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La dulce Loli en su luna de miel

en Hetero: Infidelidad

Es  un caluroso y soleado mes de junio.

Todavía no ha llegado la típica avalancha de turistas que arrasan todos los lugares que aparecen en los medios de comunicación, por lo que aprovecho para tomarme un par de días de vacaciones y acercarme a ver un bonito pueblecito costero con una antigua fortaleza medieval no muy lejos de la ciudad donde vivo.

 Al llegar al pueblo, aparco el coche en el centro y me doy un tranquilo paseo tomando fotografías y saboreando el aire marinero del lugar, hasta que decido que ya es hora de ir a visitar el castillo, que está enclavado en una pequeña isla cercana por lo que me acerco al puerto pesquero para que el ferry me lleve.

Compro el ticket en la taquilla y me acerco al punto de donde sale para esperar su pronta llegada.

Según me acerco al lugar donde espera un reducido grupo, reparo en una hermosa joven que luce un vestido claro con tirantes y una muy pequeña minifalda, tan pequeña era que casi se le ven las bragas.

Es una auténtica belleza, con un cuerpo escultural de casi un metro ochenta de estatura, de piernas largas, interminables, torneadas y fuertes.

Aminoro mi paso, deteniéndome para contemplar con auténtica devoción sus piernas infinitas, para, después de un buen rato, percatarme que el resto de su cuerpo no se queda atrás, su culo, su figura, su pecho, su cara, su todo.

Es de raza caucásica, con la piel morena por el sol. Luce una media melenita de color castaño claro.

No está sola. La acompaña un hombre y un niño. Supongo que son una familia y no echo a la joven más de veinte años, posiblemente bastantes menos, quizá unos quince o dieciséis, aunque, doy fe, que está totalmente desarrollada.

El hombre es bastante gris, bastante más bajo que ella, unos diez centímetros, y con bastantes más años, posiblemente más de cincuenta. Pelo ralo y canoso. Con la típica barriga de llevar una vida sedentaria. Lleva una bolsa en bandolera y una antigua máquina de fotos, que debería ser de las mejores hace treinta años pero ahora está anticuada.

El niño debe tener unos diez o doce años, de cabello castaño oscuro. Lleva, como su padre, una pequeña bolsa en bandolera y una máquina de fotos, pero esta es pequeña y digital, de las compactas que caben en cualquier sitio. Me resulta curioso que el niño lleve una máquina mucho más moderna que su padre, aunque supongo que hará fotos peores.

Entiendo que son el padre, la hija mayor y el hijo más pequeño.

A poco más de tres metros situada a la espalda de donde está ella hay un poste donde me apoyo para verla mejor, con todo lujo de detalles.

Mis gafas de sol con cristales espejo impiden que se puedan ver mis ojos y, por tanto, hacia donde dirijo mi mirada. Saco mi máquina fotográfica y la enciendo, haciendo como si la estuviera estudiando, cuando realmente lo que estoy haciendo es enfocar a la joven, utilizando el zoom para verla mejor y sacar fotografías.

Mis ojos se clavan en sus piernas y las recorren en su totalidad, de arriba y abajo y de abajo arriba, primero rápidamente con ansías de ver más, por si se retiran de mi vista, luego lentamente sin perder un solo detalle, desde sus lindos pies apenas cubiertos por unas ligeras sandalias con algo de tacón hasta la altura de su sexo, que es el límite marcado por la faldita.

Sus piernas son perfectas, rectas desde la raíz del muslo hasta el tobillo, con curvas en pantorrilla, rodilla y muslo, lo que las da una apariencia delicada y fuerte, al mismo tiempo.

Tiene unos bonitos pies, muy femeninos, quizá un 40 o un 41, proporcionales para su estatura. De dedos proporcionados, siendo el gordo el que más sobresale y así, en perfecto orden, disminuyendo sucesivamente hasta llegar al más pequeño. El arco del pie es pronunciado, con una sensual forma curva. Las sonrosadas uñas de los pies son uniformes, cuadradas y un poco alargadas.

Mi mirada sube por sus finos tobillos, por sus perfectas pantorrillas, fuertes y torneadas, hasta llegar a unas espléndidas rodillas redondeadas, y de ahí a sus hermosos y firmes muslos, no excesivamente musculados.

En ninguna parte de la pierna y del pie hay el menor indicio de pelo ni manchas ni irregularidades ni grasa ni celulitis, todo perfecto.

Tapado por su vestido pero levantando levemente su faldita, sobresalen sus glúteos, fuertes y firmes, redondos y respingones, bien levantados, nada caídos, con forma semicircular perfecta semejante a una gran manzana, que emergen nada más acabada la estrecha cintura.

Su abdomen es plano y firme, siendo la espalda recta, equilibrada y fuerte.

A pesar de estar de pies, sin caminar, su postura es la de una modelo, con los hombros rectos, la columna derecha, la cabeza alta, el vientre recto, la pelvis horizontal y el pecho erguido. Está claro que sus padres la habían educado bien, estoy deseando conocer qué más la habían enseñado.

Sus pechos no son muy grandes, pero tampoco pequeños, de forma redondeada, y erguidos, pudiendo verse, a través del vestido, que no lleva sujetador, por lo que se marcan sus pezones.

Un cuello largo, estilizado y firme, sin pliegues, y, detrás la nuca, seductora y sensual, deseando ser besada apasionadamente.

Su rostro es perfecto, simétrico, de forma redondeado aunque algo alargado, de labios sensuales y carnosos, dientes blancos y perfectos, grandes ojos castaños de largas pestañas, cejas finas, nariz pequeña y respingona, orejas pequeñas pegadas a la cabeza

Su cabello castaño claro, casi rubio, se despliega en una media melena que cae un poco por debajo de sus orejas.

La joven comienza a moverse cogiendo de la mano al niño, que enseguida se suelta, siguiendo al hombre hacia el ferry, que, sin que yo me hubiera percatado, ya está estacionado en el puerto y la gente está subiendo.

Ya en el barco, sigo sin perder de vista a la joven que va detrás del hombre y del niño que buscan buenas vistas para fotografiar.

Suben por estrechas escaleras y yo, disimuladamente, siempre inmediatamente detrás, mirándola el culo por debajo de su faldita.

Unas pequeñas y delicadas braguitas blancas se meten entre sus nalgas sonrosadas, dejándolas al descubierto, dando a veces la impresión de no llevar nada. Su vulva sale a los lados de la braguita, cubriendo solamente la entrada a su vagina.

Siempre con la máquina fotográfica en las manos, más de una foto la tomo por debajo de la falda.

Una vez en la parte superior del barco, vagamos por la cubierta. El hombre buscando vistas para fotografiar, la joven y el niño detrás y, yo, disimulando como si viera vistas y tomara fotos, pero sin perder de vista a la joven.

En el caótico deambular, mientras el hombre y el niño van delante, la joven, cansada, apoya sus antebrazos en la barandilla mirando hacia fuera del barco y yo, aprovechando que hay poco espacio para pasar por detrás y que ella tiene el culo en pompa exhibiendo sus nalgas desnudas, intento pasar por detrás y restriego insistentemente mi cipote tieso y duro por su culo, indicándola eso sí, perdón reiteradamente. Tanto lo restriego que una sonrisa ilumina su rostro y una risa cristalina sale de su boca, y yo, cómplice, haciéndome el inocente, la correspondo de la misma forma, aunque eso sí una de mis manos, al pasar, bien que la soban el culo e incluso se meten entre sus piernas, sobándola el caliente conejito.

