocí.

  • Corre el rumor de que tu madre es … ya sabes …

  • Mira, ¡déjate de rumores y de tonterías y céntrate en lo que quieres! – atajé – Estoy dispuesta a echarte una mano, si tú quieres.

  • ¿Echarme mano?

  • Sí, creo que no te vendrían mal algunos consejos para que Javi te tuviera más en cuenta – expliqué. Volvió a mirarme fijamente, con ciertas dudas, pensando en si le convenían los consejos de alguien cuya fama en el pueblo no era precisamente de una santa. Arrugó el entrecejo y extendió su mano en señal de aceptación.

  • ¡De acuerdo! - exclamó – Dime que tengo que hacer.

  • Para empezar, aún no sé tu nombre.

  • Soy Vanesa.

  • Encantada, Vanesa – dije al tiempo que estrechábamos nuestras manos – Yo soy Carolina.

    Me pareció buena idea, ante la perspectiva de que el resto de día fuera algo aburrido, el echarle un cable a la pobre cornuda Vanesa. Por una vez mi papel de puta podría servir para unir a una pareja y no para separarla, como tantas veces antes les había ocurrido a mis clientes.

  • Lo primero que quiero saber – dije tratando de acomodarme sobre el duro banco de madera – es por qué vistes así.

  • ¿Así cómo? – preguntó extrañada.

  • A ver, Vanesa … ¿a ti te gustaría que te mirasen los hombres como me llevan mirando a mí desde que he llegado a este pueblo?

  • ¿Y cómo te miran?

  • ¿Me estás diciendo que no te has dado cuenta de que todos los tíos de este pueblo quieren follarme? – pregunté extrañada.

  • Sí, bueno …. supongo que sí … - reconoció a duras penas - Mi novio también te ha mirado de esa forma.

  • ¡Eso es! Si consigues que te miren como a mí, seguro que tu novio no miraría a otras chicas. ¿No crees?

  • No sé … -dijo pensativa.

  • Mira – dije tratando de evitar más rodeos innecesarios – Os he escuchado a ti y a unas amigas tuyas despotricando de mi y de mi madre en los baños.

  • ¿Cómo? – exclamó avergonzada al tiempo que sorprendida.

  • Sí, sí … no disimules ahora. Nos habéis puesto de vuelta y media. Y no quiero engañarte, la verdad – dije tratando de sincerarme para ir al grano y sin más rodeos – Sí, soy puta. Y mi madre también. Y tu novio, mi primo, ha querido follarme desde que me vio llegar al pueblo. Yo no sabía que tenía novia, pero eso es  lo de menos – expliqué ante su atenta y sorprendida mirada – No es mi problema, sino el vuestro.

  • Entonces … ¿es cierto? – preguntó con temor por confirmar sus sospechas.

  • Sí, hemos follado – dije. De inmediato se llevó las manos a la cara y comenzó a lloriquear.

  • ¡Lo sabía! – gimió - ¡Otra vez! ¡Me ha puesto los cuernos otra vez!

  • ¡Deja de llorar, joder! – la ordené - ¡Y mírame, que quiero proponerte algo!

  • ¿El qué? – preguntó con lo ojos rojos por el llanto.

  • Si estás dispuesta a hacer lo que yo te diga, te aseguro que Javi no querrá volver a estar con otra chica que no seas tú.

  • ¿Y cómo vas a hacer eso? – preguntó con curiosidad.

  • Sólo se me ocurre una forma: enseñándote a follar como una auténtica puta.

  • ¿Qué? – preguntó escandalizada.

  • Lo que oyes – concluí sin darle posibilidad de réplica - ¿Tienes algún sitio dónde tener algo de intimidad? ¿Dónde vives? ¿Vives sola?

  • Vivo con mis padres – respondió – Pero mi padre es el dueño del hostal.

  • ¡Perfecto! ¡Qué casualidad! – exclamé complacida por la coincidencia – Mi madre y yo buscamos alojamiento.

  • Haré una llamada para reservaros una habitación – dijo mientras tecleaba en su móvil - ¿Paco? ¿Hay habitaciones libres? – preguntó a su interlocutor - ¿Dos individuales o una doble? – me preguntó.

  • Una doble.

