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Marta y carmela 3

en Confesiones

Marta y Carmela 3

CAMINO 1. De cómo las casualidades van tejiendo nuestro devenir. El accidente.

El capitán Ferreira era uno de nuestros primeros y más apreciados clientes. En nuestra segunda cita de negocios con él, cuando la función había terminado exitosamente, Marta resbaló en uno de los condones (que el acostumbraba lanzar al aire como celebración de sus triunfos) y se golpeó uno de sus piececitos. Pensamos que solo sería una contusión sencilla que con descanso, hielito, cariñitos, mejoraría por si sola. El viernes en la mañana el dolor era muy fuerte, había mucha hinchazón y decidimos ir a ver a un especialista. Diagnóstico: luxación del tobillo. Inmovilización con un soporte de yeso y reposo.

Cuando volvimos a casa, nuestros mariditos habían regresado de sus faenas y nuestra amistad y conocimiento mutuo se reveló. Quisimos maquillar el encuentro como algo circunstancial y momentáneo sin proyección a futuro. Pero, qué va, ellos se aferraron a ese pequeño lazo hasta que formaron todo un nudo Gordiano. Su preocupación por dejarnos solas e indefensas durante sus expediciones en busca de petróleo, desaparecía o cuando menos se atenuaba al sabernos a la una en compañía de la otra. Nos vimos obligadas a poner buena cara, para que se calmaran y no quisieran profundizar su intromisión.

CAMINO 2. De cómo sucesos imprevisibles tejen la trama de nuestras vidas. La detective.

Resulta que, estando Marta con su yeso y yo conteniéndola para que guardara el reposo prescrito, por más de dos semanas  no atendimos el teléfono. El aviso había dejado de publicarse hasta que Marta se repusiera. La víspera de la remoción de la férula, el destino tocó a nuestra puerta y a mí me correspondió abrirle.

Una mujer alta, bonita, maquillada descuidadamente, que vestía unos jeans desgastados, zapatillas deportivas descoloridas, franela de propaganda de una cerveza y una chaqueta de un material parecido al cuero, se encontraba allí parada mirándome con gesto intimidante, me entregó una tarjeta de presentación, mientras me preguntaba-¿Tú eres Marta o Carmela?

Marta, brincando en una pata, hizo su aparición en la sala. “¿Quién es?” me preguntó con su característico mohín silencioso.

La tarjeta decía: Ámbar “algo” y la señalaba como detective privado, se la pasé a Marta poniéndola al tanto rápidamente para que se mantuviera atenta –Quiere saber si yo soy Marta o Carmela. Ella abrió los ojos enigmáticamente después de leer la tarjetica y me dijo -dile que entre. Se dejó caer en el sofá y con dificultad extendió su pesada pierna baldada sobre los cojines. Su corta y translúcida batica dejó ver sus bellos muslos.

Permanecí recostada contra la pared en actitud vigilante, sin perder detalle de la detective. Todas mis peleas con mujeres y aun con algunos muchachos (a las que eran muy adicta en mi juventud) las había ganado. La detective tomó asiento en el sillón aledaño al de Marta. Su lenguaje corporal me indicaba que no las tenía todas consigo.

-Yo soy Marta.

-Tengo información que les interesa.

Por su aire misterioso, pensé que se trataba de algo concerniente a nuestros esposos y me relajé un poco. En el interior de Marta no sé qué estaría pasando pues no dijo nada.

-La esposa de uno de sus clientes me contrató para investigarlas con el fin de poder usarlas para demostrar que su marido le es infiel y divorciarse fácilmente. De acuerdo a la información que yo le entregue, programaremos una acción para caerles encima en el momento en que estén con él, y así conseguir las pruebas.

El corazón me dio un vuelco y si no hubiera sido de mi color, se hubiera notado mi palidez.

Marta sonrió de lo más tranquila. La detective seguía sentada al borde del sillón frotándose las manos nerviosamente con los codos apoyados sobre las rodillas medio raídas de sus jeans, pero conservaba imperturbable sus facciones.

-Quiero trabajar para ustedes, dijo súbitamente, desplazando su mirada desde Marta a la mía y luego otra vez a Marta.

-¿Quieres un whisky? Fue la sorprendente y sonriente salida de Marta.

A mí, la sangre aun no me había regresado completamente a mis extremidades. Sin dejar mis prevenciones defensivas, me desplacé hasta la vitrina donde guardábamos las bebidas, saqué la botella de  licor, dos vasos y los dejé sobre la mesa, no me atreví a dejar sola a Marta por ir a la cocina en busca del hielo, ella me leyó la faz y me dijo en respuesta a mis dudas: No importa, ve, trae el hielo y a mí me traes un jugo.

