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La alegre historia de una flaca abandonada.

en Confesiones

La alegre historia de una flaca abandonada.

Desde  que nos emparejamos no había podido serle fiel. A pesar de que lo quería con locura, me satisfacía totalmente y me demostraba su amor con frenesí.

Su trabajo lo llevaba lejos de casa por periodos largos y siempre me sucedía que al sentirme sola  aparecían mis angustiosas sensaciones de orfandad, de desamparo. Me sentía abandonada y desatendida. El me abandonaba por su trabajo, yo por un deseo de venganza inconsciente buscaba apoyos masculinos que me protegieran y sostuvieran durante sus ausencias. Ademas me gustaba.

Nadie le advertía de mis andanzas, el último en enterarse siempre es el interesado, el intuía y vigilaba mi conducta. Una vez, detecto un cambio en mi que le exaspero los celos, hizo sus maletas mientras me daba la oportunidad de un acto de contrición. No lo hice. Se fue.

Quede sola y abandonada a mis propios recursos en esa extraña y pequeña ciudad de labradores y ganaderos donde vivíamos temporalmente por su profesión. Lloraba aturdida por el desvalimiento, y “¿ahora qué hago?”.

Amaneció y desperté por el frescor mañanero que lamia mi piel. Habíame dormido casi desnuda sobre mis lágrimas. Me estremecí de frio, cubrí el cuerpo con la sabana y la primera idea que vino a mi mente fue que no me podía devolver a mi ciudad derrotada. La inquietud me arranco un escalofrió que erizo mi piel.

Frote mis manos sobre mis muslos para darles calor y trate de alejar mis tristes pensamientos de desaliento. Conjurando mi mal despertar, me obligue concentrar mi atención en mi cuerpo, y lo sexy y delgada que era. Los muslos torneados y largos, su grosor disminuía en la medida  que aparecían los tobillos delgados y llamativos, mis pies eran elegantes y bien cuidados. Era bonita. Mis nalgas eran tan duras y redondas que causaban sensación entre mis admiradores. El, se las perdía y le iba a costar mucho conseguir otras así. Mis senos medianos y de pezones erguidos, rosados y  tan altaneros y elegantes como su dueña.

El ver mis pezones erizados por el frio me trajo la idea de que yo debía erguirme ante la desgracia, no podía dejarme vencer por mi debilidad debía levantarme a luchar. Había cuentas que pagar y si regresaba a mi ciudad debería ser con dignidad. Me levante.  Mientras me aseaba mi espíritu de lucha reverdeció, me sentí fuerte y dispuesta a sobrevivir sola si era necesario.

Salí a la calle sin desayunar, con ánimo de caminar y entretener mis penas. Alguien se acerco a saludarme, le sonreí, era hermano de un amigo de mi esposo, no vivía en el pueblo, era propietario de una finca. Siempre me había llamado la atención su pulcritud en el vestir y su presencia fragante a perfumes buenos. Pregunto por mi esposo, le conteste que viajando como siempre. Note cierta sonrisa de: ok. Pero aquí estoy yo. Tenía el día libre me invito a desayunar con carne asada y cerveza. Acepte.

Horas después, me sentía segura, calmada, la ansiedad quedo atrás y mi sed y mi hambre estaban saciadas. Las frecuentes libaciones liberaron mis barreras morales y mi espíritu se abrió a la posibilidad del placer físico, cuya perspectiva soliviantaba ciertos efluvios lascivos que recorrían mi cuerpo. Hablábamos de cosas picantes, fumamos y bebimos sin restricciones. Sin obligaciones ni expectaciones con nosotros mismos ni con nadie.

Me disponía a “sacrificarme”. Sabía que pagaría con mi cuerpo el agasajo del que era objeto. Estaba dispuesta, además, el tipo me gustaba y tenía dinero. Mi cuerpo y mi mente estaban listos. Mis ojos denotaban el deseo que mi boca humedecida traslucía. Me tomo por la cintura cuando salimos, su estatura aunque menor que la mía no me hizo sentir menos protegida y defendida. En el trayecto al motel no hablamos, iba como res al matadero. El recorría suavemente mis piernas que el vestido levantado dejaba a su libre examen y homenajeaba su belleza con señales de agrado. Su aplicación al recorrido de sus dedos por mi figura me  causaba severas corrientes de voluptuosidad que estremecían las profundidades de mi concha. Ella, era grande, morena y como yo de labios carnosos, parecía un capot de Volkswagen  de acuerdo a la deslenguada opinión de las amigas que la habían visto.

Una botella de whisky apareció ante mí. Desnuda ya en la habitación,  el calor del trago me inundo y me sentí dispuesta a todo. Su cuerpo de baja estatura mostro un gran desarrollo en el área que a mí me interesaba, su aparato era moreno y cabezón. Tome otro trago puro y sin inhibiciones lo tome entre mis manos y lo introduje en mi boca. Su gusto salobre lleno mi boca, su tamaño me entusiasmo. Lo mamaba hasta casi llevarlo al clímax, lo soltaba y volvía a chuparlo, jugaba un juego sensual. En mis planes no estaba que se creyera burlado por mi método juguetón y sorpresivamente me golpeo con el dorso de su mano, no te burles de mi, puta, voltéate-fue todo lo que dijo.

