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La alegre historia de una flaca abandonada.2parte

en Confesiones

LA ALEGRE HISTORIA DE UNA FLACA ABANDONADA. (2)

Tengo la teoría de que la mejor forma de resolver un enigma, problema o dilema es dejarle que se resuelva por sí mismo.

No pensaba llamar por teléfono a mis relacionados para notificarles que la ex señora, ahora simplemente la flaca, comenzaba a incursionar en el mundo de las mujeres accesibles. Total, tampoco es que iba a ser fácil presa de cualquiera que pudiera pagar mi precio, yo sabía mi valor y era astuta. También estaba en conocimiento de que las lenguas largas ya hacían su labor de difusión de mí reciente “liason” con mi quisquilloso galán de la víspera. Publicidad de la mejor para mi propósito.

Por ahora, tenía dinero. Necesitaba una tapadera así que solicite un empleo en la empresa local más grande, me colocaron de recepcionista, pues mi experiencia aparte de los conocimientos básicos en el área de gastronomía hogareña, fumar, beber, engatusar y fornicar, era nula en las demás pretensiones intelectuales que de mí se exigieran. Siempre había sido una mimada y ellas, no necesitan más que un cuerpo bien proporcionado y saber engatusar (en esto, ya mencione que me consideraba experta).

Mi plan era sencillo (si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes): si mi marido regresaba, le exigiría que me llevara nuevamente a mi ciudad como condición para reanudar nuestras relaciones; si no regresaba, debía acopiar mucho dinero para poder montar un negocio allá y tener un regreso glamoroso. Esta ciudad y sus habitantes no me interesaban en lo mas mínimo, solo quería no tener que llevarme demasiados malos recuerdos. Me disponía, pues, a disfrutar de mi estadía, que trataría que fuera lo más corta posible y recaudar mucho dinero poniendo a producir mis recursos naturales no renovables.

Las primeras semanas en mi empleo tapadera, fueron demasiado exigentes para mi inexistente experiencia y nulos deseo de superación. El resto de las esclavas opinaban que yo era floja y pretenciosa,  yo opinaba que, por el contrario, estaba excediéndome en mi representación. Pero, Dios nunca le falla al desesperado (bueno, sin literalismos).

Un mediodía cualquiera, me disponía a retirarme a mis actividades almuercisticas cuando veo descender de un auto lujoso, asistidos por un chofer, a un bello señor y una bella señora cincuentones, con una presencia tal que parecían llevar consigo su propia atmosfera de lujo, elegancia y agradables aromas. Se me acercaron, me sonrieron, me hablaron y emocionada los conduje a la oficina del director. Mis caderas con su bamboleo natural se iban desplegando delante de ellos mientras los guiaba por los pasillos. Me sentía observada y escrutada por la Real pareja. A pesar de mi experiencia y dominio de mi misma, me desconcertaba mi estado de confusión por la presencia de los enigmáticos personajes, su súbita aparición, su presencia fragante y la sensación de poder irrevocable que de ellos irradiaba; estaba turbada.

Sorpresa fue para el director, quien se encontraba fuera de su oficina. Se atraganto. Con un brazo extendido y efusivas muestras de cariño, salió a nuestro encuentro y se empeño en darle a la escena un sentido de espontaneidad que se veía fingido, pues no poseía el don de gentes necesario para manejar una situación sorprendente e importante. Ellos eran los ignotos dueños de esa y muchas otras corporaciones.

En medio de su aturdimiento, registro mi presencia como la de alguien del sequito de los señores: ¿familia quizás? Ellos no se tomaron la molestia de sacarlo de su duda. Trajeron bebidas, la señora pidió que me trajeran lo mismo que a ella: gin con naranja. Yo rabiaba, por sentirme cohibida como si fuera una rustica. Se hablo de negocios. Atenta a entender y observarlo todo, mantenía mi perspectiva clara  acerca de lo que podría ganar en todo esto. La señora me observaba con descarado interés, yo le sonreía con confidencialidad y  todo el refinamiento posible.

