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María 8- el jeque

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MARÍA 8- EL JEQUE

La mucama me despertó a las diez de la mañana. Abrió las ventanas y me comunicó que Don Giacomo me esperaba para almorzar a las once. Somnolienta, enratonada y maltrecha me sumergí en una bañera de agua plácida que olía a flores y plantas que mi servidora  me había alistado. Recibí unos masajes en el cuello mientras permanecía sumergida, me lavó la cabeza prolijamente y sobre todo me dio a beber mucho, mucho café.  Me trataba como si yo fuera una muñeca de juguete que su amo le hubiera recomendado. Me envolvió en un conjunto bellísimo de seda blanca y encantada por mi capacidad de recuperación, mi impavidez y temeridad, me condujo hasta la cubierta donde Giacomo me esperaba listo para desayunar.

Un esplendente día me saludó al salir a la superficie. Los colaboradores que lo rodeaban, abandonaron el lugar a una señal suya. Él, no sonreía solo observaba sin los vahos del alcohol a su nueva adquisición. Sin saludarle, sin sonreír  y sin solicitar su permiso me senté frente a él.

-Me gustan las mujeres de carácter, dijo a modo de saludo, son más confiables. No contesté nada.

-Me parece que tus senos son muy bonitos, debes tener un bonito color de piel a la luz del sol, declaró con ese raro acento que tenía.

 Como respuesta a su insinuación, considerando que era mí amo, que mi vida estaba en sus manos, que hacía mucho calor y que con toda seguridad estaba probando mi capacidad de domesticación, sin decir palabra, me despojé de mi leve camisita bajo la cual solo tenía mi piel fragante a hierbas. Mis senos brincaron sacudidos por la alegría que el calor solar producía en mi sangre y para completar la escena, acaricie mis pezones con la copa fría que sostenía, inmediatamente, se irguieron saludantes  ante su nuevo amo.

-Orden cumplida, dije con mi mejor vocecita de mosquita muerta.

-Brindo por ellos, dijo levantando su copa. Respondí levantando la mía mientras  pensaba que si  mi  rabo era lo que le fascinaba, tenía que conseguir la oportunidad de mostrárselo. A lo mejor era mi salvoconducto.-Buen salvoconducto, pensé.

A una señal suya, aparecieron camareros que nos sirvieron unos platos deliciosos. No me habló durante la comida, solo me observó atentamente, al principio me sentía incómoda, como se debe sentir una cucaracha que supiera que el que la observa tiene una chancleta en la mano, pero yo tenía mucha hambre como para estarme preocupando por tonterías. Es mejor morir con la barriga llena.

En la sobremesa, le pedí permiso para quitarme todos los trapos para dorar mi piel al sol: si veía mis nalgas al aire a lo mejor se apiadaría de mí y me perdonaría  la vida o alargaría mi existencia un tiempo más. Me preocupaba hasta el pavor, que mi muerte estuviera entre los planes de Giacomo  por la cachetada que la noche anterior en un rapto de ego inconsciente le había propinado, y estuviera esperando fríamente el momento más a su gusto para cobrármela. Por ahora, mi cuerpo expuesto al viento y a su mirada golosa era mi única garantía.

-Perdóname, dije suavemente, con una vocecita temerosa y poniendo la carita más tierna que pude sacar del baúl de mis disfraces.

El se echó hacia atrás en su asiento y sonreía cuando me dijo-Eres muy buena inversión para desperdiciarte, voy a mejorar tu contrato, tu show  es bueno para ser una principiante pero hay que mejorarlo entrenando con buenos profesionales, tendrás dos funciones a la semana en público y todas las  privadas que sean necesarias-¡sin sexo, porque tu no-e-res-pu-ta! Del sexo me encargo yo.

La emoción que me invadió porque me hubiera perdonado la vida, momentáneamente, me hizo saltar de mi asiento y olvidando el peligro en que había estado por la espontaneidad de mis anteriores actos, riendo con la alegría del condenado a muerte que es indultado, me colgué de su cuello y le di un beso de esos que quitan el hipo y dan hambre de carne de catira lista para superarse en sus habilidades amatorias.

