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La historia de malena 14- sexo con felipe

en Hetero: Infidelidad

14_MOSQUITA MUERTA: Se comió a Felipe

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LA HISTORIA CON FELIPE

Desde que Malena lo vio por primera vez, de ello hacía varias semanas, (exactamente en el tiempo en el que su aborto estaba reciente y una extraña sensación de vacío recorría sus entrañas) tuvo, lo que Shay calificó como un capricho uterino a primera vista.

Desde ese momento se transformó en una niña indócil, malcriada encaprichada con un juguete que no le querían dar. Llegó a tales extremos en su desesperación que no solo se lo comentó a sus amigas, sino que también lo hizo con Gonzalo, a ver si este la podía ayudar.

No era su acostumbrado comportamiento, que habitualmente se caracterizaba por ser retraído, individualista y no divulgador de sus secretos ni anhelos personales: pero era que estaba desesperada. 

El tipo era un corredor de negocios y a Gonzalo le interesaba obtener su amistad y confianza para atraérselo, puesto que manejaba los mejores negocios –gracias a sus contactos en la alta sociedad- que casi siempre asignaba a Leonardo, que era su amigo.

A Felipe, que era como se llamaba el ejemplar, Malena lo había tratado sin intimidades en las dos o tres cenas o reuniones de negocios, en las que habían coincidido.

A pesar de que en cada una de esas ocasiones se le había insinuado sutilmente -pero con toda claridad de miras- el tipo no había reaccionado ante sus encantos e insinuaciones como ordinariamente reaccionaban los hombres, sin que ella se viera en la necesidad de poner algún esfuerzo de su parte.

Este “idiota”, como ella lo calificaba, parecía darle la misma importancia que al marcador con el que escribía en la pizarra o la servilleta que usaba durante una comida… o, al papel con que se limpia el rabo, completó Shay con su habitual parla canallesca, el día que ella le describió su anormal comportamiento.

-la boca, vieja, la boca que tiene -le describía Malena a su amiga- es una perfección, me provoca brincarle encima para comérsela…es bello, tiene bigote como lo usaban antes, terminados en punta hacia arriba…¡está divino!

-tranquila vieja que vas a tener un orgasmo aquí mismo y me daría pena tener que llevarte cargada con tus espasmos vaginales hasta el baño…ja, ja, ja, ¡sería comiquísimo! Tranquila… que yo lo he visto…está bueno y es bello pero no es mi tipo…los bonitos no me gustan… además, soy casada fiel… ¿Qué tal?

-tú te puedes dar ese lujo… a mí el tipo me perturba, está como me lo recomendó el médico…

-será…que te lo recomendó Deysi la loquera…ja, ja, ja… creí que no te gustaban así… pensé que te gustaban más… masculinos… más feos…

-yo no sé qué me pasa, vieja, nunca me habían interesado los bonitos… me gustan más bien de otro tipo…no sé qué coño me pasa… ya no hallo la forma de insinuármele: le muestro la mercancía, le doy picones, lo miro insinuante, lo que me falta es pedirle que me lo haga…

-tira, pues…para que te cures… un clavo saca otro clavo.

-cuando regrese de la comisión, voy a exigirle a Leonardo que me lo haga todos los dias durante un mes por lo menos…esas deben ser vainas de las hormonas esas que me tomé por un tiempo… ¡no jombre! Se lo dije al médico ese, que esa vaina me iba a hacer daño.

La última vez que lo vio fue el día de su partida con su feromonístico compañero rumbo a El Calvario.

Ese día, cuando ella iba saliendo de la oficina de Gonzalo, coincidieron en la puerta, se lo tropezó, él la saludó con amabilidad, ella no le respondió y le torció los ojos con desdén…era su manera, muy suya, por cierto, de mostrarle su despecho de hembra ofendida por su desdeñosa conducta.

EL DESEO POR FELIPE

Al regreso de su maratón sexual con el ferodemoníaco compañero de aventuras sexuales y trabajo, corrió a refugiarse en los brazos de Leonardo para compensarlo por tanto tiempo de abandono e inactividad sexual, y, para que no se le ocurriera cambiarla “por la idiota esa de la colombiche”, que era una compañerita de trabajo de lo más bella que él tenía en la Regional y que según le habían chismeado las malas lenguas, estabacayendo o ya se había estrellado en la red de Leonardo.

