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Puta la madre, puta la hija (4ª parte).

en Grandes Series

 

 

DE TAL PALO TAL ASTILLA: PUTA LA MADRE, PUTA LA HIJA (4ª parte).

 

 

 

 

  • ¡Uff, primo! ¡Tienes buena polla! - exclamé tras dar un par de chupadas. Era uno de esos rabos que me gustan especialmente. No demasiado largo, pero gordo y circuncidado.

  • Seguro que se lo dices a todos … - dijo bromeando.

  • ¡Jajaja! - reí sin dejar de meneársela – Llevas razón, primo. A todos mis clientes les digo que tienen buen rabo aunque sea mentira. Pero en tu caso es que tienes buena polla – concluí para, de inmediato, volver a la tarea de mamársela.

  • ¡Ohhh, joderrrrr, prima, qué bien chupas! - exclamó recostándose sobre el respaldo, víctima del placer le estaba proporcionando.

  • No me decepciones y vayas a correrte antes de tiempo – le advertí al tiempo que acariciaba sus huevos con mis largas uñas de porcelana – Quiero que me folles antes de volver al funeral.

  • Sí, sí, sí … no te preocupes, que estoy deseando metértela – susurró entre suspiros.

  • ¡Ahhhggg! - exclamé volviendo a chuparle la polla, pero esta vez llevando su capullo hasta lo más profundo de mi garganta. Avancé lentamente con mis labios aferrados a su gruesa barra de carne de macho hasta que mi nariz tocó su pubis. Noté cómo mi boca se inundaba con su polla y me sentí feliz por ser tan guarra y disfrutar tanto con un rabo en mi interior. La mezcla de su líquido preseminal y mi saliva comenzó a resbalarme por la barbilla. La polla estaba dura, lubricada y preparada para probar otro de mis agujeros. Era el momento de finalizar la mamada y empezar a follar - ¡Vamos a los asientos traseros! ¡Quiero meterme tu polla en el coño ya!

 

Los Mercedes Sportcoupé sólo tiene dos puertas (además del portón trasero), de forma que para acceder a los asientos de atrás hay que salir de coche, plegarlos y volver a entrar. Así lo hicimos. Aproveché a quitarme los vaqueros y el tanga fuera del coche, consciente de lo complicado que luego sería hacerlo en tan reducido espacio. Mi primo, ya en el interior, me contemplaba con gesto vicioso y con la polla apuntando hacia el techo del Mercedes. Antes de volver al coche, deslicé los asientos delanteros para ganar espacio en la parte trasera, me senté junto a él, le bajé bien los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos y me dispuse a cabalgar sobre su erecta polla. Conocía el procedimiento más eficaz para follar en los asientos traseros de un vehículo de memoria, pues lo había repetido cientos de veces en mi etapa de puta callejera. Me subí la camiseta y me quité el sujetador, invitándole a que me sobara y me chupara las tetas antes de cabalgar sobre su rabo.

 

  • ¡Slurrrp, sluurrpp! ¡Buen par de tetas, prima! - dijo mientras las estrujaba y las lamía, centrándose en mis erectos pezones.

  • ¡Come, primo, come! - exclamé aprisionando su rostro entre mi pechos. Me senté sobre él, a horcajadas, apoyando las rodillas sobre los asientos. De inmediato, noté su barra de carne en mi trasero. Sin dejar de restregar las tetas por su cara, y con la maestría que me caracteriza, enganché su polla con la mano y la deslicé hacia mi chumino. Pegó un respingo al sentirse dentro de mí.

  • ¿Sin condón? - preguntó.

  • ¿Tienes miedo de que te pegue algo, primo? ¡Estoy sana como una manzana! - exclamé mientras acomodaba su rabo en mis entrañas. Cuando sentí sus huevos en mis nalgas, moví las caderas y el culo circularmente para que la polla se asentara en mi interior e, inmediatamente, comencé a cabalgar.

  • ¡Joooodeeeerrrr, prima! ¡Cómo follas, por Diossssss! - exclamó al sentir su polla deslizándose dentro y fuera de mi chocho.

  • ¿Sí? ¿Te gusta mi coño? - pregunté con descaro y picardía al ver su reacción.

