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Recién casada y musa de los polvos

en No Consentido

(CONTINUACIÓN DEL RELATO “LA RECIÉN CASADA Y LOS MOTORISTAS”)

Nada más entrar en su habitación del hotel Marga se quitó la camiseta sucia que le había dado el motorista y la arrojó con asco al cubo de la basura, quedándose completamente desnuda.

Tomó, a continuación, el móvil que había dejado sobre la mesa antes de salir la noche anterior con Pablo y observó que tenía más de veinte llamadas, todas de su esposo, así como una cantidad incluso superior de whatapps. Más que preocupación tenía todavía una gran irritación, sino incluso hasta odio, contra su esposo, por abandonarla en su luna de miel para ir a trabajar.

Sin abrir los mensajes ni devolver las llamadas, se duchó, limpiándose a conciencia, especialmente la entrepierna donde tantos polvos la habían echado. Luego, completamente desnuda, se acostó en la cama y se quedó profundamente dormida sin acordarse en ningún momento de su maridito.

Durmió tan profundamente que el móvil, a pesar de sonar en numerosas ocasiones, no la sacó de su sopor. Finalmente una de las llamadas la despertó y, entre los vapores del sueño, lo cogió. Era, como no, su maridito, que la preguntó alarmado donde estaba, por qué no había contestado a sus llamadas y un montón de reproches más que Marga aguantó, todavía adormilada, sin darla tiempo a responder más que monosílabos.

Incorporándose de la cama, caminó adormilada por la habitación con el móvil pegado a su pabellón auditivo, saliendo a la terraza. Se movió por ella, adormilada y completamente desnuda, mirando al suelo mientras escuchaba a su marido sin percatarse que no solo la observaba una pareja vecina en una terraza próxima sino también el jardinero que, desde el jardín situado bajo la terraza, no dejaba de observarla con una fuerte erección.

Era vox populi entre los empleados del hotel que Marga había llegado totalmente desnuda montada en una moto de gran cilindrada, que había hecho una espectacular felación al tipo en la misma puerta del hotel y que, después de ponerse una asquerosa camiseta prestada por el motorista, había entrado al hotel exhibiendo culo y coño, solicitando en la recepción la tarjeta para entrar en su habitación.

El jardinero no era por tanto ajeno a esta noticia, la conocía perfectamente. Así mismo recordaba cómo la joven se había paseado el día anterior por su terraza también desnuda, mostrando impúdicamente su hermoso cuerpo y provocando, la putita, al personal.

Excitado sexualmente y con el pene congestionado y erecto, el hombre se dispuso a dar esta vez un escarmiento a la joven y, saliendo del jardín, entró rápido al edificio.

Marga que, todavía estaba desnuda, mirando al suelo, mientras escuchaba la cansina perorata de su marido, levantó la cabeza y observó en la terraza próxima a los vecinos que la miraban, pero, no consciente de su desnudez, les saludó simplemente moviendo la mano con desgana, entrando nuevamente al dormitorio para que no la escucharan hablar.

En ese momento sonó el timbre de la puerta y la joven, sin dejar el teléfono, se acercó y la abrió, encontrándose de frente con un hombre que se había bajado por delante su sucio mono de trabajo y la mostraba una verga gorda y erecta que salía de una maraña negra de pelo púbico. ¡Era el jardinero!

Sorprendida, se quedó inmóvil durante un momento, sin reaccionar, mirando la polla inhiesta del hombre que parado delante de la puerta no decía nada.

En ese instante Marga se dio cuenta que estaba totalmente desnuda, que había abierto la puerta y había saludado a los vecinos completamente desnuda.

No la dio tiempo a reaccionar cuando el hombre empujó la puerta, entrando al dormitorio y cerrando la puerta a sus espaldas. Reculó asombrada Marga, tropezando en la cama y cayendo bocarriba sobre ella. Perdió en la caída el móvil que, después de dar un par de volteretas en el aire, cayó en la cabecera de la cama a unos pocos centímetros de la cabeza de la joven.

El jardinero, al verla despatarrada sobre la cama, se colocó de pies entre sus piernas abiertas, y, dejando caer hasta los pies el mono que llevaba puesto, se cogió el cipote erecto con una mano e, inclinándose hacia delante, se lo metió a Marga directamente por el coño, empezando a cabalgarla con fuerza allí mismo mientas la sujetaba por las caderas.

