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Mi madre y la venganza de mi primo

en Amor filial

Todavía recuerdo aquel día de verano en el que mi madre y yo fuimos al chalet de mis tíos a pasar el día.

Yo no tendría más de once años y mi madre todavía no había cumplido los treinta y tres.

Tanto hablaba mi tía Matilde, hermana de mi padre, a mi madre sobre lo maravilloso que era el chalet que tenía en el pueblo, con su maravillosa piscina, que al final, mi madre aceptó la invitación de ir a pasar el día y meterse en sus aguas.

Mi padre, como era su costumbre, pasó de ir con nosotros, alegando que estaba muy cansado por su trabajo y necesitaba descansar, así que con mi madre tomamos un autobús que nos llevó hasta el chalet.

En poco más de una hora de viaje, siguiendo las indicaciones que había dado mi tía, nos plantamos en la puerta del chalet.

Tardaron algunos minutos en abrirnos la puerta y, cuando pensamos que no había nadie, apareció mi primo Ángel y nos abrió.

No tenía cara de muy buenos amigos, pero al ver a mi madre y fijarse cómo las tetas de ella abultaban su vestido, su cara cambio de una forma que yo nunca había apreciado, sonriendo zalamero, a pesar de que su carácter siempre había sido demasiado retorcido y despreciativo.

No estaban ninguno de mis tíos y mi primo no tenía noticias de que fuéramos a ir, pero, aun así, nos dejó entrar, fijando su mirada en el culo respingón de mi madre cuando cruzaba la puerta.

Utilizando su móvil llamó mi madre a mi tía y, mientras hablaba por teléfono y no miraba a mi primo, los ojos de éste recorrían lascivamente el culo y las tetas de ella, sin importarle que yo lo presenciara.

Mi primo siempre me había dado miedo, no porque fuera bastante mayor que yo, unos diez años, sino por su carácter frecuentemente burlón y despreciativo.

Como la conversación se alargaba, mi primo debió tramar algo porque se acercó a mí y, sorprendentemente, me dijo en voz baja:

• Recuerdas a la Irene, la rubita aquella que me acompañaba la vez anterior que nos vimos, y que estaba tan buena.

¿Cómo iba a olvidarla? Estaba, como bien decía mi primo, muy buena, alta y delgada con una carita angelical. También recuerdo cómo ella y mi primo se reían despectivamente de mí ya que, al ser yo tan tímido, solamente con mirarla, me ruborizaba hasta el nacimiento del cabello.

Mi madre si que se dio cuenta que se reían de mí, y algo debió decir a mi primo porque, por la cara que puso, no debió gustarle nada.

• Pues bien, hoy va a venir la Irene para bañarse en la piscina ¿Te gustaría verla desnuda?

Su pregunta me pilló desprevenido, sin saber qué contestar y si era una trampa para reírse de mí.

• Yo la he visto muchas veces sin que ella se dé cuenta. Si quieres puedes también verla desnuda, sin que se entere nadie y sin nadie que te moleste.

Moví ligeramente la cabeza como asintiendo, pero no asentía para verla desnuda, lo que me encantaría, sino para no llevar la contraria a mi primo.

• Ven, acompáñame.

Me dijo, entrando en la casa y yo le seguí.

Era un chalet de dos plantas y subimos al piso superior, entrando en un dormitorio, que debía ser el de él.

• Va a venir en pocos minutos y siempre aquí se quita toda la ropa y se pone el bañador.

Abriendo la puerta del armario me dijo:

• Desde aquí, mirando por las ranuras de la puerta del armario, puedes verla desnuda sin que ella sepa que la espías.

Me miró asintiendo y yo, para no llevarle la contraria, también lo hice.

• Ven, entra aquí y lo compruebas.

Me hizo entrar al armario, junto a unas camisas colgadas de perchas, y me dijo, cerrando la puerta del armario:

• Compruébalo tú mismo.

Así era, se podía ver por las ranuras la cama y moviendo la cabeza, podía ver prácticamente toda la habitación. Era además muy posible que, desde fuera, no me vieran, así que podía considerarse casi el escondite perfecto para un mirón.

Me preguntó si veía, a lo que respondí en voz baja, con un “Sí” escueto.

