Putito: El burdel. Los primeros días.
Era un lugar exclusivo para hombres de la gran sociedad, ministros, generales, congresistas, ricachones y demás. Éramos entre veinte y cuarenta pupilos escogidos entre lo mejor, los más preciosos, jóvenes todos, era el paraíso de los serafines. Las redondeces rozagantes abundaban y sin falsa modestia, advierto, que yo era el ángel de la concupiscencia. Había reglas estrictas que cumplir, nada de relacionarse con el personal de servicio, y, de los invitados (así se llamaba a los clientes) toda exigencia o deseo era mandato que debía ser acatado. La relación entre pensionistas (nosotros) era prohibida. La falta de observancia de estas normas se castigaba con la expulsión del paraíso de los elegidos. Éramos tan bien tratados, tan mimados y consentidos que nadie quería pecar y exponerse a volver a la calle. Aun así la rotación de jóvenes era alta. Nada es para siempre, la carne fresca prevalece.
Los primeros días, solo debía pasear desnudo por el local sin atraer mucho la atención. Si esto sucedía me escamoteaban y me desaparecía un rato. Solo debía observar y ser poco accesible. Era difícil. Esperaban un cliente especial para mí.
Sin embargo ninguna vigilancia es perfecta. Diariamente a las tres de la madrugada se acostumbraba un concurso entre los invitados, consistía este en colocar a algunos de nosotros tras un tabique que tenía varias troneras y meter el trasero en una de ellas, de manera que desde el otro lado solo se veían sus sobresalientes formas, manteniendo el anonimato de su dueño. El invitado tenía derecho de introducir entre las nalgas, que sobresalían por los agujeros sus dedos o garrotes, si aun podían mantenerlos erguidos. Finalizada la copula, generalmente interrumpida por la intervención jocosa de los amigos, se procedía a adivinar al misterioso propietario del rabo con el que se había jugueteado. El juez decidía si la elección era correcta. Si era así, la feliz pareja podía pasar el resto de la noche follando con los gastos pagados por la casa.
Mi vigilante al relajar mi custodia, por entretenerse en lo que acontecía, permitió que yo fuera procurado como uno de los velados propietarios de rabos expuestos al público ultraje.
Mi bello culito, tan llamativo, fue inmediatamente identificado, después de los actos lascivos que con el hicieron. Dos socios lo reconocieron como el suyo, sin ninguna duda. La regla era la regla, le pertenecía a los dos por el resto de la noche. Habían ganado el premio. Me fui con los dos a una habitación donde estaba dispuesta una gran cama y un servicio de finos licores de los que me llamaron la atención sus diversos colores. Había también caviar. Me obligaron a beber, cosa que hacía por vez primera. Me maree y me puse a danzar por la habitación mientras ellos me observaban. Estaba eufórico, alegre y mareado. Quería que me besaran y me amaran.
Ayude en sus propósitos de desnudarse, sus estados de ebriedad los hacía torpes. Sus trancas eran suculentas a mis ojos achispados. Bailamos juntos, me besaban, me mordían las nalgas, introducían sus dedos en mi culito, apartaban mis nalgas con brutalidad, me maltrataban. Seguíamos bebiendo. Sus penes no pasaban muchos ratos enhiestos, a pesar de mis intentos bucales y manuales al respecto.
Yo estaba necesitando desesperadamente ser penetrado, se los dije. Me tumbaron al suelo y uno me sostuvo con las piernas abiertas mientras el otro trataba de introducirme un objeto por mi rajita. Despues supe que era una botella. Me salvo la intromisión del camarero, el muchacho creyó oír que lo llamaban y pretendió cumplir con su servicio. Le ordenaron que me penetrara delante de ellos, el se negó. Lo obligaron a desvestirse con amenazas de despido. Su polla era grande, rosada y necesitaba una mamada para animarse. Me afane en ello para eludir las acciones pervertidas de mis propietarios. Los socios miraban con rostro disoluto.
Comenzaron a gritar, ¡cógelo!, ¡viólalo! El muchacho me volteo, escupió entre mis nalgas y zampo su tolete de un solo tirón. Casi me saco el aire, comenzó un mete y saca frenético que me produjo un orgasmo superficial pero de larga duración. El muchacho estaba aprovechando la tremenda oportunidad. De pronto, uno de los socios excitado al fin por la escena que veía, aparto de un manotazo al aprovechador camarero y bajando sus pantalones un poco, sin perder tiempo me enchufo su embutido de manera brutal en mi ano y como era de buen tamaño me causo dolor, que cometí el error de manifestar, entonces se ensaño. También esta vez, como con Ambrosio el dolor se fue tornando en placer a medida que su tranca tocaba mis puntos cálidos, comencé a perder el sentido de la realidad, mi perineo latía ardoroso, bocanadas de sensaciones eróticas circulaban en mi interior.
El creía que yo gritaba por el dolor que me causaba, eso acelero su clímax y me lleno de semen y de paz. Lo saco con brusquedad. Su lugar fue inmediatamente ocupado por su compañero quien también se había recuperado. Este, me volteo boca arriba y mirándome a los ojos para ver mi expresión de dolor, me abrió las piernas y se enterró hasta lo más profundo de mi cavidad. Nuevas sensaciones se recrudecieron en mis profundidades, cerré los ojos y la boca para que no notara el gusto que sentía. Mis caderas como locas comenzaron a girar y con mi anillo cerraba la salida de mi agujero, esto lo desespero de placer y comenzó a meterlo aun más fuertemente. El goce supremo llegaba. La violación me excitaba. Mi culo era un nudo de felicidad. Sentí el cálido baño de su líquido en mis entrañas.
Cayó sobre mí, sin fuerzas ya. Vi al camarero masturbándose lentamente y al compañero de mi desfallecido amante dormido sobre la cama. Aparte, con la ayuda del muchacho, al cuerpo dormido que tenia sobre mí. Me levante de rodillas, llame al chico con los ojos y comencé como un demente a propinarle una mamada que recordara por siempre, le pagaba así su defensa fortuita de mi integridad física. Lo deje vacio de leche y yo quede lleno de semen por todos mis agujeros. Dormí hasta entrada la noche.