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Violada en las fiestas del pueblo 4: Regreso

en No Consentido

Regresé del bosque hacia el pueblo, angustiado y sin saber qué hacer.

Mi madre había sido secuestrada por un jinete que, después de violarla, se la había llevado desnuda montado en su caballo.

Intenté seguirla, pero me fue imposible.

Esto debió ocurrir hacía unas tres horas, por lo que me acerqué a la casa de Merche donde hemos dormido la pasada noche, con la esperanza de encontrar allí a mi madre.

Entré en la casa, pero no la ví. Subí las escaleras, pero tampoco estaba en el piso superior.

Merche si estaba, y me preguntó directamente si había visto a mi madre, si sabía dónde estaba.

La dije que no, pero, aunque lo supiera, no se lo diría, ya que fue ella la causante de todo lo que la estaba ocurriendo a mi madre.

Me ofreció algo para comer. Acepté. A pesar de todo, tenía hambre. Hacía bastantes horas que no había comido nada.

Comí solo en la cocina, mientras Merche me preguntó dónde había estado.

Temía que pudiera haber estado en el bosque y haber presenciado como violaban reiteradamente a mi madre.

La mentí. La dije un lugar lo más alejado posible del bosque.

Después de comer, la dije que volvía a salir, que volvía al lugar donde la dije que había estado.

Pero no fue así. Me escondí próximo a la casa, por si venía mi madre, deseando que volviera sana y salva.

Pasó más de una hora, cuando me pareció oír a Javier y a el Rober dentro de la casa. Merche les había llamado. Posiblemente estuviera preocupada por el destino de mi madre y por qué si la hubiera ocurrido algo, la guardia civil se les podría echar encima.

De pronto me pareció oír el ruido de los cascos de un caballo.

El corazón me dio un vuelco. ¿Sería ella?

Se acercaba por la parte de atrás de la casa, entre los árboles y arbustos.

Me acerqué lo más rápido que pude, y, escondiéndome entre unos matorrales, miré.

Efectivamente, era un caballo, no el mismo que se llevó a mi madre. Ni el jinete era el mismo. Este era más joven, de unos veintipocos años, mientras que el otro estaba próximo a los sesenta.

¡Pero mi madre si iba montada en el caballo!

¡Me alegré tanto que casi lloro de alegría!

Iba sentada delante, a horcajadas sobre la silla del caballo, mientras que el joven iba detrás sujetando las riendas del caballo y a mi madre que iba delante, abrazada por el joven que no sé si la sujetaba para que no se cayera o para que no escapara.

¡Ella iba desnuda, totalmente desnuda! Y dadas las circunstancias, me pareció lo más normal, lo más lógico. Era como su estado natural, estar totalmente desnuda.

El joven paró el caballo y se bajó del mismo, indicando a mi madre que se bajara.

Ella pasó una de sus piernas hacia el lado donde estaba el joven para bajarse, y pude ver que no tenía ni un solo pelo entre las piernas. ¡La habían afeitado la entrepierna! ¡Ahora su vulva estaba todavía más expuesta que antes!

¿Qué más la habían hecho?

Se apoyó sobre los hombros del joven, que sujetándola por las caderas, la ayudó a que bajara poco a poco.

En ese momento, me di cuenta que el pantalón del joven estaba abierto por delante, y un enorme falo salía todo tieso y erguido, apuntando directamente al conejo de mi madre, que en ese momento se deslizaba pegado al cuerpo del joven.

Notó como su vulva chocaba con el pollón, pero lejos de rehuirlo, como hizo antes en la laguna, se abrió bien de piernas, rodeando la cintura del joven, que, tanteando con su mano, logró metérsela hasta el fondo.

Un jadeo de satisfacción salió de mi madre al ser penetrada.

Apoyándola sobre el lateral del caballo y, sin que mi madre, pusiera los pies en el suelo, empezó a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, cada vez más rápido y más fuerte, mientras mi madre no paraba de gemir y jadear.

Poco más de un minuto duró el tiki-taka, hasta que el joven eyaculó.

La desmontó y la dejó suavemente sobre una parte con hierbas del suelo.

Se guardó el pene dentro del pantalón y procedió delicadamente a poner primero las manoletinas a mi madre y luego el vestido.

Estaba claro que el tanga y el sostén habían desparecido, posiblemente como un muy preciado trofeo de cacería estuviera colgado en alguna pared próxima a unos gigantes cuernos, que bien podrían ser de mi padre.

La dijo, con voz clara, sin dejar de sonreírla:

  • ¡No podía dejar la oportunidad de despedirme de la mejor manera posible!

