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La catira. primera parte-Me lo tire.

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La Catira- I. “ME LO TIRE”

INTRODUCCION. Esta es la versión revisada de un relato anterior: La vida es así- Primera parte, el cual retire para realizarle correcciones tomando en cuenta algunos de sus comentarios, que me parece, descubrieron omisiones, distracciones inadvertidas en las revisiones… resbalones propios del apresuramiento y de la novatada. Sigo revisando. Mientras tanto, así empieza…

    No era la primera vez que visitaba el sitio en los casi dos meses que llevaba ya en la ciudad. Me gustaba por su ambiente folklórico y sin etiqueta, las veces que había estado allí los mesoneros se desvivían por atenderme y hasta el mismo dueño no perdía la oportunidad de acercarse a mimarme con algún platillo especial entre trago y trago. Yo no pasaba desapercibida por mi bonito cuerpo, la simpatía que irradiaba  para tenerlos siempre pendientes de mi, por ser una forastera bonita, por solitaria y por asistir a ese sitio reservado casi exclusivamente a los hombres. Pedí un trago y me propuse rechazar la sensación de desvalimiento que me agobiaba.

Estaba radicada temporalmente en esta ciudad acompañando a mi pareja. Su empresa le había asignado un trabajo de campo en esta zona agrícola. Proveníamos de la capital, lo acompañe con la intención de distraerme haciendo una especie de “turismo de aventura”, pero no había contado con que los largos periodos de  separación, la soledad y el aburrimiento me afectaran tanto, exacerbando mis problemas depresivos de los que, buscaba escapar. Hacía dos semanas que no veía a mi hombre y ya desesperaba, quería volver a mi ciudad, mi siquiatra me había recomendado el cambio de ambiente para evadir mi tendencia a la depresión, me sentía triste y para evitar llorar salí a caminar para despejarme… entretenerme. Me estaba comportando como una niña, debía reaccionar. Recordé la tasca y la busque, entre en ella para escapar del calor y de la frustración

 El capto al vuelo, con su instinto de cazador, que yo era una presa fácil en ese momento. Lo percibió en cuanto me vio entrar a la pequeña tasca en donde parecía permanecer al acecho. Estaba sentado ante un trago con aire ausente. Era un tipo maduro, interesante, ya me había fijado en él otras veces desde que llegue a esa pequeña ciudad provinciana. Me había llamado la atención su manera enigmática de demostrar interés por mí. No era como los demás, que se les salían los ojos cuando me miraban o trataban de galantearme rudamente con ánimo abiertamente seductor. Se mantenía alejado, con aires de indiferencia premeditada. Era calculador, yo lo intuía tan peligroso como una serpiente de esas que se comen un venado de un solo bocado.

Note que el tipo me miro de reojo como si no le interesara demasiado, como si no le llamara la atención especialmente mi presencia. Decidí entretenerme un rato jugando con él, siguiéndole la corriente; no era un juego en el que me expusiera, pues era el mismo riesgo que jugar con una culebra que estuviera en un frasco de vidrio, mientras el vidrio no se quiebre. El tipo no era ningún campesino, me había enterado por medio de mi vecina -la única confidente que tenía en el pueblo- de su condición holgada como rico propietario de haciendas de siembra y ganado. Había interrogado a Belkis acerca del tipo, tratando de no revelar el interés que me inspiraba, de manera que pareciera que solo satisfacía mi curiosidad de forastera por enterarme de los chismes de la ciudad.

Realmente estaba intrigada por la forma, digamos, “inteligente” como me hacia la corte, muy diferente al sistema rustico empleado por los demás. Además, me gustaba su apostura y su seguridad. Mi instinto de mujer citadina me sugería mantenerme alejada, pues, percibía mi conducta como inclinándome a la relajación: “si me le resbalo no me salva ni un palo de agua”, que es como dicen por aquí para referirse a la situación de la mujer que ya su conquistador tiene dominada, sin que muchas veces ella lo sepa, faltando muy poco para que se le entregue sin resistencia. Los primeros sorbos de mi trago, la música agradable y el ambiente tranquilo me sacaron del ensimismamiento al que tendía, esa era la causa de mi ansiedad y de las perturbaciones de mi personalidad, generalmente pragmática, realista. En ese sitio me sentía como una reina, me distendí y me dispuse a observarlo con sigilo y atención estudiosa.

