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Follando a mi madre en la playa

en Amor filial

(CONTINUACIÓN DE “FOLLANDO A MI MADRE”)

Me despertó un intenso aroma a café recién hecho.

Estaba tumbado en mi cama completamente desnudo  y empapado de sudor.

Miré la hora, era casi la hora de comer.

Recordé la pasada madrugada, hacía pocas horas, en la que mi tío Alberto y yo mismo nos follamos a mi madre en su propia cama.

Y sonreí feliz.

¿A qué hora me trajiné a mi madre?

No recuerdo la hora, pero estaba amaneciendo que bien que la vi en pelotas.

Lo que si recordaba fue el placer que sentí, el culito espectacular de mi madre, y como se lo disfruté.

Solamente me faltó penetrarlo y literalmente comérmelo. Deseaba ponerme cuanto antes con lo que me faltaba.

Recordaba la facilidad con la que mi tío comenzó a follársela totalmente desnuda y dormida, y lo mucho que le costó que, una vez despierta, colaborase, pero una vez que lo consiguió se convirtió en una auténtica fiera ávida de vergas duras  que la penetrasen.

Mi cipote estaba otra vez tieso y duro, apuntando a mi cabeza, preparado y cargado para volver a penetrar a mi madre.

Deseando hacerlo, me levanté de un salto de la cama y, poniéndome el calzón, me encaminé, completamente empalmado, a la cocina, origen del penetrante aroma a café.

Pero, ¡vaya desilusión!, allí no estaba mi madre, sino mi tío en bañador, tomándose sentado una taza de café.

Me miró sonriente, dándome los buenos días, y, al ver lo empalmado que estaba, me dijo riéndose:

  • Ya veo que vienes con ganas de tomarte algo más que un café. ¿A tu madre, quizá?

Le pregunté por ella, y me dijo, sin perder la sonrisa:

  • Todavía no se ha levantado. Ha tenido una noche muy “dura” ( y enfatizó la palabra “dura”).

Y añadió:

  • Cuando tú te fuiste, me la dejaste en una postura ideal. Y no era cuestión de perder la oportunidad.

¡El muy cabrón, también la había dado por culo!

Me la estaba imaginando como la dejé,  tumbada bocabajo con su culo sabroso y las piernas bien abiertas, mostrando sus agujeros bien dilatados.

Y a mi tío metiéndosela por el culo, con ganas, hasta el fondo.

Y cabalgando rabiosamente a la yegua de mi madre como si fuera la última cosa que fuera a hacer en el mundo, como si le persiguiera una tribu entera de indios que quisiera darle por culo.

Y a mi madre moviéndose como una posesa, todavía con mayor fuerza y rapidez que cuando me la follé. Adelante y atrás, adelante y atrás. Chillando de placer.

Y odie en ese momento a mi tío con todas mis fuerzas, por no ser yo, el que se hubiera quedado allí, delante del culo de mi madre, para penetrarla hasta el fondo mientras la agarraba esas tetas enormes que tenía y que tan poco, por no decir nada, habían sido objeto de mi atención.

Aunque, claro, ¡con ese culo!, no se pueden tener ojos para nada más, pero deseaba darle también su merecido a esos dos melonazos duros y morenos, casi negros.

Me lancé como loco hacia el dormitorio donde debía estar durmiendo mi madre, con el fin de disfrutar lo que no había hecho antes, pero ¡no estaba ahí!

La cama estaba deshecha,  con sus ropas desordenadas, arrugadas y tiradas por el suelo, fruto de una intensa noche de folleteo a mi madre.

Oí el ruido de la ducha, allí estaba en el cuarto de baño, duchándose desnuda, con todas sus tetas, su culo y su conejo al aire.

Me encaminé como un poseso al baño, y, agarrando el picaporte, lo giré y empujé, pero ¡la puerta no se abrió! ¡Estaba echado el cerrojo por dentro!

Iba a patear la puerta para tirarla abajo y violar allí mismo a mi madre, pero mi tío me agarró fuertemente por un brazo, tirando hacia él, y, mirándome directamente a los ojos, me susurró al oído amenazante:

  • ¡Qué haces, coño! ¡La vas a cagar! ¿Estás enfermo o qué?

Temía que me fuera a pegar una ostia por lo que me tranquilé al instante. Además tenía toda la razón.

Viéndome menos excitado, me llevó a la cocina, alejándome del baño para que mi madre no pudiera oírnos y me volvió a hablar en voz baja:

  • Te he dicho que te tranquilices. Que la forma de follárnosla ahora es con discreción, que no sepa que uno sabe que el otro se la folla. Luego ya veremos.
  • Perdóname, tienes toda la razón. Ha sido un momento de locura, pero no volverá a suceder. Te lo juro.

