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Mi madre, el negro y los celos de mi padre

en Amor filial

(CONTINUACIÓN DE “MI MADRE, MI AMIGO Y LA EXCUSA DEL PARTIDO”)

En la vivienda donde vivía Juan con su familia se levantaron a la hora habitual de un día laborable. Aunque su padre había llegado muy tarde del trabajo la noche anterior, tenía que volver a incorporarse al mismo a la hora de siempre. Juan, por su parte, tenía que volver a la Universidad donde tenía clase. Rosa, su madre, era ama de casa y, aunque no tenía que salir a trabajar, acostumbraba a levantarse con ellos para ponerles el desayuno.

Después de lo sucedido la noche anterior donde Oliver, el amigo negro de Juan, había violado en varias ocasiones a Rosa ante el beneplácito de su hijo, estaba éste preocupado por la reacción de su madre al día siguiente, pero allí estaba la mujer, enfundada en su bata, preparando en la cocina el desayuno como si no hubiera sucedido nada.

Los polvos que el negro echó a Rosa en la vivienda familiar fueron planeados por Juan y por Oliver, aprovechando que transmitían un partido de fútbol por televisión y que el padre no estaba en casa. Fueron presenciados por el hijo que se masturbó mientras los contemplaba escondido, sin que su madre se enterara de su presencia.

A pesar de que esta mañana Rosa preparaba el desayuno como acostumbraba, no estaba como siempre, estaba más callada, más apagada y se había puesto una bata que casi nunca se ponía con buen tiempo, que la cubría prácticamente desde el cuello hasta los tobillos y que ahora llevaba con todos los botones abotonados.

Al verla así se preguntaba Juan si su madre estaría completamente desnuda bajo la prenda. Se excitaba solo de pensarlo y su polla entraba en erección. Su padre, sin embargo, preocupado como siempre por su trabajo, no la prestó la más mínima atención. Pensaba Juan que si su madre hubiera aparecido totalmente desnuda, su padre ni se hubiera dado cuenta.

Sabía Juan que su madre por no provocar un escándalo se callaría y no diría nada. Ya lo había visto en alguna ocasión y le excitaba aprovechar esa debilidad.

Se despidieron con un beso en la mejilla y, mientras bajaba Juan en el ascensor, ya estaba planeando la próxima acción para que se la volvieran a follar.

Se encontró con un muy sonriente Oliver que, en presencia de otros compañeros de clase, no comentó nada de la noche anterior pero, cuando estuvieron a solas, babeaba de gusto, al comentarlo muy eufórico, casi a gritos, y gesticulando de forma muy expresiva, expresando claramente con sus dedos el acto sexual.

  • ¡Qué buena está tu madre, blanquito! ¡Qué tetas, qué culo, que coño, qué todo!
  • ¡No grites, negro, no grites! ¡Y tampoco gesticules, que se te entiende todo y nos van a pillar!

Le pidió discreción Juan a su exaltado amigo que en voz baja respondió.

  • Vale, blanquito, vale, pero … ¿Quién coño nos va a pillar? Y ¿qué si nos pillan? ¿Nos pillan haciendo qué, de hablar con follarnos a una tía buena? Pero ¿Quién no habla de follar a una tía buena? Todos queremos follarnos a una tía buena, y yo lo he hecho, me he follado a una tía buena, a tu madre. ¡Qué requetebuena está!
  • De acuerdo, negro, pero, por favor, habla más bajo y sé más discreto que estamos hablando de mi madre.
  • Vale, blanquito, vale. Tienes una madre que está buenísima, ¿te lo he dicho ya? ¡Está buenísima! Pero tú ya lo sabes. Por eso querías verla desnuda, follando, con ese pedazo de culo y esas tetazas tan sabrosas, bamboleándose en cada embestida, en cada mete-saca. Ya vi que no te defraudó ya que bien que te la machacaste mientras me la follaba.

Se calló por un momento y la euforia dio paso a la preocupación.

  • Pero … ¿te ha dicho algo tu madre? ¿cómo estaba está mañana? ¿se ha enterado tu padre?
  • No te preocupes. Mi madre no ha dicho nada y dudo mucho que se lo diga a alguien. Siempre ha temido mucho al escándalo, yo creo que incluso más que a los negracas de polla gorda como tú.
  • Pero ¿estaba bien? ¿la viste con ganas de que me la vuelva a follar?
  • No la vi mal, aunque estaba más callada y apagada que de costumbre. Me da igual si tiene ganas o no de follar, porque te la vas a follar otra vez, quiera o no quiera.
  • ¡Bravo, blanquito, bravo! ¿Cuándo repetimos? ¡Vamos ahora a tu casa y me la follo al momento!
  • Tranquilo, negro, que tengo que ver cómo evoluciona en los próximos días pero ya tengo algo en mente y está muy próximo, quizá esta misma semana. Tú no te la machaques y guarda fuerzas para la próxima vez.

Los días transcurrieron sin más sobresaltos y Rosa fue poco a poco volviendo a la normalidad, dejando otra vez de utilizar la bata por las mañanas y volviendo a llevar vestidos ligeros y ajustados con minifalda para estar en casa.

Una noche, cuando su padre estaba viendo por televisión las noticias, apareció en pantalla la información deportiva, y Juan, aprovechando que su madre estaba en la cocina y no les escuchaba, propuso a su padre que podían invitar a un amigo para ver el próximo sábado el partido que echaban de su equipo favorito en televisión.

Le dijo que el pasado miércoles ya había venido su amigo a casa a ver el partido e incluso Rosa se tomó unas cervezas con ellos.

  • ¿Tu madre? Pero si no toma alcohol y no la gusta el futbol.

Exclamó incrédulo el padre.

