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Los mirones y la vecina desnuda

en No Consentido

Os voy a relatar lo que me sucedió hace años.

Era la madrugada de un lunes cualquiera de verano cuando me levanté a beber agua a la cocina. Eran las seis y aún me faltaba una hora para que sonara el despertador pero la cena que había tomado la noche anterior estaba demasiado salada.

Mientras me bebía un vaso, escuché una suave música que venía de la calle, por lo que me acerqué a la ventana y miré por ella.

La calle, apenas iluminada por una raquítica farola, estaba desierta.

Del edificio de enfrente no solamente emergía la música, sino también una luz que daba un pequeño toque colorista a la oscuridad reinante. Debía ser la única ventana que estaba encendida en todo el edificio y estaba frente a la mía. Dado lo estrecha que era la calle, la ventana no se encontraba a más de diez metros de distancia, en la misma altura que mi vivienda, por lo que se podía observar perfectamente que era un dormitorio, un dormitorio de lo más normal, con su cama de matrimonio, su armario empotrado, un par de mesitas de noche con sus cajoneras, un mueble con cajones y una pequeña butaca.

No me solía fijar mucho pero creía que esa ventana solía estar con la persiana bajada o con las cortinas echadas. No lo recordaba bien.

Un hombre de mediana edad entró con prisa cogiendo algo de los cajones. Seguramente iba a trabajar. Siempre había alguien más pringao que yo, pensé en ese momento. Salió del dormitorio sin apagar la luz.

Todo era bastante aburrido, así que iba a volver a la cama, cuando entró en el dormitorio una chica cubierta solo por una toalla que tenía anudada en mitad de su pecho y la cubría desde la parte media de sus pechos hasta algo más arriba de sus rodillas. Parecía que la cosa estaba algo más interesante: Una joven medio desnuda saliendo de la ducha.

No debía tener más de dieciocho años. Iba también con prisa ya que debía salir en breve al instituto, a la universidad o al trabajo.

De pronto, se desató la toalla y se la quitó, dejándola sobre la cama y quedándose completamente desnuda.

¡Ostias, la cosa se animaba a tope!

¡Estaba muy buena, pero qué muy buena!

En el primer detalle que se fijaron mis ojos fue en sus hermosas tetas, no muy grandes, de forma semiesférica y bien erguidas semejan cocos partidos por la mitad. Sus pezones oscuros emergían de unas aureolas casi negras, del tamaño de monedas de euro.

Descendiendo por el vientre plano, sin nada de grasa, que parecía la tabla de una plancha, mi vista se perdió entre sus sensuales muslos donde una fina franja de vello púbico prácticamente negro cubría apenas los voluptuosos labios de una sabrosa vulva que se percibía, más que se imaginaba.

Más abajo se exhibían unas fuertes y torneadas piernas, de muslos prietos y tonificados que parecían columnas marmóreas.

Y al girarse, en el marco de unas generosas caderas surgía un hermoso culo respingón, con forma de melocotón, nada caído, de fuertes y bien formadas nalgas sonrosadas, sin una pizca de manchas ni celulitis.

Ajena a mis lascivas miradas, completamente desnuda, dio la espalda a la ventana por donde yo miraba y se inclinó sobre la cama de matrimonio, para estirar la ropa y colocar las sábanas.

Mis ojos se clavaron en sus sonrosadas nalgas y en la lasciva vulva que sobresalía provocativa de entre sus prietos muslos. Moviéndose en torno a la cama, fui teniendo distintas e inmejorables perspectivas de su culo, en y más aún, cuando, poniendo una rodilla sobre la cama, se inclinó hacia delante con sus glúteos en tensión.

En ese momento caí en la cuenta que tenía encendida la luz de la cocina y podía verme espiándola, por lo que me moví rápido y la apagué, quedándome a oscuras. Acercándome de nuevo a la ventana, continué observando a la vecina que, completamente desnuda, continuaba arreglando la cama.

Una vez que había acabado de colocar la cama, se incorporó y se ciñó en torno a su fina cintura un estrecho liguero negro de nailon, abrochándoselo.

Se miró al espejo que tenía frente a la cama y donde podía verse de cuerpo entero, sentándose a continuación a los pies de la cama.

Levantando una pierna en el aire, flexionó su pie hacia abajo y se puso una fina media de color negro, subiéndosela poco a poco, ajustándosela con cuidado para evitar arrugas, hasta la parte superior de sus muslos, y, uniendo, uno a uno, los seis broches del liguero a la media, dejó escasos centímetros de carne sonrosada al descubierto.

Bajando la pierna al suelo, repitió la misma operación con la otra, y, una vez finalizado, se puso en pie, sin bragas, vistiendo solo las medias y el liguero.

Incorporándose de la cama, cogió a continuación un diminuto sujetador negro y metió por sus finos tirantes los brazos, uniendo sus dos bandas en la parte posterior de la espalda, donde las abrochó. Una vez puesto el sostén, primero tiró suavemente de los tirantes, ajustándoselos y colocándoselos para que no estuvieran torcidos, para después meter sus manos bajo la prenda, colocándose los senos y asegurándose que llenaban las copas.

El sujetador era tan pequeño que apenas cubría la parte inferior de los pechos, dejando los pezones asomando provocadores por encima.

Tomó un diminuto tanga negro y, levantando una pierna después de otra, se lo puso, metiéndose entre las dos nalgas y desapareciendo por detrás. Por delante tampoco la cubría mucho, simplemente la sonrisa vertical, pero, al ser tan fina la prenda, se transparentaba, dejando ver la fina capa de vello púbico.

Se puso a continuación una camisa azul vaquera, que no abotonó todos los botones, dejando al descubierto gran parte del canalillo que discurría entre sus senos.

Luego se colocó una falda, también vaquera, con volantes, con vuelo y muy corta, que la llegaba muy por encima de las rodillas, metiendo su camisa bajo la falda.

Finalmente sentándose en la cama, se puso unas botas altas de color negro que, una vez se subió las cremalleras, la llegan hasta casi las rodillas.

Aunque no había dejado de mirarse al espejo mientras se vestía, antes de salir del dormitorio lo hizo con más detenimiento, pero, como tenía prisa, posiblemente para ir al trabajo, enseguida se alejó, cerrando la ventana del dormitorio y echando las cortinas, dejándome sin poder ver lo que sucedía dentro.