Nos encontrábamos en una salita aledaña a la habitación, en la que había una mesa de granito empotrada al piso, sobre ella me acostó boca abajo, el frio de la piedra irguió mis pezones. Mis nalgas apetitosas quedaron exhibidas y abiertas a su codicia. Yo estaba dispuesta a dejarme hacer sin resistirme para evitar otro de sus arrebatos. Escupió entre mis nalgas, sentí su saliva resbalar por mi rendija, restregó mi agujero metiendo su dedo en el. Apreso mis caderas con ambas manos mientras su vara erecta y durísima se acomodaba por sí misma en la entrada de mi agujero. Yo no era virgen por ese lado pero temía a su violencia. Me dolió cuando empujo su masa en mi esfínter, este cedió y la barra entro completa, contuve un grito, ya estaba adentro.

Sentía sus pelos raspando mis firmes nalgas, mi agujero al principio se había cerrado por reflejo para contener su entrada pero luego lo relaje conscientemente para evitar más dolor. Su pene entraba y salía sin consideración, entraba y salía completo en cada cabeceo. Nunca me había gustado la acción por ese camino trasero. Aguantaba, sin quejarme, su violación. Comencé a masturbarme sigilosamente, pero cuando ya iba a medio camino del orgasmo la detuve pues oí sus imprecaciones y sentí que aumentaba la velocidad de bamboleo, lanzo algunas bocanadas de semen mientras relajaba el agarre a mis caderas. Se detuvo y seguí empalada sintiéndolo latir dentro de mí al ritmo de su respiración que se hacía cada vez más serena. Me sentía excitada y con el culo inundado. Me cargo en sus brazos como si fuera una pluma y dándome besos cortos en los senos me llevo a la cama.

Me coloco en ella con cuidado, como si fuera una joya. Su actitud agresiva había desaparecido. Comenzó a lamer mis senos con sabiduría, uno de sus dedos sobaba mi clítoris y otro penetro mi almeja reluciente de humedad. Comenzó la desesperación de mis caderas por recibir más placer. Era su movimiento difícil de controlar, actuaba independientemente de mi consciencia. Mis líquidos se liberaban y mi hendidura tendía a cerrarse queriendo mantener prisionero en su interior al dedo intruso que tanto me desesperaba deleitosamente. La actividad de su lengua en mis pezones hacia también efecto.

Un ansia ardorosa me llenaba por completo. Estaba en éxtasis sensual. Su irradiación me recorría desde mi ano hasta mi ombligo como un flujo de lava que me quemaba las entrañas por la inmensa delectación. Un orgasmo comenzó a inducirse desde lo más profundo de mis entrañas haciéndome perder el sentido de la realidad, gritaba con voz enronquecida, le rogaba que me lo metiera. El comenzó a jugar conmigo como un gato con un ratón vencido, aprovechando su excitación relajada por su clímax ya logrado en mi culo. Se vengaba de mi juego amatorio que le causara irritación.

Me obedeció, a medias. Su cabeza y parte de su tronco los introdujo con lentitud y lance un gemido de fiera herida por una lanza de carne caliente y gustosa, la saco. Mis ojos se abrieron y lo miraron pidiendo clemencia. Penetro mi hirviente raja y salió de ella varias veces ya yo no podía mas y un nuevo orgasmo pero más profundo si es posible arraso con todo,  con un sonido ronco mi garganta anunciaba el advenimiento de la gloria. Mis ojos se voltearon, el torrente de lava concupiscente quería salirme por cada poro, por cada rendija de mi mente. Solté un rugido, mi cuerpo se estremecía, temblaba, se agitaba descontrolados sus movimientos: mi orgasmo alcanzaba su clímax. Sus manos mientras tanto aprisionaron mis nalgas con salvajismo, las abrían con rudeza y sus dedos penetraban mi esfínter que dejo salir la leche represada y facilito la entrada de los dedos. El estaba acabando también con un ímpetu que yo nunca había sentido, la vorágine nos arrastraba  mar adentro.

Todo había terminado, respirábamos. Nada se movía ni adentro ni afuera. Solo sentía su semen burbujear dentro de mí. Lo saco con cuidado como evitando romper el embrujo, evitando que el hada se despertara. Para cuando desperté  ya se había ido.

Me estire voluptuosamente. Nunca había tirado así. Nunca había gozado tanto. Aun estaba perpleja por lo que ahora sabía que podía sentir. Mi cuerpo se estremecía de placer al recordar algún pasaje de lo sucedido. Me reí con el deleite que se ríen las hembras colmadas. Sobre la mesa de granito, encima de la cual había empezado todo, quedaba media botella y un paquete en el cual había más dinero del que mi marido me daba para tres meses. Me desayune la media botella mientras meditaba. Me di una ducha larga y deliciosa frotando cada parte de mí, con cariño, agradeciéndole a mi cuerpo lo feliz que me había hecho.

Volví a la cama. Debía decidirme: buscaba un empleo o me metía a puta.

Fin de esta parte. Quizás la flaca regrese.

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