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Yo me follo a tu madre y tú te follas a la mía

en Amor filial

(CONTINUACIÓN DE “LA PUTA Y EL GILIPOLLAS”)

Volviendo del instituto caminaba Pablo por la calle camino de su casa cuando un joven se le acercó y le dijo con una media sonrisa:

  • Hola, soy Juan.
  • ¡Ah! Hola.

Le respondió sin saber quién era ni de qué podía conocerle.

Era de una edad parecida a la de Pablo, un par de centímetros más alto, algo más robusto y con el cabello de color castaño un poco más oscuro.

  • Eres el hijo de Marga, ¿verdad?, de Marga Mazas.

Afirmó, más que preguntó, al ver que no era reconocido.

  • Sí, sí, soy yo. ¿La ha pasado algo? ¡Está bien?

Le respondió Pablo asustado, mirándole sin reconocerle.

  • No te preocupes, no la ha pasado bien. Por lo que yo se, tu madre está bien, pero que muy bien.

Le respondió y Pablo, aliviado, esperó que le dijera qué quería.

  • Soy el hijo de Rosa.

Le dijo sin dejar de dedicarle su media sonrisa.

  • Perdona, pero … en este momento no caigo quién eres.
  • No me extraña.

Se detuvo, mirándole a los ojos, para continuar lentamente explicándome.

  • Nos conocimos en aquella fiesta en la que estaba tu madre y la mía. Ellas servían copas y canapés.

En ese momento se le encendió una luz a Pablo. Pegó un pequeño brinco sobresaltado. Sabía de qué fiesta se trataba, pero dudaba si se refería a otra por lo que dejó que continuara.

  • Era una extraña fiesta en la que todos tenían el rostro cubierto. También tú y yo, y nuestras madres. Nosotros llevábamos una máscara blanca inexpresiva y como ropa una única túnica que nos cubría el cuerpo. Ellas llevaban un antifaz, un tanga microscópico y unos zapatos de tacón.

Sí, era esa fiesta a la que se refería, aquella en la que se follaron y sodomizaron a la madre de Pablo delante de todo el mundo y lo hicieron muchas veces, así como a la otra mujer que estaba con ella sirviendo cuyo nombre recordaba que era Rosa.

Al verle tan perplejo y concentrado, Juan le dijo:

  • Si quieres hablamos un momento.

Le miró Pablo, sin decir nada y sin saber qué decir ni qué hacer.

  • Será un momento. Y hablamos. Por favor.

Dudó, no sabía qué quería ni qué buscaba. Por un momento pensó marcharse, alejarse de él, huir, pero había algo en él que le daba confianza, así que asintió y le siguió a un parque próximo donde se sentaron en un banco apartado donde no había nadie alrededor.

Nada más sentarse, miraron alrededor por si alguien les podía escuchar o había alguien conocido, pero, al no encontrar a nadie que cumpliera estos requisitos, se miraron y Juan le dijo muy sereno, sin levantar la voz y pausadamente:

  • Siento si te he asustado o molestado. No ha sido nunca mi intención, pero no sabía cómo dirigirme a ti. Y he pensado que esta era la forma más natural de hacerlo.

Se detuvo mirándole, y cómo Pablo, expectante, no decía nada, continuó en el mismo tono.

  • Supongo que sabes ahora quién soy y a qué fiesta me refiero. ¿Me equivoco?

No se atrevió Pablo a responder, así que le preguntó muy serio.

  • ¿Qué quieres?
  • Antes de nada, quería preguntarte por ti y por tu madre, si estás bien y recuperados de aquella fiesta.
  • ¿Por qué me lo preguntas? Más bien tendrías que decirme si tú y tu madre estáis bien.

No se fiaba del todo y no quería confirmar la existencia de esa fiesta y que su madre y él mismo fuera a ella. Se temía una trampa.

  • No te fías de mí y lo comprendo, yo tampoco lo haría si estuviera en tu lugar.

Y se levantó el polo por delante, enseñándole el vientre y el pecho.

  • Ves, no llevo micrófonos ocultos.

Bajándose el polo, se inclinó hacia delante, subiéndose las dos perneras del pantalón y enseñándole sus gemelos.

  • Aquí tampoco los llevo.

Y se levantó de la silla para soltarse el pantalón, pero antes de que lo hiciera y atrajéra la atención de todos, le retuvo Pablo diciéndole:

  • Vale, vale, de acuerdo. No estás grabando nuestra conversación. Siéntate, por favor. No llamemos la atención.

Se sentó, mirándole tranquilo, y Pablo respondió a la pregunta que Juan le había formulado anteriormente.

  • Mi madre y yo estamos bien. Estuvo unos diez días ingresada en un hospital pero ya se ha recuperado, al menos físicamente.
  • Mi madre también estuvo ingresada y la dieron puntos en su vagina y en su ano, los tenía desgarrados.

Le respondió sin dejar de mirarle.

Le escuchó Pablo con una sensación de desagrado al darle esos detalles tan escabrosos.

  • Recuerdo que, cuando logré salir de la casa, te estaba sodomizando.

Le comentó Pablo lo que había visto antes de salir de la casa.

  • Sí, así es. Y a mí también tuvieron que dar puntos. Fue “brutalmente” desagradable y muy degradante. ¿Tú te libraste?
  • Sí, así es, digamos que me rescataron pero no a mi madre.
  • Tu madre no se salvó ni la mía. Pero ¿ahora cómo está? ¿sabes si ya puede hacerlo?
  • ¿Hacer qué? ¿Follar? ¿Me preguntas si puede follar? Si es así, no lo sé, supongo que sí, pero no la he visto hacerlo desde entonces, y ya han pasado casi seis meses desde entonces. ¿Y tú? ¿Sabes si tu madre ya folla?
  • La mía sí lo hace. La he escuchado haciéndolo con mi padre e incluso lo he logrado ver. No parece que la moleste hacerlo, más bien lo contrario, la encanta. Por eso quiero que lo haga contigo.
  • ¿Conmigo? ¿Por qué conmigo?
  • Porque me gustaría verla follar con alguien que no fuera mi padre. Además … quiero follarme a tu madre.

Le miro Juan con su media sonrisa y continuó diciéndole:

  • ¿Recuerdas lo que hablamos en esa fiesta? Acordamos que yo te ayudaría a que te follaras a mi madre y yo te ayudaría a que te follaras a la mía. ¿Lo recuerdas? Una madre por otra. Eso comentamos.
  • Eran circunstancias muy …especiales.
  • Entonces, ¿no quieres follarte a mi madre y ver cómo yo me follo a la tuya?
  • No, no he dicho eso. Solo he dicho que eso lo hablamos en caliente, pero en frío habría que pensarlo.
  • Piénsatelo, pero si lo hacemos, si colaboramos para follarnos a nuestras madres, ella no van a enterarse de nuestra colaboración, de que su hijo ha ayudado a otro para que se la folle.
  • Me lo pensaré.
  • Tomate el tiempo que quieras y me avisas.

