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María 7- yo soy la apuesta

en Grandes Series

María 7. Yo soy la apuesta.

A mediodía regresamos al club. Allí me condujeron a la oficina de Carlo quien, luego de algunas advertencias, me explicó mis obligaciones como stripper y empleada de su firma. El trabajo era suave, algunos ensayos, shows públicos los fines de semana y las presentaciones privadas, cuando se presentaran. Los ingresos eran de lujo.-Le perteneces a mi papá, hasta que se aburra- me indicó el hijo en tono confidencial- o sea, no puedes tener sexo con los clientes- Encogiéndome de hombros firmé mi contrato.

Saliendo de la oficina, tropecé con Gaetano, me dijo que lo esperara en la oficinita de la secretaria de Carlo. Así lo hice. La secre, me sirvió un café con pastelitos, mientras me decía que había oído que mi “debut” había sido un éxito y que si me portaba “bien”, con el físico que me gastaba podría “llegar muy lejos” ,porque a los italianos le encantaban las mujeres de formas como las mías y ellos son principalmente los clientes de aquí.

-Solo voy a ser stripper, argüí.

-¿Sííí…? Razonó sarcásticamente mientras alzaba las cejas. Yo le respondí con una risita medio picarona y mi característico encogimiento de hombros.

-Vas a ganar mucho dinero y tendrás amistades muy poderosas. Te vas a divertir de lo lindo-dijo dejando salir un poco los celos- si yo pudiera haría lo mismo, pero la naturaleza no me dotó de la disposición que se requiere.

Seguimos conversando amigablemente y hasta le enseñé algunos trucos contables pues mi profesión, antes de ésta, era administradora de empresas.

-Ahora vas a administrar la “tuya”, alegó, mientras con una mueca de sus labios señalaba el punto entre mis piernas.

Gaetano se sorprendió al conseguirnos  carcajeándonos cuando salió a buscarme. Me despedí  de ella, con una señal apresurada  mientras me remolcaban fuera de allí. –Es raro eso de que alguien congenie con Gina, comentó Gaetano, Gina no es muy simpática que se diga. Me encogí de hombros como contestación, mientras navegaba bajo el influjo de su brazo alrededor de mi cintura hacia la salida.

Abordamos su carro y mientras el chofer nos conducía, me besó con ardor de despedida.-Vamos a que unos amigos italianos, para que te conozcan, me dijo-. Paramos en una tienda elegante y adquirió para mí un bello atuendo que resaltaba más mis pronunciadas curvas-Muy sexy, dijo aprobadoramente, mientras me daba una nalgada cariñosa-.

Llegamos a la casa en la que habíamos pernoctado. Me equivoqué al pensar que quería volverme a disfrutar antes de ir al encuentro de los amigos. Sus amigos ya estaban allí.

Eran cuatro hombres contemporáneos de Gaetano, que jugaban cartas, bebían, fumaban y elegantemente vestidos hablaban en italiano. Le saludaron efusivamente y mientras me inspeccionaban descaradamente, le hacían observaciones acerca de mi prestancia que yo no entendía, pero intuía; él, se regodeaba con ánimo de orgulloso propietario. No fui presentada a la asamblea. Me sentía como una cucaracha en un baile de gallinas.

Había otra muchacha en el sitio, era delgada, bonita y vestía solamente unos bellísimos zarcillos de oro puro. Le sonreí sin traslucir mi sorpresa, su nombre era Mara y me propuse para ayudarla a servir los tragos y la comida, riendo me replicó que se bastaba sola, que no era gran cosa el trabajo y que me dedicara a ponerle atención al juego- Tú eres parte de la diversión y de la partida que se juega, me dijo con cierto aire de misterio- Misterio para mí.

