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Un día para follar en el lago

en Amor filial

Aquel mes de verano Manolo se había roto una pierna al caerse de la cama y Alberto, su hermano pequeño, había roto también, pero con su novia.

Acostumbrado a follar habitualmente con su pareja, Alberto tenía una auténtica necesidad de meter su rabo en el coño de alguna golosa conejita y no se le ocurrió otra que su cuñada Marga, esposa de su único hermano, Manolo, unos diez años mayor que él.

Marga era una auténtica belleza, con un rostro redondo casi perfecto, de cabello denso y grandes ojos de color azabache, dientes blancos y regulares enmarcados en unos labios sonrosados y carnosos. Aunque lo que más atraía a Alberto de Marga no era tampoco su altura de casi un metro setenta, sino sus fuertes y torneadas piernas, culo prieto y respingón, pechos generosos y erguidos y vientre liso, todo sin una pizca de grasa ni de celulitis.

Además Marga era de la misma edad que Alberto, y, siempre según la opinión de éste, había una cierta complicidad entre los dos e incluso una cierta química y, por supuesto, morbo.

Con la excusa de preguntarle por su pierna, Alberto, a base de insistir, logró por teléfono convencer a su hermano mayor para pasar un día en el campo, a pesar de la poca disposición de éste a salir ya que estaban echando por televisión los Juegos Olímpicos y él no quería perdérselos.

Alberto le comentó a su hermano que conocía un restaurante cerca de un lago a pocos kilómetros de la ciudad donde Manolo podría ver la televisión y la familia de éste, en compañía de Alberto, podría despejarse un poco ya que, según argumentaba Alberto, necesitaban salir, y que mejor que ese paradisiaco lugar, donde, al estar tan escondido, no acudía casi nadie, y podrían darse paseos por los alrededores y bañarse en el lago, en suma, disfrutar de la naturaleza. Evidentemente lo que quería Alberto era disfrutar precisamente de la naturaleza de su cuñada.

Quedaron en ir el sábado siguiente y, como Manolo no podía conducir, Alberto llevaría el coche. Y así fueron, él conduciendo, su cuñada Marga en el asiento del copiloto, y detrás su hermano mayor con la pierna escayolada sobre el asiento y su sobrino Pablo, único hijo de Manolo y de su mujer.

Antes de salir le dijo a su cuñada y a su sobrino que no se olvidaran de llevar el bañador para refrescarse en el lago. Pablo le hizo caso y se lo llevó puesto a modo de pantalón, pero Marga, conociendo a su cuñado y pensando que éste querría verla lo más desnuda posible, dijo que no lo llevaría ya que solamente metería los pies en el agua, pero no se bañaría. Aun así, por el fuerte calor que hacía, Marga se puso un ligero vestido blanco cuya falda era tan corta que le dejaba al descubierto gran parte de sus muslos.

Muy alegres estaban todos, menos el hermano mayor, y se pusieron a cantar en el coche, pero Manolo intentó hacerles callar al principio, pero al no conseguirlo, les dejó tranquilos.

Alberto, que conducía, echaba una ojeada de tanto en tanto a su cuñada, fijándose especialmente en sus muslos que, al estar Marga sentada, se le había subido la falda, mostrando la totalidad de dejando sus muslos desnudos e incluso parte de sus braguitas blancas. Ella se dio cuenta de las insistentes miradas de su cuñado y, avergonzada, se cubrió con sus manos la entrepierna, dejando al menos una de sus manos ahí durante todo el viaje.

Después de dejar la carretera principal, el automóvil se desvió por un camino secundario sin pavimentar y lleno de polvo para observar finalmente el agua azul verdosa del lago, y allí a sus orillas, estaba un pequeño merendero entre la frondosa vegetación.

En una explanada próxima al local aparcaron y donde solamente una vieja camioneta que debía ser de los dueños del local les hacía compañía.

El local estaba vacío y, pudiendo elegir mesa, Manolo eligió una próxima a la televisión donde en ese momento echaban un partido de futbol.

Se eligió para comer una ensalada y una paella mixta, indicando el camarero que se tardaría más de una hora en estar todo listo.

Como todavía faltaba mucho tiempo para la hora de comer, Alberto propuso un paseo por la orilla del lago y un baño en sus aguas.

Aunque Marga desconfiaba de las intenciones de su cuñado, no la atraía absolutamente nada quedarse todo el día viendo deportes en la televisión, así que también se apuntó a la marcha por el campo.

Salieron los tres, Marga, Alberto y Pablito, del merendero dejando al padre de familia viendo el partido al lado de una caña de cerveza y unas patatas fritas.

Marga preguntó a su cuñado de qué conocía este paraje a lo que Alberto respondió que había venido una vez con unos amigos. En realidad uno de los amigos de Alberto le recomendó el lugar para que llevara a la puritana de su novia, a la que todavía no había logrado desvirgar, para follársela. Eso hizo y ese día se la folló varias veces. La primera vez le costó, casi podíamos decir que la violó, pero en las siguientes fue mucho más sencillo y hasta ella disfrutó. El problema fue cuando en otra ocasión fueron con la familia de su novia, y le pillaron follándose a la hermana pequeña, lo que ocasionó un descomunal escándalo y la rotura de la pareja.

Alberto, que conocía el camino, les hizo subir por una pequeña colina de pendiente bastante pronunciada. Pablito, que no tenía más de diez años, subía el primero, quedándose más atrás su madre y cerrando la comitiva, su tío Alberto, que no perdía detalle de las piernas y del culo de su cuñada, agachándose incluso para ver mejor bajo la corta faldita de Marga.

Aunque llevaba ella zapatillas de deporte, se escurría al subir la pendiente por lo que a veces se ponía a cuatro patas para no caerse, haciendo las delicias de su cuñado que veía como las finas braguitas blancas se metían entre los prietos cachetes de Marga, desapareciendo prácticamente entre ellos.

La primera vez que la mujer se escurrió hacia abajo fue detenida por las manos de su cuñado, que se metieron bajo la faldita de ella, sujetándola por los desnudos glúteos, provocando en ella un fuerte sobresalto, ya que no se lo esperaba, pero no dijo nada, se dejó sobar las nalgas. La excusa que se puso ella misma fue para evitar disgustos que malograran tan espléndido día soleado, aunque en realidad el sobe la había provocado auténtica satisfacción sexual, tanto tiempo reprimida por el estado físico y anímico de su marido.

A partir de este primer sobe, Alberto, al no verse rechazado por su cuñada, no dejó de sobarla el culo en toda la subida, incluso sobándola entre las piernas la vulva, ayudándola a que la pendiente se la hiciera a ella más liviana, más excitante. Entre sobe y sobe los suspiros y gemidos de Marga dejaron de ser motivados por el esfuerzo de la subida sino por el sobe de su cuñado.

Lo que no contaban era que Pablito que iba el primero, se alejó del camino para echar una meada y, cuando se incorporó a la subida, se colocó detrás de los dos, observando detenidamente cómo su tío no paraba de sobar y de meter mano a su madre.

Le sorprendió mucho al principio que su tío la metiera mano a su madre y ésta no se quejara, pero sin decir nada, siguió subiendo detrás de ellos, sin perderse en ningún momento el sobe al que estaban sometiendo a su madre, incluso le encantó, le excitó sexualmente, y subió como su tío, con la polla bien dura y tiesa.

Nada más llegar arriba, tuvieron que bajar por una pendiente menos empinada, y fue ahora Alberto el que bajó el primero, mirando continuamente hacia atrás para ver las bragas de su cuñada, a la que ayudaba en algunos tramos, metiendo sus manos bajo la falda de ella y sujetándola por las nalgas, al tiempo que cuando podía metía su cabeza por el escote del vestido de Marga, besuqueándola los pechos.

Pablito bajaba a la misma altura que ellos, pero éstos estaban tan calientes con la bajada que no se dieron ni cuenta del muchacho hasta que llegaron abajo.

Colocándose el vestido, el rostro de Marga estaba colorado como un tomate, producto del calentón y de la vergüenza, aunque ella lo achacó a que hacía mucho calor, a lo que su cuñado respondió que si tenía calor, lo que tenía que hacer era quitarse la ropa. Marga replicó con su “¡Si, hombre!” falsamente indignada.

Echando tío y sobrino una carrera hacia el agua del lago entre la frondosa vegetación, se quitaron la ropa, quedándose solamente con el bañador puesto, y se zambulleron en las cristalinas aguas, echando Alberto varias brazadas.

Al ver a Marga, que se había quitado las deportivas, caminando por la orilla, su cuñado la dijo que se metiera, que estaba buenísima. Podría parecer que se refería al agua, a que el agua estaba buenísima, aunque realmente se refería a ella, a su cuñada, a la que decía que estaba buenísima, como todos entendieron, incluido el pequeño Pablito.

Respondió Marga a la invitación indicando que no había traído bañador, a lo que su cuñado la respondió que se metiera desnuda en el agua, que ellos, Pablito y él mismo, mirarían hacia otra parte mientras lo hacía. Por supuesto que no era verdad, tanto él como su sobrino no se perderían detalle del cuerpo desnudo de la mujer.

