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Recién casada encuentra sementales que la follen

en Hetero: Infidelidad

(CONTINUACIÓN DE “LA LUNA DE MIEL DE MAMÁ”)

Se estaba duchando la joven cuando escuchó el móvil. Debía ser su marido. Se había olvidado de él durante todo este tiempo y, al salir, secándose de la ducha, encontró que la había llamado en diez ocasiones. Pensando que quizá hubiera encontrado un billete de avión para llegar a la isla y se presentará en la habitación en el momento que se la estuvieran tirando, fue ella la que le llamó.

No tardó en cogerlo y parecía angustiado porque no había cogido su mujercita el móvil, quizá la hubiera pasado algo. Marga, escuchándole, pensó que si la habían pasado cosas y todas muy excitantes. Además ella no había cogido el teléfono pero sí que la habían cogido y en varias ocasiones, incluso con público.

Su marido no había podido conseguir por el momento un billete de avión. Estaban todas las plazas cogidas desde hacía meses y si él pudo salir de la isla, Manolo lo achacó a un milagro. Marga también pensó que había sido un milagro que hubiera descubierto un mundo tan gratificante como el del sexo sin su aburrido marido.

Mientras escuchaba a Manolo, Marga no se percató que, caminando por la habitación, había salido completamente desnuda a la terraza, Se dio cuenta cuando escuchó un ruido y, girándose despreocupadamente hacia su origen, se encontró de frente con dos parejas que la miraban asombrados desde la terraza vecina. Como si no tuviera importancia, Marga se giró y entró tranquilamente en su habitación sin dejar de escuchar a su marido por el móvil.

Le dejó, hastiada de escucharle, diciéndole que no la llamara hasta el día siguiente, que cada vez que le escuchaba se cabreaba, y quería descansar. Nada más colgarle, se acostó desnuda en la cama, durmiéndose al instante.

Ya eran casi las once de la noche cuando se despertó, pero aun así tuvo tiempo de arreglarse y cuando Pabló llamó a la puerta ya estaba lista. El tipo, vestido con polo y pantalón corto, venía a buscarla, como había prometido.

Un vestido ligero con tirantes y falda muy corta lucía Marga, así como un par de zapatos de tacón. Como la espalda ya la llevaba al descubierto, se podía observar que no lleva sostén, pero el vestido se mantenía impecable soportado por las grandes y erguidas tetas de la joven. Dejó tanto el bolso como el móvil no fuera a perderlo con tanto folleteo o la molestara su maridito en mitad del acto.

Salieron de la habitación y Pablo, caminando detrás de ella por el pasillo, la hizo detenerse un momento y, acercándose por detrás, metió sus brazos bajo el vestido, bajándola los tirantes y la parte superior de la prenda, y cogió con sus manos las erguidas tetas de la joven que gimió sorprendida ya que no se lo esperaba.

  • Quería comprobar si llevabas algo que te levantara las tetas, pero no, no llevas nada. Están levantadas de forma natural.

Fue la respuesta que dio el hombre mientras la sobaba las suculentas ubres, soltándolas cuando una pareja apareció de pronto por el pasillo frente a ellos. Aunque Marga enseguida se subió el vestido, cubriéndose, la pareja se dio cuenta que la estaban sobando las tetas desnudas.

Cruzándose con ellos, se saludaron como si meter mano en público fuera lo lógico.

Al doblar una esquina y no ver a nadie, Pablo hizo detener nuevamente a la joven que, temiendo que la sobara otra vez las tetas, se las cubrió con sus manos sujetándose el vestido, pero Pablo no buscaba eso ahora, sino que, colocándose en cuclillas tras Marga, la levantó la falda del vestido y, al ver las pequeñas braguitas que llevaba puestas, se las bajó hasta los tobillos a pesar de las débiles quejas de la joven.

  • ¡Ay, no, no, por favor, por favor, las bragas no, no me quites las bragas!

Pero el hombre, sin inmutarse, se las quitó por los pies e incorporándose, se las metió en el bolsillo, comentándola:

  • Conmigo no lleves bragas y, si las llevas, te las quitaré.

Marga no respondió nada y siguieron caminando sin detenerse.

No fueron al restaurante del hotel, a pesar de que tenían la cena incluida, sino que Pablo la invitó cenar fuera del hotel, por lo que tomaron el coche, y, conduciendo por calles oscuras, llegaron a la puerta de una discoteca con una cola muy larga llena de gente que quería entrar pero que los vigilantes se lo impedían.

Frente al garito descendieron del coche y un empleado de la discoteca saludó a Pablo, como si fuera alguien importante, tomándole las llaves del coche y se lo llevó a aparcar.

Marga, como la falda de su vestido era muy corta y no llevaba bragas, al girarse en el asiento para descender del vehículo, enseño sin querer su sexo sin nada que lo tapara a las personas de la cola así como los empleados de la discoteca.

Más de un silbido se escuchó e incluso varios rompieron a aplaudir entusiasmados provocando que el rostro de la joven se encendiera como una tea y, mirando al suelo, tomo la mano que Pablo le ofrecía y le siguió dentro del local al que accedieron sin ningún problema.

Pasando una segunda puerta, un ruido ensordecedor de voces y música les inundó, que fue acompañado por una oscuridad que inicialmente le pareció a Marga casi absoluta, paralizándola.

Con un pequeño azotito en las nalgas, Pablo la hizo pasar delante aunque era él el que la dirigía, y, reteniéndola un momento por las caderas, la susurró al oído:

  • Ya ves que no soy yo el único que quiere verte sin bragas, gatita, y puedo asegurarte que no será lo último que pierdas esta noche.

Y propinándola otro ligero azotito en sus nalgas, la hizo continuar caminando, pero, como todavía no estaba acostumbrada a la oscuridad, andaba dubitativa y fue Pablo el que, tomándola nuevamente de la mano, se adelantó y la hizo seguirle.

A pesar de la cantidad de gente que había, los fueron sorteando, mientras el hombre saludaba a más de un personaje de aspecto mafioso.

Focos de luces debajo de Marga se metieron bajo su falda, mientras Pablo se detenía, hablando con un hombre alto y muy robusto de color. Sin saber de dónde venían las luces, mirando hacia abajo se dio cuenta que caminaba sobre un suelo de cristal bajo el que se encontraban personas que la observaban bajo su falda, ¡que la estaban viendo que no llevaba bragas, la estaban viendo el coño!