Más reposados los dos, me sirvió una taza de café con leche y fuimos a sentarnos a la terraza, desde donde podíamos ver cuando salía del baño.

Me preguntó:

  • ¿Qué tal ayer? ¿te quedaste satisfecho?
  • Me hubiera gustado quedarme más y metérsela también por ese culo sabroso que tiene.
  • Poco a poco, ya te lo he dicho. Si ve tan pronto que tú también te la follas o sabes que yo me la follo, se cierra de piernas y se acabó.
  • Hoy quiero más …

Me interrumpió diciendo:

  • Por supuesto, hoy tendremos más, mucho más, tanto tú como yo.
  • En la playa, quiero follármela en la playa a la luz del día.
  • Esa es nuestra intención.

La puerta del baño se abrió y nos cortó nuestra conversación.

Salió  mi madre envuelta en una toalla y en su cabeza otra.

Llegó a la terraza, radiante, sonriendo de oreja a oreja, como si no hubiera pasado nada la noche anterior, o quizá motivado por lo que si pasó.

La toalla que la tapaba el cuerpo, lo hacía desde prácticamente sus pezones hasta poco más debajo de su entrepierna. Cualquier movimiento que hiciera mostraría todos sus encantos.

Estaba espectacular, maravillosa, preparada para ser follada nuevamente y nosotros para follárnosla otra vez, pero, según mi tío, la prudencia aconsejaba ser discreto.

No tenía nada claro que fuera lo mejor, pero no quería enfrentarme con él, y joder la fiesta.

Estaba excitándonos de forma premeditada para que nos la tiráramos, ¿o era mi calenturienta imaginación?

Se sentó, con una taza de café, en una silla de la terraza delante de nosotros.

Mis ojos se dirigieron inmediatamente a su entrepierna, parcialmente exhibida al sentarse, pero se cruzó de piernas, y la excitante visión duró un instante.

Lo suficiente para ver que una fina franja de vello cubría su vulva.

Nos preguntó qué tal habíamos dormido, si habíamos tenido calor, si nos molestó algún ruido.

Me estaba realmente preguntando si había oído como mi tío se la follaba una y otra vez durante toda la noche, si había oído como gemía y chillaba de placer mientras se la metían por el chocho y por el culo.

Por supuesto, la dije que no, que no había oído nada. Aunque comenté que tuve un sueño de lo más extraño en el que una mujer mantenía relaciones sexuales con varios hombres en una casa con paredes transparentes de cristal.

Se quedó escuchándome, absorta.

Después de un breve paréntesis sin que nadie dijera nada, continúe comentando que sí que había tenido calor, y que había tenido que dormir desnudo toda la noche, y la pregunté si ella también había dormido desnuda.

Respondió que por supuesto que no, que ella siempre dormía vestida, aunque fuera con un ligero camisón.

La muy puta, me estaba mintiendo. Se hacía la estrecha y era más puta que las gallinas.

Mi tío la dijo, como si fuera una de sus habituales bromas:

  • Juraría que ayer cuando me metí en tu cama, estabas completamente desnuda, y cuando te la metí entre las piernas, no hubo necesidad de bajarte las bragas.

¡Acababa de decírselo delante de mí! ¿Qué había con la discreción que tanto pregonaba?

La cara de mi madre se quedó como petrificada y le fulminó con la mirada,  pero hizo como si se riera, y le dijo eso de “¡que gracioso!”, mientras se levantaba y salía de la terraza, diciendo que se iba a poner el bañador para irnos a la playa.

Le hice una mueca a mi tío, como diciendo:

  • Pero, ¿qué has hecho, tío? Lo has jodido.

El respondió con un gesto de:

  • ¡Que no pasa nada! ¡Todo controlado!

Yo no tenía muy claro que no la hubiera cagado, y él creo que tampoco.

Nos preparamos cogiendo una gran sombrilla, toallas y alguna que otra cosa para la playa.

Ella llevaba un vestido corto ligero, parecido al que en la noche anterior nos recibió.

Montamos en el coche de mi tío.

El puesto de copiloto lo había ocupado mi madre, mientras que yo detrás no la quitaba los ojos de sus muslos y de la parte superior de sus tetas que permitían ver su escote.

Les comenté que prefería ir a un lugar tranquilo y sin gente de la playa, que prefería tranquilidad.

Lo que realmente tenía en mente, como bien sabía mi tío, no era la tranquilidad, sino follármela sin que nadie me molestara.

Mi madre lo pensó un momento y nos dijo que había una playa muy bonita a la que no llegaba casi nadie, aunque había un chiringuito cercano, que estaba muy cerca en coche pero que había que saber llegar, y ella lo sabía.

