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El fantasma y la niña mala

en Amor filial

Es verano y ya ha acabado el último día de clase, saliendo del colegio muy felices y contentas todas las chiquillas, unas corriendo, riéndose y otras más mayores parloteando muy animadas.

Las hay de todas las edades comprendidas entre los cinco y los dieciséis años, pero todas llevan puesto el uniforme reglamentario de polo blanco, faldita escocesa de cuadros con rayas cruzadas rojas, blancas y negras, así como largos calcetines blancos y zapatos marrones sin cordones.

Entre estas jovencitas se encuentra Malena que camina muy animada hablando con sus amigas y compañeras de clase. Ya tiene catorce años y, aunque no es muy alta, un metro cincuenta y cinco, tiene un hermoso cuerpo y bien proporcionado. No tiene mucho pecho, pero lo tiene levantado y bien formado, con unos pezones que amenazan con romper el polo. Sus piernas sensuales y torneadas y, especialmente su culo respingón y con forma de melocotón, la hacen muy apetecible como ya ha comprobado en varias ocasiones al sufrir o disfrutar tocamientos y piropos bastante subidos de tono.

Como despedida han quedado a tomar unas cañas en un bar próximo al colegio.

Una caña lleva a otra y, aunque son solamente dos las que toma, la falta de costumbre la hace que esté un poco achispada, y, en su caso, bastante más atrevida que de costumbre.

Pero no es la única, ya que siente en un momento determinado que la soban el culo con insistencia y, al mirar, se da cuenta que es Esteban, el novio de su amiga Nines, que, aprovecha que ésta está entretenida parloteando con otra compañera para manosearla las nalgas, pero ella, divertida, se deja hacer, disfrutando, hasta que Esteban retira su mano cuando Nines dirige su atención a él.

Dejando a sus amigas se encamina a casa de su abuela, y, en lugar de dar, como acostumbra, un pequeño rodeo para no pasar frente a un edificio que están construyendo, va por el camino directo.

Entre unos coches y sin observar a nadie que la mire, se sube las medias hasta encima de las rodillas, así como la corta faldita hasta el borde inferior de sus blancas braguitas. Se desabotona los tres botones que tiene su polo y se abre un poco el escote para que se vea su canalillo y el nacimiento de sus senos.

Se levanta un poco el escote del polo y, como hoy no se ha puesto sostén, echa una breve mirada a sus senos desnudos y a sus pezones empitonados. ¡Está tan orgullosa de sus tetitas! Semejan sabrosos cocos partidos por la mitad, una mitad para cada pecho, listas para ser degustadas y devoradas.

Al llegar a la altura de la obra, los obreros, desde los andamios, la reciben con un montón de piropos bastante subidos de tono.

  • ¡Tía buena! ¡Que no me entere yo que ese culito pasa hambre!
  • ¡Ven aquí bonita y deja que te tape ese agujero para que no cojas frío!
  • ¡Seguro que los que se hacen pajas pensando en tu culo, mueren de sobredosis!
  • ¡No tengo pelos en la lengua porque tú no quieres!
  • ¡Qué ojos más bonitos tienes para comerte todo el coño!
  • ¡Cómo te coja te dejo el culo como el túnel del metro!
  • ¡Vaya pollita! ¡Te voy a meter mi palo por el culo y hacerte sudar!

La primera vez que la sucedió no se lo esperaba y se asustó mucho, alejándose corriendo, pero esta vez se ríe al escucharlos y, levanta su corta faldita por detrás, enseñando sus braguitas blancas a los obreros, a la vez que levanta el dedo corazón hacia el cielo de forma obscena, recibiendo un aluvión de improperios y barbaridades.

Entra en la casa de la abuela todavía riéndose y, ésta al verla tan risueña, se espera lo peor y la dice:

  • ¡Te veo muy brava, mi niña!

Para continuar avisándola:

  • ¡No molestes a tu primo que está viendo el futbol!

Y allí está su primo Ramón, el favorito de su abuela, sentado en el sofá delante de la tele. Es un año mayor que ella pero, desde siempre, ha gozado haciéndole rabiar y hoy no va a ser menos.