La detective soltando su recelo se repantigó sobre su cómodo mueble. Al regresar, serví un trago para ella y uno doble para mí. Marta no podía beber por los analgésicos que había estado tomando.

Marta esperó en silencio a mis primeros sorbos antes de sondearme -¿qué piensas?

-¿Por qué debemos creerle? ¿Por qué…? La detective no me dejó terminar.

-Porque las admiro. No las envidio, las admiro, recalcó lentamente. Llevo dos meses siguiéndolas y les he tomado el pulso, son buenas personas y la vieja que me contrató, solo quiere destruir al marido por dinero sin importarle si para ello tiene que destruirlas. Por otra parte, solo me paga los gastos y el informe final se lo he ido retrasando porque en la medida que las he ido conociendo he comprendido que si les hago daño, no me lo perdonaría. Se detuvo en su discurso y de un solo trago vació su copa. -Escrupulosidades inevitables que no me han permitido progresar en mi carrera, finalizó.

Cuando colocó su vaso sobre la mesa, me arrodillé para servirle y observarla mejor: ¡Parecía sincera! -¿Qué debemos hacer? Pregunté a Marta sin mirarla, pues seguía observando a la detective para verificar su honradez con mi capacidad más que aguda en ese sentido.

Pero fue nuevamente, la detective quien contestó:

-Créanme, no sigan publicando el aviso, boten el teléfono que usan para el negocio y tomen unas vacaciones fuera de la ciudad, mientras yo preparo el terreno con la vieja para que mire para otro lado. Mientras, le busco otro medio para divorciarse.

-¿Cuánto nos cuesta? Pregunté intrigada ante tanta abnegación.

-Quiero trabajar para ustedes, solo eso. No sé porque hacen lo que hacen si no necesitan de ello para vivir, no son viciosas, pues ni amante han tenido desde que se casaron, sus vidas son más bien aburridas desde mi punto de vista y si no hubiera sido porque, modestia aparte, soy muy buena en mi profesión, no se les hubiera podido descubrir nada, pues son muy cuidadosas. Les va muy bien económicamente, pero necesitan más seguridad: son muy vulnerables. Yo les puedo ayudar pues se cuáles son sus puntos débiles. Si me aceptan.

-Gracias por la sinceridad, dije, o sea, ¿estamos fuera de peligro si te contratamos?

-Aún no. Tengo que buscarle a la vieja otra víctima o que lo parezca. Ella sabe quiénes son, pero no tiene datos que le permitan ubicarlas, esos, ya los alteré en el informe que no le he entregado. Ustedes para ella solo son un medio para divorciarse, nada personal.

- y… ¿Por qué no se lo decimos al marido? razonó Marta.

- Me podrían quitar la licencia si la señora se le ocurre denunciarme por venganza. Pero ustedes, si pueden, arguyó poniendo cara de mosquita muerta.

-¿Quién es el hombre?, preguntó Marta, mientras se incorporaba y me hacía señas para que buscara la libretica.

Ella dijo el nombre. Yo traje la libreta de datos de los clientes. Marta nos pidió que la dejáramos sola mientras hablaba por el teléfono de los negocios. Me llevé a Ámbar para la cocina y cerré la puerta.

Tuve oportunidad de observarla, era solo unos centímetros más baja que yo, rubia, de pelo largo con permanente. Su cuerpo era un poco menos exuberante que el mío. Una catira hermosamente desarrollada. Su ropa indicaba que, o, no le iba bien en el trabajo, o, era desaliñada, o, esa era su vestimenta para pasar desapercibida.

-¿Tienes novio? Le pregunté por decir algo.

-No. Cuando necesito liberarme de mis angustias, me dijo señalando con la boca a su entrepierna, salgo con un amigo que es policía. No me gustan las responsabilidades.

-¿Por qué con nosotras?

-Creo en la predestinación. Si me las encontré en mi camino sin buscarlas y me gusta lo que hacen y cómo lo hacen, para mí es suficiente señal. Podemos hacer buenos negocios. Yo, las cuido y ustedes, me cuidan. Es todo.

-Nos admiras, dijiste, ¿Por qué? Somos solo unas putas, que no necesitamos serlo. Como la atleta gringa, esa, tú sabes. Por su gesto supe que no sabía de quien le hablaba

-Son libres, lo hacen porque es su elección, no como casi todos los demás que no podemos elegir nuestro trabajo por nuestras disposiciones innatas, sino por lo que quieren otros. Ganan mucho dinero haciendo lo que quieren, se divierten, tienen amigos poderosos, todo eso sin aspavientos, ni siquiera fuman y sus maridos ni sospechan.

