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María 2- me descubrieron

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MARÍA 2- Me descubrieron

Ricardo, mi pareja, regresó de su viaje varios días después de mi encuentro con Lucas. Aun estaba saturada de su semen y mi cuerpo aún se estremecía con el recuerdo. Pero mi verdadero macho había hecho su aparición. Mi corazón salto de emoción cuando lo vi aparecer. Le comunique mi resolución definitiva de regresar, apenas termino de besarme. Me dijo que tuviera un poco mas de calma, su trabajo casi culminaba y en poco tiempo regresaríamos juntos. A mi cuerpo lo recorrió un estremecimiento de  cobardía, quedaría  un tiempo más en manos de Lucas que después de haberme probado no me soltaría tan fácilmente. Decidí no interferir con mi destino. A lo hecho pecho.

A Ricardo yo lo adoraba con mi corazón y con mi cuerpo, era el compañero de mi alma. El resto de los hombres podían procurarme placer y diversión, pero, su compañía y protección eran mi anti-depresivo favorito. Mi siquiatra me decía que mi defecto era que siempre quería tener lo que tuvieran los demás, para mí la fruta del cercado ajeno era mejor que la de mi patio; por ejemplo, nunca había tenido una pareja que no fuera casado, Ricardo también lo era cuando lo conocí. También mi analista me decía que el día que me casara con Ricardo, correría a buscar a otro. Ya había sucedido, era mi maldición.

Mientras bebíamos y conversábamos de nuestras cosas como si nos hubiéramos separado ayer, excluyendo mis angustias y nuestras infidelidades, nos acostábamos desnudos en el patio y observábamos las nubes cambiar de formas y a la oscuridad arroparlo todo. Yo lo incitaba a que me pervirtiera, me sentía feliz de ser su amante, su mujer, su propiedad.

Él se sentaba en su sillón, mientras yo me le montaba encima, lo besaba, acariciaba su pene con los labios de mi vagina, procurándome una masturbación incinerante. Cuando sentía que iba a terminar me lo enterraba acaballada sobre él y me quedaba quieta sintiendo su latir en el calor de mi hogar. Me le desmontaba, cambiaba de posición y ahora eran mis nalgas la que le acariciaban su falo, el se dejaba hacer,  jugueteaba con mis pezones y con mi clítoris como sabia que me enloquecía. Abría mis nalgas para sentir el calor que emanaba de mi abertura en su pubis. Me chupaba el cuello con arrullos de paloma, las orejas y la nuca dedicadas a su lengua, le sacaban temblores a mi cuerpo enfebrecido.

Lo cabalgaba con total adoración de mi cuerpo a su cuerpo. Me quería incrustar en su alma y en su cuerpo para sentir todo lo que me pudiera dar. Mis palabras entrecortadas le susurraban groseramente que yo era su puta y que me lo hiciera así, sin parar, por allí, más acá, así.

Cuando no podíamos más, me daba unas nalgadas y decía-bueno, vamos a tirar en serio ahora. Arrastrábamos el colchón hasta el patio y allí bajo la luz de las estrellas nos dedicábamos a complacer el hambre atrasada. El clímax final llegaba, nuestros bufidos y jadeos crecientes denotaban el momento cercano de la eclosión del placer. El se acoplaba a mi paso, sus manos se colaban bajo mi cuerpo y abrían mis nalgas al máximo. Eso me dolía después. Su dedo se enterraba espasmódicamente en mi ano, también me dolería luego, nuestras convulsiones, gritos y temblores finales se dejaban sentir brotando de nuestros cuerpos saciados mientras su leche me inundaba y su tranca recrudecía sus golpeteos al fondo se mis entrañas.

Mientras acabábamos, esa noche me oyó decir:”Tú si eres”, en uno de los estertores finales de mi orgasmo, y fue así como se percato de que yo le había sido infiel. Era la segunda vez que oía esa expresión saliendo de mi boca en el momento que me llegaba un gran orgasmo producido con su patrocinio. La primera vez, había sido unos años atrás: durante una separación temporal, yo había conseguido un novio con el que me distraje por despecho. Ricardo reapareció, nos reconciliamos, dejé al novio y a la primera vez que hicimos el amor en el paroxismo de la felicidad reencontrada le dije: “Tú si eres”, después le había explicado que la razón de esa expresión era la comparación inconsciente entre un amante y otro.

Al día siguiente, salió temprano. Regresó al atardecer. Prepare una especie de almuerzo-cena mientras él se aseaba y después de comer seguimos bebiendo acostados en la cama, desnudos y lujuriosos. Hablábamos de todo, fumábamos y bebíamos hasta que nos hacíamos un amor perfecto que nos llevaba al cielo y allí seguíamos mientras dormíamos empiernados.