Miré el reloj de la cocina y eran ya las seis y cuarto. Me quedaba un cuarto de hora para que sonara mi despertador. Aun así, esperé unos pocos minutos asomado a la ventana y observé a la vecina salir del portal del edificio y, por la dirección que tomaba, debía ir a coger el metro o tal vez un autobús.

Sin encender la luz, me acerqué a la cama de matrimonio donde todavía dormía mi mujer y, a pesar de las quejas iniciales de ella, la eché un buen polvo, sin quitarme de la cabeza el cuerpo desnudo de la vecina. Era como si me la estuviera tirando, gozando de su culo, de sus tetas y de su coño.

Todo el día lo pasé pensando en la vecina, y, al llegar por la noche a casa, miré por la ventana de la cocina, observando que, aunque la ventana de la vecina estaba otra vez abierta, la cortina continuaba echada, impidiéndome ver el interior.

Esa noche antes de irme a la cama volví a mirar pero la cortina continuaba echada.

Aunque mantuve la alarma del despertador para que sonara a la hora de siempre, puse el móvil para que vibrara una hora antes, a la seis de la mañana y lo coloqué debajo de mi almohada para que no despertara a mi mujer.

A las seis en punto ya estaba levantado, acercándome con la polla bien tiesa y con unos prismáticos en la mano a la ventana de la cocina, y, ahora sí, estaba la cortina corrida y la ventana abierta. , además de la ligera música

Como el día anterior el vecino estaba a punto de salir hacia el trabajo, y, casi al mismo tiempo que desaparecía, aparecía nuevamente la vecinita buenorra, cubierta solo por una toalla que rápidamente dejó caer en una silla, y, completamente desnuda, se puso de espaldas a la ventana y, agachándose sobre la cama, se puso a arreglarla, enseñándome nuevamente el culo, un culo redondo y provocativo que parecía que estaba diciendo “cómeme, cómeme”.

Utilizando los prismáticos la observé el culo, el coño y las tetas como si estuvieran a escasos centímetros de mi rostro, los olía e incluso los saboreaba.

Después de pasearse desnuda por el dormitorio, se vistió, y en ese momento me fijé que no era el único que disfrutaba del espectáculo, ya que en una ventana próxima de nuestro mismo edificio había también un hombre en la penumbra, cuyos rasgos no podía ver, pero sí que se estaba masturbando. Se trataba de la ventana de un piso que se solía alquilar desde hacía años y cada poco tiempo cambiaba de inquilino.

Esta vez la vecina no se puso minifalda y botas altas, sino un pantalón vaquero muy ajustado y unos zapatos marrones, que resaltaban su espléndido culo respingón que pedía a gritos ser azotado.

Pasaban los días de la semana y se convirtió en una costumbre eso de madrugar a las seis de la mañana para ver desnuda a la vecinita, y finalmente echar un polvo a la adormecida parienta. Unos días la vecina se puso minifalda, otros unas mallas muy ajustadas. Unos días medias, otros iba sin ellas. Siempre llevaba tanga, unas veces incluso microtanga. Pero todos los días estaba el hombre, oculto en las penumbras de la noche, masturbándose mientras observaba también a la vecina desnuda.

De tanto verla desnuda, necesitaba darla un nombre, así que, como tenía rasgos algo orientales, con los ojos rasgados, el rostro redondo y el cabello negro muy corto, la bauticé como la Geisha. Al vecino de al lado, al que no paraba de masturbarse mientras contemplaba todos los días a la Geisha, le bauticé como el Salido. Y al hombre que compartía piso y seguramente cama con la Geisha, le llamé el Compañero.

Una noche, cuando volvía del trabajo, miré en el buzón del Salido y pude leer su nombre: Max Salido. Me reía por el nombre, era cómico y además coincidía con el apodo que le había dado, aunque eso de Max enfatizaba mi apreciación. No sé si era un nombre inventado, pero hacía honor a su apetito insaciable. Además, no sé por qué pero el nombre me resultaba familiar, como si lo hubiera escuchado antes, pero seguramente pensé en ese momento que era solo mi imaginación.

Llegaba el sábado y, aunque yo me levantaba a las seis de la mañana, para ver desnuda a la vecina, ella ese día no madrugaba, así que volví a la cama muy triste. No tenía ganas ni de echar un polvo a mi mujer.

La noche del sábado al domingo unos chillidos me despertaron en mitad de la noche. Parecían de una mujer y se escuchaban en la lejanía. ¡Estaban follando!

Al incorporarme de la cama, no estaba mi mujer junto a mí, debía estar en el baño.

Fui a oscuras hacia la habitación desde donde pensaba que se escuchaban los chillidos. Venían de la calle y entraban por la ventana de la cocina.

Miré y observé que la ventana de enfrente estaba abierta, la persiana levantada y una tenue luz iluminaba a una pareja follando en la cama.

¡Era la vecina, la Geisha! ¡Estaba follando! Estaba completamente desnuda sentada a horcajadas sobre un hombre que, bocarriba sobre la cama, la cogía por las caderas mientras ella se movía suavemente adelante y atrás, adelante y atrás.

Entusiasmado me quedé contemplando el fabuloso cuerpo de la mujer y cómo follaba, pero me di cuenta que no era ella la que chillaba, por lo que dirigí mi vista hacia el origen de los chillidos, era la misma ventana donde el voyeur se masturbaba todos los días, la ventana del Salido.

Esa noche no estaba solo, digamos que se masturbaba en compañía. Una mujer estaba apoyada en esa ventana, inclinada hacia delante, mirando hacia la ventana donde la vecina estaba follando. Esta mujer era la que chillaba, y, detrás de ella, un hombre, posiblemente el Salido, se la follaba por detrás, mientras la sujetaba por las caderas.

No podía verles el rostro por la escasez de luz a pesar de utilizar los prismáticos, pero veía las tetas a la mujer, eran muy grandes y erguidas. ¡Estaba desnuda y se la estaban follando! Se la estaba follando con ganas, con energía, ya que las embestidas del hombre la desplazaban adelante y atrás con fuerza y las tetas de la mujer se bamboleaban desordenadamente.

A la que sí podía ver perfectamente era en la ventana de enfrente a la Geisha, que se balanceaba suavemente como si de un ballet se tratara, adelante y atrás, arriba y abajo, todo ligeramente, sin prisas, como si flotara sobre la polla del tipo, disfrutando del polvo que estaba echando.