Me senté cerca de la mesa donde se disputaba la partida de póker a ver lo que pasaba, el flaco me había enseñado este juego y lo pude seguir con facilidad. Nada especial, solo jugadas, risas, gritos, bebidas  y apuestas. De vez en cuando Mara se me acercaba por detrás me servía a mí también y ponía sus manos sobre mis hombros. Pasaban las horas,  yo estaba alegre por la bebida y había perdido esa timidez propia de los primeros momentos entre extraños. Bueno, tenía que acostumbrarme y realmente no me costó mucho esfuerzo, por otra parte todos me alentaban a participar. Incluso Mara con su misteriosa manera de transmitirme su pensamiento,  me dijo que de mi dependía lo que ganáramos esa noche.

En un momento de mucha tensión del juego, Gaetano dijo: “La apuesto”, señalándome con un gesto. La algarabía propia de la embriaguez y de la emoción del momento subió de tono. Todos me miraban hambrientos. Miré a Mara para que me explicara, ésta se me acercó con un trago y me explicó en voz baja -Cada vez que Gaetano pierda, tú debes quitarte una pieza de ropa y dejar que el ganador te bese, vamos a ganar mucho dinero, están como locos por ti, dijo antes de apartarse-

 La animadora del juego había entrado en actividad, mi función había empezado.

La efervescencia sensual del momento subía detono, Mara ahora tenía que escabullirse, hurtando sus cuerpo de las caricias, agarrones, nalgadas y manoseos de todo tipo con los que intentaban atraparla. Pero, la pieza de caza mayor era yo, y… Gaetano había perdido una mano.

Yo solo contaba con seis piezas de ropa, incluyendo en la cuenta mis dos zapatos. Me quité uno y fui hasta donde el ganador, quien frotándose sus manos, me esperaba entre las manifestaciones de entusiasmo y aliento de sus camaradas. Me sentó en sus piernas y en vez de besarme la boca, como esperaba, lamio mi cuello y mis orejas con deleite. Al levantarme estaba sonrojada y un poco temblorosa.-Vas bien, me dijo Mara mientras me daba un nuevo trago. -¡coño!, pensé, si esto es solo el comienzo…

Pieza por pieza me fui encuerando. Los “besos”, cada vez más osados y provocativos de los ganadores, favorecían las demostraciones de excitación de los jugadores. Mis calenturas solo se atenuaban en los lapsos en los que Gaetano no perdía, me enfriaba bebiendo y concentrándome en el juego. Cuando  perdí el sujetador, el ganador me echó, tal mamada de tetas, que me dejó sofocada, vacilante y pidiendo pista, solo me soltó ante el reclamo de sus cófrades que exigían respeto y cero acaparamientos de la mercancía. Había que seguir jugando.

Me quedaba una sola pieza, bueno, piececita, tan humedecida que casi no se veía ya entre mis abismos carnosos. Mara se me acercó para decirme risueñamente mientras me entregaba otro trago: ¡Anda a lavártela!

La braguita me molestaba pues desde la época de Belkis no usaba esa prenda interior, siguiendo su consejo, me pareció cómodo y no la usé más.

Ya mi pea se me notaba, ellos no se enteraban porque estaban peor. Yo participaba en la conversación y contribuía con mis zumbas, alegría y desenfado a hacer más ameno el momento…Gaetano, perdió la mano. Todos me miraron al mismo tiempo, estaban esperando. El ganador apartó las fichas y cartas haciendo espacio sobre la mesa. Realmente no me quité la braguita, la desenterré, lo hice con estilo de stripper, lentamente y manteniendo mis ojos fijos en el ganador. Sabía lo que me esperaba.

Me acostó boca arriba sobre la mesa y entre las rechiflas de los demás, comenzó a pasar su lengua por mi huequito y con su boca abarcaba todos los labios que no eran tan amplios como para que no los comprometiera por completo en medio de su libertinaje y desenfreno. Alguien me mantenía mis piernas abiertas para facilitar la visualización de la maniobra. Mis caderas dieron las primeras muestras de entrega en ese frenético homenaje, sentí correrme en su boca en medio del paroxismo de gritos y movimiento copulatorio de mis nalgas. Mi cara debía ser en ese momento un monumento a la lujuria y la sensualidad, una promesa de goces al hombre que me poseyera. Cuando me soltó, quedé agobiada en medio de la mesa como un trofeo de cacería, como un venado recién cazado listo para destazar.

