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La niña mala y la comida familiar

en Amor filial

(CONTINUACIÓN DE “LA NIÑA MALA Y SU MADRE VIOLADA”)

Aquella noche tanto Malena como Elena, su madre, durmieron de un tirón, sin despertarse, aunque sus sueños no fueron precisamente apacibles al estar repletos de vergas erectas, polvos y violaciones, producto de las experiencias reales que vivieron madre e hija la tarde anterior.

Esa tarde mientras la niña era violada en el bosque cercano, primero por su tío y luego por dos compañeros del instituto, a su madre la violaba un vecino del barrio en varias ocasiones en su propio coche y en su propia vivienda.

Ninguna de las dos dijo nada a nadie, ni siquiera a Lorenzo, padre de una y esposo de la otra. No querían más problemas ni humillaciones, aunque esa actitud posiblemente las trajera precisamente lo contrario.

Las dos sabían que algo le había pasado a la otra, seguramente que habían tenido relaciones sexuales, tal vez no consentidas, pero una complicidad y un código de silencio se mantuvo implícito entre ambas.

Fue Elena la primera en despertarse cuando su marido, recién despertado, la penetró por detrás, como tenía costumbre todas las mañanas. Tres o cuatro empujones, mientras la cogía las tetas, y ya estaba satisfecho, aunque no ella a la que no daba tiempo a correrse y a la que siempre dejaba una amarga sensación de simple objeto sexual.

El sueño había sido reparador y apenas un ligero escozor tenía la mujer en su ano y en su coño. La crema que se había echado la noche anterior había sido balsámica. Tras una visita al baño, seguido por una ducha, y ya estaba lista para preparar el desayuno, la comida y lo que hiciera falta, ya que Lorenzo se contentaba con sentarse en el jardín para que su mujercita le sirviera y atendiera todos sus deseos.

Sin poder quitarse de la cabeza lo sucedido la tarde anterior Elena estaba muy inquieta así que decidió tomarse un fuerte ansiolítico.

Aunque eran ya las doce, Elena dejó que su hija durmiera más tiempo. Además hoy vendrían a comer la hermana de Lorenzo, Mercedes, su marido, Ramón, y el vástago de ambos, Ramón Junior, apenas un año mayor que Malena al que la niña para provocarle le llamaba siempre Ramoncín. Aunque vivían en adosados contiguos de vez en cuando quedaban a comer unos en casa de los otros.

Eran ya las dos de la tarde cuando llamaron a la puerta y allí estaban los tres llevando la típica tarta de manzana que había hecho Mercedes y que tanto odiaba Elena.

Ramón padre aprovechó para tocar el culo a su cuñada mientras la daba un beso en cada mejilla, mientras que los ojos de Ramoncín se metieron por el escote de su tía, sobre el canalillo que formaban sus dos hermosas tetas, al besarla.

Fue Ramón padre el que precisamente violó a su sobrina la tarde anterior en el bosque, aunque la máscara de lobo que llevaba dejó a salvo su identidad, y Malena no se enteró de quien era su violador.

Sin embargo, Ramoncín, su hijo, no tuvo tanta suerte y no pudo disfrutar de los encantos de su prima, aunque sí se masturbó mientras la espiaba desde la ventana de su cuarto mientras ella, completamente desnuda, se masturbaba en el jardín del adosado contiguo. La salida precipitada de Malena dejó paso a su tía, Elena, a la que también pudo contemplar desnuda mientras un desconocido la arrancaba violentamente la poca ropa que llevaba y la sodomizaba en el mismo lugar donde su prima momentos antes se masturbaba. Desgraciadamente el hombre se llevó por la fuerza a su desnuda tía sobre los hombros para continuar follándosela en el interior de la vivienda y, aunque Ramoncín, no pudo verlo, sí que lo escuchó a través de las paredes comunes de las viviendas. Si el joven no se masturbó más aquella tarde fue porque tenía la verga en carne viva.

Después de la experiencia que tuvo la tarde anterior, Ramoncín miraba a su tía con otros ojos y con la verga bien tiesa y erguida. La recordaba desnuda y follando, cómo se balanceaban sus hermosas tetas y su culo respingón en cada violenta embestida, en cada mete-saca al que era sometida. Todo lo que veía ahora en ella era culo, tetas y coño. ¡Qué buena estaba y las ganas que tenía de verla follando, si es posible mejor con él, con su propio sobrino! Se fijaba ahora el joven en lo buena que estaba su tía con su polo ajustado por arriba que marcaba sus pechos y con su minifalda que dejaba ver, más arriba de sus rodillas, unos muslos torneados y fuertes.

