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Un trabajito muy especial (3).

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UN TRABAJITO MUY ESPECIAL (3ª parte).

 

         Apenas se hubo cerrado la puerta de aquella estancia, me quedé sumida en cavilaciones trascendentales para mí: ¿qué era yo en realidad: una simple guarrilla adicta al sexo o una verdadera puta? ¿Ninfómana o prostituta? Desde que empecé a ejercer con tan sólo 16 años, nunca había tenido la más mínima duda al respecto. Mi madre y mi hermana se habían encargado de mi adiestramiento y siempre me dijeron que éramos putas. Ellas lo repetían con orgullo. Que te guste follar no te convierte en puta, sino la transacción económica, el servicio que prestas al cliente. El hecho de que nos encantara prostituirnos no era impedimento para sentirnos tan putas como cualquier otra ramera. Yo misma había hecho la calle durante una temporada, chupando pollas a camioneros y follando con borrachos a cambio de unos míseros euros. Y había trabajado en varios burdeles, alternando con la clientela y engatusándolos para acabar con su polla incrustada en alguno de mis agujeros en un oscuro reservado. Incluso había abandonado una fructífera carrera en el porno americano porque lo que realmente me gusta es prostituirme.“Si eso no es ser puta que venga Dios y lo vea”, pensé para mis adentros. Siempre había atendido a mis clientes con profesionalidad y máxima discreción. Me gustaba, es cierto. Disfrutaba prostituyéndome. El tener más caché, una clientela más selecta y, muy frecuentemente, terminar imponiendo mis gustos y fantasías, no se alejaba de la definición de puta.

         La cuestión que me atormentaba en aquel momento, por absurda que le pueda parecer a cualquier otra persona cuyo único propósito en esta vida no sea follar a todas horas, era que sabía que cuando estaba amordazada contemplando cómo aquella preciosa zorrita rubia era doblemente ensartada por dos enormes pollas, me hubiera lanzado a participar sin importarme lo más mínimo si me pagarían o no por ello. Estaba cachonda perdida y sólo pensaba en saciar mi calentura. Quizás no era una puta, como siempre había pensado. Quizás sólo era una ninfómana, una enferma obsesiva del sexo que usaba la prostitución para que no me faltaran pollas que llevarme a la boca, al coño o al culo.

         “He venido aquí cobrando” - me dije a mí misma - “Haré lo que el cliente me pida” - seguí tratando de autoconvencerme - “Y lo haré por dinero y porque me gusta” - sentencié zanjando la cuestión. Pero, en realidad, la duda de si sería capaz de hacerlo gratis sólo por saciar mi desenfreno sexual, no dejaba de  rondarme la cabeza.

         Por suerte, no me dio tiempo a flagelarme mentalmente más con tan fina distinción entre puta o ninfómana. La puerta se abrió y aparecieron un par de tipos vestidos de negro y con la cara tapada por una especie de pasamontañas. Ya me había quedado claro que el anonimato era vital para ellos, pero no había necesidad de cubrirse el rostro, ya que jamás revelaría su identidad. Entendía tantas precauciones porque hay mucha mala puta por ahí capaz de contar con quién ha follado en la prensa rosa y en los llamados programas del corazón, pero yo no soy una de ésas. Otra razón más para sentirme puta de la cabeza a los pies: respeto máximo por la confidencialidad puta-cliente.

         Sin mediar palabra, uno de ellos comenzó a desenganchar los arneses que aún me mantenían atada a aquel extraño aparato, mientras el otro me tapaba los ojos con un pañuelo negro. De inmediato, me condujeron a través de pasillos, girando un par de veces a izquierda y derecha. Subimos unas escaleras y volvimos a caminar unos metros hasta que, de pronto, una puerta se cerró tras de mí. No vi nada en todo el recorrido. Tan sólo pude sentir en mis pies descalzos la frialdad de las baldosas de nuestro breve paseo por aquella  enorme mansión. Me quité la venda. Estaba sola en una habitación con dos camas, un tocador y una puerta que daba acceso a un aseo. Todo relucientemente blanco: las paredes, el suelo,  las puertas, las colchas que cubrían las camas, … todo. No había ventanas.

