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Mi sobrina (5).

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MI SOBRINA (5ª PARTE).

Era habitual que tras una noche de sexo sin límites durmiese plácidamente hasta las dos o las tres de la tarde del día siguiente. Sin embargo, aquella noche apenas si logré conciliar el sueño, emocionada por el rápido e inesperado giro que habían tomado los acontecimientos en relación a mi  sobrina. Por mi mente pasaban una y otra vez las imágenes de todo lo sucedido la noche anterior. Estaba tan sorprendida con el inesperado comportamiento de mi sobrina, como ilusionada por enseñarle todo lo que había aprendido en más de tres lustros prostituyéndome y un par de años metida en la industria del cine porno. Ni en la mejor de mis previsiones hubiera podido imaginar que Baby reaccionase como lo había hecho la noche anterior. Logró superar todas sus absurdas y anticuadas convicciones morales acumuladas en su cerebro después de tantos años de férrea educación religiosa en el internado de monjas, pasando de ser una tierna e ingenua adolescente a toda una mujer ávida de sexo, deseosa e impaciente por aprender la profesión más vieja del mundo de manos de su propia tía y ponerse a hacer la calle para ganar dinero vendiendo su cuerpo al mejor postor.

En una sola tarde, y aun cuando yo llevase tiempo deseando confesarle toda la verdad sobre las verdaderas ocupaciones de toda familia y encauzarla hacia aquello que consideraba como su auténtica y única vocación, ella misma había descubierto la auténtica realidad, había conseguido asimilarla en apenas unas horas y se había entregado a probar aquello que nos había permitido subsistir a la familia durante varias generaciones. Ni yo misma esperaba que todo se desarrollase con tal rapidez. La tarde anterior, cuando la recogí en la estación de trenes, sólo era una cría inocente e ingenua. Unas horas más tarde, y después de haberse mostrado reacia a participar en la orgía que estaba presenciado con sus propios ojos, sentada a escasos metros frente a Susi y a mí, mientras ambas practicábamos todo tipo de actos sexuales con tres futbolistas negros a cambio del precio estipulado en nuestras tarifas, por fin se había dejado llevar por sus impulsos para perder la virginidad en dos de sus tres agujeros.

No podía quitarme de la mente la imagen de mi sobrina compartiendo un consolador con nuestras bocas, enseñándola a chuparlo, a engullirlo con su boquita adolescente, a dar placer con sus labios y su lengua. Ella obedeció mis instrucciones, con un gesto en su rostro que había pasado de la indiferencia a la lujuria. Y pidió más. Primero, con sus ojos inyectados por el vicio del sexo. Después, me susurró que permitiese meter su cara entre mis piernas para comerme el coño, mientras uno de los negros la follaba a cuatro patas. Y finalmente, entre espasmos de placer, gritó que no permitiese que aquellos negrazos dejasen de follarla. Nos suplicó a Susi y a mí, en los pocos momentos en que su boca no tenía alguna polla dentro, que la enseñásemos a follar como nosotras sabíamos. Y finalmente, tras correrse varias veces en apenas una hora de orgía desenfrenada, nos agradeció que la hubiéramos mostrado aquel maravilloso mundo lleno de sensaciones placenteras que jamás había soñado con experimentar.

Recordé con gesto orgulloso cómo me había lamido el culo mientras un gigante negro desvirgaba su tierno chochito. Aquella noche, y pese a oponer bastante resistencia inicialmente, había perdido la virginidad por dos de sus tres agujeros. No quise que la follaran el culo sin antes habérselo preparado debidamente. Ella lo pidió a gritos. Me suplicó, mientras Susi la comía el coño y uno de los clientes metía su negro cipote en su boca adolescente, que la permitiese sentir un rabo abriéndose paso en su joven y prieto trasero. No podía dejar de recordar su cara de gusto cuando, por fin, accedió a chupar una polla flácida y, con la boca llena de carne en barra, sintió cómo se ponía dura en su interior. Disfruté como nunca viendo la lujuria en sus ojos cuando deslizó sus labios a lo largo de aquel enorme pene, al tiempo que acariciaba los peludos cojones. Me dio las gracias cuando entendió que perder así la virginidad era un lujo al alcance sólo de unas pocas privilegiadas. Me besó para agradecerme el haberle proporcionado la oportunidad de estrenarse en el arte de mamar pollas y de follar, al tiempo que Susi acariciaba su chochito y yo pellizcaba sus pezones; incluso después de que los tres futbolistas negros descargasen su pastoso semen sobre nuestras bocas.

La puerta de mi habitación se abrió súbitamente, devolviéndome a la realidad y sacándome de la evocación de los mágicos e inolvidables momentos de la noche anterior. Mi sobrina irrumpió en el cuarto, al tiempo que me incorporaba sobre la cama.

-         Tía Carol, ¿estás despierta?

-         Sí, Baby … ¿qué pasa? – pregunté desconcertada por su inesperada y repentina entrada en mi habitación.

-         He leído tus relatos de la web esa donde cuentas tus inicios, cómo conociste a Susi, cuando sustituiste a mi madre como puta del colegio, las fiestas a las que ibas, cuando empezaste a hacer la calle, tus inicios en el porno, …

-         Sí, Baby – la interrumpí – No hace falta que enumeres todo lo que hay en esos relatos. Sé lo que cuento. Los he escrito yo y tratan sobre mi propia vida – expliqué.

-         Son … son … - titubéo buscando la palabra adecuada para definirlos -son … ¡maravillosos!

-         Gracias, pero sólo cuento mi vida. No tiene mucho mérito – dije con humildad, pero halagada por sus alabanzas.

-         Lo que quiero decir es que, después de lo ayer, quiero aprenderlo todo como hiciste tú – dijo entusiasmada – Quiero experimentar lo mismo que cuentas en esos relatos. Quiero ser una puta, como tú y como mamá.

-         Me llena de orgullo que quieras eso, Baby – dije emocionada al escucharla tan ilusionada por querer continuar con la tradición familiar – Estoy deseando enseñarte todo lo que sé, todo lo que he aprendido durante tantos años.

-         Gracias, tía Carol – dijo – Eres tan buena conmigo – añadió con un poso de culpa en su voz – He sido tan tonta – confesó bajando la mirada, al tiempo que se sentaba en el borde la cama.

-         ¿Qué quieres decir, Baby? – pregunté.

-         Cuando descubrí esos vídeos tuyos y de mamá me pareció algo tan repugnante que deseé no volver a veros nunca más en la vida – confesó – Me dio asco. Y me sentí traicionada por ocultarme la realidad durante tantos años – continuó – Cuando me contaste que sois putas, … ¡ufff! ¡Creí que me moría! Era peor aún que actrices porno. Pero luego, cuando os vi a ti y a Susi follando con esa entrega, con esa pasión, … pensé que no podía ser tan malo. Y cuando lo probé … ¡oh, Dios mío! … ¡es lo mejor del mundo! – exclamó con los ojos iluminados.