Inclinándose hacia delante, se metió la mano entre las piernas, cubriéndose como pudo la vulva desnuda con la minifalda, pero enseguida Pablo le presentó al hombre de color y tuvo que dejar de cubrirse, al tiempo que le daba un par de besos en las mejillas el negro.

Mientras la besaba, las grandes manos del negro se colocaron una en cada nalga de Marga y durante toda la presentación al menos una de las manos nunca abandonó su culo.

Tanto era el ruido que había que al principio no se enteró la joven del nombre del negro, pero este, apretándola una nalga, se lo repitió, susurrándoselo al oído con una voz muy grave y profunda:

  • Winston. Me llamo Winston.

Y se despidió dándola un suave azote en uno de los glúteos.

Dejándole atrás se acercaron a una barra algo más iluminada y donde servían bebidas y, al verle el camarero, hizo bajar a un hombre que estaba sentado en una silla alta y fue Marga la que obligaron a que ocupara su lugar.

Sentándose en la silla, la falda se le volvió a subir, descubriendo su coño, pero la joven reaccionó, cruzándose de piernas y colocando una de sus manos entre sus piernas, cubriéndose la entrepierna de las ansiosas miradas que la echaban los hombres próximos y en la barra.

No fue ella la que pidió su bebida sino Pablo el que pidió por los dos, y, mientras el camarero preparaba las bebidas, el amante se inclinó hacia ella y la dijo al oído:

  •  Ya ves que todos disfrutan viéndote sin bragas y, si tú les dejas, sus vergas ocuparan el lugar de tus bragas. ¿les vas a dejar que te follen?

Obviando la pregunta, Marga le interrogó:

  • ¿Quién eres?
  • El que te va a follar o es que lo dudas.

Le respondió sonriéndola y, antes de que volviera a preguntar, la pusieron en su regazo un vaso largo lleno de un líquido indeterminado que ella tomó con la mano que no se cubría la entrepierna.

  • ¡Bebe, gatita!

Le dijo suavemente Pablo.

  • ¿No vamos a comer nada?

Preguntó Marga, pensando si se iba a quedar sin cena, como ya había hecho sin la comida.

  • Te vamos a comer a ti, gatita. No lo dudes y bebe.

Respondió el hombre y Marga volvió a preguntar, mirando suspicaz la bebida.

  • Pero ¿qué es? ¿no será una droga?
  • Y ¿qué más da si lo es? ¡tú bebe!

Ante la insistencia de Pablo se llevó la joven el vaso a los labios y lo probó. Sabía dulce y el sabor no era en absoluto desagradable sino más bien lo contrario, tenía un buen sabor, por lo que le dio un largo trago, bebiéndose casi la mitad del contenido.

  • Ya veo que tienes mucha sed, pero vamos a saciarla. Te vamos a colmar de fluidos.

Respondió enigmático el hombre y la joven, mirándole, no se atrevió a responderle.

Volvió a aparecer el negro cachas de antes. Esta vez acompañado por una mujer del mismo color, de muy buen tipo, un busto erguido no muy grande, unas musculosas piernas muy largas y un culo apretado con caderas generosas. Llevaba un vestido rojo muy ceñido, de lentejuelas muy brillantes y con falda que la llegaba justo hasta el nacimiento de sus nalgas, además de unos zapatos a juego con tacones muy pronunciados de forma que prácticamente caminaba de puntillas, haciendo que fuera unos diez centímetros más alta que Marga.

Winston se la presento como Elsa y ésta, ante la mayúscula sorpresa de Marga, la dio un suave beso en la boca, sentándose a continuación en otra silla muy alta al lado de la joven que acababan de dejar libre.

Se miraron las dos jóvenes, Elsa sonriendo y Marga muy cortada. Los ojos de Elsa la recorrieron de la cabeza a los pies, fijándose en los pechos de la joven que levantaban su vestido y, al bajar su mirada a la entrepierna de Marga, sonrió abiertamente al observar cómo se la cubría con la mano.

Marga también le contempló los erguidos senos y dudó que no fueran operados por la peculiar forma que tenían, y, cuando bajó la mirada, vio que Elsa no se cubría en ningún momento su entrepierna. Ella si llevaba bragas y de un color rojo muy brillante.

Mientras los hombres charlaban sin dejar de mirarlas, Elsa aproximó su cabeza a Marga y la dijo al oído:

  • ¿Eres virgen?
  • No, no.

Negó Marga muy digna, como si ser virgen a los veintiuno fuera horrible.

  • ¿También por detrás?

Volvió a preguntar Elsa y Marga, asustada, tragó saliva sin responder, mudándose la cara, a lo que la negrita supuso que lo era, y la comentó riéndose:

  • ¡Qué bien! Les encanta hacérselo con vírgenes

Aterrada de verse sodomizada, Marga bebió de un trago el resto de la bebida que la quedaba.

En ese momento, Pablo, quitándola de la mano el vaso vació, lo dejó sobre el mostrador y, dándola la mano, tiró de ella para que se bajara de la silla.

  • ¡Ven, sígueme!

Fue retirarla la mano de entre las piernas y todos los ojos se fijaron en su coño desnudo, otra vez al descubierto, sin nada que lo tapara.

La llevó Pablo de la mano a una zona todavía más oscura, a pocos metros de donde estaban.

A pesar de la música tan alta que había, le pareció escuchar unos gemidos en la oscuridad, próximos a donde se encontraba, así como unos bultos que se desplazaban rítmicamente en la oscuridad. Estaba segura que estaban follando, que había allí mismo una pareja follando.

La hicieron sentarse en un objeto mullido y, al colocar la espalda sobre un respaldo y tantear con las manos en el mueble, se dio cuenta que podía ser un sofá. Delante suyo a varios metros podía ver la barra iluminada donde había estado hacía un momento y desde donde varios hombres miraban en su dirección, aunque pensó Marga que no podían verla por la oscuridad que la envolvía.

Alguien se sentó a su lado y, aunque no podía verlo, la joven creyó que era Pablo, su amante, que la había conducido allí. Recibió un besó apasionado en la boca y una mano se posó en su muslo desnudo. La morreó a placer, metiendo su lengua dentro de la boca de la joven, recorriendo el interior de sus voluptuosos labios y se enredó en su cálida lengua, mientras una mano se introducía entre las piernas de ella, acariciándolas y, dirigiéndose hacia la entrepierna de Marga, incidió en su vulva antes de que la joven cerrara totalmente sus piernas y apretara sus muslos.