  • Reserva la 303, Paco – ordenó – Es para una amiga. Luego pasa a por la llave – dijo antes de colgar – Ya tienes alojamiento. Y ahora, ¿qué?

  • Ahora necesito hablar con tu novio.

  • ¿Para qué? – preguntó ávida de curiosidad.

  • Vamos a follarnos a sus amigos.

    Vanesa me acompañó al hostal de su padre. Fuimos caminando, ya que no estaba lejos de allí. Me contó, como había imaginado antes de conocerla, que su padre era uno de los hombres más ricos del pueblo. Tenía varios negocios: el único hostal de todo el pueblo, con restaurante-asador; una tienda de alimentación (el clásico “ultramarinos de toda la vida”, donde se puede encontrar casi de todo) y un montón de hectáreas de viñas que arrendaba a terceros para su explotación. Pude entender por qué mi primo Javi estaba con Vanesa, máxime si, como me contó, era hija única y heredaría todo.

    El hostal tenía 20 habitaciones divididas en cuatro pisos. En la planta inferior estaba el ya citado restaurante. No es que el hostal fuera cutre, sino que era como un viaje al pasado, a los años 70. Papel pintado en las paredes, moqueta raída en el suelo, mobiliario antiguo y aroma a humedad. Previo paso por recepción, subimos a la habitación 303. En consonancia con el resto del hostal: dos camas de 90, colchas del año “catapún”, cortinas horteras a más no poder y, en definitiva, estilo rancio y antiguo.

    “En sitios peores he follado”, pensé mientras echaba una ojeada al baño. Me senté sobre una de las camas y casi me quedo atrapada en el colchón, blando a más no poder. Vanesa notó mi descontento.

  • Todas la habitaciones son iguales – se disculpó – No hay nada mejor y no hay más hostales en el pueblo.

  • No te preocupes – dije quitándole importancia – Es suficiente para pasar una noche.

  • Bueno … y … y … ahora, ¿qué? – preguntó vergonzosa, pero impaciente por conocer mis planes.

  • Voy a llamar a tu novio – expliqué – Pondré el altavoz para que puedas oír la conversación. Quiero que escuches todo y, sobre todo, que no digas nada. Es fundamental que no sepa que estamos juntas. No debe sospechar nada. ¿De acuerdo?

  • Vale – dijo asintiendo con la cabeza.

  • ¿Javi? – pregunté tras marcar su número.

  • Soy yo, prima. ¿Ya has hablado con mi novia?

  • Sí. No te preocupes que la he convencido de que no ha pasado nada.

  • Es que es muy celosa. Se pone histérica cuando sospecha que la pongo los cuernos – explicó.

  • Y con razón, ¿no?

  • Sí, pero ha merecido la pena aguantar sus llantos un rato a  cambio del polvazo que hemos echado – dijo emocionado. El rostro de Vanesa se endureció, tratando de encajar los cuernos y la traición de los propios labios de su novio – Oye, ¿cuánto tiempo te vas a quedar en el pueblo?

  • ¿Por qué lo preguntas?

  • Me gustaría echar otro polvo contigo. Hacía tiempo que no follaba como esta mañana. Ha sido increíble. Creo que eres la tía más impresionante con la que he estado en toda mi vida – dijo tratando de halagarme para que quedase otra vez con él.

  • Eso se lo dirás a todas, primo – le dije tratando de sonsacarle para que Vanesa escuchase lo cabrón que era con ella. Mi plan pasaba porque Vanesa se enfureciese tanto con Javi que fuese capaz de vencer sus miedos a entregarse sexualmente a alguno de los amigos de su novio.

  • Créeme, Carolina. He follado con muchas mujeres, putas muchas de ellas – reconoció – pero ninguna como tú. Por favor, necesito verte antes de que te vayas del pueblo. Pagaré lo que sea.

  • En realidad te llamaba por eso – dije mientras contemplaba cómo aumentaba la ira en el rostro de Vanesa a medida que a su novio se le soltaba la lengua e iba reconociendo lo mujeriego y putero que era – Verás, acabo de alojarme en el hostal y me he dado cuenta de que tengo muchas ganas de rabo.

  • Voy para allá – se apresuró a decir.

