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Saciando mi ninfomanía (2ª parte).

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SACIANDO MI NINFOMANÍA (2ª parte).

El sex-shop de Joaquín no era muy grande. Tras el vestíbulo que daba acceso a un pequeño mostrador rodeado de vitrinas con juguetes sexuales de todo tipo (bolas chinas, consoladores, muñecas hinchables, etc), había un largo pasillo con ocho cabinas de vídeo a cada lado del mismo. Y al final, otra pequeña sala circular plagada de vitrinas y estanterías donde se mostraban películas porno de todos los géneros.

         Nada más entrar, vi que estaba bastante concurrido: un par de señores de mediana edad husmeaban entre las vitrinas de las películas, una pareja de jóvenes hablaba con el Joaquín, que estaba detrás del mostrador, y otros tres tipos merodeaban por la zona de las cabinas. Todas la miradas se centraron en mí, circunstancia que aprecié al instante. El trato de teníamos con Joaquín, el dueño gay del sex-shop, consistía en permitirnos buscar clientes allí a cambio de gastarnos la mitad de la recaudación en artículos eróticos de su tienda.

         A Joaquín lo conocí hará unos siete años, cuando Susi volvió a mi vida y recorrimos los sex-shops de la ciudad en busca de ropa, calzado y juguetes sexuales para ella. Él se define como gay, pero en realidad es tan vicioso que no le hace ascos a follar con una mujer si está lo suficientemente cachondo. Doy fe de ello, ya que en más de una ocasión he tenido su polla en alguno de mis agujeros. Es un tipo muy divertido que vive para y por el vicio, no sólo sexual. Me refiero a que en su pequeño sex-shop no sólo se venden películas y objetos relaciones con el sexo, sino que Joaquín puede facilitarte sustancias prohibidas de todo tipo que, además, él consume con habitualidad. Extremadamente delgado, teñido de rubio, con un llamativo pendiente en su oreja derecha y varios tatuajes y piercings por todo su cuerpo, en cuanto me vio entrar, dejó a los clientes con los que hablaba y se dirigió hacia a mí con sus habituales modales, tan escandalosos como exagerados, y con mucha “pluma”.

-      ¡Carolina! – chilló haciendo aspavientos. Si mi presencia ya había generado la atención de los presentes, ahora pasar desapercibida sería imposible. Todos se giraron para escuchar nuestra conversación - ¡Cuánto tiempo! ¡Qué guapa vienes! – añadió, mirándome de arriba abajo, sin dejarme intervenir en la conversación - ¡Divina!

-      ¡Hola, Joaquín! – saludé dándole un beso en la mejilla.

-      A ver si vienes más a menudo por aquí porque Susi y tu sobrina sí vienen bastante – me confesó – Por cierto, ¡cómo está la niña! No sabes el éxito que tiene. Con chicas así me dan ganas de hacerme hetero … - suspiró con gesto exagerado.

-      Sí, ya sé que vienen por aquí mucho - asentí – Baby aún no tiene la edad para ejercer sin poder meterse en problemas y, como aquí hay confianza, le gusta ir cogiendo tablas donde buenamente puede.

-      Tiene madera, eh. La última vez que vinieron hicieron buena caja porque estuvieron tres o cuatro horas dale que te pego con un montón de clientes – me explicó.

-      Ahora está en Alemania, con su madre – comenté.

-      Ahhh, tu hermana Alicia … - suspiró – No sabes lo bien que se venden sus películas. Hoy mismo me han llegado dos nuevas de su productora. ¡Qué cosas es capaz de hacer la muy guarra, eh! – exclamó - Pero … dime, ¿qué te trae por aquí?

-      Pues … verás … vengo con ganas de marcha – expliqué – Me he quedado un poco a medias con la clientela de hoy y he pensado redondear la faena aquí. ¿Qué te parece?

-      ¡Perfecto! Ya sabes que no hay problema. Estás en tu casa – me dijo guiñándome un ojo, en señal de confianza total entre nosotros – Hay cuatro o cinco en las cabinas y los que ves por aquí, que ya se han fijado en ti.

-      Sí, me he dado cuenta – asentí notando las miradas de los clientes que deambulaban por el sex-shop en busca de alguna película con que hacerse una paja en su casa o dentro de alguna de las cabinas – Vamos al mostrador, que quiero unas bolas chinas.

-      Vale – me dijo Joaquín y, de inmediato sacó tres modelos distintos que expuso sobre el mostrador. Todos miraban de reojo nuestra transacción comercial. Sabía que esto les pondría más cachondos aún de lo que estaban.