Emitió excitada un ligero chillido al sentir cómo unos dedos ávidos la acariciaban entre sus labios vaginales, alcanzaban su clítoris y jugueteaban con él. Moviéndose excitada rozó con su mano un bulto apreciable. Era una enorme verga hincada que, cubierta por un pantalón, amenazaba con reventarlo. Su amante estaba excitado y ansioso por disfrutar de los encantos de Marga.

Mientras la metían mano entre las piernas y la morreaban sin descanso sintió cómo la bajaban por detrás la cremallera del vestido y la bajaban los tirantes, descubriendo su espalda, y, al retirarse el hombre, la bajó el vestido por delante, dejando al descubierto sus hermosos pechos que, al momento, fueron cubiertos por manos lascivas que se las sobaron impunemente, aprisionando sus hinchados pezones y jugueteando con ellos.

¡Dios! ¡No era uno solo su amante, sino dos! ¡Dos que en la oscuridad se aprovechaban de ella! Mientras uno la besuqueaba y la metía mano entre las piernas, el otro la sobaba las tetas.

Aterrada, se quedó quieta, y, más aún, cuando en la barra del bar, iluminado por los focos apareció Pablo, bebiendo tranquilamente y mirando hacia donde estaba ella.

Una de las manos dejó de amasarla uno de los senos y una boca ocupó su lugar, chupándolo, lamiéndolo, mordisqueándolo.

Aunque estaba aterrada, se dejó llevar y, al sentir cómo se corría de placer, sus gemidos dieron paso a chillidos, ocultados por la música atronadora de la discoteca.

Como la seguían sobando la resultaban molestas las caricias e intentó alejarlas a manotazos, pero la empujaron, inclinándola hacia delante, haciendo que tropezara su rostro contra el pene erecto de un hombre y, al retenerla la cabeza abajo, sabía qué es lo que buscaban, que le comiera la polla, y eso hizo, temiendo que la pudieran producir algún daño, sujetó el congestionado miembro con una de sus manos y comenzó a lamerlo como si fuera un sabroso caramelo, un chupa-chups. Acariciando el escroto con una mano, se metió la verga en la boca y, mientras lo acariciaba con sus labios y con su lengua, otro tío detrás de ella, la sobaba el culo y el coño con sus manos, metiéndola los dedos por la vagina y por el ano, dilatándolo.

Tan excitado estaba el tipo al que le comía la polla que se corrió enseguida, logrando Marga sacársela de la boca antes de que eyaculara dentro, pero no podía incorporarse ya que el hombre colocado a su espalda, la retenía.

Poniéndose en pie y colocando una pierna doblada por el sofá, la sujetó por la espalda mientras tanteaba con su cipote erecto buscando un agujero al que entrar. Afortunadamente para Marga fue el coño de ella lo primero que encontró y, penetrándola, comenzó a cabalgar furiosamente, follándosela.

Colocando su cabeza entre sus brazos doblados encima del sofá, aguantó las furiosas embestidas del tipo que la sujetaba por las caderas para que no se escapara, se corriéndose en pocos segundos dentro de su coño.

La desmontaron y la dejaron tumbada bocabajo sobre el sofá donde se quedó inmóvil hasta que alguien la dio un pequeño azote en las nalgas y escuchó una voz familiar, la de Pablo, que la decía:

  • ¡Venga, gatita, que nos esperan!

Se incorporó del sofá y, tirando de su vestido que tenía enrollado a la cintura, se lo colocó, cubriendo su hermoso cuerpo desnudo. Al tropezar sus pies con los zapatos, se agachó y, en la oscuridad, se los puso a tiempo de que Pablo, cogiéndola de la mano, tirara de ella para que le siguiera.

Abriéndose paso en el local abarrotado de gente, sintió Marga las miradas cargadas de deseo de los machos en celo y, como más de una mano la tocó e incluso la dio algún azote en sus nalgas.

Saliendo de la discoteca, una limusina blanca les esperaba con la puerta trasera abierta.

Sobándola las nalgas bajo la falda, Pablo la hizo entrar la primera y allí estaban sentados Elsa y Winston, que, sonrientes, la dejaron sitio para que se sentara entre ellos.

Las manos de Pablo, bajo su falda, la empujaron por las nalgas desnudas y la desequilibraron haciendo que la joven, sin desearlo, se apoyara en la entrepierna del negro, sintiendo lo enorme y duro que era el miembro que se escondía bajo el pantalón.

  • ¡Lo … lo siento!

Se disculpó Marga, asustada por el tamaño del pene que acababa de palpar, y Winston la respondió, sonriendo abiertamente:

  • ¡Es un placer, un verdadero placer!

Y al sentarse en el asiento, sintió bajo su culo la gigantesca manaza del negro cuyos dedos se metieron incluso entre sus nalgas y entre sus labios vaginales, haciendo que la joven diera un respingo y se incorporara ligeramente para que Winston la quitara su mano del coño.

Sentándose Pablo en el asiento frente a ellos, al momento se incorporó el negrazo a su lado, dejando solas a Elsa y a Marga.

Nada más arrancar el vehículo, Pablo, sin abandonar su acostumbrada sonrisa burlona, ordenó a Marga:

  • ¡Desnúdate!
  • ¿Có … cómo?

Balbuceó la joven, y Elsa, a su lado, comenzó a bajarla la cremallera del vestido por detrás, al tiempo que la susurraba:

  • Yo te ayudo, cariño, déjate llevar.
  • No, que se desnude ella.

Fue la orden tajante de Pablo, haciendo que la negrita dejara de desvestirla, pero Marga, cohibida, no se atrevía a desnudarse delante del negrazo y menos con tanta luz.

Pablo volvió a insistir con una voz más suave que predecía tormenta.

  • ¡Desnúdate, gatita!

Y Marga, temiendo que la hicieran daño, se bajó los tirantes del vestido y les mostró sus tetas, erguidas, redondas con aureolas negras de las que emergían pezones también negros.

La sonrisa de Winston se desvaneció y se quedó concentrado mirándola los pechos a la joven, al tiempo que se relamía saboreando el suculento plato que se estaba cocinando.