Le saluda con un cantarín “¡Hola primito!” y con un molesto ¡Hola Ramóncín!”, sabiendo que siempre le ha molestado que le llame así, pero ahora está tan concentrado en la tele que ni la responde y como ella juguetona, insiste varias veces, obtiene un seco y descuidado “¡Hola!”.

Viendo que su abuela está en la cocina haciendo algo, se va hacia donde está su primo y se pone delante de la tele, de espaldas a él, quitándole la visión del partido, y hace como si buscara algo en los cajones del mueble ante las quejas de Ramón, quejas que remiten a medida que ella mueve sensualmente el culito delante de su cara.

Finalmente se gira y le ve con la mirada concentrada en su culo y un gran paquete abultando la bragueta del pantalón. Al darse cuenta que le han pillado, el primo hace como si mirara a la pantalla del televisor, pero se nota que su mente está ahora en otra parte, en sus nalgas.

¡Sonríe pícara y triunfal, Malena!

Intenta su primo disimular pero su mirada le pierde, echando miradas huidizas desea ver bajo las faldas de su primita.

Escucha a su abuela gritarla desde la cocina.

  • ¡Deja a tu primo en paz! ¡Te lo he dicho nada más llegar!

Continuando más sosegada.

  • Ven aquí y tomate un helado que tengo alguno en el congelador.

Contoneando el culo se aleja hacia la cocina y, al entrar ,cuando su abuela puede verla, sus movimientos son normales.

Coge un polo de naranja de la nevera y, después de darlo varios chupetones observando como su abuela prepara un pastel, vuelve al salón donde está su primo.

Su paquete lo tiene casi normal y su mirada se dirige otra vez a la pantalla.

Pasa por delante de la televisión y, por un momento, la mirada de Ramón se desvía entre las piernas de su prima, fijándose al instante otra vez en la pantalla.

Se apoya Malena en el estante al lado del televisor mirando fijamente a su primo, mientras lame con excesivo y fingido deleite el polo de naranja. Su lengua sonrosada recorre con placer el helado, lo recorre lentamente de arriba abajo y de abajo arriba, una y otra vez, y contempla divertida cómo el paquete de su primo empieza nuevamente a hincharse, y, como él, se mueve inquieto en su asiento, hasta que la dice:

  • ¿Por qué no te sientas? Me desconcentras así, mirándome.

Escucha a su abuela regañarla desde la cocina.

  • ¡Haz caso a tu primo y siéntate! ¡No seas una niña mala!

Sonríe al escucharlo. Si quiere ser una niña mala, muy mala.

Acerca la mecedora de la abuela y la pone frente al sofá donde está sentado su primo, dejándole el espacio justo y suficiente para que pueda ver el partido, y se sienta en la mecedora frente a él.

La mirada de Ramón por un momento se dirige a las braguitas blancas de Malena que salen por debajo de la faldita que al sentarse ella, se le ha subido. Luego el primo vuelve a mirar a la pantalla, como si ni pasara nada. Resulta ridículo el esfuerzo que hace por contenerse, lo que hace que Malena emita una burbujeante risita.

Continúa la chica lamiendo sensualmente su polo sin dejar de mirar al joven provocándole.

La mirada de él se pierde por un instante en su prima, pero no solo en cómo mama golosa el helado, sino en su blanco polo, en el escote de su polo, y Malena, al darse cuenta, baja su mirada y se da cuenta que, al no llevar hoy sostén, uno de sus pezones asoma sonrosado y atrevido por el escote.

Lejos de cubrírselo, levanta la mirada desafiante a su primo, que intenta no darse por enterado, disimulando con lo mucho que le interesa el partido.

  • ¿Te gusta lo que ves?

Le interroga con una dulce voz de gatita.

  • ¡Sí, sí, claro, es un partido muy bueno, la final de la copa del mundo!

Disimula sin apartar los ojos del televisor.

Seria, Malena, utilizando solo sus pies se quita los zapatos, dejándolos en el suelo, y levanta despacio las piernas, colocándolas sobre las piernas de su primo, que da un respingo al sentirlas encima, pero se queda quieto, sin moverse, sin despegar sus ojos de la pantalla, casi sin respirar.

