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Mi sobrina (3)

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MI SOBRINA (3ª parte).

- Pero … ¿cómo puedes decir eso? – preguntó esbozando una mueca de asco - ¿Cómo puedes decir que ser puta es lo mejor del mundo? –añadió escandalizada.

- Mira, Bárbara … cuando en lo más profundo de tu ser te nace la necesidad de tener sexo a todas horas – traté de explicar –; cuando no concibes tu vida sin hacer cada día esas cosas que nos has visto hacer en esos DVD´s a tu madre y a mí; cuando sientes que sin sexo la vida no tiene sentido …

- ¿Eso es lo que sientes, tía? – me interrumpió.

- Sí, cariño, eso es lo que siento – admití – Pero es mucho más que un sentimiento – añadí - Es una necesidad y una pasión, al mismo tiempo.

- Pero eso tiene un nombre, tía Carol … eso es ninfomanía, creo – susurró pensativa, buscando alguna razón lógica para un comportamiento tan depravado como inaceptable para ella.

- Sí, nena … llevas razón. Somos ninfómanas perdidas que necesitamos sexo a todas horas para ser felices – expliqué – Ni siquiera es culpa nuestra. No es algo que hayamos podido elegir – me excusé para justificar el haber nacido siendo tan golfas -  Esa ansiedad sólo aplacable con sexo nos nace muy adentro. Nos sale del alma – concluí esperando ver su reacción ante mis explicaciones.

- ¿Quieres decir que no podéis evitarlo? – preguntó con gesto comprensivo.

- ¡Exacto! – exclamé – Tu madre y yo descubrimos esto siendo unas adolescentes, como tú ahora, casi a tu misma edad. Y cuando tienes 15 o 16 añitos y descubres que lo único que quieres hacer en la vida es follar a todas horas – expliqué, advirtiendo al momento que Bárbaba se sintió incómoda con la palabra “follar” – y te das cuenta de que es para lo único que sirves, lo lógico es convertir esa necesidad de sexo en tu medio de vida.

- Ya … - susurró pensativa, pero con poco convencimiento en su rostro – Y os hicisteis putas, ¿no? ¡Qué sencillo te parece todo!- dijo con ironía.

- Baby, no seas sarcástica. Sé que hay palabras que en esta sociedad tan puritana y tan hipócrita tienen muy mala fama – continué con mis explicaciones – Palabras como “puta” o “prostitución”. Pero es porque se asocian a pobreza, a trata de blancas, a mafias y a esclavitud. Hay muchas mujeres obligadas a ejercer esta profesión contra su voluntad. Eso está muy mal y es totalmente reprochable, pero también hay otras que nos dedicamos a esto por vocación y por convicción. A mí nadie me obligó cuando tenía 16 años a empezar cobrar dinero a cambio de sexo. Vivía bien. No necesitaba el dinero para nada. Podía haber estudiado una carrera y conseguir un buen trabajo después de acabar mis estudios. Pero probé esto y ya no existió otra cosa para mí – continué - Lo hice porque quería, porque me gustaba y porque me excitaba saber (y aún hoy día me excita) que un montón de chicos estarían dispuestos a gastarse sus escasos ahorros para echarme un polvo.

- No sé, tía Carol - dijo pensativa – no termina de convencerme lo que me cuentas – concluyó recostándose sobre el respaldo de la fría silla de metal de la cafetería y cruzándose de brazos, en un gesto inequívoco de que esperaba mejores argumentos.

- Eso es porque no lo has probado, Baby – respondí - ¿Cómo crees que me sentí yo cuando descubrí que tu madre llevaba un año follando a escondidas con todos mis compañeros del colegio? Me dio asco. Sentí vergüenza y odio hacia tu madre.

- ¿Y cómo cambiaste de opinión? 

- Tu madre me abrió los ojos. Está todo escrito en una web de relatos eróticos, donde conté por capítulos cómo descubrí el sexo y decidí convertirme en puta (“Tres putas en casa” y “Carolina, la nueva puta del colegio”) – expliqué – Si tienes curiosidad por conocer todos los detalles, allí podrás leerlo todo con detenimiento.

- Vale – dijo con cierto escepticismo.

- Luego te daré la dirección de esa web, pero quiero que sepas que  las cuatro hemos sido, y somos, muy felices dedicándonos a esto; y que nos hemos ganado la vida muy bien.

- ¿Las cuatro? – preguntó extrañada - ¿A quiénes te refieres?

- Ah, sí, claro – asentí al advertir que sólo había mencionado a su madre y a mí – He olvidado decirte que tu abuela también es puta.

- ¡¿La abuela Lola también?! – exclamó escandalizada.

- Sí, Baby. Ella fue la primera. Se vino del pueblo muy joven, embarazada de tu madre, y empezó a ejercer. Pronto las cosas le empezaron a ir bien, porque es una gran profesional, y era la única manera de mantenernos a tu madre y a mí – expliqué – Nunca nos faltó de nada, Baby. Fuimos a colegios de pago y tuvimos todos los caprichos que quisimos de pequeñas. Y todo gracias a que tu abuela siempre fue una puta con mucha dedicación, arte y talento. Se podría decir que lo llevamos en la sangre, que lo de ser putas lo heredamos de ella.