Mientras los dos hombres, Lorenzo y Ramón, salían a la terraza a hablar de deportes y las dos mujeres ultimaban la comida en la cocina, Ramoncín, viendo que su prima no estaba presente, supuso bien que todavía dormía, así que se escapó de la vigilancia de su tía y subió las escaleras no para despertar a Malena, sino para verla completamente desnuda en la cama y es que Malena tenía esa costumbre, dormir como su madre la trajo al mundo, por lo que era siempre Elena la que la despertaba, para no exaltar la libido de los machos, incluido su propio padre.

Abriendo la puerta del dormitorio de su prima, allí la encontró, escasamente iluminada por la luz que a duras penas entraba por las rendijas de la persiana, durmiendo completamente desnuda en su propia cama. Estaba medio tumbada de lado con ninguna sábana ni prenda que la cubriera.

Los ojos del joven recorrieron ansiosos toda la anatomía de Malena, temiendo que alguien le pillara o interrumpiera su muy excitante visión. Como ni la niña se despertaba ni su tía o su madre irrumpían en la habitación, se fue tranquilizando y gozó más sosegado de todas las curvas y de todos los recovecos de su prima. Contempló los redondos y erguidos pechos que semejaban cocos jugosos cortados por la mitad; las areolas negras de las que sobresalían sus sonrosados pezones como pequeños botones; las nalgas redondas y prietas; los muslos fuertes y torneados; y, escondido entre ellos, su tesoro, su sabrosa vulva apenas cubierta por una fina franja de vello púbico negro.

Ya la había observado la tarde anterior totalmente desnuda y masturbándose, pero no la había visto tan cerca como ahora en la que estaba a menos de un metro

Babeando de gusto, sintió como su pene crecía y crecía, presionado sobre la bragueta del pantalón, amenazando con romperlo. Sus manos ansiosas soltaron la prenda, liberando su erguido y duro cipote que, como un resorte, apuntó al techo. Agarrándose el miembro, empezó a masturbarse sin dejar de observar la morbosa vulva de su prima.

Un excitante pensamiento cruzó su mente: Si podía masturbarse con sus manos ¿por qué no masturbarse dentro del conejito de ella? ¿por qué no follársela? Ella dormía, quizá no se enterara. Sin soltar su miembro se acercó despacio a la cama cuando, escuchó unos pasos precipitados que subían por las escaleras, y a su tía llamando a gritos a su primita.

  • ¡Malena, Malena, despierta, hija, que ya han llegado tus tíos y tu primo!

Aterrado, se quedó inmóvil, sin saber qué hacer, donde esconderse, le iban a pillar, allí mismo, con su verga congestionada en la mano, frente al coño desnudo de su prima entregada y dormida.

Vio espantado cómo Malena se agitaba en la cama, despertando, abriendo los ojos, y, en el mismo momento, que su tía cogía el picaporte de la puerta y, empujando, la abría, se tiró al suelo, reptando a la desesperada hasta esconderse bajo la cama.

Entre las penumbras de la habitación su tía no le vio. Cerró la puerta a sus espaldas y, al pasar al lado de la cama para levantar la persiana a punto estuvo de pisarle una pierna. Cuando por fin levantó la persiana y una luz cegadora inundó el dormitorio y el cuerpo desnudo de la niña, ya estaba el joven escondido totalmente bajo la cama.

  • ¡Despierta, hija, que ya han llegado y es la hora de comer! ¡Vístete y baja a comer! ¡Venga rápido, que puede subir alguien!

La dijo a su niña, viéndola desnuda. Respiró aliviada, pensando que podía haber subido su primo, haberla pillada desnuda y a saber qué cosas la hubiera hecho. No quería ni pensarlo.

Cruzando otra vez la habitación, no se atrevía a marcharse hasta que su hija se pusiera algo encima y saliera al baño.

Como Malena se estiraba en la cama, desperezándose, la apremió para que se levantara.

  • ¡Venga, rápido, Malena, que te estamos esperando para comer!