 Para añadir a continuación:

  • Espero que hayas disfrutado tanto como nosotros. Desde que nuestra madre nos dejó, mi padre, yo y mis siete hermanos no habíamos follado tanto y tan bien.

Dicho esto, se montó en su caballo y, dando la vuelta, se marchó por donde había venido.

Mi madre, que parecía muy feliz y contenta, se fue dando saltitos y cantando alegremente hacia la casa de Merche.

¿No entendía nada? ¿La gustó?

Vi como entraba en la casa, y, después de dudar qué hacer, me acerqué.

Miré por la ventana de la cocina.

Y vi a mi madre devorando, más que comiendo, un trozo de queso con pan.

¡Tanto polvazo la había dado un hambre de fieras!

También estaban en la cocina Merche, Javier y el Rober, que la miraban sonrientes.

Merche la dijo que se sentara a la mesa, que la tenía pan con tomate y jamón.

Eso hizo, y Rober se sentó rápidamente en la silla más próxima a la suya.

Mi madre continuó comiendo, pero debió parecerla que faltaba algo, ya que se estiró para coger el salero, pero, al no llegar, levantó un poco su culo del asiento para cogerlo.

En ese momento la mano de el Rober se movió rápidamente para ponerse con la palma hacia arriba sobre el asiento de mi madre, por lo que, al sentarse, lo hizo sobre la mano.

Fue sentarse y automáticamente abrió totalmente la boca y los ojos por la sorpresa, reteniendo una enorme bocanada de aire.

Dio un salto en su asiento, chocando con la mesa y volcando los vasos que estaban encima, vertiendo todo su contenido sobre el mantel.

Al no desplazarse la mesa, mi madre cayó otra vez sobre la mano, que, por la cara que puso, debió meterse hasta el fondo.

Jadeando, empujó su silla hacia atrás, pero Javi, que estaba detrás, sujetó la silla, impidiendo que se moviera.

Al no poder hacerlo, intentó levantarse, pero Javi puso sus manos sobre los hombros de mi madre para que no lo hiciera.

Chillando, sujetó la mano que la masturbaba, y, agitándose en su asiento, intentando escabullirse sin lograrlo, mientras el Rober, con la cara encendida y mordiéndose los labios, movía con mayor intensidad sus dedos dentro de mi madre.

Lanzó sus manos con las uñas preparadas para arañar la cara a el Rober, pero Merche la agarró las manos para que no lo hiciera, apoyándoselas sobre la mesa y dejándolas sujetas allí.

Los chillidos de mi madre reflejaban ahora desesperación, pero enseguida dejó ya de forcejear y su cara cambió, entregándose, siendo ahora distintos los chillidos, por el placer que sentía.

El Rober se giró en su asiento, sentándose de lado para masturbarla mejor, utilizando la otra mano para meterla mano por delante en su entrepierna.

Las manos de Javi descendieron de sus hombros a sus tetas, sobándolas por encima del vestido, y desabrochando los botones, la sacó las tetas, exponiéndolas a la vista de todos.

Eran enormes y sus pezones parecían cerezas maduras.

Las manos de Javi ahora las magreaban directamente, como si estuviera amasando pan.

Mi madre chillaba cada vez más alto.

Merche sonreía de oreja a oreja, sin perder detalle de lo que estaba pasando.

Mi madre de pronto emitió un potente chillido, parándose, dejando de hacer ruido.

¡Había tenido un orgasmo! ¡La habían masturbado!

Las manos de Javi dejaron de sobarla las tetas, y se retiró, dejando que mi madre, más relajada, moviera la silla hacia atrás y se levantara.

Nada más levantarse, con las tetazas al aire, se giró, balanceando bruscamente sus tetas, y pegó un fuerte bofetón en la cara de el Rober, que todavía sonreía de oreja a oreja.

La bofetada le pilló por sorpresa, sonando como un petardo y desplazando violentamente la cara hacia un lado, haciéndole gritar de dolor.

Mi madre, metiéndose sus tetas dentro del vestido, se marchó a la carrera, antes de que Merche, que también se había levantado, impidiera que saliera de la cocina.

Detrás de mi madre, salió corriendo el Rober.

Mi madre, al ver que la perseguían, subió corriendo las escaleras, lo que hizo que se subiera su faldita, enseñando un culo prieto e incluso su prominente vulva.

El Rober que iba detrás, no perdía detalle, y alargando su brazo la metió mano por detrás, sobándola la vulva.

Mi madre lanzó un chillido, dando un saltito, alejándose.