Principalmente quería recordar lo que era hacer el amor con amor.

Pocos dias después de su regreso, tuvo lugar la fiesta para celebrar el día de las secretarias con que la compañía las festejaba y las agasajaba. La celebraron en el local del restaurante de moda en Ciudad Jardín.

Invitaron a los ejecutivos de la regional. Juan asistió acompañado de su esposa.

Malena fue la organizadora y desde tempranas horas de la mañana del día del evento, se ocupó de darle los últimos toques a la decoración, disposición de la comida, bebidas, buffet, mesas, sillas…y mientras trajinaba había estado trasegando gran cantidad de whisky.

La fiesta comenzó a las doce en punto del mediodía.

MALENA LO CUENTA CON SUS PROPIAS PALABRAS:

PRIMER ACTO.

Para las dos de la tarde, mis restricciones morales y mis timideces -que al principio siempre bloquean la expansión de lo poco de sociable que hay en mi personalidad- habían sido suprimidas por los vasos de whisky que había estado ingiriendo. No estaba borracha, estaba en un estado de adormecimiento del cuerpo que me proporcionaba gran fortaleza ante la ingesta alcohólica, que me impedía, por más que bebiera, pasar al siguiente estado.

Mi novio Leonardo, tardaría aun un buen rato en llegar al sarao: su amigo Oscar, me informó que le habían asignado un trabajo de última hora y no llegaría antes de las cuatro.

Yo vestía una minifalda negra, escotada por delante y por detrás que le hizo exclamar a más de una, que hubiera sido más decente que hubiera venido desnuda- la cual, se adhería como papel adhesivo a mis redondeces, resaltando sensualmente mis voluminosas formas. (Órdenes de Gonzalo, el vestirme así).

Bajo mi sensual y corto vestido, solo llevaba unas leves pantaleticas. Cada vez que me sentaba en las bajas banquetas que constituían el único mobiliario del local apropiado para sentarse, quedaban al libre escrutinio público mis encantos interiores sólo protegidos por mi capacidad de cerrar mis muslos lo más herméticamente posible. Por ello, procuraba sentarme lo menos posible. Esta situación, contribuía al cansancio de mis adoloridos piececitos recubiertos por unas bellas, pero nuevas, costosas e incómodas, sandalias.

Mi par de graciosos senos (obligados a permanecer en su sitio por un pequeño botoncito que reprimía sus deseos de expansión territorial) al estar libres de sostén, parecían listos para escurrirse fuera del escote a la primera sacudida inarmoniosa de mi tórax.

El vestidito negro, además, resaltaba el color de mi pelo amarillo. Estaba verdaderamente comestible: aunque había otras bellezas, yo, estaba entre las más apetecibles.

Éste era el cuadro que yo personificaba cuando Felipe llegó a la fiesta.

Me saludo de lejos y yo hice como si no lo hubiera visto, todavía brava con él por su desdén.

Estaba bello, elegante y seductor, como uno de esos bomboncitos que no podemos comer por estar a dieta, pero que nos hace relamer de gusto el solo imaginarlo sin su envoltorio, jugueteando en nuestra boca. No me convenía ponerme con fantasías sexuales, aún mi líbido estaba afectada por las feromonas que me habían inyectado y las hormonas que hasta hacía poco había estado tomando.

Tenía que controlarme pues una fantasía fuertemente erótica adobada con una buena cantidad de licor desinhibidor, más el apetito de carne masculina que repentinamente se había desatado en mis profundidades, podría ocasionar un descarrilamiento de mi locomotora y traer consecuencias ignotas y funestas. 

-Así que, Malena, contrólate que te están mirando-me dije a la defensiva- ya Leo viene por allí y te tranquilizará todo lo que quieras.

Durante un buen rato olvidé a Felipe y me fui relajando, debido a la intensa actividad del rol de anfitriona que me había sido impuesto por Gonzalo.

La fiesta estaba en su apogeo, yo seguía desplazándome entre los grupos alternando con los invitados como buena ejecutiva “dedicada a dejar en alto el nombre de la empresa que orgullosamente representaba”.