  • ¡Me encanta! - exclamó excitado y sin dejar de apresar mis tetas con su manos.

  • ¡Ven, mete la cara entre mis tetas! - le ordené - ¡Y agarra fuerte mi culo!

  • Sí – susurró obedeciendo mis instrucciones. Sentí sus manos apretando con fuerza mis nalgas y su aliento entrecortado en mi canalillo. ¡Me encantaba! Estaba tan excitada por follar con un primo al que apenas si acaba de conocer media hora antes que olvidé por un momento que estaba allí para acompañar a mi madre al entierro de mi abuelo. Seguí cabalgando con ritmo sobre su polla mientras él me comía las tetas y me magreaba el culo. Me apetecía que me diera por culo, pero no sabía cuánto aguantaría antes de correrse y frustrar aquella follada tan excitante como inesperada.

  • "She´s nothing like a girl you´ve ever seen before. Nothing you can compare to your neighborhood, hoe. ..."

  • ¡Joder, ¿qué coño es eso? - preguntó mi primo contrariado por la interrupción.

  • Es mi móvil. Tengo que cogerlo. Seguro que es mi madre – expliqué, identificando la melodía personalizada que había configurado para ella (“Sexy bitch”, de David Guetta). Sin sacarme la polla del coño, y en una postura algo acrobática, hice un escorzo con el cuerpo buscando mi bolso en los asientos delanteros. Saqué el móvil del bolso - ¿Sí? ¿Mamá?

  • ¿Dónde estás? - preguntó algo molesta por mi ausencia injustificada durante tanto tiempo.

  • Ehh, estooo … verás, mamá … - balbucí para que mi mente ganase tiempo en buscar una excusa creíble – … estoy … estoy … ¡desayunando!

  • ¿Desayunando? - preguntó incrédula – Carol, llevas más de media hora fuera. No estarás haciendo de las tuyas, ¿verdad? - me advirtió con seriedad al tiempo que mi primo, incapaz de controlar sus impulsos por más tiempo, me sujetaba con ambas manos por las caderas y comenzaba a follarme con energía. Le hice un gesto para que se detuviese, pero no hizo caso y continúo con el mete-saca.

  • No, mamá – mentí – Verás, he conocido a un primo. Se llama Javier y es hijo de tu hermano Vicente. Me ha invitado a desayunar y me está poniendo al día con la familia – expliqué mientras le ponía la mano en la boca para que sus jadeos no nos descubrieran – Ya estamos terminando. Voy para allá en seguida. ¿Vale, mami?

  • ¡Venga, vale! Pero date prisa que no quiero estar aquí sola más tiempo – dijo en tono de súplica y colgó.

  • Perdona la interrupción, Javier – dije soltando el móvil sobre los asientos y volviendo a la tarea de cabalgar sobre sobre su polla.

  • Puedes llamarme Javi, prima – dijo con evidente gesto de placer.

  • Y tú a mí Carol – añadí sin parar de botar sobre él.

  • Vale – dijo entre suspiros de placer – Carol, ¿sería mucho pedir si me dejaras comerte el coño? - preguntó.

  • ¡Ay, pillín! - exclamé complacida por su petición – Así que te apetece comerme el conejo, ¿eh? Tú pagas, tú decides - añadí, deshaciendo la postura. Deslicé su su polla fuera de mi coño y me senté junto a él.

  • Pero … ¿de verdad me vas a cobrar?

  • ¿Qué pone aquí, primo? - pregunté señalando el tatuaje de mi pubis. Aún no se había percatado de su existencia y se sorprendió visiblemente cuando, recostándome sobre el respaldo de los asientos traseros, se lo señalé con el dedo.

  • ¿Eso es un tatuaje de verdad? - preguntó sorprendido.

  • ¿Qué pone, Javier? - insistí.

  • Puta.