Levantándose un poco del asiento, se bajó el vestido, y descubrió su jugoso sexo apenas cubierto por una fina franja de vello púbico.

Quitándoselo y, dejándolo sobre el asiento a su lado, se quitó los zapatos y, ya completamente desnuda, miró, entre tímida y desafiante, a Pablo a los ojos, cómo diciéndole:

  • ¿Qué? Y ahora ¿qué?

Pero fue Winston el que, mediante un gesto de cabeza dirigido a Elsa, el que movió ficha y Elsa, bajándose la cremallera del vestido, exhibió unos hermosos senos y, al quitarse el vestido por los pies, así como los zapatos, se quedó solamente con una pequeña braguita roja entre sus torneados muslos de color caoba.

Y fue otra vez Pablo el que habló, dirigiéndose a Marga:

  • ¡Quítala las bragas!

Al escucharlo, Elsa se tumbó bocarriba sobre el asiento, levantando sus pies hacia Marga, y ésta, estirando sus brazos, cogió los bordes de la braguita, y, tirando de ella, se la fue bajando despacio hasta que se la quitó.

La negrita, completamente desnuda, colocó sus piernas dobladas sobre el asiento, y, abriéndose de piernas, ofreció su sexo completamente depilado a Marga, susurrándola como si fuera una gatita en celo:

  • ¡Cómemelo, cómemelo!

La joven, mirando fijamente la sonrisa vertical de Elsa, dudó que hacer pero la voz de Pablo la hizo decidirse.

  • ¡Hazlo, cómela el coño!
  • Y Marga, inclinándose hacia delante, metió su rostro entre los oscuros y fuertes muslos, y, sujetándola por las caderas, comenzó a mamarla la vulva, mediante tímidos lengüetazos al principio y, al notar que su sabor la resultaba sabroso, se fue entonando, lamiéndola con mayor avidez, utilizando en ocasiones la punta de la lengua mediante movimientos circulares sobre el propio clítoris.
  • Con el culo en pompa ofrecía Marga un excitante espectáculo a Winston que no se perdía detalle de los lascivos movimientos de los prietos glúteos de la joven.

Tumbándose bocabajo sobre el asiento Marga la lamió el coño a Elsa con largos lametazos que recorrían el interior de los labios genitales de la negrita que se estremecía de placer. Cuanto más se excitaba Elsa, más se lubricaba y un fuerte olor a animal en celo inundó la parte trasera del vehículo. Los muslos de la negrita temblaban de placer y abrazó con sus largas piernas la cabeza de Marga, aprisionándola para que no dejara de comerla el coño.

Esta, sin tener casi espacio para respirar, incrementó la velocidad de los lametazos, y, en pocos segundos, consiguió que Elsa, chillara al sentir cómo se corría entre espasmódicos movimientos de su pelvis.

Relajándose la negrita, pudo sacar Marga su cabeza y, antes de que se incorporara del todo, Pablo puso una mano sobre sus nalgas, atrayéndola hacia él, y obligándola que se sentara sobre las rodillas de él, colocándose a horcajadas.

  • ¡Sácamela, sácame la polla!

La dijo en tono apremiante, furioso incluso, y Marga, obediente, le soltó el pantalón y se lo bajó lo suficiente, junto con la calzón, para dejar al descubierto su pene, que libre de toda presión se disparó como un resorte hacia el techa del vehículo.

  • ¡Métetela, métetela en el coño y follame!

Continuó ordenándola Pablo y ella, cogiendo con su mano el miembro, se puso de rodillas sobre las rodillas del hombre, se levantó un poco y se lo introdujo por el coño. Y esta vez, sin que mediaran más órdenes, empezó a cabalgar sobre la verga del hombre. Apoyándose con sus manos en los hombros de Pablo, se lo fue follando sin dejar de mirarle muy seria a los ojos. Veríamos quién provocaba a quién.

Subiendo y bajando, subiendo y bajando una y otra vez Marga se fue follando y, riéndose por sus adentros, pensó que era como una competición para ver quién se follaba a quién y quién se corría antes.

Ya se había dado cuenta la joven que Pablo no quería eyacular, no quería correrse, por lo que hacía todo lo posible por aguantarse, por resistir, pero poco a poco el movimiento rítmico de Marga de subida y bajada, metiendo y sacando la polla de su coño, iba debilitando sus defensas como bien notaba en el rostro del hombre y en su mirada cada vez más vidriosa, disimulando, pero cuando Pablo estaba a punto de hacerlo, la hizo detenerse, sujetándola por las cadera, y desmontarle.

  • ¡Siéntate, gatita!

Exclamó casi gritando y eso hizo Marga, sentarse, pero no en el asiento al lado de Elsa sino sobre el regazo de Winston, directamente sobre su entrepierna, sintiendo bajo la tela del pantalón la dureza y el tamaño de su miembro. ¡Era como una segunda pierna! ¡Grande, ancha, maciza!

Las manazas del negro cogieron las tetas de la joven, amasándolas, mientras ella, moviendo sus nalgas sobre la verga del tipo, lo excitaba todavía más.

En movimientos circulares movía Marga sus glúteos, sonriendo morbosa, sin dejar de presionar sobre el chuletón que tenía debajo, y notaba claramente cómo se iba hinchando, cómo iba creciendo de tamaño e irguiéndose, amenazando en catapultarla fuera de su regazo.

Elsa, tumbada bocarriba sobre el asiento y completamente desnuda, al ver lo que hacía la blanquita, cómo provocaba a su hombre, se incorporó envidiosa, temiendo que se lo quitara, y se montó a horcajadas sobre Winston, entre él y Marga, desplazándola hacia delante, y ocupando ella su lugar sobre la gigantesca verga, comenzando a cabalgar sobre ella.

Marga, empujada fuera del regazo del negrazo, se contentó con sentarse frente a ellos, mirando cómo ahora era la negrita la que excitaba a Winston.

Pablo la miraba, sonriendo, casi riéndose, ante la competencia que se había formado entre ella y Elsa.

Mientras tanto, la negrita no perdía el tiempo y, utilizando el cuello de Winston como soporte, se balanceaba frenética adelante y atrás, arriba y abajo, contorsionándose como una bailarina de striptease en la barra de un club de alterne.

El vehículo aminoró su velocidad y se desvió, deteniéndose en la entrada a un lujoso chalet, obligando a la negrita a aminorar su desenfrenada danza.

