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Carolina, la nueva puta del colegio (7 y epílogo)

en Orgías

CAROLINA, LA NUEVA PUTA DEL COLEGIO (7ª parte y epílogo).

El resto de la mañana transcurrió de la misma forma que aquella primera hora del día. Por mi "despacho" pasaron todos los compañeros con los que me había citado. Lo hicieron de tres en tres y de hora en hora, tal y como había planeado. Finalmente, y en total, fueron dieciséis, ya que decidí añadir a otro más para que en la última sesión de la mañana también pudiésemos disfrutar de tres pollas al mismo tiempo. Durante la mañana, mientras atendíamos a los clientes, el móvil no paraba de sonar indicando la continua llegada de mensajes solicitando nuevas citas. Decidí dejar la tarea de contestarlas para la tarde, a fin de organizar el día siguiente, hecho que, a partir de entonces, se convirtió en una rutina diaria.

La jornada concluyó a las dos de la tarde. Susi y yo estábamos destrozadas de tanto folleteo. Ella demostraba más dedicación y soltura cada hora que pasaba, cada polla que chupaba, cada follada que recibía. Trataba de convencerme de su aptitud para este trabajo. Y lo cierto es que me había convencido plenamente de su capacidad. Y no sólo a mí, sino a cada uno de los compañeros cuyas pollas pasaron por su boca, su culo y su coño. De vez en cuando, y rodeadas de tanto miembro viril, nos hacíamos una comidita de chocho, en buena prueba de nuestra más que confirmada bisexualidad. Nos gustaba lamernos el coño mientras nos daban por culo, postura que repetimos con frecuencia a lo largo de aquella primera mañana en que Susi empezó a prostituirse.

La recaudación: 240 Euros. Cada vez que los chicos me pagaban, entregaba el 25% a Susi. Si en un principio pareció no gustarle demasiado aquello de sacar "tajada" por follar sin límites, poco a poco fue aceptando el hecho de que una buena puta no es más que una mercancía, un trozo de carne cuyo uso y abuso debe ser remunerado, aun cuando esa utilización te provoque el más intenso de los placeres.

Como digo, aquella primera jornada maratoniana juntas, y que seria repetida cada día a partir de entonces, concluyó a las dos de la tarde. Después de asearnos y vestirnos, eliminamos cualquier signo que evidenciara nuestras actividades en el almacén-vestuario. Tal y como me indicó Don Alfredo, aquel cuarto era utilizado por las tardes en los entrenamientos de las diferentes categorías de los equipos de fútbol del colegio, así que no convenía dejar rastros de la utilización que del mismo hacíamos Susi y yo.

Me marché a casa dejando a Susi en el colegio. Ella no podía aparecer por su casa antes del fin de las clases, a las cinco. Además, tampoco contaba con mis privilegios a la hora de "tapar" las continuas faltas de asistencia. Tras una efusiva despedida, salí del colegio más feliz de lo que nunca antes había estado. Mi idea de incorporar a Susi a mi negocio de prostitución colegial había sido todo un éxito, y no sólo contaba con una ayudante entregada en cuerpo y alma a mis deseos, sino que su presencia suponía un importante reclamo para todos los compañeros, ya que podían disfrutar de dos zorritas por el precio de una.

De camino a casa, y sumida en el recuerdo de todas las sensaciones vividas durante la mañana junto a Susi, mi móvil sonó.

¿Sí?

Carolina, ¿eres tú? – dijo una voz ronca y viril, que al principio no reconocí.

Sí. ¿Quién eres? – pregunté expectante.

Soy Don Alfredo – me confirmó.

¡Ahh! Hola, Don Alfredo – dije al reconocer que efectivamente se trataba de mi mentor como puta colegial.

¿Estás en el colegio?

No. Me voy para casa – respondí – He terminado por hoy. Estoy exhausta.

Pues descansa bien toda la tarde que tengo un trabajito para ti esta noche – me dijo.

¿Esta noche? – pregunté emocionada - ¿En serio?

Sí. Te explico: he organizado una reunión en el colegio. Vendrán a cenar al comedor de los profesores unas personalidades del Ministerio y del Ayuntamiento. También habrá algún profesor ... y estaré yo. Cenaremos a las nueve – me explicó – Quiero que entres en acción sobre las diez y media, ¿vale?

De acuerdo – dije asintiendo. A pesar de estar muy cansada, la simple idea prostituirme ante tipos experimentados y de dinero, me provocó cierta excitación – Pero ... ¿cómo entraré en el colegio? A esa hora estará cerrado.