- ¿Quieres decir que la abuela también hace esas cosas que os he visto hacer a ti y a mamá en esas escenas en DVD y en Internet? – preguntó cada vez más sorprendida.

- Sí, cariño. Ella nos enseñó a hacer todo eso y otras muchas cosas que no has visto. Ha sido nuestra maestra y nuestra guía. Aún hoy día, con 50 años, sigue siendo una puta muy cotizada y con bastante clientela para su edad. 

- ¡Joder, tía! –exclamó – Esto es mucho más fuerte de lo que jamás hubiera imaginado. No sé si podré asimilarlo – confesó algo desconcertada - Y la cuarta a la que has hecho referencia me imaginó que será tu amiga Susi, ¿no? Siempre sospeché que había algo raro en vuestra relación. Llegué a pensar que erais novias lesbianas y que lo ocultabais diciendo que erais amigas.

- No andas desencaminada – asentí – Susi es la única persona ajena a la familia por la que he sentido algo parecido al amor. Nos conocimos hace mucho tiempo, ¿sabes? Cuando aún éramos unas crías experimentando con el sexo – expliqué recordando aquella maravillosa etapa colegial – Ella me adora y me admira. Estuvimos unos años separadas, pero nos reencontramos y decidimos no separarnos nunca más.

- Entonces, ¿sois lesbianas? – preguntó – Ahora que lo pienso te he visto hacer algunas cosas en esas escenas porno que … no sabía cómo encajarlas.

- Supongo que te referirás a orgías con hombres y mujeres al mismo tiempo y a escenas con chicas, ¿no?

- Sí. Pensé que serían exigencias del guión, que estabas actuando. Pero que en realidad eso no podría gustarte-

- Yo nunca actuó en mis películas – le dije mirándola fijamente a los ojos para que entendiese mi nivel de perversión y vicio – Todo lo que me has visto hacer, que no sé qué será exactamente, me encanta y lo hago habitualmente con mi clientela.

- Entonces, ¿te da igual estar con chicos que con chicas? ¿Eres bisexual?

- Mira, cariño … el sexo supone para mí tal pasión y tal necesidad que me gusta todo – dije con convicción – No quiero que mi lenguaje te escandalice, pero me has pedido sinceridad y no puedo serlo si no puedo hablar con total libertad …

- Exprésate como quieras, tía Carol – se anticipó – No creo que tu manera de hablar pueda escandalizarme más aún de lo que ya lo estoy – añadió.

- ¡Vale! – exclamé con gesto serio ante la impertinencia (justificada, eso sí) de mi sobrina – Te decía hace un momento que no soy lesbiana porque me gustan las pollas por encima de cualquier otra cosa. Un buen rabo follándome por cualquiera de mis agujeros es lo mejor que hay. ¡Miento! Hay algo mejor aun: muchas pollas dándome caña por todo el cuerpo. Cuando tenía 16 años tu abuela me enseñó a no despreciar nunca jamás una polla, a disfrutar chupándolas, acariciándolas, lamiéndolas, meneándolas, exprimiéndolas y dejando que me follen a su antojo. No importa el tamaño, la edad, la raza o el color – expliqué con gesto vicioso – Para mí una polla es una fuente de placer, un instrumento para el disfrute al que hay que tratar con devoción y entrega – hice una pausa – Pero chupar un buen chochito también es una delicia. Jugar con los labios vaginales en mi boca o meter un par de dedos dentro también es un placer nada desdeñable. Chicas y chicos. Hay que saber apreciar lo que cada uno tiene, lo mejor de sus encantos.

- Uffff, tía ... lo cuentas con una pasión que hasta estoy empezando a pensar que es una buena noticia el que os dediquéis a hacer ese tipo de guarradas por dinero – comentó sarcásticamente.

- Hablas así por desconocimiento e ignorancia, porque no tienes ni idea de lo que es – la reproché – ¿Tú sabes lo que supuso para mí, que era una chica recatada e infantil que pasaba desapercibida, que a los 16 años todos los tíos del colegio, incluso de un curso más mayores, me llamasen para pedirme citas y me pagasen por estar conmigo? Jamás en mi vida podría haber imaginado tal sensación – expliqué – Pasé de no se nadie a ser la chica más popular y envidiada del colegio.

- Pasaste de ser una chica decente a una golfa … - añadió en tono de burla.

- ¡Pues sí! – asentí, dándola la razón – Y no me avergüenzo de ello. He sido y soy muy feliz, Bárbara. He vivido experiencias que la mayoría de las mujeres ni tan siquiera pueden imaginar. Disfruto cada día con mi trabajo, con cada cliente, con cada escena de esas que has visto en Internet. ¡Me encanta! He aceptado lo que soy, aunque al principio me resistiera y quisiera negar la realidad. He asumido que soy más que una golfa que va por ahí follando con cualquiera. Soy mucho más que eso. Soy una puta de los pies a la cabeza. Nací puta y moriré puta. No como tantas otras mujeres que, en cambio, reprimen sus instintos y se pasan la vida entera sometidas al imperio del “qué dirán”; imaginando cada noche, en sueños, con hacer las cosas que yo hago cada día. Eso me enorgullece. Jamás quieras humillarme, Bárbara, burlándote de mi por ser una puta – dije muy seria, censurando sus comentarios irónicos - porque si de algo presumo en esta vida es de ser una grandísima puta y de que las personas que más quiero (mi madre, mi hermana y Susi) también lo sean.