El hombre que yacía debajo de ella era el que todas las madrugadas salía corriendo hacia el trabajo. Debía ser el novio o el marido de la tía buena, al que yo llamaba el Compañero.

Antes acabó la pareja de al lado que la de enfrente. Los primeros parecía que tenían prisa mientras que los segundos no la tenían, se sentían seguros en la madrugada, como si todos durmieran y nadie pudiera verles, o quizá no les importaba lo más mínimo que les vieran follando desnudos.

La mujer de al lado, al alcanzar el orgasmo, se calló, y enseguida la desmontaron, desapareciendo ella de mi campo de visión mientras que el Salido, después de darla un azote en las nalgas, la dejó ir y se puso a mirar por la ventana cómo follaba la otra pareja, al tiempo que hizo un gesto como de victoria con la mano, pero no le hice ningún caso y mi atención se dirigió a la vecinita de enfrente.

Al callar los chillidos de la mujer de al lado, se podía escuchar también los gemidos de la Geisha, pero eran mucho más discretos y sensuales.

Después de bastantes minutos, quizá quince o veinte, cuando también ésta alcanzó el orgasmo, cesó también de gemir y se levantó de la cama, encaminándose desnuda al baño, dejando al hombre tumbado en la cama, seguramente plenamente satisfecho, y con la polla al aire.

No tenía ningunas ganas de ver el rabo del tío, así que no esperé a que saliera la Geisha del baño, y me encaminé al dormitorio donde ahora sí estaba mi mujer, tumbada en la cama.

Después de ver cómo dos parejas follaban, no iba yo a ser menos y eché un buen polvo a mi mujer. También ella tenía unas buenas tetas, a las que di un buen repaso de sobes y lametones, antes de correrme.

La mañana siguiente fui con mi mujer a dar un paseo por el centro, cuando al volver en metro, mientras disimulaba cómo si escuchara lo que mi esposa me contaba, caí en la cuenta que, sentada en un asiento del vagón, estaba la vecinita, la Geisha. Parecía que estaba sola y estaba concentrada leyendo una novela, que apoyaba en su entrepierna, en su sexo. En cada movimiento del tren, el libro se movía sobre su vulva, ¿se estaría masturbando con el libro ante la vista de todo el mundo? Además llevaba una minifalda, de forma que sus hermosas piernas estaban al descubierto en su totalidad desde los tobillos. La novela impedía que un tipo que estaba sentado frente a ella la viera las bragas a pesar de que insistentemente la miraba. Si tanto miraba era que algo la había visto, las bragas o el coño. Pero ¿llevaría bragas? Entre semana se las ponía siempre, pero no sabía si el fin de semana no se las ponía o quizá se las quitara a lo largo del día .Quizá esa mañana no las llevaba y, si las llevaba, seguro que eran tan diminutas y transparentes que dejaba al aire todo su sexo.

Nos bajamos en la misma parada y dejé que ella fuera delante de nosotros. No paraba de mirarla el culo y la parte posterior de sus muslos. La seguía el tipo que hacía un momento intentaba mirarla bajo la falda, lo que me dificultaba observar bien los encantos de la Geisha.

Al subir las escaleras mecánicas, el hombre se puso delante nuestra, inmóvil en un escalón, superior, algunos escalones por debajo del que se encontraba la vecina. Nervioso miraba hacia atrás para ver si alguien le seguía y, al darse cuenta que mi mujer y yo, estábamos detrás, nos miraba con fastidio. ¿Qué pensaba hacer si no estuviéramos nosotros? ¿Follársela ahí mismo, en las escaleras, o simplemente agacharse para mirar a placer el coño y el culo de la joven bajo su faldita?

Salimos del metro. Primero la chica, a pocos pasos detrás el tipo, y yo y mi mujer detrás. Supuse que mi mujer estaba tan emocionada de la cantidad de polvos que la había echado esa semana que no paraba de hablar y hablar, sin fijarse que yo no paraba de mirar, cuando me dejaba el gilipollas que teníamos delante, el culo y las piernas de la joven.

La Geisha se acercó a su portal para abrir la puerta y el hombre se aproximó a ella cuando la abrió. Vi que la empujó dentro y ella se giró con el susto reflejado en su rostro. ¡La iba a violar!

Antes de que se cerrara la puerta, corrí hacia ella, escuchando a mi espalda la voz de mi mujer que me gritaba sorprendida “¿Dónde vas, Ernesto?”. La respondí también gritando “Vete a casa, que ahora voy”, y atrapé la puerta antes de que se cerrara. Al verme el tipo, soltó a la Geisha y, empujándome, salió corriendo a la calle.

La chica, pálida, me miró asustada. Tenía el escote del vestido abierto y uno de sus erguidos pechos asomaba por él. Al ver hacia donde se dirigía mi mirada, se miró el seno y se lo cubrió avergonzada con la camisa.

• ¿Se encuentra bien?

La interrogué, mirándola ahora a los ojos.

• ¡Sí, sí, gracias, muchas gracias!

Me respondió. Era muy guapa, y su rostro había pasado a estar blanco como la nieve a colorado como un tomate.

Debía medir menos de un metro sesenta y podía parecer delgada, aunque debajo de esa ropa se encontraba un hermoso cuerpo de tetas erguidas, culo duro y respingón, y piernas fuertes y torneadas.

Nos miramos sin atrevernos a decir nada, hasta que la pregunté:

• ¿Quiere que la acompañe a presentar una denuncia?

• No, no. Muchas gracias. Estoy bien, de verdad. Muchas gracias.

Se abrió la puerta del ascensor y ella entró. Mientras se cerraba la puerta me miró tímidamente y me dio nuevamente las gracias.

Me quedé abobado mirando cómo se cerraba la puerta en mis propias narices, y, después de un rato sin reaccionar, me moví, saliendo del portal. ¿Qué esperaba yo? ¿Qué me dejara subir a su casa para follármela como agradecimiento? No lo hubiera rechazado, por supuesto. A nadie le amargaba un dulce y menos uno tan sabroso.

No veía a mi mujer por lo que supuse que se ha ido a casa. Estaba demasiado excitado cómo para ir también a casa, así que recordé que tenía que comprar unas bombillas y me acerqué a un chino.

Más tranquilo y con las bombillas en la mano, después de dar un paseo de unos quince minutos, subí en ascensor a mi casa y, al llegar al piso y abrirse las puertas, me encontré de frente con un hombre que, sonriéndome, ocupó mi lugar en el ascensor, bajando.