-Bebemos mucho, refuté

-La soledad es así. Levantando su vaso, me dijo, brindemos por eso.

Oímos la voz de Marta que nos llamaba. Sonriendo, con aire de triunfo nos recibió casi gritando de lo emocionada: ¡Resuelto!

Le pidió a Ámbar que se sentara a su lado- Sírvete otro trago, Considera ésta tu casa. Oscar cancelará tus honorarios con largueza. Vas a recibir en tu oficina a uno de sus asistentes quien te dará instrucciones y te pagará. Estamos muy agradecidas por lo que hiciste por nuestro bien y Oscar, todavía más. Regresa mañana a las diez para que nos acompañes al centro médico.

Ámbar pareció satisfecha porque todo había salido bien. Antes de salir nos abrazó con efusión silenciosa.

Me senté al lado de Marta. Me dijo: Por favor, tráeme un trago, no me lo niegues que estoy tan nerviosa que casi tiemblo, ya hace más de veinticuatro horas que no tomo pastillas. ¡Por favor, Carmela!

-Nos salvamos de vaina. Pura buena suerte, dijo soltando un suspiro, mientras yo le servía su trago.

-¿Renunciamos? Pregunté seriamente.

-¿Qué? ¿Estás loca Carmela? ¡Todo lo que nos ha costado llegar hasta aquí! Echarlo por la ventana por un simple errorcito que ya corregiremos. No, ni a balazos, me respondió despectivamente. No nos vamos a rendir por un error que cometimos. Lo que hay es que tomar las medidas que sean necesarias. Esa muchacha conoce su negocio y Oscar va  a investigarla a ver si nos conviene, si es cabal, la contratamos. Sino, buscamos otra. ¿Qué te parece?

-Lo que tú digas está bien para mí. ¿Quieres otro?  Si quería seguir, bueno, seguiríamos.

CAMINO 3. De cómo nuestras condicionadas vidas son dirigidas por el destino.

A las diez de la noche, Oscar llamó por el teléfono de las citas. Habló largamente con Marta. Finalizada la conversación, ella, me alargó el teléfono elocuentemente- Ya puedes botarlo, no lo necesitamos más. Ámbar trabajará para nosotros, tiene muy buenas referencias. Oscar ya arregló el molesto asunto de su esposa (no me quiso explicar cómo). Estamos limpias y podemos dormir tranquilas. Hay que celebrar. Por favor llama por mi teléfono a Ámbar, dile que se venga ya, no hay tiempo que perder. Hay que planificar el nuevo y más seguro sistema que utilizaremos. No quiero más errores.

Menos de quince minutos después de mi llamada, Ámbar estaba con nosotras con un vaso de whisky en su mano. Antes de que le dijéramos lo de Oscar, ya parecía saberlo, pues estaba esperando nuestra llamada como si supiera que la citaríamos en este preciso momento. Nos admiró su competencia.

-Mejor así, dijo Marta para cerrar el capítulo, al grano pues.

Eran las dos de la madrugada. Cuando los detalles iniciales de nuestro renovado negocio habían sido finiquitados por ellas. Yo solo asentía y mi única misión, inicialmente, consistía en poner en clave los datos de la libretica de la clientela y encargarme de mantenerla al día. Ellas parecían poder encargarse de todo. Me sentía cómoda y segura en sus manos. Soy perezosa.

Me fui a dar una ducha mientras terminaban su coloquio. Tuve que regresar apresuradamente, bregando con una toalla que me cubría escasamente el cuerpo aun mojado, pues oí que Marta me llamaba con un grito, el grito era de alegría (el licor y los nervios distendidos hacían su efecto).

Resulta, que celebraban que nos íbamos de crucero pagado por el Capitán Ferreira, en el barco que él mismo capitaneaba. Se les había ocurrido llamarlo, por consejo de Ámbar, mientras yo me bañaba y había aceptado encantado a tres hermosas pasajeras que serían sus invitadas especiales. El asunto de la salida de la ciudad estaba resuelto. Con los muchachos no habría problemas, pues más bien desde hacía unos días viendo nuestra “nueva” amistad y  la lesión de Marta, estaban insistiendo para que saliéramos de viaje. Todo estaba saliendo redondito. ¡Ah, Los hados y sus vainas!

-Ok, niñas, voy a terminar de secarme y vestirme porque tengo frio, dije levantándome para salir.