  • ¡Exacto! Pone “puta” porque soy una puta. Y las putas cobramos a cambio de dar placer – le expliqué con tono algo desairado. Preguntarle a una puta si cobra por follar es una perogrullada - En el bar te dije que 30 Euros por un completo y aceptaste. De momento, te la he chupado, me la has metido en el coño y ahora vas a comerme el potorro. El completo incluye todo éso y, además, que me folles hasta correrte y que lo hagas dónde más te apetezca - expliqué – Bueno, y por ser tú … y cómo me mola tu polla, te dejo que me des por culo sin coste adicional.

  • Vale, vale … 30 Euros me parece bien – concluyó zanjando el tema, impaciente por meter su cara entre mis piernas y comerme el coño.

  • Y … ¡vamos! Date prisa que mi madre me espera y no quiero que sospeche que me estoy follando a alguien de la familia a los diez minutos de llegar al pueblo – añadí abriéndome de piernas y ofreciéndole mi perfectamente depilado chumino.

  • ¡Ufffff, qué pedazo de coño! - exclamó al contemplarme abierta de piernas. Tenía mi coño a su entera disposición. Apreté su cabeza contra mi entrepierna para sentir su cara entre mis muslos. Sentí su lengua hurgando entre mis labios vaginales, al tiempo que su nariz presionaba mi clítoris.

  • ¡Ah, ah, ah! - suspiré reconociendo sus dotes succionadoras - Sabes cómo chupar un coño, primo – le alabé.

  • Gzzaccccgggiass – acertó a decir sin dejar de lamer mi húmeda raja.

 

Me sentí feliz. Como siempre que me prostituyo. Dar y recibir placer a cambio de un precio. ¿Hay algo mejor en este mundo? Pero esta vez era especial. Nunca antes había follado con un varón de mi propia estirpe. Lo había hecho con todos los miembros que conocía de mi familia: mi madre, mi hermana y mi sobrina. Nos habíamos devorado mutuamente la boca, las tetas, el coño y el culo miles de veces. Nos habíamos follado con consoladores, vibradores, dildos, zapatos de tacón, pepinos, berenjenas e innumerables objetos en forma de pene. Había iniciado a mi sobrina en la prostitución y todas habíamos compartido pollas y semen de miles de clientes. En mis veinte años en el mundo de la prostitución había hecho casi de todo, pero jamás había follado con un hombre de mi propia sangre. Y como toda experiencia nueva, la disfruté a tope. Además, mi primo Javi no sólo era un tipo apuesto y simpático, sino que disponía de un rabo de categoría y me estaba haciendo una comida de coño como hacía tiempo que no recibía de un cliente. Si bien es cierto que a los dieciséis años, cuando comencé a ejercer la prostitución, aprendí que todas las pollas tienen su encanto y que de todas hay que saber disfrutar; no es menos cierto que, por muy puta que sea, y por mucho que me encante el rabo de cualquier fulano, siempre se agradece follar con tipos jóvenes, apuestos y bien dotados. Y mi primo Javi era uno de esos que te hace mojar las bragas sólo con pensar en follártelo.

 

Mi primo lamía lentamente mis labios vaginales de arriba a abajo. De vez en cuando se detenía en el clítoris para lamerlo y besarlo con intensidad. Metía su lengua dentro de mí, al tiempo que frotaba su nariz contra mi botón rosado y magreaba mis carnosas nalgas. Estaba haciéndome una comida de campeonato. Coloqué mi pié izquierdo sobre el reposa-cabezas del asiento delantero, el del conductor, y abrí cuanto pude mi piernas para mostrarle toda la magnitud de mi coño. Quería que lo disfrutase a tope, que supiese lo puta que era su prima Carolina.

 

Sin embargo, no dejaba de pensar en aquellas tres beatas del velatorio de mi abuelo. “¡Valientes zorras acomplejadas!”, dije para mis adentros. “Tengo que hacer algo para darles un escarmiento”, me propuse.

 

  • Javi, tú conoces a todo el pueblo, ¿verdad?

  • Zzzzzzí – acertó a decir, sin dejar de lamerme el coño.

  • Cuando volvamos al velatorio, quiero me cuentes lo que sepas sobre algunas vecinas, ¿vale?

  • Lo que tú quieddazz, pdima – asintió con la lengua metida en mi raja.