  • Y no sabes lo mejor: Mi amigo es negro.

Continuó Juan.

  • ¿Negro? Pero si la dan terror los negros. No me lo creo. ¿Cómo lo llevó tu madre?
  • Bebiendo cervezas para coger valor.
  • ¡Ahora lo entiendo!

Y se rieron a carcajadas los dos y, cuando entró Rosa mirándoles asombrada, continuaron riéndose sin decirla nada.

Cuando se volvió a marchar la mujer, el marido le dijo a su hijo en voz baja pero sin dejar de reírse:

  • ¡Qué venga y no le decimos nada a tu madre, que quiero ver la cara que pone!
  • ¡Ya verás la cara que pone!

Pensó el hijo sin decir nada a su padre y sin dejar de reírse a carcajadas. Se reía tanto de su madre como de su padre, relamiéndose de gusto porque iba a ver otra vez cómo se follaban al culo gordo de su madre.

Cuando al día siguiente se lo dijo a Oliver, éste no cabía en sí de gozo y su enorme verga se levantó con tanta fuerza que casi se quiebra al encontrar la resistencia de la ropa que llevaba puesta, pero el negro pudo, con esfuerzo, meterse la mano por la parte superior del pantalón y liberar su verga para que apuntara majestuosa al cielo, aunque eso sí, oculta bajo la ropa.

Cuando llegó el sábado tenían ya ultimados los planes.

Estaba el partido próximo a empezar cuando Juan y su amigo llegaron a casa. Su padre estaba sentado en el sofá delante de la televisión, tomando una cerveza mientas comía patatas fritas, en el mismo sofá donde el negro había arrancado las bragas a Rosa y se la había follado por primera vez. La madre estaba en la cocina preparando la comida que iba a llevar al salón para que, en compañía de su hijo y de su marido, la comieran mientras veían el partido. Nadie la había dicho que habían invitado también a Oliver, al negro que la había violado esa misma semana.

Escucharon Rosa y su marido que su hijo les saludaba al entrar en casa.

Lo primero que hicieron Juan y Oliver fue dirigirse sin mediar palabra a la cocina donde el primero sabía que encontrarían a su madre ultimando la comida. Pillaron a la mujer de espaldas, y ésta, al girarse para saludar a su hijo, se encontró de frente no solo con su vástago sino también con el negro follador, emitiendo, entre sorprendida y aterrada, un agudo grito de terror, soltando los platos que llevaba en las manos y que cayeron al suelo con estrépito, rompiéndose en mil pedazos.

Sonriendo socarrones miraron a la asustada mujer que encogida, cruzaba los brazos sobre sus pechos, como protegiéndolos, mientras miraba aterrada a Oliver, y éste, mirándola ferozmente a los ojos, la saludó sin hacer el menor caso a los platos rotos que estaban esparcidos en el suelo:

  • Buenas noches, doña Rosa, siempre tan hermosa. Hoy también disfrutaré de su compañía.

En ese momento llegó el padre y, riéndose, miró divertido a la cara descompuesta de su mujer, y luego dirigiéndose al negro, le tendió la mano y le dio la bienvenida muy calurosa:

  • ¡Oliver! ¡Bienvenido! Ya tenía ganas de conocer al amigo de mi hijo del que tan bien he oído hablar. ¡Ven, pasa al salón, que va a comenzar el partido!

Poniéndole una mano sobre el hombro le condujo hacia el salón, seguido por su hijo, y dejando atrás la cocina con la aterrorizada Rosa y los platos rotos.

Los dos jóvenes se dieron cuenta enseguida de que el padre ya se había tomado algún lingotazo de alcohol y que no estaba del todo sobrio ya que tenía el rostro colorado, hablaba arrastrando las palabras, su caminar era más bien oscilante y sobreactuaba.

Juan temía que su padre estuviera ebrio ya que podía ser imprevisible, frecuentemente muy agresivo, y siempre la tomaba con su mujer como ya había presenciado él en más de una ocasión.

Delante del sofá y de un sillón había una pequeña mesita baja donde había varias bandejas con canapés y pinchos que había preparado la mujer para comer mientras veían el partido.

  • ¡Como si estuvieras en tu casa! ¡Siéntate aquí mismo, en el sofá, que es donde mejor se ve!

Le dijo el hombre a Oliver señalando con gestos ampulosos el mullido mueble.

Se sentaron los dos jóvenes en el sofá y el padre en su sillón. Éste, levantando la voz, le ordenó a su mujer:

  • ¡Rosi, tráenos tres cervezas bien frías!

En menos de un minuto Rosa apareció llevando una bandeja con tres latas heladas de cerveza. Su rostro estaba colorado como un tomate y no se atrevía a levantar la mirada, que tenía fija en el suelo. Estaba muy avergonzada de encontrarse en su propia casa, delante de su propia familia, de su marido y de su hijo, con el joven que se la había follado sin su consentimiento, en contra de su voluntad, ¡que la había violado!

Todas las miradas se dirigieron hacia ella, a lo buena que estaba, a lo bien que la sentaba un vestido tan prieto que resaltaba sus lujuriosas curvas, y que permitía ver que no llevaba sostén por la forma en que marcaban sus pezones bajo el vestido aunque si se marcaban sus pequeñas braguitas.

Dando la mujer la espalda a su esposo que estaba sentado en la butaca, dejó las tres cervezas sobre la pequeña mesa que estaba colocada frente al sofá ante la atenta mirada de los dos jóvenes que la miraron lujuriosos las tetas cuando se agachaba.

Antes de que se marchara, su marido que no había dejado de mirarla lascivo las nalgas, incluso agachándose y mirándola bajo la falda, la propinó un fuerte y sonoro azote en el culo que resonó en toda la sala, provocando un gritito asustado de Rosa, que se no se lo esperaba, así como las risas de los dos jóvenes.