Mientras yo observaba, me sentía observada por él, como la culebra vigila al animalito que esta fuera de su alcance pero al que se acerca sigilosamente. Yo quería darle la impresión de que no me interesaba, pero al mismo tiempo mostrarme coqueta. El  jueguito se llamaba: Muéstrate apetitosa, pero mantente inaccesible. No quería jugar con fuego, porque era época de verano.  Me estaba comportando como una adolescente.

Mientras servían el siguiente trago decidí ir a refrescarme a la toilette, era el momento de permitirles admirar mis congénitas particularidades físicas, mi elegancia  y mi caminar gracioso -modestia aparte-. Total, era un entretenido juego de seducción sin peligro para mí. Escogí cuidadosamente el camino que seguiría por entre las mesas para que ninguno se perdiera nada de mi espectáculo. Me levante lentamente y camine entre el laberinto de sillas y mesas. Me sabía observada por todos.-Cada día estoy más puta, me dije divertida-.

De acuerdo a la opinión de mis amigas, soy provocativa, eso me causaba problemas pues pensaban que mi conducta era para quitarles los novios. Me decían: “eres una mosquita muerta”, “solo lo haces por putería”. Camino, como, miro, hablo, rio y me comporto con un aire ingenuo que es sensual, y que no parece natural sino estudiado- pero lo es-. Bueno… he aprendido a sacarle partido.

 Soy elegante en todas mis actitudes. Siempre visto de blanco, con pantalón ceñido y camisa manga larga con faralaos. Soy catira natural y uso el cabello corto, mi cara es bonita, con una naricilla pequeña perdida entre un par de ojos obscuros grandes y una boca de labios gruesos y pulposos. Mis senos son medianos, algunos botones abiertos al límite dejan ver su textura y voluptuoso volumen. Tengo un cuerpo curvilíneo de gruesas proporciones, mi cintura es todo lo pequeña que puede ser hasta que bajando, al final de mi espalda, se convierte en una cola robusta y graciosa. Piernas y tobillos gruesos. Pies medianos y cuidados, siempre enfundados en zapatillas de tacón alto para aumentar un poco mi estatura. Soy como me dice un amigo, un juguete para ricos, pues las mujeres como yo a un pobre, y que, no le duran mucho. Mido ciento sesenta y cinco centímetros y tengo treinta años.

No sé si ya había averiguado mi edad, pero todo lo demás lo pudo observar en total plenitud, durante mis desfiles de ida y regreso al reservado de damas. No note ningún cambio en su actitud aparentemente distraída y eso me hizo concluir que, con seguridad, no había dejado de pensar ni un minuto en mi. Me puse a lucubrar cuál sería mi próximo paso. Ya estaba relajada y la mejor alternativa, era irme a mi casa y dejarlo como dicen por aquí: “vestido y alborotado”. Pero… “si quieres hacer reír a dios, cuéntale tus planes”.

El repentino suceso de la puerta del lugar abriéndose y la claridad solar invadiéndolo todo instantáneamente, no llamo tanto mi atención como el hecho de que él  le sonriera a quien había entrado junto con el resplandor -Bueno, de todas maneras la diversión se acabo, pensé, ya llego la que esperaba-. Me sorprendí al oír  llamarme por mi nombre, en ese recóndito lugar, donde creía preservado mi anonimato. Con suma elegancia -eso sí- voltee y le dedique una estudiada sonrisa y una expresión interrogante a un individuo que me pareció remotamente conocido y que me causo inmediata simpatía por ir embutido en un flux elegante y a la moda. Mi cerebro rebusco rápidamente en sus archivos con el fin de asignarle a la aparición un nombre, y una razón a nuestro conocimiento mutuo. Me conmovió el descubrimiento de que lo datos que aparecían en la pantalla de mi computador cerebral, coincidían con los de una persona de mi ciudad. Le alargue la mano sonriendo ahora con verdadero entusiasmo y tomándola, me la beso a la antigua como acostumbrábamos en la época de nuestros estudios en el tecnológico donde nos habíamos graduado en la misma promoción.