 Una vez arriba, mi madre corrió hacia su dormitorio, con él detrás, muy cerca.

Entró en la habitación y, cuando estaba cerrando la puerta, el Rober la empujó, abriéndola y logrando entrar.

Mi madre se giró, dando la espalda a la puerta, intentando huir, pero la cogió por la cintura, tirando de ella hacia la cama, donde cayó, con él encima.

La volteó para que estuviera boca arriba, y colocándose entre sus piernas, de un tirón, la abrió el vestido por delante, haciendo saltar los pocos botones que tenía abotonados, dejando al descubierto sus tetazas.

Mi madre, chillando como una histérica, intento defenderse arañando y golpeando, pero la apresó las muñecas, y, colocándolas sobre la cabeza de ella, sumergió su cara entre la tetazas de mi madre, lamiéndolas y chupándolas con ansiedad.

Los chillidos encendidos de mi madre excitaron todavía más al hombre, que intensificó sus lametones, mordiéndola también las tetas.

Desde el piso de abajo se oyeron las risotadas convulsivas de Merche y de Javier que, lejos de venir a ayudarla, gritaron, animando a el Rober.

  • ¡Fóllatela!, ¡fóllate a esa puta!

Fue lo que gritó Merche, entre otras lindezas.

El hombre, en un momento, se puso de pie y, agarrando el vestido de mi madre, lo rasgo totalmente de arriba abajo dejando al descubierto también su vulva.

Mi madre, sin dejar de chillar, se intentó incorporar, pero, de un empujón, la tiró otra vez sobre la cama.

Se giró hacia un lado, pero el hombre la obligó a ponerse boca abajo, sujetándola con su peso al ponerla una rodilla sobre su espalda, mientras se quitaba rápidamente la camiseta y el calzado, desabrochándose también el cinturón y el pantalón.

En un instante, se puso de pie y se quitó el pantalón y el calzoncillo, quedándose totalmente desnudo.

Mi madre, al verse libre del peso, empezó a gatear rápidamente por la cama hacia la cabecera, pero el hombre la agarró por las piernas, parando su avance, para, a continuación, arrancarla su vestido por detrás, dejándola completamente desnuda.

Mi madre se volteo lo más rápido que pudo, intentando nuevamente agredirle, pero él detuvo sus golpes, volviéndola a sujetar por las muñecas, y poniéndolas otra vez por encima de la cabeza de ella.

Se logró colocar entre las piernas de mi madre, y la dijo:

  • ¡Me gusta ver la cara que pones la cara mientras te follo, zorra!

Y sujetándola las muñecas con una sola mano, procedió con la otra a dirigir su enorme y tieso cipote hacia la entrada a la vagina de mi madre, que chilló histérica:

  • ¡Nooooooo!

En ese momento, la verga entró hasta el fondo, ocasionando que ella tomara ruidosamente aire.

Nada más penetrarla, comenzó a cabalgarla rápido, con fuerza.

La cama comenzó a chirriar con intensidad, chocando la cabecera contra la pared.

Mi madre empezó a gemir de placer, así como el Rober que acompañaba, cada entrada y salida de su pene, con un grito.

Oí que alguien subía por la escalera, y me fui rápidamente a esconder a mi dormitorio, donde me quedé escuchando.

Merche, ya dentro del dormitorio donde se follaban a mi madre, la dijo con sorna, riéndose de ella:

  • ¡No me dirás ahora que no ha pasado nada con el Rober! ¡Ya me contarás que estás haciendo! Por si no lo sabes, ¡te está follando, puta!

Para seguir a continuación:

  • ¿Cómo se lo vas a contar al cornudo de tu maridito?

Y oí el sonido de una máquina fotográfica que la tomaba una foto, y otra y otra, y así conté hasta diez.

¡La había tomado varias fotos follando!

También

estaba Javier dentro de la habitación ya que comentó algo a Merche que no entendí.

Oí un ruido metálico que no sabía a qué correspondía, pero provenía del dormitorio de mi madre.

Al rato, les oí bajar a los dos por la escalera, mientras los gemidos, los jadeos y el chirriar de la cama no cesaban.

Por miedo a que volvieran a subir y me pillaran viendo el espectáculo, me acerqué a la ventana de mi habitación, y saliendo a la repisa que había debajo, me dispuse a continuar viendo como la se follaban, mirando a través de la ventana del dormitorio de mi madre.

Ahí estaba el Rober follándose a mi madre, que con las piernas abiertas no paraba de gemir.