-      Creo que  me quedaré estas – dije tomando un juego de cuatro bolas negras de látex unidas por un cordón con una anilla en un extremo. Las cogí por la anilla, las puse en alto y aumenté el tono de mi voz para que todos me oyeran – ¡Espero ser capaz de meterme las cuatro bolas en mi culo a la vez!

-      ¡Jajaja! – río Joaquín al escuchar mi provocativo comentario. Varios de los presentes giraron la cabeza.

-      ¿Usted qué opina? – le dije descaradamente a un hombre trajeado y de mediana edad que me contemplaba estupefacto - ¿Cree usted que cabrán todas en mi culito?

-      No lo sé – respondió ruborizado.

-      ¿Aceptaría una apuesta? – propuse con picardía, elaborado una táctica nunca antes usada para captar clientes.

-      ¿Cómo? – preguntó extrañado.

-      Sí, caballero … le explico: si soy capaz de hacer desaparecer estas bolas chinas dentro de mi culo, usted me da diez Euros; y si no, se los pago yo a usted. ¡Una apuesta! – expliqué asegurándome de que todos escuchaban lo que decía, mientras Joaquín sonreía al ver los rostros de sorpresa y estupefacción de sus clientes.

-      Ehhh … estooo … ¡vale! – aceptó visiblemente sorprendido por mi propuesta.

-      Pues vamos a una cabina y comprobemos quién gana la apuesta, ¿vale? – añadí con descaro encaminándome hacia el pasillo donde, a un lado y otro, estaban las cabinas de vídeo. Acentúe el movimiento de mis rotundas caderas para que mi pandero se meciese a cada paso y el resto de los allí presentes clavase su mirada sobre el trasero que segundos después albergaría las cuatro bolas chinas de látex – Luego te pago esto, Joaquín – dije en relación a la bolas chinas.

-      No hay problema, Carol – dijo Joaquín con gesto divertido por mi manera de excitar al personal. El tipo me siguió hasta la cabina que escogí, la número 5. Antes de entrar, y viendo cómo todos contemplaban la escena, les dirigí unas palabras.

-      Si hay alguien que quiera proponerme una apuesta, estoy dispuesta a aceptarla – sugerí con gesto pícaro – El que quiera, que me espere. No tardaré mucho.  

Acto seguido nos metimos en la cabina, de apenas dos metros cuadrados, con una butaca de polipiel granate frente a la pantalla. Sobre uno de los brazos de la butaca estaba el control de canales con la ranura para introducir monedas o billetes y, a su derecha, un rollo de papel higiénico destinado a que los clientes se limpiasen después de masturbarse. Le hice un gesto para que se sentase en el butacón y, a continuación, me senté sobre sus rodillas.

-      Me he fijado en ti desde que te he visto – mentí – pero no sabía cómo captar tu atención para traerte a un sitio más íntimo – dije mientras le acariciaba sensualmente la mejilla con mi largas uñas de porcelana.

-      ¡Qué buenas estás! – fue lo que acertó a decir, emocionado por verse en aquella cabina con una hembra como yo. Ni en sus mejores sueños hubiese imaginado una situación como aquella. Y eso me excitaba mucho.

-      Gracias – dije con gesto inocente – Entonces, ¿hacemos la apuesta?

-      Sí, de acuerdo – respondió nervioso e impaciente – Me puse en pié frente a él y me subí la faldita por encima de mis caderas. Como no llevaba bragas, apareció ante él mi depilado pubis. Le entregué las bolas chinas y me giré poniendo mi redondo pandero frente a su cara. Me encantaba la situación. Me ponía cachonda perdida provocar así a absolutos desconocidos. Me hacía sentir tan viva y excitada como sucia y pervertida. Separé mis nalgas con las manos, mostrando la entrada de mi ojete y me incliné hacia delante. Mi ano cedió ligeramente con aquella postura.

-      Tienes un culo precioso – acertó a decir, impaciente por sobar mi redondo trasero.

-      Gracias, pero la apuesta no trata de si mi culo te gusta o no, sino de si me caben esas bolas chinas. ¡Intenta meterlas ya! – ordené.

-      Vale, como tú digas – obedeció. Acto seguido, noté cómo la primera bola de látex presionaba mi ano. Lo relajé como sabía y aquel hombre, sin mucho esfuerzo, vio como mi culo engullía la primera de las bolas.