  • Veo que te gusta mi coño, ¿eh? - pregunté con picardía, cambiando de tema – Si supieras la cantidad de pollas que me he metido justo donde tienes ahora la lengua … - insinué para que fuera terminando la comida de coño y pasásemos a terminar la faena. Sin mediar palabra, recompuso la postura y, de rodillas entre mis piernas, apuntó su erecto cipote hacia mi coño y me lo deslizó dentro hasta que sus pelotas tocaron en mis nalgas.

  • ¡Joder, prima … qué gustazo! - exclamó al sentirse dentro de mí nuevamente.

  • ¡Vamos, fóllame fuerte! - le ordené – Necesito que me des caña.

  • ¡Eres una puta diosa, prima! - me alabó, al tiempo que comenzaba las envestidas en mi coño.

  • ¡Eso es, primo! ¡Dame fuerte! - le alenté con gesto vicioso. Me cogió por las caderas y comenzó a follarme con energía y vigor, deslizando su gorda polla en mi mojado conejo. Lo hacía bien. Follaba justo como a mí me gusta que me follen.

  • ¿Así, prima? - preguntó con la respiración entrecortada por el vigor de sus empujones.

  • ¡Sí, sí! ¡Dame bien, cabrón! ¡Siente mi puto coño en tu rabo! - exclamé. Cuando me ponía muy chachonda no paraba de decir guarradas. No podía evitarlo. Es cierto que sabía fingirlo a la perfección cuando un cliente no me proporcionaba el placer suficiente como para hacerme poner los ojos en blanco, pero en aquella ocasión me estaba excitando bastante. Mis caderas lo evidenciaban porque ayudaba a las envestidas de Javi acompañando sus enérgicos empujones - ¡Qué bien follas, hijoputa!

  • Tú sí que follas bien – acertó a decir. Advertí que no tardaría en correrse. Iba cachondo perdido y su aguante estaba al límite.

  • ¿Quieres correrte dentro, primo? - pregunté sabiendo que no retendría mucho más tiempo la leche dentro de sus pelotas - ¿O prefieres hacerlo sobe mis tetas o en mi boca?

  • Me da igual, prima – susurró – Donde quieras, ¡pero ya!

  • ¡Para, entonces! - ordené – ¡Detente un segundo, pero no me la saques del coño! - indiqué sabiendo que de ese modo quizás aguantase lo justo para recomponer rápidamente la postura y poder llevarme su polla a la boca con el fin de recibir la corrida donde más me gusta - ¡Respira hondo y contente! ¿Vale?

  • ¡Ufffff! - resopló con los ojos cerrados, concentrándose en no estallar dentro de mí.

  • La quiero en mi boca, primo – le indiqué – Tan sólo necesito que aguantes un poco sin correrte. Me la voy a sacar del coño. Cuando lo haga, cógete la polla por la base, sobre los cojones … y aprieta un poco para retener la leche – le indiqué, aún con su tranca en mi conejo.

  • ¡Vale! - asintió.

  • Necesito tu leche en mi boca, primo – le dije suavemente antes de iniciar el cambio de postura. El espacio era pequeño, lo que dificultaba la maniobra. En condiciones normales, en apenas en un segundo me hubiera sacado la polla del coño y me hubiera clavado de rodillas frente a él para tragarme su leche, sin tiempo a que se desperdiciase ni una sola gota. Pero los asientos traseros de mi Mercedes requerían algo más de margen para poder llevar su polla hasta mi cara – No me decepciones, que hasta ahora me has follado de puta madre. ¡Voy! ¡Aguanta! - le grité anunciando el comienzo de la maniobra. Me recosté ligeramente hacia atrás, para que su polla se deslizase fuera de mi chocho.

  • ¡Vamos, prima, date prisa o reventaré! - exclamó, con una mano apretada sobre su escroto, como le había indicado.

  • ¡Voy, primo, voy! - exclamé incorporándome lo más rápido que pude y acercando mi cara a su polla - ¡Suelta ya! - le ordené cuando pude alcanzar con mi mano su rabo - ¡Aggggghhhh! - exclamé deslizándola entre mis labios. Sentí su capullo a punto de estallar en mi garganta. Aferré mi boca a su polla y noté cómo se contraía violentamente dando paso al cálido y pastoso néctar de macho.