Avergonzada la mujer se marchó casi corriendo del salón, seguido de las carcajadas de los tres machos.

En la cocina no pudo reprimir las lágrimas mientras se disponía a recoger del suelo los platos que se le habían caído.

Empezaron los tres hombres a beber y a comer, observando y comentando animadamente el partido, sin esperar a la madre, pero enseguida Oliver, levantándose del sofá, dijo que iba un momento al baño y, saliendo del salón, se encaminó, aminorando el ruido de sus pasos, por el pasillo, no hacia el cuarto de baño como había dicho, sino a la cocina donde estaba Rosa.

Si el volumen de la televisión estaba ya alto cuando se sentaron, ahora que el negro se iba buscando a la mujer, Juan subió todavía más el volumen, haciendo que atronara todo el salón, impidiendo escuchar cualquier ruido ajeno al propio partido.

El joven se encontró a Rosa de espaldas a la puerta, inclinada hacia delante y recogiendo del suelo los escasos restos que quedaban de los platos rotos.

Al inclinarse hacia delante la faldita del vestido se le había subido, dejando al descubierto las finas braguitas blancas que cubrían su hermoso culo respingón.

Como la mujer no había escuchado los pasos, no se percató que estaba siendo detenidamente observado su prieto culo y la parte posterior de sus macizos muslos.

Iba ya a incorporarse cuando rápidamente el negro la levantó por detrás la falda y la bajó las bragas hasta los tobillos, sin darla tiempo a reaccionar.

Empujada hacia delante, la llevó hacia los armarios de la cocina, dejando las bragas y las zapatillas atrás en el camino, y cuando la apoyó sobre uno de los armarios, la bajó inmediatamente los tirantes del vestido y el mismo vestido, dejándola desnuda de cintura para arriba y aprisionándola los brazos con la prenda que estaba enrollada a su cintura.

Apoyando Oliver su pecho sobre la espalda de la mujer, la impidió moverse mientras se bajaba en un instante el pantalón y el calzoncillo, dejando al descubierto su gigantesca verga negra.

Apretando su erecto miembro sobre el culo macizo de Rosa, la cogió con sus manos las tetas, apretándola los hinchados pezones, y la susurró amenazante al oído:

  • ¡Qué buena está usted, doña Rosa! Ya la dije que hoy disfrutaría de su compañía..

Dicho esto, sin dejar que reaccionara, tiró de ella hacia un armario bajo que estaba al lado y la colocó inclinada hacia delante, bocabajo, con sus pechos sobre la parte superior del mueble y apoyados en el suelo la punta de los dedos de sus pies.

Sujetándola por la espalda con uno de sus brazos para que no se moviera, tanteó con los dedos de la otra mano en la entrepierna de la mujer, buscando el acceso a su vagina y, cuando lo encontró, hacia allí dirigió su erecto cipote, penetrándola poco a poco hasta que se lo metió entero, escuchándola solamente gemir y resoplar mientras la penetraba.

Una vez metida la totalidad de la verga, Oliver se quedó quieto, observando que la mujer no se resistía, que no se veía nadie en la puerta de la cocina y que no se escuchaba que se acercara nadie, la sujetó por las caderas desnudas y empezó a follársela, despacio, sin prisas, disfrutando del polvo que la estaba echando.

Mientras se la follaba, Rosa, con el vestido recogido totalmente en la cintura, estaba prácticamente desnuda, haciendo equilibrios sobre la punta de sus dedos y sin dejar de apoyar sus tetas en la parte superior del armarito.

Oliver fue poco a poco aumentando el ritmo del folleteo, haciendo que las tetas de la mujer se restregaran insistentemente sobre la superficie del armarito, incrementando poco a poco también la excitación de ella.

El sonido atronador del televisor apagaba cualquier otro ruido por lo que el negro, cada vez más seguro, resoplaba sin miedo mientras la azotaba una y otra vez las nalgas desnudas y se la follaba. Rosa, ya entregada y sin poder evitarlo, pasó de gemir y suspirar a emitir grititos cada vez más altos de placer.

No tardó mucho más el negro en alcanzar el orgasmo y, aminorando el ritmo hasta detenerse, llenó con su esperma el coño de la mujer.

Disfrutando del polvo, Oliver estuvo más de un minuto con su cipote dentro, y, al sacarlo, soltó a Rosa que, al sentirse libre, se dejó caer, sentándose exhausta en el suelo.

Una vez el joven se colocó su ropa, echó una última mirada a la mujer desde arriba, y, cogiendo del suelo las bragas de ella, se las metió en el bolsillo y salió tranquilamente de la cocina, encaminándose hacia el salón donde padre e hijo continuaban delante del televisor.

En el salón los dos amigos se miraron cómplices, sonriendo. Sentándose el negro al lado de Juan en el sofá, mediante unas señales convenidas le indicó que la había quitado las bragas, la había sobado las tetas y el culo y se la había follado.

¡A Juan la polla le palpitó de placer a enterarse! ¡Qué morbo, lo había hecho con su madre, con su propia madre! Pero había un pero, algo no había salido del todo bien, y era que no había podido contemplarlo como era su mayor anhelo, pero se contentaba ahora de que su amigo la hubiera desnudado, sobado y follado.

Al ver el padre cómo entraba Oliver al salón, se dio cuenta que ya habían agotado sus cervezas y gritó a su mujer:

  • ¡Rosi, trae más cervezas heladas, Rosiiiii!

Era evidente que el hombre estaba muy ebrio pero no solamente pedía ahora más alcohol, sino que se había dado cuenta de lo mucho que había tardado el negro en volver del baño al que supuestamente había ido y que durante todo ese tiempo no había visto a su mujer. Muy celoso, temía que el negro se la hubiera beneficiado y por eso la llamaba, para que, al verla, confirmara o no sus dudas.