La tendió una bata que la niña adormilada no hizo ningún caso, así que fue la madre la que se la puso a su hija, obligándola a levantarse y, acompañándola por el pasillo, al dejo en el baño, cerrando la puerta una vez Malena hubo entrado y cerrado la puerta con cerrojo.

Respirando más tranquila la madre bajó por las escaleras para estar con sus invitados.

Ramoncín, que había estado todo el tiempo escondido bajo la cama sin moverse, al escuchar cómo Elena bajaba y Malena se duchaba, salió de su escondite y dudó por un instante, barajando varias opciones: Esperar a que su primita saliera desnuda del baño, intentar verla duchándose desnuda, robarla las bragas, … , pero tomó la decisión más prudente: Bajar con sus padres y tíos antes de que le pillaran. Ya tendría tiempo para gozar del cuerpo de la niña.

Mientras tanto Malena bajo en la ducha se masturbó como en ella era costumbre y poco a poco se fue despertando. Creía recordar que, entre los vapores del sueño, observó que su primo la observaba mientras ella totalmente desnuda dormía en la cama. La duda se fue poco a poco disipando y la llevó a la convicción que efectivamente su primo la estuvo espiando, mirándola las tetas, el culo, los muslos y … ¡la vagina! ¡Ramoncín, el muy asqueroso!

Aun así salió despreocupada del baño y completamente desnuda, dejando tiradas, tanto su bata como las toallas mojadas que había utilizado, encima del inodoro. Si su primo hubiera esperado fuera la hubiera pillado como Dios la trajo al mundo y quizá hasta podía haber hecho lo que hicieron sus padres para traerla al mundo, es decir, follársela como un animal en celo.

El que si estaba cerca de la niña era Ramón, el padre de Ramoncín, que, al ver cómo su hijo salía al jardín, supuso que su sobrina estaría sola arriba y, con la excusa de que tenía necesidad de ir al baño, entró en la casa. Sorteando la vigilancia de Elena, logró subir al piso superior sin ser visto.

Ante una Malena, completamente desnuda y despistada, se cruzó su tío, saliendo a su encuentro y casi chocando con ella.

  • ¡Ah, hola, Malena!

La saludó efusivamente e, inclinándose hacia ella, la plantó un par de besos en las mejillas mientras la tocaba el culo desnudo con sus manos.

Aturdida, no sabía la niña qué hacer, y respondió al saludo.

  • ¡Ah, hola, tío!

Sin dejar de hablar animadamente en todo momento, los ojos de Ramón recorrían ávidos el cuerpo desnudo de la joven que, avergonzada de estar así ante su tío, se cubrió con sus brazos tanto los senos como la entrepierna, pero sin atreverse a moverse del sitio.

Escuchando la madre de la niña voces en el piso de arriba, salió de la cocina y, subiendo las escaleras, chilló aterrada a su hija:

  • ¡Malena, Malena! ¿Te encuentras bien, hija? ¿Quieres algo?

Al escuchar a Elena, Ramón, contrariado por no poder seguir disfrutando de los encantos de su sobrina, dijo en voz baja al oído de la niña:

  • Te dejo, que tu madre te llama y no quiero que se enfade.

Y, dando un ligero azotito a una nalga de su sobrina, se metió rápido al baño, cerrando la puerta a sus espaldas.

Temiendo que su madre la encontrara totalmente desnuda en el pasillo, también Malena se escabulló rauda, no al baño con su tío como éste hubiera deseado, sino a su dormitorio, cerrando la puerta tras ella, aunque enseguida Elena la abrió y encontró a su hija vistiéndose precipitadamente.

Ante la atenta mirada de su madre, la niña esta vez no solamente se vistió con un ligero vestido de tirantes y minifalda, así como con unas zapatillas, sino que también se puso unas finas braguitas ya que frecuentemente iba sin ellas. La gustaba ir con el culo y el conejito al aire, bajo una corta y fina faldita, excitando a los machos que se cruzaban con su camino, aunque eso sí, solo mirar, nada de tocar. Sin embargo, con sus padres, especialmente con su padre, la niña se cortaba y no quería que la llamara violentamente la atención, como ya había hecho en más de una ocasión cuando la niña mostraba algo más de lo castamente aceptable.

Mientras la niña se vestía ante la mirada de su madre, Ramón descendió sin hacer ruido por las escaleras.