• Aguanta aquí sin moverte que la Irene va a venir enseguida.

Me dijo, apostillando a continuación.

• Por tu madre no te preocupes, que la diré que te he dejado jugando con las máquinas de bolas que tenemos en el sótano.

Continuando en voz baja, pero que yo pude escuchar:

• ¡Con las bolas de tu madre jugaremos nosotros!

A continuación cerró con llave la puerta del armario, aunque yo en ese momento no me di cuenta, por las risotadas que soltaba. Luego se acercó al ordenador que estaba sobre una mesita y lo encendió, manipulándolo, para marcharse a continuación.

En ese momento no comprendí que estaba haciendo, luego caí en la cuenta que estaba copiando las imágenes y transmitiéndolas a saber a quienes ni donde.

Pasaron los minutos sin que yo me moviera y sin que nadie entrara, hasta que de pronto, me pareció escuchar a mi primo y a mi madre hablando en el pasillo.

Me agitaba inquieto por si mi madre me pillaba así, dentro del armario, y pensé aterrado:

• Nunca debía hacer caso a mi primo.

Mis peores augurios se cumplieron, ya que se abrió la puerta del dormitorio y entró mi madre, con la bolsa que habíamos traído en la mano, quedándose mi primo en la misma puerta y diciendo a mi madre:

• Aquí te puedes poner el bañador, tía. Seguro que vienen mis padres antes incluso de que bajes a la piscina.

Cerrando la puerta tras él y dejando a mi madre sola en el dormitorio.

No me lo esperaba, por lo que continué en silencio, sin moverme y casi sin respirar para no delatar mi presencia ante mi madre ya que no deseaba en ningún caso que me preguntara enfadada que hacía allí y, si la contaba que estaba ahí para ver desnuda a la novia de Ángel, me reprendiera duramente.

Pero podía ser incluso peor, que me pillara viéndola desnuda. ¡Qué vergüenza! ¿Qué la diría?

Al menos mi primo me había delatado, aunque quizá fuera todavía demasiado pronto para hacerlo.

Mi madre echó una breve ojeada alrededor y por la ventana por si alguien la espiaba, sin ocurrírsele abrir el armario, y, a continuación, se acercó a la puerta y bajó una pequeña barrita que había para que nadie entrara.

No se fiaba de mi primo y tenía toda la razón.

Luego abrió la bolsa que llevaba, sacando su bañador, uno azul de una sola pieza que se había comprado aquel mismo verano, y lo colocó sobre la cama.

¡Se iba a desnudar allí mismo, delante de mí!

Mi corazón latía con fuerza, cómo queriendo reventar mi pecho y salir fuera de mi cuerpo, pero lo que más temía era que los latidos delataran mi presencia y ella me pillara.

Mi madre parecía ajena al armario y se bajó la cremallera del vestido por detrás, deslizándolo a continuación hasta los pies, y quitándoselo.

Pocas veces había visto a mi madre en ropa interior, pero esta vez una abrumadora sensación de vergüenza me embargó y mi pene se irguió al momento como si tuviera vida propia.

Tenía ella un hermoso cuerpo de generoso busto, culo prieto y respingón, así como hermosas piernas torneadas.

Tanto las bragas como el sostén eran de color blanco, pero ni uno ni otro lograban tapar sus rotundas carnes.

Dejando el vestido sobre la cama, se soltó el sostén por detrás, quitándoselo y exhibiendo unas tetas grandes, erguidas y redondas.

El sostén fue también sobre la cama, y, en instante se quitó las sandalias y se bajó las bragas, despojándoselas al momento, quedándose completamente desnuda.

Lucía una fina franja de vello púbico de color castaño claro que cubría levemente su vulva, y, al girarse, me mostró sus hermosas nalgas macizas y erguidas, dejando ver la marca blanca que deja bañador al tomar el sol.

Estaba plegando sus bragas para colocarlas cuando, de repente, se abrió la puerta de la habitación, apareciendo muy sonriente mi primo.

Emitió mi madre un agudo chillido por la sorpresa, cayendo las bragas de sus manos al suelo, y, aturdida, permaneció inmóvil unos instantes, mostrando a su sobrino sus enormes pechos erguidos y su vulva prácticamente sin vello.