Como tardaba en venir, cada poco tiempo la volvía a reclamar, cada vez más irritado.

  • ¡Rosi, que traigas cervezas heladas, Rosiiiiiiiii!
  • ¡Rosi! ¿Estás sorda? ¡Que se va a acabar el partido y todavía no las has traído! Pero ¿qué coño te pasa que no las traes?
  • ¡Rosi! ¡Te estás ganando unos buenos azotes!
  • ¡Culo gordo! ¡Cómo no las traigas ya, ahora mismo, te juro por lo más sagrado que, aquí mismo sobre mis rodillas y delante de tu hijo y de su amigo, te voy a arrancar las bragas y a dar los azotes más fuertes que haya recibido tu gordo culo en toda tu puta vida!

Nada más escucharle la polla de los dos jóvenes cobró vida y, erecta, apuntó al techo como si fuera una enorme serpiente hambrienta del culo de Rosa. La fantasía de ambos volaba excitada imaginando que el hombre cumpliera su juramento.

Sin poder contener la risa, los dos se cruzaban la mirada lascivos, y el hombre, dándose cuenta de la excitación que les provocaba su esposa, les preguntó retador, sonriendo ferozmente:

  • ¿Qué creéis, que no voy a hacerlo? Vosotros no sabéis quien soy.

En ese momento apareció Rosa apresurada por la puerta del salón, portando en la misma bandeja de antes otras tres latas de cerveza.

Se había colocado el vestido y el cabello apresuradamente, de la mejor forma posible, pero era evidente que algo la había sucedido en la cocina, algo que la había turbado extraordinariamente. Pero era su rostro lo que mejor mostraba la gran turbación que sentía. Lo tenía colorado, con los ojos rojos y brillantes de haber llorado y sus labios apretados, conteniendo a duras penas un sollozo.

Su marido, nada más verla confirmó sus sospechas, y, obsesionado con demostrar a los dos jóvenes lo macho que era, se fijó en el culo de su esposa y, agarrándola por un brazo, tiró de ella y la tumbó bocabajo sobre sus rodillas.

¡El corazón le dio un vuelco a los dos jóvenes! ¡El hombre iba a darse cuenta que su mujer no llevaba ahora bragas! Y si antes las llevaba, como todos habían notado, y ahora no las llevaba ¿qué había pasado para que las perdiera? En ese caso el hombre pensaría que el amigo de su hijo, el negro de los cojones, con la excusa de ir al baño, se las había quitado y… qué más. ¿Se la habría follado, se habría follado a su mujercita culo gordo?

Chilló la mujer cuando su marido la puso sobre sus rodillas, pateando en el aire, y perdiendo una zapatilla. Más chilló y pateó en el aire cuando su marido empezó a azotarla fuertemente las nalgas con la mano abierta.

Los dos amigos eran ahora los que estaban asustados, y, en tensión, se miraban uno a otro sin saber qué hacer, pero respiraron aliviados cuando el hombre, sobreexcitado, la levantó la falda para seguir azotándola ahora directamente en el culo, pero … ¡Rosa llevaba bragas, las llevaba puestas! ¡Se había puesto unas nuevas antes de llevar las cervezas! Tampoco ella quería que su marido se enterara que la acababan de quitar las bragas y de follársela. ¡Ella era la que menos lo quería!

El miedo dio paso de nuevo a la lujuria, y los dos amigos, aliviados, empezaron a reírse a carcajadas mientras el hombre propinaba una buena azotaina al culo de Rosa. Se callaron expectantes un momento al ver cómo el hombre tiraba de las bragas de su mujer, y se las bajaba, dejándola con el culo encarnado al descubierto.

  • ¡Ay, ay, no, Dioni, no, por favor, no!

Chillaba histérica la mujer, llorando por la vergüenza de verse azotada y con las bragas bajadas hasta las rodillas delante de su hijo y de su amigo, enseñando impúdicamente sus vergüenzas, pero la cosa no quedó ahí ya que el hombre, tirando de las bragas, se las quitó con una mano mientras la sujetaba con la otra.

Al quitarla las bragas, logró la mujer escurrirse al suelo, soltándose de su marido, aunque su falda la tenía subida hasta la cintura, enseñando también su vulva y culo desnudos a los dos lascivos jóvenes de vergas hinchadas. También varios de los botones de la pechara del vestido se habían soltado, dejando al descubierto las dos blancas y erguidas tetas. Se incorporó Rosa rápido del suelo y, esquivando los brazos de su celoso esposo que quería atraparla otra vez, corrió descalza y con la falda subida hasta la cintura, por el pasillo hasta su dormitorio donde cerró la puerta.

Juan, temiendo que su madre hiciera algo que no debía, fue tras ella aunque su padre le gritó:

  • ¡Déjala, coño, que aprenda a obedecerme! ¡Y si tarda en satisfacer los deseos de su hombre, ya sabe lo que la espera: la quitaré las bragas y la daré unos buenos azotes en ese culo gordo que tiene!

Abrió el joven la puerta del dormitorio, encontrando a su madre tumbada bocabajo en la cama, llorando desconsolada sobre la almohada, con la falda subida hasta la cintura, mostrando sus hermosas nalgas ahora desnudas y coloradas, así como estiradas sus torneadas piernas desnudas.

Al cerrar la puerta a sus espaldas, se giró Rosa un momento aterrada para ver quien había entrado y, al ver que era su hijo, se cubrió rápido el culo con la sábana y continuó llorando sobre la almohada.

