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Marta y carmela 1

en Confesiones

MARTA Y CARMELA: EL OCIO ES EL PADRE DE UN BUEN NEGOCIO.

Éramos vecinas, ella y yo, en el mismo edificio. Cada domingo al salir a despedir a nuestros maridos (que partían en el mismo autobús, que los conducía hacia el terminal de las lanchas, que los llevaban a sus respectivos trabajos en los pozos petroleros) nos veíamos y nos saludábamos sin confianzas.

Durante la semana también nos tropezábamos al ir o venir de hacer compras, que, además de asear nuestros respectivos apartamentos e ir diariamente al gimnasio, constituía  nuestro único oficio. No teníamos hijos, ni familiares cercanos, ni amistades y ver novelas en la televisión era, junto con el gimnasio, nuestra única diversión. Éramos un par de pajaritas en jaula de oro. Trabajar en la calle no lo necesitábamos, además de que no nos gustaba. Todas estas coincidencias, y otras más, en nuestras aburridas pero holgazanas vidas, las identificamos y las precisamos el día domingo en el que (por fin) nos atrevimos a comunicarnos más allá del ritual saludo.

Después de visitarnos mutuamente en nuestros hogares varias veces, fuimos entrando en confianza y de ella a la amistad solo fue un pequeño paso. Nos volvimos inseparables pero, extrañamente (sin proponérnoslo), no les contamos nada a nuestros maridos. Era una amistad privada y una íntima forma de entretener nuestros ocios. Enterarlos de esa bonita relación que habíamos logrado, era provocar probablemente, su intromisión en nuestra pacífica y relajada vida. Salíamos juntas de compras, nos cambiamos al mismo gimnasio, almorzábamos y cenábamos juntas diariamente y hasta llegamos a dormir juntas (sin ninguna connotación sexual) sencillamente para evitarnos el trabajo de ir a dormir cada una en su cama.

Una noche mientras tomábamos unos vinitos antes de ir a dormir, y nos relatábamos escenas de nuestras vidas (principalmente de los hombres que habían pasado por ellas), Marta me contó que entre sus amantes había tenido a una mujer. Me interesé mucho por saber cómo es el sexo con una mujer (algo ya sabía, por lo que había visto en las películas porno de internet), ella me lo describió tan fiel y detalladamente que comencé a excitarme, y se lo dije. Me preguntó, muy naturalmente, que si quería probar con ella para comprobar lo que se sentía. Entusiasmada le contesté que sí. En caso de que fuera bueno, podríamos agregar esa nueva actividad a nuestro menú de opciones y substituir a las aburridas partidas de ajedrez.

Ya antes nos habíamos visto desnudas. Nos sabíamos bonitas, con buenos cuerpos bien conservados en los gimnasios y sobre todo, nos sabíamos diferentes.

Yo soy morena obscura de pelo recio y ella es pecosa, blanquísima y pelirroja. Yo tengo trenticuatro años y ella treinta. Para entrar en confianza sexual nos bañamos juntas, Marta, que era la de la experiencia, me cosquilleaba los vellos de mi vagina con sus deditos y acariciaba mis senos con su lengua. En la misma bañera quisimos hacer un sesenta y nueve, pero nos podíamos ahogar. En la cama terminamos de rematar la faena lo mejor que supimos y acariciándonos y chupándonos logramos arrancarnos sendos orgasmos. Mientras nos abrazábamos y reíamos relajadas, le dije en son de broma <Martica, la vaina no fue que “fue tan mala”, pero no me convenció. Si queremos diversión tenemos que buscar un hombre>. Ella, lo tomó en serio.

Dos días después, cuando el asunto ya parecía olvidado, al llegar yo a su casa, descubrí que se traía algo entre manos, por su sonrisita de disimulo. Me tomó de la mano y me condujo al sofá, me preparó un fuerte trago y después de haberme permitido saborearlo, sin dejar la misteriosa sonrisa, me soltó . Sacó un periódico de circulación nacional, lo abrió en la página de los clasificados y me señaló con su dedito un avisito que rezaba: “Marta y Carmela, mujeres bellas en la flor de la edad, una morena, la otra pelirroja, hacemos realidad su fantasía de hacer un trio, precios altos, solo para exigentes, etc.” y luego, un número de teléfono.

Me la quedé mirando boquiabierta y tan pasmada que lo que se me ocurrió preguntarle fue < ¿y, por qué pusiste nuestros verdaderos nombres?> me contestó muerta de risa.

-¿y te han llamado?

-sí, ya tenemos cuatro clientes, contestó muy seria.