Bajando Malena a la cocina con su madre, saludo a su tía y, cogiendo una bandeja con comida, salió al jardín donde los tres machos esperaban sentados para comer. Los tres la miraron los torneados y fuertes muslos, intentando descubrir si esta vez llevaba puestas unas braguitas. Una ráfaga de viento la levantó ligeramente la faldita y descubrieron enseguida que si las llevaba para alivio del padre y desilusión de tío y primo.

También Ramón padre la volvió a tocar el culo mientras la besaba las mejillas, como había hecho antes con su madre y con ella. Todavía recordaba el tío el cuerpo desnudo de la joven, especialmente su culo macizo, lo duro que estaba cuando le propinó unos buenos azotes, lo sabrosos que tenía los pechos cuando se los comía y lamía, y el intenso placer que sintió cuando se la benefició la tarde anterior.

Ramón hijo no tuvo tanta suerte ya que no llegó ni siquiera a rozarla ya que la niña, mediante una ágil finta, retiró enseguida el rostro y el cuerpo, simulando que ya se habían besado y saludado, dejando al joven besuqueando y sobando al vacío.

Se sentaron a comer los seis a la mesa, los dos padres juntos hablando de los acontecimientos deportivos de la semana y las dos madres una frente a la otra, mientras al lado de cada madre estaba su vástago, de forma que frente a Ramoncín se sentaban su tía y su prima. Cada vez que una de estas dos se levantaba de la mesa los ojos de los dos ramones se fijaban en sus culos y en sus muslos, mientras que sentadas solo podían verlas las tetas y sus pezones que se apretujaban contra la fina tela de sus vestidos.

No llevaban más de diez minutos comiendo cuando Ramoncín simuló que se le había caído algo al suelo y se agachó a cogerlo bajo la mesa, echando unas morbosas y ansiosas miradas bajo la falda de su tía y de su prima. Las pilló de improviso y con las piernas bastante abiertas. Las dos llevaban finas braguitas blancas que dejaban vislumbrar las lúbricas sonrisas verticales que se escondían debajo. Malena además se había descalzado y jugueteaban sus pequeños y lindos pies con sus zapatillas. Se dieron cuenta las dos hembras que el joven las observaba por debajo de la mesa y al momento juntaron sus muslos y colocaron sus manos entre sus piernas, dificultando tan lúbricas visiones.

No pasaron ni cinco minutos cuando Ramoncín se inclinó de nuevo debajo de la mesa, pero esta vez su tía se lo esperaba y, previsora, tenía los dos muslos juntos y la falda colocada para que su sobrino no pudiera verla entre las piernas. Sin embargo, esta vez Malena le recibió con las piernas bien abiertas y con la falda recogida hasta casi la cintura para que su primo pudiera disfrutar a placer del espectáculo. Tanto estuvo el joven babeando bajo la mesa que su madre le llamó la atención para que se levantara y le preguntará irritada cómo tardaba tanto en recoger la servilleta. En el rostro de la niña se dibujó una pícara sonrisa de satisfacción, tanto por excitar a su primo como por la bronca que le echó Mercedes, la madre de Ramoncín.

Intentó el joven repetir por tercera vez pero su madre, atenta, le llamó torpe, que debería tener más cuidado y le dio un manotazo en el cogote, siendo ella la que se agachó un instante para recoger la servilleta que se le había caído a su hijo. Por supuesto, tanto Elena como Malena tenían las piernas bien juntas y con las faldas tapando sus vergüenzas para que Mercedes no pensara de ellas que eran unas desvergonzadas. Las risas de todos hicieron que Ramoncín, abochornado, se encogiera en su asiento, sin atrever a quejarse.

El joven, temiendo que su madre le abroncara incluso con más vehemencia, no se atrevía a agacharse otra vez para ver las bragas de su prima y de su tía, pero, de pronto, sintió que algo se posaba sobre la bragueta de su pantalón. Miró asombrado y vio un pequeño pie desnudo moviéndose sobre él. Asombrado echó una mirada al rostro de su prima y, por la prolongada mirada que ésta le echó y la sonrisa pícara que se dibujó en el rostro de ella, confirmó que era otra vez un morboso juego de Malena.