 Me rodeaban en silencio, prestos a brincarme encima, para desollarme.-Alguno gritó-te la compro, Gaetano, te compro su contrato-Gaetano, con su faz enrojecida por el deseo y la bebida, contestó, ¡no! Sigamos jugando, el que gane todo se queda también con María y su contrato-

 Abrí los ojos despertando del sopor en el que me había sumido sin darme cuenta de lo que pasaba. Ayudaron a levantarme. Me senté nuevamente en mi sillón. Mara me trajo otro trago y algo de comer. Apoyó sus manos sobre mis hombros y me dijo: Ahora son tuyos, ya yo cobré.

El juego siguió algún tiempo mas, los perdedores se levantaban y salían, entre ellos Gaetano, quien antes de irse me dirigió un saludo lejano con tristeza, Mara se me acercó para despedirse, que te portes bien dice Don Gaetano.

Yo tiritaba de frio acurrucada en el sillón, mientras la partida seguía. De repente, tiraron las cartas sobre la mesa, el más grande de los dos volteó a mirarme y con una risa de borracho me dijo-¡te gané! Ahora eres de Giacomo. Quedamos solos.

-Vamos a ver si el premio vale la pena, me dijo llamándome con un gesto.

Al acercarme, metió intempestivamente sus  manos entre mis muslos agarrando mi sexo con brutalidad sin dejar de mirarme. Me obligó a inclinarme sobre la mesa quedando mis posaderas a la altura de su cara, su dedo medio se introdujo en mi vagina y su pulgar en mi ano. Me lamía mis nalgas, desde que me vio parecía muy atraído por ellas, sentí cuando enterró sus dientes en una de ellas y no pude reprimir un grito y un salto.

Como pude a pesar de que sus dedos permanecían atenazándome, me voltee para decirle  que eso no me gustaba, era doloroso y dejaba marcas que me impedirían trabajar-no lo vuelvas a hacer, concluí.

-¿O qué?, dijo burlándose- eres mía y hago lo que quiera contigo, pequeña puta.

Mi situación no daba para más que obedecer, si consideraba que estaba con mi popa al aire, con sendos dedos introducidos en mis agujeros y mi puta raja ya empezaba a emanar juguitos premonitorios.-¡ ay, coño!. Pero me las va a pagar, pensé-. Se levantó de su asiento y dándome una fuerte nalgada, mientras me sacaba los dedos, me dijo-¡vamos, vamos a la cama!

Obedecí sin chistar más. Me acosté de lado mientras lo veía desvestirse. Era grande, tosco, grueso, fuerte, blanco, tatuado en varias partes, peludo, calvo, cincuentón, cara de matón, usaba una esclava de oro, tenía las nalgas redondas y el instrumento con el que me iba a trabajar era corto pero grueso. Parecía una lata de Coca Cola.

Se me acercó con una sonrisa salaz, mientras con una mano  frotaba su pene para ponerlo en forma. Trepó en la cama y me empujó para que le hiciera espacio. Se acostó boca arriba mientras me decía burlándose, ¡vamos putica, a trabajar! Nuevamente me juré que me las iba a pagar.

Sin preámbulos introduje su tocón en mi boca. Como era tan ancho usé mi paladar y lengua para frotarle. El trabajo fue largo, pues su (nuestra) intoxicación etílica no dejaba lugar para más. Cuando ya iba a empezar a derretirse en mi boca, me lo saqué y sin hacer caso de su cara de rabia y sorpresa, mirándole a los ojos como hipnotizándolo, me le subí encima, puse su cabeza en mi lubricada entrada  y con no poco esfuerzo y sin su consentimiento me lo fui enterrando lentamente centímetro a centímetro.