Y el hijo de Rosa le dio el número de móvil.

  • Por cierto, ¿cómo me has localizado si no nos vimos la cara en la fiesta?
  • Muy sencillo. Diste el nombre de tu madre y vuestra dirección a aquel horrible tipejo en la fiesta. ¿No lo recuerdas?
  • Sí, claro que lo recuerdo. Tengo pesadillas con él y temo que un día haga algo malo, muy malo, a mi madre.
  • No te preocupes. Me he enterado que está en prisión, condenado por mucho tiempo. No sé si por asesinato o algo parecido.
  • Me quitas un peso de encima. ¿Cómo te has enterado?
  • Es una historia muy larga que algún día te comentaré, pero de la que no debes preocuparte.

Se quedaron callados unos segundos y continuó explicándole Juan cómo le localizó.

  • Como sabía dónde vivías, solo tuve que esperar a que saliera del portal una mujer tan voluptuosa como tu madre y, aunque no la vi el rostro en la fiesta, son pocas las mujeres que tengan tan espléndidos encantos como tu madre. Así que, una vez la localicé la seguí y, cuando la vi en más de una ocasión en compañía de un joven de una edad aproximada a la mía, supuse que eras tú, como así ha sido.

Se quedó Pablo callado, pensativo, y Juan le comentó:

  • Por cierto, tienes también una vecina que también está muy buena, pero es más baja y con menos pecho que tu madre. Además tiene una hija que no debe tener más de quince o dieciséis años que también está muy follable, siempre con su minifalda, enseñando sus piernas y sus braguitas.

Sabía a quién se refería, a Elena y a su hija Malena. A la primera la vio Pablo una noche por la ventana follando con un tipo que no era su marido y la segunda es una auténtica calientapollas a la que esperaba algún día dar su bien merecido castigo.

  • También a estas tenemos que follárnoslas.

Le respondió Pablo y Juan, sonriendo, asintió.

  • Cuenta conmigo, pero antes tu madre y la mía. ¿OK?
  • OK.

Y se dieron la mano cerrando el acuerdo.

Nada más hacerlo Pablo le comentó:

  • Pero antes de follarme a tu madre quiero verla. Quiero ver lo buena que está. Tú ya has visto a la mía y yo quiero ver a la tuya.
  • No hay problema. Dame tu número de móvil y quedamos un día para que la veas.

Se lo dio al tiempo que le comentaba.

  • No hace falta que la vea desnuda la primera vez ni follando, es suficiente que la vea por la calle.
  • En ese caso, si te parece bien, podemos quedar mañana mismo. Luego te mando un whatapps donde te digo hora y lugar para que quedemos y te la presento.
  • Para la primera vez no quiero que sepa de mi existencia. Luego ya veremos.
  • De acuerdo, como tú quieras. Pero yo si quiero que me presentes a tu madre. Quiero hablar con ella, irla conociendo poco a poco antes de tirármela.
  • Veo que ya tienes un plan para follártela. Confío que me lo cuentes para que te ayude a hacerlo. Yo evidentemente todavía no lo tengo, pero cuando lo tenga te lo diré. Tenemos que trabajar en grupo para follarnos a nuestras madres.
  • Por supuesto, lo comentaremos todo entre nosotros para encontrar las mejores soluciones, pero no será hoy, sino otro día.

Y se puso en pie, y Pablo también lo hizo, comentándole:

  • Por cierto, yo también me llamo Pablo, pero como mi nombre completo es Juan Pablo, puedes llamarme Juan.
  • Pensaba que te llamabas revientaculos porque ibas a reventar el de mi madre.

Le recordó Juan, sonriendo, lo que habíamos hablado en la fiesta, y yo le recordé lo que me había dicho.

  • Y tú te llamabas el follamadres, porque te ibas a follar a la mía.
  • Eso haré, por supuesto, follarme a tu madre, pero para no levantar sospechas me puedes llamar Pablo.
  • Yo sí que voy a reventar el culo a tu madre, Pablo, pero me puedes llamar Juan para, como bien dices, no levantar sospechas.

Cuando ya se despedían Pablo le preguntó por la edad de su madre y Juan le respondió sin dudarlo:

  • Mi madre 39 y yo 17. ¿Y la tuya?
  • ¡Qué coincidencia! Casi la misma, 38 y 16.

Respondió Pablo sorprendido.

  • Soy hijo único pero no soy el único que se la ha follado.
  • Yo también, también me la follaré.

Se despidieron excitados y satisfechos con otro apretón de mano, caminando en direcciones distintas.

Mientras caminaba Pablo hacia su casa no dejaba de pensar en lo que habían hablado y se imaginaba a su madre, completamente desnuda y follando, follando con un desconocido y él, su hijo, allí mismo viéndolo todo sin perderse ningún detalle. También se imaginaba a la madre de Juan, también desnuda y follando, con esas tetazas tan enormes y tan sabrosas, y con ese culazo tan compacto y apetecible. Babeaba solo de pensarlo y se percató que también tenía una erección de caballo que incluso le dificultaba al andar.

Echó una ojeada a la imagen que tenía Juan en su whatapps y aparecía él en compañía de una mujer con unas enormes tetas que parecían a punto de reventar el vestido. ¡Joder, joder, quien pudiera estar encima de esas tetas, comiéndolas, follándolas! No se fijó inicialmente en nada más, solo en las tetazas de la hembra, ¡vaya pedazo de ubres! De pronto se dio cuenta que la mujer del whatapps tenía el cabello rubio y muy corto. Pablo recordaba a la tetona de la fiesta con el cabello de color castaño oscuro y que le llegaba hasta los hombros. ¿Serían la misma?

Se detuvo y envió un whatapps al hijo de Rosa con el siguiente mensaje:

  • ¿La rubia de la foto de tu whatapps es ella? ¿Se ha teñido el pelo?

Le respondió casi al momento.

  • Sí. Es una foto de la semana pasada. Se cambió el color al salir del hospital. ¿Te gusta?

Le respondió Pablo.

  • Me pone a mil. Nunca me he follado a una rubia. Espero ansioso la cita.
  • Enseguida, pero seamos prudentes y elimina de tu móvil todos los mensajes que nos crucemos.

Fue la respuesta y Pablo respondió con un escueto “OK”.

Entró, sumergido en sus más que placenteros pensamientos, al portal del edificio donde vivía.

Una anciana sujetaba la puerta del ascensor, esperándole a que subiera Pablo también, por lo que fue tan rápido como su erección se lo permitía.

Gran parte del ascensor estaba ocupado por un gran carro cargado que la anciana traía, pero logró el joven introducirse entre el carro y la pared, colocándose al fondo ya que Pablo vivía en el último piso y la anciana se bajaba antes.