Sin decir nada y sin moverse, sintió el joven cómo el pie desnudo de su prima se movía suavemente sobre su pene, masajeándolo y haciéndolo poco a poco crecer. Parecían los dos adolescentes que estaban atentos a la conversación de los mayores e incluso Malena a veces hasta comentaba algo, pero estaban los dos concentrados en la enorme y congestionada verga de Ramoncín que no paraba de crecer y crecer. Mientras la mirada de la niña era viva y sonreía alegre, la de su primo era vidriosa, sin fijarse en nada, mirando al vacío y con la boca abierta, babeando y disfrutando de la paja que le estaba haciendo su primita. Tanto creció la verga que comenzó a palpitar, a palpitar y a palpitar, síntoma de que estaba a punto de entrar en ebullición como un erguido volcán, y cuando lo hizo, esparció esperma por toda la ropa interior del joven, calando incluso el pantalón y la camiseta que llevaba.

Aunque Ramoncín intentó disimular para no alertar especialmente a su madre, unas involuntarias y pequeñas convulsiones recorrieron el cuerpo del joven e incluso un contenido suspiro de placer escapó de sus labios, alertando a su progenitora que, volviéndose hacia su retoño, le miró, entre extrañada y enfadada, preguntándole:

  • Pero … ¿qué coño te pasa ahora?

 Y, propinándole un nuevo manotazo en el cogote, se volvió de nuevo hacia los adultos, continuando la conversación como si nada hubiera sucedido ante las risotadas de los hombres.

Elena intentaba seguir las conversaciones en la mesa pero, preocupada por lo sucedido la tarde anterior, bebió sin percatarse más vino que de costumbre a pesar de que, al tomar antes un ansiolítico, el alcohol estaba fuertemente contraindicado.

Después de la comida vino el café y el puro, este último solo para los dos hombres, dejando por fin libres a los dos menores para que se levantaran de la mesa.

  • ¡Malena! ¿Por qué no le enseñas a tu primo el móvil que tienes? Está muy interesado en comprarse uno nuevo.

Sugirió Ramón a su sobrina ante el asombro de su hijo que nunca le habían interesado ni los móviles ni nada asociado a la electrónica.

 La niña, extrañada porque su móvil era viejo y estaba muy rayado, dudó un momento, pero pensando en nuevas formas de poner cachondo a Ramoncín, le miró y le dijo suavemente a éste:

  • ¡Ven, primito, sígueme!

Y entró en la casa, seguido a pocos metros por Ramoncín.

Bien sabía Ramón que su hijo no tenía ningún interés por la electrónica y que el móvil de Malena no era precisamente nuevo. El motivo por el que sugirió a su sobrina que le enseñara a su hijo el móvil era precisamente para que estuvieran solos y así dar una nueva oportunidad a Ramoncín para que se tirara a su prima. Sabía que la deseaba y, así como él, un adulto, se había follado a su sobrina, quería que su hijo también gozara de ella.

Mientras Malena subía por las escaleras su primo desde abajo la miraba las piernas y los muslos desnudos, así como las braguitas por debajo de la falda. Sabiéndose observada, la niña se descalzó y, dejando las zapatillas sobre un escalón, subió despacio y de puntillas uno a uno los escalones, contoneándose, balanceando provocativamente las caderas y las nalgas.

Una vez arriba, viendo de reojo como Ramoncín continuaba desde abajo mirándola emocionado bajo la falda, se metió las manos bajo ésta y despacito se bajó las braguitas. Inclinándose lentamente hacia delante, dejó que su primo durante unos segundos observara detenidamente su culito prieto y respingón, así como su jugoso coñito, sin nada que los cubriera, quitándose a continuación las bragas, dejándolas, al levantarse, caer perezosamente al suelo.

Caminando descalza y de puntillas lentamente por el pasillo, antes de entrar en su dormitorio se detuvo y, mirando hacia atrás, vio como el joven también había llegado al piso y la seguía con las braguitas de ella en la mano y un bulto enorme en la bragueta del pantalón.

Entrando a la habitación, cerró la puerta a sus espaldas, y Ramoncín, que venía detrás, la abrió, encontrando a su prima, sentada en la cama, apoyando su espalda en la almohada doblada en la cabecera de la cama, las piernas dobladas y la planta de los pies apoyados en el colchón. La faldita de la joven se había movido, dejando al descubierto la totalidad de sus hermosas y torneadas piernas.