Entrando en la finca, la limusina se detuvo y fue Pablo el primero que salió del vehículo cuando el chofer abrió una de las puertas traseras.

Ofreciendo su mano a una dubitativa Marga, ésta la cogió, logrando recoger del suelo sus zapatos, aunque no su vestido, antes de que el hombre tirara de ella y la sacara completamente desnuda del vehículo.

Era noche cerrada y un único foco iluminaba a la joven, deslumbrándola.

Se cubrió con las manos sus ojos, deteniéndose, y calzándose sus zapatos de tacón.

Solo cuando Pablo la azotó ligeramente en una de sus nalgas, diciéndola un “¡Vamos!” y la tomó de la mano, se dejó guiar con los ojos semicerrados.

Percibió a un lado de su camino un hombre que, por la forma de vestir, debía ser el chófer que conducía la limusina que la había llevado. Más adelante había otro hombre que, por su uniforme, debía ser un criado de la casa. ¡Qué vergüenza! Se estaba paseando totalmente desnuda delante de desconocidos a los que ni siquiera podía ver claramente.

Entraron a la mansión y el hall era enorme y lujosamente decorado con una larga escalera que conducía al piso superior.

Un hombre de color negro ataviado con un uniforme blanco como de mayordomo la propuso muy amablemente que la siguiera, señalando con su brazo las escaleras.

Miró la joven a Pablo que estaba a su lado y éste, sonriendo, la indicó, mediante una leve inclinación de cabeza que siguiera al mayordomo.

Delante de Marga apareció un erecto y sonriente Winston que, con su gesto, también la indicó que hiciera caso de su amante.

Así que la joven, vestida solamente con sus zapatos de tacón, subió muy digna y lentamente las escaleras, moviendo sus caderas y balanceando sus nalgas, consciente que la estaban observando muy detalladamente desde abajo.

Ya en el piso superior, caminando delante de Marga, el mayordomo se detuvo, abriendo una puerta, y, extendiendo su brazo, la mostró muy sonriente a la joven, una bañera llena de espuma.

  • Espero que esté a su gusto señora.

En voz baja le respondió sin dejar de mirarle.

  • Está bien, gracias.

Olía estupendamente, como a flores pero no era nada cargante.

Hasta que se casó Marga no estaba acostumbrada ni a ir desnuda delante de desconocidos ni a que la dieran este trato, así que, algo asustada, se acercó a la bañera en parte para complacer al mayordomo como para ver qué realmente había dentro de la bañera.

Inclinándose hacia delante para meter su mano entre la espuma, encontró agua caliente, y girándose hacia el mayordomo, le pilló observándola muy fijamente el culo que tenía en pompa.

Y el hombre muy amable la comentó:

  • Si necesita algo más no dude en pulsar el botón que tiene al lado de la bañera y acudiré al momento, señora.
  • Muy amable.
  • Gracias, señora.

Respondió el mayordomo, cerrando suavemente la puerta a sus espaldas y dejando a Marga sola en el cuarto.

Contempló la joven durante unos segundos el lujo que también había en la habitación, toda revestida de mármoles de colores, para a continuación descalzarse y meterse en la bañera entre la abundante espuma blanca, sentándose.

Utilizando una suave y mullida esponja que estaba en un lateral de la bañera, se limpió despacio y con cuidado todo el cuerpo, incidiendo en su entrepierna donde tantos polvos la habían echado últimamente.

Mientras lo hacía una densa somnolencia se fue adueñando de ella y se reclinó hacia atrás, cerrando los ojos, relajándose. A punto estaba de dormirse profundamente cuando sintió que alguien se metía en la bañera con ella.

Sintió algo que tocaba levemente su entrepierna, sacándola de su sopor. Somnolienta levantó un poco la cabeza y entornó los ojos, viendo frente a ella a Elsa que se había sentado dentro de la bañera.

Las piernas extendidas de la negrita se habían situado entre las de ella y los pies se apoyaban en el sexo de Marga.

Sonrío Elsa maliciosa y la joven, todavía adormilada, la correspondió con una ligera sonrisa.

Acariciándola con los dedos de sus pies, los fue introduciendo entre los labios vaginales de Marga, empezando muy despacio y suavemente a estimularla el clítoris.

Mezclando sueño con realidad no sabía la joven si estaba soñando o simplemente despierta, lo que si notaba es que se estaba poco a poco excitando y de su sexo comenzó a brotar fluido seminal.

Mordisqueándose los labios y balanceando ligeramente su cabeza, cada vez más excitada, no tenía fuerzas ni ganas de despertarse.

Aproximando ansiosa las manos a su sexo para masturbarse, se encontró inesperadamente con los pies de la negrita, sujetándolos y confundiéndolos con enormes penes que pugnaban por penetrarla y follársela. Entonces suspiró fuertemente, gimiendo y suplicando:

  • ¡Fóllame, por favor, fóllame!

Ahora sí que la negrita sonrió abiertamente, a punto de soltar una carcajada, y, sin dejar de acariciar el clítoris de Marga con uno de sus pies, metió el dedo gordo del otro por la entrada a la vagina de la joven, como si fuera una verga, y moviéndolo adelante y atrás dentro del conducto, simuló cómo si se la estuviera follando.

Apretando Marga fuertemente los muslos entre sí, aprisionó los pies de Elsa, que, aguantando, continuó divertida masturbando a la joven.

Agitándose dentro la bañera, Marga sintió como, desde dentro de sus entrañas, un placer inmenso se estaba abriendo paso y estalló en un potente orgasmo, haciendo que la joven chillara de placer, despertándola inmediatamente ante el asombro de Elsa, que, al ver la cara de viciosa que ponía Marga, se río con sonoras carcajadas.

Abriendo mucho los ojos, Marga, aturdida, se fijó en Elsa que no paraba de carcajearse divertida.

Desubicada, no recordaba cómo había llegado allí pero se sentía extrañamente avergonzada por algo que no sabía muy bien que era.

 Los movimientos convulsivos de la negrita despejaron parte de la espuma que cubría el agua de la bañera, haciendo que Marga, sorprendida, observara que Elsa estaba desnuda dentro del agua, y lo que era mucho peor, ¡ella también lo estaba, estaba completamente desnuda!, y ¡sujetaba entre sus piernas los pies de Elsa!