A pesar del saltito que da cuando nota mis dedos en su coño, continúo mi paseo, sin que el hombre ni el niño se den cuenta del magreo al que he dado a la joven.

Cansados de tomar fotos, la familia se sienta en un banco  y yo, inocentemente, también me siento, pero en uno situado a unos tres o cuatro metros frente a ellos.

Disimulando, hago como si estudiara mi máquina de fotografiar y las fotos que he tomado, cuando realmente lo que hago es, aprovechando el zoom de la máquina, observar lo que la joven tiene entre sus piernas, apenas cubiertas por la braguita, y que ha dejado al descubierto al sentarse.

Quizá pensando que no la observo, ella no tiene ningún problema en abrirse bien de piernas y enseñarme su sexo, cubierto en parte por la braguita. Además cuando las cruza, también disfruto de sus hermosos muslos.

Al ir a coger un pañuelo se me cae mi navaja multiusos al suelo, ocasionando bastante ruido, y, al recogerla, puedo echar, desde otro ángulo, un buen vistazo a la entrepierna de la joven, pero es el niño el que se ha fijado más en mí, concretamente en mi navaja, por lo que le digo:

  • Siempre la llevo encima, nunca la dejo en ningún sitio ni se la dejo a nadie.

Entre tomar más fotos y observarla, se pasa el resto de la travesía y llegamos a tierra firme.

Como siempre, la sigo a una prudente distancia y puedo disfrutar del sensual movimiento de sus caderas y de las contracciones de sus fuertes glúteos.

Pasamos por un mercado con varias tiendas en las que venden bolsos, camisetas y otras cosas para los turistas.

No hay mucha gente pululando por las tiendas, pero los vendedores que hay, bien que se dieron cuenta de la presencia de la joven y aprovechan para desnudarla sonrientes con la mirada, decirla frases de doble sentido e incluso algún hombre se acerca, diciéndola cosas al oído y la toca el culo, subiéndola la faldita y echando una mirada al culo prieto.

El hombre y el niño continúan caminando impertérritos, pero ella que va detrás, los esquiva como puede, echando a correr en algunos momentos.

Logra llegar a duras penas a la puerta de acceso al castillo y, después de pagar la entrada, pasamos dentro, yo siempre detrás, sin perderla de vista.

Recorremos libremente los accesos y, cuando hay que subir a la parte superior del castillo utilizando una estrecha escalera de caracol, allí estoy yo, detrás de ella, que, como siempre, cierra la comitiva familiar.

Detrás de mí no hay nadie que me incordiara por lo que aprovecho para disfrutar de la deliciosa vista de las piernas y de los glúteos de ella, e incluso continúo tomándola fotografías.

En cada descansillo el hombre se para, en algunos casos para tomar aliento, en otras para tomar fotos por las pequeñas ventanas que permiten ver la ciudad y la fortaleza a sus pies.

La joven espera paciente a que el hombre continúe, y yo aprovecho para observar su culo con detenimiento.

En la segunda parada aprovecho para ver hasta dónde puedo llegar y la toco suavemente una nalga desnuda bajo la falda.

Da un pequeño respingo al notar mi mano pero se contiene y no hace nada, solo aguanta, disimulando, por lo que muevo mi mano suavemente tocándola el culo, acariciándolo.

El hombre continúa subiendo y el niño y la joven con él, lo que me impide seguir sobándola el culo, pero sigo detrás de ellos mirando detenidamente como mueve seductoramente la joven sus potentes glúteos.

En la siguiente parada reanudo el sobe del culo y de las piernas de la joven, que aguanta sin decir nada y sin moverse lo más mínimo.

La sobo incluso encima de la braguita entre las dos nalgas, subiendo y bajando mis dedos por sus nalgas, entre las piernas hasta su vulva, acariciándola encima de la braguita.

Meto dos dedos bajo sus braguitas y las saco de entre las dos nalgas para ponerlas sobre una de ellas. A continuación separo los prietos y duros glúteos, viendo sus dos agujeros, los acaricio suave y directamente con las yemas de mis dedos.

Se reanuda la marcha y yo detrás.

En la siguiente parada aprovecho para levantarla una vez más la falda por detrás viéndola la braguita que se ha vuelto a meter entre las dos nalgas.

Meto mis manos debajo de su vestido e introduzco dos dedos de cada mano en los bordes extremos superiores de la braguita y tiro hacia abajo, bajándola la prenda por los muslos, hasta las rodillas y de ahí hasta los tobillos.

El hombre continúa la subida, y la joven, tras una breve interrupción donde se quita con los pies las braguitas, mientras yo la sobo la cada vez más húmeda vulva, continúa detrás.

Tengo el cipote tieso y erguido, a punto de reventar, por lo que ya estoy relamiéndome pensando en metérsela en la próxima parada, pero, ¡oh desilusión!, llegamos a la azotea del castillo.

Hay muy poca gente y, como en el barco, nos movemos por la azotea con el hombre tomando fotos a las vistas, con el niño y la joven detrás. Ella me rehúye y evita mirarme directamente.

Yo también tomo fotos, disimulando, con la polla bien tiesa y pensando cómo puedo metérsela.

Después de casi quince minutos de deambular por la azotea, me introduzco en una pequeña garita situado en una esquina y cubierta con tejado.

Dejando en el suelo mi cámara y la bolsa que llevo, espero a que pase la joven que, como siempre, está detrás del hombre y del niño, y, saliendo rápidamente de mi escondite, la cojo con una mano por la cintura, tapándola la boca con la otra, y la atraigo, antes de que reaccione, hacia la garita de donde he salido.

Una vez dentro, la pongo de espaldas a mí y la obligo a inclinarse hacia delante, levantándola la faldita por detrás, viendo sus nalgas desnudas y separándola las piernas.

Mi intención es follármela allí mismo, pero, al percibir mi intención, se opone, forcejea, chilla, quiere levantarse y salir de la garita, pero yo, con la polla tiesa y dura fuera del pantalón, la tapo la boca cómo puedo y la sujeto para impedir que escape, diciéndola amenazadoramente:

  • ¡Estate quita, niña! ¡Que es solo un momento!

Como no para de forcejear, continúo amenazándola:

  • ¡Cómo no te estés quieta, te arranco toda la ropa y la tiro abajo, fuera del castillo! ¡Qué cara van a poner tu padre y tu hermano cuando te vean completamente desnuda y que les vas a decir! ¡Y lo que te van a hacer abajo cuando te vean salir con las tetas y el coño al aire! ¡Seguro que hacen algo más que manosearte!

Con tanto movimiento, una de sus tetas se le ha salido del vestido, lo que aprovecho para agarrarla con una de mis manos mientras que con la otra intentó sujetarla para follármela por detrás.

Estoy tanteando con mi verga tiesa para metérsela cuando oigo a mis espaldas la voz del hombre llamándola:

  • ¡Loli, Loli!, ¿dónde estás?, ¿estás ahí?