El tipo me resultaba familiar hasta que, al acercarme a la puerta de mi vivienda, me di cuenta que era el mismo que intentó violar a la vecina.

¿Qué coño hacía ahí? En nuestro piso había cuatro viviendas y una era la nuestra. ¿Vivirá aquí? ¿De dónde había salido? ¡Mi mujer!

Abrí rápido la puerta de nuestra vivienda y llamé a mi mujer. No respondió. Cerrando la puerta a mis espaldas, escuché un ruido rápido de pisadas, una puerta cerrarse y el agua saliendo de la ducha. Me acerqué al baño y la puerta estaba cerrada. Llamé a mi mujer que, desde dentro, me respondió escuetamente con un “Enseguida salgo ¿Quieres algo?”. Un “No, nada. Ya estoy en casa” fue mi respuesta. “Vete poniendo la mesa que enseguida salgo y nos ponemos a comer” me ordenó como acostumbraba.

Antes de obedecerla, inquieto por el hombre que había visto en las escaleras, me encaminé no a la cocina ni al salón donde comíamos, sino al dormitorio donde dormía con mi mujer.

La cama estaba deshecha. ¡Qué raro! Juraría que la dejamos hecha. Bajo la cama asomaba una prenda, tiré de ella y me encontré el vestido que mi mujer llevaba hacía un momento, así como unas bragas y un sostén. ¿Serían de ellas? ¿Qué había pasado aquí mientras yo no estaba? ¿Por qué se duchaba ahora? Y ¿de dónde venía el tipo que se había montado en el ascensor? Si unía todas las pistas me salía que se habían follado a mi mujer mientras yo no estaba, que había salvado a la vecina de que la violara el hombre y éste, como venganza, se había follado a mi mujer.

Dejé todo como estaba y salí del dormitorio a colocar lo que había comprado y poner la mesa para comer, como si no pasara nada.

A los quince minutos oí salir a mi mujer del baño y, debía estar colocando nuestro dormitorio, ya que tardó un poco más en aparecer en la cocina para preparar la comida, como si no hubiera pasado nada.

Ni la pregunté nada ni ella me dijo nada, simplemente ella continuó hablando de cosas banales como si no hubiera sucedido nada. Quizá era demasiado mal pensado.

No sucedió nada más reseñable ese domingo. No sé si se follaron más a la Geisha ese fin de semana, pero el lunes comenzó de la forma acostumbrada. La Geisha flotando desnuda por el dormitorio de enfrente y el Salido masturbándose mientras se la comía con la vista, aunque más bien hay que decir que se la follaba con la vista.

El martes prometía seguir la misma hoja de ruta, pero, cuando estaba ella completamente desnuda haciendo la cama, apareció en el dormitorio el Compañero. Por el aspecto que llevaba, venía de la calle, había debido olvidar algo, encontrando a la Geisha completamente desnuda, de espaldas a él e inclinada sobre la cama, mostrándole su culito prieto. Ella no se lo esperaba y se giró sorprendida hacia él, que, al verla así, tan deseable, se quitó la cazadora que llevaba, dejándola caer sobre una pequeña butaquita del dormitorio, y empujó a la joven, a pesar de las suaves quejas de ésta, tumbándola bocarriba sobre la cama de forma que su culo se encontraba al borde del colchón.

Se situó el hombre entre las piernas abiertas de ella, y, bajándose en un momento pantalón y calzón, cogió su cipote erecto y, restregándolo un par de veces entre los labios vaginales de la joven, se lo metió poco a poco por el coño. No se lo había metido hasta el fondo cuando ya se lo estaba sacando otra vez, repitiendo la operación, cada vez más profundamente a base de movimientos de caderas y piernas. ¡Se la estaba follando, se estaba follando a la vecinita buenorra!

Los brazos de ella estirados sobre el colchón, apuntaban a la cabecera de la cama, resaltando sus hermosos senos, que, en cada embestida del hombre, se desplazaban adelante y atrás, una y otra vez.

Aunque al ser penetrada tenía muy abiertos los ojos y la boca, como si no se lo esperara, como si la sorprendiera, ahora los mantenía cerrados o semicerrados, disfrutando del polvo que la estaban echando.

Su boca medio abierta, permitía ver sus pequeños dientes blancos y regulares y su lengua sonrosada que recorría sus golosos labios sonrosados. La lengua fue desapareciendo dentro de la boca y se mordisqueaba los labios mientras se retorcía en la cama, hasta alcanzar el orgasmo al mismo tiempo que su compañero.

No había tiempo para más, el polvo había sido rápido al tener que ir al trabajo los dos protagonistas, así que enseguida la desmontó y, subiéndose la ropa, el hombre salió escopetado del dormitorio y supongo que también de la vivienda, dejando a la chica tumbada bocarriba sobre la cama, todavía disfrutando del polvete, pero también ella tenía prisa, así que, completamente desnuda, salió corriendo del dormitorio, seguramente camino del baño, y a los pocos segundos volvió también corriendo desnuda.

Según entró al dormitorio se puso deprisa unas botas altas negras de cuero, caminando con prisa por la habitación así, completamente desnuda sino es por las botas. Finalmente se metió por la cabeza un vestido de falda corta, saliendo a la carrera del dormitorio, sin ponerse ni bragas ni sostén.

Al rato la vi saliendo casi corriendo del portal, llevando también una chaqueta y un bolsito.

¡Iba con minifalda y sin ropa interior, enseñaría el coñito y las tetitas a todo el mundo en cuanto se descuidara!

¡Cómo me hubiera gustado correr detrás de ella, seguirla hasta su destino, mirando por debajo de su corta faldita su jugoso sexo y su culo respingón!

Pero mi mujer estaba aquí mismo, no corría, de hecho yacía en la cama dormida, así que la eché no uno sino dos polvos seguidos.

Desde que observaba a la vecinita desnuda o follando, no paraba de echar polvos a mi mujer, me había activado un matrimonio en cuya rutina ya habíamos caído hacía tiempo. Aunque todavía estaba pendiente lo que sucedió el domingo poco antes de comer.

Tenía curiosidad en saber de qué trabaja la Geisha, así que la noche del martes le dije a mi mujer que el miércoles tenía que estar antes en la oficina por lo que me levantaría antes que de costumbre. Y eso hice, a las 6 de la mañana estaba ya vestido viendo a la vecina haciendo la cama completamente desnuda, y, cuando salía ya vestida a la calle, fui detrás de ella.

