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Alegre historia de una flaca abandonada.3:violadas

en Confesiones

La alegre historia de una flaca abandonada. Parte 3:Violadas.

Después del desayuno, salimos a pasear a caballo por las veredas de la propiedad. Mi ropa no era apropiada- ni siquiera era mucha- para estar practicando ese ejercicio. Iba casi desnuda con un pantaloncito y una blusa medio transparente, ambos se adherían a mi cuerpo como si fueran parte de él. Llevaba unas zapatillas de piel tan fina que me sentía descalza. La Dama no iba mas cubierta que yo. El paseo fue corto, lo que agradecí al ángel de mi guarda, pues además de que no tenía práctica en eso de jinetear caballos, mi adolorida colita - por la extenuante labor a la que había sido sometida la noche anterior- era torturada por el roce con la silla.

Descabalgamos-al fin- en un lugar de gran belleza natural, alejado de la mansión: hierba, flores y una arboleda, había llovido y la humedad impregnaba la tierra. Ella, tomo mi mano sonriendo con liberalidad festiva y me deje conducir a un lugar sombreado entre los árboles en el cual estaban dispuestas una mesa y varias sillas transparentes, licores coloreados sobre una mesilla con varias copas labradas en bello cristal, completaban el decorado.

Nos sentamos y ella misma, sirvió el licor que reconocí como el que había ocasionado mis transportes a otras esferas sensuales el día anterior. Salud-brinde. Me dijo: Solo beberemos tres copas, no temas, anoche las libaciones en exceso, causaron tu arrebato. Esta bebida maravillosa libera tus inhibiciones, con precaución puede llevarte al éxtasis que nunca en tu sano juicio imaginarias ser capaz de sentir.

 Bebimos dos copas lentamente. Un suave efluvio ardiente y carnal emanaba de lo que me rodeaba. Sentía mi sensualidad crecer sensible a todo lo existente y todas las vibraciones que me sacudían- la brisa, la calidez del sol, el roce de mi ropa- se tornaban en un geiser de sensaciones que recorría mi cuerpo, cosquilleándome desde mi piel hasta mis entrañas. Ella, acariciaba mis brazos, mis pezones, mi boca, con la yema de sus dedos y yo creí perder la razón por tanta excitación.

Te traje solamente, mi reina bella, para que veas como mi cuerpo será mancillado-me dijo lenta y suavemente, con su voz baja y ronca- Saber que tú ves y sientes lo que yo siento, aumentara mi placer. Tu belleza delicada me ha apasionado. Pocos seres han mostrado ser tan sensibles como tú a ese maravilloso licor; su poder enervara al máximo tus sentidos y percibirás mis emociones y sensaciones como si fuéramos una sola persona. Te transmitiré lo que yo sienta. Confía en mí, tomemos otra  copa.

Mientras lo hacíamos, con la lentitud propia de quien disfruta un placer que intuye se desvanecerá pronto, paladeando con exaltación cada gota nos fuimos desnudando sin ansiedades, con pasión y lujuria. Palpábamos con fogosidad  nuestros cuerpos en una especie de danza erótica y cada roce sacudía nuestras estremecidas sensualidades, de forma que lográbamos que se multiplicaran nuestros desasosiegos voluptuosos en vez de mermar con cada inicio.

La arrancaron de mis brazos de una manera violenta e inesperada. Nuestra concentración en lo que hacíamos nos encegueció y no percibimos a las presencias que se acercaron sigilosamente.

Su rostro denoto sorpresiva fascinación por un acto que preveía pero que no dejo de sorprenderla por lo brutal y repentino. Yo en mi embrujo, solo tenía ojos para ella: me la habían arrebatado de mis manos.

Dos hombres desnudos la arrastraban, sin compasión, sin miramientos con su delicado cuerpo. Cada uno aferraba uno de sus brazos. Hasta el centro del calvero la llevaron rodando sobre la hierba y el fango, manchando su bello cuerpo con el detritus de la naturaleza.