Dobla Malena lentamente las piernas hasta colocar la planta de sus pies sobre las rodillas de Ramón, y separa las piernas, dejando al descubierto su sexo apenas cubierto por la fina braguita blanca.

Ahora Ramón si que dirige su mirada entre las piernas de Malena, y, temblando entre el deseo y el miedo, no aparta su mirada.

  • ¡Puedes mirar si quieres! ¡Es un partido muy bueno, la final de la copa del mundo!

Imitándole le ronronea en voz baja, dejándole arrebatado admirando su sexo durante varios segundos, hasta que Malena estira nuevamente sus piernas, deslizándose por las de su primo, pero ahora las dirige directamente al abultado paquete que tiene él entre las piernas.

Se estira ella en la mecedora, echando su culito hacia delante y permaneciendo su espalda contra el respaldo, para alcanzar con sus pies el bulto de Ramón que pega un pequeño brinco en su asiento, pero, crispado, aguanta sin moverse.

Presionando con sus pies, los genitales de su primo, juguetea con ellos entre sus pies, sintiendo la fuerte erección de la enorme verga de Ramón.

Su faldita se le ha subido hasta casi la cintura, mostrando a su primo la forma de su vulva bajo sus finas braguitas.

Sin dejar de mirarlo a los ojos, empieza ella a imprimir un suave movimiento a sus piernas, a veces circular, otras lineal, de forma que sus pies acarician siempre el cada vez más excitado cipote de Ramón.

Adelante, atrás, derecha, izquierda, se detienen, siempre presionando, masajeando, acariciando.

Ramón ya no mira en ningún momento la televisión, el partido ha pasado a segundo o tercer plano, solo Malena se encuentra en su mente, los pies de ella masajeando su propio miembro, sus largas y estilizadas piernas moviéndose sensualmente, sus blancas braguitas marcando su codiciada vulva, aunque a veces fija la mirada en sus senos y en sus empitonados pezones que emergen perversos del escote de su polo. También echa alguna furtiva mirada hacia atrás por si viene su abuela y le pilla así, dejando que su prima le masturbe con los pies.

Las manos de Ramón acarician a su vez los pies de su prima, sus tobillos, sus piernas, ayudándola a proporcionarle placer, a masturbarle.

También Malena disfruta como si la estuvieran a ella mismo masturbándola, y, de hecho, frotando un muslo insistentemente contra otro, se va excitando cada vez más, y hasta se mete la mano bajo sus braguitas y se acaricia insistentemente su vulva, especialmente su clítoris, mientras se agita y se retuerce medio tumbada en la mecedora.

Con los ojos prácticamente cerrados, disfrutando del momento, ninguno de los dos se percata que la abuela, al no escucharles, percibe que algo extraño les sucede y se acerca sin hacer ruido al sofá, viéndoles a los dos entregados.

  • ¡Dios santo!

Es lo primero que le viene a la mente, pero no lo exterioriza y no lo oyen sus nietos.

  • ¡Será putita! ¡Bien brava que venía! ¡Se veía nada más llegar!

Lo piensa sin dejar de mirarlos.

En ese momento Ramón explota, sujetando los pies de su prima, para que no le cause dolor, y ella, abriendo levemente los ojos, presiona con sus pies sobre el cipote de su primo para que disfrute y descargue todo lo que lleva.

La abuela ha tomado ya la decisión:

  • ¡Si viene brava, no hay nada como un buen rabo para desbravarla!

Y se encamina hacia la puerta de la entrada.

Malena, al verla, baja los pies al suelo, tapándose sus encantos al colocarse falda y polo

La abuela, cogiendo las llaves de la vivienda, les dice a sus nietos:

  • Voy a por harina en casa de la Tere.

Y cierra la puerta tras ella.

Malena, muy rápida, coge sus zapatos del suelo, y, con ellos en la mano, brinca rápido hacia la puerta, esquivando las manos de su primo que intentan meterla mano bajo la falda.

  • ¡Eso sí que no!

Riéndose. llega rápida a la puerta de la calle, mientras su primo se levanta del sofá, pero, al intentar abrir la puerta, se da cuenta que está cerrada por fuera.

