Vecinas. Nina cuenta su parte. (La Primera parte: Karen).
Me llamo Nina. Al agravarse la condición física de mi esposo, nos trasladamos a Caracas a la casa de mi madre. La idea era buscar mejores opciones para su tratamiento y pasarla cómodamente con el mínimo de gastos. Mi cuñada vive allí, la casa es amplia, hay espacio y habitaciones de sobra.
Mi cuñada, Karen, es muy bonita, me encantan sus pies, se viste bonito y habla bonito. Es de esas gordas que tienen el cuerpo grande pero proporcionado, es su contextura. He notado que tiene más de un admirador. Yo me incluyo en esa lista.
Pocas veces había sentido especial atracción por una mujer, aunque debo confesarme haber abrigado en mí una fuerte emoción que ha erizado mis pezones cuando tengo al alcance un bonito cuerpo como el de Maddi. Ella, es mi vecina, mi supera miga, mi confidente, mi paño de lagrimas, la promotora de mi afición por ella por su sensibilidad, bonitas piernas y carácter seductor. Vive en el apartamento que queda frente al mío. Invariablemente, he sentido un grato desasosiego en mí cuerpo, cuando su mirada posada en mí, me contempla con gusto, detenimiento y admiración como si quisiera calibrar lo que tengo bajo mi ropa. Siempre he sabido que Maddi quería ser la primera en poseerme en cuerpo y alma. Yo, había decidido en lo más profundo de mí, que así sería. Pero, se atravesó Karen. Empezó así…
Algunos días después de la muerte de mi esposo, aun yo no reaccionaba y Karen se encargó de que lo hiciera. Me dedicaba atenciones especiales, me cuidaba como si fuera de porcelana. Creo que por allí comenzó mi enamoramiento, pues, me trataba como si yo fuera un objeto precioso para ella y solo de ella. Mi cuerpo, es amplio, jugoso, impaciente por la falta de caricias y a mis cincuenta años capturo miradas y efusiones en la calle, aun de jóvenes, que me dejan perpleja y con un grato regusto de vanidad satisfecha. Me di cuenta que Karen me deseaba ardientemente, pero no se decidía aun.
Se resolvió una tarde que estábamos solas en mi cuarto.
–La tensión nerviosa que te reprime cederá con un masajito en la espalda, dijo mientras me hacía señas de que me quitara la camisa, ven yo te ayudo- me dejé hacer, pero, de pronto recordé que bajo la camisa solo tenía la pantaletica que Maddi me había regalado, ya era tarde cuando reaccioné y mi cuerpo solo cubierto con ese leve atuendo quedó ante sus ojos. Yo estaba boca abajo y no vi su expresión.
Sus manos temblorosas y humedecidas con aceite empezaron a recorrer mi espalda, subió y bajó por ella sin atreverse a llegar a las nalgas. La dejé sufrir por no tener el valor de tocarme allí. Cuando ella al fin se decidió, ya mi vagina había decidido por mí, sus jugos brotaban irrefrenables. Todas mis penas y amargos recuerdos habían sucumbido ante la diosa del amor.
-Karen, le dije sin voltearme a verla, hagámoslo como dos mujeres-
Percibí que se estaba poniendo ligera de ropas, esperé. Sentí que me bajaba la prenda intima que me cubría, con la precaución de la persona que no quiere perturbarte en lo más mínimo y que quiere disfrutar de la vista de la fruta antes de comerla.
Dejé que tomara mis riendas. Así es que me gusta, ser el objeto poseído. Las tomó. Al voltearme boca arriba a su mandato, abrí los ojos y supe de su cuerpo cálido, fecundo y abundante. Me miró a los ojos antes de comenzar a besarme cada poro. Mis ansias tanto tiempo represadas, fluyeron como manantial en el desierto, me deje ir tras su huella. El primer orgasmo que tuve después de muchos años, se lo regalé en su boca. Los demás, no lo recuerdo. Me hizo suya muchas veces y de muchas maneras. A mi turno, me guié por mi instinto y por sus palabras que me orientaban, me inspiraban y me agradecían lo feliz que la hacía. Su cuerpo fue una sorpresa para mí, era de una sensualidad contagiosa, vibraba en varios tonos y se movía con fluidez. Sus pies, al fin pude tomarlos en mi boca y los lamí con fruición fetichista, me di el gusto de que sus deditos acariciando mi clítoris, me hicieran estallar en un orgasmo ígneo.
Ese tipo de encuentros, se hicieron cotidianos. Nuestra fogosidad de bestias nuevas, nos inclinaba a satisfacernos en cualquier momento y en cualquier sitio de la casa. Mi mamá, nos encontró un día en pleno apogeo. Nos dijo que nos largáramos de su casa.
Karen no tenía sitio a donde ir, mi hermano estaba recluido en un lugar especial para tratar sus adicciones. Era, prácticamente una recogida, sin lugar a donde ir, sus hijos eran víctimas inocentes y eran el ancla que la retenía en casa de mi madre. Yo me tenía que ir, pues mi madre ya no me soportaba. Me despedí de Karen delante de mi madre, con un ósculo y una caricia furtiva. No podíamos irnos juntas pues mis ingresos aunque altos, no eran suficientes para mantener los gastos que generaba la pensión de mi hermano y el coste de la educación de mis sobrinos, además de los míos. Regresé a la ciudad, a Maddi.
Cuando abrió la puerta de su casa, no tuve ni la más mínima duda del amor que sentía por ella y que comparando los sentimientos, lo que sentía por Karen era puro deseo. Tenía que franquearme con Karen en algún momento para que no se creara falsas ilusiones. Lo mejor es la sinceridad (algunas veces).
Maddi y yo, no solo gozábamos físicamente, sino en todas las situaciones que nos presentaba la vida. Yo me sentía cómoda en el rol que me había autoimpuesto de ser su colaboradora para todo, su amiga su confidente y su ama de casa si era necesario para que ella desempeñara a plenitud la labor que se había impuesto de alcanzar ciertas metas en su trabajo. Su trabajo lo adorábamos, no era solo de ella: era nuestro.
Varias veces fui a visitar a mi madre que ya anciana, presentaba problemas propios de la edad. Karen, estaba siempre dispuesta a ayudarme y a ayudarla. Yo no tenía corazón para negarle la expansión que para ella significaba poseer mi cuerpo. Me idolatraba. Estaba sola y solo me tenía a mí. Ella sola tenía que enfrentar a la enfermedad de mi madre, pues después de Aquello, le disgustaba verme, me dijo que cómo era posible que hiciera esas cosas cuando mi marido estaba recién muerto. Ella aun guardaba luto por mi padre fallecido hace veinte años.
Mi madre empeoró y el pronóstico era de muerte. Una amiga de Maddi, me llevó a Caracas. Estoy segura que Zorá, captó la pasión de Karen, quien no se reprimió cuando me vio.
Segura estoy, que ya Maddi debe estar sufriendo. Zorá, también la quiere para ella y no se va a parar en enumeraciones ni prodigalidades. Es una competidora franca, pero temible. Siempre lo he sabido.