Me había detenido a descansar un poco mis paticas cansadas, adoloridas e inflamadas, apoyándome en una columna medio escondida casi en el fondo del local, para, disimuladamente, quitarme los zapatos y aliviar un poco mis pies estragados.

Sorpresivamente sentí una mano que se apoyó confianzudamente en mi cintura: bueno, un poco más abajo.

Antes de verlo u olerlo, supe que era él.

-Hola Lenita ¿Cómo estás? -y sin esperar respuesta, prosiguió hablando sin mirarme- no me había acercado antes a saludarte porque no quiero problemas con Leo, sé que te cela y te vigilan en su nombre.

Su mano ahora, decididamente y sin ninguna duda, estaba sobre una de mis nalgas. No me moví ni disimulé lo que no quería disimular.

-Y… ¿ahora?, lo cuestioné con aplomo y velocidad mientras sonreía y aguantaba su mirada queriendo demostrar una mayor imperturbabilidad de la que sentía, pues por efecto del cansancio, el whisky, su presencia tan cercana y lo clandestino de la situación, escondidos en esa obscuridad, detrás de esa remota columna, percibía el calor que emanaba de su mano sobre mi carne como un efluvio cálido que envolvía mis nalgas, bajaba por ellas, se metía entre ellas, lamia mis labios mayores y menores y bajaba por mis piernas perdiéndose en mis talones.

-¿Ahora? En este momento: ¡ahora! Nadie se da cuenta de nada, cada cual está en su propio afán, alborotados por el licor y ocupándose de sus propias intenciones. Hasta Juan, dejó hace rato de comerte con los ojos: muy probablemente a causa de un pellizco de su esposa: Pellizcarle, reclamarle y dejar de mirarte, todo fue simultaneo

-Entonces tú también me estabas vigilando.

-No vigilando, más bien, disfrutando del paisaje.

-Ahora soy un paisaje.

-Un paisaje con hermosas montañas, colinas, valles y de una bellísima personalidad. Pero prohibido.

Ambos reímos divertidos por el tropo que había usado para piropearme.

En ese momento fui consciente del manto de protección, a título de su propiedad privada, que Leo había echado sobre mis hombros. Su poder me rodeaba.

Sea por el licor que me liberaba de mi natural retraimiento y vacilación, o, por mi orgullo que quería demostrar que no era propiedad de nadie, puse mi mano sobre la que él tenía sobre mi anca y con desparpajo lo invité a bailar. Había caído en mi propia trampa…o ¿en la de él?

Si me estaban vigilando o no lo estaban haciendo, esa preocupación se esfumó de mi mente cuando sentí que el círculo de acero de sus brazos rodeaba mi cuerpo transido de fatiga y deseo. Su masculinidad se empotró en mi valle por donde circula el rio del destino de todas las hembras apetecibles, de toda mujer/objeto.

El ambiente estaba más obscuro pues habían bajado el nivel de luminosidad para ajustarlo al tipo de música suave que estaba sonando. Sus manos buscaron el escote trasero de mi traje y por allí adentro hallaron mi piel recalentada e inerme. Por un momento tuve consciencia de que estaba perdida, no sé adónde, ni para quién, pero, estaba perdida y no iba a remediarlo.

Me dejé llevar por la música y la obscuridad y mi deseo y por sus maniobras. Me dejé. De repente su boca estaba sobre la mía. Abrí mis labios para saborear los suyos, su lengua tiernamente los recorría y jugueteaba con la mía en una danza que se hacía cada vez más urgente; mis brazos rodeaban su cuello y mis manos se hundían en su cabello, estábamos tan pegados que una de sus manos alcanzaba uno de mis senos y lo tocaba delicadamente mientras la otra recorría mis nalgas a través de la tela. Su boca metódicamente se fue acercando a mi cuello y cuando rasó la oreja sentí una fuerte debilidad en mi abdomen y emití un leve quejido preludiando la innegable necesidad de entrega. Para cuando sus labios se hundieron en mi cuello, mi resistencia se había agotado, estaba a punto de tener un orgasmo, allí, bailando con Felipe.

SEGUNDO ACTO: ENTRE MANTELES USADOS.