Tomó el metro y yo, observándola desde la distancia, la seguía. Al llegar a una estación se apeó del metro y subió caminando a buen paso las escaleras mecánicas del metro. Como era una hora tan temprana no había mucha gente y, al subir las escaleras detrás de ella, pude verla bajo la corta faldita las finas braguitas que se metía entre las duras y redondas nalgas. Ese día desgraciadamente sí llevaba bragas. Me hubiera gustado estar el día anterior cuando salió de casa sin ropa interior después de que su compañero la echara un buen polvo.

Próximo a la estación del metro se metió la Geisha en un edificio de oficinas y, al haber un control de seguridad en la entrada, no pude seguirla. ¿De qué trabajaría aquí, de secretaría? Sea lo que sea de lo que trabajaba, seguro que sus jefes y compañeros disfrutaban viéndola todos los días las piernas, el culo y las tetas. Seguro que más de uno había intentado sobrepasarse con ella, sobándola el culo y las tetas de forma más o menos disimulada, haciéndola proposiciones deshonestas o diciéndola piropos obscenos. El jefe seguro que la había obligado a mamársela y la había echado más de un polvo. Los días que, como el anterior, la joven saliera sin bragas de casa, seguro que habría muchos que se agacharían, con la excusa de que se les había caído algo al suelo y la mirarían empalmados el coño, sobre todo cuando ella estuviera sentada y la faldita se la hubiera subido casi hasta el ombligo.

Empalmado era yo ahora el que iba al trabajo, a mi trabajo castrante donde no había ninguna Geisha a la que mirar entre las piernas.

Aquella tarde volví a casa bastante antes del trabajo y, al intentar abrir la puerta de mi vivienda, me encontré que estaba echada la cadena por lo que no podía entrar. Mi mujer, que siempre llegaba antes que yo del trabajo, debía estar ya en casa, por lo que la llamé a voces. Era muy raro que echara la cadena, pero esa vez la había hecho. Escuché ruidos que procedían del fondo de nuestra vivienda, posiblemente de nuestro dormitorio. Me pareció escuchar también voces, pero no estaba seguro ya que alguna era muy grave y no la reconocí.

Escuché gritar a mi mujer a lo lejos con voz angustiada:

• ¡Ya voy, ya voy! Espera un momento que enseguida voy.

A los pocos minutos vino ella y me abrió la puerta. La encontré extraña, con la cara colorada y sudorosa, despeinada y con la ropa arrugada, como si se la hubiera puesto deprisa y corriendo.

Nada más abrirme me hizo pasar a la cocina para que cogiera una olla que dijo que estaba en un estante muy alto y ella no llegaba. Extrañamente cerró la puerta de la habitación a mi espalda y puso la radio a un volumen inusualmente alto, mientras estirándome cogí la olla en un estante superior del armario. Aun así me pareció escuchar como si la puerta de nuestra vivienda se abriera y luego se cerrara. Creí que alguien había salido y mi mujer lo había encubierto, por lo que enseguida pensé que tenía un amante y que la había pillado follando con él.

No la comenté nada, mientras la entregué la olla y la pregunté suspicaz si la sucedía algo.

• ¡Nada, hijo, nada! ¡Que va a sucederme!

Me respondió pero, como la conocía, sabía que mentía. No quería discutir y preferí por el momento callarme.

Salí de la cocina y me dirigí rápido al dormitorio donde me solía cambiar de ropa, aunque, en esta ocasión, el objetivo era otro. Aunque mi mujer intentó ponerse delante para que no entrara, observé que la cama del dormitorio estaba deshecha y nunca lo solía estar a esas horas.

Escuché a mi mujer explicarse de forma torpe y atropellada:

• ¡Me has pillado durmiendo! Y bueno, ya ves, no me hado tiempo ni a hacer la cama. ¡Qué vergüenza! No me gusta que veas la cama deshecha. Y cómo has venido hoy tan pronto. ¿Por qué has venido tan pronto? ¿te encuentras malo?

Ya no tenía dudas, mi mujer acababa de follar con su amante en nuestra propia cama de matrimonio. La cara me ardía y me entraron unas ganas terribles de golpearla, pero me controléo. Un montón de cosas pasaron por mi cabeza en un instante, pero, cobarde, solo atiné a decir con voz apagada:

• No me encuentro bien. Me duele la cabeza.

Escuché resoplar aliviada a mi mujer y decirme, al tiempo que ponía su mano sobre mi frente:

• Debes tener fiebre. Ven, tomate un par de aspirinas y a la cama.

Solamente pensar en meterme en la cama donde un tipo se había follado a mi mujer me producía nauseas.

Mi mujer, dándome un par de pastillas que había sacado rápido de un cajón, había leído mi mente y me dijo:

• Pero espera, que te ponga sábanas limpias, que estas están muy sucias.

Y se agachó sobre la cama, dándome la espalda y quitando las sábanas, lo que aproveché yo para levantarla la falda del vestido por detrás y verla el culo. ¡No llevaba bragas!

Intentó, con su brazo, bajarse la falda, pero yo, sujetándola el miembro, se lo impedí y, empujándola sobre la cama, la tumbé bocabajo sobre ella, reteniéndola con mi peso al tiempo que, colocándome entre sus piernas abiertas, me desabroché el pantalón y me lo bajé, juntamente con el bóxer, descubriendo mi verga erecta y congestionada.

La escuché quejarse con voz chillona, mientras intentaba infructuosamente incorporarse.

Tomé mi cipote con la mano derecha y lo dirigí entre sus nalgas, que, al haber sido follada recientemente, estaban tan separadas que podía ver el ano entre ellas. Hacia allí dirigí mi miembro, lo apoyé en el prieto agujero y, empujando, fué poco a poco entrando dentro, ante los chillidos de dolor de mi mujer.

• ¡Por favor, por favor, no, no, me haces daño, mucho daño, aaaaaahhhhh!

Le metí la polla hasta el fondo, hasta que mis cojones chocaron con su culo, y, una vez dentro, moviendo mis caderas, mi culo y mis piernas, se lo fui poco a poco sacando, metiendo y sacando, una y otra vez, cada vez más rápido. Al principio se agitaba dolorida, pero después de tres o cuatro culadas, dejó de agitarse, de moverse como si sufriera un ataque epiléptico.