-sírveme otro trago, ¡loca!

Junto con mi nuevo trago, trajo también una libretica que me entregó. El teléfono repicó en ese momento, era un celular nuevo que nunca le había visto. Mientras ella atendía la llamada, revisé las notas de la libreta, estaban los datos de tres hombres y de una mujer. Mientras yo terminaba mi trago sentí algo de aprehensión por lo que se proponía hacer, pero cosa rara, sentí también un cierto gozo que me subió por los muslos y agitó mi vientre. Marta colgó y me quitó la libretica de mis manos para anotar un nuevo nombre.

-de verdad no pensé que el resultado sería tan contundente, me dijo seriamente. Termínate de beber eso mientras te explico: Primero, podemos suspenderlo todo y quitar el aviso cuando queramos, nada nos obliga a asistir a ninguna cita, si decidimos asistir: podemos escoger  a la persona, el sitio y el momento. Segundo, siendo dos es menos peligroso que una cita a solas.

Se me quedó mirando risueña y traviesa, sosteniendo entre las suyas una de mis manos, esperando ansiosa mi respuesta.

-coño, Marta, es peligroso. ¿Y las enfermedades?

-condones, nada de besos, ni de chuparles su cosa y productos antibacteriales. Luego tendremos clientela fija que es más seguro.

Parecía tener una respuesta para todo. le dije y ella velozmente se levantó y para no tener que volver a separarse de mi hasta que le diera mi respuesta y poder luchar cuerpo a cuerpo con mis vacilaciones, se trajo toda la botella y me sirvió un gran trago.

-por otra parte, solo lo haríamos los lunes, martes y miércoles para tener el cuerpo descansado para cuando regresen los muchachos. Es solo diversión, anda… ¿Qué me dices? Parecía una niña que espera el permiso del papá para ir a una fiesta hasta la madrugada.

Me quedé pensando, pero la cosa ya me estaba excitando más que lo que la temía.

-está bien, probemos.

Pegó un grito y un salto, emocionada por mi aprobación a su plan, y se me tiró encima para abrazarme alegremente. Siempre consigue lo que se propone conmigo. Es bella, confío en ella y es la compañera de mi alma. Cuando se calmó su arrebato emotivo, me llevó a su cuarto y sacó unas bolsas con ropa de marca y comenzó a vaciar su contenido sobre la cama. Faldas, blusas y pantaletas de todas formas era su contenido.

-sostenes no compré, porque no los necesitamos. Esta es nuestra ropa de trabajo. ¡Vamos, pruébate las tuyas! Las tuyas son estas, que van bien con tu color y las mías estas otras. Parecíamos unas niñas emocionadas con sus uniformes de primer día de clases.

-Revisemos la lista, le dije mientras me desnudaba para probarme lo mío.

-yo propongo, dijo mientras se probaba unos cacheteros que realzaban su colita pizpireta, que no hagamos más de dos visitas a la semana, porque si no, no va a quedar nada para los muchachos. Marta, solía llamar “los muchachos” a nuestros esposos.

-¿Cuánto cobramos? Le pregunté mientras acomodaba entre mi abundante nalgatorio una tirita de un hilo dental que me quedaba de muerte lenta. Su respuesta me dejó paralizada- ¿y que vamos a hacer con tanto dinero? Le pregunté asombrada.

No sé, me respondió encogiéndose de hombros. Esa no era una preocupación para ella, de todas formas tendríamos que buscar como esconderlo. Bueno, eso sería después, ahora su principal problema era intentar calzarse una minifalda contra el obstáculo que le oponían sus redonditas y apetitosas nalgas.

Después de probarnos toda la ropa, nos tiramos sobre la cama a revisar la lista. En ese instante el teléfono volvió a llamar.

-ok. Le dije haciéndole una señal para que aun no descolgara- sea la que sea, ésta será la primera cita que vamos a aceptar.

Descolgó y comenzó a hablar con voz melosa. La oí decir nuestro precio y me hizo señas de que había aceptación de la otra parte. Pidió datos y colgó. < Es un viejo, tiene acento gringo y nos quiere a las dos de la tarde en su hotel.>

-le subiste el precio, aduje

-claro, es gringo, puntualizó mientras se levantaba a escoger la ropa que íbamos a usar en nuestra primera peripecia.

Llegamos a las dos en punto al hotel (la puntualidad es buena para los negocios, decía Marta) era un hotel cinco estrellas y no tuvimos problemas para llegar a su suite. Nuestra elegancia nos servía de pasaporte.

