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Un fin de semana de sexo extremo.El viernes.

en Hetero: Infidelidad

Preámbulo

Esta trilogía es para el consumo femenino, especialmente. No quisiera que los hombres se enteraran de que estas cosas pasan con más frecuencia de lo que parecería normal. Es una narración solamente, si es excitante o no ustedes sabrán.

 Tengo 45 años y a mi edad, ni en mis mas alocadas fantasías, nunca me imagine ser la protagonista de una aventura sexual extrema como la que tuvo lugar ese fin de semana.

 Todo comenzó así…

FIN DE SEMANA EXTREMO.

EL VIERNES

El socio mayoritario de la empresa donde trabaja mi esposo, nos invito a pasar el fin de semana en su casa playera. Mi marido estaba muy emocionado pues eso significaba que la promesa de agregarlo a la sociedad por fin se concretaría.

Apenas llegamos mi esposo y el accionista principal (Raúl) comenzaron a conversar animadamente mientras brindaban por el feliz encuentro. Yo me quede aparte, un poco aburrida pero me contentaba el ascenso de mi marido y quería respaldarlo, había luchado tanto por eso…el fin de semana comenzaba…era viernes.

Llegaron los otros dos socios y la conversación se animo más y los tragos arreciaron. Como no me hacían mucho caso más allá de alguna mirada aprobadora a mis opiniones,  decidí hacer mutis por el foro y sigilosamente me retire a mi habitación para ponerme el traje de baño y proceder a disfrutar de la playita y el sol.

Cuando regrese, rumbo a la playa, tenía que pasar obligatoriamente delante de ellos pues estaban en mi camino. Los cuatro (incluyendo a mi marido que desde hacia tiempo me observaba solo superficialmente cuando fornicábamos) voltearon a mirarme sin ocultar su admiración por lo que veían en mi. Llevaba puesto un pareo sobre el traje de baño pero este, a pesar de todos sus esfuerzos, no podía ocultar la prodigalidad de mis lujosas formas de mujer madura bien conservada. Llamaba la atención estando vestida, mucho más medio desnuda. Me turbe un poco por sus miradas poco recatadas y pregunte por la hora de llegada de sus esposas, para salir del paso, -Ellas no vienen, hoy tu eres la única reina- dijo Raúl, mientras le daba palmaditas amistosas a mi marido en su espalda. Este, sonrió. Y yo seguí mi camino. Creo que fue en ese momento que mi suerte se decidió.

Oscurecía ya cuando regrese de la playa a la casa, ésta prácticamente quedaba a la orilla del mar y solo me tenía que alejar unos pasos para disfrutarlo. Dentro del lugar, todo estaba en silencio; encendí algunas  luces y subí a mi habitación, mi marido roncaba la mona que había cogido con tanto whisky trasegado, - Está bien, pensé, está celebrando su triunfo, así deben estar los demás-. Lo arrope, sabía que no despertaría hasta el siguiente día. Me puse un short y una franela y baje a buscar algo de cenar. Total, creí que todos dormían sus peas.

Apenas encendí la luz de la cocina, una voz aguardentosa me saludo-Hola, reina, te estamos esperando-. Reconocí a Raúl  y su socio Juancho, me miraban con ojos, cara y boca de borrachos juerguistas. Conteste a medias el saludo y di media vuelta para retirarme.- No te vayas, queremos hablarte-ordenaron casi al unísono, mientras me rodeaban. Los segundos que perdí titubeando, fueron aprovechados por el tal Juancho para, rápidamente, cortarme la retirada y cerrar la puerta. -No quiero bromitas, dije, ¿Qué quieren?- por toda respuesta Juancho me empujo con fuerza hacia Raúl quien me rodeo con sus brazos inmovilizándome mientras me decía al oído-Lo que queremos, puede hacerse discreta o estrepitosamente, ¿Qué prefieres?-

-¿Que quieres de mi?- inquirí para ganar tiempo, pues la respuesta la imaginaba, necesitaba crear una oportunidad para escapar. Al soltarme un poco para mirarme a  la cara, libero mis brazos atrapados por su abrazo, ese momento lo aproveche y empujándole con exasperación, corrí  hacia la puerta.  En mi intento de huida aparte violentamente a Juancho que se interpuso en mi camino, todo fue en vano: Había cerrado la puerta con llave.