Como Marga no se metía, fue Alberto el que se aproximó corriendo y, antes de que su cuñada lograra salir del agua, la alcanzó y, pasando uno de sus brazos bajo los muslos de ella, la levantó en brazos ante los chillidos de Marga, y, moviéndose rápido, la llevó a una zona más profunda y se metió al agua con ella, empapándola de la cabeza a los pies.

Apareció la cabeza de Marga de entre las aguas y ahora sí que se quejó con una larga y rápida sucesión de “Pero ¿Qué has hecho, cómo me has dejado y ahora qué hago? Cogeré frío, no puedo ir así empapada, qué vergüenza”.

Alberto, al lado de ella, riéndose, no dejaba en ningún momento en sobarla el culo y las tetas bajo las aguas, hasta que ella, aparentemente indignada, se alejó rápido, empezando a salir del agua.

El vestido, al estar empapado de agua, se transparentaba y dejaba ver el pequeño sostén y las braguitas bajo el vestido, como bien pudieron observar tanto tío como sobrino.

El cuñado sin dejar de reírse la sugirió que tendiera la ropa al sol para que se secara y que se metiera desnuda al agua con ellos.

Marga, dubitativa, hizo caso a su cuñado, al menos en parte, ya que se quitó el vestido y lo dejó tendido en la hierba al sol para que se secara, pero no se atrevió a quitarse también las bragas y el sostén, haciendo las delicias de los dos mirones que, en silencio, contemplaron el hermoso cuerpo de la mujer.

Lo primero que resaltaba del cuerpo de Marga eran sus tetas, grandes, erguidas y redondas, y en cuanto se daba la vuelta, todas las miras de dirigían a su culo levantado, prieto y respingón, con forma de melocotón, sin una pizca de celulitis, no manchas ni granos, solo carne magra de primera. Y descendiendo las miradas de sus sabrosos glúteos se llegaba a sus muslos, macizos y torneados.

Una vez dejó el vestido se volvió a meter en el agua, caminando hacia donde estaba Alberto y su hijo, que pudieron observar que también la ropa interior de ella se transparentaba al estar empapada, pudiendo disfrutar ambos, con una erección de caballo, de la visión nítida de los pezones inhiestos de ella que emergían como cerezas maduras de unas aureolas negras del tamaño de un euro, así como de la fina franja de vello púbico que apenas cubría su sexo.

Al pasar Marga al lado de ellos, preguntó de forma retórica a su cuñado un escueto “¿Estarás ahora contento?” y, pasando de donde estaban ellos, se puso a nadar, alejándose, pero Alberto, sumergiéndose, se dirigió rápido bajo el agua hacia donde estaba ella, observándola detenidamente su cuerpo: las torneadas y fuertes piernas de Marga, su culo duro y respingón entre cuyos cachetes se perdían las braguitas, su sexo que se transparentaba en la prenda, sus enormes y redondos pechos cuyos pezones salían por la parte superior del sostén.

La estuvo observando extasiado durante unos segundos y, cuando ella volvía nadando hacia donde estaba Pablito, él tomó aire, sumergiéndose otra vez, y, acercándose nuevamente a su cuñada, agarró con sus manos el elástico de la braguita de Marga, tirando rápido y quitándoselo en un momento por los pies, haciendo que ella chillara sorprendida sin poder evitar que la arrancara las bragas, dejándola solamente con el sostén puesto.

Avergonzada y sin saber qué hacer, se detuvo Marga a menos de dos metros de su hijo, cubriéndose con sus manos tanto la raja del culo por detrás como el sexo por delante, para que ni su hijo ni Alberto pudieran ver su desnudez, pero el cuñado, nadando por detrás, metió su cabeza bajo el agua entre los dos torneados muslos de su cuñada, levantándola y sacando rápido todo su hermoso cuerpo del agua y haciendo que nuevamente chillara sorprendida.

Su sostén se le bajó dejando sus dos enormes y erguidas tetas al descubierto, donde estuvo sin que su dueña se percatara durante unos segundos, pero su hijo se dio cuenta al momento de la desnudez de su madre, sin bragas y con el sostén bajo las tetas.

Sus tetas botaron arriba y abajo varias veces ante el impulso del cuñado al levantarla al mismo tiempo que el cipote de Pablito crecía y crecía al contemplar cómo botaban las tetas de su madre.

Al darse cuenta de que tenía sus tetazas al descubierto, se las cubrió al principio con las manos y luego se subió el sostén, aunque la imagen de sus tetazas quedó para siempre en la retina de su hijo.

• ¡Bájame, por favor, bájame!

Chilló avergonzada Malena y su cuñado, sonriendo, se metió bajo el agua con su cuñada sobre los hombros, cubriéndoles a ambos.

Bajo el agua Alberto la desmontó de sus hombros, y, mientras se apartaba, la soltó el sostén por detrás y se lo quitó sin que ella, confundida, pudiera evitarlo.

Marga sacó, aturdida, la cabeza del agua, así como, al saltar, brevemente los pechos ante los asombrados ojos de su hijo, poniéndose a continuación de pies sobre la arena del fondo del lago con el agua cubriéndola casi la totalidad de sus senos.

Aturdida la mujer no sabía qué hacer, si cubrirse el sexo o las tetas, ni donde estaba su cuñado y qué podría hacer a continuación.

Pablito sin embargo, si sabía que hacer: mirar las tetas a su madre que se transparentaban bajo el agua cristalina.

Al darse cuenta a donde se dirigían las miradas de su hijo, se cubrió avergonzada los senos con sus manos, adquiriendo su rostro un color encarnado de la vergüenza que estaba pasando.

Salió Alberto a la superficie al lado de su cuñada, metiendo su mano derecha por detrás en la entrepierna de ella, sobándola la vulva.

Emitió Malena un chillido apagado al sentir cómo la metían mano entre las piernas, y bajó las manos, intentando quitarse la mano que la sobaba por debajo, por lo que dejó sus tetazas al descubierto ante el deleite de su vástago. Aunque no lo mirara, sabía que era Alberto quién la metía mano.

Aunque le sujetó la mano a su cuñado, no podía alejársela de su vulva a pesar de estar forcejeando durante unos pocos segundos, por lo que, al ver nuevamente cómo su hijo la miraba ansioso los senos desnudos, volvió avergonzada a colocar sus manos cubriéndose los pechos y dejando que Alberto la sobara el coño a placer.

Mientras el cuñado la masturbaba, éste empezó a hablar de lo hermoso y paradisiaco que era el entorno y las claras y cristalinas aguas donde se bañaban, añadiendo también anécdotas que decía que le habían sucedido y que le habían contado de estos parajes. Todo lo que contaba era mentira pero a nadie le importaba.

Aunque todos disimulaban sabiendo que estaban masturbando a Marga, haciendo como si miraran hacia otra parte, nadie prestaba atención a las palabras de Alberto.

Pablito contemplaba empalmado la cara que ponía su madre mientras la metían mano, observando bajo las aguas tanto los pechos de ella cómo la mano que, entre las piernas de ésta, acariciaba insistentemente su vulva.

Sin saber que su hijo la contemplaba bajo el agua, Marga, sintiendo un placer cada vez mayor, tenía la vista vidriosa, sin fijarla en ningún sitio, concentrada en el orgasmo que la estaba llegando y ahogando cualquier sonido que pudiera emitir para que no se diera cuenta su hijo.

Alberto, sin embargo, sonreía burlonamente mientras charlaba y la masturbaba lenta y suavemente, sintiendo cómo su pene se hacía cada vez más grande y erecto, saliendo incluso por la parte superior de su bañador.

Estaba ya casi Marga a punto de alcanza el orgasmo, cuando su cuñado, deseando follársela allí mismo, le dijo a Pablito que se acercara rápido al merendero donde estaba su padre, que ya era tarde y debía estar casi la comida a punto de llegar, que ellos, Alberto y su madre, llegarían enseguida detrás de él.

• ¡No, no!

Logró balbucear Marga, sabiendo que su cuñado se la follaría en cuanto se marchara su hijo, pero éste, deseando también que se follaran a su madre, se dio la vuelta rápido, alejándose hacia la orilla.

Mientras se alejaba Pablito, su madre se corrió a lo bestia, ahogando un chillido de placer, y, al ver cómo se apartaba su hijo, intentó levantar la voz para que no se fuera, pero Alberto lo impidió, tapándola la boca con una mano mientras que con la otra la cogió por una teta, sobándosela, al tiempo que apoyaba su cipote erecto, ya fuera del bañador, en las prietas nalgas de Marga, aplastándolo sobre éstas.

• Tranquila, Marga, que es cosa de un momento. Enseguida se va y podemos follar.

La susurró su cuñado al oído, haciendo que la mujer, abriendo mucho los ojos, se quedara paralizada, sin saber qué hacer.

Con una fuerte erección que levantaba su bañador por delante, Pablito salió del agua, cogiendo su ropa, y, echando una mirada hacia atrás, vio a su madre muy quieta y a su tío, detrás de ella, muy pegado, y, moviendo la mano hacia ellos como para despedirse, se alejó del lugar sin mirar hacia atrás. Sabía lo que la iba a suceder a su madre, se la iban a follar, y no quería perdérselo, quería verlo con todo detalle, pero no quería que ella lo supiera, supiera que la iba a ver follando, así que camino varios metros alejándose de ellos, pero enseguida, cuando sabía que no le veían, se dio la vuelta y, volviendo sobre sus pasos, se escondió detrás de unas plantas, observando todo.