Lo intenta angustiada varias veces y, golpeando con sus puñitos la puerta, chilla a su abuela:

  • ¡Abre la puerta, abuelita, que nos has dejado encerrados!

La abuela, que baja caminando las escaleras, sonríe perversa, sin responderla, pero pensando.

  • ¡Un buen rabo es lo que necesita para desbravarla!

Por el rabillo del ojo, Malena ve como su primo se acerca a ella, y, agachándose, la mete mano bajo la falda por detrás entre las piernas, pero ella, muy ágil, dando un pequeño brinco se escabulle, perdiendo los zapatos que caen al suelo.

Ramón la logra coger la falda, reteniendo su huida, y agarra a continuación con la otra mano la parte inferior de su polo.

Pero ella, en un movimiento espontáneo, se agacha y se desplaza rápido, intentando escapar, y el polo pasa por su cabeza quedándose en las manos de su primo, así como su falda, que, saltándose un par de botones, también la pierde.

Paralizados se quedan ambos, él con el polo de ella en una mano y la falda en la otra, mirándola embelesado las tetas y el bulto de las braguitas, mientras ella, conmocionada, por quedarse casi desnuda delante de su primo.

Pero dura un instante, el suficiente para que ella, chillando como una gatita en celo, se tape las tetas con sus manos, y él, saliendo de su trance, se abalance sobre su prima, que, ágil, salta sobre el sofá queriendo huir.

Las manos de él, ansiosas, se interponen en el camino de las piernas de ella, que tropieza y cae bocabajo sobre el sofá.

Dura un momento y Ramón aprovecha la ocasión para coger las braguitas de Malena por el elástico y tirar de ellas para que no escape.

Pero ella rápida, a cuatro patas se escabulle, dejando también sus braguitas en las manos de su primo, que contempla alucinado cómo el culito prieto y respingón de su prima deja atrás las braguitas y, se aleja desnudo por el sofá, brincando al suelo.

Ramón por un momento se queda tumbado en el sofá, viendo deslumbrado los glúteos macizos de su prima y cómo los bambolea, pero ella, corre, corre, alejándose, haciendo que su primo reaccione y corra tras ella.

Ante la duda de qué camino coger en su huida, Malena opta por la única solución para no caer en las manos de su primo, subir por las escaleras de la vivienda hacia el desván.

Malena que, desde muy pequeña ha temido ir al desván, hoy se lo piensa un par de segundos al recordar cómo allí arriba, hace muchos años, en la oscuridad alguien la bajó las braguitas y ella, llorando de pánico, huyó bajando corriendo las escaleras en pos de su madre que la esperaba abajo, sin atreverse a subir. Como arriba su abuela dijo que no encontró a nadie, la acusó de inventarse todo y de tener una imaginación desbordante. Sin embargo, un par de días después su abuela, cuando estaban las dos a solas, la amenazó que, si volvía a subir arriba, no solamente la acabarían quitando las braguitas sino la virtud ya que el fantasma de su difunto abuelo siempre castigaba a las niñas malas, como ya hizo con su madre, con la madre de Malena. Nunca se atrevió a decírselo a su madre, pero no por ello dejó de olvidar las palabras de su abuela.

Pero volviendo al presente, Ramón contempla, nuevamente paralizado, desde abajo cómo su prima mueve las hermosas nalgas, subiendo corriendo por las escaleras, hasta que desaparece tras la puerta de la buhardilla, subiendo a continuación tras ella.

Ya arriba duda donde ocultarse. Una pequeña ventana permite que la luz entré en la habitación, donde se puede ver una gran cama de matrimonio y varios grandes armarios, así como una mecedora y varias cajas.

En esa cama sus abuelos durmieron durante años, pero, al morir él, se subió al desván, aunque cuando viene alguna visita, suele dormir ahí. Escuchó que una vez incluso su madre durmió allí, pero nunca volvió a repetir.

Duda Malena en ocultarse bajo la cama, pero ahí piensa que será el primer sitio donde su primo mire y entonces no podrá escapar, por lo que, abriendo la puerta del armario más alejado de la puerta, empuja la ropa que hay colgada en perchas y se hace un hueco donde meterse, cerrando la puerta a continuación pero dejando una pequeña ranura por donde puede mirar.