 Juancho, riendo me dijo que hacía rato que había escondido la llave, y que no valía la pena gritar pues nadie escucharía.- Si lucho, pensé, estos dos borrachos podrían herirme, aquí hay muchos cuchillos  y creo que sería peor aún, que yo trate de herirlos a ellos. Vamos a ver hasta donde son capaces de llegar-. Raúl, avanzaba decidido hacia mí, lo detuve con mi actitud sumisa- ¡está bien, está bien, ganaron, me rindo!-

-Óyeme- me dijo Raúl, quien a pesar de la embriaguez conservaba cierto  aplomo-Solo queremos jugar un rato contigo, dijo con una voz que pretendía ser tranquilizadora, mientras se me acercaba a paso de lobo- Solo queremos acariciarte un poco, tu presencia nos ha encendido. Nos gustaría que comprendieras que de ti depende la vicepresidencia que le hemos ofrecido a tu marido.- ¿Cuál es tu respuesta?, por las buenas solo tendrás ganancias, por las malas perderías, y además, solo será un rato. Nadie tiene que enterarse-.

Mis ojos estaban abiertos al máximo, como me pasaba cada vez que me paralizaba por miedo, por ira o por la sorpresa. Había calibrado mis posibilidades durante el discurso de Raúl: si aceptaba por lo menos no perdía nada que ya no hubiera perdido y si de todas maneras no cumplían su palabra con mi esposo, no me quedaría el remordimiento de que mi exceso de pudibundez(a mi edad, cuando ya creía haberlo visto casi todo) hubiera sido la causa de su fracaso, después de haber luchado tanto. Total solo era una cogida más, el problema es que eran dos, estaban borrachos y yo tenía mucho miedo y rabia.

Afirme con la cabeza en señal de aceptación, pues no me salieron las palabras. Se me acercaron más y comenzaron a tocarme cautelosamente. Yo permanecí rígida, sin colaborar, con los ojos cerrados. Sus caricias no me emocionaban. Ellos estaban muy excitados. Cuando trataron de meter la mano entre el pantaloncito y mi raja, reaccioné impulsivamente rechazándoles y apartándome. Me dejaron calmarme, sabían que tenían tiempo y la presa entre sus manos ya no se les escaparía.

No trataron de desvestirme, quizás por miedo a mi reacción, sino que ellos se bajaron sus pantalones dejando al aire sus miembros más o menos enhiestos. Los mire simulando un aire pudoroso y aterrado superior al que realmente sentía, para ver si se compadecían, pero ¡que va!, todo lo contrario, les causo hilaridad-No me digas que nunca has visto uno de estos, dijo Juancho.

 Raúl me indico su pene y con señas me indico que le diera placer. Tome su palo caliente con torpeza y empecé a masturbarlo bruscamente. –Eres una maldita remilgada y no tenemos más tiempo- me dijo, y con su rodilla me saco el aire con un golpe en el estomago.

-Quítale la ropa- le ordeno a Juancho. Este me tomo por la cintura y me tiro sobre la mesa, yo pataleaba sin aire. Me sostuvieron con fuerza y me sacaron el pantaloncito y la franela, unos dedos ocupaban ya las interioridades de mi vagina, una boca se ocupaba de mis pezones que a pesar de todo se endurecieron, otras manos apartaban mis piernas y mis brazos fueron torcidos e inmovilizados, no sé cómo. Apenas comencé a gritarles insultos, me zamparon una buena parte de la franela, que me habían quitado, en mi boca. Callé: casi no podía respirar.