Sin dejar de mirarla las piernas desnudas y el bulto que provocaban sus glúteos bajo la sábana, se acercó Juan a la cama y, sentándose al lado de su madre, la dijo dulcemente para consolarla:

  • No llores, mamá, ya sabes cómo se pone en cuanto bebe un poco, pero, en cuanto se le pasa, es tan encantador como siempre y te quiere mucho, te ama. Es como si tuviera dos personalidades, una de marido y padre ejemplar y cariñoso y otra … que quieres que te cuente que no sepas.

Pero ella no decía nada, solo lloraba desconsolada.

Se atrevió Juan a meter su mano bajo la sábana y tocarla el culo, haciendo que dejara por un segundo de llorar. Y cuando la mujer reanudó su llanto, el joven, aliviado de que no se resistiera, empezó a acariciarla suavemente las nalgas y la preguntó en voz baja:

  • ¿Te duele mucho, mamá? ¿Quieres que te extienda crema para aliviarte?

La preguntaba realmente si quería que la echara un polvo para aliviarla la sensación de vergüenza que tenía dentro.

Como ella no respondía y seguía llorando, Juan continuó sobándola las nalgas y, a los pocos segundos, retiró la sábana sin dejar de sobárselas, descubriendo su desnudez, y reanudó los masajes.

Poco a poco fue la mujer aminorando su llanto, hasta que se calló. Entonces se giró hacia su hijo para decirle algo y él, abrazándola y besándola en los labios, la hizo callarse e incorporarse, sentándose a su lado en la cama, fundiéndose ambos en un abrazo que cambió de tierno a apasionado. La besó Juan primero en una mejilla, luego en la boca, un beso, otro, cada vez más apasionado, y su madre, reacia al principio, le devolvía tímida los besos. Poco a poco se fueron besando cada vez más apasionados en la boca, entrelazando sus lenguas, intercambiando fluidos con los ojos cerrados, disfrutando del momento como si fuera a acabarse el mundo. Besándose, el joven la tumbó bocarriba en la cama y tumbado sobre ella, continuaron besándose. Las manos de Juan recorrieron los pechos de su madre, sobándolos a través de la ropa, manoseándolos, frotando insistentemente sus pezones. La boca del joven fue de la boca de Rosa a las tetas de ésta, besándolas, mordisqueándolos a través de la fina tela del vestido, mientras la escuchaba gemir y suspirar de placer. Soltándola uno a uno los botones del vestido ahora eran los labios, la lengua y las manos de Juan los que acariciaban y sobaban directamente las tetas de su madre, excitándola. Una vez desabotonó todos los botones, abrió el vestido, descubriendo el cuerpo desnudo de Rosa, y los labios y la lengua del joven recorrieron suave y lentamente, de arriba a abajo, el cuerpo de ella, de sus pezones y tetas bajando por su vientre, por su ombligo, por su bajo vientre hasta su vulva apenas cubierta por una fina franja de vello púbico, que besó apasionadamente, deslizando delicadamente la punta de su lengua por los labios vaginales hasta que se abrieron, como una flor a punto de ser fecundada, mostrando el congestionado clítoris y la entrada dilatada a su vagina. Se concentró con su lengua y con sus labios en el clítoris, hinchado de tanta excitación, estimulándolo lentamente, despacio para darla mayor placer, mientras su dedos acariciaban el acceso a la vagina, entrando y saliendo, acariciándolo, como si fuera su verga la que entrara y saliera, follándosela.

Rosa, sin dejar de gemir y suspirar, se dejaba masturbar, tumbada bocarriba sobre la cama, con los ojos semicerrados y con su lengua sonrosada jugueteando entre sus brillantes y carnosos labios. Solamente se agitaba suavemente del placer que sentía mientras su hijo, entre sus piernas, se esmeraba en ponerla a punto para ser follada.

Antes de que se corriera, Juan dejó de estimularla, pensando que así estaría más receptiva para ser penetrada, pero Rosa, al sentir que dejaba de masturbarla y algo mayor que unos dedos intentaba penetrarla, abrió los ojos y observó a su hijo, inclinado sobre ella e intentando follársela.

Algo en su interior la avisó ahora que eso no estaba bien, que no debía follar con su descendencia, y, alarmada, retuvo con sus brazos a Juan y se cerró de piernas, escondiendo su vulva.

Le pilló al joven por sorpresa y no reaccionó. No se lo esperaba y la daba ya por follada.

Incorporándose rápido de la cama, la mujer vio el rostro pesaroso de su hijo, de su único hijo, de su querido hijo que siempre había venido a confortarla en los momentos de apuro, y se compadeció de él.

¡No podía dejarle así, tan triste y con una erección de caballo!

Así que dejó caer su vestido al suelo y, subiéndose otra vez a la cama, pero esta vez de pies, empujó con el pie suavemente en el pecho del ahora sorprendido joven, haciendo que se tumbara bocarriba.

Si iba a hacerlo con él no quería que la mirara a la cara, no quería que se vieran el rostro radiante de lujuria, por lo que, dándole la espalda, se puso de rodillas a horcajadas sobre él y, cogiendo con su mano el pene erecto de Juan, se lo metió en la vagina, comenzando a cabalgarle.

Sabía también Rosa lo mucho que gustaba su culo a los hombres y su hijo no era una excepción, ya que muchas veces le había pillado observándoselo e incluso más de una vez la daba algún azotito en las nalgas, por lo que encontró la mujer otro motivo para follárselo mostrándole sus macizas nalgas desnudas. ¡Le dejaría correrse mirándola el culo!

Despacio al principio, arriba y abajo, arriba y abajo, adelante y atrás, adelante y atrás, balanceándose suavemente, columpiándose sobre la polla erecta del joven, sintiendo cómo ésta crecía y crecía, hinchándose, frotándose reiteradamente por el interior de su sexo. Mientras Rosa se bamboleaba con el cipote de Juan dentro, éste observaba maravillado los glúteos perfectos de su madre y cómo se contraían en cada movimiento, y cómo su polla entraba y salía de cada vez más empapado sexo de la mujer.