En cuanto el niño desapareció entre la vegetación, la mano de Alberto dejó de cubrir la boca de su cuñada y bajó a la entrepierna de ésta, metiéndose entre los labios vaginales. Marga, estremeciéndose, emitió un gritito y se inclinó hacia delante, forcejeando e intentando quitarse la mano que la sobaba el sexo, al tiempo que escuchaba las risas de su cuñado mientras la metía mano.

Rápido Alberto quito su mano de la entrepierna de la mujer y la sobó la teta que todavía tenía libre, pero, ante la resistencia de su cuñada, la cogió por los hombros y la volteó raudo hacia él.

Sujetándola por las nalgas, metió ávido su cabeza entre las tetas de Marga, besuqueándoselas, lamiéndoselas y mordisqueándolas ante los chillidos de ella, cuyos brazos quedaron aprisionados entre su cuerpo y el de su cuñado.

Restregando Alberto su cipote erecto por el bajo vientre de su cuñada, estaba cada vez más excitado, y antes de eyacular, la levantó por los glúteos y, situándose entre las piernas abiertas de ella, intentó penetrarla con su congestionada verga por el coño.

• ¡Ay, no, no, por favor, no!

Al tiempo que abrazaba con sus piernas la cintura de su cuñado, chillaba Marga, tan desesperada como excitada sexualmente, al ver que iba a follársela, a violarla.

Después de varios tanteos, Alberto logró encontrar la entrada a la vagina de su cuñada y se la metió hasta el fondo, hasta que sus cojones chocaron con el perineo de ella.

Marga, al sentir cómo la penetraban, dejó de chillar, suspirando fuertemente, abrazándose a la cabeza de su cuñado que, una vez, metió la verga en toda su longitud, empezó a golpes de cadera y de glúteos, a sacársela y a metérsela, una y otra vez, mete-saca-mete-saca.

El ruido provocado por el chapoteo del agua se mezclaba con los resoplidos de él y los chillidos de ella, cada vez más intensos.

Escondido entre las altas hojas de las plantas que había en la orilla observaba Pablo cómo se follaban a su madre, y le encantaba. Sintiendo cómo su miembro palpitaba dentro del bañador, se lo sacó y empezó a masturbarse sin dejar de mirar la escena.

No tardó mucho en descargar Alberto dentro de su cuñada y, cuando lo hizo, mantuvo su pene dentro del coño de ella, disfrutando del orgasmo, hasta que, después de casi un minuto, la desmontó, dejándola que se pusiera en pie sobre el suelo del lago, y ésta, aturdida, se echó hacia atrás, tumbándose bocarriba en el agua y dejándose, completamente desnuda, mecer por las aguas, alejándose poco a poco de su cuñado, per, al ver cómo éste la miraba, se volteó, poniéndose bocabajo, y se alejó dando lentas brazadas.

Alberto, sin dejar de mirar el deseable cuerpo de la mujer, dudó si echarla otro polvo ahora, pero pensó que ya tendría tiempo a lo largo del día, así que, llevando en la mano su bañador, se dirigió a la orilla, saliendo totalmente desnudo del agua, ante el asombro de su sobrino que veía anonadado cómo colgaba morcillona la enorme verga con la que hace unos instantes se acababan de tirar a su madre.

Saliendo del agua, se puso Alberto a orinar en la maleza, observando a su sobrino agazapado y, riéndose, le guiñó burlón un ojo.

Pablito, al verse descubierto, le entró un ataque de pánico y estuvo a punto de huir, aunque, serenándose, se dio cuenta de la complicidad de su tío y no se movió del lugar.

Dándose la vuelta hacia su cuñada, la dijo en voz alta:

• ¡Venga, Marga, que la comida ya debe estar lista y Manolo nos espera! ¡Vete saliendo si no quieres que vaya a buscarte! ¡Y ya sabes que te follaré si voy!

Ella, que estaba ahora limpiándose con las manos bajo el agua los restos de esperma de su cuñado, al mirar hacia su cuñado, se fijó que estaba totalmente desnudo, con su enorme cipote colgando, por lo que avergonzada, se tapó los ojos y, dándose cuenta que ella también lo estaba, preguntó aterrada a Alberto.

• ¿Dónde está? Dámela, por favor.

• ¿El qué? ¿Tu vestido?

Respondió sonriendo el cuñado.

• ¡Mi ropa! ¡Mi ropa interior!

• Si te refieres a tus bragas, no las llevabas. Te las dejarías en algún sitio o alguien te las quitó.

• Por favor, dámelas. No puedo ir así.

• ¡Venga, no disimules, que no llevabas bragas! ¡Sal ya que me llevo tu vestido y tienes que ir en pelotas a comer!

• Por favor, dámelas.

• Si no las ves es que no las tengo. Se habrán perdido. ¿Haz mirado si te las has dejado en el agua?

Se giró mi madre buscando con su mirada su ropa interior, pero no la veía, y Alberto la increpó de nuevo:

• Te he dicho que salgas, que me llevo tu vestido. No te aviso más, si no sales vuelves en pelotas a comer.

Al escuchar su amenaza, empezó Marga a acercarse nadando a la orilla, sin atreverse a mirar a su cuñado, avergonzada por la desnudez de éste. Cuando no podía esconder su cuerpo bajo el agua, rogó a su cuñado.

• Por favor, no mires que voy a salir del agua.

Riéndose Alberto la respondió:

• No te hagas la estrecha, que bien que te gusta exhibir tu cuerpo desnudo. Pero ¡venga, sal, que miro a otra parte!

Y volteó la cabeza, dejándola fija en esa posición y dirigiendo su mirada hacia donde su sobrino estaba, guiñándole otra vez un ojo.

Marga, al ver cómo su cuñado mantenía la cabeza vuelta en otra dirección, se levantó del agua, tapándose con una mano la entrepierna y cruzando el otro brazo por su pecho tapándose los pezones. Tenía el rostro colorado por la vergüenza que estaba pasando, sin atreverse a mirar a su cuñado, ya que su vista se desviaba siempre hacia la enorme verga que tenía y que le colgaba morcillona, como si de una tercera pierna se tratara.

Despacio se fue acercando, caminando a la orilla, y, aunque no quería acercarse a su cuñado, si quería coger su vestido tenía que hacerlo ya que éste estaba en su misma dirección.

De pronto, Alberto giró la cabeza en dirección a Marga, mirándola sonriente directamente la entrepierna y las tetas, haciendo que ella se detuviera, paralizada, sin saber qué hacer, por lo que balbuceó hacia su cuñado, diciéndole:

• ¡No, no, no mires, por favor no!

Pero Alberto se acercó a ella y, tirando de sus brazos, los retiró de su cuerpo, dejando las tetas y el sexo de ella al descubierto, exclamando:

• ¡Qué rica buena estás!

Marga, chilló excitada, intentando soltar sus brazos y volver a taparse, pero, cómo no lo lograba, se intentó agachar para cubrir su desnudez.

Alberto, más rápido, se agachó y, cargándola sobre uno de sus hombros, la levantó del suelo, ante los chillidos agudos de ella, y se giró rápido con su preciosa carga, enseñando el culo y el coño de su cuñada a su sobrino.

Pateaba Marga y daba inútiles golpes con sus puñitos en la espalda de Alberto, intentando escabullirse, sin lograrlo, pero éste, carcajeándose, mientras la sujetaba con una mano, con la otra la metía mano por detrás entre las piernas, directamente a su vulva, sobándola a placer.

Mientras la metía mano, el cipote de Alberto estaba otra vez entonándose, aumentando de tamaño y grosor, al tiempo que se iba levantando y poniéndose duro, apuntando al coño de Marga que, con tanto sobe, se estaba, en contra de su voluntad, también poniendo cachonda, sintiéndose cómo otra vez se iba, se corría, pero, a punto de hacerlo, su cuñado la bajó de sus hombros, y, antes de dejarla en el suelo, la penetró nuevamente con su cipote por el coño, haciendo que ésta primero chillara sorprendida, y se sujetara a los hombros de Alberto, como queriendo sacarse la polla de su vagina.

Sujetándola por las nalgas, Alberto la levantó con la fuerza de sus brazos, la levantó y la bajó, una y otra vez, entrando y saliendo su enorme verga del coño empapado de su cuñada que, resignada a ser nuevamente follada, cruzó sus piernas sobre la cintura de su cuñado y se entregó, gimiendo, jadeando y chillando mientras se la tiraba.

Pablo, estando de rodillas escondido entre la alta vegetación que rodeaba el lago, observaba entusiasmado cómo su tío se follaba a su madre, ambos completamente desnudos, y, bajándose el bañador, empezó a machacársela.

Las redondas y prietas nalgas de Malena subían y bajaban, subían y bajaban, una y otra vez, a un ritmo cada vez mayor, mientas restregaba sus erguidas tetas por el musculoso pecho de Alberto.

El ruido de los cojones del hombre al chocar con el perineo de ella se acompasaba con los resoplidos, gemidos y chillidos de ambos, hasta que, de pronto, el hombre, metiendo sus dedos en el ano de la mujer, exclamó asombrado:

• ¡La ostia!