-Yo quisiera verlas a ustedes dos desnudas. Marta me detuvo con un gesto imperioso de su manita. Porque tengo una idea para mantener los ingresos, siempre y cuando Ámbar pueda aceptarlo. Los primeros días, mientras la pierna  recupera su forma, no podré formar pareja con Carmela. ¿Qué piensas Ámbar? ¿Te sentirías dispuesta?

La ex detective (y por lo visto) futura puta, pegó un salto de alegría, le lanzó un beso con la mano y comenzó a quitarse la ropa.

Yo miré a Marta extrañada. Ella era mi pareja, a Ámbar apenas la conocía y no era correcto que me tratara así. El hecho de que nos acostáramos con clientas (bueno, teníamos solo una) y entre nosotras, no implicaba que yo iba a….de repente, me iluminó la idea de que “Esto Es un Negocio que ES ASÍ”, si yo me hubiera lesionado, el show tendría que continuar y Marta hubiera tenido que buscar una nueva compañera para relevarme, porque estábamos en el “Negocio de los Tríos”. Ambas se me habían quedado mirando sorprendidas de mi vacilación y de mi cara que quien sabe qué les expresaría.

-¿Qué pasa? Inquirí con una sonrisa, me dio un mareíto.

-¿Estás bien ya? Me interrogó Marta, que me había leído el alma.

Con un encogimiento de hombros le di a entender que lo que fuera había pasado ya.

Ámbar tenía un cuerpo nacarado, duro, un poco musculoso pero no por ello poco femenino. Era de la belleza propia de las estatuas griegas. No se mostró apenada por estar desnuda delante de nosotras. Por el contrario, parecía dispuesta a abrir para nosotras el álbum de sus secretos. Se gastaba una vagina redonda y protuberante que iba a causar sensación.

Se me quedó mirando cuando dejé caer mi toalla y silbó con admiración como silbaría un hombre -Con razón cobran tan caro, dijo.

-No somos caras, somos “Costosas”, corrigió Marta. Caro es algo que cuesta más de lo que vale.

Marta, sobaba sus manos, con aspecto de judío que consigue la gema preciosa que estaba buscando hacía tiempo.- Váyanse conociendo que voy a hacer una llamada. Tomó su teléfono y se concentró en ello.

Ámbar se me acercó con el gesto y las maneras de un tigre al que le permitieron comerse ese venadito. Sus modales serios se me parecieron a los de Sinn Sage en sus películas, agresivos y ásperos, pero cautivadores. -¿Qué hacemos mientras ella llama? me preguntó ya con sus manos sobre mi cuerpo. Creo que se quería ganar el puesto. Ese pensamiento, me terminó de relajar pues entendí el error de apreciación que había cometido; Yo era Carmela, todas las que llegaran eran relleno. -Bueno, gánatelo, pensé.

Era solo un poco más baja que yo y formábamos una pareja atractiva de diferente forma a la atracción que generaba la formada por Marta y yo. En esta pareja mi papel de la pasiva que yo actuaba naturalmente, pues esa es mi propensión, tenía un calor especial pues Ámbar era grande y su cuerpo era tan fuerte y desarrollado como el mío. En la pareja de Marta y yo, en cambio, yo era la morena grande que se dejaba dominar por la fiereza de la delgada. Ambos procederes tenían su gancho e igualmente se conservaba el atractivo de la diferencias de colores. A algunos (o, algunas) les gustaría más la sumisa y a otros, violar a la dura sería el delirio. Buena idea de Marta. Podría ser la salvación y la prosperidad del negocio. Nos podíamos llamar los “Ángeles de Marta”.

Ya Ámbar estaba escudriñando mis sinuosidades y recovecos con manos y boca, cuando volvió a sonar el teléfono de Marta, quien se había quedado observándonos en silencio calibrando quien sabe qué nuevas posibilidades. Era el cerebro del negocio.

-Sube, oí que decía por teléfono. Yo la miré sorprendida y le hice un gesto mío, que significaba “¿Quién?” Mientras apartaba tiernamente las manos inquisidoras de Ámbar que ya se apoderaban de mi voluntad. No me hizo caso

-Abre Carmela, me ordenó. -Estoy desnuda, repliqué. –Mejor, fue su respuesta.