-      ¡Una! – exclamé en alto para que los que estaban fuera pudieran saber cómo evolucionaba la apuesta.

-      Ha entrado fácil – comentó el tipo, al tiempo que, tomando más confianza, se atrevió a magrear ligeramente una de mis nalgas.

-      ¡La siguiente, vamos! – exclamé. La introducción de la segunda tampoco costó mucho trabajo. Mi entrenado ano se dilataba con facilidad y en seguida cedió absorviendo la segunda bola - ¡Dos! – exclamé.

-      Vamos con la tercera – dijo el tipo – pero creo que voy a perder la apuesta – añadió.

-      Yo también lo creo – dije sonriendo – Pero no creo que te importe perderla, ¿a que no?

-      En absoluto – reconoció el tipo mientras presionaba mi ano con la tercera de las bolas – Nunca había hecho esto antes.

-      ¿Nunca? – pregunté extrañada - ¿Es que no te vas de putas?

-      Alguna vez, pero no a hacer estas cosas.

-      Buah, es que hay putas que no sienten la profesión – dije con desdén  mientras notaba la tercera bola en mi recto – Luego te doy una tarjeta. ¡Tres!

-      ¿Eres puta? – preguntó.

-      Y a mucha honra – respondí.

-      Pero si … eres … guapísima – dijo – Podrías trabajar en lo que quisieras … - insinuó.

-      Sí, en una oficina a jornada partida o atendiendo el teléfono por 700 mísero Euros al mes – dije con algo de soberbia – Pero a mí me gusta el dinero fácil y rápido. El dinero que tú me vas a dar cuando terminemos con esta apuesta, que no es más que una puta excusa para que me metas la polla donde ahora tengo las bolas chinas – añadí sincerándome – Porque, después de esto, querrás follarme, ¿no?

-      ¡Por supuesto! – dijo sonriente y complacido.

-      ¡Pues venga, mete la última bola de una puta vez! – ordené. El tipo, sabiendo que en breve estaría trabajando su polla, se apresuró a meter la cuarta y última bola. Esta costó más, por la acumulación de látex que ya había en mis intestinos, pero mi ano finalmente cedió y la última bola desapareció por completo. De mi culo sólo colgaba el tramo final del hilo y la anilla.

-      ¡Ya está! – exclamó.

-      Y… ¡cuatro! He ganado la apuesta. Me debes diez Euros – le reclamé girándome y poniendo la palma de mi mano cerca de su cara - ¡Págame!

-      ¿Pero no decías que íbamos a follar?

-      Paga primero – exigí. El tipo sacó un billete de diez Euros de su cartera y me los dio. Metí el billete en mi bolso – Y te propongo algo mejor.

-      Dime – dijo expectante, sabedor de que mis ocurrencias eran buenas.

-      Por 10 Euros te chupo la polla; por otros diez dejo que me la metas en el coño; y por otros diez dejo que me encules – le recé mis tarifas – pero si mientras follamos encuentro algún canal donde salga yo, me das otros 50 pavos, ¿vale?

-      ¡No jodas que también eres actriz porno! – exclamó.

-      Eso tendrás que averiguarlo aceptando la apuesta – propuse. En realidad no sabía si en la lista de canales se estaría proyectando alguna escena mía, pero me pareció un excitante incentivo tanto para él, que podría follar con la misma actriz porno que al mismo tiempo se follaban en pantalla; como para mí, que podría recrearme con una de mis escenas disfrutando al mismo tiempo de una polla.

-      ¿Y qué me darás tú a mí si no sales en ningún canal? – preguntó.

-      No te cobraré el polvo.

-      ¡Acepto! – exclamó de inmediato.

-      Pues vete bajando la bragueta que voy a ponerte un condón – le dije. Normalmente follo sin usar condones. Me gusta el tacto y el sabor de las pollas al natural y no estar chupando un trozo de látex, pero con clientes desconocidos hay que tomar algunas precauciones.

El tipo se bajó los pantalones y, tras éstos, unos ridículos calzones de absurdos dibujitos. Ya estaba empalmado. Una polla muy normalita, de unos quince centímetros y sin prepucio. Me puse en cuclillas entre sus piernas y comencé a meneársela. Al notar el tacto de mis manos sobre su rabo, dio un pequeño respingo.

-      Tranquilo, hombre … no te vayas a correr antes de empezar.