Y desmontando a su cuñada, la dejó de pie en el suelo, diciéndola entusiasmado:

• ¡Te voy a follar ese pedazo de culo que tienes!

Malena, espantada al escuchar sus intenciones, se soltó y, antes de que su cuñado la diera por culo, se giró, dándole la espalda y corrió hacia su vestido y hacia sus deportivas, cogiéndolos.

Salió corriendo completamente desnuda, huyendo de Alberto, y, deteniéndose un momento, se puso el calzado y corrió otra vez, llevando su vestido en la mano.

Alberto que había visto que su cuñada se escapaba, se detuvo, fijándose lascivo cómo movía sus hermosas nalgas al correr, y pensó:

• ¡Corre, corre, que enseguida ese culito será mío!

Al ver qué su cuñado no la perseguía, se detuvo un momento Malena antes de subir la colina, poniéndose el vestido, comenzando a continuación a subir la pendiente.

Como no había tomado impulso para subir, resbaló varias veces en la empinada ascensión, y tuvo que agacharse, ponerse a cuatro patas y con el culo en pompa, agarrándose a los matorrales y piedras empotradas en la pendiente.

Desde la parte de debajo de la cuesta, Alberto, que ya se había vestido, disfrutó lujurioso de la excitante panorámica del culo respingón de su cuñada, que estaba totalmente al descubierto, al estar a cuatro patas, sin bragas y con la minifalda del vestido prácticamente plegada en su totalidad a la cintura.

Tomando impulso, el hombre subió rápido la cuesta y se colocó detrás de su cuñada, metiendo inmediatamente su mano entre las piernas de ella, sobándola el conejito.

Al sentir cómo la metían mano por detrás, Malena, que no se lo esperaba, chilló sorprendida y a punto estuvo de soltarse y rodar por la pendiente abajo, pero se sobrepuso e intentó continuar ascendiendo.

Carcajeándose Alberto, no dejaba de meterla mano, intentando masturbarla otra vez, pero, por la dificultad de la ascensión, resbaló y tuvo que sacar su mano de entre las piernas de su cuñada, contentándose en azotarla las nalgas desnudas en cuanto tiene ocasión.

Desde abajo Pablito no se perdía detalle del intenso sobeteo al que estaban sometiendo a su madre, disfrutando en silencio y con una buena erección.

Llegó Malena la primera arriba y enseguida corrió, bajando por la otra parte de la colina, poniendo eso sí su culo en el suelo, deslizándose colina abajo.

Levantándose la falda para correr más rápido, dejó al descubierto sus glúteos desnudos que su cuñado, persiguiéndola a escasos metros por detrás, no se perdía ni un detalle del sensual balanceo de éstos ni del potente pedaleo de sus fuertes piernas.

Consiguió llegar la primera al merendero, entrando sudando, despeinada y llena de polvo al local, por lo que se metió presurosa al baño, cerrando la puerta con cerrojo, para escapar de su cuñado que venía a escasos metros.

Nada más cerrar la puerta, intentaron entrar por lo que Malena, apoyándose en la puerta, exclamó que estaba ocupado el baño, escuchando tras la puerta a Alberto exponer en voz baja su deseo de que le abriera.

• ¡Abre la puerta, que tengo algo para ti! ¡Tengo tus bragas!

Mentía, queriendo que le abriera la puerta para follársela en el baño, pero la mujer, conociendo su deseo, se negó, indicando nuevamente que el baño estaba ocupado, a lo que su cuñado, riéndose, se encaminó a la mesa donde iban a comer.

Permaneció Marga en el baño durante más de quince minutos, donde además de reponerse, se lavó y orinó.

Al salir no encontró a Alberto merodeando para tirársela, así que se encaminó a la mesa donde dejaron a su esposo.

Ya estaban sentados a la mesa, la más próxima a la televisión, su marido, su hijo y su cuñado. Estaban en una mesa redonda, con Manolo frente al televisor y la única silla vacía frente a Alberto.

El pequeño merendero tenía ahora más clientes que, sentados en las mesas, comían opíparamente.

Manolo continuaba mirando hipnotizado a la televisión, hablando en voz alta e insultando al árbitro y a los jugadores, mientras que Alberto sonreía abiertamente a Marga. Pablito, sin embargo, aunque miraba también la tele, no la prestaba mucha atención, vagando su mirada entre su madre y su tío, aunque éstos dos ni se daban cuenta, atentos solamente uno al otro.

Empezaron a comer y, con la excusa que se le caía algo al suelo, un par de veces Alberto se agachó, mirando por debajo de la mesa hacia su cuñada, deseando verla la vulva, pero ésta, siempre atenta a su cuñado, al verle que se agachaba, se cerraba de piernas, apretaba los muslos y se colocaba la falda, impidiendo que la pillara.

De muy buen humor, Alberto no paraba de sonreír y reírse, haciendo también comentarios a su hermano sobre un partido del que ni se estaba fijando.

Al final de la comida, cuando estaban ya con los postres, la gente de las mesas próximas estaba ya levantándose y moviéndose.

Un hombre que estaba sentado detrás de Marga, echó su silla para atrás, golpeando la silla de ella, que volvió su cabeza hacia atrás. En ese momento aprovechó su cuñado para estirar la pierna derecha y meter su pie descalzo entre las piernas abiertas de ella, directamente sobre la vulva, haciendo que ella chillara sorprendida, golpeando la mesa y haciendo que cayera su copa sobre la mesa, vertiendo su contenido. Intentó echarse para atrás, pero su silla estaba aprisionada por la de atrás y no podía moverla.

Metió sus manos bajo la mesa, intentando apartar el pie que hurgaba entre sus labios vaginales, pero no tenía las fuerzas suficientes para hacerlo.

Se escuchó en ese momento la voz de su marido, Manolo, recriminándola:

• Pero ¿qué haces? ¿Te puedes estar quieta? Ni que fueras una niña.

Al escuchar a su esposo, Malena se quedó quieta, sin saber qué hacer, pero su cuñado, muy sonriente, aprovechó para sobarla insistentemente el coño, provocando que poco a poco se estuviera ella excitando sexualmente.

Al volver Manolo su atención al partido, aguantó Marga durante casi un minuto el persistente sobeteo, y, cuando pensaba que su marido ya no se fijaba en ella, a punto de correrse otra vez, tomó un tenedor y, bajando su mano con él bajo la mesa, quiso clavárselo en el pie a Alberto, pero éste, atento, retiró el pie, antes de que ella lo hiciera.

Al mirar Marga a su cuñado, le vio que, sonriente, la guiñaba burlón un ojo.

Finalizada la comida, muchos se iban marchando del merendero, pero Manolo quería continuar viendo el partido, así que su hermano propuso a su cuñada y a su sobrino hacer una nueva marcha por los alrededores. Propuesta que gustó a Manolo para que le dejaran en paz viendo el deporte. También gustó a Pablito que esperaba tener una nueva ocasión para ver desnuda a su madre. Sin embargo no gustó nada a Marga que conocía las intenciones de su cuñado, por lo que insistió en volver en coche a casa, pero su esposo se negó en redondo ya que quería ver tranquilamente el partido, diciéndola además que había estado muy pesada últimamente con eso de que no salía lo suficiente y que, ahora que habían venido por ella al campo, encima se quejaba cómo si fuera una niña malcriada.

Al escuchar esto último, intervino un Alberto muy sonriente, comentando que a una niña malcriada hay que darla unos buenos azotes en el culo, a lo que replicó su hermano indicando que si quiere puede hacerlo él, Alberto, que por Manolo no hay problema, que la puede venir muy bien una buena azotaina para que aprenda.

El rostro de Malena adquirió en un momento un tono carmesí intenso por la vergüenza que sintió, y más aún, cuando las miradas de todos los presentes en el merendero convergieron en ella al escuchar las palabras de Manolo.

Alberto reaccionó rápido y, sentándose en una silla, cogió a su cuñada y la colocó bocabajo sobre sus rodillas.

Sujetándola con una mano, metió la otra bajo la falda de Marga, tocándola el culo y levantándola la falda, al tiempo que ella chillaba aterrada:

• ¡Voy, voy, por favor, suéltame, suéltame!

Suplicó chillando Marga y todos los asistentes, menos ella, se echaron a reír ruidosamente.

Aprovechando que Alberto la había soltado, se levantó rápido Marga y se puso en pie, colocándose la falda. Su rostro reflejaba la más absoluta de las vergüenzas y no se atrevía a mirar a nadie, fijando su mirada esquiva en el suelo.

Nadie había visto que no llevaba bragas, que debajo del vestido no llevaba nada, que estaba desnuda, ya que, al colocar Alberto a su cuñada sobre sus rodillas, el culo de ella apuntaba hacia la pared más próxima, donde no había nadie que pudiera verlo.

• ¡Y como ahora digas que no vas, te arranco aquí mismo el vestido y te quedas completamente desnuda!

La amenazó, entre carcajadas, Alberto y su hermano asintió emocionado, así como el resto de los asistentes:

• ¡Eso, eso, que diga ahora que no va!

Y grandes carcajadas resonaron en todo el merendero y alrededores.