Bárbara se quedó en silencio, tratando de asimilar la pequeña bronca por pretender burlarse de mí y de las explicaciones que acababa de recibir. En el fondo la entendía porque a mí me sucedió lo mismo el día que presencié por primera vez a mi propia madre y a mi hermana follando sin ningún pudor con un grupo de hombres en el mismísima salón de mi casa. La primera reacción ante una noticia así es lógico que sea de rechazo.

- Sé que ahora no puedes entenderlo – añadí suavizando el tono de mi voz - pero te aseguro que no es nada de lo que avergonzarse. Además, toda esa mierda que te habrán metido en la cabeza en esa especie de convento …

- No soy tan manipulable por un grupo de mojas como tú crees – se defendió – No soy muy religiosa, precisamente. Pero una cosa es no creerse lo que dice la Biblia o cuestionar algunos dogmas de la Iglesia, y otra muy distinta es que me tenga que parecer lo más normal del mundo que toda mi familia se dedique a la prostitución y al cine porno.

-  Lo sé, cariño – admití – Pero es algo que algún día entenderás. Si me dejaras enseñarte algunas cosas … -insinué.

- ¿A qué te refieres? – preguntó extrañada.

- Ya sabes, Baby – dije con tono dulzón – si quisieras probarlo … para ver qué se siente, que reacciones te provoca, si tan malo es como piensas ... – insinué.

- ¿Probarlo? ¿Probar el qué? – preguntó - ¿El sexo?

- Probar este mundillo, el sexo, el trato con los clientes, con Susi, conmigo, … Que veas que eso que ahora rechazas de plano puede no ser tan aberrante y repugnante como piensas – expliqué.

- ¿Me quieres convencer para que me prostituya junto a vosotras?

- Más o menos … sólo para que veas como es – sentencié.

- ¿Estás loca? ¡Ni en broma! – exclamó con rotundidad.

- Mira … te propongo una cosa – dije – Tú no tendrás que hacer nada, ¿vale? Que te quede claro eso.

- ¿A qué te refieres?

- Esta noche Susi y yo tenemos unos clientes – expliqué – Son tres futbolistas de un equipo extranjero que esta haciendo la pretemporada aquí cerca, en Majadahonda. Nos han contratado para dentro de un rato, a las diez – añadí mirando de reojo mi reloj de muñeca y advirtiendo que eran ya las ocho y media - y se me ha ocurrido que quizás tú podrías venir con nosotras … y mirar. ¡Sólo mirar! – puntualicé de inmediato.

- ¿Sólo mirar? - preguntó – No tengo nada que ver. Ya te he visto en los vídeos porno esos y no me gustan ni un pelo. ¿Cómo puedes mirarme a la cara y decirme que te sientes orgullosa de que todo el mundo te vea haciendo esas cosas? – preguntó con una mueca de rechazo.

- ¿Me vas a decir que cuando me viste chupando pollas y follando por el culo y por el coño no te pusiste un poco cachonda? – pregunté con malicia.

- ¡Pues no! – contestó rotundamente.

- Bárbara, hemos hecho el trato de ser sinceras – la recordé – Yo lo estoy siendo, pero ahora reconóceme tú que un poco de curiosidad y de calentura sí te habrá entrado viéndome en acción e imaginándote a ti misma haciendo cosas parecidas.

- Ehh … es … estooo … - tartamudeó sonrojándose levemente - ¡Bueno, vale! –exclamó- Un poco sí. Pero porque no soy capaz de entender qué le veis de maravilloso a hacer todo ese tipo de guarradas. No creo que sea para sentirse orgullosa, sino todo lo contrario. Esas cosas se hacen en la intimidad y no delante de una cámara para que todo el mundo te vea. Una cosa es que tener sexo y otra lo que hacéis mamá y tú, ahí … delante de todos, como si fuerais mercancía. Y eso sí me hace sentir un poco de curiosidad, porque no logro entender que algo que a mí me resulta tan repugnante a ti te parezca lo mejor del mundo – reconoció.

- Entonces - propuse - vente esta noche y presencia lo que vamos a hacer, ¿vale? Tú sólo mira. Te garantizo que no es lo mismo vivirlo en directo que a través de la pantalla de un ordenador portátil – le expliqué – Tú sólo dedícate a apreciar todos los detalles y a decidir si es o no excitante. Para mí es más que un trabajo. Es … es … - traté de buscar la palabra adecuada - … es … ¡arte! Si después me dices que no te ha gustado y que te sigue pareciendo asqueroso y vergonzoso, te prometo que nunca más te mencionaré nada de esto y que podrás, si  quieres, hacer como que esta noche nunca ha existido. ¿Trato hecho?

- Bueno, vale, … trato hecho – dijo sin mucho convencimiento.

- ¡Camarero, cóbrame! – exclamé al momento de recibir el visto bueno de mi sobrina. No veía el instante en que mostrarle lo maravilloso de este mundo.

 Durante el breve recorrido desde la estación de Atocha hasta la casa de mi madre, donde habitualmente recibíamos a la clientela, Bárbara se mostró cohibida y vergonzosa. Para no convertir aquello en un tenso e incómodo silencio, tomé la iniciativa de la conversación.