         Sobre una de las camas había un juego de toallas, un albornoz y unas zapatillas de felpa. Todo blanco. Entré en el cuarto de baño con la idea de darme una ducha. Las palabras de mi anfitriona habían sido claras: “esto no ha hecho más que comenzar”; por lo que lo más lógico era asearme un poco y esperar pacientemente a lo que me deparase aquel trabajito tan especial para el que había sido contratada. No me dio tiempo a meterme en la ducha porque cuando esta a punto de hacerlo escuché cómo se abría la puerta y alguien entraba. De inmediato, salí a la habitación. Era la rubia que se había exhibido frente a mí un rato antes, follándose a dos hombres de cuerpos perfectos y pollas enormes. Esta vez no iba desnuda, sino con un albornoz y unas zapatillas idénticas a las que habían dejado sobre la cama para mí.

- ¡Hola, Carolina! - me dijo en tono cordial y con una sonrisa de oreja a oreja - ¿Cómo va todo? ¿Ya estás más tranquila?

-Sí … bueno … - dije titubeante – … la verdad es que aún no sé muy bien de qué va todo esto.

- Tranquila, no pasa nada – me dijo sentándose sobre una de las camas e indicándome con un gesto que tomara asiento en la otra para mantener una conversación – Tu reacción ha sido muy buena. Otras chicas no pasan esta primera prueba para participar en la fiesta.

- ¿Prueba? ¿Fiesta? ¿Otras chicas? - pregunté desconcertada.

- Te lo explicaré todo – me dijo – Ahora puedes saberlo. Es más, a mi padre le gusta que las chicas que llegan a este punto sepan en qué consiste el trabajo para el que han sido contratadas.

- ¿Tu padre? - pregunté aún más desconcertada - Estoy impaciente – exclamé, ávida de información.

- Lo primero es presentarme: soy Bibi. Mi padre es el que organiza y paga todo esto. Supongo que lo habrás reconocido.

- Claro – asentí - Veo la tele.

- Esa es la razón por la que debemos tomar tantas precauciones. Es muy conocido y su trabajo depende en gran medida de su intachable reputación – me explicó – Si la opinión pública tuviese la más mínima idea de que organiza este tipo de cosas, sería su fin.

- Lo entiendo – asentí.

- Verás, a mi padre le gusta organizar orgías donde sus amigos e invitados especiales puedan disfrutar del sexo sin tabúes ni límites. Todos los meses hace una fiesta de este tipo. Vienen sus mejores amigos, la mayoría empresarios de renombre, políticos, artistas, … todos ricos y famosos; de ahí la importancia de la discreción de las chicas que contratamos. Acuden hombres, mujeres, parejas, matrimonios … entre quince y veinte personas, más o menos - explicó - Mi padre se toma muy en serio esto y sabe que, como siempre follamos entre nosotros, necesita una chica nueva en cada fiesta. Alguien distinto que sea capaz de hacer de todo, tanto con hombres como con mujeres – continuó – y que, de cierto modo, sea el centro de atención de la fiesta. Por esa razónrecurre a agencias como la de Nati para traer putas dispuestas a todo, pero antes quiere comprobar que son auténticas chicas capaces de comer pollas y coños sin distinción y de follar por todos los agujeros durante varias horas, sin venirse abajo al primer orgasmo que tengan. ¿Entiendes?

- Sí, claro – asentí – He estado en fiestas de famosos donde tienes que abrirte de piernas con todo aquel que te lo proponga, pero esto que me cuentas parece distinto – dije.

-En efecto, así es. Sé a las fiestas que te refieres, pero esto es otra cosa. Esto no es “alternar” con los invitados y dejar que te lleven a algún cuarto a echarte un polvo rápido. Aquí hay que estar toda la noche follando. Sexo puro y duro. Y hacer lo que los invitados te pidan – explicó – Debes acceder a todo aquello que deseen. Es recomendable que tengas buena actitud, que se vea que te gusta participar de sus juegos sexuales e, incluso, que tengas iniciativa para proponer cosas, pero sin imponer nada.