  • ¡Tranqui, nene! – atajé – No te precipites. He dicho que tengo muuuuchas ganas de rabo, es decir, que no vale con una polla. ¡Quiero muchas! ¡Estoy muy cachonda, primo! – exclamé para calentarle al máximo – Pero sólo te conozco a ti en el pueblo.

  • Podría decírselo a mis amigos … - sugirió.

  • ¿Harías eso por mí? – pregunté con voz inocente pero, al tiempo, llena de picardía.

  • Claro, lo que quieras.

  • ¿Ya les has contado a tus amigos que hemos follado? – pregunté.

  • ¡Jajaja! Si no puedes contarlo, ¿qué gracia tiene? – dijo entre risas – No te importa, ¿verdad?

  • Al contrario. Vivo de mi reputación. Cuantos más sepan que soy puta, más clientela tendré – expliqué.

  • Entonces, ¿qué quieres que haga?

  • ¿Cuántos podrías mandarme?

  • Se lo he contado a cuatro y todos ellos han alucinado cuando les he dicho lo bien que follas.

  • Habla con ellos y pregúntales si se animan a echarme un polvo – le sugerí – Cuando sepas cuántos están dispuestos, me devuelves la llamada y organizamos el orden en que puedo ir atendiéndoles.

  • Vale – asintió – Te llamo en diez minutos.

  • Oye – dije antes de que colgase.

  • Dime.

  • 50 pavos por cabeza, eh. Y bajo mi caché habitual porque estoy más salida que el pico de una mesa.

  • ¡Jajaja! No dejas de sorprenderme, prima – rió – Te llamo en breve – añadió antes de colgar.

  • ¡Joder, qué cabronazo de mierda! – exclamó Vanesa, roja de ira - ¡Qué gilipollas y que ciega he sido!

  • Entonces, ¿estás dispuesta a devolvérsela? – pregunté.

  • ¡Sí, joder! – exclamó – Se va a enterar el muy cabrón. Me voy a follar a todos sus amigos para que sepan lo cornudo que es el muy hijo de puta – añadió tan cabreada como emocionada por lo que estaba a punto de hacer.

  • ¡Eso es, Vanesa! ¡Esa es la actitud!

    Las siguientes dos horas de mi estancia en el pueblo fueron de lo más excitantes, aunque sin sexo. A veces idear alguna guarrada propia de una fulana de mi categoría me pone tan cachonda como comerme una buena polla. Y eso que comer rabos es una de las cosas más deliciosas de este mundo. Pero, si el pequeño plan que había concebido tenía éxito, no sólo me hincharía a comer pollas y a follar como una loca, sino que quizás también podría dar un escarmiento a todas esas beatas remilgadas y pusilánimes que nos despreciaban por trabajar en el oficio más antiguo del mundo.

    Javi me devolvió la llamada a los pocos minutos. Sus cuatro amigos estaban dispuestos. Más que dispuestos, ansiosos por pasar un rato conmigo. Habían aceptado el precio de 50 Euros y pensé que podrían ir subiendo a la habitación del hostal de media en media hora. Ya era la una y aún tenía que darme una ducha, preparar a Vanesa para la acción y tratar de comer algo nutritivo que no fueran pollas, que aunque están la mar de ricas, no alimentan como un buen sándwich.

    Finalmente, acordé con Javi que el primero de sus amigos vendría a las cinco de la tarde y que el resto iría llegando de media en media hora. A las siete habríamos terminado y, como le prometí, le reservaría un rato para el final, ya que una de las condiciones que me puso para enviarme a sus amigos era poder echarme otro polvo antes de que abandonase el pueblo.

    Pedí a Vanesa que me consiguiese algo de ropa limpia. Lo más acorde con mi estilo que tuviera en su armario. También tendría que comer algo, para coger fuerzas antes de la acción. Aún no sabía muy bien cómo haríamos para que, cuando fuesen llegando los amigos de Javi, poder introducir con naturalidad a Vanesa en el folleteo, sin que su participación ofreciese objeción alguna. Algo se me ocurriría, seguro.

             Recordé que siempre llevaba un bolso con maquillaje y algún consolador en el maletero de mi coche y aproveché a bajar a la calle junto con Vanesa. Cuando salíamos por la puerta del hostal, alguien la llamó desde el otro lado de la calle.