¿Conocía mi madre lo que teníamos en mente?

Si no lo sabía, seguro que si tenía la seguridad de que mi tío se la volvería a follar, o al menos lo intentaría.

Estuvimos moviéndonos en el coche durante poco más de media hora por la costa, hasta que mi madre nos dijo que aparcáramos debajo de unos árboles próximos a una larga playa de arenas doradas.

Había una única furgoneta, vieja y sucia, a más de mil metros de distancia, por lo que se podía considerar que la playa estaba prácticamente desierta.

A poco más de cien metros de donde estábamos, en la misma playa había un pequeño chiringuito bastante destartalado, que resultaba extraño que pudiera mantenerse, aunque el único cartel que lo anunciaba en el camino prometía una exquisita cerveza bien fría.

Salimos del coche y lo primero que hizo mi madre fue quitarse el vestido y quedarse en bikini, un bonito y diminuto bikini rojo chillón que apenas cubría sus pezones y un tanga que por delante solamente cubría la sonrisa vertical de su vulva y por detrás, si no fuera por el fino hilo que cruzaba su cadera, se pensaría que no llevaba nada, ni bragas ni nada.

Nada más verla, mi cipote se disparó como un resorte y casi revienta el bañador que llevaba puesto.

Pero la reacción de mi tío no se quedó atrás. Su hinchada verga estaba a punto de salir por la parte superior del bañador, como si tuviera vida propia y quisiera salir para comerse a mi madre.

Ahora sí que estaba claro lo que buscaba mi madre, que nos la folláramos por todos sus agujeros.

Sus tetazas, morenísimas por todas partes, brillaban al sol por la crema que se había echado y por el sudor que resbalaba por su piel.

Debajo su vulva apenas cubierta por la fina tela del tanga, dejaba entrever sus labios jugosos.

No sé qué clase de fluidos corporales mojaban la tela, pero la hacían todavía más transparente.

Con las gafas de sol puestas, no podíamos distinguir sus ojos, pero su sonrisa delataba el placer que sentía al sentirse tan deseada.

Se puso a caminar delante nuestro, y la seguimos detrás, hipnotizados por sus glúteos y por el movimiento tan sensual que los imprimía.

Levanté por un instante la vista fijándome en su espalda recorrida solamente por un fino hilio que sujetaba la parte superior de su bikini, y observé que el mar estaba delante de nosotros a unos 200 metros y hacia allí se dirigía mi madre directamente.

Yo iba cargando con la sombrilla y mi tío con la bolsa de playa, mientras que mi madre no llevaba nada que pudiera cansarla, que bastante tute la íbamos a dar.

Volví la atención a los glúteos de mi madre, redondos, respingones, sin un ápice de grasa o celulitis, solamente solomillo de primera.

Su color era de un dorado oscuro, casi negro, por todas partes, sin una sola marca del blanco del bikini o del bañador.

¿Cuánto tiempo llevaba tomando el sol desnuda? ¿en la playa? ¿ella sola? ¿Cuántos la habían visto desnuda tomando el sol, deseando follársela?

Mi tío me susurró que fuera más rápido y que la adelantara, siguiendo hacia el mar sin mirar atrás.

¡Qué cabrón, quería tirársela otra vez y privarme de verla el culo que, en este momento, era mi mayor deseo!

Le miré disgustado, pero era lo pactado. Los tres mosqueteros y mi madre en medio.

Poco a poco adelante a mi madre, y alargando mi brazo la di un breve pero intenso repaso en sus duras nalgas.

Estaban calientes, no sé si del sol o ansiosos de recibir lo que les esperaba.

Mi madre, al pasar, me miró algo extrañada.

¿Cómo era posible que quisiera perderse por un instante la visión de sus glúteos?

Oí a mis espaldas exclamar algo a mi madre, pero seguí adelante.

Unos dos o tres segundos después miré hacia atrás y ya no estaban ni mi madre, ni mi tío.

¡Qué cabrón!

Me di la vuelta rápidamente, caminando por donde había venido.

Oí gemir a mi madre detrás de una duna, me acerqué a ella con el sol frente a mí, y allí estaban a mis pies, otra vez follando.

Mi madre estaba bocarriba con mi tío tumbado bocabajo sobre ella, entre sus piernas abiertas, dándole al ñaca-ñaca con ganas, rápido e intenso.

El tanga y el microsostén estaban a poco más un metro de ellos, tirados sobre la arena.

Se los había quitado en un pis-pas, no requerían mucho esfuerzo, y ahora estaba ahí moviendo mi tío frenéticamente el culo en un incesante mete-saca a la calentorra de mi madre.