El portero estará esperándote. Él te abrirá y te entregará una bolsa con la ropa que debes llevar – me dijo haciendo una pausa – Verás ... son gente algo especial y les gustan ciertos fetichismos. No te importa, ¿verdad?

Por mí no hay problema – contesté algo intrigada por aquel comentario.

Una última cosa: haz todo cuanto ellos te pidan. Sin reparos ni miramientos – me dijo empleando un tono muy serio - Si lo haces, serás bien recompensada.

Vale

Y recuerda: a las diez y media.

Seré puntual, Don Alfredo – respondí dando por terminada la conversación.

Durante toda la tarde, estuve descansando en casa, y aplicándome cremas hidratantes en todo el cuerpo. Tanto folleteo desgasta y la piel se resiente. Organicé las citas para el día siguiente. Veinte compañeros habían solicitado mis servicios (y los de Susi) a través de sms. Así que los emplacé para la mañana siguiente de hora en hora, pero esta vez de cuatro en cuatro. A medida que se acercaba la noche, mi impaciencia se acrecentaba. Una vez más, cené yo sola, ya que mi hermana y mi madre no estaban en casa, y me preparé para mi actuación nocturna. Enema reglamentario, ducha, maquillaje y perfumado de todo mi cuerpo. Une vez preparada, y profundamente excitada por mi primera toma de contacto con la prostitución de cierto nivel, me puse una ropa cómoda y salí de casa rumbo al colegio. No necesitaba prendas sexys y provocativas, ya que Don Alfredo me proporcionaría una atuendo especial para la ocasión.

Cuando doblé la esquina que conducía a la puerta metálica de entrada al colegio, pude distinguir al portero, Rafael, apoyado sobre la tapia. Cuando llegué a su altura, me dijo.

¡Buenas noches, señorita Fernández!

¡Hola, Rafael! ¡Te he dicho que me llames por mi nombre! – le reproché.

¡Ahh, sí, perdón! – se disculpó – La estaba ... quiero decir ... te estaba esperando. Pasa – me dijo abriendo la puerta.

Cuando penetramos en el colegio, me condujo a través de la misma puerta que el día anterior me había llevado hasta el despacho de Don Alfredo. Había dos comedores: uno grande para los alumnos, y otro, más reducido e íntimo, para los profesores. Ambos estaban situados en la planta sótano del colegio y se encontraban uno junto al otro. El colegio estaba desierto y Rafael me condujo a través de varios pasillos hasta llegar a un pequeño vestíbulo, en el que había unos aseos. Entramos y abrió una taquilla de la que extrajo una bolsa de plástico de un conocido centro comercial.

Don Alfredo me ha encargado que te diera esto – me dijo al tiempo que me la entregaba. Cogí la bolsa y comprobé que, efectivamente, se trataba de la ropa que debía ponerme.

Vale. Voy a cambiarme – le dije.

Bueno, Carolina, yo me retiro a la portería. Tengo orden de esperarte hasta que abandones el colegio. No me marcharé hasta que hayas salido – me explicó dando media vuelta.

¡Espera! – exclamé - ¿Dónde se supone que es la fiesta?

¡Es cierto! Disculpe ... quiero decir ... disculpa, Carolina. No me había dado cuenta de que es la primera vez que vienes a .... a ... una de estas reuniones – me dijo - Acompáñame – añadió saliendo del aseo. Desde la puerta del mismo me señaló otra que había frente a ésta – Están ahí, ¿vale? – me indicó.

De acuerdo – dije fijándome en que la puerta señalada se encontraba entreabierta. Aún así, desde allí no se distinguía nada del interior de dicha estancia.

Una vez que el portero se hubo retirado, comprobé el contenido de la bolsa que me había entregado: una pequeña faldita tableada a cuadros rojos y negros; una camisa de manga corta de color blanco, de esas que se anudan por debajo de las tetas dejando visible el ombligo; unas medias negras de rejilla, de esas que la goma queda a medio muslo; un par de zapatos blancos de plataforma, con más de diez centímetros de tacón; y un aro plateado con la palabra "PUTA" grabada en letras grandes. Supuse que se trataba de un collar. Me lo coloqué en el cuello y encajó a la perfección

Me puse aquellas prendas apremiada por el tiempo, ya que casi eran las diez y media. Todo me quedaba como un guante. Prescindí de la ropa interior, ya que Don Alfredo había sido claro al respecto de que debía vestir sólo lo que él me entregase. Me miré al espejo y me atusé el cabello, contemplando mi imagen con aquellas ropas. Decididamente, estaba guapa y sexy. Y con aquel collar definiendo a la perfección mi nueva condición. Me gusté y salí del aseo con la moral muy alta por las buenas vibraciones que todo aquello me estaba dando.

