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Puta la madre, puta la hija (5ª parte)

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PUTA LA MADRE, PUTA LA HIJA (5º episodio).

 

 

Sorprendido por mi reacción, Ramón permanecía inmóvil, buscando en mi madre contestación a mi actitud directa y descarada. Mamá sonrió con picardía y le dio una respuesta: cerró la puerta del retrete y echó el pestillo. Entretanto, yo había comenzado a menearle la polla, disfrutando a tope de pajear el rabo del padre de mi hermana Alicia. Ni en mis más calenturientas fantasías habría imaginado algo así, entre otras razones porque su identidad había sido toda una incógnita hasta esa misma mañana.

 

  • Pero … pero … - tartamudeó sin asimilar aún lo que estaba ocurriendo.

  • Tranquilo, Ramón … que estás en buenas manos – respondió.

  • ¿No será …? - insinuó, sin querer terminar la frase - Ya sabes …

  • ¿Tu hija? No, Ramón … esta es Carolina, la pequeña – explicó – Tu hija es Alicia. Es un año mayor.

  • ¿Así que sabe que es su padre? - pregunté sin dejar de meneársela.

  • Sí, hace años que se lo dije – respondió mi madre.

  • ¿Y esta también es … ? - preguntó sin terminar la frase.

  • Somos putas todas, si es a lo que te refieres … - concluyó mamá.

  • Bueno, Ramón – interrumpí mediando en la conversación – Vamos a dejarnos de cháchara que aquí estamos para otra cosa, ¿no? - dije con gesto pícaro – ¿O es que no te atreves con las dos? - añadí.

  • Eh … eh … estoooo … no sé … - tartamudeó ante mi descarada actitud de zorra desvergonzada, mirando de reojo a mi madre como para pedir permiso.

Me coloqué en cuclillas entre sus piernas, sin dejar de menear su polla, mientras mi madre le hacía carantoñas y caricias en el cuello y en la cara. Antes de metérmela en la boca, disfruté por unos segundos del momento, analizando lo que estaba ocurriendo. Iba a follarme al padre de mi hermana. ¡Uffff, qué morbazo! ¡Qué excitación! Pensé en Alicia y en el momento en que le contase quién era su padre y que me lo había follado junto con mamá. Su coño se encharcaría sólo de escucharlo y de imaginarse la situación. Siempre había fantaseado con follar algún día con su propio padre. ¡Y quién no! ¿Qué zorra viciosa no ha mojado las bragas imaginándose algo así? ¡Oh, Dios … ser follada por la polla que preñó a mi madre de mí! ¡Qué guarrada más excitante! Ojalá algún día tuviese la oportunidad de conocer a mi padre para demostrarle en persona lo puta que es su hija.

 

Analicé a Ramón antes de comenzar a mamársela. Debía tener apenas un par de años más que mi madre, es decir, unos 56; pero aparentaba bastantes más de 60. Aún conservaba el cabello, canoso, lacio y repeinado hacía un lado. No estaba especialmente gordo, aunque al desabrochar los dos últimos botones de su camisa para poder maniobrar mejor en su paquete, advertí unos generosos michelines en su barriga. Su rostro parecía cansado y ajado por el trabajo en el campo. Ojos verdes, bonitos; y expresión atractiva. Llevaba un traje negro. Barato, de confección; posiblemente adquirido en unos grandes almacenes. Una corbata antigua y pasada de moda, a juzgar por el tejido y el tipo de corte. También negra. Y unos zapatos castellanos algo desgastados pero, eso sí, impecablemente limpios y brillantes. Su rabo, del montón. Longitud y grosor medio. Una de tantas pollas que me he metido en cualquiera de mis agujeros. Nada especial, excepto por pertenecer al padre de mi hermana. Nada más comenzar a meneársela, se puso dura y el prepucio cedió haciendo florecer un glande rojizo y húmedo.