Recuperó la consciencia y, sin cubrirse lo más mínimo, se inclinó rápido para coger su vestido, pero mi primo se adelantó y se lo arrebató antes de que lo cogiera.

Viéndose desamparada, se cubrió apresuradamente con sus manos, tapándose con un brazo los dos pechos como malamente pudo y la otra mano la dirigió a su entrepierna para cubrirse el sexo.

Adquirió el rostro de mi madre un color rojo encendido por la vergüenza que estaba pasando.

¡No me lo podía creer! ¡No me podía creer lo que estaba viendo! ¡Mi madre completamente desnuda ante mi primo, ante el hijo de puta de mi primo!

Entrando en la habitación y cerrando la puerta sus espaldas, el joven, sin dejar de mirar a mi madre, se dirigió hacia ella, diciéndola muy calmado:

• No te hagas la tímida, que todos sabemos a lo que vienes.

Y se quitó la camiseta, ante la mirada angustiada de ella que, chillando, exclamó:

• Pero … ¿qué haces?

Ángel, sin responderla nada, se bajó en un momento pantalón y calzón, quedándose también él en cueros, ante la atónita mirada de mi madre que se fijó obsesivamente en el cipote enorme y erguido del joven, chillando a continuación:

• ¡Ayyyyyyyyyyyyyy!

Como si no pudiera soportar esa visión, la mano de ella voló de su entrepierna a sus ojos, tapándoselos, y, dejando, por un instante, al descubierto su vulva, al tiempo que se giraba, dándole la espalda y exhibiendo ahora sus potentes nalgas desnudas.

De una zancada mi primo se situó a la espalda de ella, y la dio un buen azote en las nalgas, haciéndola chillar, mezcla de dolor y excitación, para, a continuación, pegarse a ella, colocando su miembro erecto sobre las nalgas prietas y desnudas de ella, y sujetándola por las tetas para que no escapara.

La empujó hacia la cama, volcándola encima, pero mi madre apoyo sus brazos sobre el colchón, evitando caer bocabajo con mi primo pegado a su espalda.

A cuatro patas sobre la cama y esforzándose en no caer sobre la cama por la enorme presión que soportaba a sus espaldas, mi primo, cogiéndola por las tetas, se colocó de rodillas entre sus piernas abiertas, restregando su cipote erecto entre sus nalgas, con objeto de penetrarla por el ano.

• ¡Ay, ay, no, no, por favor, no!

Suplicó mi madre, chillando desesperada, sintiendo cómo mi primo estaba a punto de sodomizarla con su miembro ansioso y erecto, pero Ángel detuvo su ímpetu y, sin soltarla, la amenazó en voz baja al oído.

• Si te resistes te la meteré por el culo y te haré sentir dolor, un dolor como nunca has sentido en tu vida. Te lo desgarraré y te desangraras aquí mismo, en presencia de tu hijo al que traeré para que vea cómo muere la puta de su madre.

• ¡Ay, ay, no, no, por favor, no!

Los llantos de mi madre hicieron reír a mi primo que continuó diciéndola burlón.

• Pero si eres una chica buena y no te resistes, solamente te follaré por el coño.

Hizo una pausa y la preguntó, sin dejar de reírse:

• Dime ¿qué quieres ser? ¿una puta mala o una putita buena? ¿Qué te la meta por el culo o por el coño?

• ¡Por el culo no, por el culo, por favor, no!

• ¿Eres una puta mala o una putita buena?

• ¡No, por favor, no, por el culo no! ¡Una putita buena, una putita buena!

Sin dejar de apoyarse sobre la espalda de ella, mi primo retiro la mano derecha de una de las tetas de mi madre para coger su cipote duro y erecto, y, tanteando, lo dirigió a la entrada a la vagina de ella y se lo metió poco a poco hasta el fondo, hasta que sus cojones chocaron con la vulva de mi progenitora.

La escuché contener la respiración al sentirse penetrada y el sonido chirriante que hacía el cipote del joven al desplazarse friccionando hacia su vagina, hasta que los cojones golpearon contra la vulva de ella provocando un tañido más profundo y grave.