Me acerqué a la puerta del comedor donde estaban todos y miré a través de la rendija que dejaba la puerta entreabierta, con mucho cuidado de que nadie advirtiera mi presencia. Junto a una mesa larga y de forma rectangular estaban sentados 6 individuos. En el extremo opuesto, como si presidiera la mesa, se encontraba un tipo de unos cuarenta y tantos años, impecablemente vestido con traje y corbata, y bien parecido. En seguida me dio la sensación de que aquel era un de los "peces gordos" a los que se refería Don Alfredo. A su derecha, se encontraba éste, el director del colegio, y Don Manuel, un profesor de Literatura, bajito, calvo, regordete y sesentón. A la izquierda del "pez gordo", había otro cuarentón al que nunca antes había visto. Junto a él, Don Antonio, profesor de Historia y Geografía, de unos cincuenta años, moreno y con profuso bigote. Era uno de los profesores más severos del colegio, siempre malhumorado. A su izquierda se encontraba el último integrante de la mesa, Don Vicente, profesor de Biología y director del departamento de Ciencias del colegio. Le apodaban "el oso" por su enorme estatura y envergadura. Todos ellos charlaban animadamente mientras bebían de sus copas, en lo que creí distinguir como Whisky, a juzgar por las botellas que había sobre la mesa.

Miré mi reloj. Las diez y media pasadas. Era el momento de entrar en escena. Tomé aire y me concentré en el papel que debía desempeñar que, por otra parte, no me sería muy difícil ya que, en realidad, debía portarme como una insaciable puta colegial. Es decir, justamente lo que era.

Abrí la puerta e irrumpí en la estancia al grito de "hola". Todos dejaron sus charlas y me contemplaron sorprendidos. Caminé lentamente hacia la mesa, contoneando mis caderas y exhibiendo mis encantos.

¿Esta es la zorrita de la que me has hablado? – preguntó el tipo que presidía la mesa, con una sonrisa en sus labios y sin apartar sus ojos de mí.

Sí, señor concejal – asintió Don Alfredo.

¿Y dices que es hermana de la otra? – le preguntó.

Sí, es tan buena como Alicia. Y eso que tiene un año menos – respondió el director.

Concejal. Ese era el cargo del "pez gordo". Aquello me emocionó. Iba a follar con todo un concejal del Ayuntamiento. Para exhibirme mejor y así conseguir calentarles al máximo, subí a la mesa apoyándome en una de las sillas vacías que había en el extremo opuesto al sitio ocupado por el concejal. No me resultó tan fácil como pensaba, debido a los infinitos tacones de mis zapatos. Una vez encima de la mesa, caminé lentamente por ella, haciendo varios giros para que el vuelo de mi faldita dejase ver mis potentes posaderas, así como evidenciar la absoluta ausencia de ropa interior. Las caras de aquel grupo de hombres eran un poema. Se les caía la baba ante mis provocativos movimientos y la escasez de tela de las prendas que vestía. En atención al cargo más alto, me dirigí hacia donde estaba el concejal y me senté sobre la mesa, frente a él, con las piernas colgando y a escasos centímetros de su cuerpo. Agarré su corbata y, tirando de ella hacia mí, apreté su cabeza contra mis tetas. Antes de que pudiese darme cuenta, el lazo que sujetaba mi blusita se deshizo, dejando mis pechos a su entera disposición, mientras comenzaba a acariciarme las piernas y el culo. Sentí como mordisqueaba mis pezones al tiempo que una de sus manos se colaban entre mis piernas para palpar mi coño.

¡Ayyy! ¡Señor concejal! – exclamé al sentir su dedos jugando con mis labios vaginales. Él apartó su cara de mis tetas y me miró salido perdido.

¡Quiero metértela en el coño! – me dijo - ¿Me dejas, nena?

¡Claro que sí! – exclamé mordiéndome el labio inferior, y adoptando un gesto de vicio – Para eso estoy aquí. Para que todos ustedes me follen por donde quieran – añadí mirándoles con gesto pícaro, mientras separaba mis piernas, ofreciendo al concejal todo el esplendor de mi pelado chumino. Rápidamente, se bajo los pantalones y los calzoncillos, dejando ver su polla tiesa. De un golpe secó con su pelvis, me penetró hasta el fondo del coño y comenzó a moverse con ritmo pausado dentro de mi interior.

¡Eso es, señor concejal! – le animó Don Alfredo - ¡Follésela!