El director invito a almorzar, ellos educadamente se negaron, seguían rumbo a sus posesiones en las que pensaban pernoctar. Al ponernos de pie en el momento de la despedida, quede petrificada al notar que al acercarme a la señora para participar en el adiós, ella rodeo mi cintura y apoyo su mano sobre mi anca, la palmeo, mientras decía-espero que no tenga inconveniente en que nos llevemos a su empleada por un tiempo. El idiota, en ese momento fue consciente que yo era su recepcionista y yo caí en cuenta de que algo raro pasaba, pero que con toda seguridad sería beneficioso para todos.

El viaje en la limusina se hizo corto, por el paisaje que no veía pues iba en el centro entre ella y el, por la conversación que no entendía, pues hablaban en ingles y por los tragos de gin que menudeaban a sabor.

Llegamos al paraíso. Describir el lugar es harto difícil. Piscinas, comidas, música, sirvientes de todos colores y lenguajes, un palacio…no sé explicar, además de que los tragos me transportaban en sueño. Mi hambre se sacio. Era atendida como reina. Dios había oído mis suplicas. Quería morir en ese sitio. Me sirvieron un trago obscuro que no pude identificar pero, sabia a gloria, me eleve, los señores habían desaparecido en el cielo y yo me sumía en una de sus nubes.

Me encontraba sentada en una silla de extensión junto a una piscina tomando mi trago extraño. No sé cuánto tiempo había transcurrido. Estaba feliz. Me sentía dichosa y agradecida. ELLA, apareció ante mis ojos como una mariposa tenue, traslucida y luminosa. Yo no había traído ni la cartera, que deje con el apuro de mi salida en una gaveta del escritorio y no había podido retocar mi maquillaje. Te pondrás cómoda-dijo. Al instante apareció una muchacha que con cariño, tomando una de mis manos, me condujo a un saloncito, abrió una gaveta de un vestier y después de medirme con los ojos, presento ante mis ojos las prendas de vestir mas cautivadoras que haya visto hasta hoy. Escogió para mí unos pantaloncitos de seda y una blusa de un material tenue y transparente que se ceñían a mi cuerpo como la piel. Pregunte por la ropa interior y adujo que se rompería el encanto. Me vestí con esa ropa y al verme en el espejo me vi tan deseable como nunca me había soñado. Alta, a pesar de ir descalza, bella y lasciva como nunca me había sentido. Pensé, que la bebida extraña tenía un efecto enervante en la sensibilidad y producía un calor indefinible  que solo podría ser apagado por quien sabe que sensaciones. Estaba lista, pero, ¿Para quién?

Se veía más joven que lo que debía aparentar a sus cuarenta y siete años, estampa elegante y serena, dueña de sí misma, una larga costumbre de ser servida y agasajada, generosas sus formas, de una belleza sensitiva a los estímulos que le confería un aire lascivo y ardoroso. Vestía una capa semi transparente que traslucía su cuerpo y que me causo la impresión de la mariposa que tuve al principio.  Sonrió con aire triunfal cuando me vio caminando hacia ella. Me ofreció un sorbo de su trago que me lleno de alegre calor floreciendo en mi interior. Me tomo por un dedo y me condujo sobre las aguas de una piscina y sobre las flores de un prado, riendo alegremente como buenas amigas retozando en el campo.

Llegamos. Entramos en medio de la obscuridad total. Nos guiaron manos invisibles que nos despojaban de la insubstancial indumentaria. Solo imaginaba. Sentía los dedos agiles que me desposeían de mis leves ropajes y tocaban sutilmente mi piel enardecida, avivando mis sensaciones ya de por si agitadas por el licor. No sentía ni frio ni calor. Me pose sobre un sillón mullido y cálido como la piel de un hombre. Una mano con algunos anillos atrapo una de las mías y la sostuvo sin esforzarse.

Las luces comenzaron a subir de tono, lentamente mi vista se iba aclimatando, sombras a mi alrededor se dejaban ver ya. El sonido de cuerpos moviéndose se acentuaba, mire a mi lado y era ella quien sujetaba mi mano, se la apreté un poco en señal de deleite compartido, sonrió mirándome y me aconsejo-déjate llevar, mañana hablamos.