  • ¡Diossssss! - gritó Javi cuando estalló - ¡Qué gusto!

     

    Sentí las convulsiones de su pene, cada una de ellas acompañada de un potente chorro, de un estallido de lefa en mi boca. Los dos primeros fueron directos a mi garganta. Noté su calidez y su espesa textura perdiéndose en lo más profundo de mi aparato digestivo. Retiré su polla ligeramente, para que el capullo reposase sobre mi lengua. Quería que los siguientes impactos de leche caliente se quedasen dentro de mi boca para saborear la virilidad de su corrida. Y así fue, hubo cinco convulsiones más. Las conté mentalmente. Cinco espasmos con sus correspondientes cinco chorros de lefa. Cada uno de ellos menos intenso y abundante que el anterior. Acumulé el semen en mi boca hasta que su polla soltó la última gota. Sin sacármela, lamí y succioné el capullo, recuperando todo el sabor de su carne de macho. Por fin, me saqué la polla y la pajeé suavemente para relajarla y que volviese lentamente a su posición de flacidez inicial. Acaricié sus huevos, contraídos por la reciente corrida. Miré a mi primo y sonreí al ver su rostro de placer. A continuación, me tragué la lefa que aún tenía acumulada en la boca y me relamí, mientras le miraba con gesto lascivo, para que fuera consciente de que en ese momento me estaba tragando su leche.

     

  • ¡Ufffff! - resopló mi primo - ¡Eres la hostia! ¡Qué polvazo!

  • Gracias, primo. Me encanta que te haya gustado – dije sin parar de acariciar su polla, que ya perdía intensidad – Tienes buena tranca y follas bien. A mí también me ha gustado.

  • Pero … ¿te has corrido? - preguntó.

  • A punto he estado, no creas – reconocí – Pero necesito algo más de caña para correrme. Soy una zorra acostumbrada a hacer las guarradas más excitantes que puedas imaginar y un simple polvo no siempre acaba haciendo que me corra – expliqué mientras le subía los calzoncilllos – Pero has estado muy bien – añadí guiñándole un ojo en señal de complicidad, mientras me ponía el sujetador y me colocaba la apretada camiseta – Oye, me gustaría quedarme charlando contigo más rato, pero ya has visto que mi madre me está esperando en el velatorio.

  • Sí, sí … ¡vámonos ya! Cuando quieras – dijo subiéndose los pantalones y saliendo del coche para volver a entrar por el asiento del copiloto. Hice lo propio, saliendo del vehículo, poniéndome los vaqueros y el tanga, y sentándome al volante.

  • Verás … mi madre no quiere escándalos para un día que viene por aquí – le expliqué arrancando el Mercedes – Así que … ahora … cuando lleguemos a la Iglesia ... procura disimular y ser discreto. A mí me da igual que el pueblo entero sepa que soy más puta que las gallinas, pero mi madre no lo ve de la misma manera – concluí.

  • Si quieres me bajo a la entrada del pueblo … para que no nos vean llegar juntos – sugirió.

  • Sí, será lo mejor. Pero, ¿irás para al velatorio ahora?

  • Sí – asintió.

  • Quiero que mi madre me vea, para que no sospeche nada y me pueda echar la bronca, ¿vale? - expliqué – Estoy un rato con ella para hacerla compañía y me desmarco en cuanto pueda, ¿de acuerdo, primo? Quiero averiguar cosillas de la familia y de algunas vecinas que me han generado curiosidad.

  • Te ayudaré en lo que pueda, prima – dijo.

 

El trayecto de vuelta al pueblo fue corto. El pequeño cerro de pinos donde habíamos follado estaba apenas a unos cientos de metros de la entrada. Detuve el coche en la primera callejuela por la que pasamos. Mi primo se dispuso a apearse.

 

  • ¿No te olvidas de algo? - pregunté con sorna.

  • ¿Perdón? - preguntó extrañado.

  • Tienes que pagarme – dije con la frialdad propia de una puta calculadora.

  • ¡Ah, sí! Lo siento … con la emoción de todo lo que ha pasado se me había olvidado – se excusó - ¿Treinta?