En eso estoy, Alfredo. En eso estoy - contestó el concejal al tiempo que aumentaba el ritmo de sus empujones, sin parar de sobarme las tetas y besándome el cuello. Un minuto después, noté que el concejal estaba a punto de correrse. Entonces, le empujé expulsándole de mi interior.

¡Pare, señor concejal! No quiero que se corra aún – le dije con descaro mientras bajaba de la mesa – Aún queda mucha noche.

¡Eso es, Carolina! – me dijo Don Alfredo – Ahora ... ¡atiende al señor subsecretario! – me indicó haciendo un gesto hacia el individuo sentado a la izquierda del concejal. Me puse de espaldas a él, apoyando los brazos sobre la mesa, y poniendo el culo en pompa casi en su cara.

¡Todo suyo, señor subsecretario! – le invité. En seguida sentí cómo se abalanzó hacia mi pandero, sobando mis nalgas con fuerza y acercando su rostro a mi entrepierna. Incluso se atrevió a darme un par de lametones en mi ojete. De repente, se puso en pié y me enchufó su polla en mi trasero. Sentí su dura carne de macho follando mis intestinos, mientras jadeaba sonoramente.

¡Dala por culo, Carlos! – le dijo el concejal - ¡Fóllate a esta zorrita!

En la postura en que estaba, podía ver perfectamente a mis otros cinco parteneres. Tres estaban polla en mano, meneándosela rítmicamente. Sólo Don Manuel, el más vejete, permanecía inmóvil en su silla. Eso sí, sin perder detalle de la sodomización que estaba recibiendo. Don Alfredo, por su parte, cuchicheaba algo con el concejal. Contorsioné mi cuerpo hacia la izquierda, en busca de otra polla. Encontré la de Don Antonio. Su permanente gesto de mala leche había desaparecido y me miraba, casi hipnotizado, con mueca sonriente. Cogí su polla y la acerqué a mi boca, dando un par de lengüetazos a su rosado capullo.

¡Siéntese en la mesa, Don Antonio! – le dije - Quiero chuparle la polla y esta postura es un poco incómoda.

Claro, Carolina – me dijo levantándose de su silla y apoyando su trasero sobre la mesa. De esta forma, podía chupar su polla al tiempo que el señor subsecretario me follaba el culo.

¡Uhmmm! – exclamé - ¡Una polla deliciosa, Don Antonio! – le comenté después de haberla degustado durante unos segundos.

Fue entonces cuando Don Vicente, "el oso", se acercó por mi izquierda, arrimando su polla a mi cara. Como estaba ocupada con la verga de Don Antonio, "el oso" intentó aplacar sus ansias golpeando su polla contra mi mejilla. Sentí su capullo por toda mi cara. Lo restregó contra mi nariz y mis mofletes. Todo ello sin parar de mamar la polla de Don Antonio y al tiempo que ese al que todos llamaban "subsecretario" me follaba el ojete sin parar. Ante la insistencia de Don Vicente, no tuve más remedio que sacar de mi boca la tranca de Don Antonio y comenzar a mamar la suya. Durante un rato, me dediqué a chupar alternativamente aquellas dos pollas, mientras me regalaban comentarios del tipo:

¡Cómo chupa, la muy guarra!

¡Come polla, zorra!

¡Igual de puta que su hermana!

Entre los comentarios de mis profesores, las tres pollas que atendía y la tensión sexual que se respiraba en el ambiente, me estaba poniendo como una moto. Me hubiese gustado poder atender a las seis pollas de un tirón. Pero seis pollas ... son muchas pollas. Así que decidí hacer un alto en el camino, y atender a los dos únicos rabos que aún no habían catado aquella noche. Así pues, deshice la posturita y me dirigí hacia el asiento de Don Manuel. Para ello tuve que rodear la mesa y pasar junto al concejal, que se la meneaba sin perder detalle de mi actuación, y junto a Don Alfredo. El primero, el concejal, me agarró por la cintura con la intención de meterme su polla en cualquiera de mis agujeros.

¿Dónde vas, putita? – me preguntó al ver que no era a él a quien pensaba atender.

No se impaciente, señor concejal. Es el turno de Don Manuel – le dije con descaro mientras me soltaba de sus brazos.

Me acerqué insinuantemente a Don Manuel, sentado en su silla, y me arrodillé ente sus piernas. Mientras le acariciaba el paquete por encima de los pantalones, le miré con gesto vicioso y empecé a desabrocharle la bragueta.

¿Le apetece que le coma la polla, Don Manuel?

Sssssí, Carolina – me susurró. Los demás soltaron una carcajada.