-         Lo sé, cariño – dije al tiempo que tomaba sus las manos con las mías, en gesto de profunda comprensión porque, al fin y al cabo, yo había pasado por lo mismo cuando descubrí a mi madre y a mi hermana prostituyéndose en nuestra propia casa.

-         Me sentí tan feliz mientras chupaba y meneaba pollas, mientras jugabais entre  mis piernas con vuestras lenguas, mientras perdía la virginidad al tiempo que me besabas en la boca, … que pensé que había desperdiciado mi vida rechazando algo tan maravilloso.

-         Te entiendo perfectamente, Baby - confesé - Yo pasé por lo mismo. Cuando sentí una polla deslizándose en mi coño, supe que no podría vivir ni un solo día de mi vida sin repetir aquello a cada instante – expliqué.

-         Sí, lo he leído en tus relatos – me dijo con inusitada admiración.

-         Ahora sentirás que todo un mundo, desconocido pero excitante, se ha abierto ante tí – expliqué - Desearás follar a todas horas, probarlo todo y aprender de cada nueva experiencia.

-         ¡Exacto! – exclamó emocionada.

-         Y … dime, cariño … ¿qué es lo que más te gustó de todo lo de anoche? – pregunté.

-         Uffff … ¡todo! – exclamó – Me encantó el sabor y la textura de las pollas al chuparlas; me sentí feliz cuando me follaron; me encantó cuando Susi me lamió el coño; me volví loca cuando tú me sobabas las tetas y me metías la lengua en la boca; me gustó mucho cuando uno de los clientes metió su rabo entre mi tetas; …

-         Eso se llama “cubana” – la interrumpí, ofreciéndola el término adecuado para lo que estaba describiendo.

-         ¡Sí, eso! – exclamó – Me encantó chuparos el coño a las dos. ¡Estaban tan ricos! – concluyó.

-         ¿Y la lefa? – pregunté - ¿Te gustó cuando se corrieron en tu boca?

-         ¡Sí! – respondió sin dudarlo – Caliente, pastosa, … ¡deliciosa! Nunca pensé que un fluido corporal pudiera estar tan rico. Me hubiera tragado litros …

-         ¿Y nuestros culos, Baby? – pregunté interrumpiéndola – Recuerdo que tanto a Susi como a mí nos estuviste un rato lamiendo el culo mientras te follaban a cuatro patas.

-         ¡Joderrrr … riquísimos! – exclamó – Al principio me dio un poco de reparo. Pensaba que sabrían mal … no sé … a caca. Pero, ¡Diosssss, qué manjar! Os metí la lengua todo lo que pude, como te vi hacerle a Susi por la tarde, cuando querías comprobar si tenía el culo preparado para ser follado – explicó.

-         Hay que limpiárselo bien antes con un enema – expliqué – y darse las cremas y las lociones adecuadas.

-         ¿Me enseñarás? – preguntó impaciente – Me gustaría mucho que me follasen el culo. Vosotras disfrutabais tanto ayer que yo también quiero saber qué se siente.

-         Tranquila, nena … te lo enseñaré todo. Tenemos todo el día por delante para adiestrarte el culito. 

-         ¡Vale! ¿Hoy tienes clientes? – preguntó.

-         La verdad es que sólo tengo una cita para hoy – dije – Siempre que estás en Madrid, todas limitamos nuestras agendas para que no sospeches nada – le expliqué – Hoy tengo por la tarde una cita con una clienta habitual.

-         ¿Una mujer? – preguntó extrañada.

-         Sí, Baby – asentí mientras salía de la cama y me calzaba mis zapatillas de estar por casa – Bajemos a desayunar y te cuento la historia de cómo conocí a esta clienta, ¿quieres?

-         Vale – dijo acompañándome rumbo a la cocina.

Y así, mientras preparaba el desayuno comencé a relatar a mi sobrina la historia de cómo Mamen, la clienta a la que todas las semanas tenía reservada una tarde-noche, llegó hasta mí para contratar mis servicios.

“Mamen (diminutivo de María del Carmen) tuvo claro desde pequeña que lo suyo no era lo de estudiar y nunca mostró mucho interés por incorporarse al mercado laboral. No le gustaba trabajar y decidió sacar partido a sus mejores cualidades: una cara preciosa y unas curvas sinuosas que podían volver loco a cualquier hombre. Cuando tenía 18 años consiguió un “buen partido” para vivir el resto de su vida sin agobios económicos y sin tener que trabajar. Se trataba de un hombre que le doblaba la edad, ultracatólico miembro del Opus Dei, procedente de una familia acomodada con diversos negocios y empresas por todo el país. Buscaba una chica joven a la que moldear a su conveniencia para convertirla en una recatada y discreta madre de familia que se mantuviera siempre en un segundo plano. Mamen vio en él la oportunidad de su vida, y sin saber a ciencia cierta dónde se estaba metiendo, y sin estar realmente enamorada, aprovechó la ocasión y con 19 añitos recién cumplidos estaba frente al altar de la imponente Iglesia de los Jerónimos de Madrid ante 300 invitados de la más exclusiva elite social madrileña.

Tres partos después, recluida casi a perpetuidad en su mansión de Pozuelo de Alarcón, y sumida en el más absoluto de los aburrimientos, su vida necesitaba un cambio. Sí, vivía con desahogo. Eso era evidente. Se levantaba a la hora que le apetecía; iba de compras cuando le venía en gana y sin reparar en los privativos precios de las exclusivas prendas de firma que compraba; tenía tres personas a su servicio para que hiciesen las engorrosas tareas del hogar que tanto odiaba; poseía un imponente BMW de gama alta, y tenía en el armario más vestidos y zapatos de los que podía lucir en las escasas reuniones sociales a las que, siempre acompañada del brazo de su marido, acudía de vez en cuando.

Llevaba tiempo reflexionando sobre el hecho de que muchas mujeres matarían por ocupar una posición tan envidiable como la suya. Cualquiera de sus compañeras del instituto se habría cambiado por ella. Sin embargo, algo no funcionaba. Estaba agobiada y, al mismo tiempo, desilusionada. Se sentía presa de las convenciones sociales a las que llevaba atada desde que era una cría. Pensaba que, de no ser por sus tres maravillosos hijos a los que adoraba, había desperdiciado los mejores años de su vida con un matrimonio anodino, rutinario y carente de pasión.

  Desde que diera a luz a su tercer hijo había ocultado premeditadamente a su marido que tomaba la píldora anticonceptiva. No quería tener más hijos pero su esposo hubiera montado en cólera de habérselo si quiera mencionado. “Tendremos los hijos que Dios nos mande”, siempre repetía muy seguro de sus convicciones religiosas. Pero ella no quería más hijos. Tres embarazos muy seguidos, en apenas cinco años, le habían destrozado su imponente figura. Había engordado más de diez kilos y sentía que ya no atraía sexualmente a su marido, quien cada año que pasaba ponía más excusas para mantener sexo con ella.