Los suspiros y gemidos de ambos acompañaban los rítmicos balanceos del folleteo y, cuando éste fue poco a poco incrementando su ritmo, aquellos hicieron lo propio, hasta que, sintiendo el joven que se iba, sujetó las caderas de su madre, corriéndose dentro, mientras ahora no gemía sino chillaba de placer.

Mientras que Juan y su madre follaban en el dormitorio, Dioni (que así se llamaba el marido de Rosa y padre de Juan) y Oliver continuaban sentados delante del televisor, haciendo como si estuvieran viendo el partido, pero la imaginación de ambos estaba en otro sitio, en el dormitorio conyugal y entre las piernas de la mujer.

El padre estaba cada vez más celoso, no solo porque estaba seguro de que el amigo de su hijo, ¡el puto negro joputa!, se había beneficiado a su mujercita sino porque ahora su hijo es muy posible que estuviera haciendo lo mismo.

Furibundo iba arrojar algo contundente contra la cabeza de Oliver cuando se dio cuenta que eran las bragas de su mujer las que tenía en la mano, y no se le ocurrió otra idea que chistar a Oliver y, cuando éste le miró, le arrojó las bragas, diciéndole:

  • Te las regaló. Te regalo las bragas de mi mujer.

Oliver las cogió sorprendido y se limitó a sonreír al hombre sin saber muy bien qué decirle.

A los pocos minutos el hombre le preguntó a bocajarro:

  • ¿A qué está buena?
  • Perdón.

Respondió Oliver, mirándole sorprendido.

  • ¿A qué está buena mi mujer? ¿A que tiene un culo para echarla un buen polvo?

Volvió a preguntar Dioni y Oliver, pensando que era una pregunta trampa, se limitó a mirarle sin atreverse a decir nada.

  • ¿Te gustaría follarte a mi mujer?

Tímidamente respondió el joven, intentando encontrar una respuesta que no irritara más a su interlocutor.

  • Si usted me deja sí, sí que me gustaría.

Estiró el brazo el hombre y Oliver, temiendo que le fuera a pegar una ostia, se echó hacia atrás, cubriéndose la cabeza con los brazos, pero Dioni se militó a coger el mando a distancia de la televisión que estaba sobre el sofá y quitar el volumen.

El ruido ensordecedor que emitía el aparato fue sustituido por unos gemidos y chillidos que salían de otra habitación, del dormitorio donde estaban Rosa y su hijo. ¡Estaban follando!

Se quedaron Dioni y Oliver en silencio, escuchando cómo follaban, pero mientras el rostro de Dioni expresaba una enorme ira, él de Oliver era de terror. ¡Ostías le han pillado, nos han pillado, follándonos a la mujer de este cornudo!

De pronto el hombre se levantó el hombre del sillón y le ordenó a Oliver con voz autoritaria:

  • ¡Ven!

Y se encaminaron los dos por el pasillo camino del dormitorio, el hombre delante y el joven, mitad cachondo y mitad acojonado, detrás. Cuanto más se acercaban al dormitorio, más se escuchaban los suspiros, gemidos y chillidos de placer, así como el ruido de la cama provocado por el folleteo.

Se detuvo Dioni delante de la puerta cerrada, con Oliver detrás, y escucharon en silencio los lúbricos sonidos del polvazo que estaban echando. Estaban tan concentrados follando que no se habían dado cuenta de que el volumen del televisor se había eliminado.

Un chillido masculino más alto y prolongado indicó al hombre que su hijo se había corrido, y fue en ese momento, cuando Dioni abrió la puerta del dormitorio y pilló a los dos amantes.

Frente a la puerta recién abierta estaba Rosa completamente desnuda con las tetas apuntando hacia su marido, colocada de rodillas sobre la cadera de su hijo y con la polla de éste todavía dentro de su vagina, derramando abundante esperma.

Juan estaba también totalmente desnudo, y medio tumbado bocarriba sobre la cama, con su madre encima pero ajeno a este mundo, gozando del orgasmo estratosférico que acababa de tener.

Se quedó quieto Dioni bajo el marco de la puerta recién abierta, observando detenidamente a su mujer y a su hijo desnudos y recién follados. Detrás del hombre estaba Oliver, mirando asombrado con los ojos muy abiertos y la verga bien tiesa y gorda.

Tardó unos segundos Rosa en darse cuenta de la presencia de su esposo y, cuando lo vio, chilló aterrada, se echó rápida hacia atrás, huyendo, y, reculando, chocó con su culo en la cabeza de su hijo que no se lo esperaba, permaneciendo unos instantes el rostro de Juan entre las nalgas de su madre.

Bajándose de la cara de su hijo, se sentó a su lado, apoyando la espalda en la cabecera de la cama y cogió al momento la sábana que estaba sobre la cama y se cubrió no solo su cuerpo sino también el de su hijo, dejando solo la cabeza de ambos al descubierto.

Fue entonces cuando Juan, bajando de su nube de placer, se dio cuenta de la situación, que su padre le había pillado follando con su madre, y a punto estuvo de cagarse de miedo allí mismo.

Dando un par rápido de zancadas se acercó Dioni a la cama y, dando un violento tirón a la sábana, la retiró, dejando al descubierto a los dos amantes completamente desnudos, aterrados y abochornados, cubriéndose ambos la cabeza con los brazos temiendo que el hombre les golpeara furioso, pero éste, recorriendo con su mirada el cuerpo de ambos, se fijó en el coño de su mujer que goteaba abundante esperma de sus separados labios vaginales, y la gritó:

  • ¡Puta, eres una puta que te acuestas con todos cuando tienes oportunidad! ¡Hasta con tu propio hijo, puta!