Oscar entró sigilosamente cuando le abrí. Se mostró muy admirado de la “desnuda recepción” que le hicimos. Ámbar no se amilanó y le tendió la mano para saludarle como si estuviera en traje de noche. Yo no sabía que pensar. Marta, habló para explicar:

-Este lugar ya es peligroso y debemos mudarnos antes de irnos de viaje, a los muchachos los convenceremos fácilmente. Mañana mismo buscamos algo mejor para vivir en las mismas condiciones, con la diferencia de que ahora tenemos que conseguir tres apartamentos en el mismo edificio, o tres casas cercanas, de eso se encargará Ámbar. Y ¿qué mejor manera de despedir a estas paredes? que con una fiesta y como invitado especial a nuestro apreciado Oscar. Además, desde hoy hay nuevas tarifas y Oscar está dispuesto a ser el primero. Así que buen provecho. Carmela, ven, sirvamos las bebidas.

La ayudé a llegar renqueando a la cocina.

Allí, fuera de la vista de los demás, me abrazó y pegando su cara a la mía, me dijo: perdóname Carmelita, por no haberte anunciado mi plan pero es que surgió de repente en mí mete y vi todo tan claro y tan súbitamente que me pareció inspiración divina. ¿Te parece bien lo que he decidido?

Para que no quedara dudas de que hablaba con el alma en la mano, le di un besote en la boca y apreté más fuerte mi abrazo: tú sabes que confío en ti y ya estoy acostumbrada a entenderte sin que me tengas que explicar…

-Como pusiste esa cara de…

-¡Coño, Marta! Es que tus vainas me sorprenden hasta a mí, chica. Agarra esa botella y vámonos que hay que trabajar… vamos a ver qué tal es “ésta niña” trabajando como bisexual…ya me estaba emocionando cuando llegó Oscar.

Salimos contentísimas de la cocina. Un nuevo futuro empezaba desde este momento. Estábamos más hermanadas y claras que nunca y ahora teníamos ayuda que nos facilitaría engrandecer el negocio. Cada vez más cerca la libertad total.

Ayudé a Marta a deslastrarse de su breve batica para que estuviera a tono con la época. Serví los tragos y me senté entre Oscar y Ámbar que ya se besaban.

La piel de Ámbar era sedosa y recubierta de un tierno vello que la asemejaba a una fruta. Sus senos, a diferencia de los de Marta –blanca como ella-eran de areola obscura que se recalcaba por la blancura de su piel. Su boca era pulposa y de labios gruesos, fue de lo primero que me apropie con los míos no menos pulposos y gruesos, pero más lujuriantes.

Oscar entró en acción. De baja estatura, era uno de nuestros clientes más jóvenes, quizá de cuarenta, su tallo era grueso, no muy largo pero con la peculiaridad de que su cabeza era mucho más gruesa que el cuerpo principal. A Marta este detalle la había excitado enormemente desde el primer contacto, su túnel angosto, aunque tragón, se adaptaba perfectamente a la enorme cabezota y me había comentado, que sentirla con todo detalle empotrada, subiendo y bajando,  separando y fundiendo sus pliegues internos, le había causado serios problemas por primera vez con su muy profesional manera de manejar los recuerdos de los clientes. Cuando lo recordaba se mojaba. Las dos veces que Marta lo había tenido dentro, había desbocado el  desorden de sus vísceras. Por mi parte, prefería dejárselo a Ámbar para su inauguración.

Oscar había entrado en acción, dije, pero con Marta. Se le acercó comedidamente y ella abrió, lo más que le permitió la férula, sus deliciosas piernas y le permitió meter su cara entre ellas, Marta me peló los ojos con satisfacción, ella había esperado ser solo espectadora esta noche.

Ámbar, me brincó encima como si solo esperara este momento de permisividad para documentar una duda que tenía consigo misma, como después nos refirió, tenía dudas de si funcionaría o no, con una mujer; suerte para ella, que la primera que le había tocado era yo, quien le había llamado la atención desde el momento que me vio. Me dejé hacer sin guiarla, por mi parte quería saber de qué era capaz la novata.

Era capaz de mucho. Volvió a transformase en una “Sinn Sage” y mirándome como si yo fuera su víctima, acosó con sus dedos a mi raja. Su actitud me hacía sentir violada. Me excité profundamente por su conducta de dueña, que me decía en silencio con su mirada torva: “Negra, vas a saber lo que es bueno. Te voy a coger sabroso. Me voy a chupar tu orgasmo.” En respuesta me abrí, cerré los ojos mientras recorría sus senos con mis manos temblorosas y me dejé hacer lo que quisiera conmigo. Los gemidos de Marta armonizaban con nuestro viaje a las estrellas.

LA NOVELA CONTINUA. Fin de Marta y Carmela 3-Ámbar.

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