Su bañador estaba sobre la arena próximo a ellos.

El inconfundible sonido de los huevos de mi tío chocando contra el perineo de mi madre me recordó a los tambores de las películas de Tarzán, preparando a los negros para pasar por la piedra a la incauta y macizorra exploradora de turno.

Pues bien, yo me sentía, en ese momento, como uno de los negros que esperaban turno para comérsela, para comerse a su madre.

Tan rápido como empezó, acabó y mi tío se levantó con la polla todavía tiesa goteando esperma, y me guiñó un ojo sonriendo.

Y mi madre, completamente desnuda, completamente morena, de los pies a la cabeza, nos dio la espalda, gateando sobre la arena hacia su ropa.

Su hermoso culo en pompa, bajo el que sobresalía una vulva hinchada por el polvo reciente, arrastrándose por la arena, desató definitivamente al negro que quería comérselo y, quitándome en un segundo mi bañador, me fui directamente hacia su culo.

Me aproximé deleitándome de la forma y color de sus nalgas, y de cómo se movían.

Puse mis manos encima de sus cachetes, empujándola sobre un montículo de arena, y disfruté de la suavidad y calor de su piel, bajo la que se agitaban unos músculos poderosos.

La abrí las nalgas y gocé con la vista de su agujero sonrosado y de su sonrisa vertical.

Me di cuenta que ella ya no se movía, estaba esperando que se la metiera, y así hice. No quería defraudarla.

Puse una rodilla en tierra entre sus piernas y tantee con mi verga la entrada a su culo.

Lo apoyé encima y, haciendo una leve presión, penetró poco a poco.

Me maravilló la facilidad con la que entraba. Mi tío no me había mentido, anoche se lo había perforado a conciencia.

La oí resoplar, agitarse levemente y quejarse débilmente, pero empecé enseguida a embestirla, suavemente al principio escuchando como gemía de dolor, pero me fui entonando, aumentando la velocidad, la fuerza y la penetración.

Sus gemidos aumentaron el volumen y el ritmo, cambiando de dolor a placer.

Mis manos habían pasado de sus nalgas a su cadera, sujetándola para que no se moviera y tirando y empujando para follármela mejor.

¡Me la estaba follando por el culo! ¡Una auténtica gozada follarme ese culo espléndido de madre!

Noté como me iba, como una ola de placer nacía de mi interior, saliendo fuera con toda su intensidad en forma de esperma, descargándole dentro de las entrañas de mi madre.

Rugí de placer, y una vez hube finalizado, estuve un rato con mi verga dentro de su culo, saboreando el momento y deleitándome de sus nalgas doradas.

Ese culito me tenía hipnotizado, y no me cansaba de mirarlo, de tocarlo.

Estaba enamorado de su culito. Y hasta el momento, me estaba recompensando ampliamente.

Me sentía dichoso como un amante, como un enamorado correspondido.

Pero me faltaba algo más.

La desmonté y agachando mi cabeza, pasé mi lengua por sus cachetes, lamiéndolos una u y otra vez, sacándolos brillo.

Me quedé sorprendido, como si fuera la primera vez que viera sus pies, la planta de sus bonitos pies, de un color más claro que el resto del pié.

Lo acaricié con mis dedos, pero debí hacerle cosquillas y lo movió pegándome una leve patada en la boca que me dejó ligeramente aturdido al no esperarla.

Oí a mi tío reírse a mis espaldas, muy próximo a mí.

Me enfadé repentinamente, y, levantándome, me senté sobre mis rodillas en la espalda de mi madre, mirando hacia su culo, impidiendo sus movimientos.

Empecé a azotarlo con las dos manos, como si estuviera tocando el tambor.

Los golpes no eran fuertes, pero mi madre empezó a gemir otra vez. No sé si de dolor o de placer.

Aumenté el ritmo, dándola cada vez más fuerte, hasta que la oí llorar.

¡Me había pasado con la emoción del momento!

Mi tío gesticuló para que me levantara, y así hice, deprisa, sin mirar atrás.

Cogí a la carrera mi bañador que estaba en el suelo y me escondí detrás de un montículo, para que no me viera.

Desde mi escondite no escuchaba nada, así que mirando a hurtadillas, vi como mi madre comenzaba a levantarse, con el culo rojo como un tomate.

La vi girarse,  y estaba llorando.

Grandes lagrimones se deslizaban sobre sus mejillas, cayendo sobre sus dos tetazas cubiertas de arena. Tenía los ojos hinchados.

¡Sí que la había hecho daño!

Mi tío la intentó consolar:

  • ¡Venga mujer, que no ha sido para tanto!