El ascensor era tan pequeño que casi no cabían pero, antes de que se cerrara la puerta, la sujetaron y la sensual figura de una hermosa adolescente emergió por la puerta, vestida con un prieto pantaloncito de color azul tan corto que más bien semejaba unas bragas.

¡Era Malena, la vecinita calientapollas, la que quería entrar al ascensor!

La anciana se quejó que no cabía pero la joven sonriente no la hizo el menor caso y se metió también dentro, apretándose contra Pablo, más bien apretando sus glúteos macizos contra el cipote duro y erecto del joven.

  • A Pablito no le molesta. ¿A qué no te molesta, Pablito?

Dijo sonriente la niña con su voz cantarina, provocándole una vez más, sabiendo que odiaba que le llamaran así.

  • No, no.

Articuló Pablo a duras penas mientras sentía excitado cómo el culo de la niña presionaba sobre su verga congestionada.

Tenía razón la niña. No le molestaba, más bien le proporcionaba un inmenso placer con su culito.

La puerta se cerró y el ascensor empezó a subir, comenzando Malena a restregar sus prietas nalgas sobre el cada vez más excitado miembro del joven.

No se atrevía Pablo a tocar a la chica por si la anciana se percataba, aunque ésta no dejaba de mirarlos con cara de asco, pero Malena, pasando de la vieja, no paraba de mover juguetona su culito respingón, sin dejar de presionarlo insistentemente sobre la congestionada verga, y el joven a duras penas lograba reprimir gemidos y suspiros de placer.

El elevador se detuvo en un piso, al mismo tiempo que Pablo se corría, y, al abrirse la puerta, fue Malena la que salió alegre y saltarina, dejándole eyaculando como una mala bestia y empapando de esperma su pantalón y su ropa interior.

  • ¡Hasta otra!

Se despidió burlona la niña, acompañando sus palabras con una alegre risita, pero tanto Pablo como la anciana estaban demasiado ocupados para responder, el joven disfrutando de un fuerte orgasmo y la anciana mirándole con repugnancia no solamente la cara de placer que él ponía, sino también la mancha de esperma que se extendía por la entrepierna de su pantalón y bajaba por una de las perneras hasta chorrear en el suelo del ascensor un líquido espeso y blanquecino.

Ni se despidió la vieja al bajarse en su piso y Pablo continuó hasta el suyo, llegando a su casa agotado de tanto eyacular.

¡Esa niña calientapollas necesitaba un buen castigo y vaya si se lo iba a dar!

Al llegar a casa lo primero que hizo fue ir a su dormitorio para coger ropa limpia ya que la que llevaba estaba calada desde la cintura hasta los pies de lefa, y, con ella en la mano, se fué al baño a lavarse, echando la ropa sucia a la lavadora.

Al salir del baño se encaminó a la cocina donde su madre estaba preparando la cena. La encontró de espaldas y observó detenidamente y en silencio su hermoso culo y cómo lo bamboleaba al moverse. A pesar de llevarlo cubierto con un ligero vestido, se marcaba nítidamente bajo la prenda. ¡Vaya culo, vaya pedazo culo! Y pronto lo iba a ver sin nada que lo tapara, sin bragas, totalmente desnudo y follado, taladrado por pollas enormes y congestionadas que…

Pero en ese momento su madre volviéndose, le saco de sus pensamientos, diciéndole asustada:

  • ¡Qué susto, hijo! No te había oído. Pero ¿qué haces ahí, en silencio? ¡Venga, ayúdame y vete poniendo la mesa que tu padre está al llegar!

Aun así, poniendo la mesa, logró el joven tocarla el culo durante un par de segundos como si fuera de forma accidental y ella no le dijo nada, hizo como si no se diera por enterada.

Desde la fiesta Marga, que había sospechado que su hijo estaba detrás de los polvos que la habían echado y que incluso había participado en alguno, volvió a comportarse como siempre, con la naturalidad que una madre trata a su hijo. Parecía que todas las sospechas que había tenido con él se habían disipado. No tenía ninguna intención Pablo de que volvieran a surgir, pero también deseaba que se la follaran y que él viera, además de follársela él también si surgía la ocasión, pero siempre sin que ella se enterara..

No había pasado ni una hora cuando recibió Pablo un whatapps en su móvil. Era el del hijo de Rosa que le indicaba solamente un lugar, un día (“mañana”) y una hora sin más detalles, y le solicitaba confirmación. Pablo sabía muy bien que eran las coordenadas donde podría observar los encantos de Rosa. Por supuesto, aceptó al momento y sin dudar. ¡Allí estaría con la polla bien tiesa!

Aquella noche le costó dormir. No podía dejar de pensar en follar, follar y follar. Follarse a Rosa, a Malena, a Elena y, por supuesto, a su propia madre, Malena. También disfrutaba imaginando a estas sabrosas hembras folladas por Juan, su nuevo amigo.

Guardó la foto del whatapps de Juan en su móvil y la contempló en numerosas ocasiones. Aunque lo que más resaltaba eran las tetazas, grandes y erguidas, de la madre de Juan, también me fijó en su rostro. Aunque no era tan guapa como su madre, era también muy hermosa. Su nariz era algo más larga que la de ella y su rostro no tan redondo, ni sus labios tan carnosos, pero tenía un buen polvo, un muy buen polvo. No era necesario taparla la cara al follarla, sino que sería morboso observar su rostro cuando se la tirara.

Aunque quería guardar fuerzas para los polvos que le esperaban, no pudo evitarlo y se corrió allí mismo, sin casi tocarse. ¡Qué placer, qué placer! ¡Vivir solo para follar era su deseo!

Al día siguiente Pablo llegó unos minutos antes al lugar donde su amigo le había citado y no pasaron más de cinco minutos cuando apareció él.

Le hizo acompañarle hasta que vieron el portal del edificio donde vivía, y desapareció dentro. Poco más de diez minutos volvió a aparecer acompañado por una rubia de pelo corto y de formas exuberantes. ¡Era su madre! ¡Joder, qué buena estaba con su vestidito claro de minifalda y sus zapatos de tacón!

La acompañó Juan al mercado, tirando, como buen hijo, del carrito de la compra. Pablo sí que se la tiraría y no precisamente del puto carrito.

Cruzó Pablo la calle y se colocó a unos pocos metros detrás de ella, observando detenidamente su voluptuoso culo y cómo lo balanceaba al caminar, pero no era él el único que se fijaba en ella porque más de un caminante se volvió al verla pasar, otros no se cortaban y en su propio rostro la soltaban obscenidades mientras la miraban con descaro las tetas. Debía estar ella acostumbrada porque no se inmutó, ni ella ni su hijo, que continuaron caminando cómo si nada sucediera.