- Ya verás qué guapas nos ponemos Susi y yo. Nos gusta maquillarnos bien y vestirnos con ropa muy sexy. Antes de venir a buscarte le pedí a Susi que preparase bien todo, ya que estos clientes son futbolistas y pagan muy bien. Tenemos varios juguetitos para que la fiesta sea más atractiva. Ya sabes, bolas chinas, consoladores de varios tamaños, lubricantes con sabores, arneses, … - pensé que hablando con normalidad de todo ello, Bárbara se sentiría menos incómoda.

- ¿Qué es exactamente lo que vais a hacerles a esos hombres? – preguntó con timidez.

- En realidad, lo que ellos quieran – expliqué – Espero que se presten a participar en algún jueguecito especial, más que nada para que puedas vernos a Susi y a mi en plena acción, y no sólo echando un polvo en la postura del misionero.

- ¿Qué es para ti “plena acción”?

- Más o menos lo que ya has visto en esas escenas de Internet y en ese DVD que sacaste antes, pero en directo es más espectacular. El sexo puede olerse. Los flujos, el semen, el sudor, nuestras respiraciones entrecortadas, … - expliqué - En el cine porno se corta cada dos por tres y la mitad de lo que se graba luego se edita y no sale en la escena que se muestra al público. Aquí lo verás todo – expliqué – Yo espero que estos chicos sean capaces de aguantar nuestra depravación y no se limiten a echarnos un polvo rápido. Pagan bastante pasta y no creo que se conformen con algo tan sencillito.

- Y … ¿puedo saber cuánto os pagan? – preguntó.

- Mil quinientos Euros.

- ¿Tanto? – preguntó sorprendida.

- He llegado a cobrar seis mil Euros por participar en la fiesta de cumpleaños de otro futbolista – le expliqué orgullosa – Somos muy buenas y tenemos un caché alto. Además, soy una ex estrella del porno y eso hace que contratar mis servicios sea más caro.

- ¿Y cuántos clientes tienes? – preguntó, cada vez más curiosa.

- Muchos, Baby – respondí – Todos los días atiendo a varios. A veces tengo que desplazarme a un hotel o ir a un restaurante a una despedida de soltero. Otras veces los recibimos en casa. Algunos me contratan a mí por separado, o a Susi o a la abuela. Otras veces, nos contratan en grupo, como esta noche – expliqué – Hay días, sobre todo los fines de semana, que puedo tener cuatro o cinco citas.

- Entonces, ¿ganarás mucho dinero?

- Sí, ya te dije que se puede vivir muy bien de esto si eres buena. Tengo acciones en varias sociedades e inversiones inmobiliarias. ¿De dónde crees que ha salido este Mercedes o el piso de Chamberí? – pregunté de forma retórica - ¡De lo buena puta que soy!

- Vamos a casa de la abuela, ¿entonces?

- Sí. En realidad es allí donde vivimos. Es una especia de casa- burdel. Por eso siempre que vienes de vacaciones nos mudamos al piso de Chamberí. Lo hacíamos para que no sospechases nada raro.

- ¿Y estará la abuela?

- No, ella tiene un cliente habitual al que visita a domicilio y luego se pasará un rato por un puticlub en el que últimamente alterna de vez en cuando – expliqué – Regresará tarde, ya de madrugada.

- Es que me daría mucha vergüenza que estuviera ella – explicó – me la va a dar de todas maneras, pero con la abuela delante viéndola hacer esas guarradas  … uffff, no sé si podría mantener los ojos abiertos.

- No te preocupes – la tranquilicé – hay tiempo de sobra hasta que ella regrese.

- ¿Y Susi? – preguntó - ¿No se negará a que yo esté presenté?

- Susi es una chica que no piensa mucho – expliqué – Hará lo que yo le diga … y encantada de la vida. ¡Ya hemos llegado! – exclamé aparcando el coche en línea, frente al vado de nuestro garaje.

Aún faltaba más de una hora para que llegasen los tres futbolistas que habían contratado nuestros servicios; tiempo suficiente para maquillarme y vestirme adecuadamente. Al abrir la puerta, la casa estaba en silencio. Bárbara pasó junto a mí, arrastrando su pequeña maleta con ruedas. Cerré la puerta y pasamos al salón. Susi ya había preparado la estancia. En la mesa central estaba mi maletín de juguetes sexuales. Estaba abierto, y podían verse varios de los artilugios que usábamos frecuentemente en nuestros juegos. De pronto, al oír nuestros pasos, una voz surgió desde el piso de arriba.

- ¿Carol, eres tú?

- ¡Sí, Susi! – exclamé – ¿Qué haces?

- Estoy poniéndome un enema.

- Baja en cuanto puedas, ¿vale? Tengo que comentarte algo.

- ¡Vale!, en seguida termino. He metido una botella de Moet Chandon en la nevera y he dejado tu ropa sobre el sofá. ¿A ver qué te parece?

Baby miró en dirección al sofá, acercándose muy despacio. Sobre el mismo había, cuidadosamente doblada, dos montones de ropa.