Haciendo pucheros para contener sus lágrimas, cogió su bikini del suelo, y se puso a caminar enérgicamente hacia el chiringuito.

Intentó convencerla:

  • ¡Venga mujer, que nos está esperando tu hijo en la orilla! ¡Seguro que ya ha clavado la sombrilla en la arena y te está esperando!

No era precisamente la sombrilla lo que había clavado en la arena.

No sé si ella miró hacia la orilla buscándome, pero seguro que no encontraría ni la sombrilla ni a mí.

Sin aminorar el paso continuó caminando desnuda por la arena hacia el chiringuito.

Mi tío volvió a la carga, intentando convencerla:

  • Como te vean así, no van a ser tan delicados como yo. Te la van a meter por todos tus agujeros. Vas a parecer una regadera.

Sin saber exactamente qué hacer, mi tío se dirigió a mí, diciéndome:

  • ¡Vete con ella! ¡Que los polvos se los echamos nosotros! ¡Que todo queda en familia!

Iba ya a seguirla, cuando mi tío me dio su billetero, diciéndome:

  • Invítala a todas las cervezas lo que quiera, que el alcohol la haga volver con nosotros.

Caminando ligero detrás del culo de mi madre, oí a mi tío decirme:

  • Voy a clavar la sombrilla en la arena y luego me voy al coche. Allí os espero. No hay prisa.

Eché a correr detrás de mi madre, que ya estaba a punto de llegar al chiringuito.

¿No iría a entrar en pelotas, con todas las tetas y el conejo al aire ante regocijo de todos los parroquianos?

Pareció que escuchaba mis pensamientos porque se paró un momento y en un pis-pas se puso las microprendas.

¡Estaba más desnuda con el microbikini puesto que cuando iba sin nada encima!

La vi subirse a la plataforma de madera del chiringuito y desaparecer bajo la sombra de su techumbre de paja.

Corrí, temiendo que se la follaran antes de que yo llegara.

Subí yo también a los tablones de madera que cubrían el suelo del chiringuito, y allí estaba mi madre, apoyada en la barra, dándome la espalda, y enseñándome su culo como invitándome otra vez a entrar dentro de él.

En la otra parte de la barra había un hombre  de edad indeterminada, flaco, de escasa altura y sin afeitar, que se comía las tetas de mi madre con los ojos, sin prestar atención a lo que ella le decía.

Me acerqué, sin apartar los ojos de su hermoso culo, y la oí que pedía una cerveza.

Yo también le pedí otra, sacando al camarero de su concentración, que me miró como si se lo hubiera pedido un caballito de mar parlanchín, pero se fue a buscarlas.

Mi madre, con los ojos rojos e hinchados de haber llorado, me miró un instante para bajar los ojos a la barra.

La pregunté que la había pasado, si había tenido algún problema.

Me dijo, en voz baja y sin mirarme, que no se encontraba bien.

La pregunté si necesitaba algo.

Quizá esperaba que me dijera, que lo que necesitaba es que la metiera el rabo ente las piernas, pero me desilusionó, respondiéndome:

  • Me he mareado un poco por el calor. Pero ahora con una cerveza a la sombre, seguro que pongo otra vez bien.

Estaba deseando que se pusiera bien para volver a follármela.

Nos trajeron las cervezas y nos sentamos en unas sillas de madera que había a la sombra, poniendo nuestras bebidas sobre una mesa destartalada del mismo material.

Parecía más tranquila, pero me dio la impresión que tenía miedo de su cuñado, que se la volviera a meter.

Miró hacia la orilla del mar, y yo seguí su mirada.

Mi tío había acabado de clavar la sombrilla muy cerca de la orilla, y se iba hacia el coche, andando entre las dunas.

La dije que también el calor le había sentado mal, y que nos esperaría en el coche, con el aire acondicionado puesto.

La vi sonreír, y mirándome me dijo:

  • ¡Que espere!

Una cerveza siguió a otra y así varias.

Yo ya estaba mareado y mi madre, que nunca había bebido nada de alcohol, se la notaba bastante entonada, más bien cachonda.

Mi verga hacía bastante tiempo que estaba en un estado de erección casi permanente, y más aún cuando la parte superior del bikini se la movió, ensañando sus pezones inhiestos de color oscuro casi negro, que emergían de unas aureolas incluso más negras.

No sé dio cuenta, o no se quiso dar por enterada, pero yo tampoco la avisé y pude disfrutar a placer de la visión de esas tetazas tan turgentes.

Tenía que gozar de sus melonazos, que habían pasado a un discreto segundo plano ante su culo.

Deseaba besar, chupar, lamer, morder cada milímetro de sus tetazas, y hacerme una cubana con ellas, que digo una, varias, una tras otra.