Corría la primavera de 2.005 cuando comenzó a sospechar que su esposo, a pesar de que sus convicciones religiosas se lo impidiesen, tenía alguna aventura con otra mujer. Cada vez pasaba menos tiempo en casa y más en “reuniones de trabajo”. Había días que llegaba de madrugada, cuando ella ya estaba acostada y, escudándose en el estrés laboral y en el cansancio, casi nunca atendía los reclamos sexuales que ella le hacía. A sus 28 años se sentía un cero a la izquierda. Insatisfecha sexualmente, agobiada por el estirado y aburrido círculo social en el que su marido la había introducido y estropeada físicamente por los embarazos. Tener tanto tiempo libre y tan pocas cosas que hacer le llevó a contratar a un detective que investigase si su marido le estaba poniendo los cuernos con otra. Nunca estuvo verdaderamente enamorada de él, pero le dolía que la rechazase para ir a acostarse con otra. Era una puñalada en su orgullo.

Al cabo de unos meses recibió los informes del detective; los cuales confirmaban que su esposo tenía una aventura. Un amplio reportaje fotográfico daba buena cuenta de su infidelidad. Podía vérsele en varias instantáneas entrando en un chalet adosado de dos plantas en distintos momentos del día. En una de ellas podía verse cómo una joven rubia de imponente figura le recibía en la puerta. Otras fotografías mostraban escenas parecidas de su esposo: saliendo de la misma casa, ya de noche; aparcando su flamante cochazo frente a la puerta; llamando al timbre con una botella de champán en la mano; y entrando en la misma casa con una enorme bolsa de un conocido sex-shop ubicado en el centro de la ciudad. En la carpeta que le remitió el detective había un sobre cerrado, en cuyo exterior podía leerse “imágenes explícitas”. Mamen, que ya había confirmado la peor de sus sospechas, lo abrió sin más dilaciones, presa de la curiosidad. El sobre contenía unas 20 fotografías que habían sido tomadas desde una de las ventanas de la citada casa, más concretamente desde un pequeño ventanuco lateral que comunicaba una parte del jardín con el salón. Al parecer, el detective había logrado saltar la valla exterior y colarse en el jardín, para asomarse al citado ventanuco y poder así inmortalizar lo que sucedía en el interior.

Mamen contempló una a una todas las instantáneas, con un nudo en la garganta pero sin derramar ni una sola lágrima. Las fotos iban pasando por sus manos, temblorosas por los nervios y la decepción. No podía dar crédito a lo que veía. Su marido realizando todo tipo de actos sexuales que con ella jamás había practicado. Una de ellas mostraba a la chica rubia arrodillada frente a su esposo y con su polla totalmente metida en la boca. En sus casi diez años de matrimonio, jamás le había permitido chuparle la polla. Decía que el sexo sólo estaba orientado a la procreación y que todo lo que no fuera el coito vaginal estaba prohibido por Dios. En cambio, allí estaba. No había duda. Era él. Con la polla dentro de la boca de aquella rubia desvergonzada.

En otra podía vérsele apoyado contra un sofá mientras la rubia, en una posición acrobática sobre el mismo, aprisionaba el rostro de su marido entre sus torneados muslos. Le estaba comiendo el coño, cosa que nunca había practicado con ella, pese a su insistencia durante años. En otras podía verse a la pareja besándose en la boca, a él mordiendo sus tetas mientras ella sonreía alegremente, haciendo un sesenta y nueve, y follando en varias posturas.

Pero las fotografías más increíbles e impactantes para Mamen estaban aún por llegar. Las últimas parecían haberse tomado otro día, a tenor de la ropa que ambos llevaban. En la primera de ellas podía verse a la misma chica rubia, pero vestida esta vez con un ceñido traje de látex blanco con una inconfundible cruz roja estampada junto al escote, una cofia blanca con idéntico símbolo y unos zapatos de plataforma de tacón infinito, también blancos. Estaba disfrazada de enfermera, como en las películas porno que su marido le había prohibido ver, pero que alguna vez había ojeado a escondidas. En la mano llevaba un enorme consolador que le entregaba a su marido. En la siguiente foto aparecía despatarrada sobre el sofá mientras su marido apretaba el consolador dentro de su depilado chumino. Con la tercera es cuando terminó por desesperarse. Una segunda mujer, rubia también, aparecía en escena. Las dos se parecían, pero ésta tenía unos pechos mayores, los cuales podían entreverse bajo una blusa de rejilla roja. Vestía también unos shorts negros, tan ajustados que se le marcaban los labios del coño, y unas botas negras de tacón de aguja. En la siguiente foto, su marido tenía la polla en la boca de la segunda de las rubias, mientras ésta suplía a su marido en la labor de meter el consolador en el coño de la primera. Otra foto mostraba a su esposo metiendo su polla en el agujero trasero de la segunda rubia, mientras ésta de rodillas lamía el coño de la primera. En la penúltima podía verse a una de ellas sentada sobre su rabo al tiempo que la otra le ponía el coño en la cara. La última sólo mostraba a las dos chicas lamiéndose la boca la una a la otra con restos del semen de su marido esparcidos por sus respetivos rostros.

Examinó una y otra vez aquellas fotos que demostraban que no sólo era un cero a la izquierda y una aburrida ama de casa sin oficio ni beneficio, sino que además era una cornuda. Junto al amplio reportaje fotográfico había un pequeño informe donde se precisaban las fechas en que las mismas habían sido tomadas, así como otra serie de detalles sobre algunos otros encuentros, siempre en aquella misma casa, en los que el detective no había conseguido sacar fotografías.

Por último, el Informe mostraba la dirección de aquella casa y los nombres de las dos rubias con que su marido les era infiel, además de alguna que otra información adicional sobre ambas mujeres. Decía así:

 

“La primera de ellas, con la que ha tenido numerosos encuentros desde que comenzó la investigación de su marido, es prostituta. Según he podido averiguar, cobra en torno a 150 Euros por hora, aunque el precio varía dependiendo de las especialidades que cada cliente le exija. No sé cuánto paga exactamente su marido. También la ha hecho diversos regalos. El disfraz de enfermera que puede verse en el reportaje lo compró en un sex-shop de la Calle Delicias. Costó 130 Euros. Los zapatos, 95 Euros. Ese mismo día compró también un bikini de látex por 50 Euros, unos leggings de cuero por 75 Euros y dos juegos de ligueros y medias de rejilla por 70 Euros cada uno. Total: 490 Euros. Aporto el ticket de compra que conseguí sobornando al dependiente del sex-shop. Todo se quedó en esa casa, por lo que supongo que fue un regalo. La noche que su marido lo llevó en una bolsa, salió de allí sin ella.