Miro hacia atrás, veo su sombra alargada en el suelo, y, antes de que entre en la garita, suelto a la joven y me escondo rápidamente pegado a la pared para que no me vea.

Veo que está entrando pero ella, que ya se ha guardado el pecho, se va hacia él, bajándose la falda, haciendo que no entre.

Les oigo marcharse y al hombre recriminarla:

  • Si tenías ganas de ir al baño, tenías que haberlo hecho antes de subir. Imagínate que alguien entra y te ve así, con el culo al aire, meando.

Me he librado por los pelos, pero ha sido ella la que me ha ocultado. No sé si será por evitar un escándalo, pero no me impedirá continuar con mi empeño de tirármela.

Me coloco la ropa, tomando aliento, y salgo de la garita, buscándola con la mirada, pero no la veo y recorro rápido el perímetro sin encontrarla.

Supongo que ya se ha bajado, por lo que bajo corriendo las escaleras.

Angustiado, recorro el patio de armas sin verla, pero al mirar por la puerta de entrada la veo yendo con su familia camino del mercado.

Deprisa voy hacia dónde están, no vaya a ser que tomen el barco de vuelta y yo me quede sin mi premio.

La veo en el mercado rodeada de varios hombres que la retienen por la fuerza y la levantan la falda, sobándola el culo y las tetas.

El hombre ahora si reacciona, se vuelve hacia los hombres que retienen a su hija pero le empujan cuando se acerca.

Discute con ellos, pero se ríen de él, mientras uno de ellos sujeta a la joven por la cintura y la soba el culo.

Cuando los dedos del hombre se meten entre las piernas de ella y en su vagina, ella se mueve, logrando escabullirse de los brazos del hombre, y se aleja unos centímetros.

Cuando el hombre se va hacia ella para cogerla otra vez, yo me pongo en medio, empujando los brazos del hombre, y le digo amenazándole:

  • ¡Cuidado!

Mi actitud agresiva, así como mi fuerte constitución física y mi estatura de más de un metro ochenta y cinco le intimidan.

Como no me quito de en medio y me interpongo para que el hombre no pueda volver a cogerla, ella se va corriendo hacia su padre, esquivando otros brazos que quieren retenerla, poniéndose detrás de él.

Los hombres me miran cabreados, pero, devolviéndoles la mirada, paso entre ellos, sin problemas, siguiendo a la joven que se marcha a la carrera con su familia hacia el puerto, pero no tengo prisa, llego a tiempo para coger el barco.

Subo al ferry y la veo, pero ella me ve y rehúye mi mirada. Sin embargo, el padre se acerca con una mueca en su cara que intenta ser una sonrisa y, estrechándome efusivamente la mano, me da las gracias.

Me propone que les acompañe, y yo, solamente por estar cerca de la joven, acepto gustoso.

El hombre me presenta a la joven. Se llama Loli y me da un rápido y ligero beso en una mejilla mientras yo logro tocarla el culo bajo la falda sin que el hombre se dé cuenta.

Él se llama Pedro y al niño, que está sentado en un banco leyendo un comic sin  dignarse a mirarnos, le llama Pedrito.

Yo me presento como Juan y pienso en salir triunfante de esta empresa, la de follarme a Loli.

 Nos sentamos en unos bancos con una mesa en medio, sin nadie alrededor y alejados también del niño.

Yo me siento frente al hombre y a ella.

Ella está muy cortada, con la cara colorada por la vergüenza y no se atreve a mirarme.

El hombre me dice:

  • No sé qué la hubiera pasado si usted no interviene. Se la hubieran follado, violado, no sé, cualquier cosa.

Yo pienso:

  • Cualquier cosa no, solamente sobada, desnudada y follada, lo básico, que es precisamente lo que deseaba hacer yo si tú no me lo hubieras impedido en la torre, pero espero que ahora con tu colaboración lo pueda hacer sin prisas.

 Pero a cambio piropeo a la joven, mirándola a la cara:

  • Era lo mínimo que podía hacer al ver a una joven tan hermosa en apuros.

Loli, sin mirarme, se ruboriza todavía más, adquiriendo su rostro un color rojo intenso, pero el hombre emocionado, me dice, lanzándome varias perdigonadas de saliva supongo que sin intención.

  • No sé cómo podemos agradecérselo. Pídanos lo que quiera, en serio, lo que quiera.

Estoy a punto de decirle:

  • Lo que quiero es desnudar a su hija, sobarla todo el cuerpo, comerla el coño, que ella me coma el rabo y finalmente follármela por el coño y por el culo. ¿Le parece bien que empecemos ahora y luego en tierra, busquemos un hotel y me deje con ella varios días para que cumpla todas mis fantasías?

Sin embargo, por si frustraba mis expectativas, le dije:

  • Solamente con sentir que les he ayudado a usted y a su hija me siento totalmente satisfecho.

El hombre, sin dejar de sonreír, me dice:

  • No es mi hija, es mi mujer y estamos en viaje de novios.

Me deja aturdido, ¡vaya metedura de pata!, por lo que me disculpo acaloradamente, pero el hombre me explica:

  • No se preocupe. Entiendo porque lo dice, por el niño. Es mi hijo, fruto de mi anterior y primer matrimonio. No sabía dónde dejarlo, ya que su madre trabaja. Se lo comenté a Loli y fue ella la que me dijo que viniera con nosotros y yo, aunque al principio no me parecía correcto al ser nuestra luna de miel, no podía negar nada a mi mujercita.

Y la atrae hacia él para darla un beso en la boca, pero ella gira la cabeza y lo recibe en una mejilla, logrando apartarse un poco de él.

El hombre, sonriendo emocionado, me comenta:

  • Es muy tímida. No la gusta que la besen. ¡Es tan joven!

Y suspira, y yo pienso que no es solamente tímida, es que no quiere que la bese ni que la toque un viejo carcamal como tú, y menos que se la folle.

Loli no se atreve a mirarme, por lo que yo, aprovechando que mira por la borda el paisaje, me agacho como a recoger algo del suelo y poder verla el conejito, pero ella es más rápida y coloca sus dos manos entre sus piernas, tapándose el sexo.

Al subir, veo que ella me mira fugazmente, con una sonrisa divertida en los labios, pero enseguida el hombre empieza a darme conversación.

Me explica que son de un barrio industrial muy cercano a la capital, que es la primera vez que vienen a esta región, que llevan de viaje diez días, que les está gustando mucho, pero que mañana se van de vuelta a casa.

Yo les digo que vivo en una ciudad próxima, donde nací, que trabajo en una consultoría informática, que estoy separado desde hace más de un año, sin hijos, y que tengo veintisiete años.

El me responde que trabaja en la banca, que tiene cincuenta y cinco años, su hijo doce y Loli dieciséis años.

Echo mis cuentas y hay una diferencia de 39 años entre ella y su marido. Demasiado para que la joven disfrute cuando se la folle. Dudo mucho que se la haya follado su maridito, aunque no descarto que más de un jovencito ya se la haya tirado.

Siempre con la mente puesta en poder pasarme por la piedra a tan hermosa doncella, le pregunto dónde pasan la noche y, cuando el hombre me lo dice, comento que miraría si hay alguna habitación en el mismo hotel, siempre con la esperanza de que me ofrezca su sitio en la cama con su mujer, pero, ¡oh desilusión! me dice que no tiene sitio en sus habitaciones, ya que no hay camas disponibles.