Sin decir palabra, me tomó por la muñeca y me arrastró casi corriendo por un laberinto de pasillos que, allí cerca conducían a las cocinas, por ellas pasamos ante la mirada atónita y burlona de cocineros y ayudantes, salimos a una especie de dependencias de servicio y sin pensarlo mucho abrió la primera puerta que tuvo a mano, por ella entramos, estaba a obscuras, buscó a tientas el interruptor, encendió la luz y aseguró la cerradura. Estaba lleno de muchos manteles dispuestos en forma de montículos, muchos manteles y servilletas de tela.

Ese sería nuestro tálamo.

Había premura y nervios. Había deseo, locura y urgencia. Debía quitarme el vestido, no había alternativa pues por lo apretado que me quedaba podría desgarrarse. Fue una maniobra difícil y cuidadosa, pero la complacencia que sentí al ver su expresión asombrada, sorprendida y de entusiasmado deleite al verme en cueros -la cara de sátiro que puso al verme desnudita- compensaba cualquier esfuerzo que hubiera hecho para quedar en pelotas. Él, para no quedarse atrás, trató de desvestirse por completo pero yo se lo impedí: no había tiempo.

Sobre una de las montañuelas de  manteles me dejé caer de espaldas y abrí mis muslos para recibirlo. Su aparato era bello como él, no podría ser de otra manera. A pesar de mi oposición para que me hiciera eso  -había estado toda la tarde sudando y orinando sin tiempo de lavarme bien- me besó y lamió profundamente mi húmeda vagina haciendo que se volviera a encender mi hoguera.

Lamio mis senos cuyos pezones respondían proporcionándome ramalazos de electricidad que recalaban en mi clítoris que manipulaban sus dedos hábiles.

Le grité que me cogiera, que me atravesara ya, que no había tiempo. Él no me hizo caso dispuesto a disfrutar eso que se le estaba ofreciendo y que era un bocado digno de un cardenal.

Cuando ya me tenía loca de desesperación, de deseo, de rabia  y de miedo, mientras besaba mi boca y bebía mi nuca con sus labios, comenzó a atravesarme poco a poco.

Yo me abrí poco para sentirlo más, mi estado aterrado me abandonaba merced a su boca sabia que parecía arrancarme el temor a ser descubiertos y me lo cambiaba por un erotismo lleno de sensaciones que pinchaban cada centímetro de mi piel. El temor se me fue por completo cuando lo sentí todo adentro y el aroma de su cuerpo impregnando al mío.

Me sentía como el condenado que saborea su última exquisitez, lo que pasara luego que lo resolviera el destino.

Me dejé llevar por el orgasmo tembloroso que salía de la parte interna de mis muslos.

Él me hablaba, me alababa, me excitaba con sus palabras -yo que soy siempre la que hablo me quedé callada… oyéndolo- me decía lo bonita que era, y yo acabando; me decía lo bello que tenía el cuerpo, y yo acabando; me metía el dedo por detrás y me explicaba lo mucho que había deseado hacerlo hacía siglos, y yo acabando; hasta que el comenzó a acabar también, y yo a gritar, también, que no me acabara adentro. En vano. La costumbre es más fuerte que la consciencia.

Hice una especie de toalla sanitaria con una servilleta y me la aferré con las pantaleticas que realmente no podían sostenerla bien.

Hicimos el recorrido de regreso de la misma forma, medio corriendo, agarrados de la mano y afrontando cocineros y camareros burlones.

Desembocamos en el salón con nuestras caras de pecadores ante la vista de todos los que nos quisieron mirar, pues las luces estaban encendidas.

TERCER ACTO: FIN DE LA FIESTA…ME VOY PARA OTRA FIESTA

Gonzalo salió a auxiliarme –se lo agradeceré hasta que muera- y me preguntó en voz alta, para que los que estaban a nuestro alrededor lo oyeran claramente:

–Malena, y entonces ¿qué respuesta te dio el jefe de cocina?

Por un momento quedé cortada, sin habla, sin entender. Solo fue breve fracción de tiempo.

–Ya están buscando más camarones para hacer la salsa, señor Gonzalo, entonces, muy subrepticiamente, se interpuso entre Felipe -que acababa de soltarme la mano apenas- y yo.

Me pasó su brazo sobre el hombro y me apartó de la gente que ya había perdido el interés en nosotros.