 

Las carantoñas y arrumacos de mamá habían dado paso a los besos. Sujetaba su cabeza entre su manos, como si de un niño pequeño se tratase, mientras lo besaba con suavidad en las mejillas, en la frente, en la barbilla, en las orejas y, finalmente, en los labios. Ramón se dejaba hacer, inmóvil y con los ojos cerrados. Era el momento de meterme su polla en la boca. Antes, lamí ligeramente el capullo. A continuación, la deslicé entre mis labios hasta tocar con la frente en su pubis. No me costó tragármela por completo, ya que no era especialmente grande. Con su polla inundando mi cavidad bucal, aproveché para acariciar sus peludos cojones y la parte interna de sus muslos con mis largas uñas de porcelana. Tembló. Todo su cuerpo se contrajo por el placer. Abrió los ojos y miró de reojo hacia abajo, buscando contemplar la mamada que le estaba haciendo.

 

  • Chupa bien, ¿verdad? - preguntó mi madre, orgullosa de su hija.

  • Sssssí … ssssí … - susurró Ramón, volviendo a cerrar los ojos al sentir mi lengua recorriendo su polla, desde los huevos hasta la punta. Volví a metérmela hasta la garganta.

  • ¿Quieres que te la chupe yo, como hacíamos de críos? - preguntó.

  • Como quieras, Lola … lo que tú digas – dijo con obediencia.

  • ¡Vamos, hija! ¡Cambiemos! - ordenó alzando ligeramente la voz – Que antes nos hemos puesto a follar sin tiempo para chupársela. Quería algo rápido para pasar desapercibida – me explicó – Pero ya, ¿qué más da?

  • ¡Joder! - exclamé – Ya era hora de que dijeras algo con sensatez, mami. Estaba preocupada por tanto recato. No sé qué problema hay en que se sepa que somos putas. Además, nada más llegar, y sin hacer nada, ya estaban por ahí cuchicheando sobre nosotras … - dije poniéndome en pié para cambiar de postura y permitir que mi madre le chupara la polla a Ramón.

  • Lo sé, hija – reconoció – Ya han llegado comentarios a mis oídos – añadió ocupando mi lugar entre las piernas de Ramón y comenzando a menearle el cipote. Me quité los pantalones vaqueros ante la atenta mirada de Ramón.

  • ¿Qué quieres que haga, mami? - pregunté justo antes de que mi madre empezase a mamarle la polla - ¿Le pongo el coño en la cara para que me lo chupe un rato antes de empezar a follar?

  • Ramón, ¿te apetece comerle el potorro a mi hija?

  • ¡Sí, sí! ¡Claro! ¡Por supuesto! - se apresuró a decir sin salir de su asombro ante lo que le estaba sucediendo.

  • ¡Marchando una ración de conejo para el caballero! - exclamé. Mi madre sonrió ante mis comentarios pícaros y desvergonzados. En postura algo acrobática, coloqué un pie sobre la cisterna mientras mantenía el otro sobre el suelo, me separé el tanga hacía un lado para ofrecerle mi depilado chumino y acerqué mi entrepierna a su rostro - ¡Todo tuyo, nene! ¡Come a tu antojo! - le ordené.

  • ¡Aaaaaarggg, gluuurp, slurrrrrp! - salía de la boca de mamá, que chupaba la polla de Ramón, arriba y abajo.

  • ¡Sluuurp, sluuuurp! - exclamaba Ramón, que mamaba mi chocho mientras yo mecía ligeramente las caderas para facilitarle la labor.

  • ¡Sóbame el culo mientras comes coño, Ramón! - le ordené. Me obedeció, sin dejar de lamerme el conejo. Posó sus manos sobre mi trasero y, al momento, apretó con fuerza mis nalgas, exprimiéndolas con energía - ¡Eso es, así me gusta!

     

    Permanecimos en aquella postura unos minutos. Sólo se escuchaban suspiros, jadeos, el ruido de la boca de mamá succionando la polla de Ramón y el de la boca de éste lamiendo mi ya por entonces encharcado chumino. De pronto, sonó la puerta del lavabo y unos pasos entrando en su interior. Los tres advertimos de inmediato la presencia de alguien en los aseos. Estaba claro que mi madre ya no tenía intención de ocultar lo que éramos, pero de ahí a montar un escándalo en el funeral de mi abuelo y ser sorprendidas in fraganti en plena faena en los propios lavabos de la Iglesia, hay un gran trecho. Así pues, y sin deshacer la postura, tanto Ramón como mamá bajaron la intensidad de sus respectivas mamadas y contuvieron sus suspiros y gemidos para no llamar la atención de quien hubiese tras la puerta del retrete.