- ¿A ver que ha preparado Susi? – pregunté examinando la ropa – ¡Oh, unas medias de vinilo negras! – exclamé enseñándoselas a Baby – Esto me sienta genial porque se ciñe a las piernas como si fuera un guante y me hace más estilizada – expliqué - ¿A ver qué más? ¡Un liguero y unas braguitas de látex dorado! ¡Qué bonitas! Y … ¡una camiseta de redecilla! Blanca, para hacer contraste. Todo precioso, ¿no crees?

- Ehhh … no sé … la verdad … no sé … - balbuceó ante semejante indumentaria tan provocativa como excitante.

- Faltan los zapatos – observé – Susi, ¿y los zapatos? – grité para que me oyese desde el piso superior.

- ¡Ahora te los bajo, Carol! Ya estoy terminando con el enema.

- ¡Qué te juegas a que me baja unos dorados de plataforma y tacón de aguja de diez centímetros que tengo, para que hagan juego con las bragas! – le susurré con picardía a Baby – A Susi le encantan esas combinaciones de colores.

Bárbara no me contestó. El desparpajo que me había demostrado en la cafetería había dejado paso a una vergüenza monumental. La misma cría de 15 años que atraía las miradas de todos los viajeros en la estación, por su porte y su apariencia de madurez, ahora no aparentaba apenas la edad que realmente tenía.

- Cuando vengan los clientes les explicaré que tú también eres una clienta que paga por mirar sin intervenir – le expliqué – Espero que no pongan pegas. Tú te sientas en aquella silla de la esquina y miras, ¿vale? Les diré que no se atrevan a tocarte, que tú pagas sólo por mirar. Tú asiente a todo para que se lo crean, ¿vale?

- De acuerdo, tía – asintió visiblemente sonrojada.

- ¿Qué querías comentarme, Carol? – se escuchó mientras Susi descendía por la escalera. Esperé a que girase el recodo y viese a mi sobrina.

- Está aquí Bárbara, mi sobrina – dije. Susi se quedó paralizada. Bajaba por la esclarea, descalza y cubierta por una toalla blanca, recién salida de la ducha.

- ¡Oh, qué sorpresa! – dijo acercándose a Bárbara para darla dos besos. No se percató de la situación de mi sobrina hasta que se la expliqué.

- No te sorprendas, Susi – la tranquilicé - Está aquí porque le he contado toda la verdad y ha venido a presenciar cómo atendemos a los clientes de esta noche – expliqué - ¡Sólo viene a mirar! La he convencido para que vea cómo es esto porque dice que no entiende por qué nos dedicamos a la prostitución.

- ¡Ah, menos mal! – exclamó con alivio – Pensé que había metido la pata al dejar en el comedor tu ropa y el maletín de juguetes. Por cierto, falta un consolador con arnés – añadió con total normalidad.

- Se lo habrá llevado mi madre para esta noche – supuse – Por cierto, has saludado con dos besos a mi sobrina, pero … ¿a mí no me saludas? – pregunté con picardía, sabiendo que Susi y yo siempre nos dábamos un morreo para saludarnos o despedirnos. Quería provocar a mi sobrina y aquello me pareció un buen momento para empezar.

- ¡Ay, perdona, Carol! – se excusó – Tienes razón – añadió acercándose a mí y, con la boca entreabierta, posó sus labios sobre los míos deslizando su jugosa lengua en el interior de mi boca. La cogí fuerte por la nuca, con ambas manos, y la atraje hacia mí para morrearnos intensamente durante unos quince segundos, ante la atenta y escandalizada mirada de mi sobrina.

- ¡Que sea la última vez que se te olvida saludarme, Susi! – la reprendí como si se tratase de un perrito que no ha levantado la pata cuando su dueña se lo ordena.

- ¡Sí, Carol! – respondió en tono sumiso.

- No te asustes, Baby … es que Susi y yo siempre nos comemos la boca para saludarnos y no me gusta que se pierdan las buenas costumbres – le dije a mi sobrina para explicar la regañina - ¿Y dices que ya te has puesto un enema en el culo? - pregunté a Susi. Ella asintió – Verás, Baby, una de las lecciones que toda buena puta debe aprender es a tener siempre su ojete limpio por si algún cliente quiere meter su polla, sus dedos o su lengua ahí dentro – le expliqué mientras mi sobrina permanecía avergonzada junto a nosotras. Su silencio me animó a seguir provocándola – A ver, Susi … ¡déjame que compruebe si el enema te ha hecho efecto!

- Claro, Carol – obedeció al instante, dándose media vuelta y subiéndose la toalla que cubría su cuerpo por encima de las caderas. Su redondo y carnoso trasero se apareció ante nosotras.

- ¡Mira qué pedazo de culo tiene Susi! – le dije a mi sobrina al tiempo que agarraba con fuerza sus poderosas nalgas. Baby me contemplaba con una mueca de asco, pero en silencio. Eso me espoleó aún más. Me arrodillé frente al pandero de Susi y miré con descaro a mi sobrina – La única manera de comprobar si el enema que se ha puesto le ha limpiado el ojete correctamente es meter la lengua dentro, ¿no crees?

- ¡Sí, Carol! – exclamó Susi – comprueba con tu boca que está limpito y listo para ser follado.