El mercado estaba abarrotado de gente, y donde no solo recibió miradas y piropos subidos de tono, sino también más de un sobe sufrió su trasero, incluso alguna palmadita.

Los tenderos tampoco se cortaban mucho a la hora de decirla veladas y no tan veladas insinuaciones, y, si no la sobaron, fue porque estaba el mostrador entre ambos.

Alguna mirada se cruzaron Pablo y Juan que, disimulando, hacían cómo si no se conocieran.

También Pablo se aproximó a Rosa y, al pasar junto a ella, como de forma accidental, palpó con sus dos manos el trasero de la mujer durante un par de segundos, percibiendo su consistencia y que llevaba unas pequeñas braguitas debajo del vestido. Incluso la propinó, como despedida, un ligero azote en su lascivo culo que ni ella ni su hijo prestaron mucha atención. ¡Sí que estaba la mujer acostumbrada a que la sobaran y que se propasaran con ella! ¡Era auténtica carne de folleteo!

Los siguió de vuelta a su casa sin atreverse a acosarla más, no fuera a fijarse en él y luego todo lo que hiciera se volviera en su contra.

Aguardó en la calle, frente al portal donde ellos desaparecieron, durante unos minutos, pero, como no volvían a salir, se fue de allí, recibiendo a los pocos minutos un whatapps de su amigo que decía:

  • ¿Te ha gustado? Es solo el comienzo. Tendrás mucho más.
  • Me pone a mil.

Le respondió y recibió enseguida contestación.

  • Quiero que me presentes a tu madre.
  • OK. Te diré hora y lugar.

Aquella misma tarde quedó con Juan en la calle y le acompañó a la casa donde Pablo vivía con sus padres.

Como bien sabía estaba sola su madre en casa y Pablo la presentó a su amigo que, muy educado y sonriente, dio un par de besos a la macizorra, uno en cada mejilla.

  • Mamá, creo que no lo conoces. Es Pablo, mi amigo.

La excusa que dieron era que tenía que darle unos apuntes del colegio que estaban en su habitación.

Le cayó tan bien a Marga que le invitó a merendar. Por supuesto Juan aceptó encantado. Se sentaron en el sofá del salón y enseguida trajo la madre de Pablo una bandeja con bebidas y algo para picar. Se sentó con ellos en una silla y, entre bocado y bocado, se pusieron a hablar, cada vez más animados. Juan era un gran conversador, hablaba y dejaba hablar como si estuviera muy interesado en lo que le contaban. Enseguida se vio que había feeling con la madre de Pablo y que el joven se encargó en acrecentar.

Pablo presentó a Juan como si fuera un compañero del instituto, que este año se había cambiado de centro, pero que seguían manteniendo una gran amistad.

Pasaron casi dos horas conversando y Marga se fue relajando tanto que, sentada en una silla frente a los jóvenes, se fue poco a poco abriendo de piernas, sin querer, y les enseñó el precioso tesoro que escondía bajo su falda: el interior de sus torneados muslos y sus finas y pequeñas braguitas de color blanco.

Al terminar se despidieron con sendos besos en las mejillas y Pablo acompañó a Juan a la calle, donde éste le comentó entusiasmado lo estupenda que estaba Marga y las ganas que tenía de follársela. Le dijo que si hubiera durado un poco más la velada, hubiera acabado llevándosela a la cama donde la hubiera desnudado y se la hubiera follado. Pablo no lo tenía tan claro como él, pero era evidente la estrategia que quería que siguieran para follarse a la madre de Pablo, sobre estos planes hablaron para coordinarse con el fin de alcanzar la meta de follársela.

Al volver a casa, Marga le preguntó a su hijo por Juan y alabó lo simpático y agradable que era su amigo. Pensó Pablo que Marga hasta se mojaba las bragas al contárselo. Decía que era muy guapo, tan guapo que parecía una mujer, y que su rostro reflejaba que era una muy buena persona totalmente desinteresada. La verdad es que la madre de Pablo no había acertado con esto último, porque Juan no era totalmente desinteresado, de hecho, tenía como interés, como un enorme interés, seguramente el mayor interés, en meterse entre las piernas de Marga, bajo sus bragas, para follársela.

Le preguntó por él, si tenía novia. Estaba claro que también ella tenía mucho interés por él, quizá también ella deseaba que la bajara las bragas, se las quitara y le metiera la polla entre las piernas, directamente en su coño.

No iba a ser Pablo el que bajará el interés de su madre por el cipote de Juan, así que lo acrecentó, deshaciéndose también en elogios hacia él, añadiendo que no solo no tenía novia, aunque tuvo muchas pretendientes, sino que tuvo que irse del instituto porque había chicos que le hacían la vida imposible, que le insultaban llamándole gay, cosa que por supuesto no era, como afirmó con la cabeza también Marga con rostro consternado. Además en aquella época el padre de Juan estuvo muy enfermo, a punto de fallecer, perdiendo como consecuencia de su enfermedad el trabajo. Aunque ya se había recuperado, habían tenido que hacer grandes gastos para afrontar la enfermedad. Era ahora cuando el padre había vuelto a encontrar trabajo y se estaban recuperando económicamente.

Por supuesto, todo lo que Pablo estaba contando lo habían planeado con Juan, siendo todo mentira, pero Marga debió creerse todo, ya que sus ojos se fueron poco a poco llenando de lágrimas y cuando su hijo acabó de hablar, estaba ella llorando a lágrima viva, secándose las lágrimas con un pañuelo. Las lágrimas escapaban de su rostro, cayendo sobre sus senos desnudos, que, sin que ella se percatara, emergían en gran parte del amplio escote de su vestido, mostrando incluso parte de sus negras areolas y de sus abultados pezones.

Mientras ella lloraba copiosamente con los ojos cerrados, la vista de Pablo se fijó lasciva sobre sus relucientes tetas que brillaban como consecuencia de las lágrimas vertidas, pero el espectáculo duró poco porque Marga se levantó todavía llorosa y, disimulando, tuvo Pablo que dirigir sui vista hacia otra parte que no fueran las tetas y pezones de su madre.

Si Juan quería seducir a Marga para follársela, Pablo quería sexo salvaje con Rosa, no quería dedicar más esfuerzo que el de disfrutar de sus lujuriosas carnes y follársela, y así se lo comentó a su amigo. El plan de Pablo era mucho más sencillo y requería menos preparación, pero aun así lo prepararon juntos.

Al día siguiente volvieron a quedar los dos amigos, y después de estar casi una hora hablando, fueron a ver la madre de Juan. Habían quedado en unos grandes almacenes donde ella quería comprarse un bañador. Comentó Juan que esos almacenes los tenía bien estudiados y no tenían instaladas cámaras de vigilancia, solo tenían en los accesos detectores magnéticos y algún que otro vigilante de seguridad bastante despistado.

Antes de que se reunieran con ella se separó Pablo para que Rosa le viera.