No la dio tiempo a Marga a reaccionar, solamente a exclamar entre suspiros y gemidos, un “¡No, no! nada creíble, mientras su marido, al otro lado del teléfono, no escuchaba nada de lo que sucedía al otro lado del teléfono, tan concentrado estaba dando su aburrida charla.

Mientras se la follaba los ojos del jardinero se fijaron en las tetas de la joven que se balanceaban desordenadas en cada embestida, aumentando todavía más la excitación del tipo.

La habitación se llenó de resoplidos, gemidos, suspiros y chillidos, así como del ruido insistente de la cama chocando contra la pared y de las pelotas del tipo chocando contra el perineo de la joven una y otra vez.

Más preocupada estaba Marga porque su marido no se enterara de que se la estaban tirando que por el acto en sí, estiró sus brazos hacia la cabecera de la cama buscando el móvil, guiada solamente por la voz de su marido que en ese momento se dio cuenta que había extraños ruidos al otro lado del teléfono, que algo fuera de lo normal sucedía.

Asombrado se detuvo el esposo a escuchar, dejando aparcada su pesada charla, sin conocer exactamente cuál era el origen de esos sonidos.

Tanteando sobre la colcha de la cama encontró al fin el dispositivo, a pesar de las embestidas del tipo que hacían todavía más difícil su localización, y logró articular entrecortadamente:

• ¡Sí … sí … dime …. Dime… sí!

• Pe … pero … ¿te ocurre algo?

• ¡No … no … nada … nada!

• Es que se escuchan ruidos extraños. ¿Tú no escuchas nada?

• ¡No … no … nada … nada!

• ¡Ah! Será alguna interferencia. Está esa isla tan mal comunicada. Pero ¿tú me escuchas bien?

• ¡No … no … nada … nada!

Y en ese momento una de las embestidas del jardinero hizo que el móvil saltara de las manos de Marga cayendo al suelo pero sin cortarse la comunicación. Tampoco la joven logró acallar su chillido de placer.

Lejos de las manos de la joven y sin posibilidad de alcanzarlo tumbada, intentó Marga incorporarse, pero, en la posición que estaba, siendo sujetada por las caderas por el tipo mientras se la estaba tirando, la resultaba imposible, por lo que se dejó caer bocarriba con los brazos extendidos hacia la cabecera de la cama y, al no poder evitarlo, disfrutó del polvo que la estaban echando.

Entrecerrando los ojos y recorriendo con su lengua sonrosada sus carnosos labios, Marga, se agitaba mientras disfrutaba del orgasmo que la estaba llegando y, cuando por fin la llegó, chilló y resopló de placer, al tiempo que un jardinero sudoroso y sucio también se corría dentro de ella, gritando a su vez, ante el asombro de los vecinos que estaban escuchando todo desde su terraza.

Se mantuvieron quietos sin moverse, gozando del polvo, durante casi un minuto, hasta que el hombre se dio cuenta de lo que había hecho, no que hubiera violado a una clienta ya que él suponía que ella se lo había buscado, sino por el hecho de abandonar su trabajo durante unos minutos, así que, desmontándola y subiéndose el mono, salió rápido de la habitación sin decir nada, volviendo al jardín que tenía que cuidar, dejando a la joven tumbada bocarriba sobre la cama, todavía disfrutando de los rescoldos del orgasmo.

Manolo, el marido de Marga, en ningún momento descolgó el teléfono sino que se quedó escuchando, dándose cuenta que lo que estaba oyendo era un auténtico y salvaje polvo, pero no creyó en ningún momento que fuera su mujer la protagonista, que fuera a la que se estaban follando, sino que suponía que era una interferencia de las comunicaciones. Mientras lo escuchaba se fue excitando cada vez más y, en la morbosidad del momento, se sacó la verga erecta y dura y se masturbó frenéticamente sin suponer que era a su mujer a la que se estaban tirando.

El orgasmo de los tres, de Marga, de Manolo y del jardinero, fue prácticamente a la vez.

Una vez hubo acabado el jardinero volvió a su trabajo, Manolo continuó escuchando al teléfono y Marga todavía aguantó unos minutos, casi un cuarto de hora, tumbada bocarriba en la cama, despatarrada.