- Entiendo - dije - Eso no era un problema para mí. Una duda antes de que sigas: ¿has dicho que son tus padres?

- Mis padrastros, en realidad – puntualizó – Me adoptaron cuando tenía 14 años. No es un secreto, es todo legal. Verás – dijo en tono de complicidad – tú y yo tenemos más cosas en común que el parecido físico. Mi madre también es puta, como la tuya.

- Te refieres a tu madre genética, ¿no?

- Sí – asintió – vino de Rumanía siendo muy joven y comenzó a trabajar en un puticlub de carretera. Se quedó embarazada de mí de algún cliente y decidió tenerme porque ya había abortado varias veces y los médicos la dijeron que si abortaba una vez más ya no podría tener hijos. Me crié con ella y con el resto de putas de aquel burdel.

- Osea, que siempre supiste a lo que se dedicaba, ¿no? - pregunté intrigada.

- Sí. Esa es la parte en la que tu historia y la mía difieren – explicó – He leído los relatos en que cuentas cómo descubriste a qué se dedicaba tu madre y cómo te iniciaste en la prostitución. Lo mío fue diferente. No lo descubrí como tú, de repente, sorprendiéndola in fraganti en plena acción con clientes. Yo crecí viendo a mi madre arreglarse para alternar con los clientes, contando el dinero que había ganado follando y chupando pollas, hablando con otras putas sobre su clientela, sobre posturas sexuales o sobre lo que les habían pedido el cliente de turno la noche anterior – explicó – Siempre quise ser como ellas, como las putas que me criaron. Me probaba su ropa y me miraba al espejo, imitando las poses y los gestos que hacían para engatusar a los clientes y llevárselos a un reservado; y que alguna vez había visto a escondidas, tras las cortinas de algún reservado. Muchas noches, las espiaba cuando atendían a algún cliente. Fantaseaba con hacerme mayor y ser puta como ellas, presumiendo con otras fulanas del dinero que había ganado la noche anterior.

- Y … ¿no ibas al colegio? - pregunté sorprendida por el relato de su infancia.

- No. Mi madre no tenía papeles y no quería líos con la justicia. Eran otros tiempos. Rumanía no estaba en la Unión Europea y deportaban a los ilegales, máxime si se dedicaban a la prostitución – me explicó – Aprendí lo básico: leer, escribir, sumar y restar. Poco más. Y gracias a algunas de las chicas que ejercían en el puticlub, que en sus ratos libres trataban de enseñarme algo, dentro de sus limitaciones. La mayoría estaban de paso y sólo permanecían allí unos meses, como máximo un año. La única a la que los dueños mantuvieron más tiempo en aquel club fue a mi madre. Era su puta más rentable y no tenía aspiraciones de casarse con un rico o ahorrar para montar un negocio “honrado”. Además, estaba yo; y no era recomendable que una puta rumana sin papeles anduviese de aquí para allá con una niña pequeña a cuestas.

- ¿Y cómo saliste de allí? - pregunté.

- Gracias a él, a mi padre. Bueno ... mi padrastro - precisó respirando profundamente para retomar el relato de su vida – Tenía 14 años y ya había empezado a prostituirme a escondidas de los dueños. Ellos nunca trataron mal a mi madre o a las otras putas. Sólo querían hacer negocio. Ya bastantes problemas tenían por tener allí a putas sin papeles como para crearse problemas con una menor en su club. Pagaban a la Guardia Civil de los pueblos cercanos para que hicieran la vista gorda, pero si hubieran sabido que una de las putas tenía una hija menor viviendo allí, no hubieran podido mirar para otro lado – me contó – Algunas de las putas me dejaban participar con los clientes. Empecé chupando pollas para calentarlos o mantenerlos empalmados. Siempre a oscuras para que no pudieran advertir la edad que tenía. Alguna vez me dejaban follar un rato con alguno de ellos, pero me sabía a poco. Quería más. Quería ser tan puta como ellas, tener mi propia clientela, poder follar con cuatro o cinco tíos distintos cada noche y ganarme un buen sueldo con ello. Pasaba el día esperando a que llegara la clientela, hablando con las putas compañeras de mi madre para que me dejasen participar con alguno de sus clientes, pensando en qué haría cuando llegase el momento, fantaseando con hacer que se corriesen de gusto con mi boca o follando salvajemente por el agujero que ellos eligiesen.