La verga de todos los hombres se hinchó bajo sus pantalones, deseando que la mujer se retractara.

• ¡Voy, voy!

Insistió Marga chillando con el rostro encendido, al tiempo que afirmaba con la cabeza, temiendo que su cuñado cumpliera la amenaza y la dejara completamente desnuda allí mismo, delante de tanta gente.

• ¡Pues venga, iros ya, que me voy a perder el partido!

Ordenó Manolo, volviendo su atención a la televisión, y Alberto, dando un ligero azote en el culo de su cuñada, colocó su mano sobre la falda de ella y la empujó discretamente, conduciéndola fuera del merendero, acompañados por Pablito y ante la lúbrica mirada de todos.

Alberto, metiendo discretamente su mano bajo la falda de su cuñada, la acarició suavemente las nalgas desnudas, susurrándola al oído:

• ¡Cómo me gusta que vayas sin bragas, Marga! ¡Qué buena estás y que ganas tengo de cogerte!

Asustada, se alejó rápida un par de pasos de las manos de Alberto.

Recordando Marga que antes de la comida su cuñado le indicó a Pablito que se marchara para poder follársela, pensó que la presencia del niño le cohibiría, así que tomó la determinación de que el niño siempre estuviera con ella, no dejando que se marchara y así no dar ninguna oportunidad a su cuñado. Lo que ella no sabía que su hijo ya había presenciado a su madre completamente desnuda y cómo se follaban, y que, además, le había encantado y estaba deseando que se repitiera.

Por este motivo, la mujer tomó la mano de su hijo y le ordenó:

• ¡Pablito, tú siempre vienes conmigo, que no quiero que te pierdas y te puedas caer y hacer daño!

• ¡Pero mamá … que ya soy mayor!

• Haz caso a tu madre y te vienes conmigo.

Replicó Marga a su hijo.

• Pero mamá, que vamos a hacer el ridículo.

Discutió el hijo, intentando soltarse de su madre.

• Está bien, te suelto de la mano, pero me tienes que prometer que estarás siempre cerca de mí, sin alejarte.

Cedió la madre viendo que su hijo se soltaba y que la dejaba sola con su cuñado.

• ¡Qué sí, mamá, que sí, que no me alejo!

Riéndose, Alberto les conminó a seguirle, al tiempo que daba un ligero azote en las nalgas a su cuñada.

• ¡Venga, seguidme, que ya veréis cómo os va a gustar donde os llevo!

• ¡Nada de subir y bajar cuestas, por favor!

Dijo la mujer, viéndose ya con el coño sobado en las subidas.

• No te preocupes que ahora no vamos a subir ninguna cuesta, y si te cansas te prometo que en brazos te cojo yo.

Respondió el hombre y empezó a caminar por un sendero paralelo a la orilla del lago, siendo seguido por un animado Pablito y por una suspicaz Marga, intentando permanecer ésta siempre al lado de su hijo.

Mientras caminaba Alberto no dejó de silbar conocidas tonadillas de series de televisión, especialmente la de “Misión imposible”.

Se cruzaron por el camino por un grupo de unos veinte adolescentes mayores que Pablito, de unos quince años, todos vestidos como de boy-scouts, estando un joven algo mayor que debía ser el guía.

Se cruzaron saludos con Alberto que iba el primero y dirigieron miradas lujuriosas a Marga que iba la última, dándose incluso la vuelta para mirarla el culo por detrás, sintiéndose ella desnudada.

Poco a poco el sendero se iba haciendo cada vez más angosto, con arbustos altos a los lados, obligándoles a caminar en fila india.

Estuvieron caminando durante más de media hora sin encontrar a nadie más, y la mujer estaba cada vez menos en tensión, más relajada.

De pronto, el camino subía por una colina con una fuerte pendiente, motivando que Marga se quejara a su cuñado:

• Lo prometiste: Nada de subir y bajar cuestas.

Entonces Alberto se detuvo, indicando sonriente que las vistas estaban en lo alto de la colina, proponiendo a Pablito que, como su madre no quería subir, que subiera él solo y ellos, Alberto y Marga, le esperarían abajo.

Fue escucharlo y Pablito hizo amago de subir la cuesta, pero su madre, atenta, le sujetó por un brazo, reteniéndole.

• ¡No, no, de eso nada, no subas que nos volvemos, que ya es tarde!

Gritó Marga asustada, viéndose follada por su cuñado.

• Pero Marga, si el día es muy muy largo y tu marido no quiere que le molestemos. Tenemos todo el día por delante, un muy largo día, muy muy largo.

Respondió su cuñado, sonriendo, como diciendo que tenía tiempo suficiente para follársela a placer tantas veces como quisiera.

Aun así, la mujer, sin responder y sin soltar a su hijo, se dio la vuelta, volviendo sobre sus pasos.

Caminando por donde habían venido, ahora estaba Alberto el último y, al ser el camino muy estrecho, Marga tuvo que soltar al niño y, con el fin de no quedarse atrás con su cuñado, se puso delante, la primera, de forma que, tanto Pablito como Alberto, se pusieron a mirarla el culo.

¡Era una auténtica tentación para los dos una faldita tan corta sabiendo que debajo no llevaba bragas!

Provocando Alberto a su sobrino, se sonreían cómplices, gesticulando y agachándose para mirar por debajo de la falda de Marga, haciendo que el niño soltara alguna carcajada, que, al ser escuchada por su madre, volvió suspicaz la vista hacia atrás y, al pillar a los dos agachados, mirándola bajo la falda, supuso, avergonzada, que su hijo se había dado cuenta que ella no llevaba bragas, por lo que hizo que el niño se pusiera delante de ella. Ahora tenía inmediatamente detrás de ella a su cuñado.

Continuaron caminando en fila india, pero enseguida Alberto aprovechó para levantarla la faldita por atrás y tocarla con su mano las nalgas desnudas, provocando que ella, emitiendo un chillido, brincara hacia delante, huyendo de la mano de su cuñado.

El niño disminuyó el ritmo y, sonriente, miró hacia atrás, pero su madre le conminó a que continuara.

Levantándola nuevamente por atrás la falda, la mano de Alberto se dirigió ahora entre las piernas de su cuñada, sobándola por atrás la vulva, provocando otro chillido y saltito de ella hacia delante. Esta vez Pablito no se detuvo, emitiendo solamente unas risitas, sabiendo que su tío estaba metiendo mano a su madre.

• ¡Más deprisa, Pablo, más deprisa!

Le exhortó angustiada Marga a su hijo para que fuera más rápido, pero no dio ni dos pasos cuando la mano de su cuñado se volvía a meter entre sus piernas, sobándola el sexo.

Echándose casi encima del niño, le empujó para que corriera, y le dijo desesperada:

• ¡Corre, Pablo, corre!

Y echó el niño a correr, pero, al intentar seguirle ella, su cuñado, agarrándola el vestido la retuvo, haciendo que ella, asustada de quedarse a solas con Alberto, gritara desesperada:

• ¡No … no … no te vayas, Pablo!

Entonces Alberto le ordenó al niño:

• ¡Sigue, sigue Pablo, no nos esperes!

Y tiró violentamente del vestido de ella hacia abajo, haciendo que saltaran varios botones, y, bajándoselo hasta el ombligo, dejó las voluptuosas tetas de Marga al descubierto y las manos de esta apresadas por la prenda.

Emitió la mujer un chillido, apagado al momento por una mano de su cuñado que la cubrió la boca, y la susurró al oído:

• ¡Chilla, chilla y así tu niñito mimado, al girarse, verá las tetas gordas de su mamá!

Viendo cómo su hijo se marchaba corriendo y sin darse la vuelta, Marga, impotente no se atrevió a llamarlo, avergonzada que su hijo pudiera verla los pechos desnudos, y, antes de que reaccionara, Alberto arrastró rápido a su cuñada, sacándola en un momento del camino y metiéndose con ella entre la espesa vegetación.

La empujó sobre un lecho de plantas, tumbándola bocarriba y, tirando del vestido por los pies, se lo quitó dejándola desnuda sin darla oportunidad a oponerse.

Cubriéndose las tetas y la vulva con sus brazos y manos, Marga contempló aturdida y medio tumbada como su cuñado se despojaba rápido de sus ropas, pero, antes de que pudiera hacerlo completamente, ella se levantó del suelo y salió corriendo despavorida, huyendo de él.

Al ver que su cuñada escapaba desnuda fijó sus ojos en sus prietas nalgas y en cómo se balanceaban al correr, quedándose inmóvil disfrutando, pero, al verla desaparecer entre la frondosa vegetación, reaccionó y echó a correr tras ella, ambos vestidos solamente con unas deportivas.

Entrando nuevamente Marga al camino, de repente se encontró de frente con el grupo de boy-scouts con el que se había cruzado anteriormente y, temiendo que la alcanzara su cuñado para follársela, continuó corriendo.

Alberto, sin embargo, al observar cómo su cuñada se encaminaba corriendo hacia el grupo de jóvenes, no fue tan valiente o tan desesperado como ella, como para aparecer desnudo y empalmado, así que se escondió entre la maleza, volviendo sobre sus pasos para recoger su ropa y vestirse, recogiendo también el vestido de Marga. Mientras él lo tuviera su cuñada estaría desnuda y, si quería volver con su marido y con su hijo, tendría que recuperarlo y, por tanto, recurrir a él y darle una nueva oportunidad a Alberto para tirarse a su cuñada.