Tenía ahora las dos manos libres, y no paraban de magrearla las tetas, una y otra vez, incidiendo mucho en los pezones que los tenía totalmente hinchados y de color rojo sangre.

¡Las muñecas de mi madre estaban esposadas a la cabecera de la cama, mediante un par de esposas metálicas!

¡Ese era el sonido que había escuchado antes! ¡el de las esposas al cerrarse aprisionando las muñecas de mi madre!

Así estuvo más de dos minutos, hasta que dejó de moverse, y emitió un ruido mitad grito, mitad gruñido.

¡Había descargado dentro de mi madre!

Estuvo un rato, mirándola las tetas, sin dejar de sobarlas, hasta que la descabalgó y gritó:

  • ¡Ya me he tirado a la tetona!

Enseguida escuché unas pisadas que subían por las escaleras.

Mi madre seguía tumbada boca arriba, completamente desnuda, con los ojos cerrados, y piernas y brazos estirados, sin decir nada.

El único movimiento que hacía era el de su respiración. Su pecho y sus tetazas subían y bajaban como si hubiera hecho un esfuerzo considerable, como si hubiera corrido con todas sus fuerzas, lo que posiblemente no estuviera muy lejos de la realidad.

Aparecieron Merche y Javier por la puerta del dormitorio de mi madre.

Javier le dijo a el Rober, que se marchara, y así lo hizo, cogió sus ropas y se marchó escaleras abajo, no sin echar antes una breve mirada a las tetas de mi madre.

Conforme salía por la puerta, Javier la cerró, quedándose solamente Merche con mi madre.

La miró con una sonrisa en los labios, recorriendo lentamente con su mirada cada centímetro de su cuerpo, especialmente sus tetas y su vagina totalmente expuesta, sin nada de pelo que la cubriera, y la dijo con sorna, sonriendo cínicamente:

  • ¿Quién ha sido el que te ha afeitado el conejito, zorra?

Y lanzó varias sonoras carcajadas, para, todavía con la sonrisa en los labios, empezar a desabrocharse la camisa vaquera que llevaba puesta.

Se la quitó y la dejo sobre la única silla que había en la habitación.

Un sostén negro cubría sus tetas, que sin ser ni mucho menos del tamaño de las de mi madre, no eran precisamente pequeñas.

Se sentó en la cama, descalzándose, poniendo calzado y calcetines debajo de la silla.

Ahora le tocaba al pantalón vaquero, que también lo dejó sobre la silla.

Tenía unos firmes glúteos blancos, apenas cubiertos por un tanga también negro.

Se desabrochó el sostén por detrás, quitándoselo y poniéndolo también sobre la silla.

Sus blancas tetas tenían la forma de pera, con unos pezones puntiagudos que, saliendo de unas aureolas pequeñas y sonrosadas, apuntaban hacia adelante.

Se acercó a la cama y se apoyó en ella, reclinándose sobre mi madre, que abrió los ojos asustada, y, balbuceando, la dijo suplicante:

  • Por favor, suéltame. Yo no os he hecho nada.

Merche, sin dejar de sonreír, la contestó:

  • Cada cosa a su tiempo, zorrita. Todavía no nos hemos divertido lo suficiente.

Y la tocó una teta con su mano, sobándosela para luego coger un pezón tirando un poco de él, comentándola:

  • ¡Vaya par de melonazos que tienes! No me extraña que vuelvas locos a los hombres.

Pasó su mano por las tetas, yendo de una teta a otra, sobándola.

Luego se tumbó en la cama de lado, al lado de mi madre, mirándola y sobándola las tetas.

Mi madre ya no la miraba, fijó su vista en el techo, para cerrarlos a continuación.

Luego descendió a su entrepierna, y empezó a acariciarla su vulva, arriba y abajo, primero los labios mayores para ir poco a poco acariciándola más profundamente, subiendo y bajando lentamente sus manos, incidiendo en su clítoris, siendo las caricias cada vez más insistentes, y poco a poco introduciendo sus dedos por la entrada a su vagina.

Se detuvo, poniéndose boca arriba sobre la cama, casi pegada a mi madre, y se bajó el tanga, levantando las piernas, para sacárselo y dejarlo sobre la cama.

Una buena mata de pelo enmarañado la cubría la vulva, pero se podían ver los labios mayores entreabiertos, como una gran boca que deseaba comer, meterse algo dentro, lo que fuera.

La mano derecha que había utilizado para sobar a mi madre, la colocó ahora en su propia vulva, y la otra la metió entre las piernas de mi madre, comenzando a mover de forma sincronizada las dos manos, masturbando y masturbándose.