La joven me mira fugazmente con su sonrisa pícara. Creo que ha leído mi mente.

Pedro me informa que comparte con Loli una habitación muy grande con vistas al mar en cama de matrimonio, y que su hijo está en una habitación pegada a la suya, y mantienen abierta todo el día la puerta que separa ambas habitaciones para que el hijo no se encuentre solo.

Seguro que la idea de que la puerta esté siempre abierta ha partido de ella, y ha prevalecido en contra del criterio de su marido, siendo el motivo, no el que comenta, sino poner impedimentos para que no se la folle en el viaje de novios.

Aunque el hotel es caro, continúo con mi idea de coger una habitación en él, para facilitar mi camino para acostarme con la joven.

Consigo mi habitación, no muy lejana de la de Loli, y quedamos abajo para cenar en el hotel.

Me ducho y me vuelvo a afeitar, poniéndome la ropa más elegante que llevo.

Llego mucho antes de la hora con la intención de beber algo en la barra y encuentro al padre y al hijo tomando un refresco cerca de la piscina.

Y ¿ella? ¿dónde está?

La veo nadando bajo el agua en la piscina, como si de una hermosa sirena se tratara, bajo los focos que la iluminan, resaltando sus curvas sensuales, su bucear elegante.

Lleva puesto un bañador verdoso que se le pega al cuerpo como una segunda piel y que brilla como una estrella del firmamento.

Me quedo anonadado, paralizado contemplando tan bello espectáculo, mientras ella se desliza bajo las aguas con pausados y potentes movimientos de brazos y piernas.

Oigo voces, quizá me llaman, pero tengo todos mis sentidos focalizados sobre tan hermosa imagen, hasta que alguien tira de mi brazo y una voz me llama. Es el marido que sonriente me invita a la mesa donde se encuentran.

Como un muerto al que acaban de resucitar, le acompaño con pasos titubeantes, sin saber ni donde estoy ni a donde voy, deseando continuar viendo tan maravillosa visión. Comprendo ahora lo que es el infierno, el no poder contemplar la imagen de Dios, de la diosa, de Loli.

Nos sentamos en la mesa y, poco a poco, voy recobrando la conciencia mientras el marido no para de hablar. Pido mi bebida y espero deseoso que emerja a la superficie y se siente entre nosotros la Venus renacida.

Me comenta el marido que la encanta nadar, que si fuera por ella estaría siempre en el agua. Donde viven, allí en España, ella acude todas las semanas, casi todos los días, a una piscina de un club privado donde se tira horas y horas.

Y yo envidio con todas mis fuerzas a los que comparten con ella esos momentos, los que la disfrutan, sean hombres o mujeres, porque con tanta belleza no hay distinción de sexo.

Me dice entusiasmado lo hermosa que es, y yo no hago otra cosa que corroborarlo, babeando, mientras su hijo nos mira hastiados, como si estuviéramos gilipollas, como realmente lo estamos por ella.

Hablamos de su hermosa figura, de sus sensuales curvas, de sus elegantes brazos, de sus finas manos y pies, de su hermoso rostro, y, cómo no, de sus interminables y orneadas piernas.

Lo hablamos sin vergüenza, como si de un hermoso cuadro se tratara, como si fuera la más hermosa fotografía de la más hermosa modelo.

No pasan ni cinco minutos cuando la veo salir, hermosa, resplandeciente, como si fuera la diosa Afrodita renaciendo del agua.

Todas las miradas se dirigen a ella y yo, celoso, les miro con odio, deseando levantarme y romper la cara a  más de uno que está mancillando su excelsa figura con su sucia mirada.

Se dirige hacia nosotros con paso firme, con el tronco erguido, mirándonos directamente, mirándome a mí, sin vergüenza sin huir de mi mirada, y nos sonríe, me sonríe, haciendo que casi se me pare el corazón, ¡qué forma más hermosa de morir, la más dulce forma de hacerlo!

Nos levantamos su marido y yo, y movemos la silla para que ella se siente, pero antes de hacerlo, de pies, frente a nosotros, se seca con una toalla todo su cuerpo, y deseo ser yo el que la seque, pero me corto para no perder la magia del momento.

Una vez se ha secado, se sienta entre nosotros, los insignificantes mortales que la miramos con un fervor religioso.

Ya no es la tímida mujer que viajaba en el ferry, que visitaba el castillo, que es acosada por unos sátiros, sino una auténtica diosa que conoce sus ilimitados poderes de seducción.

Sentada, cruza sus piernas mientras da un profundo sorbo a su bebida y nosotros disfrutamos de sus soberbios muslos, de sus magníficas piernas, en silencio.

Se levanta y nosotros lo hacemos a su vez, y se ríe con una risa cristalina que hace que su marido y yo nos ruboricemos como dos colegiales adolescentes pillados en falta.

La vemos alejarse para cambiarse en la habitación para la cena mientras se tapa con la toalla.

Lo mágico del momento me impide seguirla y follármela en su propia cama, pero pienso que a su marido le ocurre lo mismo.

Aguardamos en silencio a que vuelva para la cena, y cuando lo hace vamos ahora detrás de ella, su marido y yo, mientras el niño, hambriento y aburrido, abre la marcha.

Está hermosísima, con un vestido negro sin mangas y con la falda corta, y con unos zapatos negros de tacón que hacen que su estatura supere a la mía.

Se ha pintado ligeramente los labios, así como los ojos y pestañas, lo que realza todavía más la belleza de su rostro.

En la cena la indiscutible protagonista es ella, su forma de hablar, sus gestos, como se ilumina su rostro al mirarme, como frunce sus labios cuando habla, cuando come, como se mueve su lengua sonrosada ente sus dientes blancos y perfectos.

Nos cuenta dulcemente sus impresiones del viaje, lo que la ha entusiasmado, las gentes, las vistas, los lugares, las comidas, el sol, el buen tiempo, la belleza del mar, los hoteles donde ha estado, todo, y nosotros escuchamos embelesados sin poder hablar, solo mirándola.

Es una velada inolvidable y entiendo perfectamente al marido al que deseo poner los cuernos, él haría lo mismo si estuviera en mi lugar y no quiero defraudarle.

Después de la cena, paseamos por el hotel, salimos al jardín, subimos a la terraza para ver las vistas. Ella camina siempre en medio y el marido y yo a cada lado de ella.

No sé cuándo perdimos al petardo del niño, pero fue ella la que se dio cuenta.

Tras una breve búsqueda, le encontramos dormido en una butaca del hall del hotel.

Ella se ofrece a llevarle a la cama, y nosotros nos ofrecemos a acompañarla, a llevarla a ella a la cama, pero nos dice que está cansada y que se va a dormir, por lo que nos condena a que tomemos algo solos en el bar del hotel.

Un beso en la mejilla es mi premio, pero mis labios buscan los suyos que me son esquivos, aunque mis manos se posan fugazmente en su cintura y en sus caderas.

Sentados en dos sillones del bar, una copa lleva a otra, las mías sin alcohol, las suyas bien cargadas por indicaciones mías al camarero.

Me dice que Loli seguro que ya está dormida, así como su hijo, ya que es acostarse y quedarse dormidos.