Una vez fue dejando la joven poco a poco la sensación sumamente placentera que había tenido, pensó en quién la había echado l polvo. No sabía quién era, ¿sería alguno que ya se la folló antes? Eran tantos los que se la habían cepillado que ya no recordaba todas las caras, ni posiblemente hubiera visto todas las que lo hicieron.

De pronto recordó que tenía al teléfono a su marido cuando la atacaron sexualmente y, aterrada, se levantó de un salto de la cama, buscando el móvil.

Lo encontró al instante y, cogiéndolo, se dio cuenta que no se había cortado la comunicación.

Aterrorizada, acercó el aparato a su oreja y preguntó en voz casi inaudible:

• ¿Estás ahí cariño?

• ¿Marga? ¿Eres Marga?

Preguntó el cornudo al otro lado de la línea al escuchar la voz de su mujercita.

• Sí, sí, cariño, soy yo.

Respondió en voz muy baja la joven, temiéndose que cayera sobre su cabeza un vendaval de insultos que pondrían fin a su recién estrenado matrimonio.

• ¡No te lo vas a creer! ¡Se han mezclado las comunicaciones y he escuchado un polvo, un auténtico polvo! ¡Jojojojojojojo! ¡Un auténtico polvo! ¿Te lo puedes creer? ¡Jojojojojojojo!

Gritó el hombre entusiasmado al aparato, haciendo que su mujer retirara la cabeza ante semejante grito ensordecedor.

• ¿Lo has escuchado? ¿No lo has escuchado?

Continuó exaltado el cornudo.

• Sí, sí , … digo ¡No! ¡No! No he escuchado nada … nada de nada.

Respondió en tono cauteloso su esposa, pensando que su marido o estaba disimulando o era una auténtico gilipollas.

• ¡Tenías que haberlos escuchado! ¡Cómo resoplaban y chillaban los muy guarros, disfrutaban como marranos refocilándose en su propia mierda! ¡Jojojojojojo! ¡A la que más oía era a la hembra, una putita en celo que chillaba y chillaba, regodeándose ansiosa!

La joven, callada, escuchaba estupefacta sin atreverse a intervenir, dándose cuenta que la había llamado “putita en celo”, mientras su excitado esposo se reía a carcajadas, hasta que, de pronto, éste se detuvo y preguntó ahora mosqueado.

• Pero … ¿seguro que no has oído nada?

Y Marga respondió rápidamente dando por terminada la conversación:

• Ya te he dicho que no. Y ahora te dejo que tengo que bajar a cenar.

Y colgó, enfadada, evitando que las sospechas de su marido crecieran si las respuestas de su mujer no le satisfacían.

Después de ducharse nuevamente bajó a cenar al buffet, esta vez sola. No había probado ni un bocado desde el desayuno, aunque, al recordar la cantidad de esperma que se había tragado al comer la polla a más de uno, pensó que no era muchas horas las que habían pasado.

Llevaba tanto tiempo totalmente desnuda que se sentía extraña vestida, aun así se puso solamente un vestido muy fino de mini falda y tirantes, así como unas sandalias con tacón, aunque, eso sí, no se puso ni bragas ni sujetador. La agobiaba ahora llevar tanta ropa encima, había perdido la costumbre de ir vestida. También llevaba un pequeño bolsito donde metió la tarjeta para entrar a la habitación, dejando el móvil apagado sobre la mesilla de noche.

Aunque muchas de las miradas se dirigieron a ella, tanto de los camareros como de los clientes, cuando entró al comedor, ella no les prestó ninguna atención. Seguro que muchos sabían de su entrada casi desnuda al hotel y cómo hizo la felación al motorista, pero pensaba ella que a ninguna de estas personas volvería a ver en su vida, así que para que preocuparse si no había ningún motivo.

Sentada sola en una mesa apartada, se quitó bajo la mesa sus sandalias, quedándose descalza. Tanto tiempo completamente desnuda que la ropa y el calzado la molestaban y la sobraban. Si no se despojaba de todo era por vergüenza de hacerlo en un lugar público donde podrían amonestarla e incluso detenerla por escándalo público.

Estaba cenando tranquilamente lo que había cogido del buffet cuando alguien sin avisar se sentó muy sonriente en su mesa, en una silla frente a ella.

¡Era Pablo, el hijo puta que la había utilizado como puta, follándosela y sodomizándola casi en todo momento, para luego dejarla abandonada en el mar sin nada de ropa ni transporte!