La mujer llegó en un taxi que aparcó justamente donde Pablo estaba. Al abrir la puerta para bajarse, pudo ver el joven cómo la falda que ella llevaba se le había subido hasta la cintura, mostrando unos espléndidos y voluptuosos muslos así como unas pequeñas braguitas transparentes que exhibían bajo la fina tela una lujuriosa sonrisa vertical totalmente depilada.

En cuanto salió del taxi, con el rostro encendido de vergüenza, se colocó rápido la minifalda pero no fue Pablo el único que presenció tan morboso espectáculo, sino que fueron varios los transeúntes que también lo disfrutaron y alguno incluso se detuvo y emitió un largo y agudo silbido de admiración.

Mientras ella se alejaba caminando rápido, los dos amigos, situados a varios metros de distancia, se miraron sonrientes y se guiñaron un ojo, yendo a continuación Juan al encuentro de su madre que, al ir ciega de vergüenza, no le había visto todavía.

Pablo también fue detrás de Rosa y, una vez se encontró con su hijo, les siguió a varios metros de distancia, entrando tras ellos en los grandes almacenes.

Estuvieron mirando primero ropa para él y, al no encontrar ropa que le gustara a éste, se separaron, quedando en verse en casa.

Al pasar junto a Pablo, Juan le volvió a guiñar cómplice un ojo, alejándose. No iba a ir muy lejos, enseguida rondaría por donde estaba su madre y por donde Pablo, al acecho, no dejaba de observarla.

Utilizando las escaleras mecánicas Rosa subió un par de pisos y Pablo, varios escalones detrás de ella, no dejaba de observarla, bajo la minifalda, sus fuertes y torneados muslos y las pequeñas y transparentes braguitas que desaparecían entre sus redondos y compactos glúteos.

Se bajó en la planta de señoras y se encaminó hacia la zona de bañadores donde estuvo mirando durante un buen rato, eligiendo tres que, una vez revisado que mantenían intacto el protector de plástico de la zona genital, se llevó al probador para ver cómo la quedaban.

Dada la hora que era, no había casi ningún cliente y los pocos vendedores que pululaban por allí, no tenían ninguna intención en que les molestaran, así que escurrían el bulto, escondiéndose.

La siguieron los dos jóvenes hasta el probador de señoras, que estaba completamente desierto, y observaron en qué cabina se metía.

Juan se quedó en la puerta del probador, vigilando para avisar a su amigo si venía alguien al probador, dejándole libre para actuar.

Como la puerta de la cabina no llegaba hasta el suelo, pude ponerse Pablo a cuatro patas en el suelo, mirando bajo la puerta sin que Rosa se apercibiera.

Desde el suelo pudo observar, sin que ella se diera cuenta, los voluptuosos encantos que Rosa ocultaba bajo sus faldas.

Se quitó primero el vestido y lo puso plegado sobre la única silla que había en la cabina, luego se soltó por detrás el sostén, dejando al descubierto sus grandes tetas que, retando a la fuerza de la gravedad, se mantenían completamente erguidas, sin perder su forma semiesférica. Colocando el sujetador sobre el vestido, se quitó los zapatos y finalmente se bajó las bragas, dejando al descubierto su coño depilado y quedándose completamente desnuda. Colocó sus bragas también sobre su vestido.

Tenía el coño totalmente depilado, como Pablo recordaba de la fiesta y cómo había observado hacía unos minutos cuando ella se bajaba del taxi.

Una vez desnuda se colocó primero la parte de debajo de uno de los bikinis, uno con flores, observando cómo la quedaban en el espejo. Como no le acababa de gustar, se lo quitó y se puso la parte inferior del otro bikini, uno naranja. Ahora si se puso la parte superior y parece que si la gustó esta vez. A Pablo personalmente le gustaba cómo la quedaba todo lo que la mujer se ponía y sobre todo cuando se lo quitaba, cuando no llevaba nada encima, cuando estaba completamente desnuda.

Finalmente, quitándose el bikini, se puso un bañador de color verde que, después de observarse detenidamente delante del espejo, también la gustó.

Cuando se quitó el bañador y lo colocó sobre la silla, quedándose totalmente desnuda, hizo Pablo un gesto a Juan para que apagara la luz de los probadores, quedándose absolutamente a oscuras.

Pablo, conociendo el lugar donde ella había dejado la ropa, empujó la puerta de la cabina, que como ya sabía no tenía cerrojo, abriéndola, y, entrando al pequeño cubículo, se abalanzó sobre la mujer, manoseándola las tetas, el culo y el coño ante la sorpresa de ella que tardó varios segundos en reaccionar, intentando cubrirse como pudo al tiempo que suplicaba en voz baja:

  • ¡Ay, no, no, por favor, no!

No solamente utilizó Pablo sus manos para sobarla a placer sino que, utilizando la boca, la lamió, chupó incluso mordisqueó las tetas y los pezones, provocando que ella chillara no solo de dolor sino también de placer.

Forcejeando logró la mujer girarse, dándole la espalda a su agresor, lo que aprovechó para meterla mano por detrás entre las piernas, directamente en su vulva.

Aguantó la mujer esperando que me marchara, lo que por supuesto no hizo, sino que arreció el sobeteo de tetas y sexo.

Cuando llevaba varios segundos sobándola impunemente el coño, a punto de masturbarla, por fin, Rosa chilló, pidiendo socorro, haciendo que los dos amigos se alejaran a la carrera no solo con la ropa de ella, sino también con los bikinis y bañadores que había estado probándose, dejando en la cabina solamente el bolso y los zapatos de tacón.

Tiraron las prendas en un cajón que había con rebajas y esperaron escondidos para ver qué iba a hacer la pobre mujer. Pasaron más de diez minutos cuando Rosa se atrevió a asomar la cabeza por un lateral de la puerta del probador. Iba totalmente despeinada, con el cabello enmarañado sobre el rostro que estaba colorado como un tomate. Como no veía a nadie, se atrevió a salir completamente desnuda del probador, cubriéndose con el pequeño bolso la entrepierna y con un brazo intentó cubrirse las tetas, tapándose solamente los pezones y poco más. Aprovecharon los dos amigos para tomarla fotos con los móviles. Mirando hacia todas partes, Rosa se desplazó encogida dando cortos pasitos hasta la prenda más próxima, una camisa blanca, que cogió y se cubrió el pecho con ella, no llegando a taparse la entrepierna.

En ese momento aparecieron tres señoras de unos sesenta años que la vieron al momento y, estupefactas, se quedaron inmóviles, observándola también en silencio.

Sin que Rosa se percatara que la estaban observando, eligió otra camisa y, poniéndosela, se la intentó abrochar, pero solamente logró abrochar unos pocos botones ya que era todavía muy pequeña y sus tetas requerían una talla muy superior. Como no lograba encontrar una talla mayor y temiendo que la descubrieran desnuda, sin quitarse la camisa la mujer se encaminó hacia las faldas, eligiendo también una de color verde que, al ponerse, se dio cuenta que también la estaba pequeña, que la estaba demasiado ajustada y era demasiado corta.