Evitando el sol que, con su movimiento, también quería cubrirla, movió su silla colocándose prácticamente frente a mí, y pude gozar de la excitante perspectiva de sus anchas caderas, de sus muslos torneados.

Entre tanto muslo y teta, no me fije antes de que también su tanga se había desplazado, exhibiendo su vulva con sus labios entreabiertos de tanta follada, apenas cubiertos de una estrecha banda de vello púbico, negro con mechones dorados de tantos baños de sol que la habían penetrado.

Se le soltó la parte superior del bikini, cayéndose al suelo a pesar de sus intentos de atraparlo en pleno vuelo, y se agachó, riéndose, para cogerlo, permitiendo deleitarme también con la vista de sus glúteos redondos y respingones, que me recordaron dulces melocotones y se me hizo la boca agua, saboreando anticipadamente tan sabroso manjar.

Alargué mis brazos y la sobé el culo, con la falsa excusa de querer ayudarla.

Perdió el equilibrio, desplazando la silla, y casi se cae al suelo, sino fue por mis manos que, sujetándola por los glúteos, impidieron que cayera.

A trompicones logró levantarse, y la atraje para mí, sin dejar de magrearla las nalgas, sentándola sobre mis rodillas y sobre mi verga tiesa y dura.

Noté como mi cipote intentaba perforar mi bañador y meterse profundamente en  su vagina, pero no cedió, y mi madre, al notar como se movía intentando penetrarla, intentó levantarse de mi regazo.

Mis manos volaron a sus melones, sujetándola para que no se levantara, y cayó de nuevo sobre mi rabo que tenía vida propia, intentando follársela.

La sujeté por sus tetas, sobándoselas, y noté como sus pezones del tamaño de cerezas maduras, estaban duros como piedras.

La oí gemir de placer. Y en ese momento tuve la seguridad de que también podría alcanzar el orgasmo sobándola los pechos.

Se agitó, no sé si de forma involuntaria, pero hizo que la silla se pusiera sobre sus patas traseras y estuviera a punto de volcarse con nosotros encima.

Aflojé mi abrazo para impedir en lo posible que nos cayéramos al suelo, y ella se escabulló, favorecida quizá por el sudor que desprendían nuestros cuerpos.

Se levantó y, viendo de nuevo su culo a pocos centímetros de mi cara, estiré la mano y la di un azote antes de caerme con la silla ruidosamente al suelo.

La oí reírse y la vi salir tambaleándose del chiringuito hacia el mar.

Su culo brillaba por el sol como si fuera de bronce.

Sin quitar la vista de sus nalgas, me levanté con una única idea en la cabeza: follármela.

Pero el hombre del chiringuito se puso delante, y, mirándome, con cara de loco furioso, me recordó que había que pagar los botellines.

  • Son diez mil.

Estuve a punto de apartarle para lanzarme hacia el culo de mi madre, pero una porra metálica en su mano, me disuadió.

Para no perder el tiempo, iba a dejar el billetero de mi tío encima de la mesa para que cogiera lo que le viniera en gana, pero no quería enfrentarme con mi tío.

Así que abrí el billetero y, al ver varios billetes, me di cuenta de que el precio que pedía el hombre era excesivo.

  • Pero ¿cuántas birras nos hemos tomado? Con ese dinero podíamos habernos tomado al menos cinco mil cada uno.

El hombre, mirándome con una furia escasamente contenida, repitió:

  • Son diez mil. ¡Y da gracias al cielo que no os de por culo a ti y a la calentorra, que me estabais poniendo la porra a diez mil!

Le pagué sin rechistar y salí del chiringuito  detrás de mi madre, mirando hacia atrás por si el loco me rompía la cabeza y el culo con su porra.

Suponía que se refería a porras diferentes, pero con los locos nunca se sabe.

Ahora comprendía cómo podía mantenerse el chiringuito sin apenas clientela.

¡Estafando a sus clientes! ¡o más bien, proporcionándoles el alcohol necesario para follarse a sus parejas en esa playa desierta!

Corrí como pude detrás del culo de mi madre, pero el mareo provocado por el alcohol, me hacía hacer eses en la arena, cayendo más de una vez de bruces.

Estaban sus glúteos caminando por la orilla, cuando al fin los alcancé por detrás.

La puse las dos manos sobre sus nalgas y estaban calientes, como ella, como yo.

Me recibió con una risa cristalina, como la de una enamorada cuando su novio la soba el culo, jugando.

Subí una de mis manos y la cogí por la cintura, besándola una teta.

Se giró, riéndose, dándome la espalda y yo aproveché para magrearla bien las nalgas, metiéndola una mano entre sus piernas, sobándola el conejito.