  • ¡Vanesa, ven aquí! – ordenó. Ella obedeció y cruzó mientras yo la esperaba en la otra acera. Al principio no la reconocí pero, cuando me fijé en su rostro, me di cuenta de que era la beata que nos insultaba en la Iglesia, cuchicheando con otras cotorras de su calaña. ¡Qué cara de amargada, por Dios! A pesar de que nos separaban varios metros, pude oír parte de la regañina

  • ¿Qué haces con esa … esa … fulana? – preguntó visiblemente enfadada, tratando de escoger el adjetivo adecuado a mi condición.

  • Es Carolina, la prima de Javi – explicó.

  • ¡Ya sé quién es! – replicó airada mirándome de reojo con desprecio.

  • Se va a alojar en el hostal con su madre.

  • ¿Ese par de putas en mi hostal? – preguntó escandalizada.

  • Mamá, necesitan alojarse en algún sitio … y no las llames eso, que puede oírte – cuchicheó Vanesa.

  • ¡No te quiero ver con ella!

  • Pero … ¿qué te ha hecho ella para que la odies así? – preguntó.

  • Lo único que quiero es que se vayan de este pueblo y no vuelvan a venir nunca más – concluyó, dando media vuelta y alejándose en sentido contrario. Vanesa volvió conmigo, pensando que no había escuchado su breve conversación.

  • Perdona, es mi madre – se justificó.

  • Ya me he dado cuenta – dije. Caminamos en silencio hasta mi coche. Cogí el bolso de mi maletero y me despedí de Vanesa hasta un rato después en que regresaría al hostal.

    Traté de reorganizar toda la información que había ido obteniendo durante la estancia en el pueblo mientras regresaba al hostal. Quería darme una ducha y descansar un rato ya que no había dormido en toda la noche debido a la despedida de soltero que entre Susi y yo habíamos tenido y, después, al repentino y urgente viaje que había trastocado por completo mi agenda. Pensaba en llamar a Susi, a ver cómo había podido organizar nuestras citas para atenderlas ella sola, cuando se me ocurrió que podía comer algo en el restaurante del propio hostal. Eran casi las dos de la tarde y seguro que ya daban comidas.

    Miré por la cristalera que separaba la recepción del hostal del restaurante y, para mi sorpresa, pude ver a mi madre con Ramón, sentados en la única mesa ocupada. Charlaban alegremente, al tiempo que se dedicaban carantoñas. Nunca había visto a mi madre así con un hombre. En cuanto me vieron entrar en el restaurante, me hicieron un gesto para que me sentara con ellos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Aunque mi madre parecía feliz, tuve un mal presentimiento. Algo no iba bien.

  • ¿Quieres comer algo, cariño? – me preguntó mi madre, muy sonriente.

  • Sí, me comería un sándwich. Vegetal, por ejemplo – respondí mientras me sentaba a la mesa.

  • Ramón, ¿por qué no te acercas a la barra y pides el sándwich para Carol? – insinúo, buscando quedarse a solas conmigo.

  • Como quieras, Lola – obedeció Ramón - ¿Pido algo de beber?

  • Una cerveza, por favor – repliqué al instante.

  • Verás, hija … - dijo titubeante mi madre, una vez que Ramón se alejó lo suficiente como para no escucharnos – … no sé cómo decirte esto … ha pasado algo y quería que tú …

  • ¡Al grano, mamá! – exclamé impaciente.

  • Sí, es verdad … no daré muchos rodeos – dijo cogiendo fuerzas para soltarme directamente algo que se veía que era de suma importancia. Tomo aire y me miró a los ojos – Lo dejo.

  • Dejas, ¿el qué? – pregunté tras una breve pausa para tratar de entender a qué se estaba refiriendo.

  • Me retiro. Dejo la prostitución.

  • ¡Qué! – exclamé sin dar crédito a semejante tontería - ¿Te has vuelto loca? ¿Cómo vas a retirarte ahora? ¿Lo estás diciendo en serio? ¿Y qué vas a hacer? ¿Vas a echar tu currículum en las empresas a ver si te contratan de contable? ¡No sabes lo que dices! ¡Este pueblo te ha trastornado por completo! – solté de carrerilla tan sorprendida como indignada.

  • ¡Para el carro, Carol! – atajó mi madre – Deja que te explique.