-Espérame, voy a saludar a mi hermano y regreso para que me cuentes- dijo con tono de disculpa. Se dirigió a la mesa de mi galán de juegos, quien sonreía, y le abrazo con cariño e hizo ademan de invitarlo a mi mesa para presentarnos. Así lo hizo. Sin ninguna  razón sensata le dedique una sonrisa que decía: ¡Caramba, hasta que nos conocimos, estoy encantada! El animalito indefenso estaba al alcance de la serpiente. A estas alturas ya no sabía quién era el animalillo y quien la serpiente. Se llamaba Lucas y visto de cerca, tenía mayor atractivo, mostraba una sonrisa que parecía de satisfacción por algo que yo sospechaba tenía que ver conmigo, miro la abertura de mis senos discretamente como quien chequea la mercancía y desde ese momento no le quito la vista a ninguno de mis ademanes. Parecía querer aprenderme, como los niños a la materia que estudian.

Ramón, mi ex compañero de estudios estaba de paso y se cito con su hermano para almorzar. Nos pusimos al día y la emoción de hallar a un civilizado me hizo perder la cuenta de los tragos y por ende descuide mi vigilancia a las reacciones y actitudes de Lucas para que no me agarrara desprevenida, el tipo me estaba gustando y eso podía ser peligroso para la fidelidad debida a mi pareja si perdía el control sobre mis impulsos. Realmente me sentía feliz, ya los nubarrones de la tormenta que me acosaba a mi llegada iban lejos, arrastrados por los vientos del whisky que libábamos copiosamente y la compañía  cada vez más agradable. Ramón comenzó a hablar de despedirse, me dijo que me dejaba en las buenas manos de Lucas, refute: No me conviene que me vean sola con Lucas, la gente piensa mal. Te agradezco el interés pero mejor, me voy como vine.- No puede ser, dijo Ramón, ya esta anocheciendo y no se si conoces bien el camino, evitemos peligros-. No me había podido escabullir.

Salimos a una ciudad sumida en un pintoresco atardecer, realmente avanzado. Debía despedirme de Lucas y partir con Ramón. Fue al revés. Ramón recibió una llamada y debía regresar al lugar donde había estado realizando una auditoria que creyó haber dejado casi concluida por sus subalternos. Se despidió cariacontecido y partió, dejando la promesa de llamarnos. Quede con Lucas en el estacionamiento del local. Me dijo- Pues no queda más remedio, yo llevo a la señora-. Subimos a su camioneta. Me sentía extrañamente alegre, desprejuiciada y un poco habladora, el vacio que las depresiones dejan en la mente al desvanecerse tiende a ser llenado por un sentimiento contrario. El, estaba dicharachero como no lo había estado durante la tertulia en la que participábamos con su hermano. No se me escapaba que parecía también liberado de una presión: me tenía en su terreno, al fin, al alcance de su mano.

Inopinadamente, me invito como si fuéramos viejos amigos, a terminar de ver la puesta de sol en el parque a orillas del rio, “mientras esperamos que sea más de noche y hay menos riesgos para su reputación”. Acepte con un silencioso encogimiento de hombros, porque no me interesaba ya lo que pudieran pensar de mí. Había tomado la resolución de regresar a mi ciudad cuanto antes. De un compartimiento saco una botella de licor y  comenzamos a beberlo puro en un vasito que compartimos. Yo creo que las cartas están echadas desde antes de nacer, mi destino nunca estuvo en mis manos y no hay que luchar.

Llegamos al sitio, era de belleza exuberante. Nos sentamos en la parte trasera de la camioneta sobre una manta para evitar que la blancura de mi pantalón sufriera desmedro. Seguimos bebiendo en silencio, yo estaba embobada por la contemplación de tanta belleza, el cielo tenia colores imposibles de describir y el rio ronroneaba a mis pies. Me deje arrullar por tanta felicidad, mis sentidos y mi sensibilidad estaban al máximo. El licor recrecía las sensaciones que recorrían los caminos de mis entrañas, realmente estaba excitada esperando a que mundo desconocido me transportaría todo aquello. Todo fluyo espontáneamente, como saliendo de un sitio ignorado y perdido entre las brumas de la inconsciencia etílica. Iba a saber cómo era el amor de un llanero.