En ese momento se dio cuenta que las tres mujeres la observaban, así que no se atrevió a quitarse ni la camisa ni la falda y, tan dignamente como pudo, se encaminó hacia las cajas para pagar las prendas que llevaba puestas.

En el camino logró encajar los corchetes de la falda y abotonarse algún botón más de la camisa, dejando sin poder cerrar tres botones que dejaban prácticamente fuera sus tetas.

Ante la extraña mirada de la vendedora y de las tres mujeres que se acercaron en silencio, pagó la ropa y se alejó como si nada hubiera sucedido, sin darse cuenta que no la habían quitado el broche antihurto a las prendas y perdiendo además el ticket de compra en el camino.

Al intentar salir de la tienda, el aparato de seguridad empezó a pitar, por lo que se acercó rápido el guardia de seguridad y Rosa, dando un paso atrás, se quedó inmóvil sin saber exactamente qué hacer y con el rostro cada vez más colorado.

Mientras se acercaba, el guardia se fijó entusiasmado en el culo que tenía la mujer y, al colocarse frente a ella, sus ojos se dirigieron a los turgentes pechos que asomaban por el hueco de la camisa, dejándole unos instantes anonadado, y, cuando por fin reaccionó la dijo balbuceando y sin dejar de mirarla los pechos:

  • Los tickets, por favor, deme los tickets.

Al tiempo el hombre se agachó con un detector de metales portátil en la mano y recorrió con él todo el cuerpo de Rosa de arriba abajo y de abajo arriba, no dejando en ningún momento el aparato de pitar.

Al incorporarse clavó nuevamente sus ojos en las tetas desnudas de la mujer y extendió una de sus manos, casi tocándola un pecho, y esperando a recibir los tickets, pero Rosa, hurgando en su bolso, no los encontraba y, cada vez más angustiada, no paraba de balbucear:

  • No los encuentro, no los encuentro, pero acabo de comprar la ropa, se lo juro, se lo juro.
  • ¿Qué ha comprado, señora?
  • La falda y la camisa que llevo puestas. Las he comprado ahora mismo en la sección de señoras.
  • ¿Las que lleva puestas? ¿Dónde ha dejado las que traía?
  • ¿Las que traía? Pues … no … no llevaba nada.
  • ¿Nada? ¿No llevaba nada encima? Pero ¿Cómo ha entrado? ¿desnuda?
  • Bueno, yo … yo…

No arrancaba Rosa, avergonzada y sin querer decir que la habían desnudado y habían abusado de ella en la misma tienda.

  • Por favor, acompáñeme.

La ordenó el guardia, sonriendo maliciosamente, y la cogió del antebrazo caminando hacia el interior de la tienda, ante las débiles quejas de Rosa.

  • Pero … le juro .. le juro que acabo de pagar la ropa pero .. es que no encuentro … no encuentro el ticket … el ticket de compra.

La hizo pasar dentro de una habitación donde solo había una pequeña mesa de despacho y, cerrando la puerta a sus espaldas, la ordenó:

  • ¡Desnúdese, por favor!
  • ¿Co .. cómo … que me desnude? Pero si ya le he dicho que …
  • La he dicho que se desnude y que lo haga ya.

Levantó la voz el guardia, asustando a la mujer que dio un pequeño bote.

  • Si usted no se desnuda, la desnudaré yo.

Cómo Rosa entró en un estado de shock, sin moverse ni saber qué hacer, el hombre tomó entre sus manos la camisa y de un fuerte tirón, le arrancó todos los botones, dejándola las enormes tetazas al descubierto ante el deleite del vigilante que durante unos instantes se quedó maravillado mirándolas.

Tirando más de la camisa se la quitó totalmente, ante los débiles chillidos de la mujer, y, dejándola caer al suelo, agarró la falda y jaló violentamente de ella hacia abajo, bajándosela, y dejando al descubierto la vulva totalmente depilada de Rosa.

Los ojos del hombre se clavaron en la entrepierna de ella mientras la bajaba la falda hasta los pies.

La hizo levantar uno a uno los dos pies e, incorporándose con la falda y la camisa en la mano, miró que efectivamente tenían puesto el broche antihurtos, exclamando entusiasmado:

  • ¡Ajá, lo que me temía!

Y mirándola a las tetas que apenas podía cubrirse con una mano la mujer, la dijo con voz recia:

  • Es usted una ladrona.

Estupefacta, Rosa, cubriéndose son una mano las tetas y con la otra la entrepierna, se quedó sin habla, solo miraba aterrada al hombre, que continuó diciéndola:

  • Y todas las ladronas tienen su castigo.

Y, colocando sus manos sobre las tetas de Rosa, la empujó sobre la mesa, tumbándola bocarriba sobre ella donde en estado de shock permaneció la mujer sin reaccionar.

Colocándose entre las piernas abiertas de ella, se soltó el cinturón y se bajó pantalón y calzoncillo, dejando al descubierto su enorme pene que erecto, apuntaba hacia arriba.

Solo reaccionó Rosa, saliendo de su trance, cuando el hombre la penetró por la vagina con su inhiesto cipote y, sujetándola por las caderas, empezó a moverse adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, follándosela.

No se lo creía Rosa, era imposible que la estuviera sucediendo eso a ella, pero aguantó sin rechistar para que acabara cuanto antes tanta vergüenza y pudiera irse a su casa sin que nadie se enterara.

Tanto mete-saca puso cachonda también a Rosa que, en contra de su voluntad, se fue excitando cada vez más y, abrazando con sus piernas la cintura del hombre, disfrutó del polvo que la estaban echando.

El vigilante sin dejar de observar entusiasmado las enormes tetas de la mujer y cómo se bamboleaban adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, ante sus enérgicas embestidas, se fue calentando cada vez más, aumentando el ritmo del folleteo.

Solamente se escuchaba los resoplidos y el ruido de los cojones del tipo al chocar con la entrepierna de la mujer, así como los jadeos y gemidos de ésta, hasta que, deteniéndose el hombre, gruñó como si fuera un oso, descargando todo su esperma dentro de la vagina de la ella.

En ese momento alguien llamó con los nudillos en la puerta y el hombre, desmontando a Rosa, se subió raudo calzón y pantalón, al tiempo que decía:

  • ¡Ya voy, espere un momento!

Todavía estaba apretándose el cinturón cuando abrió un poco la puerta, viendo que era la dependienta que había atendido a Rosa y que le daba un ticket, diciéndole:

  • Este es el ticket de compra de la falda y de la camisa de la señora. Se le habían caído por el camino.
  • ¡Ah, bien! Muchas gracias.