Un hombre maduro, bien parecido, alto, calvo, descalzo, corpulento, en shorts y sin camisa nos abrió la puerta. Con un gran acento italiano, nos dijo que nos desnudáramos apenas hubimos franqueado la puerta. dijo a modo de excusa por su poco amable trato. En ese momento nos dimos cuenta que todo el mundo consideraba en este negocio, que las tarifas eran por Una Hora de “trabajo”.

Marta, extendió su mano en señal de que el pago era anticipado. Él, sonriente, se acercó a un secreter y extrajo una voluminosa cartera de la que sacó el dinero que puso sobre la mano de Marta. le dijo y mientras él se sentaba en un cómodo sofá a disfrutar del espectáculo, ella me hizo señas de que comenzara a desvestirme.

Lo hicimos casi profesionalmente, merced al ensayo que habíamos realizado bajo la dirección técnica de Marta, esa mañana. En un espejo cercano se reflejaban nuestros cuerpos contrastantes; un par de hembrones de diferente color: el feliz sueño de cualquiera.

Desnuditas y (no es cuestión de negarlo) pensando qué tan lejos habíamos llegado y qué nos esperaba, nos quedamos aguardando sus instrucciones. El demostró su desconcierto por nuestra actitud “poco profesional” e hizo un gesto indicándonos por señas algo así como <bueno, ¿qué más saben hacer?>

Yo sin ninguna iniciativa de mi parte, estaba  limitándome a controlar mi empeño inconsciente de taparme mis partes en exhibición con mis manos atribuladas, Marta, en cambio, captando que no estábamos sintonizando con lo que el cliente deseaba, sonriéndole con desparpajo, hizo una especie de reverencia burlesca indicándole que el show iba a comenzar.

Ella, emprendió una serie de vueltas a mí alrededor con lentitud mientras rozaba mi piel con sus dedos. Cerré los ojos para concentrarme y dejar ir mi nerviosismo. Sentía sus deditos tocando levemente los pezones y un momento después acariciando la parte de atrás de mi cuello bajando hacia mi colita, después, recorrían mi abdomen (sacándome escalofríos por las cosquillas), segundos más tarde acariciaban mis nalgas y mis muslos. Yo era la viva estampa de la mujer que, atada a la columna, espera a que el vendedor termine su presentación para ser vendida.

Me obligó a girar para que mi rabo redondo y duro quedara bien a la vista del hombre. Me lo abrió y me hizo inclinar para que se viera mejor, al tiempo que introducía sus manos entre mis nalgas. Parecía estar vendiéndome en un mercado de esclavos. Volvió a girarme y entonces sus dedos estremecieron la carne de la entrada a mi cueva cuando los introdujo entre sus labios y los separó dejando en exhibición mis más íntimos secretos. Su boca se acopló a la mía en un beso húmedo y cálido que respondí con avidez. Bajo su lengua por mi cuello y cuando encontró mis senos me ocasionó un estremecimiento que me hizo liberar un suspiro de placer que tenía atrapado en mi garganta.

Yo mido casi uno ochenta y soy de contextura fuerte, ella mide uno sesenta y cinco y es delgada. Pero, cuando ya casi olvidaba, por efecto de la excitación que me producían sus avances, que éramos observadas y que la representación tenía público exigente, ella, con fuerza (que nunca me había demostrado) me cargó y me hizo acostarme sobre la alfombra. La sorpresa, me obligó a  abrir los ojos y logré ver a nuestro cliente desnudo ya, de pie, acariciándola mientras daba vueltas a nuestro alrededor. Marta con brusquedad repentina, me obligó a abrir las piernas y se sumergió entre ellas a sacarme el alma por la vagina. El viejo entró en acción.

Mientras Marta succionaba, el señor comenzó a acariciarme levemente mis pezones con su lengua. Lo hacía muy sabroso. Estiré mi mano y me apoderé de su cosa, que era de regulares proporciones. Me indicó por señas que se lo chupara. Yo me opuse, denegando con la cabeza. Él se conformó. Seguí frotándoselo con experiencia y sin quitarle la vista de sus ojos (eso a mi marido le gustaba y parece que a nuestro cliente también). Estaba loca por ser penetrada, su aparato era jugoso y estaba dispuesto, además de que ya ella, con su lengua pícara, me estaba llevando al borde.

Le hizo una señal a Marta para que cesaran sus chupeteos, luego, se fue a la cama y desde allí nos llamó. La faena gruesa iba a empezar.