Me dijo al oído: -Anda al baño y te lavas la cara y todo lo demás, tienes facha de venir de fornicar. Ya Leonardo llegó, lo están reteniendo por orden mía pues está celoso de Felipe por los chismes que ya le contaron. Si te pregunta, estabas cumpliendo una orden mía en las cocinas, yo lo corroboraré. ¡Ah! Y sobre todo, ponte tus zapatos.

Entonces me di cuenta que estaba descalza. Así, y con mi mejor porte real, me dirigí al baño de damas.

Ya repuesta, lavada y perfumada retorné al foso de los leones.

Leonardo me puso cierto grado de mala cara, pero, utilicé el medio defensivo más antiguo y productivo para una situación como esa: Puse una cara peor y lo regañé:

 -¿Cómo es posible que te dejes llevar por chismes? -Sino confías en mí, me avisas. –Haciéndome pasar penas delante de toda esta gentuza. – ¡Qué riñones los tuyos!  Celarme con un tipo, que me cae tan mal, por lo petulante y engreído que es, ¿Y qué? ¿Qué quisieras que hubiera hecho? Que me insubordinara…El señor Gonzalo me indicó que dejara la repelencia con el tipo –que ya era demasiado notoria y no era conveniente para sus planes-…entonces yo, para demostrarle a mi jefe, que no pondría más mala cara y que estaba dispuesta a sacrificarme por el bien de la sucursal… bailé unas piezas con él y lo otro fue casualidad: habiéndome enviado el señor Gonzalo –en mi calidad de organizadora de la fiesta- a la cocina a averiguar acerca de una salsa para complacer quién sabe a quién, me tropecé con él a la salida de las cocinas -por mi abrupta manera de salir de ellas- y como iba a caerme, el idiota ese, me tomó de la mano para que no resbalara…porque andaba sin zapatos… Pregúntale al Señor Gonzalo, entonces, ya que no sé cuándo perdí mi credibilidad contigo.

Acto seguido volteé la cabeza con tal ímpetu que mi crineja lo golpeó: estaba orgullosa de mí misma: “tremenda actriz”

-¿Y tus zapatos? Me preguntó él ya más relajado… pero aún dudoso.

Faltaba la estocada final:

-Para que veas. Tengo aquí tantos enemigos -y tú también, o más bien, yo los tengo porque saben que te pertenezco- que me escondieron mis zapatos en una de esas que me los quité para descansar un poco los pies, por lo agotada que estoy ¡Pero claro! Al señor celoso, que esté cansada o no, dije volviendo a elevar la voz, no parece importarte, porque a él lo que le interesa es que nadie mire su propiedad. Si eso es lo que quieres, entonces no te separes de mí. Porque me tienes abandonada todo el tiempo…

-Está bien, no te pongas brava, vamos a olvidarnos de todo. Son vainas de los celos, por lo hermosa que estás. Vámonos de aquí. No busques los zapatos, así  me gusta más porque tú sabes cómo me excitan tus pies. Mañana salimos de compras, porque ahora quiero que vayamos a reconciliarnos… ¿Quieres?

Le respondí con un beso tan grande que casi me lo trago. Había que empezar otra vez.

Un buen polvo ya gozado, el antojito de Felipe ya saciado, otro polvazo en ciernes, y de los mejores… porque era con Leonardo y porque así es el sexo de reconciliación.  ¡No está mal… no está mal!  Y además, zapatos nuevos y de la mejor calidad: había que cuidar la mercancía que era ¡yo!

Cuando salíamos, vi al coño e’ madre de Gonzalo, conversando con Felipe muerto de la risa por lo que éste le relataba.

Con toda seguridad ya le había sacado hasta el más íntimo de mis secretos. -Ese Gonzalo es una rata. No sé porque nunca me la ha pedido: Voy a tener que preguntarle.  ¡No, no, no! no le preguntaré nada, yo sé porque.

CUARTO ACTO:

FIN DE UN ROMANCE SICALÍPTICO.

Ya de noche, Malena bajó de la camioneta de Leonardo frente a la puerta de su edificio. Él, no podía acompañarla hasta su apartamento para evitar malos encuentros con su suegra, que no lo quería ver ni en pintura, por ser casado.