- Y tu madre … ¿no hacía nada al respecto? - pregunté - ¿No lo sabía? ¿No te facilitaba las cosas para que empezases a ejercer e ir cogiendo experiencia?

- Sabía mi situación y la supliqué cientos de veces que me dejara participar con sus clientes – me dijo.

- ¿Y no accedió a ello?

- No. Digamos que no tenía un instinto maternal muy desarrollado. No sabes la envidia que me da cuando leo los relatos en los que cuentas cómo tu hermana y tu madre te daban consejos y te enseñaban a ser mejor puta – reconoció con mirada sincera – Ella sabía que sus compañeras me dejaban echarlas una mano con los clientes de vez en cuando. Para ellas significaba menos trabajo y, casi siempre, buenas propinas gracias a mi labor. Cada vez que otra puta me dejaba participar, me entregaba a tope – me explicó -, trataba de demostrar que podía ser una buena puta. Pero había noches que las circunstancias no eran las más propicias y me iba a dormir a las tantas de la madrugada cansada de esperar mi oportunidad, sin ni tan siquiera haberme metido una polla en la boca – añadió con un poso de nostálgica tristeza.

- ¡Joder! - exclamé – No quiero que te ofendas pero … ¡qué clase de madre le niega una polla a su propia hija!

- Hay que ponerse en su situación – me explicó – Los dueños del burdel habían sido siempre muy generosos y permisivos con ella, precisamente por mi existencia. La tenían terminantemente prohibido que los clientes supiesen de mí. A pesar de ello, y de los líos que podía traerle, no decía nada cuando ayudaba a otras putas – me explicó, tratando de disculparla.

- Antes has dicho “al principio”. ¿La situación cambió?

- Sí. Como te he dicho, yo esperaba cualquier oportunidad para entrar en los reservados del puticlub y participar con los clientes cuando alguna de las putas me lo permitía – explicó – Un día, una de ellas estaba en un reservado con dos tíos a la vez, cosa que no era muy habitual, y me pidió ayuda. Entré como una loca, pintada como una puerta para olcultar mi edad en la medida de lo posible, y les hice pasar tan bueno rato que al día siguiente volvieron.

- ¿Preguntando por tí?

- No. Cuando terminamos de follar, les explicamos que no podían decir nada porque yo era menor y los dueños no podían saber que yo me estaba prostituyendo allí – explicó – Les dijimos que si alguna otra vez querían estar con nosotras dos al mismo tiempo, que preguntasen sólo por ella. La otra puta se llamaba Rebeca. Era una chica algo fea pero con buen cuerpo. Era de Alicante. Siempre decía que estaba ahorrando para hacer un curso de peluquería. En fin … esas cosas que siempre dicen las putas para justificar que lo único que saben hacer es abrirse de piernas y que les metan la polla – añadió – Nunca he entendido por qué tienen que justificarse. En fin … - dijo con resignación - Aquella primera vez fue superexcitante. Fue mi estreno, mi primera vez de verdad. Hasta entonces lo máximo que había hecho era comerle la polla a un cliente mientras le metía mano a otra puta o calzarme un rabo en el coño durante unos minutillos mientras las putas se iban a asear entre polvo y polvo. Ni siquiera había follado por el culo todavía, aunque ya tenía el agujero trasero bien entrenado a base de consoladores, vibradores y juguetitos que iba encontrando por las habitaciones del burdel. Me pasaba el día masturbándome – dijo haciendo una pausa para, de inmediato, retomar el relato – Aquella noche me sentí como una auténtica puta por primera vez. Mamé las dos pollas, porque Rebeca y yo nos turnábamos a los dos clientes. Y me follé a los dos, en varias posturas. Me follaron a cuatro patas, abierta de piernas, cabalgando sobre ellos, … ¡fue increíble! Me sentí en la cima del mundo.