Pegó un bote, sin dejar de reírse, y me dijo:

  • Vamos a la sombrilla, que nos han podido robar todo.

Sin dejar de sobarla, la respondí, ciego de deseo, con una voz que no era la mía:

  • Lo único que nos han podido robar son tus bragas, pero bien que las tienes metidas dentro del culo y del chocho.

Riéndose, se escabulló de mí, metiéndose en el mar, saltando más que caminando para huir de mí.

La seguí, tan deprisa como pude, aunque fuera al fin del mundo, pero ese precioso culo tenía que volver a ser mío.

El agua la cubría por encima de sus pezones, cuando la alcancé por detrás, sumergiéndonos los dos.

Sacamos la cabeza del agua casi al mismo tiempo, pero yo fui más rápido y, nada más ponernos de pie, la abracé por delante, agarrándola fuertemente por los cachetes del culo.

Su diminuto sostén se había desprendido, dejando sus pezones también al descubierto.

Hundí mi cara en sus tetas, lamiéndolas en su totalidad con largos lengüetazos.

Chilló histérica, posiblemente de placer, y, entre lengüetazo y lengüetazo, la arranqué las bragas.

Sin soltarla las nalgas, la levanté del suelo, abriéndola de piernas, y, colocándome entre ellas, tantee con mi cipote tieso para metérsela.

La oí quejarse débilmente:

  • ¡Que soy tu madre!

Sus movimientos, intentando escapar, me impidieron penetrarla inicialmente, pero, una vez pude colocar sus piernas en torno a mi cintura, encontré la entrada a su vagina  y se la metí hasta el fondo.

Jadeó al notar que se la había metido, pero  al empezar yo a moverme tan rápido, adelante y atrás, sus jadeos se convirtieron en chillidos, clavando sus uñas en mi espalda.

Me suplicó que fuera más despacio, que la estaba haciendo daño.

Aminoré mi ritmo, disfrutando más pausadamente del polvazo que la estaba echando.

Se dejó caer hacia atrás, flotando bocarriba sobre las aguas, y disfruté del paisaje que ofrecían sus hermosos melones, morenos, redondos y brillantes, mientras no paraba de follármela.

Desee sobar sus tetazas, disfrutarlas mientras me la follaba,  pero me faltaban manos para tanta hermosura, para tanto deseo.

Quería hacerlo sobre la arena dorada en la playa, como era mi fantasía sexual preferida desde hacía muchos años, por lo que la desmonté y la dije:

  • ¡Vamos a la orilla, allí lo haremos!

Me miró, todavía con una extraña sonrisa producto del alcohol.

La dejé caminar delante para no dejar de ver su hermoso culo ni por un instante.

Me fijé en sus bellas caderas, la forma tan sensual de contonearlas, como colocaba sus largas, estilizadas y fuertes piernas al caminar, su estrecha cintura, su espalda recta y musculada, el movimiento de sus hombros redondeados, pero, sobre todo, en la manera tan sensual de menear sus glúteos, moviendo cada nalga de manera independiente, como si tuvieran vida propia.

Continuaba maravillándome del color tan precioso que tenía, fruto de muchas horas de tomar del sol. ¿Cuántos ojos se la habían comido con la mirada? ¿Cuantas pollas se la habían follado, aunque fuera  de pensamiento?

Pero ahora iba a ser mía, me la iba a follar aquí, en la playa, como era mi mayor deseo.

La fina arena acariciaba nuestros pies. No había nadie que pudiera vernos, que pudiera impedir que me follara a mi propia madre.

Estiré mi brazo y la sobé el culo. Ella se giró, seria, me miró a los ojos y nos fundimos en un beso apasionado.

Nuestras lenguas se encontraron, acariciándose mutuamente.

Mis manos la cogieron por la cintura, bajando a sus nalgas, macizas, turgentes.

Nos tumbamos sobre la cálida arena,  ella encima, y, sin dejar de besarnos, continué magreándola las nalgas.

La tumbé bocarriba sobre la arena y mi mano fue a sus tetas, acariciándolas, pellizcándola los pezones, haciendo que gimiera de placer.

Me coloqué entre sus piernas,  restregando mi pene erecto en su jugosa almeja, una y otra vez, mientras ella no paraba de gemir.

En una de esas pasadas, mi verga encontró la entrada a su vagina, y la penetró.

Un jadeo más sonoro de mi madre me confirmó que la había vuelto a penetrar.

Una vez dentro, comencé a bombear, lentamente al principio, dejando casi que mi pene saliera para entrar cada vez más profundo.