• Sabía que te encontraría aquí, eres una nena con recursos.

La dijo nada más sentarse con un plato de comida.

Mirándole asombrada, la joven, recordando lo que había pasado para volver desnuda al hotel, quiso empujar hacia atrás su silla y levantarse pero Pablo retuvo con sus piernas el asiento para que no se marchara y la dijo para calmarla.

• Somos amigos. Come tranquila que estoy aquí para que no eches de menos a tu maridito.

• ¿Amigos? Pero si me dejasteis tirada, allí, en el mar sin ropa y sin nada. ¡eres un hijo de puta!

Le soltó Marga a la cara, conteniendo su furia pero sin levantar la voz para que no la escucharan las mesas vecinas.

• Fue una broma, gatita, pero volvimos a por ti y ya no estabas.

Se reía burlón Pablo al responder, sin disimular su mentira.

Indignada, a punto estuvo la joven de tirarle a la cara el plato con la comida, aunque se contuvo sin saber muy bien el motivo, posiblemente para evitar escándalos.

• No te quejaras, que te dejamos en buena compañía, tres rabos bien dotados y con ganas de usarlos.

Se refería Pablo a los tres hombres que estaban desnudos en la playa y que, después de violar a Margas, la llevaron al hotel en moto.

• Los vimos desde el yate cuando te dejamos y pensamos, ¡que caray!, a la gatita la va a venir de maravilla cambiar de rabos. ¡Que sean otros los que también se la follen para no caer en la rutina! Si la falta experiencia ya es hora de que la vaya consiguiendo y que mejor que probar todos los rabos de la isla.

Asombrada Marga de lo que estaba escuchando, que la dejaran abandonada para que otros se la follaran, se quedó callada y antes de que pudiera responder, Pablo metió su pie desnudo entre los muslos de la joven, directamente entre los labios genitales de su vulva depilada.

Al sentir el contacto Marga, sorprendida, dio un bote en su asiento e intentó echarse hacia atrás con la silla, pero el otro pie de Pablo, al sujetar la pata de la silla, se lo impidió, y el pie del hombre, se hundió entre sus golosos labios púbicos.

Pretendió Marga levantarse, sin conseguirlo, no atreviéndose a chillar ni a arrojar nada al rostro del hombre, por lo que, trató cerrarse de piernas pero tampoco lo consiguió al tener uno de los pies del hombre entre sus torneados muslos.

Sintiendo cómo el pie se restregaba insistentemente en su vulva, excitándola cada vez más, solo pudo suplicar en voz baja a Pablo:

• No, por favor, que nos van a ver.

Pero el hombre, sin hacerla ningún caso, continúo sobándola el coño, mientras la sonreía irónico, y la dijo:

• Disfruta, gatita, disfruta.

Con las dos manos sobre la mesa, la joven, miraba de reojo hacia todos lados por si la observaban y, aunque no se dio cuenta, un par de camareros sí que si dieron cuenta, y, susurrando entre ellos, no paraban de mirarla lujuriosos.

• Mira a la putita, otra vez jodiendo.

• ¡Cómo me pone la polla ese coñito caliente!

• La calientapollas busca guerra y la va a tener, ¡vaya si la va a tener!

Controlándose para no gemir ni chillar por el placer que sentía, Marga sudaba y se mordisqueaba sus húmedos y carnosos labios. Sus pechos incluso se hinchaban y, a punto de reventar el ligero vestido que llevaba, sus pezones se clavaban en la fina tela, transparentándola ante la divertida mirada de Pablo que no dejaba de masturbarla.

En el momento que, ciega de placer, iba a correrse, se acercó uno de los camareros a la mesa con la excusa de preguntar sarcásticamente si deseaban algo más. Y Pablo, observando cómo se acercaba, retiró la mesa en ese preciso instante, dejando a la joven, despatarrada, con la faldita recogida y con el coño al descubierto, corriéndose con un potente orgasmo.

Al sentir cómo retiraban la mesa, Marga abrió sobresaltada los ojos, viendo su sexo al aire, y, al levantar la mirada, también vio al camarero observándola detenidamente entre las piernas y con una erección de caballo.

Se cubrió, tan rápida como pudo, con sus manos la empapada entrepierna, al tiempo que chillaba cachonda y avergonzada. ¡La habían pillado, la habían pillado una vez más!