- Cómo te entiendo, Bibi – dije asintiendo con la cabeza – Eso mismo fue lo que sentí yo cuando follé por primera vez.

- Lo sé – me dijo en tono de complicidad – Lo he leído en tus relatos. Me encantaron, por cierto. Por eso te elegí.

- ¿Me elegiste? - pregunté extrañada - ¿No habías dicho que había sido tu padre?

- Sí y no – deja que te explique, añadió – Mi padre está muy ocupado y yo estoy aquí para complacerlo a él en todo lo que pueda. Es mi padre porque legalmente me ha adoptado, pero … en realidad … lo que soy …  es su puta. Desde hace un tiempo delegó en mí la tarea de buscar chicas para sus fiestas o, mejor dicho, para nuestras fiestas. Paso horas todos los días preparando el siguiente evento. Busco chicas, indumentarias, juguetes, temáticas para las fiestas, etc. Lo complicado es encontrar putas, primero que cumplan los requisitos y, segundo, que pasen el primer filtro, que es la prueba que tú acabas de pasar, demostrando que esta noche vas a cumplir las expectativas de nuestros invitados – me explicó – Casi todas las chicas que conseguimos son del Este. Rumanas, rusas, checas … A tí te encontré por la página de todorelatos, cuando contabas cómo empezaste en la prostitución, que tu madre y tu hermana son putas, que entraste en el porno, … Me llamó mucho la atención porque me identifiqué contigo al instante y, después, cuando conseguí alguna de tus escenas porno y vi el parecido físico, supe que a mi padre le encantarías – explicó – Me costó encontrar la agencia para la que trabajas. No es fácil dar contigo.

- No lo necesito. Me sobra clientela – dije – Pero … termina de contarme cómo te adoptó tu padre. Tú conoces bien mi vida, por lo que veo …

- Sí, es verdad, me he desviado un poco de la historia – reconoció sonriendo - Después de follar con esos dos, Rebeca y yo pactamos que ella ofrecería ese servicio a más clientes en el puticlub a cambio de un pequeño aumento en las tarifas, a espaldas de mi madre y, por supuesto, de los dueños, que nunca lo habrían consentido. Así empecé a prostituirme de verdad – explicó – Al día siguiente estos dos volvieron y nos los follamos a saco, mejor y más salvajemente que el día anterior. Todas las putas follaban con condón y, salvo casos especiales, nunca permitían que los clientes se corriesen en la boca. Pero yo estaba tan cachonda y tan feliz por empezar a ejercer como una auténtica puta que, después de que uno se corriese, le quité el condón de la polla y me lo metí en la boca para tragarme la lefa que contenía. Cuando el otro tipo lo vio mientras se follaba a Rebeca, se la sacó del coño y se fue directo a metérmela en la boca. Casi no había saboreado el semen del condón cuando el otro fulano estalló dentro de mí. Fue mi primera corrida en la boca … y fue genial – dijo emocionada al recordar todo aquello.

- Te entiendo perfectamente – dije asintiendo con la cabeza – Ya te he visto antes con ese par de pollas corriéndose en tu cara … y está claro que te gusta la lefa más que a un tonto un lápiz – añadí en tono simpático – Yo sentí lo mismo la primera vez que me echaron semen en la boca. Supe que no podría vivir sin mi dosis diaria de lefa calentita.

- ¡Joderrr, somos tan parecidas que me estoy emocionando! - exclamó entre risas.

- ¿Y qué paso después?