 

  • ¡Qué vergüenza! - dijo una voz femenina. Pude distinguir cómo una de ellas abría el grifo del lavabo.

  • ¡Y que lo digas! – asintió la voz de otra mujer.

  • Seguro que todos lo rumores que corren sobre Lola son ciertos.

  • A mí siempre me han dicho que es prostituta … - dijo una de ellas – Ya de cría era ligerita de cascos y se tuvo que ir del pueblo encinta de … de … de vete tú a saber quién. Porque se lo montaba con varios. ¿Lo sabías?

  • Sí. Dicen que medio pueblo se la benefició. ¡Qué asco!

 

Miré a mi madre de reojo. Seguía mamando la polla de Ramón, si bien con menos intensidad y vigor que unos momentos antes. Sus ojos se encontraron con los míos, pero ya no reflejaban el mismo pudor que cuando llegamos al pueblo hora y media antes. Parecía haberse liberado. Eso me tranquilizó. Ramón, por el contrario, se había quedado paralizado. Sorprendido por los comentarios que estábamos escuchando, dejó de lamerme el chocho. Lo acaricié suavemente por la nuca, invitándole a que no dejara de chuparme el coño por culpa de aquellas dos remilgadas que cotorreaban al otro lado de los aseos. Me miró y le hice un gesto inequívoco para que guardase silencio, poniendo un dedo sobre mis labios, pero que no dejase de hurgar con su lengua en mi interior.

 

  • Incluso dicen que cobraba a los mozos del pueblo – cuchicheó una de las dos – Bueno, es lo que me han contado … que yo era pequeña por aquel entonces y no lo recuerdo.

  • Pues fíjate qué cosas que mis hermanos mayores hablan siempre bien de ella – dijo la otra.

  • ¡Claro! ¡Seguro que se la beneficiaban! - exclamó la otra.

  • Sí, será por eso … - añadió pensativa.

  • ¿Y has visto qué pecho tiene? Lo ha querido disimular con esa blusita holgada, ¡pero esa se ha operado las tetas! - exclamó - ¡Ese pecho no es normal! ¡Todo silicona! ¡Seguro! No sé cómo les pueden gustar a los hombres mujeres así … de verdad que no lo entiendo.

  • Sí, porque están todos revolucionados con su llegada – reconoció la otra – Se les van los ojos detrás de ella.

  • ¡Y qué me dices de la hija! - exclamó subiendo el tono – Que la he visto antes salir al bar e iba menando el culo delante de todo el mundo. ¡Esa es otra calientapollas! - exclamó – Con perdón de la palabra … - se apresuró a decir.

  • ¡Que sí, que sí, que llevas razón! No te dé corte decirlo, que es lo que son las dos – concluyó.

 

No estaba de acuerdo. Una calientapollas es una mujer que disfruta encendiendo a los hombres para luego no permitirles hacer nada con ella. Es decir, se mira pero no se toca. Y si bien es cierto que a mi madre y a mí nos gusta exhibir nuestros encantos delante de la gente, no lo es menos que ello persigue la finalidad de mostrar la mercancía para la facilitar la transacción comercial del arrendamiento de nuestros servicios. Así que … de calientapollas, ¡nada! Putas. Eso sí. Pero calientapollas, ¡no!

 

  • A ver si se van pronto del pueblo porque dan asco – iba cuchicheando una de ellas mientras abandonaban los aseos. Se escucharon sus pasos alejándose y, de inmediato, la puerta de los aseos cerrándose tras ellas.

  • No hagáis ni puto caso – se apresuró a decir Ramón – No hay en todo el pueblo dos pedazo de mujeres como vosotras. ¡Sois dos ángeles caídos del cielo!