 

Se llama Carolina Fernández. Nació el 10 de Agosto de 1.977. Es contratada a través de una agencia de contactos de alto-standing que regenta Natividad Expósito, una conocida madame tanto en Madrid como en la Costa del Sol, principalmente en Marbella. Ha trabajado en varios burdeles y clubs de alterne desde muy joven. Constan numerosas detenciones policiales por prostitución, escándalo público y resistencia a la autoridad, pero no tiene antecedentes penales. Según varios informadores, ha trabajado para la industria del porno en Estados Unidos bajo diversos pseudónimos. La página de Internet Adult Film Database asegura que ha aparecido en más de 60 películas X, rodadas entre 2.002 y 2.004.

 

La segunda mujer que aparece en las fotografías es Alicia Fernández, hermana de la anterior. Nació el 15 de Junio de 1.976 y ha ejercido la prostitución hasta aproximadamente el año 2.001. En la actualidad no he podido contrastar con seguridad si realmente se sigue dedicando a la prostitución porque sigue rodando películas pornográficas por medio mundo, tanto con actriz como directora. Ha hecho películas en Francia, en Italia, en Inglaterra, en Chequia, en Alemania y en Estados Unidos. Según la misma página antes mencionada, ha actuado en más de 150 películas. Constan diversas detenciones policiales por alteración del orden público y posesión y consumo de drogas en lugares públicos, pero tampoco ha sido condenada nunca. Tiene una hija llamada Bárbara, nacida en 1.995, que estudia en un internado en Ávila.”

  Volvió a examinar las fotos, presa de una rabia incontenible. “¡El muy cabrón no me ha dejado chuparle la polla en más de una década que llevamos juntos y ahora va y paga a una furcia para que se la coma!”, dijo para sí al contemplar a su marido con la polla metida en la boca de otra. “¡Qué hijo de la gran puta!”, pensó al ver cómo me comía el coño en una de las fotos. “Llevo pidiéndole que me coma el coño desde que nos casamos y el muy hipócrita me decía que Dios no quiere que gocemos con el sexo!” ¡Valiente cabrón de mierda!” Tomó la foto donde se me veía con el vestido de enfermera, tan corto que dejaba mis nalgas a la vista al menor movimiento y exclamó, esta vez en voz alta: “Ni una puñetera falda por encima de la rodilla me ha dejado ponerme en diez años y ahora le regala vestiditos cortos y escotados a una ramera de tres al cuarto.”

Lo decidió al instante. Quería el divorcio. Y lo quería ya. Pensó en las consecuencias de todo ello y en que, bien pensado, quizás aquello no era sino el cambio de vida que venía deseando desde años atrás. Recogió el informe y llevó las fotos a una tienda de revelado para hacer copias. A continuación, fue al despacho de una conocida abogada matrimonialista con la que había coincidido en un par de reuniones de trabajo de su marido a las que había que asistir en pareja, y de la que recordó que guardaba una tarjeta de visita. Le entregó una copia del reportaje fotográfico y le explicó que, en esencia, quería quedarse con la custodia de sus tres hijos, la casa, el BMW, dos mil Euros de pensión de alimentos por cada hijo y otros dos mil de pensión compensatoria de por vida. Le dijo que iniciara los trámites cuanto antes y que no dudara en chantajearle, si no accedía a sus peticiones, con mandar copias de las fotos a todos y cada uno de sus amigos del Opus Dei, de su familia y de todos sus contactos profesionales, comerciales y personales. Si no accedía a sus exigencias, todo el mundo sabría que era un putero pervertido. Sabía que podía pagar esos 8.000 Euros al mes de sobra, así como renunciar a la propiedad de la casa de Pozuelo.

Se negó a volver a hablar con su marido. Cuando éste regresó a casa aquella misma noche, la abogada ya le había hecho saber que no deseaba volver a verlo jamás y que las cerraduras estarían cambiadas. Ordenó a una de las empleadas del hogar que le entregase en el exterior de la casa un par de maletas con sus cosas. Al cabo de tres meses, estaba divorciada. Mamen, intrigada por saber de la mujer que había destrozado la reputación de su marido y había provocado su divorcio, siguió investigándome. Según ella misma me contó cuando nos conocimos, en sus largas noches de soledad mientras esperabala Sentenciade divorcio, contemplaba las fotos de la infidelidad de su marido conmigo y con Alicia. Nunca había chupado una polla, nunca le habían comido el coño, nunca había follado por el culo, nunca había estado con otra mujer, nunca había practicado nada de aquello que me veía hacer a mí con una sonrisa en la boca, feliz y alegre. De pronto comprendió que no me odiaba, como tampoco odiaba a mi hermana. Sólo hacíamos nuestro trabajo. Se dio cuenta de que quizás ni siquiera supiéramos que él estaba casado y el daño que podíamos originar con todo aquello. Deseó tener la desvergüenza que mostrábamos en aquellas fotos y nos envidió por disfrutar del sexo y de nuestros cuerpos con tal naturalidad; algo que ella no había podido hacer nunca. Deseó experimentar la sensación de follar sin pensar en si aquello era voluntad de Dios o en si estaría condenada a pasar la eternidad en el Infierno.

Y buscó en Internet. Accedió a varias de nuestras películas, a través de los normes artísticos y pseudónimos que usábamos, y nos vio en acción. Según me confesó posteriormente, había visto alguna película porno a escondidas, desobedeciendo las órdenes del tirano de su marido, para masturbarse tímidamente en la penumbra de su habitación; pero cuando nos contempló haciendo lo mejor que sabemos quedó tan impactada que el resquemor y el odio se transformaron en admiración y envidia. Al contemplar las cosas que éramos capaces de hacer, se juró a sí mima que algún día ella también intentaría practicarlas. Visitó el sex-shop donde su marido había comprado los regalos que nos hacía y adquirió diverso artilugios y juguetes sexuales: vibradores, consoladores, bolas chinas, …  Con el tiempo llegó a confesarme que trataba de  imitarme con aquellos consoladores en la intimidad de su habitación cuando me veía en mis escenas en Internet rodeada de pollas, chupándolas y meneándolas sin parar, en varias escenas de “blowbang”, emulándome en el arte de mamar varias pollas al mismo tiempo. Se llevaba vibradores a la entrada de su culo al verme follando por el agujero trasero con frenesí y devoción. Babeaba sobre los consoladores cuando me veía compartir una polla con alguna otra actriz, tratando de experimentar la sensación de saborear la saliva de otra zorra sobre la polla compartida. Se maravillaba cuando me llevaba una polla del culo a la boca directamente o cuando lamía el coño de otra actriz en alguna escena lésbica. Se le hacía la boca agua cuando me contemplaba traganado la lefa recién exprimida de varias pollas sobre una copa de Martini, como si fuera el cocktail de alguno de esos brunch pijos a los que había acudido del brazo de su marido. En definitiva, se dio cuenta de que con 29 años recién cumplidos, y tras diez años de matrimonio no había disfrutado de la vida y que aquello que había sido capaz de romper un vínculo tan sagrado como el matrimonio parecía proporcionar el placer más grande del mundo.