Me la estuve follando, me estuve follando a la muy puta de mi mujer mientras la escuchaba sollozar.

Enseguida me corrí dentro de sus entrañas, y, al sacar mi polla, lo primero que la dije, muy serio, fue:

• Pon tú la mesa y prepárame la comida, puta.

Dolorida, se levantó ella renqueante de la cama, a la que dejó con grandes manchas de sangre muy roja.

Tenía el rostro colorado y anegado de lágrimas que goteaban por su barbilla.

• ¡Cabrón!

Me insultaba con rabia, y la respondí:

• Tienes toda la razón. Yo soy cabrón y tú una puta. Nos vamos entendiendo.

Mientras se duchaba, soy yo el que puso la mesa, y, al sentarnos juntos a comer, lo hicimos en silencio frente al televisor, pero yo no estaba precisamente viéndola, tenía otras cosas en mente, y mi mujer creo que tampoco, por lo que la pregunté a bocajarro:

• ¿Quién es?

• Adivínalo.

• ¿Es el vecino o el mismo joven que te follo ayer?

• ¿Tú qué crees?

• ¿Por qué eres tan puta?

• Y ¿tú tan cabrón?

• ¿Por qué? ¿Por qué me pones los cuernos?

• ¿Por qué supones que te los pongo?

• ¿Quién estaba hoy contigo en la cama cuando yo he llegado?

• Pero ¿qué dices? No había nadie.

• No me hagas reír. Me metiste en la cocina con una excusa tonta, cerraste la puerta y pusiste alta la radio para que no le escuchara marcharse.

• Te digo que no había nadie, que estaba sola en casa.

• Ya. Y el domingo ¿por qué me encontré a un tipo saliendo de nuestra casa y te encontré a ti duchándote? ¿No te estuvo follando?

• No sé de qué me hablas. Te lo imaginas todo. Solamente me acuesto contigo, ya lo sabes.

• Yo no sé nada. Además estaba la cama deshecha y toda la ropa que llevabas estaba tirada en el suelo bajo la cama. ¿No me lo negaras?

• Pero ¿es que piensas que me acuesto con alguien porque está la cama sin hacer y la ropa sucia en el suelo? ¡Pues haz tú la cama, maldito cerdo, y no esperes a que yo la haga y recoja toda la ropa sucia que dejas en el suelo!

• No te creo. Yo te quiero y no entiendo por qué me engañas.

• Estás enfermo. Te lo imaginas todo. Yo no te engaño.

• Ya.

Permanecimos en silencio, hasta que era ella la que ahora preguntaba.

• ¿Te acuestas con ella?

• ¿Con quién?

• Con la chica del edificio de enfrente.

• ¿Cómo?

Sorprendido la respondo.

• No fuiste a su casa el pasado domingo y te acostaste con ella

• No, no. Solo impedí que la … robaran. Te lo juro.

Permanecimos callados unos segundos, hasta que ella me dijo:

• Olvidémoslo todo. Como si no hubiera ocurrido nada.

• De acuerdo.

Y nos abrazamos durante unos segundos para luego recoger juntos la mesa y lavar los platos.

Aun así, tenía dudas, muchas dudas, todas sin resolver, pero quería salvar mi matrimonio, ¿qué haría solo en el mundo? ¿empezar de cero con la edad que tenía? ¿quizá tuviera hasta que abandonar la casa y pagar una pensión a mi mujer?

Esa noche dormí mal y, a pesar de estar despierto, no me levanté para observar a la vecina moviéndose desnuda por el dormitorio. Estaba cohibido y temía que mi mujer me vigilara a pesar de que ella ahora parecía que dormía.

Poco a poco la situación con mi mujer se fue normalizando o al menos eso intentaba creer. Intentaba llegar siempre a la hora de siempre, no fuera a pillar a mi mujer follando con algún amante.

Con el fin de salvar mi matrimonio también tomé la determinación de no levantarme de madrugada para ver desnuda a la vecina, pero una tarde, cuando volvía del trabajo, me encontré en el buzón una carta dirigida a mí. No tenía sellos ni remitente, y grandes letras recortadas de los periódicos configuraban mi nombre.

Extrañado la abrí allí mismo en el portal, mientras esperaba al ascensor para subir. Solamente un papel estaba dentro del sobre y ponía también con grandes letras de periódico:

• PRÓXIMA MADRUGADA A LAS SEIS MIRA A LA VECINA

Era lo único que ponía.

Asustado lo leí varias veces y, antes de que llegará el ascensor lo rompí en varios pedazos junto con el sobre y lo tiré en una papelera que había al lado de los buzones.

¿Quién lo había escrito? ¿Por qué me lo habían dirigido a mí? Alguien me vigilaba, alguien que sabía que observaba a la vecina desnuda y que llevaba varios días sin hacerlo. Supuse que era el vecino mirón, el que se masturbaba mientras veía a la vecina. Aunque también podía ser otra persona, quizá otro vecino que también me observaba, quizá incluso mi propia mujer. Paranoico, entré en casa e intentando aparentar normalidad, di un beso en la mejilla a mi esposa que me devolvió con la rutina acostumbrada.

Esta vez sí que me levanté a las seis de la mañana y mi mujer roncaba en la cama, por lo que supuse que dormía profundamente.

Fui a la cocina y mirando por la ventana pude ver al Compañero que, vestido para ir a trabajar, salía con prisa de la casa, y, a continuación, a la vecinita aparecer en el dormitorio, también con prisas y, soltándose la toalla que la cubre, quedarse completamente desnuda.

Inclinada sobre la cama, como de costumbre, para hacerla, la contemplé el hermoso culo respingón y cómo lo balanceaba al moverse alrededor de la cama, con las tetas colgando.

Moviéndose inclinada sobre la cama, la fue haciendo, pero, cuando estaba de frente a la ventana y de espaldas a la puerta de entrada al dormitorio, ¡una figura apareció en la puerta!

¡Llevaba una máscara que le cubría la cabeza!¡ Pero no llevaba nada más, iba desnudo y con la verga erecta y congestionada.

Sin moverse se quedó también contemplándola el culo, hasta que, de pronto, se acercó rápido a ella y, sujetándola las caderas, la penetró por detrás, ante la sorpresa mayúscula de ésta, que, emitió un agudo chillido e intentó girarse, pero el enmascarado se lo impidió, reteniéndola con una mano que apoyó en la espalda de ella, haciendo que incluso se inclinara más y se apoyara con sus brazos doblados sobre el colchón.