  • Cierra la puerta para que no nos molesten.

Le ordenó Malena con una voz suave que recordaba a una delicada gatita.

Cerrando la puerta muy obediente, Ramoncín la escuchó preguntarle:

  • ¿De verdad que quieres que te lo enseñe? ¿No prefieres que te enseñe algo más divertido?

Respondió ansioso y entusiasmado el joven:

  • ¡Sí, sí! ¿Qué quieres enseñarme?
  • ¿Tú qué crees? Podíamos también jugar, sería muy divertido.
  • ¡Sí, sí, juguemos, juguemos! ¿A qué quieres jugar?
  • No seas inocente, ya lo sabes.

Acercándose a ella, la mirada del joven intentó ver el sexo de su prima pero las piernas de Malena se lo impedían.

  • Mejor quítate la ropa.

Le dijo de sopetón la niña.

  • Sí, quítatela si quieres jugar conmigo en la cama.

Confirmó nuevamente Malena como si fuera una maestra dando una lección al más torpe de sus alumnos.

El joven, viendo por fin que podría cumplir su mayor deseo, el de follarse a su prima, se desnudó rápido, hasta quedarse solamente con los calcetines y con el boxer.

Dejando caer la ropa al suelo, se fue a poner de rodillas sobre la cama pero antes la niña le detuvo, diciéndole:

  • Todo, quítate todo.

Primero los calcetines y luego el bóxer volaron por la habitación, cayendo sobre el amasijo de ropa que el joven llevaba, y dejándole en pelota picada y con una erección de caballo.

Colocándose de rodillas sobre la cama, Malena detuvo sus ímpetus, diciéndole:

  • Despacito, primito, despacito.

Ramoncín empezó a gatear despacio hacia su prima, intentando verla la vulva, pero las piernas de ésta se movían y cerraban ligeramente, lo suficiente para impedir la deseada visión.

  • ¿Sabes qué?

Dijo de pronto la niña, desviando la atención y la vista del joven, lo que aprovechó Malena para levantar una pierna y colocar el pie sobre el rostro de su primo, tapándole la visión y deteniendo su avance.

  • ¿Qué?
  • ¡Qué ya no tengo ganas de jugar contigo!

Pero el joven, que ya solamente tenía en mente follarse a su prima, de un manotazo, la apartó la pierna y se abalanzó hacia Malena, pero ésta, reculando rápida, evitó que cayera sobre ella, aunque el rostro de Ramoncín se hundió en la entrepierna desnuda de su prima, directamente sobre su coño, apenas cubierto por un fina franja de vello púbico.

Chillando excitada, Malena juntó las piernas, aprisionó entre sus muslos la cabeza de su primo, pero éste, viendo que no podía separarla los muslos, optó por lamerla ávido la jugosa vulva a la sorprendida y excitada joven. Ésta, agarrando por el cabello a su primo, intentó inicialmente apartarle la cabeza, pero no se atrevía a separar sus muslos por miedo a que su primo se la follara, así que, aguantando, notó cómo los lametones la iban excitando cada vez más, y suspiros, jadeos y gemidos fueron escapando de sus labios, al tiempo que daba sobre la cama pequeños movimientos y saltitos, producto de su cada vez más creciente excitación.

Cada vez más excitada de tantos lametazos en su vulva, el orgasmo la fue llegando y, cuando alcanzó el clímax, chilló a pleno pulmón y aflojó la presión que ejercía con sus muslos en la cabeza de su primo. Éste, sintiéndose libre, dejó de lamerla el coño e, incorporándose, se impulsó hacia delante, tumbándose bocabajo sobre su prima y, restregando su verga dura y erecta por la entrepierna empapada de Malena, intentó penetrarla, pero, incomprensiblemente, no atinaba con la entrada, dando tiempo a la niña para que se recuperara y, no deseando ésta que su primo se la tirara, chilló y forcejeó con él, logrando empujarlo fuera de la cama, pero éste, agarrándose a la falda y al polo de Malena, cayó al suelo, desgarrando las prendas que se quedaron en las manos de Ramoncín, mientras Malena permanecía desnuda encima de la cama.

Viéndose libre, se levantó la niña rápido de la cama y salió corriendo completamente desnuda al pasillo, entrando al baño y cerrando con cerrojo la puerta a sus espaldas.