  • Gracias, Ramón – dije – Pero me temo que eso lo dices ahora porque tienes la cara metida en mi chumino y mi madre te está comiendo la polla. Cuando terminemos y salgamos fuera, seguro que no piensas igual – dije con un poso de tristeza, sabiendo cómo suelen comportarse los hombres. Les encantan las putas, pero se casan con las puritanas.

  • ¡Eso no es verdad! Si tu madre no se hubiera ido del pueblo se hubiera casado con quien hubiera querido. Hacíamos cola para estar con ella porque era lo único que nos permitía, pero todos la queríamos como novia – explicó. Mi madre no parecía hacer mucho caso a nuestras conversación y había vuelto a la tarea de chuparle la polla con energía. Deslizaba los labios por el pene de Ramón hasta alcanzar sus huevos y, al momento, deshacía el recorrido hacia el glande, separando los labios y pasando ligeramente los dientes por su tranca para que Ramón sintiese la fuerza de la mamada. Así, una y otra vez. Dentro y fuera. Arriba y abajo. Temí que se corriese.

  • ¡Mamá!

  • ¿Qué quieres, cariño? - preguntó sacando momentáneamente la polla de su boca y formándose un pringoso hilo de saliva y líquido preseminal desde el capullo hasta sus labios.

  • ¿Puedo follármelo ya? - pregunté con voz inocente.

  • Ya has oído, Ramón. ¡La niña quiere tu polla en el coño! - exclamó poniéndose en pié para que yo me sentara sobre Ramón. Acababa de cumplir 36 años y seguía llamándome “niña”. Eso me gustaba. Sonreí, feliz por tener la fortuna de poder compartir aquella polla con mi madre. La misma polla que la preñó de mi hermana iba a penetrarme a mí ahora. ¡Qué gozada! ¡Qué morbo!

  • ¡Joder, Lola! - exclamó Ramón al ver cómo me deslizaba sobre él en busca de su rabo - ¡Sois la rehostia!

  • Yo te ayudo, nena – dijo mi madre cuando me senté sobre Ramón, con una pierna a cada lado y apoyando mis valencianas de tacón de cuña de esparto sobre el frío suelo del retrete.

  • ¡Gracias, mami! Aparta el tanga y métemela – indiqué. Mi madre obedeció y dirigió la polla de Ramón a la entrada de mi conejo, embadurnado de flujos y de la saliva del propio Ramón.

  • ¡Aaaaaaadentro! - exclamó mi madre cuando me calcé la polla de Ramón en el coño. De inmediato, comencé a deslizarme arriba y abajo.

  • ¡Ah, ah, ah! ¡Qué gusto, joderrrr! - exclamó Ramón.

  • Folla bien la niña, ¿eh? - dijo mamá, orgullosa.

  • ¡Dios mío … que si folla bien!

  • Me gusta que te guste – añadí sonriente al ver los gestos de placer de su rostro. Boté sobre su polla durante unos minutos. Mientras, mamá se abrió la blusa y se desabrochó el comprimido sujetador que había elegido para disimular en lo posible la magnitud de su talla 130. Se las puso en la cara.

  • ¡Dios santo, qué tetas! - exclamó Ramón al ver los dos melones de mi madre a su entera disposición - ¡Sluuuurp, sluuuurp! - se apresuró a mamarlas, ya con evidente excitación. Volví a temer que se corriese. Estaba disfrutando tanto de aquella situación, tan inesperada como morbosa, que no quería que terminase con un orgasmo prematuro. Bajé paulatinamente la intensidad de mi cabalgada hasta permanecer sentada sobre su polla, pero sin moverme.

  • ¿Qué pasa, nena? - preguntó mi madre, extrañada.

  • No quiero que se corra sin que te lo folles tú – expliqué – Antes os he dejado a medias. ¡Termina la faena tú! - añadí sacándome del coño la polla de Ramón y poniéndome en pie.

  • ¡Ayyyy, que buena es mi chica con su madre! - exclamó mamá. Se subió la falda por encima de las caderas y se sentó, del mismo modo que había hecho yo momentos antes, sobre la polla de Ramón.

  • ¡Ohhhh! - exclamó - ¡Cómo he echado de menos tu coño, Lola! No he vuelto a follar con nadie como contigo – dijo sin dejar de magrear sus enormes tetazas y al tiempo que mi madre comenzaba a cabalgar sobre él.