- Empezó a correrse la voz en los pueblos de la comarca y cada vez venían más tíos preguntando a escondidas por “esa chica nueva que hace diabluras”. Rebeca estaba encantada. Trabajaba menos y cobraba como si hubiera estado toda la noche dale que te pego. Ella actuaba más como el “contacto” a través del cual la clientela llegaba a mí que como puta. Al principio, atendíamos las dos a los clientes, pero enseguida empezó a limitarse a estar presente para hacer el “paripé” delante del resto de putas y no levantar sospechas sobre la ocupación de los reservados. Se metía en el reservado con el cliente de turno y ahí aparecía yo para follármelo. Íbamos al 75%-25%. Ella se quedaba más porque sabía que en cuanto abriera la boca sobre lo que estábamos haciendo, me metería en un serio problema – explicó mientras yo escuchaba con toda atención - Empecé a hacer lo que siempre quise: a follar por el culo, a hacerlo sin condón, a hacerlo con dos tíos a la vez, … hasta hice mi primera doble penetración coño-culo con un par de camioneros que se prestaron a ello – explicó con  cierto poso de nostalgia – Fueron los mejores momentos de mi vida hasta entonces. En un par de meses, había follado más de lo que la mayoría de las mujeres folla en una vida entera. Y sólo tenía 14 años.

- ¡14! - exclamé – ¡Joder, qué envidia! Yo no empecé hasta los 16 – reconocí, aunque ella ya lo sabía por mis relatos – Cuando empiezas es todo superemocionante, ¿a qué sí?

- Sí, así es. Un par de meses después – continuó con la narración – ocultar lo que estaba pasando era imposible. Todas las putas del burdel, incluida mi madre, sabían lo que Rebeca y yo nos traíamos entre manos. Llegó un momento en que yo sola en una noche atendía a más clientes que todas ellas juntas. Era insostenible – explicó – Teníamos que buscar una solución antes de que se enterasen los dueños. Por suerte, aparecían poco por el puticlub. Tenían varios por la región y habían dejado al cargo del nuestro a un grandullón llamado Roberto. En cuanto se enteró, empezó a follarme todas las noches como precio por su silencio. A mí no me importaba lo más mínimo. Es más, me encantaba que me follara. Una polla más para mí cada noche – dijo sonriendo – El problema eran las otras putas, que no aceptaban que una cría de 14 años les levantara la clientela en sus propias narices. Y eso que yo sólo atendía a los que venían preguntando por mí, que no alternaba con los clientes en la zona del bar de copas.

- ¿Cómo terminó todo? - pregunté, tratando de que Bibi fuera al grano y me contase más sobre la fiesta de aquella noche.

- Roberto conocía a un tipo, menos famoso por aquella época (han pasado más de diez años), pero ya millonario y que, según me contaba, había preguntado varias veces en otros burdeles en los que él había trabajado, por chicas jóvenes y dispuestas a todo. Lo llamó y nos hizo una visita – explicó – La verdad es que no sabía qué debía hacer o cómo comportarme. Ni siquiera tenía claro qué era lo que pretendíamos hacer con él o qué le había propuesto Roberto. Tenía claro que mi situación allí era insostenible y que debía abandonar el burdel, pero siempre pensé que lo que pretendía era llevarme a algún otro puticlub,  falsificando la documentación sobre mi edad, para poder ejercer tranquilamente y que mi trabajo le reportase beneficios.

- Osea, que pensabas que pagaría dinero a tu madre y a los dueños del puticlub para convertirse en tu chulo – resumí.

- Sí, exacto – asintió.

- ¿Y qué pasó? Cuéntame.

- Me folló sin mediar palabra – explicó – Todos los agujeros. Boca, coño y culo. Por este orden. En seguida noté que le había gustado. Y él a mí. Con cada centímetro de polla que penetraba en mi interior, su clase y su sabiduría se hacían más evidentes. No era un putero más en busca de una zorra con la que meter en caliente. ¡No! Había más, mucho más. Sentí algo muy especial en su forma de hacer las cosas. Me follaba con calma pero con energía, disfrutando de cada empujón en mi interior. Sabía lo que hacía – concluyó – Me hizo correrme dos veces y tuve que reponerme de inmediato para seguir follando. Estuvo más de veinte minutos dándome caña, aprovechando cada cambio de postura para analizar mis gestos y mis movimientos. Cuando se cansó de follarme, me metió la polla en la boca y me pidió que se la chupara hasta que se corriese. Fueron las primeras palabras que escuché de su boca: “Ordéñame la polla sin usar las manos”. Así lo hice. Se la mamé lo mejor que supe hasta que me regó la garganta con su leche. Me la tragué con la esperanza de que aquel desconocido para mí en ese momento me eligiese para ser su puta y tener el honor de volver a tener aquella polla dentro de mí. Fue el mejor polvo de mi vida hasta ese momento.