-      Es que estás muy buena – se excusó. Saqué un condón de mi bolso y se lo puse con la boca. Había aprendido a hacerlo así cuando hacía la calle con diecisiete años y sabía que a los tíos les gustaba que las zorras mostrásemos este tipo de habilidades. A continuación, me metí la polla en la boca. Sabía que no podía darle mucha caña o se correría antes de probar mis otros agujeros, así que no chupé con la devoción y glotonería con que acostumbro a hacerlo.

-      ¿Te gusta? – pregunté.

-      ¡Ohhhh! ¡Eres muy buena! – exclamó con evidente gesto de placer. Me dediqué más a lamer su polla que a chupársela, por miedo a que estallará antes de tiempo y frustrase nuestra apuesta.

-      Ha llegado el momento de follar, campeón – le dije poniéndome en pié y sentándome a horcajadas sobre él, que seguía recostado en el butacón.

-      ¡Vale, preciosa! Lo que tú digas … - balbució entregándome el control total de la situación.

-      Pero no quiero que te corras todavía – le ordené mientras dirigía su polla hacia mi conejo. El rabo se acopló sin dificultades a mi chumino. Me senté totalmente sobre él y moví las caderas circularmente para que él sintiera las cavidades de mi interior. Después, y muy lentamente comencé a botar sobre la polla.

-      ¡Ooooohhhh! – exclamó al sentir su polla deslizándose en mi chocho. Podía ver sus gestos de placer, ya que mi rostro estaba a escasos centímetros del suyo. Tenía los ojos cerrados.

-      ¡Abre los ojos, joder! – le ordené – ¿O es que no te gusto?

-      Perdón … lo siento … sí, sí ... me encantas – se excusó – ha sido porque me das mucho placer – añadió con voz temblorosa.

Apenas si estuve un par de minutos sobre aquel tipo, botando suavemente sobre su polla. No era aquel rabo de tamaño medio, comparado con las pollas descomunales que me han follado en mi época en el cine porno, lo que me hacía disfrutar tanto de aquella situación, sino el sentirme tan puta y tan guarra como para estar haciendo aquello sin ninguna necesidad. Antes de deshacer la postura y dar paso a la segunda apuesta, me subí la camiseta de lycra hasta las axilas, mostrando mis tetas ante su cara. Al verlas, suspiró.

-      ¡Vamos! ¿A qué esperas? ¡Cómemelas! – le ordené. El tipo metió su rostro entre mis pechos, apretándolos con las manos contra sus mejillas. Noté su aliento en mi canalillo. Estaba tan excitado que decidí dejar de botar sobre su polla. Me quedé sentada sobre él, con su rabo metido en mis entrañas, al tiempo que metía uno de mis pezones entre sus labios. Lo chupó con pasión y desenfreno, mientras no paraba de sobarme las tetas - ¡Eso es! ¡Cómemelas … que para eso están!

-      ¡Slurrrrrrpppp! ¡Glurrrrrpppp! – se escuchaba cuando lamía y succionaba mis pezones.

-      ¡Venga, machote! – le animé – Vamos a ver si hacemos la apuesta, ¿vale? – sugerí deshaciendo la postura, sacando su polla de mi coño y poniéndome en pié.

-      Sí, sí, … como tú digas – obedeció.

-      Lo primero es sacar la bolas de mi culo – dije girándome y volviendo a poner mi trasero a la altura de su cara, de la misma guisa en que, unos momentos antes, había metido aquellas bolas chinas en mi interior – Coge la anilla y tira despacio, que las bolas vayan saliendo una a una.

El tipo me obedeció, al tiempo que, para facilitarle la tarea, separaba mis nalgas con las manos. Tal y como le había indicado, tiró de la anilla hasta que mi ano cedió lo suficiente como para expulsar la primera de las bolas. A continuación, y exhibiendo todo mi talento para dilatar a mi antojo mi agujero trasero, fue sacando una a una el resto de las bolas de látex.

-      Ahora mete cinco pavos en la máquina para ver los canales de vídeo – le ordené. Sabía que un Euro daba para sesenta segundo del vídeo. Es decir, que el tipo tendría cinco minutos para darme por culo; tiempo suficiente, tal y como estaba ya de salido, para correrse. De hecho, sospechaba que no agotaría ese tiempo porque en cuanto metiese su tranca en mi trasero y empezase a empujar sobre él, no sería capaz de aguantar mucho más. Una vez que metió el billete de cinco Euros por la ranura, un contador con luces verdes se puso en marcha. 300 segundos era el crédito que teníamos. De inmediato, la pantalla se encendió a menos de un metro de mi rostro. Una actriz pelirroja, abierta de piernas sobre un banco de madera, se metía un consolador por el coño. Era el canal 1 de un total de 99.