Moviendo sus caderas, mi primo fue sacando lentamente su cipote, pero, antes de sacarlo del todo, se lo volvió a meter, hasta el fondo, una y otra vez, despacio al principio pero cada vez más rápido.

Desde mi escondite en el armario podía ver nítidamente cómo mi madre a cuatro patas sobre la cama era follada sin descanso por mi primo, que, apoyando su pecho sobre la espalda de ella, se balanceaba arriba y abajo, sin soltarla las tetas.

Escuchaba cómo ella jadeaba y gemía cada vez más alto, mientras el joven resoplaba.

No pudiendo soportar más el peso de mi primo, mi madre dobló los brazos, colocando su cabeza entre ellos, sobre el colchón, y mi primo, aunque al principio pareció perder el equilibrio, enseguida se irguió, y, sujetándola por las caderas, continuó follándosela con energía renovada, hasta que, de pronto, se detuvo, gruñendo.

¡Se había corrido dentro de ella!

Aguantó casi un minuto sin moverse, todavía con la polla dentro, y, cuando la sacó, cogió el sostén de mi madre y, oliéndolo, la dijo ansioso:

• ¡Las manos, ponte las manos cruzadas a la espalda!

Como tardaba ella en responder, la apremió:

• ¡Venga! ¿A qué esperas? ¿Quieres que ahora te la meta por el culo?

• ¡No, no!

Respondió mi madre asustada, llevando rápida los brazos a su espalda que, al momento, fueron apresados y atados fuertemente con el sostén, que, retorcido, fue dado varias vueltas en torno a las muñecas de ella.

Levantándose de la cama, la amenazó nuevamente.

• ¡No te muevas ni un milímetro sino quieres que te desgarre el ano!

Sin dejar de observarla, se acercó a la cámara del ordenador y lo movió ligeramente. Entonces, todavía más aterrado si cabe, me di cuenta que estaba tomando imágenes de mi madre desnuda y con el culo en pompa.

Luego tomó su móvil y sacó varias fotos del culo de ella y lo grabó durante casi un minuto, dejándolo nuevamente sobre la mesita donde lo había cogido.

Todo esto sin que mi madre, obediente, se moviera lo más mínimo.

Se acercó a ella, y la propinó un buen azote en una nalga, haciéndola que chillara, más asustada que dolorida.

• ¿Te ha gustado, putita? ¡Venga, responde, no te hagas la estrecha, que ya sabemos lo que te gusta que te follen!

• Por favor, suéltame y déjanos irnos, que no diré nada.

Suplicó mi madre, lloriqueando, pero fue al momento respondida por otro sonoro azote en la otra nalga.

• ¡Venga, responde, putita! ¿Te ha gustado cómo te he follado?

• Sí, sí, me ha gustado mucho, pero, por favor, déjanos irnos y no diremos nada a nadie. Te lo suplico, por favor.

Otro azote detuvo el lastimero gimoteo, y, cogiéndola por las nalgas, la hizo tumbarse bocarriba sobre la cama, con las piernas dobladas y pegadas a su cuerpo, cubriéndose tetas y sexo, protegiéndose.

El rostro de mi madre estaba descompuesto, irreconocible, colorado como un tomate y reluciente por el sudor y por las lágrimas que derramaba, pero mi primo, sonriendo burlonamente, no dejaba de mirarla detenidamente desde arriba.

La ordenó despectivo.

• ¡Ábrete bien de piernas que voy a follarte otra vez, tetas gordas!

Como ella no se atrevía a hacerlo, la abofeteo varias veces las tetas con la mano abierta, haciendo que chillara de dolor, para a continuación asirla por las rodillas, separándola las piernas y dejando expuesto su coño, al tiempo que la decía:

• ¡Venga, no te hagas ahora la estrecha, que eres una putita buena a la que voy otra vez a follar!

Situándose entre las piernas de mi madre, cogió con una mano su cipote otra vez erecto y, agitándolo como si fuera una manguera, la dijo, señalándolo con la cabeza:

• ¡Mira cómo me lo pones! ¡Está deseando devorarte ese coñito de puta calentorra que tienes!