-Tú eres lo que le faltaba a este paisaje para ser perfecto- me galanteo. Sonreída le apreté su mano en señal de agradecimiento por el piropo. La deje atrapada entre la suya, quería darle confianza para que se dejara llevar por su instinto. Mi cuerpo rebullía con un deseo que había surgido de pronto exigente, avasallante. Estaba lista para ser engullida, comenzó a hacerlo. Beso levemente mis labios y lo deje hacer fascinada por el embrujo del momento y de sus labios que se apoderaron de los míos sin premuras pero con autoridad, eso era lo que yo deseaba, pertenecerle toda, aunque fuera por un momento. Un calorcillo delicioso recorrió mi cuerpo y recalo en mi vagina después de pasar erizante por mis pezones. Me sentí asediada por la necesidad de ser poseída a fondo, pero sabía que debería ser moderada en mi ansiedad para sacar todo lo que pudiera de este encuentro, que intuía como el último. Decidí ir despacio, pero eso ya no estaba en mis manos decidirlo, estaba en su poder, él era el amo de mis sensaciones. La serpiente enrollaba sus anillos alrededor de mis sentidos confirmándome su voluntad, seria suya, suya.

Se apoyo en la baranda del vehículo y me coloco entre sus piernas, mientras besaba mi cuello. Estaba preparando el ataque. Mi espalda descanso en su pecho y fui consciente de la dureza de su miembro enterrado entre mis nalgas que frotaba- sin recato ya- contra ellas, enviándome claras señales de lo que me esperaba. Su boca mordisqueaba mis oreja, me sentí desfallecer, ese era mi punto más caliente para desatar mi frenesí. Ya no tenía voluntad perdí el control sobre mis emociones y deje de pensar, solo sentía el calor delectante que me recorría a oleadas. Ansiaba probar lo que me depararía ser engullida por su deseo. Por un momento un pensamiento de infidelidad atravesó veloz mi consciencia, pero lo aparte, ya no había nada que hacer que no fuera seguir hasta el final. No tenía salvación. Mañana vería.

Su lengua en mi cuello y orejas estaba haciendo estragos en mi voluntad de hacer durar aquello lo más posible, un orgasmo estaba a la puerta de mi raja que ya no aguantaba más. Voltee mi cara y busque su lengua, esta entro como una ráfaga caliente y voraz en mi boca, sus labios mordían los míos, los míos mordisqueaban los suyos. El deseo se había desbocado. Mi angustia ida, había buscado su redención por los caminos del placer prohibido.

Sus manos libertinas desabrocharon mi camisa, desabrocharon el brassiere y acogieron mis senos cálidos cuyos pezones parecían reventar de excitación. Yo me agarraba a sus piernas y con respiración entrecortada gemía de placer con los ojos cerrados. Estaba haciéndome gozar...mucho. Una de sus manos bajo a mi abdomen y desabrocho con pericia el pantalón sumiéndose inmediatamente en las delicias de mi cálida humedad, de allí, emergió  una sacudida eléctrica que recorrió mis extremidades y una queja húmeda que afloro a mis labios. Con mis manos aferre su brazo y mi boca mordelona lo picoteo en medio del espasmo que no pude contener. Su boca me besaba y alternativamente lamia mis orejas procurándome sensaciones que recalaban más abajo de mi clítoris, una mano hacia feliz a mis pezones y la otra satisfacía a mi húmeda alhaja. La serpiente me tenía desfalleciente rodeada con sus anillos de placer.

Mis  labios vaginales eran grandes y voluminosos y en ellos se regodeaba con sus dedos que parecían querer amasarlos. El clítoris estaba sensibilísimo y mi vulva se reveló ante mi idea de aguantar el orgasmo y me lo produjo tan fuerte que hizo temblar todo mi cuerpo y el tuvo que sostenerme con fuerza para que no callera. Mi garganta profería una especie de ronquido,  mientras mis jugos mojaban sus dedos y mis dedos se clavaban en sus muslos. Mi boca no paraba de proferir protestas de placer.