El ritmo poco a poco fue aumentando, y los gemidos de mi madre se convirtieron en auténticos gritos de placer, hasta que explotó, obligándome a que parara.

Todavía con mi verga, tiesa y dura, dentro de ella, me susurró al oído:

  • ¡Túmbate, yo te acabaré!

La desmonté y me tumbé bocarriba sobre la arena.

Casi al mismo tiempo, ella se tumbó bocarriba sobre la arena, de forma que primero su mano derecha y luego su boca fueron a mi rabo que esperaba ansiosamente.

Unos suaves lametones sobre mi verga fueron el comienzo.

¡Mi propia madre me estaba comiendo la polla!

Su lengua recorrió arriba y abajo mi miembro, como si de un sabroso helado se tratara, incidiendo en el glande, que se lo metió en la boca, chupándolo con fruición.

Cerrando la boca, acarició con sus labios mi cipote, moviendo arriba y abajo su cabeza y su mano derecha.

Mis ojos dejaron de mirar por un momento lo que mi madre me estaba haciendo, y se clavaron en sus tan deseadas nalgas, que yacían apuntando al cielo, mientras la vulva de mi madre reposaba sobre la cálida arena.

Mi cuerpo se negaba a eyacular, se negaba a dar por finalizada la experiencia, pero la destreza e insistencia de ella lo lograron.

Una avalancha de esperma despidió mi verga, estallando dentro de la boca de mi madre, que se la tragó prácticamente toda, escupiendo sobre la arena lo que no pudo pasar.

Se levantó y se fue al mar. Cogió agua y se la metió en la boca, enjuagándose con ella, para escupirla a continuación.

Mientras tanto, yo había dejado por un momento de mirarla el culo, y, reposando mi cabeza sobre la arena con los ojos cerrados, disfrutaba con todos mis sentidos de la experiencia vivida y del placer que sentía.

Me sacó de mi éxtasis, el ruido que hizo mi madre recogiendo la sombrilla y la bolsa de la playa.

Tenía puesto el vestido que traía y la dulce amante había sido sustituida por la madre atareada.

Debía tener un trastorno bipolar que modificaba radicalmente su personalidad: de putita calientapollas a ama de casa gruñona.

Iba ya de camino por la arena hacia el lugar donde aparcó el coche cuando yo, poniéndome apresuradamente el bañador y recogiendo lo que habíamos traído de la playa, la seguí a toda prisa.

Su hermoso culito había sido sustituido por un vestido que, si al principio, me parecía de lo más erótico, ahora solamente me parecía una especie de burka que ocultaba el tan deseado culo de mi madre.

Llegó primero mi madre al coche y ahí estaba mi tío, durmiendo en el asiento de atrás.

Le despertó con unos golpes en el cristal, y vi a mi tío sonreír alegre nada más vernos.

Nos preguntó muy interesado:

  • ¿Qué tal el bañito? ¿Habéis disfrutado mucho?

 Mi madre no dijo nada, solo le miró malhumorada, pero yo le guiñé el ojo sonriendo.

¡Pues claro que me la había tirado!

De la misma forma en la que habíamos venido, mi madre se sentó en el asiento del copiloto y mi tío donde el conductor.

Después de colocar las cosas en el maletero, había abierto la puerta de atrás para sentarme, cuando mi tío, que había intentado infructuosamente una conversación con mi madre, me dijo:

  • ¡Espera un momento que quiero hablar con tu madre!

Y, sin subirme al coche, cerré la puerta de atrás, dando la vuelta y alejándome del coche.

Oí a mi madre decir.

  • ¡No!

Y a mi tío contestar:

  • ¡Sí!

Oí movimiento dentro del coche, forcejeos, pero no miré hacia atrás por si me veía mi madre.

Unos pocos segundos después, solo un movimiento había en el coche.

Se balanceaba adelante y atrás, adelante y atrás, de forma rítmica.

Me acerqué con cuidado, y allí estaba mi madre, otra vez desnuda, otra vez follando.

Cabalgaba como una posesa sobre el rabo de mi tío.

Desde atrás me quedé observando detenidamente la escena, como se movía mi madre al follar, como sacudía su culito respingón, y como el pollón de mi tío, entraba y salía, entraba y salía del jugoso conejito de mi madre, y debajo las pelotas de mi tío que chocaban una y otra vez, con el perineo de ella.

Pasaron los minutos hasta que por fin mi tío eyaculó.

Me alejé discretamente hasta que mi tío, muy sonriente, salió del coche indicándome que ya podía ir.

Ya allí estaba mi madre, sentada como antes en el asiento del copiloto, con cara seria, como de circunstancias.

Otra vez la ama de casa había tomado el control.

(CONTINUARÁ)

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