  • Sí. Y te estoy regalando el polvo. Normalmente cobro cien como mínimo.

  • Me siento honrado de que me hagas un descuento de primo – dijo en tono de broma.

  • No es para menos – dije sin aceptar demasiado bien su broma – No acostumbro a hacer rebajas a mis clientes.

  • Vale, vale … no te lo tomes a mal. Sólo era una broma – explicó restando importancia a su comentario. Sabía que no lo hacía con mala intención, pero también sé por experiencia que hay que dejar las cosas claras desde un principio para que la gente no crea que puede tomarse demasiadas confianzas y pensar que puede follar conmigo sin pagar lo que valgo. Javi, ya de pié sobre la calle, y con la puerta del coche abierta, buscó en sus bolsillos. Sacó un billete de cincuenta Euros y me lo mostró - ¿Tienes cambio?

  • ¡No! - respondí tajántemente arrancando de su mano el billete – Luego buscamos cambio, ¿vale? - añadí guardando el billete en el bolsillo trasero de mis Levi´s.

  • ¡Jajaja! - río al tiempo que cerraba la puerta – No te preocupes, prima Carol. ¡Hasta luego! – añadió haciendo un gesto con la mano y alejándose por la estrella callejuela empedrada.

 

A continuación, conduje mi Mercedes de vuelta a la Iglesia del pueblo. Aparqué en el mismo sitio que aquella misma mañana. Antes de bajar del coche, me miré en el espejo interior. El servicio que acaba de dar me había dejado sedienta y sudorosa. Necesitaba un retoque para que mi madre no advirtiese que, en realidad, no había estado de cháchara con mi primo. Me encaminé al interior de la Iglesia donde continuaba el tétrico velatorio de mi abuelo, al que no llegué a conocer. Como antes, sentí las miradas de los catetos que se arremolinaban en la entrada y la puerta del bar de enfrente. Había visto unos servicios públicos en el vestíbulo lateral que daba acceso a la sala donde tenía lugar el velatorio. Con paso ligero me dirigí directamente hacia allí, antes de buscar a mi madre. El aseo de señoras era pequeño. Un lavabo con un pequeño espejo sobre él, un secador de manos y dos puertas que daban acceso a sendos retretes. Uno de los compartimentos estaba cerrado, así que entré en el otro, cerré el pestillo, limpié la taza del w.c. y me senté sobre ella para limpiarme y refrescarme la entrepierna con una toallita húmeda desechable, de las que siempre llevo un paquete en el bolso. Ya me había repasado el coño con la toallita, y buscaba el frasco de perfume en mi bolso, cuando advertí que en del retrete contiguo salían ruidos. Como la puta curiosa que soy, pegué la oreja contra la pared medianera de contrachapado que nos separaba y pude escuchar leves gemidos entrecortados. Me asomé al hueco inferior que separaba ambos retretes y pude ver unos brillantes zapatos de caballero. ¿Me había equivocado de baño? ¿Aquel era el de hombres? ¿O quizás era aquel tipo el que se había confundido?

 

No le dí mayor importancia y terminé mi labor. Salí del retrete y me acicalé frente al espejo. Me coloqué el pelo rehaciendo la coleta en que llevaba recogida mi larga melena y me lavé la cara. Volví a escuchar gemidos. Abrí la puerta para salir de los aseos y comprobé que no era yo quien había errado. En el frontal de la puerta se distinguía con claridad el cartel metálico de “señoras”. Me dispuse a salir para buscar a mi madre. Sin embargo, una idea se me cruzó por la mente. La curiosidad me podía y mi instinto de puta ninfómana me indicaba que allí pasaba algo más. Decidí simular que abandonaba el aseo, cerrando la puerta como si me hubiera marchado, pero permaneciendo dentro y en silencio. Apenas un segundo después de que sonase la puerta, del interior del retrete cerrado pude escuchar perfectamente lo siguiente:

 

  • ¡Venga, ya se ha ido! ¡Sigamos! - dijo una voz masculina. Al momento, escuché movimiento y, por fin, el ruido de un par de tacones sobre los azulejos. Me puse en cuclillas para ver qué distinguía por entre el espacio inferior de la puerta. ¡Eran los zapatos de mi madre! ¡La muy cabrona me estaba convenciendo para que pasáramos por el pueblo con discreción como dos mosquitas muertas y se estaba follando a alguien en los aseos de la propia Iglesia! No sabía si enfadarme o sentirme aliviada porque yo acaba de hacer lo mismo.