- ¡No te estoy preguntando a ti, Susi! – la regañé – Se lo estoy diciendo a mi sobrina. Dime, nena, ¿te daría asco ver cómo meto la lengua en su culo? – pregunté con gesto vicioso.

- Sssssssí … - susurró, nerviosa.

- ¡Pues a mí no! – sentencié, al tiempo que comenzaba a lamer la puerta trasera de Susi - ¡Lalalaalalalalala – jugueteé con mi lengua en su trasero – ¡Uhmmm, qué rico! Parece que está limpio, sí. ¡Bien hecho, Susi! – la elogié dándola una palmadita en una nalga.

- Gracias, Carol. Siempre me lo pongo como tú me enseñaste – dijo Susi son su habitual tono bobalicón. Siempre que se sucedía una escena en la que comprendía que esperaba de ella que fuese sumisa y obediente, Susi captaba en seguida que debía exagerar su ya de por sí simplona e infantil personalidad.

- ¿Ves, Baby? – pregunté para seguir provocándola – La he metido la lengua en el ojete y nos ha encantado a las dos. ¿Ves algo de malo en ello?

- No, pero …

- Pero, ¿qué? – la corté con rotundidad - ¿Me estás diciendo que no te apetecería probar a ti? ¿No tienes curiosidad por descubrir a qué sabe su culo?

- Puessss … no – respondió con ciertas dudas

- Has dudado – observé – Quizás quieras ver algo más para decidir si te gustaría probarlo, ¿no? - ¡Agggg! – abrí la boca y metí nuevamente la lengua en el ano de Susi, que se contrajo involuntariamente al sentir mi lengua abriéndose camino en su estrecho agujero, al tiempo que separaba con mis manos sus carnosas nalgas – ¡Ahhhggggg! – exclamé al tratar de profundizar todo lo posible en su interior.

- ¡Sí! ¡Mé-te-la más, por favor! – exclamó Susi, colocando sus manos sobre mi cabeza y apretándola contra su pandero.

- ¡Agggggghhhh! – respiré al sacar mi lengua de su ojete. Miré con desvergüenza a mi sobrina – Parece limpio, pero no logró llegar tan adentro como quisiera. ¿Me haces un favor, Baby? ¡Tráeme el maletín que hay sobre la mesa del comedor! – Baby, muy cortada y confusa, me acercó el maletín y lo depositó en el suelo, junto a mí - ¡Buena chica! ¿Qué consolador crees que sería el más idóneo para comprobar si todo su recto está debidamente aseado?

- No lo sé – dijo con timidez.

- Elegiré este, entonces – dije cogiendo uno de látex negro, uno muy largo pero algo más fino que los consoladores ideados para introducirlos por el coño.

- ¡Méteme el que quieras, Carol! – intervino Susi – Sabes que cualquiera me cabe de sobra.

- No quiero follarte, Susi, sino llegar muy adentro de tus intestinos para comprobar si el enema te ha hecho pleno efecto – expliqué – Además, quiero que mi sobrina vea que somos putas, pero limpias. A ver … - dije apuntándolo sobre su culo - … que entre poco a poco – añadí mientras el consolador se deslizaba en su dócil ojete - ¿Has visto con qué facilidad entra, Baby?

- Sí, ya veo … - dijo muy atenta a toda la operación, pero con un permanente gesto de grima.

- ¿Sabes por qué es eso? ¿Sabes por qué se desliza tan fácilmente? – pregunté a Baby con gesto lascivo al tiempo que empujaba la barra de látex negro.

- ¿Por qué? – preguntó con ingenuidad.

- Porque Susi es una putita a la que le encanta follar por el culo – expliqué sin desatender el consolador en el ano de mi amiga – Tiene muy bien entrenado el ojete porque a todos los cliente les encanta ponerla a cuatro patas y darla por detrás con fuerza. ¿A qué sí, Susi?

- Me vuelve loca que me den por el culo – confirmó con vocecilla infantil.

- Ahora que tienes casi treinta centímetros de consolador alojados en tu puto culo, dinos una cosa, ¿te sientes mal? ¿Te duele algo? ¿Estás incómoda? Te avergüenzas de algo? Te lo pregunto porque mi sobrina piensa que esto no está bien, que no es correcto y que deberíamos avergonzarnos – añadí mirando de reojo a mi sobrina para ver su reacción.

- ¿Dolor? ¿Vergüenza? – exclamó extrañada – ¡Estoy en la puta gloria! ¡Me encanta!

- Mira cómo le chorrea el coño, Baby – advertí empujando a Susi hacia delante para mostrar su entrepierna a mi sobrina y obligándola a que separase las piernas y se  apoyase contra el tercer peldaño de la escalera - ¿Ves? – dije acariciando el depilado chumino de Susi y mostrando a Baby los flujos que derramaba – Se pone así porque le gusta lo que le estoy haciendo. Y eso que esto sólo es una simple comprobación para ver si el enema ha funcionado, que cuando empecemos a follar … ufff … ya verás cómo se pone.

- Gira el consolador en mi culo, para que llegue bien la punta a todas las parte de mis intestinos – sugirió Susi, cambiando de tema.