Finalmente, y una vez obtenido el divorcio, se decidió a llamar a Nati, nuestra “madame” de la agencia de contactos, y cuyo teléfono había sido incluido por el detective en su Informe. Tímidamente, y tras explicar que era la primera vez que acudía a este tipo de servicios, preguntó si Carolina Fernández estaba disponible. Nati confirmo que sí, que yo recibía tanto a hombres como a mujeres, a grupos y a parejas; que hacía de todo sin ningún reparo, además de acudir a hoteles y a domicilios. Mamen prefirió concertar una cita en mi casa porque también sentía curiosidad por ver en el lugar donde su matrimonio se había ido al traste. Nati le explicó el método de pago y el precio. 150 Euros por hora, ya que sólo hacemos rebajas a grupos y a parejas. Y me contrató para dos horas.”

-         Todo esto que te relato lo sé porque ella misma me lo contó tiempo después, porque aquella primera vez no me contó nada; razón por la que me comporté con ella como si fuera una clienta más que acude por primera vez a contratar mis servicios – le expliqué a Baby.

-         ¡Vaya historia! – exclamó mi sobrina, apurando el último sorbo del zumo de naranja – Y desde entonces es tu clienta, ¿no?

-         Así es – asentí – Lleva ya casi cinco años viniendo aquí todas las semanas. Al principio se comportaba con cierta timidez e inexperiencia, pero poco a poco fue desinhibiéndose y dejando paso a la viciosa que es. Ha moldeado su cuerpo a base de operaciones de estética y de horas de gimnasio … y la verdad es que podría ser una gran puta si quisiera; pero tiene la vida resuelta económicamente y se limita a pasar una tarde en grande a la semana, mientras el resto del tiempo cría a sus hijos – le expliqué a mi sobrina – Lo cierto es que me encanta follar con ella – añadí con un suspiro recordando lo placentero que resulta tener clientas tan viciosas.

-         Seguro que habrás destrozado muchos matrimonios … - sugirió mi sobrina.

-         Es posible, pero ese no es mi problema – expliqué – Yo no obligo a nadie a venir aquí. Algunos clientes dicen que genero adicción, que una vez que me han follado ya no pueden dejar de venir por aquí – añadí.

-         Debes estar muy orgullosa de tener tantos clientes y de que digan que eres para ellos como una droga, ¿no?

-         Sí, Baby … la verdad es que desde que empecé a prostituirme he tenido bastante éxito y la mayoría de los clientes que me prueban, repiten – expliqué con gesto orgulloso – Esa es la mayor satisfacción para una puta: que los clientes queden contentos y vuelvan.

-         La mujer esta … Mamen … ¿por cuánto tiempo te ha contratado para hoy? – preguntó, curiosa.

-         Tres horas. De ocho a once de la noche.

-         Y cobras 150 Euros por hora, ¿no? – dijo calculando mentalmente el beneficio neto – Eso son … ¡450 Euros!

-         Algo más porque suele dejar buena propia – expliqué, guiñándola un ojo.

-         Me dejarás que … - titubeó - … ¿que participe esta noche contigo?

-         No sé … - dudé – preguntaré a Susi si ella esta noche tiene algún servicio.

-         ¡Gracias, tía! – exclamó ilusionada.

-         Pero antes de dejarte participar con mis clientes (lo de ayer fue una excepción), tienes mucho trabajo por hacer para poder empezar a prostituirte – expliqué – Este negocio tiene mucha reputación y no queremos defraudar a nuestros clientes. Hasta Susi tuvo que pasar un período de aprendizaje haciendo la calle.

-         Sí, lo sé – asintió – lo he leído en tus relatos.

-         De momento, tenemos que prepararte ese culito, darlo lo suficiente de sí como para que cualquier cliente que quiera meter su polla dentro pueda hacerlo sin mucha dificultad – expliqué – También debes depilarte bien todo el cuerpo, especialmente el chochito y la entrada del ojete. Y habrá que buscarte algo de ropa porque no creo que te sirva casi nada de lo que tenemos. ¿Qué pié calzas?

-         Un 38 – respondió.

-         Nada. Ni tu madre, ni Susi, ni la abuela, ni yo tenemos un pié tan grande – dije con resignación – Y nos sacas como mínimo diez centímetros de estatura a todas. No sé si habrá algo en los armarios que te sirva. Vamos para arriba a ver qué tenemos que te pueda servir. Si no te sirve nada, esta tarde nos iremos de compras, ¿vale?

Pensaba que pocas prendas de nuestro amplio fondo de armario podían servirle a mi sobrina. Ni mi madre, ni Alicia, ni Susi ni yo teníamos su estatura. Ninguna superábamos el metro sesenta y, en cambio, Bárbara estaba cerca del metro setenta. Antes de ponernos a revolver los armarios para buscar algo que pudiera servirle y con lo que poder empezar a transformar su aspecto de niña ingenua en el de puta viciosa, le hice algunas sugerencias acerca de un par de detalles que a partir de ese momento debería cuidar mucho.

-         Baby, debes tener mucho cuidado con el vello corporal. Es imprescindible para un servicio a la altura de lo que se espera de nosotras, que vayas siempre impecablemente depilada – expliqué – Ayer pude comprobar que no llevas el chochito depilado. Usa la silk- epil que hay en el baño. Depílate bien la entrada y el pubis y, ya de paso, pásatela por las piernas. Cuando empecemos a trabajar tu ojete, te pondré una tiras por detrás, para dejar la entradita de tu culo bien depilada, ¿vale?

-         Como tú mandes, tía – asintió.

-         Cuando hayas terminado, te pondré un enema. Pero antes, tómate esta pastilla. Es un laxante. Te hará vaciar los intestinos antes de ponerte el enema – expliqué mientras ella asentía con la cabeza – Mientras tanto, buscaré algo de ropa que puedas utilizar.

Una vez que Baby se puso manos a la obra en el interior del cuarto de baño, fui a la habitación de Susi a buscar en su armario. Sabía de sobra que todos mis zapatos y botas eran un par de números más pequeños de lo que podrían servirle a mi sobrina, de modo que pensé que quizás Susi, que calzaba algún número mayor, podría tener algo de la numeración de Baby. Susi aún dormía plácidamente cuando la desperté al irrumpir en su habitación.

-         Susi, despierta – dije con suavidad al tiempo que la zarandeaba uno de sus hombros.

-         ¿Qué? ¿Qué pasa? – preguntó Susi con los ojos entreabierto, aún desperezándose – Carol, ¿qué ocurre?

-         Necesito algo de calzado para mi sobrina – expliqué - ¿Tienes algo del 38?