En el jardín los cuatro adultos continuaban conversando animadamente y bebiendo sentados en sus sillas pero sin una mesa en medio.

Elena que poco había hablado en la comida, estaba cada vez más mareada, producto del ansiolítico y del alcohol ingerido. Sin darse cuenta su prieto culo se había deslizado en la silla hacia delante, manteniendo su espalda sobre el respaldo, de forma que la faldita de su vestido dejaba al descubierto casi la totalidad de sus muslos desnudos y, por supuesto, sus bragas. En la posición en la que se encontraba su silla solamente Ramón, su cuñado, podía observar los muslos, las bragas y lo que se intuía bajo ellas. Y eso hacía Ramón, observarla detenidamente ocultando sus ojos bajo unas anchas gafas de sol, mientras, disimulando, conversaba animadamente con todos. Sin embargo, sus pensamientos estaban en los muslos y en el coño de Elena.

  • ¡Vaya piernas, vaya muslos que tiene mi cuñada! ¡Qué rica está! ¡Vaya polvos que tiene! ¡Está para hacerla un buen favor!

Escuchó Elena chillar a su hija y, alarmada por si se la estaba beneficiando su sobrino, se levantó de su asiento tan rápida como pudo, y, al estar tan mareada, a punto estuvo de caerse sobre su cuñado, que sujetándola por los muslos, deslizó sus manos bajo la faldita, sobándola las nalgas.

Incorporándose, la mujer se fue tambaleándose hacia la casa ante la divertida mirada de los tres adultos.

  • ¡Pero cómo va!

Exclamó Mercedes y los tres se rieron a carcajadas, pero fue Ramón el que se levantó y, haciendo cómo si fuera a ayudarla, la siguió mientras Lorenzo y su hermana se quedaban quietos en sus asientos, mirando divertidos cómo se alejaba Elena haciendo eses.

Entró la mujer en la casa y, llamando a su hija a gritos, empezó a subir titubeante por las escaleras, parecía que ascendía por las escaleras de un barco en mitad de una tormenta.

  • ¡Malena, Malena! ¿Dónde estás, hija?

Detrás de ella iba su cuñado que, agachándose, miraba las bragas y el culo a Elena bajo la falda.

La mujer vio de refilón que alguien iba detrás de ella, y pensó que era su marido, no su cuñado, y tan obsesionada estaba con la virtud de su hija, que, sin mirarle, le dijo balbuceando:

  • ¡Ay, ay, Loren! ¿Dónde está nuestra hija?

Ramón, al escucharla, se dio cuenta del error y pensó emocionado que había que aprovechar la oportunidad.

Entró deprisa Elena en el dormitorio de su hija sin verla y, cuando quiso volverse para salir de la habitación para continuar buscando a Malena, su cuñado la sujetó por detrás, empujándola encima de la cama, haciendo que cayera a cuatro patas sobre la cama.

Sujetándola por las caderas para que no se incorporara, la levantó rápido la falda por detrás y la bajó las bragas hasta las rodillas.

  • ¡Ay, no, no, Loren, ahora no!

Chilló la mujer, quejándose y pensando que era su marido el que quería mantener relaciones sexuales con ella, pero Ramón, sin hacerla ningún caso y sin responderla, se bajó al momento el pantalón por delante, dejándoselo bajo los cojones, y sujetándose la verga con una mano, la dirigió al coño de su cuñada, penetrándola.

Al sentirse penetrada, Elena, sorprendida, contuvo la respiración y, cuando Ramón empezó el mete-saca, a follársela rápido, balbuceó de forma entrecortada ante las enérgicas embestidas de su cuñado.

  • ¡Ay, ay, no, no, Loren! ¡Nos van a ver, nos van a ver!

Pero no opuso ninguna resistencia ni se quejó más, solo, aguantando a cuatro patas, disfrutó del polvo que la estaba echando y Ramón, viendo a su cuñada entregada, aminoró el ritmo, follándosela más despacio, gozando, disfrutando sin prisas del polvo mientras la escuchaba gemir y suspirar de placer.

¡Qué rápido había olvidado Elena a su hija y la defensa de su virtud!