Poco a poco se le va soltando la lengua y me cuenta como la había conocido.

Era la canguro de su hijo, hija de un frutero del barrio al que su mujer solía comprar todas las semanas.

Se enamoró de ella y su mujer, al darse cuenta, utilizando la excusa de la posible infidelidad del marido, le abandonó y se fue con un compañero de baile de salón con el que seguro que ya le había puesto los cuernos en más de una ocasión.

Nunca antes del matrimonio pudo acostarse con la joven, y ahora que están casados, lo hace todas las noches pero su mujer, que es muy tímida, la horroriza el sexo y no deja que se la meta, por lo que todavía no ha logrado follársela, o culminar como dice el marido.

Ya veré si la versión del hombre coincide con la realidad. Lo que debe horrorizarla es acostarse con el pobre diablo de su marido, pero yo, en cuanto tenga la oportunidad, lo comprobaré y veré si es todavía virgen.

Ya han cerrado el bar cuando el hombre al fin se duerme profundamente en la butaca.

Al no haber nadie que me pueda ver, saco su billetero y allí está la tarjeta de su habitación, que cojo, dejando el resto como estaba. 

En apariencia tranquilo pero preso de una gran excitación interior, me dirijo, después de pasar brevemente por el baño, a la habitación donde debe estar mi deseada presa.

Allí está la puerta de la habitación, la 669, esperando ser abierta como un esperado regalo de navidad, como una caja de bombones repleta de sabrosos dulces.

No hay nadie en el pasillo enmoquetado y el silencio reina por doquier por lo que me quito los zapatos, vaciando mis bolsillos dentro de ellos, añadiendo mi reloj de pulsera, y tapando todo con mis calcetines para amortiguar los posibles ruidos.

Solo dejo en mis manos la tarjeta de la puerta y una navaja multiusos por si la necesito.

Utilizando la tarjeta, abro despacio y sin hacer ningún ruido la puerta.

Todo está oscuro y en silencio, y entro con total discreción, cerrando la puerta a mis espaldas.

Poco a poco me voy acostumbrando a la oscuridad y, dejando mis zapatos sin hacer ruido en el suelo, cerca de la puerta de entrada, puedo ver la cama donde descansa un cuerpo, que debe ser el de ella.

También veo la puerta de comunicación con la habitación donde debe dormir el niño.

Escucho su respiración pesada y veo un bulto encima de la cama, por lo que supongo que está durmiendo, así que cierro despacio y sin ruido la puerta, echando el seguro para que no pueda entrar nadie.

Ahora me acerco lentamente y en silencio a la cama donde duerme plácidamente la joven.

Oigo también su respiración pesada. Está inmóvil sobre la cama de lado, de espaldas a donde yo estoy y de frente a la puerta de la terracita que da al mar.

Lleva puesto una braguita pequeña y una camiseta muy fina de tirantes.

Totalmente empalmado y sin dejar de observarla y de escuchar su respiración, me desnudo totalmente, dejando la tarjeta en la mesilla de noche.

Me acuesto lentamente en la cama a espaldas de ella, sin hacer ruido. No percibo que lo haya notado.

Utilizando las tijeras que llevo en mi navaja multiusos corto despacio su ropa, ayudado por la otra mano.

Primero uno de los laterales de las braguitas, que es lo más fácil.

Luego un tirante, después el otro. Ahora viene lo más difícil, acometo un costado de la camiseta.

Finalmente, como continúa durmiendo, logro cortarla el otro lateral de las braguitas, colocando a continuación la navaja en el suelo.

Muevo el tejido cortado de su ropa y lo coloco sobre la cama, y ya está completamente desnuda, sin adornos que impidan contemplar su desnudez.

La piel de su cadera, de sus piernas, de su cuerpo resplandece por la luz de la luna que entra por la cristalera de la terraza.

Sus nalgas están en la oscuridad pero al posar una mano sobre una de ellas percibo su dureza, su suavidad al tacto.

Están calientes, como caliente es la noche, como caliente estoy yo, y, moviendo la mano, la sobo los glúteos.

Continúa durmiendo apaciblemente, como si no pasara nada.

Retiro mi mano y acerco mi cuerpo al suyo, colocando mi verga tiesa sobre uno de sus glúteos y mi mano sobre su cadera, acariciándola.

Acercándome más lo presiono con mayor fuerza y mi mano recorre lenta y tiernamente su cuerpo de la cadera a la rodilla por el muslo, y de la rodilla al hombro, para posarse en su pecho acariciándolo.

Como continúa sin despertarse, desciendo despacio mi mano desde su pecho por su vientre a su sexo, que lo tiene muy corto, y, después de detenerse un momento,  de ahí a sus muslos cálidos.

Sujeto el muslo que tiene encima y lo levanto poco a poco para colocarlo sobre mis piernas, y, acerco todavía más mi pelvis a la suya con el fin de introducirla mi pene en su vagina.

Tanteo con una mano para encontrar la entrada y sujeto mi pene dirigiéndolo, presionando con él para que entre, pero antes de que lo consiga, ella reacciona, moviéndose y la oigo decir somnolienta:

  • No, no, ahora no.

Me quedo quieto, sin moverme, pero se está despertando.

Se da cuenta de que está desnuda y gime entre sorprendida y asustada:

  • ¡Si estoy desnuda!

Gira su cabeza hacia mí y se incorpora un poco, volteando ahora su cuerpo, y gime asustada dirigiéndose a mí:

  • ¡Tú no eres Pedro!

Muy tranquilo la respondo en voz baja.

  • No, no lo soy. Soy Juan. Pedro duerme abajo en una butaca del bar. Ha bebido mucho y se ha quedado dormido.

Sentada sobre la cama, mirándome y sin tapar su hermoso cuerpo, me pregunta más tranquila:

  • ¿Qué haces aquí? ¿Has venido a acostarte conmigo?
  • Sí, ¿te molesta?

La respondo.

Me ve los genitales desnudos con el cipote enorme, tieso y levantado, y me pregunta suavemente:

  • ¿Quieres hacerme el amor?
  • Ese es mi deseo, si tú quieres.
  • No lo he hecho nunca. No me hagas daño, por favor.
  • No lo haré, te lo prometo.

Y colocando suavemente una mano en su nuca, atraigo su cabeza hacia mí.

Mis labios se funden en los suyos, suaves, calientes, delicados, con sabor a gloria.

Su cuerpo lentamente se tumba encima del mío y una de mis manos va a la parte inferior de su espalda, mientras la otra continúa en su nuca.

Mi lengua ha entrada en su boca, fundiéndose con la suya, acariciándola.

Abro mis ojos y veo los suyos cerrados. Cierro los míos y continúo disfrutando el momento mientras mis dos manos que han descendido a sus nalgas, las sujetan suavemente.

Poco a poco la voy tumbado bocarriba sobre la cama, sin dejar de besarnos.

Mis manos van de sus glúteos a sus muslos y a sus pechos que acarició suavemente.

Estoy sobre ella y mi boca se despega de la suya, y, con un beso suave en sus labios golosos, desciendo besando su barbilla, su cuello, su escote, sus pechos, que recorro besito a besito, besando y lamiendo, poco a poco, hasta concentrarme en sus pezones, que se hinchan y se ponen cada vez más duros en mi boca.