     

    De pronto, una nueva interrupción. Alguien volvió a irrumpir en los lavabos, de forma sorpresiva y ruidosa. Se escuchó un sonoro portazo. En seguida nos dimos cuenta de que se trataba de varias personas. Una de ellas lloraba y, al menos otras dos, trataban de consolarla.

 

  • Para o se nos correrá con estas gilipollas aquí al lado – le susurré al oído a mi madre, que, asintiendo con la cabeza, deshizo la postura sacándose la polla del coño y permaneciendo de pié, junto a mí, tratando de no hacer ruido para pasar inadvertidas y, una vez que desalojasen los aseos, terminar la faena como Dios manda.

  • Que los han visto juntos en el coche de ella – dijo la que lloraba.

  • No pasa nada – dijo otra tratando de consolarla – Seguro que ha ido a enseñarla el pueblo. Al fin y al cabo son primos y tendrían asuntos familiares que tratar.

  • ¡La mato! - exclamó en un arranque de ira – Como se hayan enrollado, ¡la mato!

  • Pero, ¿has hablado con él? - pregunto una tercera voz.

  • No me hace falta. A Javi en cuanto le tocan las palmas … no necesita mucho más – explicó con rabia contenida – ¡Que no es la primera vez que me pone los cuernos! Y menuda pinta de golfa que tiene la tía, que anda medio pueblo comentando que si vaya culo tiene, que si qué buena está, que si qué polvazo tiene … - dijo visiblemente enojada.

  • Pero si es una tía del montón – añadió otra – ¡No vale nada!

  • Venga, tranquilízate … que seguro que no ha pasado nada – dijo otra – Bebe un poco de agua y relájate. Ahora hablas con Javi, que te explique qué ha pasado … ¡y ya está! ¿Tú crees que va a ser tan tonto de marcharse del funeral con ese pendón delante de todos si no hay una buena explicación de por medio?

  • Ya, ya … - dijo la afectada novia de mi primo. Se escuchó el grifo del lavabo y, a continuación, pasos saliendo y, por fin, la puerta cerrándose.

  • ¡Joder con las putas interrupciones! - exclamé - ¡Venga, vamos a lo nuestro!

  • ¡La que has liado, hija! - me reprochó mi madre – Te has follado al tal Javi, ¿verdad?

  • No he podido evitarlo – me excuse, mientras volvía a la tarea de meneársela a Ramón. Lo cierto es que, a pesar de la interrupción, seguía empalmado – Se ha presentado, nos hemos puesto a charlar y cuando me he querido dar cuenta estábamos follando – expliqué.

  • No tienes remedio – añadió mi madre con una sonrisa - ¡Vamos, Ramón! - exclamó cambiando de tercio – A ver si podemos follar un rato en condiciones y sin más interrupciones – dijo volviendo a sentarse a horcajadas sobre él, al tiempo que yo dirigía su polla hacia la entrada de su chumino.

  • ¡Uh, uh, uh! - exclamó Ramón al sentirse de nuevo dentro de mi madre, que comenzó a cabalgar arriba y abajo, restregando sus tetazas contra su cara. Apenas si podía pronunciar palabra. Sólo gemía. Mi madre, al tiempo que cabalgaba a horcajadas sobre Ramón, se sujetaba la falda con una mano mientras, con la otra, le acariciaba la mejilla.

  • ¡Vamos hija, no te quedes ahí parada! - me dijo al ver que me había quedado embelesada contemplándola follar - Ofrécele tus tetas, bésalo, cómele las pelotas mientras me folla, méteme un dedo en el culo … ¡haz algo! Que vea lo zorra que eres …

  • Sí, sí … mami – me apresuré a decir – Es que me encanta verte follar – me justifiqué. Rápidamente, me puse en cuclillas entre las piernas de Ramón, contemplado la follada de mi madre justo tras su potente trasero, metí la cara por debajo hasta alcanzar sus huevos y comencé a lamerlos.

  • ¡Eso es, nena! ¡Cómele las pelotas mientras me folla! - me animó mi madre al comprender la postura que había ideado.