Las carcajadas de Pablo atrajeron la atención de la gente que los miró curiosos y morbosos, provocando que la joven, abochornada, saliera a la carrera del comedor, cogiendo su bolsito pero dejando sus sandalias en el suelo, bajo la mesa.

Su precipitada carrera hizo que su pequeña faldita se levantara por detrás, permitiendo que todos los clientes y empleados del hotel pudieran ver asombrados el sensual movimiento que imprimía a sus macizas y redondas nalgas desnudas, sin nada que las cubriera, sin unas braguitas que las taparan.

Reaccionó uno de los camareros al ver las sandalias de la joven en el suelo y, cogiéndolas, salió a la carrera tras Marga, con la excusa de devolverlas a su dueña.

La vio alejarse por los pasillos que conducían a la habitación de la joven y, sin aflojar el paso, la siguió sin apartar sus ojos del culo y de las piernas desnudas de ella que se movían rápidas.

Sin dejar de correr y a pesar de la espesa alfombra que cubría el pasillo, escuchaba Marga angustiada los rápidos pasos que iban tras ella y que poco a poco se iban acercando.

Se detuvo jadeando delante de la puerta de su habitación y, abriendo apresurada el bolsito que llevaba, sacó rápido la tarjeta para entrar, pero, una vez dentro, antes de que pudiera cerrar la puerta a sus espaldas, el camarero la alcanzó, empujando violentamente la puerta y a ella que, cayendo esta vez hacia delante encima de la cama, logró incorporarse y gateó apresurada por ella, intentando escapar de su perseguidor, pero éste logró agarrarla el vestido, desgarrándolo y quedándose en sus manos, mientras Marga, completamente desnuda, chillaba excitada como una gata en celo, saliendo a toda prisa a la terraza.

Temiendo precipitarse al vacío, la joven, acorralada, se detuvo un instante, agarrándose a la barandilla. Dudaba qué hacer, por donde podía escapar, lo que permitió al camarero alcanzarla.

Sobándola las tetas, intentó meterla en el dormitorio para violarla sobre la cama, pero ella, Inclinada hacia delante, se agarraba fuertemente a la barandilla de la terraza y se resistía, manteniendo su culo en pompa.

Con la polla a punto de reventar y apremiado para follársela antes de que notaran su ausencia del comedor, el hombre, sin dejar de sujetar a Marga por las tetas, se bajó en un momento pantalón y calzón, y, colocándose entre las piernas abiertas de la joven, restregó ansioso su verga erecta por las nalgas de ella, intentando penetrarla por cualquiera de sus agujeros, y , cuando por fin, encontró la entrada a la vagina, se la metió de un tirón hasta el fondo.

Un profundo suspiro expulsó Marga al sentirse penetrada, pero, sin soltarse de la barandilla, aguantó al principio en silencio las fuertes embestidas del hombre que, a pesar de la excitación que traía, tardó bastantes minutos en eyacular.

Al escuchar los golpes y chillidos que venían de la habitación y terraza vecina, una pareja de mediana edad salió a la terraza, contemplando asustada cómo un hombre montaba frenético, como si fuera un animal, por detrás a una mujer que, con el culo en pompa, aguantaba las acometidas del macho.

Aunque era de noche y no estaba encendida la luz de la terraza, pudieron observar con la suficiente nitidez la salvaje cópula. No era la primera vez que habían visto a la escultural joven salir completamente desnuda a la terraza, pero si era la primera vez que la veían follando. Aunque horrorizados al principio, se quedaron en silencio contemplando cómo follaban e incluso les gustó tanto que, sin darse apenas cuenta, el hombre comenzó a sobar las tetas de su pareja, sacándoselas por el escote del vestido, mientras ella, metiendo su mano por la parte superior del pantalón, le cogió el miembro erecto y, tirando de él, se lo sacó por encima del pantalón, y empezó a acariciarlo insistentemente.

La excitación fue en aumento y el vecino, agarrando con fuerza la pechera del vestido de su mujer, lo desgarró violentamente, abriéndolo del todo, y, dejando al aire no solamente las tetas de ésta, sino incluso sus pequeñas bragas blancas. Empujándola sobre la mesa de la terraza la hizo tumbarse bocarriba sobre ella y, cogiéndola las bragas, se las quitó en un segundo, tirándolas por la terraza al jardín.