Me acaricia mientras tanto el cabello, deteniéndose a ratos por mis caricias.

Mi camino continúa, y de sus pechos bajo besando y lamiendo su vientre, su ombligo hasta su sexo, y allí me detengo, besando, lamiendo, notando como poco a poco se va fundiendo mientras lo recorro despacito con mi lengua.

Estoy tumbado bocabajo entre sus piernas, que tiene dobladas y apoyadas sobre mi espalda, y la oigo gemir suavemente por mis caricias.

Ahora me concentro en su clítoris y las caricias que sentía en mi cabello se convierten ahora en tirones, pero enseguida retira las manos, cubriéndose la boca para que no se escuchen sus chillidos de placer.

Del clímax pasa a la relajación en un instante, y yo, incorporándome, me quedo cegado por su sonrisa de satisfacción, y me fundo con ella en nuevos besos.

Ahora es ella la que empieza y su boca desciende a mi barbilla, a mi cuello, por mi pecho, por mis abdominales, por mi vientre, hasta llegar a mi verga, tiesa y dura, y allí se recrea con sus labios, con su lengua, despacio, lentamente, como si hubiera nacido para esto, pero no, no quiero acabar así.

La levantó delicadamente y la coloco bocarriba sobre la cama, besándola, y, colocándome entre sus piernas, bocabajo sobre ella, voy poco a poco acariciándola, su sexo con el mío, hasta que lentamente se la voy metiendo poco a poco, sin brusquedades, que todo fluya, hasta que se la meto primero una puntita, luego un poco más, con movimientos lentos y controlados, arriba y abajo, adentro afuera, a veces más profundo, otras, las más, más superficial, con sus pechos moviéndose por mis embestidas, así hasta que un enorme orgasmo sale de dentro de mí, inundándome de placer.

Todavía con mi pene dentro, la miro y me devuelve la mirada con una sonrisa angelical, acariciándome dulcemente el rostro.

Me tumbo en la cama a su lado, abrazándonos y besándonos, y me quedo profundamente dormido.

La luz del alba me despierto y no está ella en la cama conmigo. Miro hacia la terraza y allí está ella, resplandeciente, con sus preciosas piernas interminables, bañada toda ella por la luz del amanecer, hermosa como una diosa, como la más hermosa de las diosas, como Venus renacida, y su rostro se ilumina con una tierna sonrisa.

Me dice delicadamente:

  • Ven.

 Y yo voy, obediente. Me levanto sin dejar de mirarla, y nos fundimos en nuevos abrazos y besos.

Me susurra al oído:

  • ¡Házmelo aquí!

Al no entenderlo, me  vuelve a susurrar:

  • Házmelo aquí como querías en la torre, al amanecer frente al mar.

Se suelta de mi abrazo y se gira hacia el sol que sale por el horizonte, inclinándose hacia delante y sujetándose a la barandilla de piedra de la terraza.

Colocado a sus espaldas, entre sus piernas abiertas, vuelvo otra vez a penetrarla, sujetándola por las caderas, y, con nuestros movimientos, poco a poco, tenemos nuestro segundo orgasmo, el de ella y el mío, a la vez.

Volvemos a la cama y nos tumbamos inundados por la luz naciente que emerge por la terraza, y así tumbados y abrazados, nos volvemos  a dormir.

Sueño con paraísos relucientes, de arenas doradas y aguas azules y cristalinas, y con yo con ella de la mano, caminado en silencio, sonrientes, sin más ropas que nuestras propias carnes. Nos besamos, nos besamos abrazados, somos el centro del universo, solamente nosotros existimos, lo demás no importa, no existe.

Me vuelvo a despertar y ahora ella si está tumbada junto a mí, mirándome como un ángel, y nos besamos abrazados.

Poco a poco ella se va colocando encima de mí y, sentándose a horcajadas sobre mi vientre, me propone:

  • ¡Ahora aquí! ¡Házmelo otra vez más!

Se monta sobre mi cipote otra vez erecto y duro, y, ayudándose de una de sus manos, hace que la penetre, cabalgándome suavemente, con sus manos sobre mi pecho y las mías sobre sus glúteos, sobre sus caderas, sobre su cintura, sobre sus pechos.

Sus pechos suben y bajan en cada cabalgada, sus glúteos se contraen en cada movimiento, pero su dulce sonrisa y su tierna mirada siempre están allí.

Un nuevo orgasmo nos obliga a parar, y esta vez en lugar de acostarse conmigo se va al baño y, sin cerrar la puerta, la oigo como orina y luego entra en la ducha, limpiando su cuerpo de todos nuestros fluidos.

Miro la hora y ya casi son las once de la mañana.

Me acuerdo del marido durmiendo abajo en el bar y del niño en el dormitorio de al lado.

En ese momento oigo que alguien propina ligeros golpes en la puerta de la habitación que da al pasillo.

Es Pedro, el marido, el que golpea la puerta y llama a su mujer para que abra.

Salto de la cama y cojo mi ropa y mis zapatos, mirando atrapado la habitación.

No sé qué hacer, si esconderme o abrir la puerta yo mismo y hacerle frente, haciéndole ver la cruda realidad, que he hecho el amor toda la noche con su mujer y que estoy enamorado de ella.

Pero es ella la que toma la iniciativa, saliendo desnuda del baño, e indicándome que me meta en él, y yo, obediente así hago.

Sin cerrar la puerta, veo cómo se coloca una toalla alrededor de su cuerpo, tapándose senos y sexo, abriendo la puerta del pasillo.

Oigo al marido disculparse, hablando con voz pastosa y a trompicones.

  • Lo siento, lo siento. Me he quedado dormido en un sillón del bar y me ha despertado el personal del hotel. No sé dónde he dejado mi tarjeta para entrar.

Le veo entrar y empuja la puerta del baño donde estoy para entrar, pero yo, aterrado, la sujeto para que no lo haga, pero él vuelve a empujar, encontrando nuevamente mi resistencia.

En ese momento ella le dice dulcemente:

  • ¡Ven!

Lo que le hace dejar de empujar la puerta.

Veo como ella se acerca a él, le sujeta con una mano la cabeza y le da un beso apasionado en los labios, un profundo beso y le retira de la puerta del baño, poniéndole de espaldas a donde yo estoy.

Una punzada de celos se clava directamente en mi corazón.

Sin dejar de besarle, la joven me hace un gesto con una de sus manos para que salga y me vaya de la habitación.

Así lo hago, sin hacer ruido, y, mientras cierro la puerta oigo a Loli decirle:

  • Mejor vete al baño que no hueles bien.

Acabo de cerrar la puerta, y me marcho hacia mi habitación, vistiéndome en el camino cómo puedo, con una mezcla de vergüenza por huir así y de unos enormes celos de ver como la joven besa apasionadamente a su marido.

Una vez duchado y arreglado, bajo con mi maleta al hall a esperarles, pero no tardan mucho en bajar con su equipaje, ya que tienen que estar en el aeropuerto para volver a su casa.

Ella viene espléndida, como siempre. Esta vez con un pantalón vaquero azul claro muy corto que deja al descubierto toda la longitud de sus hermosas piernas. Lleva también una camiseta de tirantes de color rosa pálido y unas manoletinas a juego.