Presionando más la hizo tumbarse bocabajo, con las piernas colgando en el borde de la cama, y, en esta posición, sujetándola por las caderas, empezó a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, con fuerza y rapidez.

¡Se la estaba follando, se estaba follando por detrás a la vecina!

Eché una ojeada a la ventana donde el Salido siempre observaba a la vecina y no estaba, ¡no estaba! ¿Era él el enmascarado, el que me había avisado? Posiblemente.

En cuatro o cinco culadas el enmascarado se corrió y, sin esperar a que ella se recuperara, se dio la vuelta y salió deprisa del dormitorio, dejando a la vecina despatarrada y tumbada bocabajo sobre la cama.

Estuvo ella en esta posición durante varios segundos y, cuando se levantó, salió totalmente desnuda del dormitorio, seguramente buscando al tipo que se la había follado. Pocos segundos después reapareció confusa en el dormitorio, posiblemente no lo había encontrado, y, desapareció de nuevo, seguramente para lavarse.

Del portal del edificio donde vivía la joven salió deprisa y prácticamente corriendo un hombre, al que las sombras me impidieron ver el rostro y, cruzando la calle, perdí su rastro, quizá se metió en el mismo portal donde yo vivía. En ese caso quizá el enmascarado y el Salido fueran la misma persona, o quizá no, quizá era un pobre hombre que salía deprisa también al trabajo.

Pero entonces ¿quién era el enmascarado? ¿Quién se la había tirado? ¿Sería su compañero? ¿La había violado? ¿No le conocía la vecina?

Cuando volvió a entrar la vecina al dormitorio, se puso rápido un vestido de falda corta, esta vez sin ropa interior, y salió a la carrera. El polvo que la habían echado la había retrasado y llegaba tarde al trabajo por lo que no podía perder el tiempo en detalles inútiles, como ponerse las bragas ni el sostén. ¡Qué más la daba a ella si todos la veían el coño y las tetas!

Observé cómo salía corriendo del portal camino del metro y, pensativo, me volví a la cama con mi esposa, preguntándome el motivo por el que me avisaron a mí para que viera cómo se la follaban. ¿Era ahora de cierta forma un cómplice de lo que había sucedido?

Además cómo había logrado entrar el enmascarado en la casa de la vecina, ¿tendría una llave?

Si la hubiera violado, ésta hubiera puesto más resistencia y no la puso. Quizá pensaba que era su compañero, quizá lo era y lo que yo contemplé era simplemente un juego erótico.

Mil dudas más llenaron mi cabeza cuando sonó el despertador para levantarme para que me levantara a trabajar.

Todo el día lo pasé preocupado, dándole vueltas a la cabeza, y viendo una y otra vez al enmascarado disfrutando de la vecina.

Aquella noche cuando volví a casa desde el trabajo me encontré otro sobre en mi buzón. Era más grande que el otro y llevaba algo dentro que abultaba el sobre. Tampoco llevaba sellos ni remitente, y nuevamente grandes letras recortadas de los periódicos conformaban mi nombre.

Lo abrí allí mismo y contenía una máscara. ¡El corazón me dio un vuelco! ¡La máscara era igual que la que habían utilizado la madrugada anterior para follarse a la vecina! Se me cayó de las manos al suelo y la recogí rápido. No sabía muy bien qué hacer con ella, pero, ante la duda, me la guardé en el bolsillo de la chaqueta por si alguien me observaba. El sobre también contenía algo duro, eran un par de llaves. Las miré extrañado y me las guardé también en el bolsillo con la máscara. Finalmente había una nota y, con grandes letras de periódico, tenía escrito el siguiente mensaje:

• CUANDO EL TIPO SALGA, SUBE Y FOLLÁTELA. CUARTO - C

¿Cómo? ¡No me lo podía creer! Me estaba proponiendo que fuera yo el que ahora se la follara, el que fuera a su casa de madrugada y, cuando saliera el Compañero del edificio, subiera yo, utilizando las dos llaves que me había dado, y me tirara a la vecina.

No me atreví a tirar la máscara ni las llaves, pero, si rompí el sobre en varios pedazos muy pequeños que tiré allí mismo a la basura.

No comenté nada a mi mujer y cenamos en silencio delante del televisor.

No sabía qué hacer, quizá fuera lo mejor deshacerme de la máscara y de las llaves, como si nunca hubieran existido, pero la máscara era muy grande y podría mi mujer encontrarla en la basura y entonces me preguntaría y yo ¿qué respondería? ¿qué me la había dado un tipo al que había visto violando a la vecina para que yo también la violara?

Ir a la policía me parecía ridículo, ¿qué les contaría si no estaba seguro realmente de lo que había visto? Quizá era un juego y se reirían de mí, además me machacarían a preguntas y podrían pensar que yo era un delincuente o un chalado, un loco peligroso o un pobre infeliz.

Lo que tenía claro es que no subiría con la máscara para violar a la vecina, y mira que estaba buena la muy guarra, con ese culo y esas tetas tan sabrosas y apetecibles, siempre vistiendo ropa provocativa y frecuentemente sin llevar bragas, enseñando el coño a todos, provocando para que se la follaran. Además a quien se le ocurre pasearse completamente desnuda por la casa con las ventanas, persianas y cortinas abiertas para que todo el mundo pudiera verla. Era una exhibicionista, una calientapollas, una auténtica puta.

Pero no, no lo haría, no subiría a follármela, era demasiado arriesgado, o … quizá era yo un cobarde, siempre lo había sido, un asqueroso cobarde. Nunca me atreví a desobedecer a los jefes en el trabajo cuando me daban un trabajo excesivo o un trabajo basura que nadie quería, ni les hice frente cuando me insultaron o se burlaron de mí. Nunca me consideraron para ascensos ni premios ni subidas. Tampoco me atreví a dejar a mi mujer cuando tenía la certeza que me ponía los cuernos, aunque, luego me engañé a mí mismo, pensando que todo era fruto de mi imaginación. Ahora tampoco me atrevería a subir al piso de la vecina y follármela, eso, follármela, gozar de sus tetas, de su coño, de su culo, de su sabroso culo respingón, follármela por el culo, hasta el fondo. Se había convertido en un reto el follármela o no, un reto que no tenía nada que ver con ella sino con mi modo de vida, con mi forma de huir de los problemas, de no afrontarlos y dejar que ellos, por sí mismo, se resolvieran, lo que nunca sucedía.