Al recuperarme sentí su masculinidad restregando mis nalgas. Me incorpore temblorosa aun, lo tome por una mano y a falta de un lugar más apropiado, abrí la puerta del vehículo, baje mis pantalones y pantaletas al máximo, incline mi tórax sobre el asiento, mi trasero quedo expuesto apoyándome en mis piernas abiertas todo lo que podía, por la limitación del pantalón. El espectáculo de la exhibición de mis nalgas era digno de admiración, la obscuridad que comenzaba a rodearnos no le permitió solazarse en esa visión, pero, sus manos escrutadoras  notaron su tersura, su lozanía, su volumen y su temperatura acogedora. Estaba loca por ser penetrada por su colmillo, estaba lista para recibirlo a pesar de que -en ese momento lo pensé- nunca se lo había tocado ni visto. Sería una sorpresa su tamaño y grosor. Ya no aguantaba más.

Esperando su resolución en esa posición comprometida, pues no sabía cuál de los dos caminos decidiría tomar, sentí que bajaba su pantalón, una mano entreabrió mis nalgas y la otra dirigió su cabeza  hacia la entrada de la hendidura de mi humedecida vulva. ¡Ah! Qué alivio. La penetro con lentitud disfrutando del calor que aumentaba con cada centímetro de perforación, yo la sentía avanzar indetenible, abriéndose  camino a través de mis calientes y expectantes entrañas devoradoras de su falo, grueso y robusto- así lo sentí-. Comenzó a moverse y yo a morder la tela del asiento donde apoyaba mi cara para ahogar mis frases que le rogaban mi penetración total y que se tardara en acabar todo lo que pudiera. Me apreso por las caderas con sus robustas manos callosas, lo metía y sacaba, lo rotaba, era rápido y a veces lento, disfrutaba al máximo de mi posesión y la hacía patente. Mi cuerpo no aguanto más y me regalo un suculento orgasmo como siempre, entre murmullos, gruñidos y aspavientos que denotaban mi gozo supremo. Mis piernas temblorosas y desfallecientes ya no me sostenían, mis mugidos llenaron la cabina de la camioneta quedando ahogados allí. Movía mis nalgas sin control tratando de sacarle, a la carne que me tenía clavada, más placer que el que ya me daba. Sus movimientos se recrudecieron haciéndose más bruscos, su veneno estaba a punto de inundarme. Lo sentí salir caliente y sus espasmos eyaculatorios lograron aumentar los míos, su barra me perforo totalmente, inmisericorde, mientras me sentía acometida por otro orgasmo.

Nos calmamos, su colmillo seguía aferrado a mi latiente humedad interior que continuaba fluyendo, ahora mansamente. No tenía fuerzas, ni ganas de levantarme aun. Quedo un rato acostado sobre mi espalda recuperando fuerzas. Me dijo que quería seguir. Le argumente que además de ser tarde, estaba que no podía mas, el alcohol en exceso me ponía débil. Se salió de mi dejándome desfallecida y plena. Me limpio los restos de semen con su pañuelo. Arregle lo mejor que pude los destrozos de mi vestuario en medio de la oscuridad.

Partimos rumbo a mi casa. Nos despedimos en la puerta, sin ninguna efusión, nos sentíamos observados por cien pares de ojos. Entre sin mirar a los lados.

Tome una ducha cálida, era una mujer satisfecha, mi cuerpo me lo agradecía. Estaba tan radiante que por primera vez en mucho tiempo me puse a cantar. Me sentía ecuánime, pues mi decisión de regresar a mi ciudad me refrescaba el ánimo. Me acosté desnuda e inmediatamente me dormí.

Desperté bruscamente por el ruido de unos golpes en la puerta, el sol ya estaba alto, llamaban a la puerta con empeño desde hacía rato, lo sabía porque estaba soñando con una puerta sonora en el momento de despertar. Me despabile y poniéndome una bata acudí al llamado. Era un chico con un ramo de flores. El obsequio era enviado por mi marido- según la tarjeta que pendía del lazo -. El sobre cerrado contenía una esquela: “Lo de anoche te hace La Inolvidable”.

Arrobada por el recuerdo emociónate de lo que había gozado la noche anterior, coloque las flores sobre la mesa del comedor y allí las olvide. Bote la tarjeta de despistar y guarde el sobre con la esquela en mi cartera. Me acosté nuevamente, el recuerdo me estaba excitando. Comencé a masturbarme suavemente. Hoy era otro día.

FIN DE LA PRIMERA PARTE de La Catira.

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