Mire al frente y me pareció ver a un hombre bellísimo que no estaba solo, otros y otras lo  acompañaban. Se apoderaron de mí. Entonces, solté su mano que me dio un apretón de despedida. Ella iba por otros rumbos de placer.

La luz volvió a desaparecer, me llevaron a un lugar mullido, mis sentidos estaban embotados y al mismo tiempo exacerbados. Sentía sensaciones que me recorrían, no sé si eran dedos, pero eran muchos y por todas mis partes, soliviantaban mis corrientes de placer que se movían por derroteros desconocidos en mi cuerpo. Ya no me pertenecía a mí misma, les pertenecía, no me permitían pensar, solo sentía. Bocas succionaban mis poros con una suavidad que hacía más  acuciante la necesidad de terminar, pero no me dejaban.  Mi paroxismo, mi exaltación extrema, me hacia cambiar de posición para conseguir la llegada del orgasmo que se retenía en mis entrañas sin llegar a explotar. Me colocaba en cuclillas, me ponía boca abajo, pero con acuciante maldad seguían torturando mis núcleos de placer que no podían liberarse del terrible peso de un deseo que amenazaba hacerme explotar. Seguían estimulándome sin parar. Algo penetro mi vulva pero salió rápidamente.

De repente, todo se detuvo. Me desplome exhausta, unas manos  me dejaron boca arriba, abrieron mis piernas, en la obscuridad total un hombre se acostó sobre mí, su olor me era conocido, pero no me dio tiempo de nada más que este pequeño reconocimiento, me sentí penetrada por una vara enorme, caliente y voluntariosa que se incrusto en mi estertor supremo.

La obscuridad es una rara cómplice, yo sabía que todo lo que hiciera nadie lo vería, así que me aferre a su cintura con mis piernas anudadas a su alrededor, a su cuello le rodee con mis brazos. No quería más malas jugadas,  quería acabar y no permitiría que se me fugara la morbosa dureza que me perforaba. Solté mis caderas para que deambularan a sus anchas gozando de los roces de mis nalgas y clítoris. Eche mi cabeza hacia atrás y comencé a hacer  todo lo que se hace con una persona que te perfora inmisericordemente con un tallo que no quieres que desfallezca antes de que te haya sacado todo el deseo que tienes incrustado desde hace largo rato y a quien no puedes ver ni sabes quién es.

Un pene grande y lubricado me sacaba chispas. Me lo tire sin compasión. Me lo goce hasta que lo sentí borboteando semen  que me lubricaba mas y hacia que me entrara y saliera con toda libertad. Mi orgasmo fue espantoso porque removió todas las fibras de mi sexo, mi cuerpo y mi alma salió de el por un momento. Abrí los ojos al máximo, mi boca pulsaba aire como una válvula de seguridad y perdí el conocimiento.

Estaba en una cama mórbida, en un cuarto grandísimo, blanco, silencioso, nada me molestaba. Abrí las piernas y sentí un dolor en mi rajita y más adentro. Estaba desnuda, mi cuerpo se reflejaba en el espejo del techo- soy bella- pensé y he tirado con Dios. Por los ventanales entraba claridad opacada por los cortinajes. Al levantarme una sirvienta acudió. Me mostro sin palabras, una sala de baño que no me sorprendió por su extrema hermosura. Me sumí en el jacuzzi.

Salí de allí, perfumada, refrescada, con poco dolor en mis partes sexuales y ataviada con una ropa de seda que se adhería mi cuerpo haciéndome muy voluptuosa y elegante. Me recordaba a mi señora. Iba calzada con unas zapatillas etéreas que proporcionaban a mí andar un aliento fiero. Salí al aire libre. ELLA comía con meticulosidad. La mesa era de cristal y su capa semi transparente se movía con la brisa, parecía más bonita, serena y extrañamente irreal.

Me observo con atención cuando me acercaba y parecía que acechaba con crueldad devoradora cada uno de mis movimientos gatunos. Me recibió con una sonrisa de amiga, cómplice, pero, de superioridad.

Siéntate mi reina, desayúnate que tenemos mucho que hablar.

Fin de la segunda parte de la flaca. Seguiremos informando.

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