Atónitos los jóvenes ante la hermosa mujer desnuda que se acercaba corriendo hacia ellos, agitando provocativa sus enormes tetas en cada paso, se apartaron del camino, dejándola que pasara corriendo entre ellos como si de una hermosa ninfa del bosque se tratara.

Si los primeros asombrados la dejaron pasar sin problemas, los siguientes estiraron sus brazos, sobándola cuando pasó, especialmente culo y tetas, pero los últimos, intentaron ponerla la zancadilla para hacerla caer, e incluso uno, poniéndose delante, quiso detenerla, pero ella, ciega de vergüenza, se lo llevó por delante, chocando con las tetas y, sacándole de la calzada, lo derribó al suelo.

Aunque por un instante Marga disminuyó el ritmo al chocar con el joven, al momento echó a correr incluso más rápido, ante la lúbrica mirada de los boy-scouts que contemplaban sin pestañear el voluptuoso balanceo de las caderas y glúteos de Marga al correr, pero enseguida gritando, echaron a correr tras ella.

Escuchando cómo la perseguían dando gritos, la mujer aterrada intentó acelerar al máximo pero el más rápido enseguida la alcanzó y un fuerte azote en sus nalgas la hizo trastabillar y caer el suelo, donde rodó, pero antes de que pudiera levantarse el joven se la tiró encima.

Marga, en su desesperación, sacó fuerzas y se lo sacó de encima, tirándolo al suelo, pero dos jóvenes más llegaron y la sobaron las tetas por delante y las nalgas y la entrepierna por detrás.

Viéndose desbordada logró acercarse al lago donde se metió, seguido por los dos jóvenes que frenéticos no paraban de meterla mano.

Forcejeando dentro del agua, consiguió soltarse y alejarse dando rápidas brazadas, perdiendo sus deportivas. Aunque uno de ellos intentó seguirla, al verse que el otro no le acompañaba, desistió gritando insatisfecho.

Alejándose del lugar tan rápido como pudo, pronto dejó de verlos y más sosegada, fue poco a poco recuperando el aliento.

Sin embargo, bajo las aguas, alguien contemplaba desde abajo su espléndida desnudez. Un hombre que hacía submarinismo, sin hacer notar su presencia, no se perdía detalle del culo, del coño, de las piernas y de las tetas de la mujer.

Una motora se acercó al lugar y Marga, pensando que no podría huir y que su desnudez quedaba oculta bajo las aguas, no se alejó.

Un solo hombre iba a bordo y, al acercarse, se dio cuenta, por la transparencia de las aguas, que la mujer estaba completamente desnuda.

Deteniéndose al lado de Marga la dio conversación sin dejar de mirarla las tetas.

• ¡Vaya día tan bueno que hace! ¡Y que buena está el agua!

• Sí, está muy tranquila y limpia.

Respondió Marga, agarrándose a la barca y colocando sus tetas casi pegadas a la embarcación para que el hombre dejara de verlas.

• Te vi en el merendero y cómo tu cuñado te puso sobre sus rodillas para darte unos azotes en el culo.

Avergonzada, Marga se quedó sin habla.

• ¿Te ha quitado él el vestido?

No se atrevía a moverse y no sabía qué responder.

• Sí que tenía ganas de follarte, sí. Se veía claramente. Te ha echado unos buenos polvos, ¿verdad?

Temiendo que el hombre intentará violarla, se dispuso a alejarse de la barca, aunque al hacerlo pusiera al descubierto su desnudez, pero el hombre, al ver su intención, la dijo:

• Yo que tú tendría mucho cuidado, que por aquí hay serpientes que merodean bajo las aguas para meterse entre las piernas de las mujeres y penetrarlas.

Marga, que tenía auténtico pavor a los ofidios, se quedó paralizada, y en ese momento el submarinista que llevaba tiempo observándola debajo del agua la metió mano entre sus piernas y entre sus labios vaginales, haciendo que ella chillara aterrada, saltando al interior de la barca, al impulsarse con sus pies sobre la cabeza del hombre rana y agarrarse a los brazos del hombre de la barca.

Con el impulso que llevaba se tiró violentamente sobre el hombre, empujándole y haciendo que cayera hacia atrás en la barca, con ella encima.

Sus tetas chocaron contra el rostro del hombre, restregándose reiteradamente.

Intentó levantarse pero él la sujetó con sus manos por los glúteos, impidiendo que lo hiciera, al tiempo que empezó ansioso a besarla y lamerla los enormes pechos ante los chillidos histéricos de Marga.

Forcejeando ella por soltarse y él por disfrutar de los encantos de la mujer, el cipote erecto del tipo emergió por encima de su pequeño bañador, y, restregándose por la entrepierna de Marga, encontró la entrada a la empapada vagina, introduciéndose dentro.

Al sentirse nuevamente penetrada, la mujer emitió un chillido todavía más agudo y redobló los esfuerzos por soltarse, pero el hombre, sujetándola fuertemente, empezó mediante enérgicos movimientos de pelvis a follársela, dentro-fuera-dentro-fuera.

Apoyado en un lateral de la barca el submarinista presenciaba excitado el morboso folleteo, observando cómo los hermosos glúteos de la mujer se agitaban y cómo el erecto miembro de su amigo la penetraba una y otra vez.

Desesperada, las manos de Marga se dirigieron al rostro del hombre, golpeándolo fuertemente y arañándolo los ojos, provocando que la presión de las manos de él se aflojara, permitiendo que ella se soltara y se levantara presurosa.

Nada más ponerse en pie, se acercó Marga rápido al costado de la barca y, sentándose en el borde, se tiró de pies al agua.

Ya en el agua, empezó a nadar tan rápido como pudo, alejándose de la barca, pero enseguida el hombre rana la siguió buceando y, colocándose bajo ella, observó su hermoso cuerpo en tensión durante unos segundos.

Estirando sus brazos hacia arriba, el hombre rana la sujetó con una mano por una de sus piernas mientras que la otra se la metió entre las piernas, sobándola el coño.

Sintiendo cómo la sujetaban y metían mano, chilló Marga aterrada, pensando que una gran serpiente quería meterse dentro de su cuerpo y violarlo.

Pateando desesperada logró soltarse y reanudó, con todas las pocas fuerzas que le quedaban, su huida, pero el hombre, adelantándola por debajo, emergió violentamente delante de ella, provocando que, sin poder soportar tantas emociones, se desmayara.

Sujetándola por debajo de las axilas, el hombre la buscó el pulso, presionando con dos de sus dedos en la carótida de ella y, al darse cuenta que era solo un desmayo, esperó a que su amigo se acercara con la barca, sin dejar de sobarla una teta.

Relamiéndose ante el sabroso festín que le esperaba, el hombre remó con fuerza. Tenía en su mente enfermiza una sola cosa: follársela por todos sus agujeros hasta quedarse sin una gota de esperma en su cuerpo.

Sin embargo, desde la orilla más próxima unas estridentes voces llegaron a sus oídos, era un grupo bastante numeroso de hombres y mujeres de edad avanzada, seguramente jubilados, que habían visto cómo la mujer se desmayaba y, pensando que podían ayudar, reclamaron al hombre rana que la llevara a la orilla con ellos.

Desde la barca, el hombre no paraba de jurar y maldecir en voz alta su mala suerte.

Dudando que hacer, ya que, si la llevaban a la barca para follársela, muchos testigos podrían declarar que la violaron, el hombre rana se dirigió a regañadientes con ella a la orilla donde les esperaba el grupo.

Cuando hizo pie, se quitó las aletas de los pies y camino llevándola en brazos a la orilla. Al ver que la llevaba completamente desnuda, se escucharon comentarios de sorpresa por parte del grupo.

• ¡Está desnuda! ¡completamente desnuda!

• ¡La trae con todas las tetas al aire!

• ¿Se bañaba desnuda? ¡Será puta!

Ninguno se percató de la erección de caballo que tenía el hombre que la llevaba en brazos.

Todavía no la había sacado del agua cuando tres o cuatro ancianos la cogieron de los brazos del hombre rana, aprovechando para sobarla los muslos, el culo y las tetas, y la colocaron en tierra firme en la orilla, haciéndose enseguida un corro en torno a ella, que no dejaron de observarla maravillados las tetas y el coño.

• ¡Joder, que buena está, la de polvos que la echaba yo a ésta en mis buenos tiempos!

• ¡Qué domingas tiene! ¡Como los de mi Tomasa cuando tenía cincuenta años menos!

• ¡Son operadas, seguro que no son suyas!

• ¡Joder, qué buenas las fabrican ahora, están como para mojar pan!

• ¿Solo pan? ¡Yo la mojaba todos mis churros y mis porras!

Exclamó más de uno, mientras algunas mujeres murmuraban entre ellas e intentaban sin conseguirlo que sus parejas dejaran de mirar a la mujer completamente desnuda que reposaba en el suelo.

Un viejete se puso de rodillas ante Marga y, con la excusa de buscarla el pulso, puso una mano sobre un pezón, como si lo estuviera buscando.