Comenzó una pelea muda entre ellos con empujones, pero sin soltarme, para disputarse el derecho a la primera penetración. Creo que gano Juancho.  Mi raja con la que yo contaba para una resistencia pasiva y silenciosa y a la que yo creía apenada, cohibida y reseca, me traiciono: Recibió de buena gana el tolete que le entro hasta el fondo. Mis ojos se abrieron enormes al sentirme ensartada por un miembro extraño. En la cocina resonaban los jadeos, susurros y balbuceos propios de esas actividades placenteras y también los sonidos acuosos que producían mis flujos traidores al ritmo del mete y saca frenético que acosaba a mi hondonada por todas sus paredes y recovecos. Al fin, después de mucho rato, al sentí  resbalar  su semen en mi y el frenesí de sus movimientos con los que remataba su faena, supe que era  el final de la primera corrida.

 Apenas, unos segundos después, el que me tenia atravesada, fue apartado con un fuerte empellón  e inmediatamente me sentí hostigada por una nueva vara, que por el impulso que la animaba me caló bien adentro.  Me deje hacer y al buen rato, pues la intoxicación etílica le impedía llegar con facilidad al clímax, a pesar de su buena voluntad al respecto, Raúl  termino su faena y lo dejo metido un rato mas mientras se calmaba.

Esto fue lo peor: creí  despertar de un sueño cuando ceso la actividad y retorno la calma y el silencio. Fue entonces cuando me percate de que había mantenido mis piernas enroscadas fuertemente alrededor de la cintura de mi atacante y mi cadera se había mantenido en actividad, febrilmente colaboradora. Asombrada, reconocí que inconscientemente había puesto de mi parte en mi propia violación.- ¡Esos hijos de puta borrachos, me habían hecho acabar varias veces!  ¡Ay, coño!, ojala que no se hayan dado cuenta-me dije aturdida.

Aparte a Raúl con una patada, me levante temblorosa y desorientada. Comencé a buscar la llave de la puerta para salir, la conseguí en uno de sus bolsillos, apague la luz y salí. Ellos, quedaron allí, moviéndose penosamente, buscando donde acostarse a descansar.

Corrí a un baño cercano, me limpie de toda la carga de semen, babas y sudor. Solo logré enfundarme el pantaloncito, pues la franela no me la pude poner porque la habían destrozado para amarrarme y tapar mi boca. – ¡Una franela tan cara! Que la peste cargue con estos idiotas-me dije con furia.

Cuando salí del baño, casi me desmayo con la impresión: Mi marido, en ropa interior, estaba parado en la puerta de la cocina, había encendido la luz y observaba atentamente alguna escena que allí dentro tenía lugar. Al oír el leve grito que emití por la sorpresa de encontrarlo allí, se volteo hacia mí y se me quedo mirando atontadamente.  Apago  la luz y se llevo un dedo a los labios indicándome que hiciera silencio.

 Para que yo no mirra lo que él había visto dentro de la cocina,  me rodeo los hombros protectoramente con su brazo y me condujo por la escalera hacia nuestra habitación. Íbamos en silencio, de repente se detuvo y como si regresara de un sueño, me dijo- Quien iba a pensar que Raúl y Juancho son homosexuales. Están durmiendo en la cocina, desnudos sobre la mesa. Hace rato desperté y a través de la puerta los oí tirando allí adentro con la puerta cerrada, inclusive, al parecer uno de ellos imitaba los gritos de una mujer ¡Que bolas! Tan machos que parecen. Guardemos el secreto-. Lo mire inexpresiva por toda respuesta, pero un escalofrió recorrió mi espalda desnuda.

Asi fue como supe, que tambien mientras me fornicaban, habia gritado.

Reanudamos la subida por la escalera hasta nuestra habitación. Era tanta su borrachera que ni siquiera se había dado cuenta  que yo iba a su lado ayudándole a subir, sin camisa, con las tetas al aire y con señales inequívocas de que acababa de tirar.

No es que sean idiotas, es que a veces se esmeran.

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