  • ¡Joder, joder, joderrrrr! - exclamó Ramón al sentir mi lengua en sus cojones.

  • ¿Te guzzta, cablón? - pregunté como buenamente pude sin dejar de restregar mi lengua, enredada en la pelambrera de sus testículos. Su respuesta fue un profundo gemido de placer, acompañado de suspiros entrecortados. Enseguida me di cuenta de que no tardaría mucho más en correrse. De hecho, me sorprendió que estuviera aguantando tanto antes de soltar su leche. Noté la presión en sus testículos anunciando que el semen subía en dirección al capullo – ¡Mamá, que se nos corre ya! - advertí a mi madre.

  • Sí, lo noto – dijo acelerando el ritmo de sus caderas en busca del estallido final de Ramón. No dio tiempo a recomponer la postura para que mi madre se sacase la polla de coño y Ramópn nos regase la cara con su lefa caliente. Se corrió sin darnos la oportunidad de elegir dónde queríamos su leche.

  • ¡Aahhh, ohhh, Diossssss! - susurró entre espasmos. Mamá detuvo la cabalgada. Se quedó sentada sobre él, con su polla incrustada en el chocho.

  • Ramón, ¿cuánto llevabas aguantando esta leche en tus pelotas? - preguntó con gesto pícaro – Ahí dentro tenías medio litro por lo menos … -añadió sonriente.

  • Follo poco últimamente, la verdad – reconoció Ramón, recuperando el aliento.

  • ¡Quién te ha visto y quién te ve! - exclamó mi madre – Con lo que tú eras, ¿eh? Que me podías echar dos o tres polvos todos los días … y aún así siempre querías más – dijo con un poso de nostalgia al tiempo que deshacía la postura. Una vez que su polla se deslizó fuera de su conejo, Ramón hizo ademán de subirse los pantalones - ¡Para, nene! - le espetó tajantemente mi madre – Que te voy a dar un repasito al rabo para que te quede limpio y reluciente – explicó cogiendo la polla, que iba perdiendo vigor paulatinamente, y dirigiéndola hacia su boca.

  • Joder, Lola, había olvidado lo zorra que eres – dijo sonriente Ramón, volviendo a recostarse sobre el retrete.

  • Carol, si quieres catar algo de lefa, mete la boca en mi coño y sírvete tú misma – indicó sabiamente – Me ha echado una buena dosis.

  • Claro, mami – asentí situándome frente a su trasero, en pompa por la posición que había adoptado para mamarle la polla a Ramón. Separé sus carnosas nalgas con las manos en busca de su chumino. Ella colaboró separando las piernas para facilitarme el acceso a su interior. Antes de meter la cara en aquella inmensa fuente de placer, noté cómo por la parte interna de sus torneados muslos descendían un par de hilillos del semen de Ramón, perfectamente combinados con los flujos vaginales de mi madre. Los lamí lentamente. Y los saboreé cual somelliere disfrutando de un Vega Sicilia - ¡Uhhhhmmm!

  • Jamás imaginé que en el funeral de tu padre iba a pasarme algo tan increíble – comentó Ramón mientras mi madre le limpiaba con entrega y devoción los restos de lefa y flujos de su polla – Llevo casi cuarenta años soñando con este reencuentro y ha sido mil veces mejor de lo que nunca imaginé.

  • ¡Lalalalalalala! - jugueteé con mi lengua en el coño de mi madre.

  • ¡Eso es, cariño! Busca lefa en mi coño – exclamó desatendiendo por un segundo la polla de Ramón. Apenas había dicho éso cuando, con mis labios aferrados al coño de mi madre y con la lengua hurgando en su interior, un grumo de la lefa recién salida de los huevos de Ramón se deslizó directo a mi garganta. No tuve tiempo de saborearlo. Tragué sin más.

  • ¡Gluuuup!

  • ¡Jajaja! - rió mi madre al sentir cómo el semen de Ramón acababa en mi estómago, previo paso por su coño – Insiste, cariño, que seguro que hay más.

  • ¡Joder, Lola! - exclamó Ramón, tan sorprendido como complacido - ¡Qué hija más puta tienes!