Al levantarse la mañana del domingo se percato de las flores ya secas sobre la mesa del comedor. No pregunto, pero yo vi que había reparado en ellas con atención maliciosa. Mi vecina Belkys, me vino a buscar para que la acompañara a misa, tuve que dejar mi cartera y misal pues era día de procesión y no queríamos incomodidades. No acostumbraba asistir a estos ritos religiosos, pero no opuse resistencia porque pensé que si me alejaba un poco, a él se le olvidaría lo de las flores, mientras, yo tendría tiempo de lucubrar una buena excusa. Los celos le aconsejaron registrar mi cartera durante mi ausencia y por ellos, encontró la nota  que decía: “Lo de anoche te hace La Inolvidable”. Su furia se había calmado  para cuando regrese. Pero se le notaba un estado de ánimo atormentado.

Me pregunto por las flores. Entonces caí en cuenta de que mi despiste desatinado parecía hecho  a propósito para lograr algún fin inconsciente e inconfesable, ¿Por qué las había dejado allí?, quizás fue, porque pensé que no regresaría aun, o, porque Belkis las había alabado y las metió en agua para que estuvieran frescas cuando el regresara “si te las envió, es porque ya está a punto de regresar”, fue la explicación que ella me dio para ponerlas en el florero. La respuesta que había preparado para explicar la razón de unas flores en mi florero, se me enredo con el  estado de ánimo desequilibrado que tenia por la tensión nerviosa y lo que respondí  fue- o creí yo que había sido- espontaneo y sincero, pero, la verdad fue que mi expresión corporal y mi replica no coincidieron y Ricardo era un experto en mí, e inmediatamente confirmo que allí había “gato encerrado”.

No importa lo que conteste, pues a los cinco segundos ni yo misma lo creía. La desesperanza cundía en mí, los nervios minaban mi capacidad de defensa. Como si no le diera mucha importancia al asunto, cambie la táctica defensiva por la ofensiva. Redirigí la conversación, convirtiéndola en un ataque directo a su situación que le impedía estar conmigo, dejándome en la soledad y el abandono durante tanto tiempo. Me contesto, que eso lo sabía antes de venirme con él, que era parte de su trabajo y que yo lo había aceptado antes de emparejarnos. Lo único que había logrado era empeorar las cosas, prácticamente me había delatado y estaba en una situación muy frágil.

Se retiro a la habitación y no quiso comer el almuerzo que le ofrecí. Me le acerque sumisamente y me senté con humildad al pie de la cama. Estaba asustada y no pensaba con claridad. Proseguí aumentando la cadena de errores. En vez de aclarar mis ideas y esperar a ver si se calmaba, me ofrecí para ser sacrificada.

Cuéntamelo todo, dijo con voz grave. -Salí con el hermano de un amigo que me invito a comer, pues me sentía sola y quería hablar con alguien- respondí con voz contrita. -¿Qué más?- exigió. –Bueno, proseguí con el mismo tonito, solo fue un almuerzo, cuando me trajo de vuelta me quiso robar un beso, pero, lo rechace y entre en la casa; bueno- corregí- nos dimos un pequeño beso. Al día siguiente me mando las flores, para disculparse, pienso yo. Les di tan poca importancia que se me olvido botarlas-finalice.

-¿Tu te crees que yo soy un idiota? -casi rugió- ¿es que acaso tus besos negados o pequeños te hacen “La Inolvidable”? Quede en silencio, congelada. El hecho de desconocer que mi cartera había sido examinada por él, y que de esa investigación había sacado la información que me restregaba en la cara, me hizo suponer que eran cosas del demonio (o de dios) el que Ricardo hubiera adivinado el epíteto que utilizo Lucas en su nota. Se acentuó mi estado de nerviosismo y sin ninguna razón valida le explique con una sonrisa idiota, que así me llamaba un amigo. El clavo que faltaba en el ataúd.

Su furia reverdeció, se levanto y me dijo -me voy otra vez-. Recogió toda su ropa. Yo me encontraba en un estado de desesperación tal que no atinaba a pensar con cordura, solo lo seguía por toda la habitación con mirada suplicante. En pocos minutos termino y se fue sin despedida. Cuando salió me tire en la cama a llorar sin buscar calmarme, quería quedarme seca y no deseaba reposo para mi culpa. Había perdido al ser que más quería y no creía volver a recuperarlo.

Fin de la segunda parte. MARíA 2

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