Abriendo mucho los ojos y la boca, Marga se quedó por unos instantes sin poder respirar, redoblando las carcajadas de la negrita al verla el rostro.

Cuando se recuperó fue Elsa la que, luchando por contenerse, logró preguntarla, mirándola muy sonriente a la cara:

  • ¿No me dirás que no te acuerdas de nada?

Aturdida, la joven no tenía todavía resuello para responder y fue Elsa la que volvió a interrogarla.

  • Pero ¿nada de nada? ¿No te acuerdas de nada? ¿Tampoco me recuerdas a mí?
  • Sí, sí. Eres ... Elsa, ¿verdad?
  • ¡Ah, bueno, al menos conoces mi nombre!
  • Tenía una gata que se llamaba igual. Elsa.
  • Una gata es lo que soy yo, una gata en celo.

Chilló Elsa, riéndose, y, cómo Marga la miraba interrogante, la negrita insistió preguntándola:

  • A ver, chica, ¿qué es lo último que recuerdas?
  • Bueno, yo … tengo recuerdos muy vagos, que no se si corresponden a la realidad. Son tan … vergonzosos.
  • Seguro que son reales, cariño, seguro que sí.
  • Recuerdo … en la discoteca y … en un … vehículos muy grande, quizá un …
  • Una limusina. Te follaron en la discoteca y en la limusina, cariño. Asúmelo. Eres una puta.
  • ¿Una puta? Pero si yo … estoy casada, recién casada.
  • Y puta. Eres también una puta.
  • ¿Cómo? Pero si yo … yo … me acabo de casar. Estoy de luna de miel.
  • ¿Con quién? ¿Con el Pablo?

Preguntó Elsa, intrigada.

  • No, no. Con Pablo no.
  • ¿Dónde está ahora tu marido, cariño?
  • Se tuvo que volver al trabajo. Le llamaron para algo urgente, y ahora no encuentra avión para volver conmigo.
  • ¿En qué empresa trabaja tu marido, cariño?
  • Bueno … no sé.

Y la negrita le dijo el nombre de un grupo de empresas y continuó nombrando varias de las empresas que lo formaban.

Al escuchar Marga el nombre de la empresa donde trabajaba su marido, respondió con un “Esa, esa” y repitió el nombre.

Elsa, al escucharla, se echó a reír y, entre carcajadas, comentó:

  • Otra vez lo han vuelto a hacer. ¡Qué hijos de puta!
  • ¿Qué ocurre? ¿Qué han vuelto a hacer? ¿Quiénes?

Interrogó alarmada la joven sin saber a qué se refería.

Como la negrita continuaba riéndose, sin responder, Marga, molesta, empezó a levantarse de la bañera.

De pies, completamente desnuda frente a la negrita, se avergonzó de su desnudez y se cubrió con sus manos el sexo, girándose, y dando la espalda a Elsa, que, al observar excitada el culo redondo y macizo de la joven, aprovechó que ésta, se descubría el sexo, para incorporarse rápido y meterla mano por detrás entre las piernas, precisamente en su vulva.

Emitió Marga un agudo chillido, entre excitada y sorprendida, e intentó que la dejara de meter mano pero, mientras forcejeaban Elsa con la otra mano la propinaba fuertes y sonoros azotes en sus nalgas, provocando que la joven chillara y la negrita a su vez también chillara, riéndose a carcajadas:

  • ¡Puta, que eres una puta, una puta calentorra!

Retirando Elsa su mano del sexo de Marga, su mano fue a hora a las tetas de la joven, magreándolas, hasta que Marga también se las logró cubrir.

Para defenderse la joven se inclinó hacia delante, apretó fuertemente los muslos entre sí y sus brazos la taparon las tetas y el coño, pero, al estar con el culo en pompa, la negrita aprovechó para azotarla con sus manos sin piedad las nalgas, al tiempo que la chillaba, sin dejar de carcajearse.

  • ¡Culo gordo, culo gordo! ¿A que té te gusta, culo gordo, a qué te gusta que te azoten ese culazo que tienes?

El culo de Marga se fue poniendo cada vez más colorado y la joven empezó a hacer pucheros como si fuera una niña mala, hasta que se echó a llorar a lágrima viva, mientras suplicaba:

  • ¡No, no, por favor, no me pegues más en el culo, por favor, no!

Elsa, riéndose, se detuvo y, saliendo del baño, la dijo:

  • ¡Niña llorona, venga sal, que ya me duele la mano de azotarte ese culo gordo que tienes!

Agarrándola de los brazos la obligó a salir de la bañera, y, acercándose a un armario, cogió una crema y, con ella en la mano, se acercó a Marga que asustada se cubría con sus manos sexo y pechos.

Echándose crema en la mano la esparció sobre las nalgas coloradas de la joven, al tiempo que la decía:

  • ¡Niña llorona, yo te curaré ese culo gordo que tienes!

Y Marga se fue tranquilizando mientras la negrita la masajeaba el culo, y, llevándola hacia una camilla que había, colocó una toalla sobre esta e hizo que la joven se tumbara bocabajo sobre ella.

Dejando el tubo de crema, cogió una botella de aceite y la vertió abundantemente sobre las nalgas de Marga, para a continuación amasarlas y sobarlas a placer, mientras la joven iba poco a poco relajándose hasta quedarse dormida profundamente.

Sus macizos y redondos glúteos brillaban por el aceite que les cubría, que f luía sobre ellos y entre ellos, empapando todo.

No fue solamente sus nalgas las que se empaparon en aceite, sino que lo vertió también en espalda y piernas, aunque en menor cantidad y masajeándolas ligeramente. Era el culo de la joven lo que la atraía y al que dedicó más atención.

Entre sobe y sobe Elsa la separó las nalgas, vertiendo más aceite entre ellas y observó detenidamente tanto el ano blanco e inmaculado como la vulva de la joven, pensando en lo rico que debía saber y a punto estuvo de agacharse y meter su rostro entre los dos cachetes chupando y lamiéndola, pero desistió por no despertarla. Ya tendría tiempo para disfrutar de su coño. Aun así metió el canto de su mano derecha entre las dos nalgas, sobándola suavemente para no despertarla.