Me sonríe al verme, y el marido, muy demacrado, me tiende la mano sudorosa.

  • Estoy agotado. Ayer no debí beber tanto. Siento la imagen que le he podido dar, pero gracias por dejarme dormir sin despertarme.   

Se disculpa inocentemente y me siento extrañamente culpable.

Pedro paga religiosamente en recepción, pero, al no encontrar su tarjeta de la habitación, es Loli la que entrega las dos en recepción, la de ella y la del marido con la que entré en la habitación.

El marido comenta, como sin importancia.

  • ¡Ah! Tenías tú las dos. Por eso no las encontraba.

El niño estira sus brazos para coger caramelos del mostrador, cuando me fijo que lleva en una de sus manos mi navaja multiusos, la que utilice para cortar la ropa de Loli en la cama y que luego, con las prisas, olvidé al lado de la cama en el suelo.

¿La ha cogido él o se lo ha dado su padre o la joven? ¿se ha dado cuenta que es la mía? ¿no se ha extrañado de verla al lado de la cama de Loli cuando yo le dije claramente que siempre la llevo conmigo?

Intento olvidarme y les invito en montarse en mi coche y llevarles al aeropuerto, a lo que acceden.

Caminando hacia el auto, Loli con el niño van delante y el marido y yo detrás, cargando con las maletas, intentando mantener una conversación, pero sin perdernos detalle del hermoso culo de la joven, que, con sus vaqueros apretados, enseñando un poco de sus glúteos desnudos, atrae todas las miradas.

Ella y el niño se montan detrás, mientras el marido sentado como copiloto y yo conduciendo.

Cada vez que miro por el espejo retrovisor, me encuentro con los hermosos ojos de Loli que me sonríen tiernamente, por lo que más de una vez casi tengo algún percance con el coche.

En una de las paradas que el tráfico nos obliga a hacer, el marido me da una tarjeta con su dirección y teléfono, y yo, al no tener ninguna, prometo darles mi número de móvil para mantenernos en contacto, poniendo su tarjeta en el salpicadero del coche.

Llegamos al aeropuerto con el tiempo justo para que tomen el avión.

Lo primero que hago es poner la tarjeta que Pedro me ha dado en el bolsillo trasero de mi pantalón. No deseo otra cosa que mantener el contacto con mi Loli.

El padre, sacando el equipaje del coche, ha obligado a su hijo a que le ayude a llevarlo, dejando su bolsa a Loli.

Me fijo que Loli, al tener la bolsa del niño, aprovecha rápido para abrirla, sacando la tarjeta de memoria de la máquina fotográfica, cerrándola a continuación, por lo que se retrasa en salir del coche, y, al hacerlo, disfruto, con la excusa de cerrarlo, para tocarla el culito, dándola finalmente un azotito, sin que su marido lo haya percibido.

Con el equipaje de ellos, echamos a caminar rápido hacia el mostrador de facturación, casi corriendo.

Yo, que voy detrás de ella, no dejo de observar detenidamente el bamboleo de sus glúteos, y veo como tira algo a un contenedor de basura, que rebota en una bolsa y cae al suelo, fuera del contenedor, sin que se percate, pero seguimos adelante. Es la pequeña tarjeta de memoria que le ha quitado a la cámara de fotos del niño.

Facturan las maletas y, sin perder tiempo, nos dirigimos al control de seguridad, donde el marido me da un fuerte y rápido abrazo, y, mientras se va con el niño, que me ignora totalmente, Loli también me abraza y, buscando su boca, la doy un apasionado beso, que me devuelve intensamente.

Noto sus manos sobre mis glúteos y yo, sorprendido, pongo ansioso las mías sobre los de ella, pero enseguida me suelta y echa a correr, entrando en el control.

La observo alejarse muy triste y deprimido, y, una vez han pasado el control, ella se vuelve, me mira y me lanza un beso con la mano, que yo la devuelvo.

Está llorando y noto que mis ojos están húmedos, y gruesos lagrimones fluyen por mis mejillas.

Juro que iré a verla en cuanto pueda, el próximo fin de semana, mañana mismo, hoy mismo, y echando mano al bolsillo trasero de mi pantalón, me doy cuenta que no tengo la tarjeta donde la he dejado.

A punto de que me dé un infarto, busco desesperado la tarjeta en el bolsillo, mirando en el suelo alrededor por si se me ha caído, por si alguien la ha cogido, pero todo en balde.

En el suelo, al lado del contendor, continúa estando la pequeña memoria donde la joven la tiró.

Me agacho y me la guardo en el bolsillo delantero del pantalón.

Alterado, rehago el camino buscando por el suelo la tarjeta deseada.

Sin encontrarla, llegó al coche, mirando alrededor e incluso debajo del coche, pero sin resultados.

Llorando a lágrima viva, entro en el coche, buscando dentro, incluso voy a los asientos de atrás y al maletero.

Casi media hora después, abatido pero más recuperado, pongo en marcha el coche y salgo del aeropuerto.

De vuelta a casa, me paro en un restaurante de carretera, me siento en una mesa apartada a comer, y, acordándome de la tarjeta que Loli tiró a un contenedor, la saco de mi bolsillo. Por lo menos esto no lo perdí.

Enciendo mi máquina de fotos y la coloco en lugar de la mía. Tiene fotos y vídeos, y empiezo por las fotos, por la primera en el tiempo.

Ante mi sorpresa no encuentro casi ninguna foto de vistas, pero sí de Loli, la mayoría, por no decir todas.

Hay fotos que supongo que son desde el principio del viaje.

En unas viste el pantaloncito corto vaquero que hoy llevaba puesto. Muchas de estas fotos tienen como objetivo el culo de la joven, apenas cubierto por el vaquero, así como sus piernas interminables. También en algunas fotografía su estupenda figura de cuerpo entero, su bello rostro e incluso sus senos cubiertos por una blusa ligera, sin sostén.

¡Vaya con el niño! ¡tan calladito, tan pequeño, tan insignificante y también con tantas ganas de disfrutar del cuerpo de Loli, de su madrastra!

Otras fotos son de otro día. En estas lleva un vestido de color blanco con minifalda. Se nota que debajo del vestido no lleva sostén. Hay bastantes fotos del culo de la joven, por debajo de la faldita, apenas cubiertas por unas braguitas blancas que se introducen entre las nalgas, dejándolas casi al desnudo.

Empalmado y cada vez más excitado, paso ahora a ver un vídeo. Se puede ver cómo balancea seductoramente sus glúteos, como se contraen en cada movimiento, cuando camina por la calle, cuando da unos pequeños saltitos, y cuando sube unas escaleras, que la cámara, en algunos momentos, casi se paga a su culo redondo, duro y respingón.

Ahora hay un par de fotos en las que está subida a un columpio, con los ojos tapados por una cinta para que no vean, mientras su marido detrás, la empuja el asiento. Ambos aparecen muy sonrientes, riéndose más bien, y la joven, descalza, tiene las hermosas piernas descubiertas en toda su longitud, mientras sus bonitos pies están extendidos hacia delante.