- ¡Ufff, Bibi! – exclamé – Tal y como lo cuentas, estoy deseando que tu padre me folle. Me estás poniendo cachonda – reconocí algo ruborizada porque ciertamente me estaba excitando.

- Eso tenlo por seguro, Carolina. No te vas a ir de aquí sin que mi padre te meta la polla en todos y cada uno de tus agujeros – me dijo sonriendo con picardía.

- ¡Jajaja! – reí – Eso espero.

- El resto de la historia se resume en que habló con mi madre y con los dueños y pagó una suma de dinero que desconozco para llevarme con él. Arregló el papeleo para mi legalización y adopción gracias a su influencias y, seguramente, al generoso pago de alguna cantidad; y me trajo a vivir a esta mansión, dándome todo lo que necesitaba: educación con profesores particulares, viajes y vacaciones a sitios maravillosos, … y adiestramiento sexual para ser su puta – concluyó.

- Suena bien – dije sonriendo.

- Me enseñó todo lo que sé porque lo que había aprendido en el burdel podría calificarse de “aficionada” – continuó – Solíamos usar la habitación donde has estado antes. Traía a sus amigos para poder hacer dobles penetraciones, dobles mamadas y corridas en abundancia. Aprendí a follar con muchos tíos a la vez, a usar todo mi cuerpo para dar placer, a controlar los orgasmos, …  a hacer cosas que ni sabía que existían.

- ¿Y tu madre adoptiva? – pregunté, echando en falta ese elemento de la ecuación en su relato.

- Ella ya estaba casada con mi padre. Siempre participó de todo y me trató genial. Es una guarra impresionante. Creo que ya has podido comprobarlo - añadió en clara referencia a la escenita que un rato antes su madrastra había montado conmigo y donde acabé devorando su entrepierna - Por eso se casó con ella. Le encanta todo esto que mi padre tiene montado y vive para ello, para complacerlo. Igual que yo.

- ¿Ella también participó en tu adiestramiento? – pregunté intrigada. La verdad es que la señora en cuestión era un zorrón de mucho cuidado. Aún podía sentir en mi lengua el sabor de su coño.

- Sí, desde el principio. En seguida congeniamos – me explicó – Me daba consejos sobre cómo comportarme en sociedad sin dejar de ser la guarra que mi padre quería ver en la intimidad. Me ofrecía su coño a diario para que aprendiese a satisfacer a mujeres, algo que sólo había hecho en ocasiones puntuales con las putas del burdel. Se ocupaba de la dilatación de mi culo poniéndome tapones anales progresivamente más grandes y follándomelo con consoladores. Me daba clases sobre cómo mantener la respiración con una polla ensartada en la garganta, … Era genial todo lo que me enseñaba – añadió – Me encantaba aprender de ellos dos. Según fui cumpliendo años, las visitas de sus amigos eran cada vez más frecuentes. Montábamos unas orgías espectaculares. Nos follaban a las dos entre siete u ocho tíos y hacían con nosotras todo lo que les apetecía. Ahí fue cuando comencé a comer pollas recién salidas del culo de mi madrastra, a lubricar su ojete lamiéndoselo, a compartir semen boca a boca, culo a boca, coño a boca, … y todas las combinaciones que imagines – explicó con gesto goloso – Después, con el tiempo, me fue introduciendo en cosas más extremas: nos follábamos la una a la otra con el puño, tanto el coño como el culo; nos mediamos la dilatación de nuestros ojetes; empezamos a practicar la lluvia dorada; hacíamos que los amigos de mi padre se corriesen en condones y luego competíamos entre nosotras a ver quién se tragaba todo su contenido antes; …. En fin, cientos de prácticas a cual más depravada y que, a pesar de haberme criado entre putas, jamás imaginé que pudieran existir.