¡Vamos, Manolo! ¡No te cortes! ¡Que la niña la chupa de lujo! – le jaleó Don Alfredo.

A ver qué tenemos aquí ... – dije mientras sacaba su polla de los calzoncillos - ¡Uyyy, Don Manuel! ¡Qué pedazo de rabo! – mentí descaradamente al ver una picha pequeña y sin vigor. La meneé unos segundos y después me la metí en la boca, sintiendo cómo poco a poco se iba endureciendo en mi interior. Sin sacarla, me puse en pié y, como la postura de la mamada me hacía estar agachada, mi trasero quedó bien visible y abierto ante Don Alfredo. Éste, sin dudarlo, arremetió contra mí, introduciendo su tranca en mi culo y atrapando mis tetas con sus manos desde atrás - ¡Eso es Don Alfredo! – exclamé al sentir su polla deslizándose a lo largo de mis intestinos.

En apenas unos segundos, la polla de Don Manel estaba a punto de soltar su leche. Como era el de más edad y el que menos intención y ansiedad por follarme había mostrado, decidí no parar hasta que se corriese. Al poco, su polla se convulsionó dentro de mi boca y sentí su semen chocando con estrépito contra mi paladar. No fue una corrida abundante, así que apenas me costó trabajo absorverla de un solo trago y dejar su capullo limpio y reluciente de restos de esperma. Él, Don Manuel, permanecía inmóvil, con las manos apoyadas en su generosa panza y con la cabeza recostada hacia atrás, en gesto de satisfacción por la mamada recibida.

¡Mira cómo le gusta tragar leche a la muy zorra! – exclamó el concejal al ver mi maestría.

Me incorporé, sacando de mi trasero la polla de Don Alfredo, en busca de una nueva y excitante posturita. Empujé al director sobre la mesa, indicándole que se tumbara sobre ella. Una vez que lo hizo, me senté sobre su polla, introduciéndola en mi culo y despatarrándome para que alguno de los presentes me la enchufara en el chumino. Fue Don Vicente, "el oso" quien se adelantó al resto y metió su polla de dimensiones considerables, como todo él, en mi mojado chochete. Don Alfredo mantenía la postura sin darme caña en el culo. Tan sólo permanecía con su tranca dentro de él. En cambio, Don Vicente me embestía con violencia.

Durante un par de minutos "el oso" me folló con energía. Después, sacó su polla de mí, dando paso a Don Antonio, que me la enchufó con fuerza, comenzando el mete-saca en mi raja. No era sólo el hecho de estar doblemente penetrada, mientras los demás contemplaban la escena, lo que me ponía a mil, sino que el ser follada de aquella manera por mis propios profesores y un par de tipos importantes del Ayuntamiento y del Ministerio, me hacía sentir en la gloria divina. El gesto malhumorado de Don Antonio se había convertido en una mueca de placer, mientras me embestía sin piedad. Y sucedió. Me corrí. Mi cuerpo se contrajo violentamente sumiéndose en un placer intenso que alcanzó todas y cada una de las terminaciones nerviosas de mi organismo. Procuré disimularlo para así demostrarles mi maestría y capacidad. El caso es que, a pesar del bamboleo instintivo de mis cadera y un pequeño suspiro que dejé escapar de mis labios, no pareció que ninguno de ellos advirtiera mi orgasmo.

Don Antonio, después de unos minutos en mi interior, se retiró dejando mi coño libre para el subsecretario. Éste, imitando a los anteriores, comenzó a follarme con fuerza. Don Alfredo permanecía inmóvil, con su polla incrustada en mi ojete y sin parar de besarme el cuello, acariciarme la melena y sobar mis tetas. La polla del subsecretario, y su vehemente follada, habían hecho que me recuperara del orgasmo y comenzase a recobrar mi insaciable ninfomanía. Un par de minutos más tarde, el subsecretario sacó su tranca de mí, con evidentes gestos de estar a punto de correrse. En cambio, y para mi sorpresa, no lo hizo. Excepto Don Manuel, a quien había dejado fuera de juego rápidamente con una hábil mamada, ninguno de los presentes había soltado aún su leche sobre mí. Y lo cierto es que estaba deseosa por probar sus respectivos espermas.

Era el turno del concejal. Con gesto de indudable excitación, me penetró de un golpe seco. Sentí sus testículos chocando violentamente contra mis ingles, mientras comenzaba a follarme sin piedad. En ese instante, Don Alfredo inició un lento movimiento de su polla en mi trasero. Movimiento que, poco a poco, fue adquiriendo mayor energía, de tal forma que en apenas unos segundos, ambas pollas me follaban con ímpetu mis dos agujeros. Entonces ocurrió algo que me llenó de orgullo y satisfacción. En medio de semejante escena, el concejal me agarró violentamente por el collar, tirando de mí hacia él. Cuando mi cara quedó a escasos centímetros de la suya, y todo ello sin parar de follarme, me miró fijamente a los ojos con gesto lujurioso y me dijo:

¡Eres la mejor puta que jamás me he follado!