• ¡Que no es ahí, coño!

• ¡Eso, eso, en el coño, búscaselo en el coño!

Exclamó alguno de los presentes y muchos se echaron a reír escandalosamente.

Con tanto barullo, Marga se despertó y el anciano se puso en pie, avergonzado.

La mujer, abriendo los ojos, se encontró una muchedumbre que la miraba desde arriba fijamente. Al moverse se dio cuenta que estaba completamente desnuda y, chillando sorprendida, intentó cubrirse con sus manos y brazos tanto las tetas como su vulva, pero, al verse desbordada por los acontecimientos, se levantó ágil del suelo y, abriéndose rápida entre la muchedumbre, se alejó corriendo, desapareciendo entre la espesa vegetación.

Todos los ojos se fijaron en el voluptuoso movimiento de sus macizos glúteos y, al desaparecer, hubo algún viejito optimista que quiso perseguirla, posiblemente para intentar follársela, pero su mujer bien que puso en medio, reteniendo su achacoso paso.

Como además de no llevar ninguna ropa encima, iba descalza, tuvo que dejar de correr, y, con cuidado, alejándose del camino para que nadie pudiera verla y violarla, vislumbró a pocos metros el merendero donde su marido estaba viendo el deporte.

Se detuvo, dándose cuenta de que no podía presentarse desnuda ante su marido y su hijo. ¡Qué vergüenza! ¿Qué les diría?

Se puso en cuclillas entre la vegetación y lloró en silencio, desesperada, hasta que, de pronto, escuchó a alguien silbar la misma musiquilla que silbaba su cuñado. Era la de la serie de televisión “Misión imposible”. Enjuagándose las lágrimas, se puso con cuidado en pie, y mirando con recelo a escondidas, vio que era su cuñado el que silbaba. Estaba a unos veinte metros de donde ella estaba, apoyado en la pared del merendero, y llevaba en la mano una tela doblada, que Marga reconoció inmediatamente como su vestido. Era evidente que la esperaba a ella y la esperaba para follársela.

Dudó la mujer qué hacer, pero la vergüenza de que su marido y su hijo se enteraran de que la habían desnudado fue mayor que verse nuevamente follada por su cuñado, así que, saliendo despacio de su escondite, se dejó ver por Alberto, que, al momento se dio cuenta de su presencia, y, sonriendo, se acercó a donde estaba ella.

Al verlo aproximarse, Marga se escondió nuevamente entre la maleza, dejando su rostro visible para que su cuñado se acercara.

Metiéndose entre la alta vegetación, se quedó Alberto a menos de medio metro de su cuñada, y, sonriendo recorrió lentamente con su mirada el hermoso cuerpo de Marga, y, mirándola a los ojos, exclamó:

• ¡Qué buena estás!

• Por favor, devuélveme mi vestido.

Suplicó Marga en voz apenas audible, sabiendo la respuesta que iba a recibir.

• Ya sabes lo que quiero a cambio.

• Por favor, no me hagas daño.

• No es lo que quiero hacerte.

• Por favor.

• Date la vuelta.

• Por favor, por el culo no, por favor.

• Seré bueno contigo, si tú lo eres conmigo.

• Por favor, por el culo no.

• No te preocupes y ponte de rodillas.

Agachándose, se puso Marga de rodillas frente a su cuñado, que se bajó el bañador que llevaba y, sacando su cipote erecto, se lo mostró a la mujer que, asustada, abrió mucho los ojos y la boca, dudando si todo ese pedazo de carne la podría entrar a ella en alguno de sus agujeros.

Era un miembro congestionado, enorme y de casi veinte centímetros, surcado de gruesas venas azules.

Mirándolo con aprehensión, Marga, no sabía muy bien qué es lo que quería su cuñado que hiciera con él, aunque lo intuía.

Alberto la sacó de dudas:

• No te lo pienses, Marga, y hazme una buena mamada, como si fuera la mejor mamada que hayas hecho en tu vida.

Ella lo cogió con las manos como si fuera un micrófono, con aprehensión, dándole una chupada con la punta de la lengua en el glande, luego otra y otra. Se fue motivando. No le supo precisamente mal, y un lametón llevó a otro y a otro, como si estuviera saboreando una dulce piruleta. Luego lentamente y con cuidado se metió el cipote erecto y empapado en la boca y lo acarició con sus labios, profundizando un poco más, hasta que se lo metió casi todo en la boca, acariciándolo con sus gruesos y sonrosados labios, mamándolo. Se lo sacó de la boca y lo acarició con sus manos, volviéndoselo a meter, repitiendo la acción una y otra vez, cada vez con más energía, con más ganas.

Estaba Alberto a punto de eyacular, pero no, no quería así, quería hacerlo follándosela, por lo que la detuvo y la obligó a levantarse del suelo y, colocándola de espaldas a él, la haizo inclinarse hacia delante.

Sujetándose al tronco de un árbol, Marga, temiendo que su cuñado, la penetrara por el ano, suplicó.

• No, por favor, no, por el culo no, por favor.

• No te preocupes, Marga, que soy bueno contigo si tú lo eres conmigo.

Y, cogiendo su miembro erecto con la mano derecha, lo colocó en la entrada de la vagina de su cuñada, metiéndoselo poco a poco, empujando su cadera hacia delante.

La mujer, sintiéndose penetrada, suspiró fuertemente, abriendo mucho los ojos y la boca y dejando que Alberto se lo metiera hasta el fondo, hasta que sus cojones chocaron con el culo de Marga.

El hombre, sujetándola por las caderas, echó lentamente hacia atrás sus glúteos, haciendo que su verga saliera en parte, casi toda, para volver otra vez a entrar, y así una y otra vez, lentamente al principio, saboreando cada milímetro de la vagina de ella, aumentando poco a poco la velocidad.

Ella no pudo contenerse y, aunque intentó hacer el menor ruido posible, gimió y jadeó rítmicamente, mientras se escuchaba el sonido de los cojones de su cuñado chocando una y otra vez contra el cuerpo de Marga.

La mujer se balanceaba adelante y atrás, adelante y atrás, una y otra vez, jadeando y gimiendo, ayudando a que se la follara, mientras sus enormes tetas se bambolean voluptuosas al ritmo de las embestidas de su cuñado.

Aumentando el ritmo, Alberto no tardó mucho en eyacular y, cuando lo hizo, se detuvo, gruñendo levemente, y disfrutando del fuerte orgasmo que tenía.

Aguantó dentro del coño de su cuñado hasta que descargó todo el esperma que tenía aún acumulado, y, cuando la desmontó, la propinó un cariñoso azote en sus nalgas.

Subiéndose al momento el bañador, depositó el vestido en una roca situada al lado, y que Marga cogió rápido, temiendo que se lo llevaran, y se lo puso en un segundo.

Alejándose Alberto de su cuñada, ésta camino a algunos pasos detrás de él, entrando en el merendero y dirigiéndose al baño, donde se limpió y arregló.

Se dio cuenta Marga que el vestido había perdido todos los botones por lo que tenía que juntar con sus manos el escote para que no salieran sus tetas. Así mismo observó que varias juntas laterales del vestido se habían descocido, por lo que podía verse la carne sonrosada de su dueña a la altura de su cadera y de su sobaco, y, por tanto, podía verse que no llevaba debajo ni bragas ni sostén.

Al salir del baño, observó el estado lamentable de su marido que, viendo el deporte en televisión, se había bebido un montón de botellines de cerveza y estaba durmiendo encima de la mesa. Al lado de él, sonriendo estaba su cuñado y, más serio, su hijo.

Mientras la mujer estaba en el baño, Alberto le dijo a su sobrino que tenía que simular que se dormía profundamente cuando subieran al coche para que Marga no sospechara y así él, Alberto, dejaría que su sobrino mirara todo lo que quisiera. Dudando de las intenciones de su tío, Pablito aceptó, aunque se imaginaba que algo interesante podía ver.

Al ver salir a su madre del baño enseguida se dio cuenta que el vestido lo tenía descocido y roto por varios sitios y que, al ver su cadera y su costado sin ropa interior que lo cubriera, confirmó lo que ya suponía, que estaba desnuda debajo de su vestido y que su tío quería tirársela otra vez. Solamente de pensarlo se le puso la polla dura y erecta. Deseaba ver a su madre desnuda y, si es follando, mejor. Le excitaba y le daba un morbo inmenso verlo.

Ayudado por un camarero Alberto cargó con su hermano hasta el coche, sentándolo en el asiento de detrás, junto a Pablito, donde continúo durmiendo y roncando ruidosamente. Alberto se sentó al volante y su cuñada en el asiento del copiloto, poniéndose el coche en marcha camino a la ciudad.

Muy obediente, Pablito cerró los ojos y acostó la cabeza en el respaldo del asiento, simulando que dormía.

Alberto, mirando por el espejo retrovisor, mencionó a su cuñada que tanto su hijo como su marido dormían profundamente.

No habían pasado ni quince minutos cuando Alberto poco antes de entrar en la carretera principal se desvió por un camino secundario.

Marga, al darse cuenta se alarmó, y, mirando el bosque en el que entraba el coche, preguntó asustada:

• ¿Dónde vamos?