  • Sí, mejor … explícame porque no entiendo nada.

  • Verás, llevo una vida entera siendo puta. Y siempre me he sentido orgullosa de ganarme la vida así. Lo he hecho lo mejor que he podido, dadas mis circunstancias, para sacaros a tí y a tu hermana adelante – me explicó – Nunca me he avergonzado de ser puta. Me gusta serlo. Pero de un tiempo a esta parte … no sé … creo que voy perdiendo facultades. Ya no soy la misma de hace unos años. Desde que cumplí los 50 mi clientela ha bajado mucho. La menopausia … no sé … noto que no soy la misma. Apenas si tengo media docena de clientes habituales. Hombres que ya están tan acostumbrados a mí, que buscan más un rato de compañía que un buen polvo.

  • Sigues siendo una puta cojonuda – interrumpí.

  • Deja que termine, Carol – me pidió con voz calmada – Mira … el caso es que Ramón dice que siempre ha estado esperándome, que nunca me ha olvidado. Se casó y se divorció. Y ya sabes que es el padre de tu hermana – argumentó, como si eso fuera razón para irse a vivir con él, cuando cualquiera de los miles de hombres que le han metido la polla a mi madre podría haber sido el padre de Alicia - Y ahora nos hemos reencontrado y me ha ofrece ido irme a vivir con él … y entre los dos sacar adelante el negocio que tiene en Albacete: una cafetería.

  • ¿Te vas a poner a servir cafés? – pregunté con desdén – ¡No digas tonterías, mamá! Tú sólo vales para follar, para comer pollas y tragar lefa. ¡Eso es lo que haces bien!

  • Ya, nena … ya – dijo tratando de calmar los ánimos y de que yo bajase el tono.

  • No puedes irte a vivir con un tío. Necesitas pollas. El cuerpo te pide follar con tipos distintos todos los días. ¿Vas a desperdiciar tu talento con un solo hombre? ¡No me lo creo!

  • No digo que vaya a ser fácil. Para él tampoco lo será. Sabe lo que soy y lo que me gusta. Ha aceptado que pueda follar con otros hombres de vez en cuando, siempre que le sea sincero y leal. Quiere cariño y … ¿sabes qué? Estoy en ese momento en que empiezo a valorar más el cariño y la compañía de un buen hombre que me cuide y se preocupe de mí, que a desconocidos que me quieran meter la polla a cambio de 50 pavos.

  • ¡Lo mismo hasta te casas con él! – exclamé en tono irónico – No sabes lo que dices, mamá – dije negando con la cabeza – No durarás ni un mes. Ya te han hecho proposiciones de este tipo otras veces. Tú me lo has contado. Y siempre las rechazabas porque tenías claro que te encanta ser una puta, que te encanta follar y que te paguen por ello.

  • Quizás no era el momento. Ahora sí lo es – dijo muy convencida – Es una oportunidad que no puedo, ni quiero, rechazar. Es hora de un cambio. Tengo que dejarlo.

  • Me decepcionas, mamá – dije muy enfadada – ¡Puto pueblo de  mierda! – maldije - ¡En qué puta hora hemos tenido que venir! – exclamé levantándome de la mesa y saliendo a toda prisa de allí. Ya no quería el sándwich, ni la cerveza, ni follar con los amigos de mi primo Javi, ni vengar los insultos y desprecios de las beatas del pueblo. Sólo quería echarme a llorar.

    Subí a mi habitación, con el propósito de darme una ducha, relajarme y tratar de asimilar la decisión de mi madre. Quizás aún había alguna manera de hacerla entrar en razón, de conseguir que entendiera que había nacido puta y moriría puta. No dejaría de ser una ramera por reencontrarse con un “amor” de juventud o por ponerse detrás de la barra de un bar a servir cafés y refrescos. En cuanto viese a tíos mirándole las tetas o el culo con ojos viciosos, dispuestos a sacar billetes de la cartera a cambio de una mamada o un polvo, mamá no podría resistirse.

    Bajo el chorro de la ducha, y a punto de romper a llorar, pensé que quizás debería añadir algo a mi lista de cosas que hacer antes de abandonar aquel puto pueblo de mierda: que mi madre reconsiderase su decisión de dejar la prostitución.

    Continuará …

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