Ante la pasividad de su mujer, que le miraba aturdida, se bajó pantalón y calzón, y, colocándose entre las piernas abiertas de la mujer, la metió el pene erecto hasta los cojones que, al sentirse penetrada, chilló excitada. Fue el pistoletazo de salida para que el hombre se balanceara frenético adelante y atrás, adelante y atrás, follándose a su mujer.

Mientras el camarero se follaba por detrás a Marga, el vecino se lo hacía por delante con su mujer. Terraza con terraza, polvo con polvo. Danza y música bajo la luz de la luna.

Una tercera pareja salió alarmada a su terraza y, al ver, no solo a una sino a dos parejas follando, no se indignaron lo más mínimo, sino que también ellos, animados por el espectáculo, se pusieron también a follar allí mismo. Los polvos se propagaron, como si los protagonistas hicieran la ola, por las terrazas de todo el hotel, y, si no tenían cerca a sus parejas, cogían a la que tenían más cerca, y así esa noche muchos cuernos nacieron y otros crecieron sin límites, y se extendieron como si fuera una epidemia, una auténtica pandemia de orgasmos recorrió la isla, de hotel en hotel, de casa en casa y de playa en playa durante toda la noche.

Cuando por fin el camarero pudo descargar su esperma no solo dentro de la vagina de Marga, sino incluso sobre las nalgas y muslos de ésta, se mantuvo quieto, sin moverse disfrutando del orgasmo durante más de un minuto, y, cuando por fin levantó la cabeza, pudo observar atónito cómo en todas las terrazas del hotel, algunas con la luz encendida y otras con la luz apagada, infinidad de parejas copulaban sin descanso, como bestias que supieran que el fin del mundo estaba próximo, a la vuelta de la esquina.

También Marga se corrió, una vez más se corrió al ser penetrada, y, mientras se recuperaba del polvo también pudo contemplar impresionada el impactante espectáculo de la orgía desenfrenada de sexo que recorría la isla.

Unos golpes en la puerta de la habitación alertaron al camarero que, temiendo por su trabajo, corrió hacia la puerta, abriéndola, y tropezó con uno de sus compañeros, con el que vio cómo masturbaban con el pie a Marga en el comedor, que quería entrar.

• No te lo vas a creer, pero están todos follando.

Exclamó entusiasmado el que entraba y la respuesta del que salía fue:

• ¿Qué no me lo creo? Entra y lo verás.

Corriendo por el pasillo, se alejó el camarero que se había follado a Marga, camino del comedor, mientras que su compañero entró en la habitación de la joven y salió a la terraza, donde pudo contemplar el increíble espectáculo de cientos, de miles de parejas follando.

Al ver a Marga, completamente desnuda, a su lado, la sobó con las dos manos las tetas ante la pasividad de la joven, y, anhelando cumplir uno de sus mayores deseos, la empujó suavemente de los hombros hacia abajo, hasta que la puso de rodillas frente a él, y, bajándose la bragueta del pantalón, se sacó la verga inhiesta y congestionada, ordenando a la joven:

• ¡Cómemela!

Marga, obediente, cogió con sus manos el duro miembro y, después de darle durante más de un minuto, húmedos lengüetazos, se lo metió en la boca y, acariciándolo reiteradamente con sus labios aterciopelados, mientras le sobaba los cojones, consiguió que el hombre se corriera en pocos minutos, empapando de un semen espeso el rostro, el pelo y el pecho de la joven.

Empapada en esperma, tanto por arriba como por abajo, tanto por delante como por detrás, pudo Marga, una vez que el muy satisfecho camarero se marchara, irse a la ducha y limpiarse con esmero y descansar, durmiendo sola en su cama toda la noche, aunque fuera, fuera de su habitación, en las habitaciones vecinas, en las casas y lugares públicos de la isla muchas parejas continuaron follando sin descanso incluso bien entrada la mañana siguiente. De aquella noche muchos niños nacieron, unos legítimos y los más no. Muchas parejas se rompieron y otras muchas se formaron, aunque la mayoría fue de una sola noche, de aquella noche, pero ¡qué noche, la de los polvos infinitos!

Y todo comenzó con Marga, la musa de los polvos, donde se fraguó la leyenda de la isla y a partir de entonces todas las parejas que querían follar acudieron allí.

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