 Alguien me retuvo con fuerza cuando trate de socorrerla. Ella gritaba y pataleaba con todas sus fuerzas tratando de desaferrarse. Me sentaron a la fuerza en una silla, a ella me ataron piernas y brazos. Desnudo, mi cuerpo quedo abierto a lo que pudiera mostrar, mi garganta gritaba insultos y mis miembros intentaban desatarse de unas rudas ataduras que lo agraviaban. Halaron mi cabeza hacia atrás templando dolorosamente mi cabello y ensaciaron en mi boca el resto del licor que quedaba en la copa. No vi a quienes me habían atacado, los sentí alejarse sigilosamente.

Mi desesperación se aplaco un poco debido a un extraño fenómeno que el último sorbo me causo. En mí, se estaba produciendo un inverosímil desdoblamiento de la personalidad: era al mismo tiempo, yo, Ella y la experiencia que Ella tenía. Me tornaba cada vez más sensible a los estremecimientos de su convulsionado interior. Me afectaban físicamente los estímulos que aplicaban a su cuerpo, como si los sintiera en el mío. Era Ella, al mismo tiempo, que era su observadora. Perturbe mi paz interior, con pensamientos inquietantes, un estado de pánico me invadió, creí volverme loca.

Me fui calmando controlando mis pensamientos; poco a poco, recuperaba la coordinación de mis facultades, tenía que adaptarme a mi nuevo estado sensorial, fui paulatinamente siendo capaz de manejar lo que sentía. El licor también ayudaba en este sentido. Me explique que lo que me pasaba tenía que ver con la bebida ingerida. Fui perdiendo el miedo a lo que me ocurría, me fui apaciguando. Deje de hiperventilar conscientemente. Libere mis músculos tensos, abrí mis ojos. Sentía mis emociones y las Suyas sin que me creara conflictos internos lo novedoso del trance. Posiblemente, la sumatoria del pavor que sentimos al mismo tiempo, desato en mí el ataque de pánico precedente.

Frente a mí, sobre la misma tierra húmeda y sin grama, contemple el perturbador espectáculo de su cuerpo (o, era el mío) rodando desnudo por el barro, asediado por un par de rústicos que lo acariciaban toscamente mientras sus hocicos hediondos a aguardiente barato lo baboseaban al intentar besarlo o morderlo. Me quede paralizada al sentir sus olores ofensivos que subían por mi cuerpo atormentado al encuentro de mis sentidos. Sentí sus crueles manos pellizcar sus nalgas tratando  de obligarla a dejarse abrir de piernas, la mordían con saña. Ella rugía de cólera, al tiempo que pedía compasión y ayuda. Ellos reían con vulgaridad inconcebible, sus gritos acallaban los nuestros.

No había escapatoria, estábamos en manos de esos bellacos toscos, peludos, barrigones, barbados y cuyos cuerpos rechonchos tenían una desnudes angustiante. Eran como lobos hambrientos de carne humana y nosotras éramos sus presas.

Ella cedía. Sus fuerzas agotadas de tanto esfuerzo, desesperación y desaliento la abandonaban. Mi cuerpo rendido por el cansancio de una lucha infructuosa, sintió un raro espasmo de placer que me dejo atónita.

La pusieron boca abajo. Ya rendida, no luchaba, toda resistencia era vana, eran muy fuertes para poder oponérseles. Uno se sentó a horcajadas sobre su espalda mirando sus nalgas con emoción, mientras, el otro habría sus piernas con gritos alardosos. Las vulgaridades que se decían definían su sensación de triunfo. El que cabalgaba su espalda, introdujo su bocaza entre las nalgas de Ella, bruscamente, para no darle oportunidad a su compañero de tomarle la delantera, siguió una corta pelea de perros que se resolvió a favor del cabalgador con un certero golpe que convenció al otro de que su función era mantener las piernas abiertas. Siguió un chupeteo mientras paseaba la lengua por toda la grieta entre sus nalgas antes de introducirla casi por completo en su agujero, allí, lamio y lamio.

