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María 9- las milk y una

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MARÍA 9- Las milk y una.

El hombre se levantó, se volvió hacia mí y comenzó a despojarse de su chilaba, me mostró  su erección con sonrisa libidinosa; como yo continuaba de rodillas, el también adoptó esa postura y acercó su cara a la mía y pasó su gran lengua  por mis labios como humedeciéndolos. Su fea cara sonreía con aire de inocencia  mientras tanteaba mi piel como se hace con la fruta antes de meterle el primer mordisco. Lamía mis senos fervorosamente mientras sus manos me recorrían con ansiedad creciente, yo sentía que un dulce efluvio ascendía desde mi clítoris y se aposentaba  más abajo de mi ombligo, levanté mi vista y me conseguí con la del jeque quien se relamía los labios.

El negro lentamente me rodeo y se colocó a mis espaldas sin dejar de besar, lamer y chupar todo lo que se pusiera al alcance de su lengua que era como la de un perro. Comenzó a descender por mi espalda humedeciendo cada poro en su camino mientras sus manos acariciaban mis senos erizados, mis caderas,  mi abdomen… mi respiración se hizo más febricitante y mi faz indicaba el estado de salacidad que me invadía, pues el jeque se repantigó nerviosamente y dio una palmada azuzando a su esclavo a proceder a lo que se le había ordenado sin más preámbulos; cuando este oyó el chasquido de las palmas, con un empellón rudo me obligó a inclinarme. Quedé en cuatro patas.

El jeque sonrió expectante. Las manazas del negro separaron mis nalgas y metió su cara entre ellas buscando con su hocico el leve agujerito que debía perforar con su taladro, comenzó a lamerlo con frenesí de perro sediento que consigue al fin un pozo de agua. Su lengua en su desaforado empeño, forzó a mi agujerito a abrirse y penetró allí adentro lo más que pudo ayudado con sus manos que sostenían mis posaderas abiertas dolorosamente al máximo. Aunque estaba empavorecida por lo que me esperaba, sentía un gusto sabrosón creciente que salía de mi ano y se regaba por mi bajo vientre, me incliné aún más y me postré apoyando mi cara contra la esponjosa alfombra medio apoyada en mis antebrazos, cerré los ojos y esperé ansiosa a que lo que iba a suceder sucediera pues ya quería sentir el sufrimiento premonitorio del placer supremo. Abrí aún más mis piernas para que el negro se diera cuenta de que estaba a la espera de que cumpliera la orden de su amo.

La cara del negro emergió del fondo de mi marmita dejándola suficientemente ensalivada y enardecida. Una nueva palmada de su señor lo hizo estremecer y sin más ni más, colocó su arma apuntando a mi entrada, su cabeza  estaba en la puerta de mi conducto me preparé para el dolor asentándome mejor sobre mis rodillas pero mi instinto defensivo fue más fuerte y cuando sentí que abría mi ojal inicie un leve movimiento hacia adelante, el también avanzó, ya casi entraba, el dolor ascendía, otro movimiento me llevó gateando hacia adelante, la punta de la lanza ya me entraba, no pude seguir avanzando pues mis impulsos me habían hecho avanzar hasta los mismísimos pies del jeque, la sorpresa de estar tan cerca de él, tocándolo  con mis mejillas desconcertó mi defensa y ese leve momento de desgobierno, fue suficientemente aprovechado por mi atacante para enterrar la mitad de su espada, un grito angustioso escapó de mis labios resecos por la respiración alocada, miré al piso y me relajé para quitarme el dolor concentrándome en relajar mis vísceras. Antes de que siquiera pudiera regular mi respiración, su cimitarra había entrado hasta la empuñadura, logrando que mi lamento póstumo se atragantara en mi garganta reseca.

Seguía mirando la alfombra y respirando sus aromatizadas irradiaciones con toda esa cosa adentro que no se movía, solo latía y se estremecía como un caballo frenado, cuando oí unas palabras del jeque que parecían instrucciones que movieron a mi empalador a agarrarme por debajo de mis muslos y de un solo y potente envión  me levantó y sin dejar de penetrarme y casi sin esfuerzo  quedé sentada sobre su cadera. Ya no me dolía tanto pues mi ano se había distendido-menos mal- porque mis nalgas humedecidas por su saliva y mis jugos resbalaron por su pubis abriéndose totalmente  y ya no quedó ni un milímetro de su bastón fuera de mí, solo le faltaba meterme las bolas. Acto seguido, valiéndose de su descomunal fuerza, me levantó un poco y me acostó sobre su pecho mientras estiraba sus piernas y las enroscaba alrededor de las mías, quedé abierta y atravesada por su macana, mi sexo abierto y jadeante no escondían  ningún misterio de sus anfractuosidades a la libérrima exploración del amo y señor. Ante él estaba el espectáculo de mis blancas nalgas atravesadas en su mero centro por la negra barra de carne de su esclavo, los labios de mi vagina húmedos y rezumantes mostraban su palpitación y mi cara de sufrimiento, sorpresa y sumisión, atizaban su deseo de fauno birriondo y sádico. Dejó florecer una sonrisa mientras sus pies comenzaron a desplazarse hacia su objetivo.