- ¡Buena idea! – asentí, haciendo de inmediato lo que me pedía. Tras varios giros completos, saqué el consolador de su culo y lo contemplé durante unos segundos – Parece que está limpio, ¿no, baby? No tiene restos de heces ni nada por el estilo, ¿verdad? – pregunté acercándole el consolador. Ella lo miró con cara de asco y negó con la cabeza - Ahora viene la “prueba del algodón”, Baby – la dije guiñándola un ojo con gesto vicioso - ¿Quieres hacer tú los honores? – la pregunté acercando el trozo de látex recién salido del culo de Susi a su cara-.

- ¡No! – exclamo echándose para atrás.

- Veo con tristeza que no aprendes, Baby – dije con seriedad – Pero llegará el día en que te arrepientas de haber rechazado un manjar como este. ¡Mira lo que hago yo! – exclamé al tiempo que me metía el consolador en la boca y lo deslizaba entre mis labios - ¡Sluuurpppp, sluuuurpppp! – era el sonido que salía de mi garganta mientras degustaba con glotonería el sabor del culo de Susi en aquel trozo de plástico y miraba con gesto desafiante a mi sobrina.

- ¡Déjame probarlo a mí también! – exclamó Susi, deshaciendo su postura, arrodillándose junto a mí y buscando con su boca el consolador, aún dentro de la mía.

- ¡Toma, cariño! – exclamé ofreciéndoselo para que lo chupara. Susi se aferró a él y se lo metió en la boca, mamándolo con glotonería, mientras mi sobrina permanecía en pié, con los brazos cruzados y con el mismo gesto de asco - ¿Ves por qué la quiero tanto, Baby? Porque es tan puta como yo, porque sabe disfrutar de la vida y de los placeres de la carne sin ningún tipo de complejo o de estúpido cargo de conciencia. Espero que algún día tú puedas entenderlo – dije mientras me ponía en pié – Me voy para arriba. Tengo que prepararme para los clientes. Susi, vente conmigo. Tienes que vestirte y ayudarme a maquillarme – la ordené, mientras seguía chupando el consolador y mirando con atención las reacciones de mi sobrina – Tú, Baby, quédate aquí y espera a que bajemos.

En menos de media hora me puse un enema rápido, me duché y me perfumé. Susi y yo nos ayudamos mutuamente a maquillarnos. Desde mi etapa en el porno me gustaba ponerme unas largas pestañas postizas y mucho rimel; tonos verde pastel para los ojos, difuminados con un pincel grueso, colorete rosado muy ligero y un poco de purpurina brillante en los pómulos; y los labios bien perfilados. Mientras nos maquillábamos hice balance sobre cómo iban las cosas con mi sobrina. Había obtenido alguna reacción que califiqué como positiva. De hecho, cuando le acerqué el consolador recién salido del culo de Susi, durante un breve momento aprecié en sus ojos una sombra de duda y de curiosidad. Estuvo a punto de lamerlo, pero al final se echó para atrás. Quería convencerme a mí misma de que si era capaz de que se animase a probar el sexo tal y como yo lo concebía, quizás se transformase en la puta que tanto deseaba que fuera. Tenía un cuerpo perfecto para dedicarse a esto, era inevitable mirarla con otros ojos que no fueran los de la lujuria y el deseo. De hecho, cuando un rato antes había metido mi cara entre las nalgas de Susi y había hurgado con mi lengua en su ojete, deseé con todas mis fuerzas poder hacer aquello algún día con mi sobrina. Tenía que conseguir que se entregase a la más poderosa de las drogas: el sexo y la prostitución vocacional. Apenas unas horas antes ni siquiera hubiese imaginado poder descubrir todo nuestro modo de vida ante sus ojos, y ahora la tenía en el salón de casa esperando a ver cómo Susi y yo atendíamos a tres clientes. No sabía si aquello serviría a mis propósitos, pero desde luego había supuesto un avance.

- Susi, tenemos que conseguir que Baby sienta tal excitación que desee probar este mundo – la dije – Pórtate lo más guarra y depravada que puedas.

- Yo creo que se ha puesto cachonda cuando me has comido el culo – me dijo dándome unas suaves pinceladas de maquillaje sobre los párpados.

- Seguramente – admití – pero no lo reconocerá fácilmente. La han educado en ese internado para que sea una jodida beata, remilgada y santurrona. Quizás hubiera sido más asimilable para ella empezar con algo más hetero, ya sabes … chupando una polla delante de ella y que se animase a darle unos lametones – aventuré – Creo que es un poco reacia a las relaciones lésbicas y bisexuales.

- Con lo bonito que es poder tener al mismo tiempo una polla y un coño para chupar – dijo Susi, mientras repasaba el pincel con unos toques de purpurina dorada sobre mis pómulos.

- Ya, pero es primeriza y seguramente no lo verá así. Es posible que tuviera que haber ido más despacio con ella …

- Ya verás cómo con el tiempo tu sobrina acaba siendo tan puta o más que todas nosotras – me tranquilizó Susi – Lo lleva en la sangre, Carol.  

- Ojalá sea como tú dices – concluí.