- ¡Ufff, el puño dentro! – exclamé – He visto hacerlo, pero no lo he probado – confesé – Temo darme de sí tanto los agujeros que luego no pueda acomodarlos al tamaño de una polla. Es igual que meterme dos pollas al mismo tiempo en el coño o en el culo - expliqué - ¿Tú lo has hecho?

- Por supuesto – asintió – Es complicado, no tanto por la dilatación que debes conseguir, sino por la postura de los tíos que te follen – explicó – No es como una doble penetración al uso, ya sabes, coño-culo. Aquí las pollas y los huevos se tocan y eso es algo que no todos los tíos están dispuestos a hacer. Y lo del puño, es como todo … que te pones tan bruta de lo salida que estás que quieres ir al límite y probar cosas extremas - continuó – En mi caso, y a excepción de mi padre que sí me ha follado con el puño, sólo me dejo por mujeres, que tenemos las manos más pequeñas. Y … bueno … la verdad que es una sensación muy especial cuando mueven la mano dentro de tí y la sacan y meten despacio. Hay que hacerlo con cuidado, muy lubricada y lentamente. Lo cierto es que verte con la mano de otra zorra metida hasta más allá de la muñeca es muy excitante - concluyó.

         Tras estas explicaciones, se hizo el silencio durante unos segundos. Nos miramos y sentí su atracción en todo mi ser. No sabría decir cuál de las dos tenía más ganas de lanzarse sobre la otra a comernos la boca, las tetas y el coño. Por un instante pensé que era inevitable, que en cualquier momento nos besaríamos, nos meteríamos mano y acabaríamos haciendo un sesenta y nueve  para follarnos mutuamente con nuestras lenguas metidas en el coño de la otra. No dio tiempo porque, de pronto, entró en la habitación la señora a la que había devorado el coño hacía un rato, la madrastra de Bibi. Aún  no sabía su nombre y, si me lo había dicho en algún momento, no lo recordaba. Ya  no llevaba el ceñidísimo traje de látex, sino que, al igual que su hijastra, vestía un albornoz y unas zapatillas de felpa. Tenía el pelo mojado. Seguramente se había dado una ducha después del numerito que había montado para mí y donde acabó restregando toda su entrepierna por mi cara. Aún podía saborear su jugoso chumino en mi boca.

- Cómo vas, Bibi? – preguntó, cerrando la puerta tras de sí - ¿Ya le has explicado un poco el tema a Carolina?

- Sí, mamá – respondió Bibi – En eso estaba ahora mismo …

- Bien, Carolina - dijo en tono amable al tiempo que se sentaba junto a su hijastra – Nos has dado muy buena impresión.

- Gracias – dije alagada.

- Bibi ya te habrá explicado en qué consiste la fiesta de esta noche …

- A grandes rasgos, sí – respondí.

- Ya hemos comprobado que eres una magnífica puta. Así que … ¡sé tú misma! - me aconsejó – Habrá un montón de hombres deseando follarte. Creo que no tendrás problemas en manejar la situación. Come pollas como me has demostrado hace un rato. Y folla con todo aquel que te lo indique. Sé todo lo servicial que puedas, pero sin perder la iniciativa – me explicó – Según avance la noche, propón lo que se te vaya ocurriendo, pero sin imponer nada a nadie. ¿Vale, preciosa?

- Sí, señora – asentí. Cuando lo dije me sonó a un soldado recibiendo órdenes de su superior - ¿Usted participará? – me atreví a preguntar.

- Carolina, tutéame; que hace un rato, cuando me estabas comiendo el coño no me llamabas de usted – dijo en tono simpático.

- Es cierto – reconocí. Metida en faena no me salía natural llamar de usted a una zorra a la que estaba follando con mi lengua - ¿Tú participarás en la fiesta? – rectifiqué, recalcando el "tú".

- No me lo perdería por nada del mundo – añadió sonriente.

 

 

Continuará …  

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Carolina, la nueva puta del colegio (4)

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Tres putas en casa (6)

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