  • ¡Vamos! ¡Vamos rápido antes de que entre alguien más! - escuché a mi madre.

  • Sí … siéntate en mi polla, Lola – dijo el hombre – Así, así … eso es.

  • ¡Dios, … qué recuerdos me trae follar contigo! - susurró mi madre.

  • Ha pasado mucho tiempo, Lola … pero sigues siendo tan puta como lo eras entonces … - añadió la voz masculina entre leves gemidos.

 

Durante unos minutos sólo se escucharon suspiros, gemidos y el inconfundible sonido de las nalgas de mi madre botando sobre la polla de aquel individuo. No sabía cómo reaccionar. Si salir de allí sin ser oída o permanecer hasta que terminasen y que mi madre supiese que la había descubierto para que no pudiera luego poner el grito en el cielo por desobedecerla e irme por ahí a follar a las primeras de cambio. Desconocía la identidad del hombre con el que estaba, pero por los comentarios que había escuchado era evidente que sería alguno de aquellos a los que siendo una adolescente se follaba.

 

Dudé de cuál debía ser mi reacción. No sabía si aquello era un breve paréntesis de mi madre en su visita al pueblo y si después continuaría con su actuación de hacerse la remilgada o si aquello le haría abrir los ojos de una vez por todas y mostrarse ante todos como lo que es. Si aquella escena hubiera tenido en cualquier otro momento y lugar, mi madre habría agradecido que derribase la puerta de una patada y le hubiera ofrecido mi conejo a aquel tipo mientras ella cabalgaba sobre su rabo. Pero allí … es esa situación … ¿qué debía hacer?

 

  • ¡Joderrrr, Ramón! - susurró mi madre – Sigues follando tan bien como hace cuarenta años …

 

¿Ramón? Un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Aquel tipo era Ramón? ¿El mismo que cuando mi madre era una cría se la follaba junto a otro tipo, un tal Juan? En el viaje hacia el pueblo mi madre me había contado que lo más probable, por el parecido físico y época en que se quedó embarazada de mi hermana Alicia, es que ésta fuera su hija. Sólo de pensarlo, me puse como una moto. “¡Diosssss! El tío que preñó a mi madre con 16 años!”, exclamé para mis adentros, notando como mi excitación crecía por momentos. ¡Tenía que follármelo como fuera! Y junto a mi madre, ¡mejor todavía! Podría ser algo inolvidable.

 

Ya no lo dudé ni un segundo. Toqué con los nudillos en la puerta del retrete. Se hizo el silencio. Querían disimular. Lo entendía.

 

  • Mamá, ¡abre! - exclamé – Sé que estás ahí. Escuché cómo recomponían la postura y descorrían el pestillo. Los dos estaban de pié.

  • Tú debes ser Carolina, ¿verdad? - se apresuró a decir Ramón – Verás, se le ha metido una mota de polvo en el ojo a tu madre … y estaba ayudándola a …

  • ¿Una mota en el ojo? - pregunté con ironía - Lo que la estabas metiendo es la polla en el coño – dije sin rodeos. Se quedó cortado.

  • No disimulemos, Ramón – dijo mi madre, dejándose llevar – Ya es tontería. Nos ha pillado – concluyó.

  • Pero … no me entendáis mal – me apresuré a decir – No vengo a interrumpiros, sino a ver si puedes con las dos – le dije con picardía, al tiempo que llevaba una de mis manos hacia su entrepierna. Apreté su paquete, aún duro como una piedra por el polvo que estaba echando con mi madre momentos antes. Le bajé la bragueta, ante su incredulidad, y simulé estrechar mi mano con su polla - ¡Encantado de conocerte, Ramón!

  • Lola … pero … pero … ¿esto qué es? - preguntó sorprendido.

     

 

 

 

Continuará ...

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