Estuve dando la vuelta toda la noche a la situación, sin poder dormir, y, no eran todavía las cinco y media de la madrugada, cuando me levanté de la cama en silencio, sin despertar a mi mujer que parecía que todavía dormía profundamente, y, quitándome rápido toda la ropa, me puse un chándal viejo y unas deportivas, saliendo de la casa con la máscara y las llaves, tanto de mi vivienda como las que me dieron en el sobre.

No había nadie y crucé rápido la calle, entrando en el portal de la vecina. No se sorprendí lo más mínimo que la llave entrara sin problemas en la cerradura y la puerta se abriera. No observé que hubiera ninguna cámara de televisión en el portal y subí las escaleras caminando. Al llegar al cuarto piso localicé cuál era la puerta que conducía a la vivienda donde debía estar la vecina y espere entre las sombras a que saliera el Compañero que, puntual como un reloj, a las seis salía deprisa de la vivienda, bajando los cuatro pisos corriendo.

Esperé casi medio minuto por si volvía a la vivienda y me acerqué a la vivienda. Intenté escuchar a través de la puerta, sin conseguirlo, e introduje una de las llaves en la cerradura y, despacio, la abrí.

Se escuchaba música, era la radio que todas las mañanas ponían antes de ir a trabajar. Un pequeño recibidor apareció ante mí, iluminado tenuemente por una luz que surgía de una habitación próxima.

Entré sin hacer ruido, cerrando la puerta a mis espaldas, y me quité en un momento el chándal y las deportivas, dejándolo todo en el suelo, y me coloqué la máscara que me cubría toda la cabeza, dejando solo al descubierto los ojos y los agujeros de la nariz.

Poco a poco me acerqué a la luz, saliendo del recibidor, y, caminando por un pequeño, entré al dormitorio donde me encontré a la vecina, pero ¡de frente! ¡Me la encontré de frente y mirándome asustada! ¡La ostíaaaaaaa!

Ya no había marcha atrás, no podía huir, estaba en pelotas, así que aterrado, seguramente mucho más que ella, me abalance sobre la joven, empujándola sobre la cama donde cayó bocarriba y yo, bocabajo sobre ella, sobre su hermoso cuerpo caliente y la escuché chillar. Incorporándome como pude, intenté acallarla, tranquilizarla como si todo fuera una broma, pero era en vano. Coloqué una mano sobre su boca, pero me la mordió furiosa y me arañó desesperada. A punto de un infarto, no sabía cómo hacerla callar, cómo mantenerla quieta, por lo que hice lo único que de forma espontánea se me ocurrió y fue pegarla un puñetazo en plena cara, y sí, la hice callar.

Cayó hacia atrás sobre la cama y dejó de moverse. Y ahora ¿qué hacía yo? Me di cuenta que ella estaba completamente desnuda, tumbada bocarriba sobre la cama, y yo, también desnudo, estaba medio tumbado entre sus piernas abiertas, pero mi pene … mi pene estaba ahora diminuto, casi microscópico.

Algo atrajo de pronto mi atención y miré por la ventana y allí, en una ventana abierta situada en el piso de enfrente, a unos diez metros de distancia, alguien me observaba, una mujer me miraba. Tenía una inquietante sonrisa burlona y sus ojos se reían, se reían de mí. Sus tetas estaban al descubierto, desnudas, enormes y erguidas, y, detrás de ella, un hombre, un hombre que la agarraba las ubres, mientras se movía adelante y atrás, adelante y atrás, embistiéndola. ¡Se la estaba follando! ¡Se estaba follando por detrás a la mujer! Y ¡esa mujer era la mía, mi mujer, mi esposa! ¡Y se la estaba follando en mi cocina, apoyada ella en el alfeizar de la ventana, en aquella ventana en la que yo solía espiar a la vecina de madrugada!

Me quedé anonadado, mirando todo cómo si fuera algo ajeno a mí, como si estuviera en el cine y estuviera viendo una película.

De pronto, ¡una ráfaga, un fuerte dolor en la cabeza, la luz se fue, todooscuridad y dolor! ¡Perdí la conciencia!

Me desperté en un hospital donde estuve más de una semana, custodiado por un policía. Había sufrido un severo traumatismo cráneo-encefálico como consecuencia de un fuerte golpe recibido en la cabeza con un objeto contundente. Según me contaron fue la vecina la que, aprovechando mi estado de shock, me golpeó con un cenicero macizo.

A pesar de que no la violé, me acusaron de hacerlo, pero no una sino dos veces más, incluso de aquella que presencié el día anterior por la ventana, y de otra que ni tengo constancia de que sucediera.

Mi mujer no quiso ni verme, se divorció de mí y se quedó con la casa y con todo lo que teníamos ahorrado en el banco. Ahora dicen que vive con un novio que tuvo antes de conocerme. Su nombre … ¡Max Salido! ¡Será hijo de puta, hijo de mala madre, malnacido! Ya decía yo que me sonaba su nombre. Alguna vez mi ahora exmujer lo debió nombrar por casualidad y yo en mi subconsciente me quedé con el nombre. Así que era el tipo que se trajinaba a mi mujer y me tendió una trampa en la que yo, gilipollas, caí hasta el fondo.

Yo llevo varios años en la cárcel y, si la salud me lo permite, todavía me quedan muchos más. Tengo ahora una vida sexual mucho más intensa que antes, de hecho me dan por culo todos los días y no solo un tipo, sino varios. Yo, como soy más bien cobarde, me dejo hacer sin rechistar y poco a poco le voy cogiendo el gusto. Al fin y al cabo, estoy acostumbrado ya que me han estado dando por culo durante toda mi vida. Ya no digo, como al principio, que soy inocente, que no violé a la vecina, pero ¡qué más da!, sí aquí todos dicen lo mismo, que son inocentes. Quizá los culpables estén fuera y nunca tendrán su castigo.

A la vecinita no la he vuelto a ver ni se nada de ella, aunque todos los días, mientras me dan por culo, cierro los ojos y la veo a ella, completamente desnuda, haciendo la cama. Al principio lloraba pero ahora no, estoy feliz imaginándome junto a ella.

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