Siento el tacto de la ropa colgada sobre su piel desnuda, pero, lejos de resultarla incómodo, le resulta agradable e incluso, dada la situación, extremadamente excitante.

Tan a presión se ha introducido entre la ropa que ésta parece que está viva ya que se revuelve, la empuja, la magrea, la soba todo el cuerpo, incluso entre las piernas, cómo si quiera, no echarla fuera del armario, sino aprovecharse sexualmente de ella, acosarla, incluso violarla.

Mientras siente el roce persistente de la ropa sobre su cuerpo y cómo es manoseada sin pudor, escucha a su primo abrir la puerta del desván y, cómo las maderas del suelo crujen a cada paso que da.

Dubitativo, no sabe por dónde empezar a buscarla. Mientras se aclimata a la escasa luz reinante, echa un vistazo general a la habitación, para a continuación agacharse rápido, mirando bajo la cama. Unos segundos le son suficientes para darse cuenta que ahí no está, por lo que, una vez que ha visto que no se encuentra acurrucada entre las cajas, se dirige a los armarios.

Abre la puerta del primer armario y mira dentro, moviendo la ropa por si encuentra oculta allí su prima.

Malena, dentro del armario, no ve a su primo, aunque escucha cómo hurga en otro armario, sintiendo en ese momento una presión inusual concretamente sobre sus tetas, cómo si alguien las estuviera sobando, pero, aunque se le eriza toda la piel de su cuerpo, piensa que es solo su imaginación y continúa sin moverse para no hacer ruido.

Sus pezones se le empitonan bajo la fuerza a la que están sometidos, e incluso parece como si jugaran con ellos, como si los empujaran y tiraran juguetones de ellos. Se mueve ligeramente y siente ahora, cómo si alguien se mete entre sus piernas, entre sus nalgas, algo que la palpa su vulva e intenta meterse por todos sus agujeros.

Sin quererlo emite un ligero chillido de espanto y echa rápido su mano a la entrepierna, sintiendo solamente el roce de la ropa sobre la que se apoya, nada más. Se queda quieta pensando que es solo su imaginación y teme que su primo la haya escuchado, como así ha sido.

Ramón, al escuchar el chillido, no localiza exactamente de donde ha venido, aunque procede de otro de los armarios.

Supone que es de su prima que le provoca nuevamente, por lo que, echando una rápida ojeada al armario que ahora le ocupa, cierra la puerta y va al siguiente.

Malena siente cómo la soban insistentemente la vulva, especialmente su clítoris, metiéndose entre sus labios genitales y penetrando dentro de su cada vez más lubricada vagina y lo achaca al sudor que empieza a correrla por su cuerpo, pero, mordiéndose los labios para no emitir ningún sonido, cada vez está más excitada, balanceando levemente sus caderas adelante y atrás, adelante y atrás, como si la estuvieran follando, e incluso baja la mano a su entrepierna, y, empujando la ropa del armario que la cubre el sexo, logra llegar a su clítoris y acariciarlo persistentemente.

Inmersa en el placer que siente, cierra los ojos, sin preocuparse ni de su primo y, cuando está a punto de alcanzar el orgasmo, se abre la puerta del armario donde está escondida y la luz la inunda, descubriendo su sensual desnudez.

  • ¡Te pillé, putita!

Escucha exclamar y vuelve a la realidad.

¡Es su primo! ¡Que la observa lascivo y ansioso, especialmente sus senos y entrepierna, mostrando un enorme bulto hinchando la bragueta de su pantalón!

Sale impulsada hacia delante, como si una enorme mano la empujara violentamente desde atrás, desde su propio culo, y Ramón, pensando que quiere volver a huir, la sujeta por las caderas, por las nalgas, por las tetas, y, metiendo un brazo entre sus piernas, la sujeta por la entrepierna y la lleva en volandas hacia la cama cercana, pero ella, ágil, se resuelve, le sestea intentando escapar, pero su primo, la logra colocar a cuatro patas sobre la cama y sujetándola con un brazo, la da un sonoro azote con la otra mano en sus nalgas desnudas, haciendo que chille de vergüenza y de excitación, más que de dolor.