Exclamó el hombre, cerrando la puerta y, rascándose la cabeza con una mano, miró estupefacto el ticket, comprobando que correspondía a la ropa que había despojado a la culo gordo.

Dándose cuenta del error que había cometido dijo muy profesional a Rosa:

  • Vístase, por favor, que ya está todo solucionado. Puede marcharse. Sentimos las molestias ocasionadas.

Y salió rápido de la habitación, cerrando la puerta a sus espaldas, sin esperar la respuesta de la mujer. Ésta, dolorida y avergonzada, se puso la camisa, pero no pudo abrocharse los botones porque estaban todos arrancados. Luego tiró de la ajustada falda y se la logró a duras penas poner. Y una vez calzada, salió con el bolso y con el ticket de compra en la mano, del despacho y de los almacenes, sin encontrar a ningún vigilante a su paso a pesar de que el aparato de seguridad no paró de pitar a su paso, aunque eso sí, tuvo la mujer mucho cuidado en cerrarse la camisa y sujetarla con las manos para que no se abriera y enseñara las tetas.

Esta vez sí que tuvo mucho más cuidado en colocarse bien la apretada falda para que, al subirse al taxi, no la vieran el coño y que no llevaba bragas, pero, al sentarse en el vehículo, se escuchó un ruido inconfundible, ¡se le había rasgado la falda por detrás!

Aturdida por lo sucedido y sin saber qué hacer, pudo al menos indicarle al taxista la dirección de su domicilio para que la llevara. Éste que excitado ya la había visto en la calle con una ropa tan ajustada que remarcaba sus voluptuosas formas, no la perdió de vista tanto mientras se subía al vehículo como al sentarse, la vigilaba ahora por el espejo retrovisor, intentando verla las tetas si se le abría la camisa.

Dentro del taxi, Rosa, angustiada, intentó conocer el alcance del roto en la falda, pero, al quedarse con la prenda en la mano, comprendió a punto de llorar desesperada que no podía seguir llevándola así.

El taxista, al verla con la falda en la mano, giró la cabeza y logró verla el jugoso tesoro que escondía entre las piernas y a punto estuvo de salir de la calzada.

Buscando en su bolso, la mujer encontró un par de imperdibles que colocó en su falda para que aguantará hasta su casa, pero no tenía ninguno más para la camisa por lo que la mantuvo cerrada con las manos.

Al detenerse el automóvil en la entrada al edificio donde vivía, antes de salir del vehículo Rosa observó que un par de vecinas cotillas estaban parloteando en el portal con el portero. Como no se atrevía a salir del taxi el conductor, comiéndola con los ojos, la apremió, diciéndola de cachondeo:

  • ¿Qué, señora, se atreve? ¿Quiere que la lleve a otra parte? ¿Prefiere que la lleve a un descampado y la de por culo?

Al escuchar esto, Rosa, aterrada por si quería violarla, salió deprisa del vehículo, de forma que la falda, a pesar de los imperdibles que la sujetaban continuó rasgándose, cayendo al suelo.

La mujer, al verla a sus pies, emitió un agudo chillido de desesperación y vergüenza, echando a correr sin más escapatoria hacia el portal, perdiendo los zapatos que llevaba puestos, ante el asombro de las vecinas, del portero y de los transeúntes que caminaban por allí, y que inmóviles presenciaron cómo Rosa pasaba escopetada, desnuda de cintura para abajo, ante sus propias narices, entrando en el portal.

Llevando solamente el bolso y una camisa blanca, abierta totalmente por delante, Rosa no se detuvo esperando al ascensor sino que, lógicamente, subió a la carrera por las escaleras con el corazón a punto de reventar y con la más absoluta vergüenza marcada en su rostro.

Al llegar al piso situado debajo del suyo se topó con un vecino que esperaba al ascensor, con un vecino con el que más de una acalorada discusión habían tenido en el pasado reciente y que la guardaba un profundo rencor.

El hombre, asombrado inicialmente al ver a una hermosa mujer subir corriendo y exhibiendo unas turgentes tetas y un sabroso coño depilado, enseguida reconoció a su odiada vecina e intentó detenerla agarrando su camisa, pero Rosa no podía pararse y, chillando desmelenada, abandonó su camisa en manos del hombre, continuando su subida desenfrenada.

El hombre, al ver como se balanceaban los macizos glúteos desnudos de Rosa al subir por las escaleras, corrió tras ella, alcanzándola en el momento que la mujer abría la puerta de su vivienda.

Empujándola la metió dentro y cerró de una patada la puerta.

Rosa, acorralada, huyó a la carrera por el largo pasillo, pero el vecino, dejando caer al suelo la camisa que la había quitado, no la dejó escapar y la atrapó en la puerta de su propio dormitorio.

Empujándola la obligó a tumbarse bocarriba sobre la cama de matrimonio, para a continuación tumbarse bocabajo sobre ella, inmovilizándola para que no huyera y tapándola la boca con su mano.

En ese momento la susurró amenazante al oído:

  • Hola, Rosa. Ya te dije que algún día me las pagarías. Y estas de suerte, ese día ha llegado. Es hoy.

La mujer, aterrada, intentó chillar pidiendo socorro, así como se esforzó por moverse para quitarse de encima al vecino, pero sin conseguirlo.

El hombre, sin dejar de sujetarla, se logró soltar el pantalón y sacarse el cipote que, erecto y duro, restregó ansioso por la entrepierna de la mujer hasta encontrar la entrada a la vagina y la penetró.

Rosa, al sentir cómo se lo metían por el coño, intentó chillar más fuerte, sin conseguirlo, reanudando los esfuerzos por soltarse, pero sin conseguirlo.

Respirando rápidamente por la nariz, no pudo evitar que, una vez el hombre la hubiera metido el cipote, empezara a moverse adelante y atrás, sin despegarse de ella, follándosela.

En ese momento Juan, el hijo de Rosa, que, en compañía de Pablo, había dejado de ver a su madre en cuanto entró al despacho del vigilante de seguridad, llegó al portal del edificio y las vecinas que habían visto prácticamente desnuda a su madre, seguían allí, cuchicheando, y al ver al joven, le miraron sonriendo dejando por un momento de parlotear.

Extrañado Juan pasó al interior del edificio donde el portero también muy sonriente le entregó unos zapatos de tacón y una tela de color verde, al tiempo que le decía:

  • ¡Toma! Esto es de tu madre. Dáselo, por favor, que se le ha caído en la calle.

Extrañado  lo cogió y, mientras subía solo en el ascensor, vio que era una falda, dándose cuenta en ese momento que era la falda que su madre había cogido en los grandes almacenes para ocultar su desnudez. ¿Qué la había ocurrido para quedarse desnuda en la calle?