Mi madre, mirándolo aterrada, suplicaba nuevamente sin dejar de llorar:

• ¡Por favor, no, por favor!

Y mi primo, riéndose, la agarró por las piernas, tirando de ella hacia el borde de la cama, y cuando el culo de ella estaba casi al borde, la subió las piernas, colocándoselas sobre su pecho, y empezó a restregar insistentemente su miembro por toda la vulva de ella, entre los labios vaginales, al tiempo que la decía:

• ¡Mira, mira, es como un perro de presa que está buscando la entrada a tu coño para devorarlo!

Frotando y frotando, mi madre iba, en contra de su voluntad, excitándose cada vez más, y mi primo fue concentrándose cada vez más en el clítoris y en la entrada a la vagina.

Al principio lentamente, mirándola las tetas y la cara que ponía ella, sabiendo que iba a ser nuevamente penetrada.

El rostro de mi madre reflejaba una mezcla de desesperación, vergüenza y vicio.

Sin dejar en ningún momento de observarla el rostro, las tetas y el sexo, mi primo restregó su miembro erecto arriba y abajo, una y otra vez, por la vulva de ella, entre sus labios abiertos, por su clítoris hinchado, hasta que poco a poco se lo fue volviendo a meter, una puntita al principio, luego un poco más, hasta que, poco a poco, se lo va metiendo hasta el fondo, metiendo y sacando, metiendo y sacando, una y otra vez, cada vez más rápido.

Una de las piernas de él estaba ahora sobre la cama, facilitando sus embestidas.

Los increíbles melones se balanceaban desordenados por las arremetidas, y los gemidos y jadeos de ella se convirtieron en chillidos de placer que incluso ahogaban el sonido de los cojones del joven chocando contra el perineo de ella.

Estaba follándosela, cuando se abrió la puerta del dormitorio y entraron, silbando, gritando y aplaudiendo, varios jóvenes que interrumpieron momentáneamente el mete-saca al que mi primo sometía a mi madre, pero se pusieron alrededor de la cama, alentando a que mi primo siguiera:

• ¡Vamos, campeón!

El rostro de mi madre era un poema, colorada, sudando y despeinada no parecía ella. Y sus tetas coloradas e hinchadas parecían globos a punto de estallar.

En ese momento Ángel exclamó:

• No te preocupes, tía, que mi madre no vendrá hasta la noche y tenemos mucho tiempo para dedicártelo a ti.

Y recibiendo palmadas en la espalda, reanudó su folleteo, mientras sus amigos le sacaban fotos, tanto a él como a mi madre.

Por momentos dejé de ver a mi madre, al colocarse entre el armario y la cama un par de jóvenes. Se inclinaron sobre ella y debieron de sobarla las tetas, los muslos, todo el cuerpo, mientras era follada.

Cuando mi primo se corrió por segunda vez, se retiró, dando paso a otro de sus amigos que ocupó su sitio entre las piernas de mi madre y comenzó también a follársela.

Yo, escondido en el armario y llorando en silencio, contemplaba impotente, cómo uno tras otro se la tiraban. Aunque la mayoría prefería follársela por el coño, otros optaron por darla por culo.

Cuando el último de ellos se corrió dentro de ella, mi primo abrió la puerta del armario, obligándome a que saliera ante las risas de todos, excepto de mi madre que, al verme aún tuvo fuerzas de chillar:

• ¡Noooooo, por Dios, nooooo!

Carcajeándose de nosotros dos, la pusieron el vestido y los zapatos, pero ni las bragas ni el sostén que se quedaron con ellos, y la llevaron en brazos a la calle, empujándome también a mí, y dejándonos fuera del chalet.

A duras penas, encontramos un taxi que nos llevó a nuestra casa, sin decir ni preguntar nada, y allí, sin que estuviera mi padre, pudo mi madre limpiarse y, tumbándose en la cama, no se levantó hasta el día siguiente.

Nunca dijimos nada a nuestro padre ni a nadie. Todo quedó entre madre e hijo. Era demasiada la vergüenza.

Tiempo después pude ver por internet las imágenes que mi primo subió donde se veía nítidamente cómo se follaban a mi madre. Las descargas se contaron por miles.

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