Mi madre empezó otra vez a gemir. ¡Ya estaba otra vez a punto! También empezó a gemir Merche, que intensificó el movimiento de sus manos.

Llevaba escasos segundos haciéndolo, cuando la puerta se abrió. Era Javier y llevaba una bolsa en la mano.

Entró, cerrando la puerta, dejando la bolsa en el suelo, y, sonriente, sin dejar de mirar a las dos mujeres que estaban acostadas, se quitó toda la ropa, dejándola también en la silla.

Su cipote era enorme, tieso, erguido y lleno de venas azules que lo recorrían.

Merche se levantó de la cama y se acercó a su pareja, poniéndose a morrear, mientras las manos de Javier la agarraban por la cintura y bajaban a sus nalgas, sobándolas. Merche tampoco se quedaba atrás, sobándole también el culo a su pareja.

Estuvieron así poco más de un minuto, hasta que Merche soltándole, se acercó a la bolsa que había traído Javier, cogiendo de ella algo largo y de color carne, del que colgaban unas correas.

Se lo puso sobre la parte baja de su vientre.

Era un consolador con la forma de un enorme falo erecto, que, mediante unas correas, se lo sujetó debajo del ombligo, donde la vulva, para que no se moviera.

Mientras tanto, Javier cogió la almohada de la cama, y, levantando un poco el culo de mi madre, la colocó debajo, levantando la entrada a su vagina.

Merche se acercó a la cama, y, colocándose entre las piernas de mi madre, puso una de sus rodillas sobre la cama, tanteo con el dildo la entrada a su vagina, y se lo fue metiendo poco a poco.

Mi madre abrió mucho la boca y los ojos, fijándolos en el techo, conteniendo la respiración, mientras el consolador iba entrando.

Una vez dentro, Merche comenzó a moverse adelante y atrás. El cipote desaparecía y aparecía dentro de la vagina de mi madre, que volvía nuevamente a gemir de placer.

Javier se acercó a la cama y se colocó detrás de Merche, que dejó de moverse, se reclinó un poco hacia delante, y puso su culo en pompa.

Javier la sujetó con una mano por la cadera, mientras que, con la otra mano, cogió su pene erecto dirigiéndolo dentro del ano de su pareja, donde se la fue introduciendo lentamente.

Ya dentro, sujetándola con las dos manos, sobre sus caderas, fue progresivamente aumentando el ritmo.

Las acometidas de Javier impulsaban también la penetración a mi madre, que nuevamente se puso a gemir. Merche también comenzó a gemir, y Javier acompañó, jadeando, cada una de sus embestidas.

Y yo allí en la ventana, contemplándolo todo, con la polla tiesa a punto de reventar, hasta que, a base de meneármela y meneármela, reventó, esparciendo esperma por la fachada de la casa, manchando incluso los cristales de la ventana donde estaba.

En ese momento los gemidos y jadeos en la habitación, llegaron a su apogeo, y el terrible aullido, más que grito, de Javier supuso el fin del folleteo.

Una vez desmontados, Merche se quitó el arnés, dejándolo dentro de la bolsa y, acercándose a la cabecera de la cama, quitó las esposas a mi madre, que yacía tumbada en la cama sin moverse y con los ojos semicerrados.

La dijo a mi madre:

  • Todavía hay una cosa que llevó tiempo deseando hacerte, zorrita.

Dicho esto, la cogió de sus muñecas y tirando de ella, logró que se levantara de la cama, y, sentándose Merche en la cama, la puso boca abajo sobre sus rodillas desnudas, con el culo en pompa, sujetándola con una mano y azotándola en el culo con la otra.

Desde la posición que me encontraba veía el trasero turgente de mi madre, con su chumino hinchado debajo, y los azotes cada vez más fuertes y ruidosos que la estaban propinando.

Por cada azote que recibía, mi madre lanzaba un gritito y movía las piernas, pateando suavemente al aire.

Su culo estaba cada vez más colorado por los azotes que recibía.

Hasta que Javier, ya vestido, dijo a Merche que la fiesta por ahora había finalizado, y, abriendo la puerta, se marchó de la habitación, seguida por una Merche, enteramente desnuda, cargada con su ropa y con la bolsa, no sin antes haber dejado caer a mi madre al suelo.

Mi madre completamente desnuda, tumbada boca abajo en el suelo, veía atónita como se marchaban y la dejaban en paz.

Ella no se lo creía, y yo tampoco.

Mi pregunta era: ¿Cuánto tiempo estaría mi madre sin que se la volvieran a follar?

Seguro que era la misma que se planteaba ella.

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