Con tanto sobeteo la negrita fue animándose y, acariciándola el ano con sus dedos, fue poco a poco dilatándoselo, metiendo sus dedos dentro, y provocando que Marga, saliendo un poco de su somnolencia, suspirara y gimiera de placer. Mientras Elsa con una mano la sobaba el ano, con la otra la masajeaba el coño, cada vez más empapado, todo muy despacio, muy delicado, para que la joven disfrutara plenamente, y así hizo Marga, estremeciéndose de placer, cuando alcanzó el orgasmo emitió un breve chillido, quedándose al momento quieta, sin moverse, disfrutando.

Limpiándose fluidos vaginales y el aceite de sus manos con la toalla, Elsa dijo a la joven que se volteara, y, ayudándola, Marga se quedó ahora bocarriba sobre la camilla. Aunque ridículamente la joven se cubrió con sus manos la entrepierna, ahora eran sus pechos el objeto preferido donde la negrita vertió aceite y, esparciéndolo con las manos por todas las tetas, las hizo resplandecer, brillar bajo los focos de la habitación. Las dio un buen repaso, empitonando los pezones e incluso las mismas ubres parecieron incluso hincharse y crecer.

Esparciendo aceite por todo el cuerpo de la joven, por su vientre, por sus brazos, por sus muslos, por sus pies e incluso entre las piernas, sobre el propio sexo de Marga, se lo fue Elsa manoseando y, al notar que la joven estaba algo dolorida en su vulva, dejó de acariciarlo y volvió a las tetas.

Poco más de un minuto sobándola los senos y se concentró en sus pezones, pero esta vez con su boca, chupándoselos, lamiéndoselos e incluso mordisqueándolos, escuchando cómo Marga suspiraba y gemía nuevamente.

¡La putita era multiorgásmica, una superdotada que podía tener orgasmos uno detrás de otro!

Sin dejar de lamerla los pezones, la mano de Marga fue otra vez al coño de Marga y ahora no encontró resistencia y, manoseándola entre sus labios vaginales, la provocó un nuevo orgasmo. La joven ahora sí, se abrió de piernas, aprisionando la mano de Elsa entre sus torneados muslos, y no la soltó hasta que, chillando, se corrió.

Retirando su mano del sexo de Marga, Elsa se la limpió con la toalla y, mientras esperaba que la joven se recuperara del último orgasmo, la estuvo contemplando las tetas, el vientre, el coño, los muslos, todo el cuerpo, cómo resplandecía por el aceite que tenía encima y pensó que no saldría de esa casa hasta que gozaran todos plenamente de esos más que suculentos tesoros.

Unos pocos minutos después la negrita la dijo a Marga:

  • Levántate, niña, que nos esperan.

Y, cogiéndola de la mano, la ayudó a levantarse de la camilla.

  •  ¿Quién, quién nos espera?

Preguntó inocente la joven.

  • Tú ya lo sabes, cariño, para eso estás aquí.

Dócilmente la condujo de la mano fuera el baño y las dos, completamente desnudas, recorrieron un largo pasillo muy iluminado y solitario, hasta que llegaron a una puerta blanca de doble hoja que abrieron y allí encontraron un amplio dormitorio y en el centro de la habitación una enorme cama redonda de sábanas blancas de seda. Todas las paredes estaban cubiertas en su totalidad por grandes espejos que devolvían el reflejo hasta el infinito.

Elsa la hizo entrar al dormitorio, cerrando la puerta tras ellas, y, acercándose a la cama, la dijo suavemente, al tiempo que la daba un ligero azotito en las nalgas:

  • ¡Túmbate, cariño, túmbate!

Marga, obediente, se subió a cuatro patas y, gateando lentamente mientras balanceaba lasciva el culo respingón, se colocó en el centro de la cama ante la atenta mirada de la negrita que no dejó en ningún momento de observarla el culo y la vulva.

Tumbada bocarriba, miró hacia arriba, viendo su imagen reflejada en un gran espejo que ocupaba todo el techo del dormitorio. Y se gustó, la encantó lo que vio, su hermoso cuerpo desnudo, resplandeciendo por el aceite que estaba en cada poro de su cuerpo.

Ahora fue la negrita la que se subió también a la cama y, gateando como una gatita en celo, se acercó a donde estaba la joven tumbada.

Tumbándose al lado de ella la dio un suave beso en la boca y luego otro más, que fue correspondido por Marga, besándola también, abrazándose. El beso se hizo más profundo y las lenguas se unieron, intercambiándose fluidos.

Doblando la pierna, el muslo de la joven se colocó entre las piernas de Elsa, presionando ligeramente sobre su sexo, friccionándolo insistentemente y excitando a la negrita. Una de las manos de Elsa acarició el pecho de Marga, mientras que la mano libre de la joven se colocó sobre una de las nalgas de la negrita, sobándolo, apretándolo, y, metiéndose por detrás entre las piernas de Elsa, la acarició el sexo.

Cada vez más excitadas, fue la negrita la que acercó su vulva a la de Marga, y, moviéndose, se lo restregó excitándola también. Frotando sexo contra sexo, dejaron de besarse, concentrándose en darse placer una a la otra mediante movimientos de cadera y de culo, como si estuvieran follando, como si estuvieran follándose una a otra. El dormitorio se llenó de gemidos, suspiros y poco a poco de chillidos. Negra sobre blanca, blanca sobre negra, parecía un gran tablero de ajedrez.

Mientras que Marga a punto estaba de alcanzar nuevamente un orgasmo, a Elsa, aunque muy excitada, la costaba más, así que, moviéndose sobre la cama, se colocó con su boca sobre el sexo de la joven y su vulva sobre la boca de Marga, y empezó a lamerla el coño. Marga, sorprendida inicialmente, la imitó y también ella comenzó a mamarla el sexo, pero estaba tan excitada que enseguida se corrió y la negrita, aunque dejó de comerla el coño, mantuvo su sexo sobre el rostro de Marga para que continuará dándola placer lo que, después de unos segundos, hizo.

Dándola largos lengüetazos con su apéndice sonrosado, recorría una y otra vez el interior de los labios vaginales de Elsa, empapándolos de fluidos, y, concentrándose en el clítoris, fue la punta de la lengua lo que empleó tanto mediante movimientos circulares como con reiterados picotazos.

Agitándose encima de la joven, la negrita gimió y suspiró hasta que próxima ya al orgasmo, comenzó a emitir agudos chillidos hasta que se corrió en la boca de Marga.

Exhaustas las dos, se dejó caer Elsa al lado de la joven, cerrando ambas los ojos mientras respiraban profundamente.