-         Eh … estoooo … sí, sí, creo que tengo alguna cosilla que me viene un poco grande y que casi nunca he usado – dijo haciendo memoria, al tiempo que se ponía en pié, cubierta por un liviano camisón de tul  transparente. Se acercó al armario y abrió una de sus puertas. Susi tenía decenas de botas y zapatos. Muchos más que yo. Gastaba todo su dinero en ropa, calzado, lencería, vídeos porno, juguetes sexuales, peluquería, cremas y perfumes carísimos, etc. Era incapaz de ahorrar prácticamente nada, pese a que muchas veces la había aconsejado que no fuese tan manirrota; pero ella decía que su vida era el sexo y la prostitución y todo lo que ganase tenía que revertir en algo que sirviese para estar siempre guapa y radiante para sus clientes – Estas son del 38 - dijo arrodillada sobre la alfombra mientras buscaba en la parte inferior del armario, mientras me alargaba un par de botas rojas de caña alta – Y estos también son del 38 – añadió sacando dos pares de zapatos de plataforma. Unos eran unos zuecos amarillos con la plataforma de unos siete u ocho centímetros. Los otros eran unos zapatos de tacón de cuña de madera de unos diez centímetros de alto, en color marrón oscuro.

-         Nunca te los he visto puestos. ¡Son preciosos! – exclamé cogiéndolos por parejas con cada mano.

-         Las botas creo que sí me las he puesto dos o tres veces, pero los zapatos se me salen. Me los compré del 38 porque no tenían del 37 y son tan bonitos que no pude resistirme – explicó – Espero que le sirvan a tu sobrina. Si no, ya sabes que no me importa llevármela de compras.

-         Si le sirven estos, creo que para hoy podrá ser suficiente. Pero mañana habrá que llevarla a comprarse ropa de su talla.

-         ¿Por qué dices “para hoy”? – preguntó - ¿Es que tienes pensado algo para ella?

-         Sí. De hecho, quería hablarte de ello – expliqué – Hoy viene Mamen y, en principio, pensaba contar contigo para darla la caña que se merece. Ya sabes que es un buena clienta y que paga muy bien.

-         Sí, lo sé – asintió.

-         ¿Te importa que Baby te sustituya? – pregunté con cierto temor a su reacción.

-         ¡Joder, Carol! –exclamó con decepción – Sabes que me encanta follar con esa jodida pervertida de Mamen … y como estaba tu sobrina aquí, no había reservado citas para hoy … - dijo en tono de queja.

-         No quiero sustituirte por mi sobrina, Susi – dije con dulzura – Sabes que eres la mejor para mí, pero ella acaba de empezar en esto y está tan ilusionada que no he podido negarme a que empezase hoy mismo a atender a clientes – me justifiqué.

-         Está bien. No me importa – dijo muy seria, con gesto de decepción.

-         Hagamos una cosa – propuse – Llamaré a Nati a ver si tiene algún cliente por ahí para hoy mismo. Si no hay nada, sabes que puedes ir al sex-shop de Joaquín a trabajar en sus cabinas. Joaquín era el propietario de un céntrico sex-shop de la capital al que solíamos acudir a comprar juguetes, lubricantes y ropa. De vez en cuando nos dejaba meternos en las cabinas de vídeo a chuparles la polla a los clientes o a echar un polvo rápido a cambio de la mitad de lo que nos pagasen. Solían ser viejos verdes que iba allí a ver una película porno metidos en una cabina mientras se hacían una paja. Eran presas fáciles que solían contentarse con una mamada o con una cubana a cambio de quince o veinte Euros.

-         Está bien – aceptó tras dudar un momento.

-         ¿Algo para conjuntar con ese calzado? – pregunté, después de darle un beso en la mejilla para demostrarla que ella seguía siendo mi más preciada alumna.

Durante la siguiente media hora estuvimos revolviendo en su armario, valorando qué prendas conjuntarían mejor con aquellos dos pares de zapatos y con  las botas rojas, además de procurar que fueran prendas algo elásticas que pudieran adecuarse a la mayor estatura de mi sobrina. Cuando ya habíamos apartado varios bikinis, braguitas, ligueros, medias de rejilla y camisetas, escuché cómo Baby me llamaba desde mi habitación. 

-         ¡Ya está, tía Carol! – exclamó. Encomendé a Susi la tarea de seguir buscando prendas que pudieran servirle a Baby y me fui de su cuarto en dirección a mío. Cuando entré ví a mi sobrina mirándose en el espejo de cuerpo entero que cubría el armario – Mira, tía … ¿qué tal ha quedado? – añadió al tiempo que me mostraba su pubis recién depilado.

-         ¡Perfecto, nena! – dije una vez que hube pasado la mano por su bajo vientre para apreciar la suavidad de su piel recién depilada.

-         El laxante ya me ha hecho efecto y he descargado – añadió.

-         Es hora del enema – añadí.

Enseñé a mi sobrina a ponerse un enema. Le expliqué que si quería ser una buena puta a la que follasen el agujero trasero como si fuera la boca o el coño, debía ser una práctica rutinaria. Incluso la advertí de la conveniencia de ponerse un par de enemas a diario, dependiendo del número de clientes a los que se atendiese en un mismo día.

-         Hay días que si te han follado por el culo a las ocho de la tarde y luego tienes más clientes de madrugada, conviene que entretanto te pongas otro enema – expliqué ante su atenta mirada, mientras el agua tibia se introducía en sus intestinos vírgenes – Puedes tener restos de lefa si se te han corrido dentro o líquido preseminal o, simplemente que la follada te haya estimulado los intestinos y tengas algo de mierda a lo largo del recto. Imagina que luego te la meten por el culo y la sacan llena de mierda. No es agradable, Baby. Por eso, hay que tener siempre mucho cuidado con el sexo anal y llevar el culo bien preparado para que esto no te pase nunca – la aconsejé.

-         Vale, tía Carol.

-         ¿Sientes ya el calor del agua dentro de ti? – la pregunté cuando la perilla se vació por completo en su agujero trasero.

-         Sí.

-         Ahora tienes que mantener el ojete apretado para que no se te escape nada – la dije mientras ella se ponía a cuatro patas dentro de la bañera – Por lo menos quince o veinte minutos, para que el agua se reparta bien por todos los intestinos y los limpie adecuadamente.

-         ¿Y mientras qué hago? – preguntó impaciente.

-         Yo suelo aprovechar ese rato para ir maquillándome o ir preparando la ropa que me voy a poner – expliqué – Pero eso es porque domino perfectamente el ano y puedo estar de pié o incluso andando sin dejar escapar ni una sola gota de agua, mientras me va haciendo efecto en los intestinos. Pero eso requiere años de experiencia y este es tu primer enema … así que es mejor que esperes dentro de la bañera para no ensuciar nada, ¿vale?

-         Vale, tía. Lo que tú digas – obedeció Baby.

-         Entonces, cariño … ¿tienes claro lo que vas a hacer? – pregunté mientras me sentaba sobre un lateral de la bañera - ¿Estás segura de que es esto lo que realmente quieres?