Mientras Ramón se la follaba, la azotaba las nalgas, provocando que su cuñada chillara excitada en cada azote. Temiendo que le pillaran follándosela, Ramón volvió a incrementar el ritmo y, en pocos segundos, se corrió, llenando de esperma el coño de Elena. Aguantó con su pene dentro mientras descargaba y, una vez lo hubo hecho, soltó de las caderas a su cuñada, que se desplomó bocabajo sobre la cama donde permaneció quieta.

Cumplido con creces su objetivo, Ramón se subió el pantalón, cubriendo su sexo, y, cuando iba ya a salir del dormitorio un ronquido le llamó la atención. Era Elena, que, después del polvo, se había quedado completamente dormida, producto del alcohol y de los ansiolíticos que había ingerido. En ese momento vio a su hijo. También estaba en el dormitorio, acurrucado y de rodillas tras un armario y que él, Ramón, con las prisas por follarse a su cuñada, no le había visto, pero su hijo sí le había visto, había contemplado desde el principio cómo se la follaba.

Se cruzaron la mirada padre e hijo, asustados al principio, pero enseguida Ramón, viendo que su hijo estaba completamente desnudo y empalmado, supuso que también se había follado a su prima y le guiñó un ojo de complicidad, sonriéndole.

Un nuevo ronquido de Elena hizo que la mirada del adulto se dirigiera nuevamente a ella, y, acercándose, la agarró las bragas que tenía a la altura de las rodillas y se las quitó, arrojándoselas a su hijo que, torpe, en lugar de cogerlas con las manos, no se lo esperaba y las recibió en la cabeza. Luego Ramón le soltó el cierre a la falda de su cuñada y, tirando de ella, se la quitó, dejando la prenda ahora a los pies de la cama. La observó el culo desnudo y la propinó un sonoro azote en una de sus nalgas para dirigir a continuación su mirada a su hijo que, callado, observaba lo que hacía su padre. Con un gesto le indicó al joven que se acercara y, éste, obedeciendo a su padre, se incorporó, sin dejar de cubrirse avergonzado su pene y sus pelotas.

Agarrando a su hijo por el antebrazo le acercó a la cama y, empujándole le colocó entre las piernas de su tía, diciéndole en voz baja al oído:

  • ¡Vamos! Ahora te toca a ti.

Y, separando más las piernas de la mujer, dejó totalmente expuesta la vulva de ésta.

Miró a su hijo y éste, presionado por su padre, se puso de rodillas entre las piernas de ella, e, inclinándose hacia delante, cogió con una mano su pene erecto y se lo metió a su tía por el empapado coño. Tan lleno de esperma estaba que más que metérselo, lo deslizó dentro, y empezó, mediante movimientos de piernas y glúteos a follársela, perdiendo poco a poco la vergüenza, cogiendo confianza e incrementando el ritmo hasta que, después de unas pocas culadas, también se corrió Ramoncín, gruñendo de satisfacción.

Su padre que había estado presente mientras su hijo empezaba a follarse a su tía, salió al pasillo por si venía su mujer o su cuñado, pero éstos seguían en el jardín tranquilamente, ajenos a lo que estaba sucediendo dentro de la casa. También quería encontrar a su sobrina para volver a disfrutar de ella, pero no la encontró y, al intentar abrir la puerta del baño, la encontró cerrada por lo que supuso que Malena estaba allí, así que, no queriendo forzar la puerta por si alertaba a los dos hermanos, volvió al dormitorio donde su hijo se tiraba a Elena, en el momento justo que acababa.

Viendo la ropa de Ramoncín en el suelo, le hizo señas para que se la pusiera, mientras él, después de limpiar con unos kleenex el sexo a su cuñada, la puso las bragas y la falda, como si no hubiera sucedido nada.

Dejando a Elena durmiendo tumbada en la cama, cerraron la puerta a sus espaldas y bajaron las escaleras, suponiendo acertadamente que Malena continuaba encerrada en el baño.

Acercándose a donde estaban los dos hermanos en el jardín, Ramón comentó despreocupado que la alarma de Elena era totalmente infundada y que, como estaba algo mareada, se había echado a dormir. Como dijo que tenían prisa, se marcharon los tres sin ni siquiera despedirse de las dos mujeres de la casa, solamente de Lorenzo que ni se dignó a levantarse, algo cargado también de los copazos que se estaba tomando.

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Violada en las fiestas del pueblo 6: Blancanieves

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A mi madre se la montaron en una barca

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Sorpresa al regresar al hotel después de una boda