Nuestros quejidos seguían. La humillación, por momentos, se transmutaba en un placer que se alimentaba con la sensación, aun más humillante, de que la violación era presenciada por un testigo que compartía plenamente la  brusquedad del acto. Para sentir eso, es que Ella quiso que yo estuviera presente, sufriente y deleitante.

Una rara sensación de placer indeseable se apoderaba de mi cuerpo. Mi asco se transformaba en voluptuosidad. La delectación subía desde mi agujero- cada vez más caliente y húmedo- como si la lengua del borracho estuviera impregnándome con su saliva y su actividad excitara la secreción de mis jugos. Mi agujero vibraba al ritmo frenético de la lengua que La violaba. Nuestros sentidos estaban sincronizados plenamente. Abrí los ojos y vi los suyos mirándome con lagrimas. El otro borracho, paso sus sucias manos por debajo de las piernas e introdujo sus dedos en el calor húmedo de su intimidad; Ella intento zafarse con un postrer esfuerzo de sus fuerzas disminuidas, pero solo consiguió que la rabia del violador se descargara, mordió  su glúteo y le propino un  golpe que la estremeció.

El dedo que penetraba su grieta entro profundamente y luego otro mas y otro más. La lengua seguía su actividad en el agujero sin cansarse ni ceder. La excitación bailaba dentro de mí, espasmódicos movimientos precursores del placer supremo me recorrían de arriba abajo, no quería dejarme llevar por el agudo placer que salía de mis entrañas, quería librarme de él pero solo lograba recrudecerlo, no quería acabar, me apenaba. Sus ojos lacrimosos me miraron con un angustioso brillo, entendí lo que me pedía y libere el estallido de mis entrañas a través de mi concha que se lleno de líquidos que chispeaban mis piernas, que se retorcían todo lo posible entre las ligaduras que las aferraban. Mi grito de placer largamente constreñido me sorprendió por la sincronía con el suyo.

No nos dio tiempo de arrepentirnos, ellos rieron triunfalmente y celebraron su victoria con largos tragos de aguardiente y expresiones soeces. La pusieron en cuclillas sobre el cuerpo de uno de ellos, este, comenzó a morder sus labios y pasar su lengua asquerosa sobre su cara, las miasmas alcohólicas de su boca me mareaban, el miedo al castigo, además del adormecimiento de nuestra sensibilidad me impedían vomitar. Unas manos estrujaban sus senos haciéndole daño. Sus piernas y sus nalgas mientras tanto eran abiertas al máximo y un escupitajo baboso cayo entre ellas lubricando su entrada como si ello fuera necesario; vi con espanto como el individuo que había sostenido las piernas, ahora, acercaba su falo grosero, venoso y cabezón a la entrada de Su ano, instintivamente cerré mi entrada con los músculos de mi esfínter, eso retardo el acto, el que estaba debajo ceso momentáneamente su actividad besuqueadora para incitarlo, con palabras soeces, a que violara esa entrada porque si no, él lo haría. Enfurecido por la duda de su hombría empujo con todas sus fuerzas su cabeza hacia dentro, penetrando bruscamente con más de la mitad de su no corta arma el estrecho recinto. El grito de dolor recorrió el espacio. Las expresiones del individuo explicaban su satisfacción por el acceso a esa entrada cálida, adolorida y que albergaba como un guante su palo mugriento.

El otro sujeto, no pudo resistir mas su excitación y poniendo su estaca a la altura de la entrada de la vulva, le ordeno a su compañero que empujara el cuerpo de ella hacia abajo; este movimiento propicio el enterramiento lento de su gran vara en mis entrañas bañadas de líquidos y mi terror por lo que hacían me reseco la garganta y por un momento no pude respirar. Ella lloraba indefensa y dejo de mirarme. Una barra ardiente penetraba mi ano arrancándome un ardor que me molestaba mucho, al mismo tiempo que la otra, violaba mi vulva. En mi interior ambas rozaban, apenas separadas por una tenue tela en un frenético mete y saca que lograron sincronizar y mientras uno entraba el otro salía. Así una y mil veces.