Que un concejal del Ayuntamiento que habría follado con cientos de mujeres, muchas de ellas profesionales, en fiestas parecidas a la que en ese momento tenía lugar, me tirase un piropo como ése, me colmó de felicidad y me hizo sentir como la más grande zorra del planeta. ¡Qué orgullo! ¡La mejor puta para él era yo! Quise darle las gracias por semejante halago, pero sus palabras y las dos pollas que me follaban violentamente el coño y el culo, me hicieron perder el control y experimentar un nuevo orgasmo. El segundo de la noche. Esta vez no lo disimulé.

¡Me corroooo! – grité fuera de mí.

En ese momento sentí cómo la polla del concejal se convulsionaba dentro de mi coño, disparando varios chorros de leche caliente. Casi al mismo tiempo, fue la polla de Don Alfredo, que me follaba el culo, la que soltó su cálido néctar en mis intestinos. La sensación de alcanzar el orgasmo al mismo tiempo que me llenaban los dos agujeros de pastosa lefa, fue indescriptible. Sin duda, el mejor orgasmo que había experimentado hasta entonces. Los abundantes flujos que mi coño había ido soltando durante la doble follada, resbalaban por mis muslos, yendo a para a los testículos de Don Alfredo y al mantel que cubría la mesa. Aún con las dos pollas en mi interior, advertí que los otros tres hacían aspavientos hacia el concejal.

¡Me voy a correr! – dijo Don Antonio sin parar de meneársela.

¡Yo también! – añadió "el oso".

¡Tomad! – exclamó el concejal abandonando el interior de mi coño y tomando una de las copas que había sobre la mesa. Vació su contenido sobre el mantel y, alargando su brazo, le entregó la copa a Don Antonio - ¡Esta zorrita está sedienta y habrá que darla de beber!

Mientras me ponía en pié, sacando la polla de Don Alfredo de mi ojete, y aún algo aturdida por el cúmulo de indescriptibles sensaciones que mi cuerpo había experimentado, pude ver cómo Don Antonio, cascándosela frenéticamente, derramaba su semen en la copa. Después, fue el subsecretario el que hizo lo propio, entre gestos de placer. Por último, Don Vicente, "el oso", echó una abundante cantidad de esperma en la precitada copa. Yo contemplaba la escena que, a pesar de sólo durar poco más de un minuto, me pareció eterna, deseosa como estaba por llevarme a la boca aquel recipiente repleto del néctar de aquellas tres pollas. Finalmente, la copa le fue entregada al concejal.

¡Toma, zorrita! ¡Bebe leche! Que aún estás en fase de crecimiento – dijo extendiendo su brazo hacia mí. Ante dicho comentario, el resto de los presentes estalló en una sonora carcajada.

¡Gracias, señor concejal! La verdad es que estoy sedienta – le dije guiñándole un ojo, en lo que consideraba como el colofón de mi actuación. Tomé la copa y la acerqué a mis labios, inclinándola lentamente hacia mí. Todos me observaban con detenimiento con los ojos llenos de lujuria. El semen comenzó a resbalar por la copa, al tiempo que yo lo atrapaba en mi boca. Decidí bebérmelo de un solo trago.

¡Cómo traga la muy cerda! – dijo alguien mientras el contenido de la copa desparecía dentro de mi boca.

¡Ahhhh! ¡Qué rica! – exclamé relamiéndome y apurando las últimas gotas. Después, deje la copa sobre la mesa – Bueno ... ¡ha sido un placer! – exclamé mirándoles uno a uno y encaminándome hacia la puerta.

¡Espera, Carolina! – me gritó Don Alfredo - ¡Vamos caballeros! Que la chica se ha portado muy bien.

Todos se dieron por aludidos y buscaron en los bolsillos de sus pantalones y en sus carteras, sacando algunos billetes que Don Alfredo fue recogiendo. Después se acercó hacia mí, acompañándome hasta la puerta.

¡Toma! – me dijo entregándome el dinero - ¡Te lo has ganado!

¿He estado bien, Don Alfredo? – pregunté con gesto inocente.

¡Has estado genial! – confirmó – Ahora ... ¡vete!