Acostado boca arriba y con el condón en su sitio, indicó que quería que me sentara encima de su pito. Ella, amablemente colaboró en mi penetración sosteniéndoselo con sus manos y dirigiéndolo de forma correcta hacia mi agujero que inmediatamente se llenó con su cabeza y me hizo abrir los ojos para mirarlo cuando sentí que comenzó a penetrar cada vez más profundamente. El me miraba con regocijo y con lujuria y yo lo miraba agradecida y lúbrica.

Al llegarme su pene lo más profundamente que se podía, mis nalgas comenzaron a frotarse contra sus muslos al vaivén de los movimientos ondulatorios y rotatorios que les imprimían mis caderas, completamente concentrada en el pedazo de carne que me estaba desatando los nudos de la desesperación de mis entrañas, me sentía en la gloria. Marta ponía de su parte succionando mis pezones, besándome y prodigándome caricias.

El hombre le pidió que se sentara sobre su boca, ella obedientemente abrió los labios de su vagina y suavemente la colocó sobre ella para recibir la parte del homenaje que le correspondía. Yo llevaba en ese momento un ritmo endemoniado en mis movimientos y el placer me recreció cuando Marta-presa también de su propia emoción- comenzó a lamer mi cara, mi cuello, mis tetas y todo lo que tenía a su alcance, mientras que sus deditos sacaban chispas a mi clítoris. Yo aullaba y acariciaba el pecho y los muslos de mi perpetrador, mientras, me movía cada vez más rápidamente.

El viejo comenzó a dar señas de que se iba a terminar la faena, yo en respuesta apreté todo lo que pude mis músculos vaginales para retardarle la partida y que me diera tiempo a correrme también. Lo logré apenas unos segundos después que él lo hiciera. El orgasmo fue esplendoroso y debilitante, los deditos de Marta ayudaron bastante.

Ella no se había ido y el viejo ya la abandonaba a su propia vicisitud de mujer inconclusa con un orgasmo atravesado entre las piernas.

La obligué a que se acostara cerca de mí y sin sacarme el cacho que aun palpitaba atascado en mis entrañas, comencé a darle una mamada de buena amiga, hasta que la hice desfogarse en mi propia boca de toda esa energía que había acumulado en sus tripas a lo largo del erótico programa del que había sido protagonista.

Todo había concluido. Ite labore est. Deo gracias.

Bueno, ya teníamos nuestro primer cliente fijo para dos veces al mes en el caso de que continuáramos con el negocito. Se llamaba Franco, no vivía en el país y tenía mucho dinero para pagar lo que le pidiéramos. Un cliente perfecto.

De regreso, Marta permaneció silente y pensante. Cosa rara en ella que era dicharachera y comunicativa. Respeté su derecho a no ser molestada, esperando que fuera ella quien empezara la siguiente conversación.

Cuando llegamos a su apartamento, después de bañarnos, cepillarnos y ponernos nuestras ropas tradicionales, me dijo de repente abriéndole la espita a su corazón: < ¿por qué lo crees así?> repregunté. <coño, claro gafa. Primero el tipo es italiano y a ellos les gustan las mujeres de color, debe estar cansado de tirar con blanquitas como tú, y segundo, tu parecías estar incitándolo a que me lo hiciera con tus ademanes y actitud de vendedora de carne humana>

Se quedó otro rato pensativa y luego arrancó a reír a carcajadas, < es verdad, yo si soy bien pendeja. Si te puse en bandeja de plata, como si siempre le hubiera estado diciendo: “tome señor Franco, sírvase de esta pulposa carne que traje para usted”.>

Repitiéndose “yo si soy bien pendeja” y riendo cada vez que se acordaba de algún pasaje gracioso, se aprestó a servirnos otro trago.

-toma, celebremos, dijo mientras me entregaba mi vaso lleno de whisky con hielo-por la nueva empresa, las nuevas socias y porque ya no tenemos que jugar más ajedrez.

-chin, chin, dije mientras golpeaba mi vaso contra el suyo.

Después de un rato en el que no la quise interrumpir en la concatenación de sus pensamientos que la hacían reír sola, me atreví a preguntar < ¿es que vamos a seguir?>

-claro que sí, y mañana mismo. Pero ahora voy a escoger a un mulato para que me toque a mí.

-¿quééé…?  Pregunté mientras me erguía, y… ¿mañana?

-sí. Mañana mismo, me respondió con resolución. Mientras pensativamente, subía sus piececitos sobre el mullido sillón y se acurrucaba en una esquina a planear quién sabe qué nueva determinación.

FIN DE ESTA PARTE DE MARTA Y CARMELA: EL OCIO ES EL PADRE DE UN BUEN NEGOCIO.

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