-         No podría vivir ni un solo día de mi vida sin repetir lo de ayer – me dijo muy segura, con los ojos fijos en los míos – Nada me ha hecho sentir más viva, más mujer y más feliz que lo de ayer … y me da la sensación de que aún no he probado casi nada. Estoy deseando que me den por el culo como a ti y a Susi ayer … estoy impaciente por volver a chupar una polla, por volver a sentirla entre mis dedos, por sentir cómo se abre paso en mi coño, … - enumeró entusiasmada - … no sé, quiero probarlo todo, quiero sentirme plena y feliz como ayer cuando chupaba y follaba al mismo tiempo. Quiero verme vestida como vosotras, con tacones altos y prendas ajustadas; quiero mirarme al espejo y verme tan sexy y guapa como vosotras dos ayer; quiero …

-         Susi y yo hemos encontrado prendas que creo que te servirán –interrumpí – Cuando acabemos con el enema, podrás probártelas.

-         Oye, tía Carol, ¿qué más hay aparte de lo que hicimos ayer? – preguntó con gesto curioso - ¿Qué más cosas tendré que hacer con los clientes?

-         Oh, Baby, … lo de ayer sólo fue un aperitivo. Tienes mucho que aprender, que experimentar y que mejorar para ser una buena puta - expliqué – Tendrás que aprender a follar con todo tipo de hombres, desde adolescentes que te contratan para perder la virginidad, hasta vejetes desdentados y gordinflones que sólo quieren que les hagas una paja – enumeré – Y tendrás que aprender a satisfacer fetichismos de todo tipo, …

-         ¿Fetichismos? – me interrumpió ávida de respuestas.

-         Sí, Baby, clientes que quieren cosas especiales.

-         ¿Qué cosas? – insistió.

-         Ufff … desde que te meen en la cara o que los mees tú a ellos, hasta darles por el culo con un consolador enganchado a tu cintura con un arnés, … - enumeré - … o beber champán del culo de otra zorra o que te follen con consoladores enormes o …

-         ¡Oh, Dios mío! – exclamó.

-         ¿Qué pasa? – pregunté ante su exclamación.

-         Acabo de darme cuenta de una cosa – explicó.

-         ¿De qué, Baby?

-         De que todo eso que estás enumerando, cuanto más guarro y degenerado es … ¡más me apetece probarlo! – me dijo con la mirada llena de lascivia.

-         ¡Jajaja! – no pude contener la risa – Eso es buena señal.

-         ¿Significa que voy a ser buena puta? – preguntó con voz infantil.

-         Estoy segura de ello. Vas a ser una grandísima puta. Hija de puta, nieta de puta y sobrina de puta – añadí guiñándola un ojo y con una sonrisa de satisfacción por sus palabras.

Seguimos charlando un rato más sobre la multitud de prácticas sexuales que experimentaría en los próximos días para ir formándola y educándola en el arte de la prostitución, mientras el enema hacía efecto en sus tripas. Unos minutos más tarde, me indicó que empezaba a dolerle el estómago. Era el momento de soltar el agua. Se sentó en el wáter y relajó el esfínter. Después, se limpió con papel y le apliqué una crema lubricante perfumada.

-         ¡Ya tienes el culito listo para ser follado! – exclamé - ¿Ves qué fácil?

-         Sí, es muy sencillo – reconoció – ¡Y qué gustito me ha dado cuando he soltado el agua!

-         Pues ya sabes: esto hay que hacerlo todos los días, eh.

-         De acuerdo, tía Carol. ¿Me puedo probar esa ropa que has dicho que tienes para mí?      

-         Claro, pero antes creo que te olvidas de algo que siempre debes hacer después de un enema.

-         No sé … - dijo pensativa - ¿El qué?

-         Debes comprobar si realmente tienes el culito limpio. Yo suelo meterme un bastoncillo de los oídos primero. Si no sale manchado, entonces me meto un par de dedos y luego me los chupo. Si no me gusta el sabor, me pongo otro enema hasta que quede totalmente limpio – expliqué.

-         Ahá – asintió haciendo de inmediato lo que le había aconsejado. Tomó un bastoncillo y se lo metió en el culo. Dio un par de vueltas y de meneos en su interior y lo sacó. Lo observó durante un momento – Parece limpio.

-         Eso parece, nena – dije con orgullo al ver cómo me obedecía ante todo lo que la iba enseñando. Hizo el gesto de acercar su mano al trasero, para seguir mis instrucciones. La detuve - ¡Espera! Creo que quiero ser yo misma la que compruebe si el enema ha hecho el efecto deseado – Me arrodillé a su espalda, mientras ella se giraba levemente, y separé su carnosas pero vírgenes nalgas, contemplando durante un instante su ano. Era un momento especial. Iba ser la primera vez que a mi sobrina le lamían el ojete y yo iba a tener el honor de estrenárselo – Relaja el agujero, nena, que quiero meterte la lengua lo más dentro posible.

-         Ohhhh – susurró al sentir mi lengua jugueteando en la entrada de su trasero. Después de lamer circularmente el esfínter, metí la lengua dentro, abriéndome paso no sin cierta dificultad por la estrechez de su agujero – ¡Me gusta sentir tu lengua ahí!

-         ¡Lalalalalalalalalala! – jugueteé abriendo camino con mi lengua en su recto.

-         ¡Uy, me haces cosquillas! – exclamó dando un pequeño respingo al notar mi lengua dentro de su culo.

-         ¡Está rico! – exclamé apartando por un instante mi cara de entre su nalgas – El enema ha surtido efecto – añadí cogiendo un aplicador de lubricante que había dejado sobre el vidé – Ahora te voy a empezar a abrir el culo poco a poco. Primero, te lo lubricaré bien. Después, te meteré un consolador fino. Y por último, te pondré un tapón anal - expliqué.

-         ¿Me dolerá?

-         Quizás un poco – reconocí mientras apuntaba un consolador de color rosa hacia su ojete – Pero no hay otra manera de dilatarlo. Sepárate las nalgas con las manos, Baby – ordené.

Bárbara me obedeció y comenzamos la tarea de desvirgar su culo con un consolador para ir dilatándoselo paulatinamente. Quería que aquella noche mi clienta Mamen y yo nos diéramos todo un festín con la nueva putita de la familia. Seguro que Mamen apreciaría el honor de estrenar a Bárbara en el mundo de la prostitución. Mamen se había convertido en una golfa ansiosa de sexo en los últimos años. Le encantaba practicar las cosas más sucias y depravadas. Al principio, cinco años atrás, cuando comenzó a frecuentar nuestro pequeño burdel casero, se conformaba con prácticas suaves y algo más tradicionales. Con un buen sesenta y nueve podía correrse y quedar satisfecha hasta la semana siguiente. Pero poco a poco sus peticiones se fueron haciendo más exigentes, al tiempo que su actitud iba cambiando con el tiempo y su descuidada y rechoncha figura de ama de casa se iba moldeando. Se machacaba en el gimnasio durante horas cada día, para lograr perder la decena de kilos que le sobraban, especialmente en la zona del abdomen y los muslos. Pasó por el quirófano para hacerse una liposucción. Con el tiempo, a esta operación le siguieron otras muchas: labios, párpados, nariz y pómulos. Quedó preciosa. Mantenía su belleza original, pero mejorada con los retoques justos. Incluso se operó las tetas. Tenía una talla cien, pero quería poseer un par de melones descomunales, de esos que veía en las películas porno a las que se hizo adicta. Se puso una 130, de forma que lo primero en lo que todo el mundo se fijaba era en ese par de tetazas inmensas que redondeaban su perfecta figura.