Abandoné la estancia camino de los aseos, donde rápidamente me puse mi ropa y me dirigí hacia la puerta donde me esperaba el portero. Por el camino, conté el manojo de billetes - ¡600 Euros! ¡Vaya pastón! – exclamé en voz baja mientras alcanzaba la portería.

¿Todo bien, señorita Fern ...quiero decir ... Carolina? – me preguntó el portero cuando advirtió mi presencia.

¡Sí, Rafael, todo bien! – le dije sonriente. Me abrió la puerta de acceso a la calle y me marché de allí no sin antes depositar un beso en una de las mejillas del portero.

¡Hasta mañana! – me gritó Rafael desde la puerta cuando yo ya había alcanzado la esquina rumbo a mi calle.

¡Hasta mañana! – contesté pensando en los veinte compañeros que el día siguiente Susi y yo teníamos que atender.

 

EPÍLOGO

 

 

Durante los dos siguientes meses, Susi y yo continuamos en nuestra tarea de putas colegiales. Cada día estaba repleto de nuevas experiencias y sensaciones. Me encantaba compartir todo aquello con ella, y cada vez nos sentíamos más unidas, hasta el punto que, cuando estábamos en acción, no hacía falta que le dijera lo que quería de ella. Con una mirada o un gesto comprendía instantáneamente mis intenciones y mis deseos. Se podría decir que "follábamos de memoria". Hasta ese extremo había llegado nuestro nivel de entendimiento y compenetración.

Ninguna de las dos aparecíamos por clase, dedicándonos exclusivamente a dejarnos ver por el patio durante los recreos, y a atender a nuestros compañeros durante el resto del día. A pesar de que valoré seriamente aumentar las tarifas ya que el servicio había mejorado cualitativa y cuantitativamente, nunca lo hice. Disfrutaba tanto de aquello, que el dinero estaba en un segundo plano. Lo único que quería es que ni a Susi ni a mí nos faltasen pollas para follar a nuestro antojo.

Todo marchaba viento en popa y cada día era más ilusionante y satisfactorio que el anterior. ¡Éramos tan felices! Pero, de pronto, una mañana todo cambió y el maravilloso mundo que había construido a mi alrededor se tambaleó violentamente, y a punto estuvo de venirse abajo de golpe y porrazo. ¿Qué pasó? Simplemente que Susi no regresó al colegio. Nunca más volví a verla o a saber de ella. Intenté localizarla desesperadamente. Primero por teléfono, pero ni su móvil estaba operativo ni en su casa daban señales de vida. Después, acudí a su domicilio, pero allí no había nadie. Según me dijeron unos vecinos, toda la familia se había mudado, pero nadie sabía adónde. Por último, acudí a Don Alfredo, el director. Él me confirmó que conocía su paradero, pero que no podía decírmelo bajo ningún concepto. Al parecer, los padres de Susi denunciarían al colegio y al propio Don Alfredo, si alguien me decía dónde encontrar a mi querida amiga.

Entonces lo entendí todo. Ella no tenía tanta suerte como yo, que me hallaba arropada por mi familia en mi deseo, y el suyo, de convertirme en la puta perfecta. En cambio, Susi tenía que vérselas cada día con sus estrictos y severos padres, extremadamente influidos por una educación tradicional, chapada a la antigua y profundamente católica. La nueva amiga que se había echado (yo) la estaba llevando por mal camino. Eso pensarían. Además, yo me encontraba protegida directamente por el director del colegio y por algunos de los profesores que acudían asiduamente a las fiestas y reuniones organizadas por Don Alfredo. Pero Susi no contaba con tales privilegios. A pesar de que todos conocían que ella era mi ayudante y mi amiga inseparable, Don Alfredo siempre mantuvo que el trato especial sólo me alcanzaba a mí, como la única y auténtica puta "oficial" del colegio. De hecho, nunca le pareció buena idea que Susi fuera mi ayudante y mi mano derecha, en lo que siempre consideró una complicación para el colegio y para él mismo.

Las continuas faltas de asistencia a clase y el brusco cambio experimentado, tanto en su forma de vestir como en su comportamiento, pusieron sobre la pista a sus padres. Además, la imagen de niña cursi e inocente había dado un giro de 180 grados, no sólo en el colegio, sino también en el barrio donde residía. Todos cuchicheaban a su paso, comentando lo zorra que era y a lo que se dedicaba en las horas de clase, en lugar de asistir a las mismas. Igual que sucedía conmigo, pero la diferencia estribaba en que en mi casa aquella fama era motivo de orgullo y satisfacción. Por el contrario, sus padres debían sentirse abochornados y humillados por el hecho de que a su hija todos la conociesen y la tratasen como a una puta, además de soportar una serie de comentarios y cotilleos que no todas las familias son capaces de aguantar.