-      ¡Ya está! - exclamó impaciente.

-      Pues venga, ¡méteme la polla en el culo y vete pasando los canales! – le ordené. Se puso en pié para que su polla llegase a la altura de mi culo y apuntó hacia mi ano su cipote cubierto por el condón resbaladizo de los flujos de mi mojado chumino para, al instante, sentir como mi culo cedía ante el empuje de aquel desconocido hombre de mediana edad.

-      ¡Diossssss, qué culo tienes! – exclamó al sentir su polla totalmente dentro de mi trasero. Puso sus manos sobre mi cintura para facilitar el mete-saca y comenzó a deslizar su rabo con suaves acometidas.

-      ¡Pasa los canales! – ordené, ya que desde mi posición no alcanzaba los controles.

Ante nuestros ojos, y mientras recibía su polla en mi culo, se fueron sucediendo distintas escenas de películas porno de todo tipo. Mamadas, anales, orgías, dobles penetraciones, solos, zoofilia, lluvia dorada, gay, etc. Incluso reconocí en algunas a actores y actrices con quienes había compartido cartel en mi etapa en Estados Unidos. Un par de segundos eran suficientes para comprobar que no salía en la escena y entonces le ordenaba que cambiase al siguiente canal. Entretanto, el ritmo de las acometidas iba en aumento, en buena prueba de su creciente excitación y de la proximidad de su orgasmo. Los canales iban pasando, y aunque no me importaba lo más mínimo perder la apuesta, me apetecía darle el gustazo a aquel tipo de estar follándome mientras me veía en pantalla al mismo tiempo. A los tíos les encanta, por aquello de su ego personal, saber que se han follado a una actriz porno.

-      Creo que esta apuesta la vas a perder – comentó – Ya vamos por la mitad del tiempo y por el canal 70 …

-      ¡Calla y pasa de canal! – le interrumpí con energía - ¡Y no te corras aún!

“¡Vamos, vamos!”, pensé impaciente. “¡No jodas que Joaquín no tiene ninguna peli mía metida aquí!”, me dije para mis adentros, mientras pasaban las escenas ante mis ojos, sin que pudiera reconocerme en ninguna de ellas. El tiempo y los canales se agotaban. Iba a perder la apuesta y eso significaba follar gratis con aquel tipo. Aunque no había ido allí a ganar dinero, me fastidiaba no cobrar. Recordé las palabras de mi madre cuando, con dieciséis añitos, comencé a prostituirme: “Una puta jamás regala sus servicios”. Además, el mero hecho de pensar en la transacción económica, en el arrendamiento de mi cuerpo y de mis habilidades, siempre me había hecho sentirme más sucia y excitada. Y me encantaba esa sensación. Sentirme puta era más maravilloso aún que el placer que pudiera provocarme una polla.

- ¡Para! – exclamé. Cuando ya no albergaba casi esperanzas de ganar la apuesta, me reconocí en uno de los canales. El 89, más concretamente. Identifiqué la escena al instante. La había grabado hacia el final de mi etapa en el porno americano, en torno a 2.004, para una conocida web temática sobre profesoras follando con alumnos. Después, recopilaban las escenas en un DVD y lo sacaban a la venta. No recuerdo el título exacto, pero era algo como “Fucking teachers”, o algo parecido. Ataviada con un traje de chaqueta gris con pronunciado escote, regañaba a un par de alumnos castigados después de clase para, momentos después, seducirlos y follar sobre los pupitres. El momento exacto que apareció en pantalla me mostraba follando con uno de los alumnos a cuatro patas, apoyando una de mis rodillas sobre un pupitre, e inclinada hacia delante para mamarle la polla al otro alumno - ¡Ahí me tienes, cabrón! ¡Esa soy yo! – exclamé con orgullo.

- ¡Joder! ¡Es verdad! – reconoció - ¡Dios mío, me estoy follando a una actriz porno! ¡Es el mejor polvo de mi vida! – exclamó aumentando el ritmo del mete-saca sobre mi agujero trasero y sin perder detalle de la escena que aparecía en pantalla. Antes de que el contador se pusiese a cero, se pudo ver en la pantalla el momento en que cambiábamos de postura y, subiéndonos sobre la mesa de la profesora, montábamos una doble penetración. Ese fue el momento en que sentí cómo el orgasmo de la polla que me enculaba tenía lugar. Me arrepentí por un momento de no poder sentir en mi culo el calor del semen derramándose en mi interior por culpa del condón, pero sí pude apreciar cómo la polla se contraía contra las paredes de mi agujero trasero y cómo el tipo apretaba su pelvis contra mis nalgas, mientras resoplaba de gusto. Es otra de esas cosas por las que ser puta me hace sentirme tan bien. Dar placer con  mi cuerpo y con mis habilidades es algo que me hace sentirme satisfecha y realizada. No me había corrido con aquel polvo, pero estaba feliz.