El dolor y la desolación extremados, pronto se transforman en desprecio por ellos. Sentía un intenso placer que aborrecía y por el que no me quería dejar vencer nuevamente. Mi cuerpo chispeaba de dolor, placer y humillación, sus contracciones involuntarias demostraban que estaba en manos de mi instinto animal, nada me importaba ya. No abrí los ojos para no verla, pero sabía exactamente lo que sentía en ese momento. No supe cual de mis agujeros comenzó a producirme más goce. Era como una sinfonía de sensaciones a las que me abandonaba. Deje de luchar por no tener un orgasmo, deje que llegara.

Hubiera sido un raro espectáculo para otro testigo: una mujer desgreñada, sudada y atada a una silla hacia los movimientos propios del coito sin que nadie la estuviera tocando, con su vagina mojada de fluidos que bañaban sus piernas, quejándose de placer y dolor que parecía soñar, pues, mantenía los ojos cerrados. A ratos sus movimientos mermaban y en otros se debatía presa de grandes demostraciones de dolores y placeres que al parecer fluían por su cuerpo estragado. Su público estaba entregado a la realización de los actos que ella repetía sincronizadamente. Solo Ella le prestaba atención. Su placer se amplificaba con el espectáculo de esa belleza  participando de las crueldades a que la sometían unas bestias que se habían propasado en su papel, desenfrenados por el exceso alcohólico y el sentirse propietarios de un cuerpo del cual los ángeles ya querrían disfrutar.

Sentí que uno de ellos llegaba a su clímax con grandes aspavientos y movimientos angustiosos. El otro pronto lo siguió. Mi  cuerpo ahora también olía a semen. Abandonaron la actividad mientras se recuperaban y su respiración se apaciguaba. Con movimientos bruscos, se salieron del cuerpo tembloroso. Cambiaron sus posiciones. Yo deje de sentir, mis sentidos me abandonaron y no supe más de mí.

Desperté en el suelo húmedo del claro donde la escena había tenido lugar. Me dolía el cuerpo y mis brazos y piernas estaban heridos por las sogas. Todo me ardía. Me dolía la vagina. Me la toque y sentí resbalar entre mis dedos restos de semen. No me perdonaron-pensé con desgana.

 La busque sin levantarme, estábamos separadas por un buen trecho. Yacía tirada sin sentido cerca del arroyo. Me arrastre hasta donde se encontraba. Sus piernas estaban manchadas de rastros de sangre seca que había fluido de sus partes violadas y su cara rasguñada como su cuerpo, presentaba moretones. La desperté suavemente. Al abrir los ojos me sonrió- por favor, perdóname-dijo-se me escapo de las manos. Le sonreí con comprensión tratando de esconder mis dolores. Poco a poco el descanso nos ayudo a recuperarnos. Nos acercamos al arroyo y sumergimos en el nuestros cuerpos lacerados.

Más tarde en la mansión, nos sometimos a tratamientos que momentáneamente nos libraron del dolor, alentaron nuestros cuerpos estragados y esa noche dormí en su cama. Su marido, al enterarse, había montado en cólera y la apostrofo por someterse a esas prácticas con gente peligrosa. A mí me dedico una sonrisa de piedad por lo que me había sucedido y me dijo: mi pobre amorcito, no debes aceptar esas cosas, ven. Me acurruco entre sus brazos.

Al siguiente día las nubes de tormenta se habían alejado. Nuestras heridas sanaban, bajo el atento cuidado de su médico.

Los tres, nos volvimos inseparables. Yo era más que su asistente, más que su ayudante,  su confidente, amiga y consejera. Nuestros caminos se habían cruzado y por el momento no se separarían. La vida continuaba con otro sentido para mí. Ya no estaba abandonada. Mi aventura apenas comenzaba.

Fin de la tercera parte. Continuara próximamente.

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