Al llegar a su piso Juan entró en la vivienda, utilizando su llave, y encontró en la misma entrada una tela blanca tirada en el suelo. Cerrando la puerta sin hacer ruido, cogió la prenda del suelo y se dio cuenta que era la camisa blanca que también su madre había comprado.

Escuchó en ese momento jadeos y gemidos, así como un peculiar tam-tam rítmico, que surgían de una habitación situada al fondo de la vivienda. Caminando en silencio por el pasillo escuchó morboso cada vez más nítidos los ruidos, localizando que emergían del dormitorio de sus padres. Eran los gemidos de la mujer los que le atraían con más fuerza. Se acercó a la puerta abierta del dormitorio y observó cómo dos cuerpos copulaban encima de la cama de matrimonio. Un hombre, apoyándose en sus brazos, se follaba a una mujer situada bocarriba sobre la cama.

¡Era su madre, era su madre a la que se estaban follando!

Las enormes tetas de Rosa se balanceaban desordenadas al ritmo que le imprimían las insistentes arremetidas del hombre que moviéndose adelante y atrás, adelante y atrás, no dejaba de observarla maravillado las ubres.

Tenía Rosa los ojos semicerrados y su lengua sonrosada se deslizaba, acariciando, entre los labios carnosos de su boca semiabierta. ¡Estaba disfrutando, la muy puta, estaba gozando del polvazo que la estaban echando!

Sus torneadas piernas abrazaban la cintura del hombre, facilitando la penetración del cipote en la vagina de ella.

¡Y era el vecino, el odioso vecina con el que habían tenido sus padres discusiones muy acaloradas, el que se la estaba follando!

“¡Hija de puta, puta más que puta” es lo que pensó su hijo al ver cómo se la follaba.

El morbo de observar con detenimiento cómo se tiraban a su madre fue superior a cualquier otro sentimiento y se quedó a verlo, sin hacer ningún ruido y sin que nadie se diera cuenta.

 No tardó ni cinco minutos en finalizar el vecino de tirarse a la madre de Juan, y, cuando lo hizo, miró sonriendo despreciativo las tetas de la mujer mientras se colocaba el pantalón y, antes de salir de la casa, la dijo burlón:

  • ¡La próxima vez será mucho mejor, puta! ¡Vete preparando que también te la meteré por el culo!

Juan que, al ver que el hombre alcanzaba el orgasmo, se retiró de la puerta, escondiéndose, pero no dejó de oír nítidamente lo que el vecino le decía a su madre y cómo se iba de la casa.

Una vez que una Rosa, dolorida y llorosa, entró al baño a limpiarse, su hijo salió también de la vivienda, dejando al falda y los zapatos de la su madre en el suelo del pasillo, volviendo a la media hora como si nada hubiera sucedido, encontrando a su madre sin que diera ninguna muestra de lo que había padecido esa fatídica mañana, de la vergüenza que había pasado y de los polvos que la habían echado. ¡La habían violado en dos ocasiones y un número indeterminado de personas la habían visto completamente desnuda!

Juan también disimuló, como si no supiera ni hubiera visto nada, pero, furioso y desilusionado, pensaba que su madre y el vecino eran amantes y follaban casi todos los días, y juró que también él castigaría a su madre, se la follaría por todos los agujeros a esa perra en celo, a esa puta calentorra.

Aquella misma tarde, mientras Rosa intentaba recuperarse en completa soledad sin salir de su casa, su hijo en compañía de su amigo fueron a la casa de este último para ver a Marga que también estaba sola y así continuar trabajándola para acostarse con ella.

Pablo ya había indicado a Juan las aficiones y gustos que tenía su madre, así que venía totalmente empollado para mantener una más que cordial conversación con ella, como así fue, y esta vez tanto Marga como Juan se sentaron juntos en el sofá mientras Pablo permanecía frente a ellos en una silla.

El hijo de Marga casi no abrió la boca para hablar, solo comía los canapés que había preparado su madre, mientras contemplaba cómo su amigo seducía a su madre y cómo ésta, emocionada por haber encontrado una supuesta alma gemela, se abría, sin darse cuenta, cada vez más de piernas, enseñando a su hijo los soberbios muslos y las braguitas blancas que llevaba puestas.

La animada conversación duró casi dos horas y la mano de Juan esta vez sí se posó más de una vez y a veces durante varios minutos sobre el muslo desnudo de Marga, acariciándolo, que, sin reprimirlo, continuó hablando emocionada y contenta. También Juan, al finalizar de merendar y ayudarla a recoger la mesa y llevar los platos y las tazas a la cocina, aprovechó para primero tocarla el culo ligeramente, luego pasar suavemente la mano por su cintura, darla algún ligero y “cariñoso” azotillo en el culo para finalmente, al despedirse en la puerta, poner directamente una de sus manos sobre una nalga de la mujer y la otra sobre sus caderas, mientras la daba un “casto” beso en la mejilla al mover un poco Marga la cabeza para no recibirlo directamente en la boca.

Esta vez Pablo no acompañó a su amigo sino que se quedó en casa y, al ver cómo su madre se metía en su dormitorio, cerrando la puerta tras ella, se acercó sin hacer ruido por la terraza a la ventana de esta habitación y, allí agachado y escondido, contempló cómo Marga con la excusa de que estaba buscando algo en un armario, se levantó la falda del vestido que llevaba, metiendo su mano derecha bajo las bragas, comenzó a masturbarse. Cerrando la mujer los ojos y abriendo ligeramente la boca, se dejó llevar Marga, disfrutando de la paja que se estaba haciendo. Y su hijo, desde la ventana, contemplaba cada vez más excitado cómo se masturbaba su madre y, sacándose el erecto y congestionado cipote del pantalón, comenzó también a pajearse, a pajearse al mismo ritmo que lo hacía su madre.

El ruido que venía del tráfico de la calle ayudó para ahogar sus gemidos de placer de forma que los de uno no fueran escuchados por el otro, alcanzando los dos prácticamente el orgasmo al mismo tiempo.

Cuando después de algunos minutos madre e hijo se reencontraron, ambos disimularon cómo si nada hubiera sucedido, pero Pablo que, observó con detalle cómo Marga se había masturbado en la intimidad, se juró a sí mismo que no solo Juan disfrutaría de su madre, sino también él, su hijo, se follaría a esa zorra calentorra que era su puta mamacita.

¡Era evidente que no era amor platónico el que había hecho sentir Juan a la madre de Pablo, sino algo mucho más carnal y lujurioso, algo que la había puesto cachonda perdida, como si fuera una perra en celo!

Aquella misma noche recibió Pablo un whatapps de su amigo donde le indicaba que, por motivos de trabajo, el padre de Juan no pasaría la noche del día siguiente en casa, por lo que se podría ejecutar la siguiente fase del plan, el de follarse a Rosa, la tetona madre de Juan, la culo gordo.

(CONTINUARÁ)

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