Rosa, cubriéndose avergonzada con una mano la entrepierna y con el otro brazo los pechos, ni se atrevió a rechistar, tan asustada y avergonzada como estaba.

Juan, dándose cuenta de que su padre cargaba como siempre toda su ira contra su madre, se incorporó rápido de la cama, levantándose ante la indiferencia de Dioni que solo tenía en mente a Rosa, ¡a una Rosa a la que había pillado completamente desnuda y follando, poniéndole los cuernos la muy puta!

Aun así el hijo, alejándose de la cama y, cogiendo del suelo su ropa, se excusó con voz llorosa:

  • Ha sido ella, papá, te lo juro, ha sido ella la que me ha obligado. Yo no quería, yo solo quería ayudar, pero ella se me tiró encima como una loba en celo.

Pero su padre ni le escuchaba y, sin dejar de mirar a su esposa, gozando de la vista del hermoso cuerpo desnudo, la dijo en voz alta:

  • ¡Si querías polla, puta, la vas a tener y en abundancia!

Y dirigiéndose a Oliver le dijo con voz autoritaria:

  • ¿A qué esperas, negro? ¡Desnúdate y fóllatela!

Fue decirlo y ya estaba Oliver totalmente desnudo y con un empalme de caballo. Se detuvo un instante por si había algún cambio de planes, pero el hombre le animó con potente vozarrón:

  • ¡Venga, negro, fóllatela, coño, fóllatela!

Y el negro, sin esperar más, se lanzó a la cama en pos de su presa.

Rosa que se había quedado paralizada de terror y vergüenza, sin saber ni qué hacer ni qué decir, observó aún más asustada al negro totalmente desnudo y se fijó asombrada en su enorme verga que, apuntando tiesa al techo, semejaba una enorme serpiente.

No reaccionó la mujer hasta que el negro se tiró encima de ella, tumbándola bocarriba sobre la cama y colocándose entre sus piernas abiertas. La cogió por las muñecas, apartándolas del cuerpo de ella, y dejándola desprotegidas las tetas y el coño.

Rosa, moviéndose sin parar, se resistía desesperadamente mientras chillaba:

  • ¡No, no, por favor, no!

No quería que su marido y su hijo vieran cómo la violaba, pero el negro era mucho más fuerte y logró colocar los dos brazos de la mujer sobre el colchón, a lo largo del cuerpo de ella, apuntando hacia la cabecera de la cama. Sujetándola las dos muñecas, se tumbó bocabajo sobre ella, restregando su cipote erecto por la entrepierna de la mujer, intentando encontrar la entrada de la vagina de la mujer, donde entró sin encontrar resistencia, hasta el fondo.

Al sentirse penetrada, Rosa se calló y contuvo la respiración, para soltar de golpe todo el aire en un largo y agudo chillido de desesperación, cuando el negro empezó a cabalgar furioso sobre ella, follándosela.

Prácticamente todo el cuerpo de Rosa permanecía escondido bajo el negro y fibroso cuerpo de Oliver cuyos musculosos glúteos subían y bajaban mientras la cabalgaba. Solamente padre e hijo veían de la mujer sus blancas piernas abiertas de par en par al ser follada.

Únicamente se escuchaban los chillidos y gemidos apagados de la mujer, los resoplidos del negro y el ruido de la cama al chocar una y otra vez contra la pared.

Desde uno de los laterales de la cama Dioni no se perdía detalle del polvo que estaban echando a su mujer, mientras que, desde el otro lateral, era su hijo el que también disfrutaba viéndolo. Seguía Juan desnudo ya que no le había dado tiempo a vestirse, pero ni se acordaba de que lo estaba, sino que solo gozaba mirando cómo se follaban a su madre, aunque un sabor muy amargo teñía su ánimo. Después de haber disfrutado de los encantos de su madre, estaba muy celoso de que su amigo ahora se la estuviera follando. La consideraba ahora como muy suya y no quería compartirla con nadie.

Deteniéndose Oliver un momento en su folleteo, susurró al oído de la mujer:

  • ¡Qué coño más sabroso tienes, doña Rosa! ¡Cómo gozó follándotelo!

Y reanudó su cabalgada frenética.

Dioni, al ver cómo el negro la susurraba algo al oído, incrementó sus celos, y, a punto estuvo de golpearlo, pero reteniéndose, le gritó rabioso a Oliver:

  • ¡Apártate, jodido negro, que yo la acabo!

Pero cómo el joven continuaba follándosela, sin apartarse, el hombre, temiendo que no pudiera enfrentarse físicamente al negro, se apaciguo al momento y ahora le suplicó con voz lastimera:

  • ¡Es mi mujer! Déjame que al menos pueda verla mientras te la follas.

Ahora si le escuchó Oliver y, deteniéndose en su balanceo, se incorporó rápido de la cama, sacando su cipote erecto del coño de Rosa. Agarrándola por los muslos, la arrastró hasta el borde del colchón, sin darla tiempo a reaccionar, volviéndola a penetrar nuevamente, de forma que ahora se impulsaba en su folleteo con las piernas, teniendo una sobre el suelo y la otra doblada sobre el colchón.

Al tener la mujer los brazos libres, intentó agredir con sus manos a Oliver, pero su marido, poniéndose de rodillas sobre la cama, la sujetó por las muñecas, al tiempo que, a voces, pidió ayuda a su hijo:

  • ¡Ostias, Juan, no te quedes quieto, hijoputa, y cógela por las muñecas!