Ella, iba acomodándose lo mejor posible el corto vestido, iba medio borracha todavía, iba con el cabello revuelto, iba saciada de tanto sexo como había tenido e iba descalza, contrastando la elegancia de su minifalda negra, con las plantas de sus pies sucias y percudidas -a pesar de que en el motel se habían bañado- debido a los desplazamientos que se había visto obligada a realizar.

Su catadura, le daba un aire de sensualidad concentrada. Exudaba un sensual aroma que inficionaba subliminalmente su entorno, mezcla de sexo, alcohol, sudor y ganas saciadas y por saciar.

Tenía una expresión de sensualidad perversa y pervertida cuando tomó el ascensor hacia el séptimo piso donde habitaba. El ascensor iba vacío: ¡menos mal! Se dijo, pues el olor a alcohol fermentado, hubiera sido difícil de esconder delante de otras personas a menos que subiera todo el trayecto sin respirar. Se rio por esa imagen, hubiera llegado muerta, pensó, se olio su aliento desviándolo con su mano hacia su nariz: ¡Fuchi! Se dijo ¡olor a caña podrida!

Cuando el ascensor abrió sus puertas automáticamente al finalizar el recorrido que ella le había ordenado, se sorprendió agradablemente y sonrió: sentado en el tercer peldaño de la escalera, que daba frente con frente a la puerta del ascensor, estaba Felipe con sus extraviados zapatos en la mano.

Sonreída, caminó los pocos pasos que la separaban de él y sin palabras ni saludos, se sentó a su lado, como era habitual en ella hacer sus cosas: en silencio y con lentitud sensual sin quitarle los ojos de encima.

Logró sentarse, (a pesar de las dificultades sumadas de su corta y ajustada falda, que impedía la fluidez de sus movimientos, y el estado etílicamente engorroso que la acompañaba desde la mañana) en uno de los peldaños más bajos, por lo cual, sus piernas quedaron en tal posición que cualquiera que desembocara por la puerta del ascensor tendría una espléndida vista de sus atributos más allá del límite aceptado comúnmente.

Sus secretos íntimos quedaron a la vista mientras ella trataba de arreglarse, pero era imposible, trató de levantarse para estirar la faldita y fue peor, pues tuvo que abrir un poco sus piernas y sus muslos se mostraron desde el comienzo hasta el final… hasta allá donde la unión de las piernas las hacen cambiar de nombre y hace: ¡miau!…en ese momento, precisamente en ese instante, indefectiblemente… la puerta del ascensor se abrió y el hombre que surgió de él no pudo evitar ver los encantos que ante sus ojos ella desplegaba.

El  espectáculo inolvidable de lo que Malena mostraba lo trastornó por un instante y se reflejó en su cara congestionada; su gesto paralizado,  le impidió apartar por unos momentos su mirada de la visión que la casualidad le ofrecía.

Malena automáticamente trató de arreglar el asunto acomodando mejor sus piernas, pero el daño ya estaba hecho.

El impacto que causó su alborotada belleza quedó grabado en el rostro y en el recuerdo de su vecino/ salvador /abandonado, como ella llamaba al muchacho que la había auxiliado el nefasto día del aborto.

Él, precisamente, fue quien había salido del ascensor.

-¡menos mal que es él y no otro! Logró registrar Malena este pensamiento, mientras lo saludaba con un “hola”, un gesto de su mano y con una sonrisa de vergüenza y justificación.

Felipe había presenciado la escena y la actividad de ambos protagonistas con mucha atención, sonriendo divertido y plácido. El muchacho ya se había alejado de ellos y procuraba abrir la puerta de su apartamento cuando él le extendió sus recuperadas zapatillas. Ella los tomó aun perturbada por la escena que acababa de propiciar e intentó ponérselos antes de levantarse, pero no lo logró debido a sus nervios y posición comprometida.

--quédate así, le dijo Felipe aun sonriente, los vas a ensuciar por dentro con tus asquerosos piececitos… además de que los vas a esconder dentro de tus zapatos y no podré seguir mirándolos…son tan bonitos…

-¿cómo diste con mi dirección? Preguntó ella, que ya había renunciado a la imposibilidad técnica de calzarse, antes de que él se lo dijera.

El la observó con cara de estar extrañado por la pregunta. Ella entendió que era lógico que la respuesta era: Gonzalo.