-      Me debes 80 pavos, nene – le dije una vez que sacó su recién exprimida polla de mi trasero y se recostó sobre el butacón. La pantalla, una vez consumido el crédito de tiempo, había vuelto al fundido en negro habitual – 30 por el polvo y 50 por la apuesta.

-      Sí, sí … tranquila – susurró visiblemente cansado – Ha sido el mejor polvo de mi vida y bien merece ese dinero – Tomó su cartera, sacó dos billetes de 50 Euros y me los entregó. Antes de que me pidiera el cambio, y viendo que ya tenía la polla flácida, le quité el condón.

-      No sabes la pena que me da desaprovechar esta leche calentita – dije con gesto pícaro mientras le mostraba el condón y los restos de lefa que contenía. El caso es que estaba sedienta de semen, pero sabía el riesgo que corría tragándome los fluidos de aquel desconocido. Lo había hecho miles de veces antes, arriesgándome a pillar cualquier enfermedad venérea, pero ya no era la chiquilla inconsciente y alocada que había sido años atrás. Los clientes que solía recibir en casa a través de Nati eran de confianza, por lo que con ellos no tenía reparo alguno en follar a pelo y en tragarme gustosamente cualquiera de sus fluidos corporales, especialmente el semen. Pero cuando salía por ahí a follar con desconocidos en soportales, callejones, bares, discotecas o en el sex-shop de Joaquín, solía tomar precauciones; aunque años atrás nunca me hubiese preocupado de este tipo de cosas. El caso es que aquella noche estaba tan cachonda que me dije a mí misma “¡Qué coño, Carol Si te has tragado litros y litros de lefa en tu vida y nunca te ha pasado nada, por un poco más no creo que vayas a pillar ninguna cosa chunga.” – Por los veinte pavos que sobran de aquí, me bebo el contenido del condón – le propuse.

-      ¿Cómo dices? – preguntó sorprendido.

-      Además, no puedo dejar que te vayas con la polla resbaladiza de tu propia lefa – añadí cogiendo su rabo flácido con la mano – Me has follado muy bien y te mereces irte a casa con la polla limpia, ¿no crees? – sugerí acariciando sus peludos huevos al tiempo que me arrodillaba de nuevo entre su semiabiertas piernas.

-      Eh … estoooo … ¡vale! – aceptó.

-      Ok – le dije guiñando un ojo – Primero el condón, ¿vale? – añadí tomando el preservativo con una mano y llevando su extremo abierto a mi boca – Me encanta la lefa, ¿sabes? – le dije antes de dejar que los grumos de semen resbalasen por el látex del condón hasta mi boca. Después, lo exprimí con las manos derramando su contenido entre mis labios. Y a continuación, metí la lengua por el orificio, plegando el preservativo, para alcanzar hasta el extremo opuesto, donde su rabo había estallado al correrse. Lamí, capturé y tragué cuanto pude, disfrutando no sólo de su textura y sabor, sino del gesto de sorpresa y excitación que mantenía aquel tipo al verme haciendo aquellas guarradas que, sin embargo, eran de lo más común para una puta viciosa como yo.

-      ¡Joderrr, tía! ¡Eres la hostia! – me alabó - ¡Jamás había visto nada igual!

-      Ahora te voy a limpiar la polla, campeón – dije tirando el condón al suelo y sin hacer mucho caso de sus alabanzas. Metí la totalidad de su polla flácida en mi boca. No me costó. Si me cabía un rabo de veinticinco centímetros, cómo no iba a caberme una picha flácida de apenas diez, una vez que había perdido todo su vigor. La chupé durante aproximadamente medio minuto, embadurnándola de saliva para limpiar todos los restos de semen que pudiera tener entre los pliegues y el orificio del capullo - ¡Ya está! Más limpia que la patena! – añadí sonriente por la satisfacción del trabajo bien hecho.

Continuará …

PD: Espero vuestro comentarios y valoraciones tanto en todorelatos como en mi twitter personal: Carolina Fernández        twitter@CarolFdez77.

        

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