Al escuchar Juan la orden de su padre, reaccionó raudo y, dejando caer su ropa, se puso también de rodillas sobre la cama, sujetando también los brazos de su madre.

Entre padre e hijo pudieron reducir a la mujer, sujetando sus brazos sobre el colchón, mientras el negro reanudaba su mete-saca.

Rosa, viendo que no solo no podía evitar que la violara un negro sino que su familia participaba activamente para que lo hiciera, se puso a llorar amargamente, cerrando los ojos para no verlo, pero enseguida los llantos se convirtieron en suspiros, gemidos y chillidos de placer.

En contra de la voluntad de la mujer, su cuerpo se rebelaba y gozaba cada vez más del polvo que la estaban echando.

En cada violenta embestida del negro, las enormes tetas de Rosa se bamboleaban desordenadas ante la excitante mirada de los tres machos.

Una de las manos de Dioni fue a una de las tetas de la mujer, sobándosela, pero su hijo, siguiendo el ejemplo de su padre, no solo la sobó la otra teta, sino que, agachándose, la beso y lamió con ansia el cada vez más congestionado pezón, incrementando la excitación de Rosa que abrió de pronto los ojos, mirando asombrada cómo su vástago la devoraba hambriento el pecho.

Fue el pistoletazo de salida para que la mujer alcanzara un nuevo clímax, y, al sentir que se corría, no pudo resistirse y se puso a chillar con todas sus fuerzas ante el asombro de los tres machos.

No por ello, desconcentró a Oliver que casi al mismo tiempo tuvo su segundo orgasmo, deteniendo su balanceo, y llenando por segunda vez la vagina de la mujer.

Un gran silencio reinó en el dormitorio durante casi un minuto y, cuando Oliver, sacó su verga del coño empapado de Rosa, los dos jóvenes se retiraron de la cama, dejando solo a Rosa sobre ella con su marido de pies al lado, mirándola con la contenida furia.

La mujer lentamente se puso de lado sobre la cama, dando la espalda a su marido, y doblando sus rodillas, las llevó hacia su pecho como si quisiera protegerlo.

Mientras tanto los dos jóvenes se vistieron en silencio. Ahora que se habían saciado una enorme sensación de culpa les inundó por lo que habían hecho.

Abrió Oliver la puerta y se dispuso a salir de la habitación, acompañado de su ahora apesadumbrado amigo, pero antes de que lo hicieran, Dioni les dijo:

  • ¿A dónde vais, chavales? ¿No queréis una cerveza bien fría?

Deteniéndose los dos jóvenes, miraron al hombre asombrados, y éste, mirando al culo de Rosa, la ordenó:

  • ¡Rosi, mueve ese culo gordo que tienes y tráenos tres cervezas bien frías que estamos muy sedientos de haberte follado!

Como la mujer no se movía, Dioni la increpó de nuevo:

  • Te doy diez segundos para que nos las traigas. Si en ese plazo no las has traído te voy a dar la azotaina más grande tu vida en ese culo gordo que tienes.

 Y empezó a contar … uno … dos … tres …, al tiempo que se soltaba el cinturón y se lo quitaba del pantalón.

Salió Rosa de su letargo y se incorporó de la cama, cubriéndose ridículamente con sus brazos la entrepierna y los pezones. A pesar de que hacía unos pocos minutos se la habían follado delante de todos, tenía todavía la vergüenza de que la vieran desnuda.

Se encaminó, sin dejar de mirar avergonzada al suelo, hacia la puerta del dormitorio, donde la observaban los dos jóvenes, pero a un ritmo tan lento que no había dado ni dos pasos cuando su marido, finalizando la cuenta de diez, la dio un sonoro latigazo con su cinturón en una de sus nalgas que ocasionó que la mujer emitiera un agudo chillido de dolor al tiempo que brincaba hacia delante.

  • ¡Zaaaaaasssss!

Cubriéndose con una mano la nalga herida, descubrió su vulva recién follada y se fue corriendo hacia su hijo intentando refugiarse de los latigazos de su marido, pero otro correazo la dio de pleno en la otra nalga, provocando otro chillido de dolor, y que, a continuación, echara a correr por el pasillo.

La mirada de los tres machos se clavó en los glúteos macizos de la mujer y cómo los movía al correr, hasta que desapareció en la cocina.

Aunque, tanto Juan como Oliver, temían que la mujer pudiera coger un cuchillo y se agrediera o atacar con él a alguien, ninguno se atrevió a seguirla.

Solo Dioni caminó deprisa hacia la cocina, insuflando de valor a los dos jóvenes que le siguieron detrás.

Escucharon cómo Rosa abría la nevera y, cuando llegaron a la cocina, observaron a la mujer que les ofrecía en una bandeja las tres latas de cerveza solicitadas.

Intentaba Rosa sonreír para evitar que su marido la volviera a azotar, pero solamente un rictus triste cruzaba patéticamente su rostro.

Fue Dioni el que, sonriendo satisfecho al rostro de su mujer, cogió dos de las latas y, girándose hacia los dos jóvenes, se las dio y que ellos cogieron aprensivos. Luego cogió la suya y dirigiéndose de nuevo a Juan y a Oliver, les dijo:

  • Y ahora, chavales, que mi mujer ha aprendido quién manda en esta casa vamos a ver cómo va el partido.

Y se encaminó hacia el salón, como si no hubiera sucedido nada, seguido por los dos temerosos jóvenes.

Mientras el partido continuaba y los tres machos lo contemplaban delante del televisor, Rosa se dio una buena ducha y se fue a la cama sin despedirse.

Aquella noche, una vez el negro se marchara a su casa y todos se acostaran, más de un polvo la echaron a la pobre Rosa y esta vez fue su marido el que se aprovechó de su derecho conyugal y ella no pudo esta vez resistirse.

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