-me costó bastante convencerlo. Tuve que darle un negocio que iba a ofrecerle a Leonardo. No fue difícil convencerlo de que me diera la dirección después de que hablamos de negocios. A Leonardo, tendré que compensarlo posteriormente…

-mal día para Leonardo contigo, dijo Malena en voz baja, mirando pensativa la puerta del ascensor, para que en el caso de que se volviera a abrir sorpresivamente, le diera tiempo para taparse.

Felipe entendió que se refería a que además de haber perdido un buen negocio, le habían fornicado a su novia, todo… por el mismo personaje…que ahora ella tenía a su lado.

Él se quitó su chaqueta y la extendió sobre las rodillas de ella para que sus secretos estuvieran a salvo mientras conversaban.

El perfume que emanó de su tejido, le hizo rememorar a ella, el acontecimiento de la tarde en la lavandería del restaurante.

-solo vine a devolverte tus zapatos.

-¿desde qué hora estás esperándome?

-hace rato.

-¿quieres ir a mi casa? Puedo brindarte café.

-no. Es mejor que me vaya. Estamos cansados y en mi casa me esperan.

Malena recordó que él también era casado.

Se incorporó con ayuda de Felipe y de la baranda de la escalera.

-nos vemos otro día, dijo él.

Ella no contestó de inmediato pues se había mareado un poco cuando se levantó.

-Adiós, le dijo al fin, llámame mañana…para que cuadremos algo.

Comenzó a caminar lentamente hasta su puerta.

Él la miró alejarse pensando que ese cuerpazo no había sido debidamente agasajado por la premura del momento…pero hubo que agarrar aunque hubiera sido fallo.

Ella se volvió hacia el antes de desaparecer por la puerta de su apartamento y le lanzó un beso.

El suspiró mientras esperaba a la puerta del ascensor su llegada… verdaderamente mal día para su amigo Leonardo. Pero con una hembra así, con la poca atención que él le prestaba, además; con tanto ajetreo como en el que él vivía, serían muchos los cachos que tendría aún que agregar a su caramera.

El ascensor llegó.

Siguió pensando, mientras viajaba, que aun así era buen negocio estar entre los pocos que tenían a Malena… ¿o, serán muchos?

Sonrió. El ascensor había llegado.

Malena le gustaba demasiado… más de lo prudente. Se enviciaría con ella. Ahora que la había probado sería un peso que soportaría… era una relación imposible, la amistad con Leonardo… los negocios. Sabía que Juan la quería para él… era notorio y mejor era no atravesarse en su camino… tenía mucho dinero que perder en el asunto. ¡Que se quede el infinito sin estrellas! ¡Paso! Se la disfrutaría hasta que notara que le estaba dañando la tranquilidad y la paz de su alma más allá de lo aceptable.

Se alejó en busca de su automóvil.

El sábado siguiente, a las ocho de la mañana pasó a recogerla (y no es un simple decir).

Él iba en shorts, ella se emocionó cuando vio sus bellas extremidades. Se había vestido con un mono deportivo y apenas se subió al auto y cerró la puerta, se levantó su chaqueta del mono y le mostró las tetas. Ambos rieron: iban dispuestos a desquitarse y hacerlo como dios manda.

Se hicieron amantes por una temporada.

Para noviembre ya Malena estaba aburrida. El gusto se le había pasado…así sucede con todos los grandes deseos, que de tanto manosearlos pierden su encanto, además era demasiado fiel a su mujercita y no se permitía ni un momento de emoción causada por el temor a ser descubierto.

Estaba fastidiada de hacerlo solo los sábados de 7 a 9. Se le escapaba a la esposa, durante ese lapso, con la explicación de ir a comprar el periódico; eso, además de cursi y pavoso, demostraba falta de carácter e imposibilidad de control por parte de ella, que era parte del encanto que le conseguía a las cosas que hacía.

Por otra parte, no todos los sábados se podía, pues estaban los viajes al llano con Leonardo, que eran desde el viernes hasta el domingo…un fin de semana sí y otro no; esos viajes le encantaban por el embrujo que tenían y no se los hubiera perdido por nada del mundo.

Poco a poco el deseo se fue apagando y un día él no vino a buscarla y ella no lo extrañó.

¡Se acabó!

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