-Entró todo, dije en voz alta, cuando lo sentí que había llegado al llegadero. El cerró los ojos ante el hecho cumplido.

Empecé a mover todas mis entrañas para acoplarme al rufián que me tenía atiborrada de carne. Estaba tan enterrada, que mis nalgas y mis labios mayores se restregaban contra los pelos de su pubis. Me friccionaba contra su piel, me sentía llena de sabores y calores que me causaban escalofríos en el interior.

 Me movía solamente en forma rotatoria, no quería que nada saliera de mí. Parecía una lavadora en bajas revoluciones. A veces subía y bajaba un poco, solo para excitarlo más. Estaba trabajando para su placer. Cuando me daba cuenta que estaba a punto de caramelo regulaba mis movimientos para que no eyaculara, sería cuando yo quisiera. Así lo tuve largo rato, hasta que mis propias apetencias me traicionaron y no pude regular  ni controlar lo que hacía y con movimientos de puta inoportuna y desbocada me entregué al espasmo que me salió de a poco y me llenó de espuma los huesos.

Aplasté mis senos contra su pecho cuando caí sobre él, aprovechó para prensar mis nalgas con sus manazas que las mantenían abiertitas, obligándome a enterrarme su pieza totalmente y al mismo tiempo en ellas se palanqueaba saliendo y entrando a su antojo, yo solo gritaba y le pedía más  y  más.

Paré de berrear cuando el dejó de empujar.- Qué control ni qué coño, me dije-

Me quedé así un rato, clavada en mi centro. Bueno, era que no podía moverme sin tener que volver a empezar, y estaba muy cansada.

Oí cuando me dijo -eres buena perra, pero, tenemos que irnos-

En ese momento decidí que si tenía que morir a manos de un mafioso, era un momento tan bueno como cualquier otro, y sin pensarlo más le día una bofetada (aun con su sexo adentro del mío) con todas las fuerzas que en ese momento tenía, y le dije: yo-no-soy-una-pu-ta-ni-pe-rra. Le miraba con rabia y sin importarme nada.

Se levantó y comenzó a vestirse sin hablar y sin ninguna expresión en su rostro. Yo me medio lavé mientras orinaba, me volví a poner mi túnica pues la otra ropa estaba regada, sucia y pisoteada. Salimos, sus hombres nos aguardaban. Abordamos un vehículo y partimos. Desde que salimos se concentró en su teléfono y no me habló más.

Llegamos a un muelle.

Ya sabía cómo iba a morir, ahogada y comida por los peces. Escoltados por su gente, abordamos un bote a motor que de inmediato zarpó. Decidí que no imploraría cuando me arrojaran por la borda, pero estaba a punto de llorar y temblaba de terror.

El enorme barco se hacía cada vez mayor, mientras nos acercábamos. Era blanco, inmenso y luminoso, parecía un inmenso ángel que nos cubría con sus alas.

Subimos por una pequeña escalerilla que nos condujo a un acceso en una de las cubiertas de servicio. Ya mis lágrimas se secaban, nadie se tomaba tantas molestias para asesinar a una puta por más falta de respeto que ella fuera. (Ahora si era puta). Un hombre me acompañó hasta la puerta de una habitación bellísima, Giacomo había desaparecido por otro camino, parecía de una fortaleza endiablada.

Yo me caía de cansancio, miedo, resaca y sexo abrumador. Mi cuca me dolía mucho. ¡Excesos, excesos! Diría mi mamá.

Una mucama acudió a cuidar de mí. Me atendió, me preparó un baño caliente que olía a primavera, me dio unos pequeños pero sabios masajes en mi nuca, me cubrió con una suave bata y me acostó.

Antes de dejarme vencer por el adormecimiento, le pregunté que donde estaba. Me contestó que estaba en el buque casino de Don Giacomo, que pronto zarparíamos y que estaba encantada de servirle a la mujer del jefe.

Caí rendida.

Fin. MARÍA 7- Yo soy la apuesta

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