Primero sentí que la cosa que tenía incrustada en mí, comenzó a moverse lentamente, sin mucha amplitud en su entrar y salir, sentía claramente su tronco abriéndose paso y luego cediendo terreno. Mi agujero y pliegues interiores ya se habían acomodado a la invasión. Algo especial empecé a sentir fruto de la atención que enfocaba en mi intruso, no se cual parte de él,  debido a lo profundo de su penetración, frotaba en su vaivén alguna parte sensible al placer en una zona misteriosa de mis entrañas, cuando liberó mis piernas del enroscamiento a el que las tenía sometido, la sensación placentera se multiplico y le comencé a pedir que no lo sacara tanto, que me lo dejara bien enterrado.  Apretaba mis nalgas lo más que podía contra su pelvis. Estábamos gozando mucho, sus dedos habían aprendido a hacer cosas sabrosísimas con mis pezones. Estaba compensada por el sufrimiento de la penetrada.

El Jeque no aguantó más sin participar en el show. Su pie desnudo empezó a recorrer mi joya abierta, expuesta y glotona. Su dedo grueso entró apartando mis labios jugosos, di un respingo por el placer que me causó y abrí los ojos para mirarlo, sonreímos. Las plantas de mis pies encontraron un escalón en el que me apoyé para impulsarme y aumentar la loca sensación que recorría mis entrañas. Nunca había sentido algo de tal magnitud, una especie de calor producido por los frotes de ambos, me estaba enajenando los sentidos. Cerré los ojos nuevamente y en el furor no me di cuenta que había agarrado el pie del amo y metía varios de sus dedos en mi vagina plenamente abierta. Mis gritos pidiéndoles  piedad a la vez que les exigía más, me sorprendían.

Abrí los ojos y vi al jeque sonriéndome con respeto, traté de sonreír pero estoy segura que solo logré una mueca pues en ese momento el orgasmo comenzó a romper barreras para salir de mi interior. Lo logró, su liberación fue acompañada por un grito largo y hondo que salió de mi garganta estragada, acompañado por todas las groserías que me sabía, por mis exigencias de más fervor, más dolor, mas adentro, dame tu leche coño, que ya no puedo más. Sentí un gran apretón doloroso en mis senos y el miembro comenzó a derramar leche, en mí, un nuevo orgasmo alcanzó al primero cuando ya se retiraba, un temblor me recorría por adentro, mis nalgas derrapaban en un barrial de sudor, gloria, placer y semen y los dedos del amo se sumergían en una vagina resbalosa y sórdida. Cuando por fin todo cesó, mis piernas se desfallecieron y solo sentía el sudor recorriendo caminos de desagüe y el corazón del negro que como un tambor producía resonancias en mi tórax.

Traté de incorporarme, pero caí de lado rodando sin fuerzas aun. La manguera salió de mis profundidades y quedé acostada de lado en la alfombra. El jeque dio una orden, su ayudante que había escoltado apareció y me cubrió con una capa, me ayudó a levantar. Entonces, las luces se encendieron, estaba de pie ante su majestad cubierta con mi esplendida capa. Él sonreía extasiado. Comenzó un pequeño aplauso sin dejar de mirarme. Yo le hice una gran reverencia que me produjo un pequeño mareo. Sus invitados corearon su aplauso, nos fuimos retirando caminando hacia atrás medios inclinados, por mis piernas temblorosas corrían hilillos de leche, jugos vaginales y sudor. Así, abandonamos el salón, sus inmensas puertas se cerraron apenas salimos.

Apenas cerradas, seguros de nuestra intimidad, el árabe me abrazó calurosamente, estaba emocionado, me besó las mejillas – Gracias, estuvo usted maravillosa, lo engatusó perfectamente, le debo la vida y mi estabilidad en la corte. Nunca había visto a mi amo tan eufórico. Usted es una mujer especial. –Gracias, pero vámonos estoy derrengada.

Me llevó al camarote donde me habían preparado y me entregó al cuidado de las mujeres mientras el salía informándome que pronto regresaría.

A base de baños cálidos y fríos, masajes con aceites con olores indescriptibles, te de diferentes sabores, pastas de almendras y golosinas de todo tipo mi cuerpo descansó y se recuperó de la faena. Me recubrieron con otra capa más hermosa si es posible que la anterior, más mullida, tan cómoda y delicada que imaginé que así se debiera sentir un bebé en la matriz. Ellas desaparecieron, yo me acomodé en un diván y me dormí.

Me desperté al suave toque de sus dedos, después de estirarme voluptuosamente ayudada por una de sus manos me incorporé y noté su sonrisa de oreja a oreja. Extrajo de uno de los bolsillos de la chaqueta un estuche de terciopelo negro y lo abrió delante de mi cara. Ahora quien sonrió de oreja a oreja fui yo. Un esplendente collar y unos aretes constelados de diamantitos brillaban ante mis ojos de los que escapó avergonzado el último resto de modorra.

-Regalo del jefe, como dicen ustedes-Es bellísimo, fue lo único que pude aducir por la sorpresa y la maravilla.

Caminamos lentamente hasta la puerta de mi habitación en silencio. Para despedirse me dijo: “Su alteza está muy emocionado con usted, está invitada a un almuerzo privado con él. Yo traeré la ropa que deberá revestir para la ocasión” Me incliné medio en juego, y le hice saber  que a las diez en punto estaría lista, esperándole desnuda. Sonrió y me dio la espalda para retirarse, de repente se volvió para mirarme mientras decía: “Creo que debe prepararse, Su alteza la quiere para su harem. Quiere comprarla”

-¿Es broma, no? Le pregunté entre mortificada, sorprendida y asustada.

-Que descanse. Me dijo al alejarse sonriendo.

Entré en mi recámara, y me acosté boca arriba a recapitular y a pensar si sería capaz Giacomo de venderme a un Harem. El cansancio fue más fuerte y pronto sucumbí al sueño. Me quedé dormida enrollada en mi bella capa abrazando al estuche que era mi pequeña fortuna.

FIN. MARÍA 9-LAS MILK Y UNA

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