La respiración fue normalizándose con el paso de los minutos y, cuando parecía que ambas dormían, la puerta se abrió y apareció Winston que con un simple “Elsa” bastó para que la negrita se levantara de la cama y, al trote, saliera enteramente desnuda por la puerta por donde había entrado el negro, cerrando la puerta a sus espaldas.

Winston, vistiendo solamente una bata blanca, se acercó a la cama, donde Marga, completamente desnuda, yacía bocarriba con los ojos cerrados.

Quitándose el negro la bata, la dejó caer al borde de la cama, quedándose totalmente desnudo, y, subiéndose a la cama, caminó hacia la joven, que, al sentir su presencia, abrió poco a poco los ojos, observando a casi un metro encima de ella un enorme miembro de color negro intenso.

Asombrada, abrió todo lo que pudo los ojos, sin saber exactamente qué es lo que estaba viendo, quizá un enorme bastón, el tronco de un árbol, hasta que apareció encima del tronco, el rostro sonriente de Winston, que, tumbándose al lado de ella, la dijo una sola palabra con su voz grave y potente:

  • ¡Cómemela!

Y Marga, muy obediente, se incorporó, colocándose de rodillas frente a la enorme verga, y la contempló asombrada durante unos segundos. Debía medir poco menos de medio metro de longitud y de más de diez centímetros de anchura. Pensó asustada sin dejar de mirarla:

  • Pero ¿qué, coño, es eso? Si no me cabe en la boca esa monstruosidad.

Aun así, acercó con miedo su mano, como si el gigantesco falo pudiera morder, y lo cogió con aprehensión, mirándolo como si fuera una gigantesca boa constrictor y que se dispusiera a comérsela a ella, a una sabrosa blanquita de tetas y culo gordo.

Acercándola la boca, la dio una ligera chupada en la punta y, como parece que la verga no la mordía, la dio otra y otra chupada. Entonándose, empezó a lamerla como si fuera un gigantesco chupachups, y, lametazo a lametazo, se atrevió a recorrer con su lengua toda la longitud del enorme miembro, de la punta a los cojones y de los cojones a la punta, una y otra vez, bajando y subiendo la cabeza, inclinando el tronco y volviéndolo a subir, dejándolo bien brillante y congestionado, empapado de saliva.

Agachándose, también le chupó los testículos que semejaban pelotas de tenis, se los lamió con ganas, mordisqueándolos incluso, mientras sus manos jugueteaban con el pene tirando de él arriba y abajo, arriba y abajo.

Quería que se corriera y no quisiera penetrarla, ya que temía que esa monstruosidad de verga la reventara el coño, pero el cabrón del negro no eyaculaba, no había forma de que lo hiciera, era como si estuviera masturbando a la puta estatua de mármol del David de Miguel Ángel pero en negro.

A la desesperada probó con las tetas y, esforzándose, logró meterse el cipote apretado entre los dos pechos, y, sujetándoselas con las dos manos, se balanceo abajo y arriba, abajo y arriba, sacando lustre el miembro, pero nada, que no había forma.

Sudando y resoplando por el esfuerzo, como última opción, recordó lo tiesa y dura que se le había puesto al gigante cuando brinco con su culo desnudo encima de la verga del negro. Posiblemente, pensó la joven, a Winston le iban más los culos que las tetas o las mamadas, así que, dándose la vuelta, puesta de rodillas le enseñó el culo, y, apoyándolo sobre el erecto miembro, empujó para excitarlo y que se corriera. Lo logró mover hacia atrás, hacia el vientre del tipo, y, alegre, notó cómo crecía y palpitaba.

Viendo lo próximo que estaba de eyacular, Winston puso sus manazas sobre el culo de Marga, empujándolo lo suficiente para liberar su verga, y, una vez, hecho, sujetándola por las nalgas, la levantó lo suficiente del colchón hasta colocar la entrada a la vagina de la joven encima de su cipote erecto, y entonces lo bajó de forma que la verga fue poco a poco penetrando dentro del coño.

Marga, aterrada al darse cuenta de lo que quería hacer el negro y que lentamente lo estaba haciendo, se quedó sin habla, paralizada de puro terror, temiendo que la reventara por dentro, pero milagrosamente el acceso y el conducto se fueron dilatando y, ayudada por la cantidad de aceite que empapaba su coño, la monstruosidad fue abriéndose paso dentro del cuerpo de la joven.

No logró meterla todo el miembro, pero, al llegar al tope, Winston, con la fuerza de sus brazos, fue levantando a la joven y sacando la verga. Antes de que la sacara del todo, se la volvió a meter, ahora con más facilidad. Arriba y abajo, arriba y abajo, el negro no perdía detalle del culazo de la blanquita, de cómo se contraían sus glúteos y de lo buena que estaba. No solo Winston disfrutaba, sino que Marga, después del pánico inicial, fue perdiendo miedo a la vez que se la follaba e incluso gozaba, gozaba del polvo que la estaba echando.

Mirando el negrazo también hacia arriba, podía ver en el espejo su propia imagen y la de la blanquita follando.

Empujándola suavemente por las nalgas, la hizo ponerse a cuatro patas sobre la cama, y, sin sacarla el cipote del coño, se balanceo rítmicamente adelante y atrás, follándosela.

Para aguantar las potentes embestidas del negro, Marga dobló sus brazos y colocó sus antebrazos sobre el colchón, situando su cabeza entre ellos y plantando su frente también sobre la cama.

Se apoyaba Winston en un brazo mientras se la tiraba, y con la otra mano la sobaba las tetas a placer, mirando siempre a los espejos de la pared para observar mejor el hermoso cuerpo de la joven y como se la estaba follando.

Cuando por fin, gruñendo eyaculó como la bestia que era e inundó con su esperma, un esperma denso como si fuera leche condensada, la vagina, rebosándola y esparciéndolo por el culo, muslos y pies de la blanquita, además de las sábanas de la cama.

Aguantó con la verga dentro durante casi diez minutos y, cuando la sacó, Marga, agotada y dolorida, se dejó caer bocabajo sobre la cama, respirando fuertemente.

Observando el negrazo que la blanquita no se movía, dio por terminada la fiesta y se levantó, dejándola sola en la enorme cama, y, cogiendo su bata blanca, salió del dormitorio, cerrando la puerta a sus espaldas.

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