Un azote sigue a otro, y a otro y a otro, reduciendo la resistencia de su prima. Luego mete la mano entre sus piernas y la manosea reiteradamente la vulva, escuchándola chillar con fuerza al principio, luego cada vez menos, quedando solo  jadeos y gemidos de placer.

  • ¡Llevaba tiempo deseando hacerte esto, putita!

La dice mientras la está masturbando y ella, dócil, se deja hacer, colocando su cabeza sobre el colchón, entre sus brazos doblados, disfrutando, gozando. Los jadeos y gemidos dejan paso nuevamente a chillidos, pero ahora de placer, pero, antes de que llegue al clímax, es Ramón el que, bajándose los pantalones, coge su cipote erecto y duro y se lo mete por la vagina hasta el fondo.

Al sentirse penetrada, emite un breve chillido mezcla de dolor y de placer, pero no ofrece ninguna resistencia.

Ramón comienza a cabalgar sobre su prima, sujetándola por las caderas, adelante-atrás-adelante-atrás, dentro-fuera-dentro-fuera, y volviéndola a azotar las nalgas, una y otra vez, hasta que, por fin se corre, se corren ambos, chillando y jadeando.

No pasa ni un minuto cuando escuchan a su abuela que ha vuelto a casa, y desde abajo les avisa con su voz potente:

  • ¡Ya he llegado, mis niños! ¿Habéis dejado ya de jugar?

Ramón es el primero que, subiéndose en un segundo el pantalón, desciende por las escaleras y se dirige al salón donde su abuela, sonriéndole maliciosamente, le pregunta, no sin dejar de fijarse en la enorme mancha de esperma que tiene en la parte frontal de su pantalón:

  • ¿Acabó ya el partido? ¿Te ha gustado?
  • Sí, sí, abuela, ha estado muy bien. Muy bien, muy bien.

Responde Ramón evasivo, y, abriendo la puerta de la calle, se marcha de la vivienda, silbando, haciendo que su abuela se ría a carcajadas.

Malena arriba, todavía bocabajo sobre la cama y con el culo en pompa, no sabe todavía qué hacer ya que toda su ropa está abajo, en el salón, menos sus largos calcetines blancos que lleva puestos, pero, al sentir cómo desde atrás la meten mano directamente en su vulva, se levanta como un resorte y, con los pelos como escarpias, baja corriendo por las escaleras sin mirar atrás.

Al llegar abajo, todavía corre aterrada por el pasillo pero se detiene al llegar al salón, tapándose con sus manos el sexo y las tetas. Escuchando cómo su abuela está en la cocina haciendo algo, se encamina sigilosamente a coger su ropa esparcida por toda la habitación, pero su abuela, saliendo de la cocina, la mira de arriba a abajo, sonriendo perversamente y la pregunta:

  • ¿Te has desahogado ya, mi niña?

La cara de Malena pasa en un momento del blanco como la nieve por el terror que ha pasado al rojo intenso por la vergüenza de sentirse pillada por su abuela, pero no se atreve ni a responder ni a mirarla, simplemente, recoge su ropa con la vista baja, sin dejar de taparse como puede, por lo que su abuela insiste.

  • ¿Ya sabes lo que le pasa a las niñas malas? ¿No recuerdas lo que te dije cuando eras pequeña? Tenías que haber preguntado a tu madre, que ella bien que se enteró aquella vez que durmió en el desván y no estaba mi hijo, tu padre. Nueve meses después naciste tú.

La joven, asustada, al fin logra recoger toda su ropa y, sin ni siquiera ponérsela, abre la puerta de la calle y, cerrándola a sus espaldas, baja corriendo despavorida, solo con las medias puestas, por las escaleras, camino de la calle, mientras escucha a su abuela reírse también a carcajadas.

Aterrada, sin dejar de mirar alrededor por si algún vivo o muerto la observa y la desea violar, se pone deprisa toda la ropa en la entreplanta, saliendo a la calle  ya totalmente vestida.

Esta vez no pasa por delante del edificio en construcción, lo elude a toda prisa. Los obreros tendrán que esperar a otra ocasión.

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