Durante dos semanas fuimos amantes, me tenía siempre a mano y hasta asistía a los ensayos,  hasta que llegó una nueva croupier que era un encanto, delgada y bella que hasta a mi me gustó (recuerdos lejanos de Belkis), fui abandonada a mis propias circunstancias con mis propios recursos sin su protección sacrosanta. Mi mucama me dijo que, más bien, había durado mucho- pues con nadie se acuesta más de tres días, y además, esa nueva conquista es muy flaca para sus gustos; seguro que regresa, concluyó.

Me concentré en mis ensayos y disfruté de mi libertad. Estaba realenga en un barco que transportaba gente sedienta de juego y placeres, todos me miraban con ansias impúdicas, hasta los sirvientes, después de haberme visto desnuda en mis espectáculos, moviéndome con atrevimiento impúdico, no dudaban de mi valía en una cama, pero, nadie se atrevía a proponerlo pues no había seguridad de que el jefe, hubiera levantado la interdicción que pesaba sobre mí.

Mientras, yo mejoraba ostensiblemente mis técnicas para desnudarme mientras bailaba, había aprendido a ser conscientemente más salvaje, voluptuosa y seductora. Ya casi era una profesional despiadada que sabía poner a los hombres en un estado de trance sensual que los hacía olvidarse por un momento del juego para ir a observar mi show.

Una noche… finalizada mi presentación se me acercó un muchacho elegante y con un acento extraño.  Me dijo muy discretamente que su amo deseaba conocerme personalmente. -Otro raro show privado, pensé. Le contesté que me permitiera ir a ponerme la ropa apropiada y luego lo acompañaría. Asintió y me acompañó hasta la puerta de mi habitación.

Al entrar allí, mi mucama parecía estarme esperando -El Don quiere hablarte inmediatamente, dijo agitada. Revestí una bata y la seguí, salimos por la puerta trasera que usaban los sirvientes; me llevó hasta su oficina casi corriendo. Apenas entramos en ella, Giacomo, mostrando el lugar preferencial en el que aun me tenía, se adelantó a recibirme, me besó en los labios y me tuteó delante de sus empleados-Siéntate, tengo que hablarte, dijo seriamente.

Cuando salí de su oficina después de una corta conversación, había entendido que debía complacer de “cualquier manera que me fuera exigido” a un huésped muy importante que se había prendado de mí y representaba para la Empresa una fuente de dinero y negocios muy atractiva-Serás recompensada principescamente si logras engatusarle, si dejas salir tu carácter o tengo alguna queja…te lanzo al mar, me recalcó al despedirme con un beso y una caricia. No sé si en serio o en broma me fue recalcada esa eventualidad, lo cierto es que Giacomo no bromeaba con los negocios. O me portaba a la altura o este era mi último show...

El muchacho árabe (ahora sabía que era ese su acento) estuvo parado frente a mi alcoba hasta que salí de ella, miró las volátiles prendas que  me había puesto preparada para una función normal de las mías, meneó la cabeza y me señaló el camino con amabilidad mientras decía: -no se preocupe, yo escogeré su atavío.

Dos mujeres embozadas acudieron a su llamado en cuanto llegamos a una habitación perteneciente a un ala del barco que yo no conocía. Sin mediar palabra me desvistieron, me frotaron con aceites olorosos minuciosamente y recubrieron mi piel desnuda con una capa de piel peluda y confortable. Salimos al pasillo en cuanto finalizaron mi acicalamiento. Todo fue efectuado rápida y eficientemente.

Caminamos a paso rápido; mientras lo hacíamos el joven me preguntó:- ¿qué significa engatusar? Me sorprendió profundamente el comprender que estaba al tanto de esa palabra utilizada durante mi conversación con Giacomo. -Tragué saliva y contesté lo primero que se me ocurrió, es meter un gato en un saco.- ¿engañar?, indagó. –No, más bien es hacer lo mejor posible para que el engatusado se sienta bien en el saco y no quiera salir de allí, dije con toda seguridad, habiéndome recuperado velozmente de la sorpresa inicial.