Todos estos pensamientos, sólo son suposiciones mías. Susi nunca me habló de ello. Y nunca he podido saber lo que ocurrió realmente. A veces, ella me decía que sus padres la habían castigado por esto o por lo otro. Pero a pesar de ello, Susi nunca dejó de comportarse como una auténtica e insaciable ramera. Tal y como yo la había enseñado. Mostrando siempre su admiración hacia mí y acatando con sumisión todo cuanto la ordenaba.

Durante semanas estuve seriamente afectada por su ausencia, lo que no me impidió seguir satisfaciendo a mis compañeros con la profesionalidad y dedicación que debe poseer toda puta que se precie. Pero, no era lo mismo sin ella. Sin mi compañera y amiga. Aunque seguía disfrutando a tope de mi condición de puta, sentía que sin ella una pequeña llama se había apagado en mi interior. Me reproché durante un tiempo el no haberme dado cuenta de que aquello podía pasar, y haber hecho algo por evitarlo. Simplemente estaba tan excitada y feliz por todo lo que mi nueva vida me iba descubriendo, que no fui capaz de advertir lo inevitable. Seguramente sus padres decidieron marcharse de la ciudad, y empezar una vida desde cero, apartando a su hija de la tentación que le suponía estar cerca de mí, incomunicándola para que olvidase su pasado reciente como puta y, en definitiva, reeducándola en los valores tradicionales y cristianos que ellos defendían. No les sería muy difícil, dado el grado de obediencia y sumisión de Susi. Es posible que hoy en día ella sólo tenga un vago y borroso recuerdo de aquellos dos maravillosos meses junto a mí.

He pensado miles de veces en nuestro último encuentro, repasando cada instante de aquel día. Estoy segura de que ella lo sabía desde tiempo atrás, y me lo había ocultado intencionada y premeditadamente. Sabía que ese día nos separaríamos para siempre. Que aquello tocaba a su fin. Y aún así, no me dijo ni una sola palabra. He recordado cada beso, cada caricia, cada morreo, cada lamida de coño y cada corrida que compartimos. Me estaba diciendo adiós. Un adiós que no supe ver, cegada como estaba por la lujuria y el vicio.

Pero lo cierto es que el tiempo lo cura todo, y poco a poco me fui sobreponiendo a su pérdida, centrándome en mi única y verdadera obsesión: ser la puta perfecta, la puta ideal. Sólo puedo deciros que acabé aquel curso con magníficas notas, pese a no ir a clase ni realizar ni un solo examen. Después de aquello, ya con diecisiete años, abandoné el colegio para ejercer junto a mi madre y mi hermana en casa. Un año después, cuando alcancé la mayoría de edad, empecé a alternar el trabajo en casa con mi colaboración en un "prestigioso" puticlub de las afueras de la ciudad, donde me labré un nombre en el "mundillo" y llegué a ser (y aún lo soy) una de las putas más solicitadas y mejor pagadas de todo Madrid. Más tarde llegó lo del cine x, donde también alcancé importantes logros profesionales, así como pingues beneficios económicos. Pero, esa es otra historia que ... quizás ... algún día me decida a contar.

A pesar de haber tenido una vida llena de experiencias a cual más satisfactorias y placenteras, el remordimiento de haber dejado escapar a Susi siempre me acompaña. Llevo en un rinconcito de mi corazón a mi amiga del alma, mi sumisa y obediente compañera, mi creación y mi fantasía. Es cierto que con el tiempo llegué a apartarla de mi mente, imbuida como estaba en una descontrolada y excitante carrera como puta y actriz porno. Pero nunca la olvidé. Y ahora, cuando me he decidido a escribir la historia de mis comienzos en el mundo de la prostitución, sacando del baúl de mis recuerdos las sensaciones que llegué a compartir con ella, me doy cuenta más que nunca de lo mucho que la echo de menos. Nunca hice nada por encontrarla, una vez que pasaron las primeras semanas tras su marcha. Me resigné a aceptar su ausencia. Y me lo he reprochado en no pocas ocasiones. Quizás ahora reúna las suficientes fuerzas como para intentar averiguar su paradero, soñando con el día en que el deseado reencuentro tenga lugar, y que nuestro saludo sea el mismo que cuando teníamos 16 años: un profundo e intenso beso de tornillo con nuestras lenguas fundiéndose en una sola, y sintiendo su aliento y su respiración en mi garganta. Ojalá algún día volvamos a encontrarnos.

FIN

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