MARÍA 5. El debut
Después, de lo que me vi obligada a soportar en ese espantoso sitio donde me quedé atascada contra mi voluntad y sobre todo en manos de esos inescrupulosos que me utilizaron para su placer, valiéndose de mi inexperiencia y de mi credulidad (bueno, seamos sincera: también fue que yo, se las puse fácil) quiero cambiar de vida, vivir a mi manera, beneficiarme de lo único que tengo: mi cuerpo aun joven y de mi mentalidad pervertida por las malas horas.
El dinero que me dio Lucas ya se me acabó, tengo que arreglármelas por mi cuenta. El deseo que despierto en los hombres (y mujeres) puede ser lucrativo. Aprendí que ser escrupulosa, moral y digna no reporta dividendos a la junta directiva. Tengo treinta y dos años, y pronto mis encantos habrán desaparecido, es ahora o nunca.
LA STRIPPER.
Mi amiga Layla, se alzó de hombros cuando le referí mi propósito – si te parece bien y estas lista, pues, tienes que hacerlo. Nadie se puede arrepentir de lo que no ha hecho, vamos a ver, si mi novio te puede ayudar-
El novio de Layla era un tipo medio mafioso, descendiente de italianos, me caía bien por su lucidez de gato malicioso. Es dueño de un negocio nocturno, que sus mayores le montaron para que fuera aprendiendo administración.
-Carlo, nos espera en su negocio, te quiere hablar- me dijo por teléfono Layla- el jueves vamos.
Elegantísimo es el lugar, casino y cabaret a la vez. Había un aire de perversidad natural acechándome en cada rincón. La mirada de los hombres, la música caliente y alegre, la elegancia de las vestimentas. Me sentí a mis anchas inmediatamente. Había escogido una veste blanca, especie de túnica de material sedoso, que se adhería a las anfractuosidades de mi carne. Estaba apetitosa. Así me hizo sentir por sus miradas y atenciones el caballero que se encargó de nuestra recepción.
Era el suegro de Layla. Cincuentón, elegante, bien parecido, exudaba poder. Excusó la ausencia momentánea de su hijo. Layla me secreteó al oído: a lo mejor fue a matar a alguien. No le hice caso, yo estaba fascinada con el viejo, me encantan así, maduros… poderosos. Se llamaba Gaetano.
Carlo regresó. Bebimos, comimos y bailé con Gaetano, pues Layla no permitió que Carlo me acompañara. Al bailar, el asediaba las débiles defensas de mi castillo, con su proximidad cálida y fragante; estábamos separados por tres milímetros de telas y bajo mi túnica solo había carne ansiosa de dueño. Su dureza tocaba mi puerta, entreabierta.
Sería medianoche cuando, en medio de tantos brindis, Gaetano me propone seriamente, que haga un strip tease. Decía con su acento italiano acentuado por el licor, que quería que yo fuera su descubrimiento. - puede que hayas conseguido la nueva profesión que tanto buscas, me alentaba Layla con su habitual sarcasmo y con su cara muy seria-, cuando yo sabía que por dentro reventaba de la risa.
Yo dudaba, pero Gaetano pulverizó todas mis dudas-Si tienes éxito, te contrato; si no lo tienes, te doy mil dólares-Alcé mi copa y dije que aceptaba.
Antes de que pudiera cambiar de idea estaba en manos de una “troupe” de coreógrafos afeminados que tras bastidores, me acogieron desconcertados por la orden del amo: Sale en una hora. Ténganla lista.
Demostraron conocer perfectamente su profesión, me dieron, por así decirlo, un curso teórico practico de la escena que caracterizaría. Me desvistieron, mientras el jefe de ellos me instruía mostrándome prácticamente como debía moverme. Me maquillaron, algunos de ellos dudaban de mi éxito porque el exceso de curvas sería inelegante, otro grupo pensaba exactamente lo contrario. Me dieron a beber un líquido verdoso, que tuvo la propiedad de inflamar mi lívido más de lo que ya lo tenía. Imaginaba ya, cien pares de ojos emocionándose con mi figura desnuda, deseándome y viéndome como les iba mostrando, poco a poco, el secreto de mis simas.
Llegó el momento. Estaba revestida con unos leves pañuelos de tul, descalza y cubierta de un maquillaje que avivaba los diferentes tonos nacarados de mi piel. Salí a la palestra.
Los reflectores me deslumbraron, solo veía con claridad el piso del escenario donde me movía. La música que yo misma había escogido comenzó a sonar. Esa canción me gustaba, en mi casa a solas, acostumbraba danzar a su ritmo interminablemente para divertirme y relajarme. Solo tenía que repetir la rutina que me sabía de memoria. Era fácil.
Para evitar el miedo escénico, me concentré solo en mis movimientos y en el tubo que estaba empotrado en medio del escenario. Mientras me meneaba acompasadamente al son de la música, me despojaba a un ritmo que inventé en el momento (y, que no tenía nada que ver con las instrucciones que había recibido) de mis leves pañuelos. Me sentía erotizada.
No veía más allá del borde del tablado donde me movía, por efecto del deslumbramiento que aun no dominaba. Estaba ya desnuda completamente. Me excitaba el hecho de imaginar a esos desconocidos mirándome así. Me retorcía alrededor del tubo, éste era cada uno de ellos, quería demostrarles lo que quería que me hicieran. Me entregaba a su fría dureza; mis senos, mis nalgas y mi pubis lo acogían en sus enigmáticos abismos de calor, sabor, humedad y aromas que nunca conocerían. Nunca saborearían esa carne voluptuosa si yo no quería. Eso era desear.
La leve sensación premonitoria de un orgasmo me sorprendió en medio de mi concentración. Me desconcertó. La música iba llegando a sus últimos compases. Aferré con mis nalgas al tubo lubricado por mi sudor y mis jugos internos y como si fuera un riel, por él me fui dejando resbalar lentamente, hasta que quedé en cuclillas con las piernas separadas mirando el piso. La canción había terminado.
Un mágico silencio me envolvió durante unos segundos, luego una atronadora ovación acompañada de gritos y silbidos me sacó de mi letargo. Las luces se apartaron de mí en el momento que todas las demás fueron encendidas.
Me incorporé con estudiada afectación y saludé al público con una leve y desnuda reverencia que incrementó su emocionante aplauso. Tuve que salir dos veces más a recoger el fruto de mi triunfo en forma de aplausos, gritos, silbidos, flores que me lanzaban, junto con dinero y notas amorosas.
Mis entrenadores estaban fuera de sí por la emoción, se abrazaban entre ellos, me besaban, me felicitaban, aplaudían y brincaban. Yo los miraba sonreída y medio drogada aún. Ese licorcito verde era una maravilla, pedí más.
Gaetano se presentó en mi camerino, me besó suavemente y me dijo: mañana firmamos el contrato, me entregó un sobre que contenía mil dólares y una tarjetica que rezaba: “Noche Inolvidable”. Recordé a Lucas.
Me bañé, me revistieron con mi túnica y salí al salón, el público al reconocerme empezó a aplaudir de nuevo.
Era toda una estrella porno.
Pero Estrella es Estrella. Después, lo que vendría.