Yo misma me sorprendí de mi imperturbabilidad y de la capacidad de reacción mundana que había adquirido en tan poco tiempo. Que lejos estaban aquellos días en los que me atacaba el pánico porque el flaco me dejaba sola y caía en brazos del primero que se quisiera aprovechar de mi debilidad. Ahora era una mujer fuerte y desprejuiciada, segura de mí y sin complejos. Estaba orgullosa de mí y sabía que cada día me sería más fácil hacer uso de esas nuevas potencialidades en mi provecho.

El árabe como si hubiera seguido el hilo de mis pensamientos, sonrió al mirarme cuando nos detuvimos delante de unas soberbias puertas de madera, desconocidas para mí hasta ese momento;-Va a conocer a un Jeque, un Jeque es un Rey, si lo complace la recompensa será inmensa, me dijo comenzando a empujar las enormes hojas, éstas, se abrieron sin ruido, se inclinó profundamente en un  saludo reverencial ante un personaje que se encontraba sentado en una especie de trono al fondo de un amplio salón alfombrado. Mi acompañante me invitó con una seña a hacer la misma genuflexión. Aprovechando mi cercanía, me dijo al oído:- Engatúselo.

El Jeque extendió su mano invitándome a entrar. Caminé lentamente hacia él, atravesando el salón entre personajes que se apartaban dándome paso y me miraban sin hablar, algunos aplaudían y casi todos eran árabes o por lo menos vestían como si lo fueran. Olores aturdidores de mis sentidos fluían de pebeteros encendidos, había muchas flores diversas, la iluminación era opaca y los perfumes que irradiaban los hombres allí reunidos eran excitantes y misteriosos. Mis sentidos estaban agitados por la expectativa de que algo especial iba a pasar.

Al llegar junto a él, me saludo con palabras que eran traducidas por mi acompañante: Admiraba mi acto y mi desenvoltura en el escenario,  pero también quería ver mi cuerpo de cerca para admirar la perfección de sus formas que lo había entusiasmado.

-El emir quiere que haga su show.- Requiero ropa apropiada, refuté.

-Hágalo sin ropa, me tradujo.- ¿Música?, pregunté

-Hágalo sin música, el emir solo quiere verla a usted. - Todo un reto amiga, me dije.

Decidí que en lo único que me tenía que concentrar era, en “complacer al Jeque de cualquier manera que él quisiera”, hacer lo que me pidiera y de la forma que a él le gustara y salir de allí bañada en oro, pues si no, el baño sería de agua de mar…mandé a apagar algunos focos que me molestaban.

Me concentré, y cuando el silencio y la atención fueron totales, sin quitarme la capa comencé a moverme.

No seguía ninguna música en mi  cabeza, solo quería observar sus reacciones  cuidadosamente para captar qué le gustaba más para poder complacerlo. Sabía que yo le gustaba, pero quería comprender qué quería de mí, para qué me había traído.  Era un hombre de edad indefinible pero no menor de cincuenta, iba vestido con una túnica blanca y me miraba a los ojos sin pestañear y no denotaba ninguna emoción.

Yo me seguía moviendo voluptuosamente y poco a poco me desprendí de la capa, una luz me enfocó directamente, mi cabellera brilló. Ya no tenía ningún secreto mi desnudez, mi carne nacarada y perlada por el sudor nervioso que siempre me acompañaba al principio, con su piel brillosa por los ungüentos y aceites con los que me habían ungido, emergía en todo su esplendor. Me sentía rara, como la última mujer sobre la tierra. El silencio me rodeaba.

Oía rasar mis pies sobre la alfombra, parodiaba un acto sexual que de tanto ensayo ya me salía como si fuera real, sentía la carga de erotismo que se formaba a mí alrededor como una nube electrificada que me rodeaba. Abrí los ojos cuando oí una palmada, uno de los guardias negros del jeque se desprendió del grupo que formaba con otros y corrió a postrarse a sus pies, le dio una orden y me señaló, el negro volteó a mirarme. Yo me dije: ¡ay, coño!

Fin. MARÍA 8 -El Jeque

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