Hay un vídeo que pongo. Corresponde la escena de las dos fotos anteriores. Ella está columpiándose, con sus hermosas piernas desnudas, así como sus pies, riéndose como una niña que disfruta juguetona. Adelante, atrás, adelante y atrás. Pedro, detrás empuja una y otra vez el columpio, sin dejar de reírse. Hay un hombre de unos veintipocos años, sentado en un banco delante del columpio, y no para de mirar a Loli, como sube y baja, y me da un enorme ataque de celos, que casi me hace tirar la máquina al suelo y pisotearla, pero me contengo y sigo mirando. La máquina se va moviendo, sin dejar de grabar a Loli, hasta que, colocándose frente a ella, detrás de la cabeza del mirón, utiliza el zoom para acercarse y grabar. ¡Loli no lleva bragas!, ¡no lleva bragas!, y ¡el hombre la está viendo todo el sexo abierto! ¡toda la vulva sin nada que la tape!.

Gimo desalentado, pero no dejo de mirar hasta que acaba el vídeo.

Me vino a la mente la imagen del cuadro “El columpio” de Jean-Honoré Fragonard, en el que el marido de edad avanzada empuja a su mujer que se mece en un columpio mientras un hombre más joven, escondido entre la vegetación, disfruta del balanceo de la dulce joven, que asemeja un acto sexual, contemplándola bajo la falda, mientras espera tener la oportunidad para cumplir su deseo.

La siguiente foto muestra a Loli de espaldas, levantándose la faldita por detrás y sacudiéndose con una mano la arena de su culito prieto y respingón.

No veo las siguientes fotos, pasando angustiado directamente al siguiente vídeo. Hay un coche deportivo de color rojo. La persona que graba se acerca, sin dejar de filmar, al auto, y, aproximándose más, graba dentro a una persona de espaldas. Es una mujer joven con la espalda desnuda, también sus nalgas y sus pies, ¡está completamente desnuda!, y se mueve arriba y abajo, adelante y atrás, botando sobre unos genitales que parecen pelotas de tenis, mientras un cipote enorme y tieso entra y sale, entra y sale, de su vagina. Unas manos de hombre la sujetan por los glúteos. La oigo a ella gemir y al hombre que se la está follando, resoplar una y otra vez, de forma acompasada, al ritmo de la entrada y salida de la verga.

El vídeo acaba sin que pueda ver la cara a la mujer, pero pienso que se trata de Loli, de la joven de la que estoy perdidamente enamorado.

Me doy cuenta que pesados lagrimones descienden por mis mejillas.

No veo varias fotos y paso directamente al siguiente vídeo, que comienza por una imagen de una puerta que el que está grabando abre, sin dejar de grabar camina despacio, penetrando en una habitación. Escucho gemidos y jadeos, pero no veo quien los ocasiona. Doblando una esquina, aparecen dos personas sobre una cama, están desnudas, y les están grabando sin que se den cuenta. Un hombre de unos treinta y pocos años está de rodillas sobre la cama, con una pierna flexionada, mientras que la mujer está bocabajo con el culo en pompa, mientras la verga de él la penetra una y otra vez, enfocando el zoom al culo de ella y a su vagina siendo penetrada. Sus glúteos se agitan por los empujes del hombre. Tiene ella la cabeza inclinada hacia el lado de la cámara, y ¡es ella!, ¡es mi Loli, que se la están follando! Tiene los ojos cerrados y la boca entreabierta, y gime, gime de placer mientras se la folla. El vídeo dura varios minutos hasta que el hombre deja de moverse, satisfecho.

Ya no hay duda. A mi Loli se la han follado más veces en este viaje, no he sido yo el único y no fui el que la desvirgó. ¡He sido un perfecto gilipollas, un tonto enamoradizo!

El siguiente vídeo empieza grabando unos árboles frondosos y una vegetación lujuriosa, y, entre tanta exuberancia, hay una joven, Loli, tumbada bocarriba sobre una toalla en el suelo. Aparentemente está dormida al tener los ojos cerrados. Está completamente desnuda, con todo su cuerpo expuesto a la cámara, que recorre lentamente cada centímetro de su cuerpo, deteniéndose unos segundos en sus pechos y en su vulva cubierta por un fino vello casi rubio. El vídeo dura más de un minuto.

Hastiado y excitado a la vez, con la comida en la mesa, paso de varias fotos y vídeos y pongo uno de los últimos vídeos.

Es un torreón, el de un castillo, y a través de una ventana, se me ve a mí, forcejeando con mi Loli. Está de espaldas a mí, y la sujeto, manteniéndola inclinada hacia delante. La levanto la falda por detrás y se ve mi verga tiesa, apuntando directamente a su sexo, con la intención de violarla. Cuando viene Pedro y yo, soltándola, me escondo contra la pared para que no me vea.

¡El pequeño cabrón me pilló la primera vez que lo intenté, y yo no me percaté!

En el siguiente vídeo se ve a Loli nadando en la piscina, sumergida, buceando como si fuera una hermosa sirena deslizándose en las aguas cristalinas con su fino bañador. Debe haberse grabado anoche, cuando Loli disfrutaba de la piscina del hotel.

Paso al siguiente, y se nos ve a mí y a Loli, completamente desnudos, follando en la terraza de la habitación. Yo estoy de pies, detrás de ella, mientras Loli inclinada hacia delante, apoyada en la barandilla, deja que me folle por detrás. La escena es hermosísima, de una belleza sublime, con la luz roja del amanecer bañando nuestros cuerpos. El vídeo está grabado desde la terraza de la habitación de al lado, donde dormía el niño. Así que el pequeño hijo de puta estaba despierto para grabarnos follando en la terraza.

En el último vídeo se ve a Loli desnuda, cabalgando sobre mí, que estoy tumbado bocabajo en la cama. Mis manos están sobre sus caderas y sobre sus glúteos, mientras ella se mueve adelante y atrás, arriba y abajo, follando sin descanso sobre mí. El vídeo continúa hasta que tengo un nuevo orgasmo, y ella se tumba al lado mío, besándonos abrazados. La imagen fue tomada desde la terraza de la habitación de Loli. Debió tomarla el cabroncete del niño estirando el brazo desde su terraza.

Ya vería en casa con tranquilidad todas las fotos y vídeos que el hijo puta había grabado. Me haría unas buenas pajas con todo este material.

¡Vaya colección de vídeos y fotos que estaba coleccionando el pequeño cabrón de su joven madrastra! ¿Lo utilizaría solamente para hacerse pajas? ¿Chantajearía a Loli para conseguir de ella todo lo que quisiera, incluso para follársela? ¿Se lo enseñaría a su padre para eliminar a la madrastra de sus vidas?

Si ha conseguido estas imágenes, seguro que puede conseguir otras parecidas, si no las tiene ya.

Después de comer, volviendo a casa, mi corazón roto había sustituido a Loli como mi tierna enamorada por Loli como puta calentorra a la que hay que echar un montón de polvos.

La venganza era ahora mi objetivo y encontrar a Loli mi máxima prioridad. Estaba seguro que la encontraría, y ya vería lo que es follar, la muy puta.

Pero pienso que realmente la amo, no importa lo que haya hecho, seguro que es todo un malentendido.

¡Loli, cuerpo maravilloso!, ¡mi amor imposible!

PD: Esta narración es un homenaje a una hermosa joven de la que me enamoré hace muchos años, y que, por diferencia de edad, no paso de ser platónico. La deseo lo mejor.

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