Mientras le colocaba a mi sobrina el tapón anal y le explicaba que debía mantenerlo dentro del culo durante un par de horas al menos, para lograr ir acostumbrándose a tener el ojete ocupado, además de ir dilatándolo para que, llegado el momento, pudiera albergar una buena polla sin problemas, recordé cómo la actitud de Mamen había evolucionado desde la primera vez que acudió a follar conmigo. Según ella misma me había reconocido, se volvió una obsesa del sexo. Pensaba en follar a todas horas, tanto con hombres como con mujeres. Devoraba películas porno en la intimidad de su habitación, cada vez más extremas y perversas, que luego quería imitar conmigo. Así, un día me pidió que la follase el culo con un consolador. Tiempo después, nuestros sesenta y nueves ya no se limitaban a comernos el coño la una a la otra, sino que nuestros traseros empezaron a formar parte de juego, follándonoslos con la lengua, los dedos o cualquier objeto alargado que pillásemos. Quiso ir incorporando a nuestros encuentros a más gente. Alicia, Susi y mi madre pasaban periódicamente por nuestra cama e, incluso, a veces traía a un gigoló al que pagaba aparte para hacer tríos salvajes, donde su polla visitaba todos nuestros agujeros durante horas.

Recuerdo el día en que vino a una de nuestras citas obsesionada con practicar el “fistfucking”. Lo había visto en varias escenas de lesbianismo extremo y quería probarlo. Le expliqué los riesgos de dilatar demasiado el coño y las consecuencias que ello podría traerle, pero no se avino a razones. Estaba como loca. Quería sentir mi puño en sus entrañas a toda costa y no se fue de casa hasta que no vio desaparecer mi mano por completo en el interior de su dilatado y encharcado chochazo. La sonrisa que iluminó su rostro cuando comencé a mover mi mano dentro de su chumino no tenía precio. Se corrió como una perra en celo, gritando y gimiendo como nunca antes la había visto. Desde entonces, en todas nuestras citas en algún momento mi mano acaba totalmente dentro de sus entrañas.

-         ¡Riiiiing! ¡Riiiiing! ¡Riiiiing! – interrumpió mi teléfono móvil el recuerdo que mi mente evocaba de la evolución de Mamen. Pude ver en el identificador de llamadas que era precisamente Mamen quien me llamaba – Es Mamen. ¿Qué querrá ahora? – le dije a Baby, al tiempo que contestaba - ¿Si? ¿Dígame?

-         Carol, soy Mamen … ¿te pillo ocupada? – preguntó con voz suave - ¿Puedes hablar o estás con algún cliente?

-         No, dime. ¿Qué pasa? ¿Qué quieres? – pregunté extrañada ante la repentina llamada. Era habitual que Mamen me llamase para contarme cualquiera de las fantasías que iba descubriendo en el tiempo que pasaba entre nuestras citas, pero no que llamase apenas unas horas antes de vernos. Por un momento, temí que fuera a cancelar la cita.

-         Quería preguntarte si esta noche nos acompañará Susi. Es que estoy en un sex-shop comprando unas cosillas y he visto una ropa que os sentaría genial a las dos – explicó.

-         Me alegra que me hagas esa pregunta porque ahora mismo te estoy preparando una sorpresa … - insinué.

-         ¿Una sorpresa? ¿Para mí? – preguntó emocionada - ¿De qué se trata?

-         No quiero darte muchas pistas – dije cono tono misterioso – Sólo te diré que estoy preparando su culito virgen para que puedas estrenárselo tú como mejor prefieras …

-         ¡Oh, Dios! – exclamó emocionada - ¿No me digas que tenéis una nueva puta?   

-         Más o menos, Mamen – dije sonriendo al comprobar cómo se había emocionado con la sorpresa que le estaba preparando.

-         ¡Uffff, Carol … no me digas eso así de sopetón que acabo de mojar las bragas de la emoción!

-         ¡Jajaja! – no pude contener la risa.

-         Entonces, Susi no estará, ¿no?

-         No, pero puedes traer la ropa que dices. Sabes que siempre aceptamos tus regalitos.

-         Dime las medidas de esa nueva putita y le compro algo – dijo – Creo que la ocasión lo merece, ¿no?

-         Como tú quieras, Mamen – respondí complaciente – Mide más o menos un metro sesenta y ocho; de pecho tiene … a ver … déjame comprobar algo – dije al tiempo que me incorporaba para estrujar las tetas de mi sobrina y  poder calcular su talla - … una 90; y de pié calza un 38.

-         ¡Perfecto, Carol! Seguro que encuentro algo bonito para esa zorrita. Qué ganas tengo de que se pase el día rápido y llegar a tu casa! – concluyó antes de colgar el teléfono.

-         Vas a tener suerte, Baby – le comenté a mi sobrina, después de dejar el móvil sobre la estantería del baño – Mamen te va a buscar algo de ropa y seguro que encuentra algo.

-         ¡Qué bien! – exclamó mi sobrina, mientras su ano permanecía taponado.

Durante la siguiente hora, Baby se estuvo probando las prendas que Susi y yo habíamos escogido para ella. Teníamos que dar tiempo a que su inexperto ojete se fuese amoldando al tapón anal. Me pareció buena señal que no la molestase y que pudiese moverse con comodidad sin que el tapón le provocase ningún tipo de reacción negativa. No era la primera vez que preparaba un culito virgen para ser follado. Varios clientes me habían traído a sus esposas para que adiestrase sus agujeros traseros. La propia Nati me había encomendado en alguna que otra ocasión esta misma tarea con varias de las putas jóvenes e inexpertas que había ido incorporando a su negocio.

Antes de que Baby comenzase a probarse las prendas que entre Susi y yo habíamos pensado que podrían ajustarse a su talla, al ser notablemente más alta que ambas, recordé que mi hermana guardaba en casa una bolsa con algunas prendas de su paso por el mundo del porno. Una vez que examiné el contenido de aquella bolsa de viaje, la primera prenda que entregué a mi sobrina fue un collar de cuero con la palabra “PUTA” grabada en letras brillantes. Lo tomó entre sus manos y lo examinó con detenimiento.

-         ¿Esto es de mi madre? – preguntó con gesto ilusionado.

-         Sí, Bárbara. Es un collar que ha usado en muchas de sus escenas – expliqué – ¡Pruébatelo!

-         ¡Me encanta! – exclamó mirándose al espejo una vez que hubo accionado el cierre trasero y el cuero negro quedó ceñido a su cuello. Pasó lentamente sus dedos por las letras grabadas – P, u, t, a, … ¡puta! – dijo en voz alta sin dejar de mirarse al espejo – Llevando esto no hay duda de lo que soy … - añadió pensativa.

Continuará …

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