Sonriendo Alberto no respondió al momento a la pregunta, deteniéndose a unos mil metros en un pequeño claro que había a un lado del camino, y entonces la dijo:

• Ven, que te quiero enseñar algo.

La mujer, alarmada, sospechaba las intenciones de su cuñado, y respondió muy seria:

• No, no salgo, me quedo en el coche.

• Ven, que ya verás cómo te gusta.

• No, no, prefiero quedarme aquí.

• Ven, que ahora duermen y es mejor no despertarles.

• ¡Qué no, que no, que me quedo en el coche, ve tu solo!

• Te dije que si eras buena conmigo, yo lo sería contigo.

• Yo ya he cumplido. He sido buena.

• Entonces ¿no vienes conmigo?

• ¡Qué no, qué no, que me quedo aquí, en el coche!

• Como quieras.

Exclamó Alberto al tiempo que, agarrando el vestido de su cuñada, tiró de él, rasgando la tela ante la sorpresa de ella, que no se lo esperaba, y, cuando reaccionó, ya tenía su cuñado la mitad de su vestido separado de la otra mitad en sus manos.

No contento, Alberto agarró lo poco que quedaba del vestido de Marga, y, tirando, se lo acabó de arrancar, dejando a Marga completamente desnuda en el asiento del coche.

Sin saber qué hacer ni cómo taparse, intentó cubrirse la mujer con sus manos y brazos las tetas y el sexo, mientras que su cuñado, tirando los trozos de vestido por la ventana, puso el coche en marcha, y se incorporó a la carretera nuevamente.

Pablito, desde atrás, no había dejado de observar en ningún momento cómo su tío desnudaba totalmente a su madre, cerrando los ojos cuando parecía que Marga miraba hacia atrás, pero estaba ella tan turbada, que miraba sin ver, solo pensaba qué hacer y en la vergüenza que estaba pasando.. Sin embargo, el niño, desde donde estaba sentado, podía ver claramente la cadera, el muslo y el pecho izquierdo de su madre, totalmente desnudos.

Incorporándose a la carreta principal, el tráfico se fue haciendo cada vez más denso y Marga estaba cada vez más avergonzada, a punto de un infarto, a pesar de taparse cómo podía sus más que evidentes encantos. En uno de los coches que circulaban por la carretera iban los dos amigos que intentaron violarla en el lago y, cuando fueron adelantados por el coche conducido por Alberto, observaron maravillados que en el asiento de copiloto estaba ella, la tetona que se les había escapado por instantes de ser follada, estaba desnuda, al menos tenía las sabrosas tetas al aire. También ella aterrada se dio cuenta de quienes eran y que la habían visto.

Haciendo un giro inesperado el coche de los dos amigos intentó seguir al que llevaba a Marga, pero, con tan mala fortuna que colisionó con otro automóvil que venía detrás, provocando que saliera de la calzada, ante el sonoro suspiro de alivio de la mujer.

Desde el interior del coche siniestrado, uno de los hombres, viendo cómo el auto donde iba Marga se alejaba, grito furioso:

• ¡Ya te pillaré, zorra, ya te pillaré!

Sin detenerse el vehículo de Alberto siguió su camino, deteniéndose a poco más de un par de kilómetros en una gasolinera atestada de gente. Salió Alberto del coche dejándolo en una zona de paso. Ante las miradas insistentes de la gente que pasaba, Marga se tuvo que inclinar hacia delante, poniendo sus pechos sobre las rodillas para que dejaran de mirarla e intentar pasar desapercibida, aunque evidente no lo logró, hasta que, unos quince minutos muy largos después, llegó Alberto con un paquete y, entrando al vehículo, lo puso en marcha, partiendo del lugar.

Recorrió varios kilómetros y, llegando casi a la ciudad, se desvió otra vez de la carretera por un camino que discurría entre árboles. Aparcando, la dio a Marga un ultimátum.

• Te he comprado un vestido y unos zapatos. Si eres buena te los doy, sino … ya sabes cómo llegaras a tu casa.

Asustada, la mujer no dudo en aceptar la propuesta.

• ¡Soy buena, soy buena!

• Pues venga, sal del coche y acompáñame.

• Pero ... ¿la ropa?

• Cuando acabemos te la doy. ¡Venga, sal!

Sin tener ya capacidad para oponerse, Marga abrió la puerta del coche y, al no observar a nadie alrededor, salió tímida, cubriéndose como podía las tetas y el coño, pero su cuñado, en lugar de salir también, arrancó.

Al ver la mujer que el auto se iba, se quedó quieta, sin reaccionar, observando alelada cómo desaparecía de su vista.

Alberto, dentro del coche, observó por el espejo retrovisor, riéndose, la nula reacción de su cuñada, pero, al ver la cara asustada de su sobrino, se apiadó y le dijo:

• ¡Lo hago por ti, Pablo, lo hago por ti!

Dio la vuelta al vehículo dirigiéndose otra vez hacia Marga, que, sin haberse movido del sitio, estaba en cuclillas, cubriéndose las tetas y con la mirada fija en el suelo.

Parándose a su lado, esta vez sí salió Alberto del coche, e, inesperadamente, hizo incorporarse a la mujer, tumbándola bocarriba sobre los asientos del piloto y del copiloto.

Y, bajándose el bañador hasta los tobillos, se tumbó en un segundo bocabajo sobre su cuñada, penetrándola por el coño, ante la atónita mirada tanto de su cuñada como de su sobrino.

Apoyándose con sus brazos en los asientos del vehículo, empezó a cabalgarla furiosamente y, resoplando y sin dejar de observar en todo momento cómo las enormes tetas de Marga se bamboleaban caóticas ante las violentas embestidas.

Pablito, inclinado hacia delante en el asiento, se puso a mirar, por el hueco que había entre los dos asientos delanteros, cómo se follaban a su madre.

En ese momento, se escuchó desde los asientos de atrás del vehículo la voz balbuceante y cavernosa de un hombre.

• ¿Te estás follando a mi mujer?

¡Era la de Manolo, hermano de Alberto y marido de Marga, que acababa de presenciar cómo se la tiraba!

Los rostros, tanto de Alberto como el de Marga y el de Pablito, cambiaron totalmente, y una mueca de horror los cruzó, desfigurándolos..

• ¡No … no… no es lo que parece … no!

Balbuceó Alberto, con la polla todavía dentro de su cuñada.

• Entonces, ¿qué coño estás haciendo, hijo de puta?

Bramó el cornudo, lanzando escupitajos y flemas por todo el interior del vehículo.

Lívido como una sábana, Alberto balbuceó cosas inarticuladas que nadie entendió, ni él mismo, pero no importaba, su hermano se quedó nuevamente dormido, roncando estruendosamente.

Aun así, Alberto, tras unos instantes de dolorosa duda, reaccionó y, como si se tratara de una película a cámara rápida, acelerada, desmontó a su cuñada, la entregó un nuevo vestido, se colocó la ropa, y, montando todos en el coche, lo condujeron a toda prisa a la capital.

A punto de llegar, el coche se saltó un ceda el paso, casi chocando con otro vehículo, y el conductor de éste, muy enfadado, hizo sonar su claxon durante bastantes segundos, recriminando a Alberto su actitud, y provocando que nuevamente Manolo despertara de su largo letargo, de forma que, al aparcar el coche frente a la casa del matrimonio, el marido saliera, ayudado solo por sus muletas, del vehículo.

Como si no hubiera sucedido nada anormal, como si no le hubiera pillado follando con su mujer, invitó a su hermano a subir a la vivienda, pero éste, acojonado, respondió que no podía, que tenía mucha prisa por marcharse, como así hizo, salir a la carrera sin esperar la réplica de Manolo.

Subiendo Marga, Pablito y Manolo en el ascensor a su vivienda, permanecían en silencio, los dos primeros acojonados y el último todavía adormilado, sin despertar totalmente.

De pronto, el hombre se fijó en las hermosas piernas de su mujer y en el vestido que llevaba puesto. Lo tenía muy ajustado, de al menos dos tallas más pequeñas que la que utilizaba Marga. Estaba a punto de reventar. Era la primera que lo veía y pensó inicialmente que no era el mismo que llevaba ella puesto esta mañana, pero enseguida rechazó la idea por ridícula, pero, sonriendo como si estuviera todavía en una nube, exclamó:

• No os podéis imaginar qué he soñado.

Su mujer y su hijo, sin responder, le miraron asustados, y Manolo continuó, sonriendo:

• No puedo contároslo ya que Pablo es todavía muy pequeño, pero, Marga … era una cosa entre tú y mi hermano, una cosa muy muy picante.

Y empezó a reírse, exclamando entre risas:

• ¡Imagínatelo, entre tú y Alberto!

Mientras el ascensor subía, Manolo no dejaba de reírse, contagiando con su risa tanto a su mujer como a su hijo que acabaron riéndose con una risa estruendosa e histérica, aunque la de Marga se confundía con el llanto, con un llanto amargo que pasó desapercibido por su marido.

Entre carcajada y carcajada, el hombre pensó que esta noche la echaría un par de buenos polvos a su espléndida mujercita. Ese vestido y ese sueño le habían abierto el apetito, un insaciable apetito de follársela.

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