Susi había elegido para la ocasión una braga-culote de color plata, del mismo color que un diminuto bikini que apenas si cubría las aureolas de sus pezones y que dejaba al descubierto sus enormes tetas. El culote tenía una cremallera en la entrepierna para poder abrirla y dejar al descubierto tanto su culo como su coño, y poder así follar sin necesidad de quitarse toda la prenda. Su melena negra azabache y unas botas de plataforma, también plateadas, de caña alta (hasta la rodilla), y acordonadas por delante, completaban su impactante aspecto. Llevaba un par de gomas del pelo en su muñeca, sabedora de que, una vez en plena acción, era habitual que necesitásemos hacernos sendas coletas. Recordé que tenía la ropa en el salón y bajé desnuda y descalza, con los zapatos que Susi había elegido para mí en la mano, para poder vestirme abajo, mientras ella se contemplaba ante espejo. Le encantaba mirarse con aquellos atuendos y siempre me preguntaba, por culpa de su personalidad insegura, si tenía el aspecto de una auténtica puta. Bajé en silencio esperando encontrar a mi sobrina sentada, cruzada de brazos y aburrida. Sin embargo, algo inesperado ocurrió. Baby había recogido el maletín de juguetes que ella misma un rato antes  había acercado hasta la zona de la escalera para elegir un consolador que meter por el culo a Susi. Lo había devuelto a su lugar, pero estaba examinando los instrumentos que se contenían en el maletín. Antes de que advirtiese mi presencia me escondía tras la puerta del salón, miré por la rendija. Quería ver qué hacía cuando no sabía que la observaban.

Baby tenía un juego de bolas chinas en la mano. Lo palpó y se lo llevó a la nariz, como si quisiera olerlo. Después, mirando a un lado y a otro para asegurarse de que nadie la observaba, lamió una de las bolas y se la metió en la boca durante unos segundos. A continuación, dejó las bolas chinas en el maletín y sacó un tapón anal transparente. Era un tapón bastante ancho que solíamos usar para dilatarnos el ojete cuando la ocasión lo exigía. La última vez que lo usamos fue porque un cliente le pidió a mi madre follarla el culo con un bate de béisbol y tuvimos que prepararla el culo con ese tapón para que, llegado el momento, su ano cediese ante la brutal anchura del bate. Lo examinó con detenimiento, como si quisiese averiguar en qué agujero del cuerpo cabía algo tan grande. Después, tomó un pequeño vibrador que usábamos para la estimulación del clítoris. A continuación, examinó con curiosidad un consolador de 60 centímetros de longitud de látex negro con la simulación de un glande en cada extremo. Susi y yo utilizábamos mucho aquel consolador para follarnos haciendo la tijera, ya fuese por el coño o por el culo, enganchadas cada una a un extremo. Últimamente también nos servía para entrenar la profundidad de nuestras gargantas a la hora de comernos una polla. Cada una engullía el consolador por un extremo y teníamos que conseguir, haciendo que nuestra garganta cediese al máximo, que nuestros labios se juntasen a medio camino. De ese modo, nos asegurábamos una capacidad oral de 30 centímetros de profundidad cada una, lo que garantizaba poder mamar cualquier polla humana engulléndola hasta los huevos y albergándola toda entera en la boca. Baby pasó sus manos a lo largo de aquel consolador, acariciándolo como si se tratase de una larguísima polla real. Finalmente, tomó el consolador que le había metido por el culo a Susi media hora antes, y que las dos habíamos chupado con glotonería para comprobar la higiene y pulcritud del interior de su ano. Lo miró a escasos centímetros de su cara. Desde mi posición pude ver cómo aún tenía restos de la saliva de ambas al chuparlo y lamerlo. Sonreí al ver que por fin mi sobrina demostraba curiosidad. Era otro pequeño avance. Lo que no esperaba es lo que hizo a continuación. Volvió a mirar a un lado y a otro de la estancia, sin advertir mi presencia tras la puerta, observando a través de la rendija, y sin más contemplaciones se lo metió en la boca. Lo mantuvo en su interior, no más de diez centímetros, durante unos segundos y, a continuación, se lo sacó. Tragó saliva mientras miraba el consolador y se llevó una mano a la entrepierna. Inmediatamente, repitió la operación, pero esta vez introdujo más trozo de látex en el interior de su boca y también lo mantuvo más tiempo dentro. ¡Estaba cachonda!

No sé hasta dónde habría llegado mi sobrina porque sonó el timbre. Soltó el consolador como un resorte, como si la hubiesen pillado in fraganti, y salió del salón rumbo a la cocina. Me asomé a la mirilla y observé a tres jóvenes de raza negra. ¡Eran ellos! ¡Los clientes! ¡Los jugadores de fútbol de un equipo extranjero que hacía la pretemporada en Majadahonda y que tenían que volver a medianoche a su hotel de concentración. El timbre volvió a sonar. Aún no estaba vestida. Me cercioré de que Baby ya no estaba en el salón antes de salir sin descubrir que la había estado espiando.

- ¡Susi, son ellos! – grité - ¡Abre tú que yo aún no esto vestida! Entretenlos dos minutos mientras me visto y salgo, ¿vale?

- ¡De acuerdo, Carol! Ya abro yo – dijo Susi mientras el tintineo de su taconazos sobre el parquet de la escaleras me anunciaba su llegada. El timbre volvió a sonar - ¡Ya va, ya va! – gritó Susi, acelerando el paso, mientras yo recogía mi ropa y me metía en el aseo para vestirme.

Continuará …

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