  • ¡Gracias! - me anticipé a decir antes de volver a meter la cara entre los muslos de mi madre en busca de más restos de la corrida de Ramón. Separé sus nalgas y hundí mi rostro en su enorme chumino recién follado. La fuerza de la gravedad volvió a hacer su trabajo y un nuevo grumo de semen resbaló desde su matriz hacia mi boca. Esta vez sí pude acogerlo dentro para saborearlo. Sentí su textura pastosa en mi lengua. Lo mezclé con mi propia saliva y lo mantuve unos segundos en mi interior antes de tragármelo - ¡Gluuuuuuppp! ¡Ahhhhh! ¡Qué rico! - exclamé.

 

Durante los siguientes minutos, permanecimos en aquella postura. Busqué con ahínco en el chumino de mi madre, recorriendo con mi lengua cada recoveco de su empapado y abierto conejo, tratando de capturar todos los restos de la corrida de Ramón para, mezclados con mi saliva, y después de saborearlos debidamente durante unos segundos, dejar que se deslizasen por mi garganta. Por su parte, mi madre lamía lentamente la polla de Ramón con el fin de dejarla limpia de restos de lefa y de flujo vaginal.

 

  • ¡Mira, nena! - exclamó mi madre, transcurridos un par de minutos. Saqué la cara de entre sus muslos para ver lo que me quería mostrar. El muy cabrón se había vuelto a empalmar - ¡Mira cómo brilla! - exclamó orgullosa por su trabajo de limpieza de sable. La mezcla de restos de semen, flujos y saliva hacía que la polla de Ramón brillase resplandeciente. Daban ganas de sentarse sobre ella y volver a cabalgarla.

  • ¿No has tenido suficiente, Ramón? - pregunté con picardía al ver que seguía empalmado.

  • Ya os he dicho que follo poco últimamente, – reconoció nuevamente con un poso de tristeza.

  • ¿Qué pasa … que no hay putas en este pueblo? - pregunté, al tiempo que me ponía en pié y me colocaba la coleta, algo alboratada tras el folleteo.

  • No como vosotras … - reconoció.

  • Si fuera por mí, te echaba ahora mismo otro polvo – dijo mi madre – Pero creo que lo dejaremos para otra ocasión, ¿vale, Ramón? Ahora debemos salir fuera y no quiero que nos pillen in fraganti.

 

Ramón se subió los pantalones y nosotras dos recompusimos nuestros atuendos, dispuestas a salir de los servicios.

 

  • Nena, sal tú primero y comprueba que que no haya nadie cerca de los baños para que Ramón pueda salir sin ser visto – me ordenó.

  • Vale, mamá – obedecí – Te mando un wassap cuando haya vía libre – añadí abriendo la puerta del retrete y encaminándome hacia el exterior.

     

    Crucé la puerta de los aseos y caminé unos pasos. No había nadie en el pasillo. Ramón podía salir sin ser visto. Mandé el mensaje de wassap a mi madre, tal y como habíamos acordado. Casi al instante, pude ver cómo Ramón salía de los baños con paso ligero. Al pasar a mi lado me dio una palmadita en el culo y siguió su camino hacia el velatorio de mi abuelo. “Misión cumplida”, pensé. “Un buen polvo y nadie nos ha visto”. De pronto, y tras toda la excitación acumulada, sentí el irrefrenable deseo de fumarme un cigarrillo. No fumaba mucho. Un paquete podía durarme tres o cuatro días. Pero aquel momento era de esos es que mi organismo necesitaba un chute de nicotina.

     

    Cogí mi teléfono y mandé un nuevo mensaje a mi madre, que seguía en el interior de los servicios. “Mami, todo en orden. Nadie ha visto a Ramón saliendo de los baños. Voy fuera a fumarme un cigarro, ¿ok? No tardo.” Me encaminé hacia el exterior de la Iglesia, buscando en mi bolso el tan deseado cigarrillo. Cuando el aviso de mi mensaje entrante en mi móvil sonó, recordé que me había fumado el último aquella madrugada. Ojeé el mensaje recibido: “Ok. No te metas en líos”.

 

 

Continuará ...

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